La fe como experiencia de san Vicente (V)

Mitxel OlabuénagaEspiritualidad vicencianaLeave a Comment

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CONCLUSIÓN

Ya es tiempo de terminar. Y lo hago recapitulando algunas ideas esenciales que han ido apareciendo a lo largo de mi expo­sición. Lo que he convertido en conclusión puede ser. considera­do como una síntesis de lo expuesto en todo el trabajo.

Comienzo señalando que Vicente de Paúl tuvo dos momentos o etapas en su vivencia de fe y en su compromiso como cristia­no y como sacerdote. Esos dos momentos de su existencia se encuentran separados por un largo proceso de cambio y conver­sión. La primera etapa de su vida se caracterizó por la búsqueda impetuosa de una respetable fortuna que le permitiera vivir cómoda y holgadamente. La segunda, en cambio, por un vivir comprometido por el bien de los demás, principalmente de aque­llos que más lo necesitaban en su tiempo. Entre una y otra etapa, existió un encuentro fructífero con Cristo. Dicho encuentro produjo un vuelco en su vida y le permitió iniciar un profundo y duradero proceso de conversión.

La conversión obrada en Vicente de Paúl culminó dando sentido a su vida y a su sacerdocio. Le situó en el camino auténtico del seguimiento cristiano. Lo maduró en su fe y en su condición de persona humana, también en su entrega y en su vocación. Le convirtió en un sólido creyente y en un magnífico emprendedor de obras caritativas y sociales. Lo introdujo en las dimensiones de Dios, en el querer o no querer de Dios. Le conectó a la vida, a la vida auténtica, a la vida impregnada de Dios e impulsada por el amor al estilo de Dios.

Vicente de Paúl encontró la fe auténtica cuando tomó la deci­sión de abrirse a la voluntad de Dios. Fue entonces cuando se convirtió en una persona de fe madura y comprometida, de fe evangélica y radical, de fe profundamente cristológica y eclesial. Por una parte, las tentaciones contra la fe, la injusta acusación de robo, la cautividad y los constantes fracasos en la búsqueda de un retiro honroso fueron los medios de los que se sirvió Dios Lara reconducir el corazón y la voluntad de Vicente de Paúl hacia la actividad caritativa a la que entregó, después, toda su vida. De otra, en ese proceso de cambio, conversión o madurez que se operó en su vida estuvieron también presentes la oración cotidia­na, la práctica de los sacramentos, la dirección espiritual, las obras de caridad.

Esa fe renacida y esas experiencias acumuladas de uno u otro tipo nos permiten contemplar a Vicente de Paúl como un buen maestro de espiritualidad, como un magnífico formador de con­ciencias, como un guía experto en la vida cristiana y en la acción caritativa. Por eso mismo, apoyándose en su experiencia y en su fe animará a unos y a otros a caminar por el sendero adecuado de la vida cristiana o vicenciana, y corregirá amorosamente a aque­1 los que actúan con precipitación y sin contar suficientemente en sus vidas con Dios para que no sigan tropezando en aquellos obstáculos que él mismo no supo, anteriormente, soslayar.

Vicente de Paúl vivió una vida extraordinaria y sorprendente. Mantuvo una actividad casi imposible de admitir. Solucionó pro­blemas que parecían insolubles. Su vida se consumó maravillo­samente ofreciendo respuestas positivas y válidas capaces de 41 poner remedio a los abundantes y endémicos males de su tiem­po. Actuó como un médico de la sociedad de su tiempo porque supo abrirse a la gracia de Dios y dejarse guiar por él, y porque se comprometió radicalmente en favor de los pobres. Toda esa actividad y vivencia fueron posibles porque fue una persona de fe, de esperanza y de caridad. Es decir, una persona que se entre­gó totalmente a vivir su fe en Cristo y a aprender de sus expe­riencias. Y, después, supo mantenerse fiel a lo aprendido con tanto esfuerzo y tanto sacrificio. Una vez convertido, no se apar­tó de su camino, y ayudó a otros a encontrar su propio camino y a mantenerse firmes en él.

Santiago Barquín

CEME 2010

 

 

 

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