CONCLUSIÓN
Ya es tiempo de terminar. Y lo hago recapitulando algunas ideas esenciales que han ido apareciendo a lo largo de mi exposición. Lo que he convertido en conclusión puede ser. considerado como una síntesis de lo expuesto en todo el trabajo.
Comienzo señalando que Vicente de Paúl tuvo dos momentos o etapas en su vivencia de fe y en su compromiso como cristiano y como sacerdote. Esos dos momentos de su existencia se encuentran separados por un largo proceso de cambio y conversión. La primera etapa de su vida se caracterizó por la búsqueda impetuosa de una respetable fortuna que le permitiera vivir cómoda y holgadamente. La segunda, en cambio, por un vivir comprometido por el bien de los demás, principalmente de aquellos que más lo necesitaban en su tiempo. Entre una y otra etapa, existió un encuentro fructífero con Cristo. Dicho encuentro produjo un vuelco en su vida y le permitió iniciar un profundo y duradero proceso de conversión.
La conversión obrada en Vicente de Paúl culminó dando sentido a su vida y a su sacerdocio. Le situó en el camino auténtico del seguimiento cristiano. Lo maduró en su fe y en su condición de persona humana, también en su entrega y en su vocación. Le convirtió en un sólido creyente y en un magnífico emprendedor de obras caritativas y sociales. Lo introdujo en las dimensiones de Dios, en el querer o no querer de Dios. Le conectó a la vida, a la vida auténtica, a la vida impregnada de Dios e impulsada por el amor al estilo de Dios.
Vicente de Paúl encontró la fe auténtica cuando tomó la decisión de abrirse a la voluntad de Dios. Fue entonces cuando se convirtió en una persona de fe madura y comprometida, de fe evangélica y radical, de fe profundamente cristológica y eclesial. Por una parte, las tentaciones contra la fe, la injusta acusación de robo, la cautividad y los constantes fracasos en la búsqueda de un retiro honroso fueron los medios de los que se sirvió Dios Lara reconducir el corazón y la voluntad de Vicente de Paúl hacia la actividad caritativa a la que entregó, después, toda su vida. De otra, en ese proceso de cambio, conversión o madurez que se operó en su vida estuvieron también presentes la oración cotidiana, la práctica de los sacramentos, la dirección espiritual, las obras de caridad.
Esa fe renacida y esas experiencias acumuladas de uno u otro tipo nos permiten contemplar a Vicente de Paúl como un buen maestro de espiritualidad, como un magnífico formador de conciencias, como un guía experto en la vida cristiana y en la acción caritativa. Por eso mismo, apoyándose en su experiencia y en su fe animará a unos y a otros a caminar por el sendero adecuado de la vida cristiana o vicenciana, y corregirá amorosamente a aque1 los que actúan con precipitación y sin contar suficientemente en sus vidas con Dios para que no sigan tropezando en aquellos obstáculos que él mismo no supo, anteriormente, soslayar.
Vicente de Paúl vivió una vida extraordinaria y sorprendente. Mantuvo una actividad casi imposible de admitir. Solucionó problemas que parecían insolubles. Su vida se consumó maravillosamente ofreciendo respuestas positivas y válidas capaces de –41 poner remedio a los abundantes y endémicos males de su tiempo. Actuó como un médico de la sociedad de su tiempo porque supo abrirse a la gracia de Dios y dejarse guiar por él, y porque se comprometió radicalmente en favor de los pobres. Toda esa actividad y vivencia fueron posibles porque fue una persona de fe, de esperanza y de caridad. Es decir, una persona que se entregó totalmente a vivir su fe en Cristo y a aprender de sus experiencias. Y, después, supo mantenerse fiel a lo aprendido con tanto esfuerzo y tanto sacrificio. Una vez convertido, no se apartó de su camino, y ayudó a otros a encontrar su propio camino y a mantenerse firmes en él.
Santiago Barquín
CEME 2010