EXPERIENCIA DE VIDA Y DE FE EN VICENTE DE PAÚL
No resulta fácil sintetizar en unas cuantas líneas la experiencia de vida y de fe que tuvo Vicente de Paúl. Ni tampoco es este el momento de realizar una tesis sobre su experiencia de fe ni sobre su teología respecto de la fe. No obstante, voy a presentar de manera resumida algunos puntos que nos sirvan para completar el cuadro sobre Vicente, hombre de fe y de experiencia al respecto. Podríamos resumir en un par de píldoras esto mismo diciendo que Vicente de Paúl fue un «místico de la acción» y, también, que toda su filosofía fue saber «dejar a Dios por Dios». En cuanto que místico, supo vivir unido a Dios, y la unión profunda con Dios le convirtió en un ser activo. De esta manera, su fe se manifestó, plena y profundamente, en sus obras, en su actividad. Por eso mismo, en su madurez tuvo muy claro que no pasaba nada si por hacer el bien al prójimo había que dejar a Dios en algunos momentos como el de la oración o el de la celebración de la eucaristía. Era consciente, y así lo enseñaba, de que cuando se sirve a los pobres o se ejerce la acción de la caridad para con los necesitados, no se está lejos de Dios; al contrario, es cuando más unido se encuentra uno con Dios.
En el apartado anterior hemos comparado el proceso de maduración de la fe en Vicente de Paúl y en Bartimeo, siguiendo el texto del evangelio de san Marcos. Pero, como la vida de Vicente de Paúl fue tan rica en experiencias de fe y caridad, continuaré profundizando en su fe y en su experiencia.
4.1. De una fe campesina a una fe comprometida
Vicente de Paúl, como sabemos, nació en el seno de una familia campesina. Y, aunque no vivió muchos años dedicado a las labores del campo, éstos fueron suficientes y dejaron en él una impronta, una manera de ser propia de las gentes del campo. Por todo ello, alguien ha dicho al respecto que Vicente de Paúl «era un hombre de campo y siempre tendrá como punto de referencia su origen rural». Y añade, casi a continuación:
Vicente, que conoce perfectamente al mundo rural, se siente perteneciente a la clase social de los pobres aldeanos, de los labradores, de los cuidadores de animales. Torna conciencia que es en ellos en donde se encuentran los auténticos valores y agradece haberlos recibido a través del nacimiento, de su familia y de su origen rústico.
Percibe en los buenos aldeanos los modelos de los misioneros y de las hijas de la caridad en la oración, en la fe, en la confianza en Dios; y, también, en otras cosas más. Según dice él, es entre ellos en donde se descubre la verdadera religión. Así pues, la fe y la espiritualidad de Vicente de Paúl tienen raíces campesinas. No podía ser de otra manera; pues Vicente de Paúl había sido educado en la fe de sus padres, en las vivencias religiosas de su pueblo. Comenzó siendo un hombre de fe sencilla, sobria, confiada, elemental; basada en la confianza en Dios, tal y como era típico en su tiempo en el seno de una familia cristianas. Fue en el seno familiar donde aprendió y vivenció los valores humanos y cristianos que después de su conversión, desarrolló al máximo y propuso a sus hijos, a sus hijas y a las voluntarias de la caridad.
Pero esta fe heredada, esta fe sociológica, siendo importante y fundamental en la vida de Vicente de Paúl, tuvo que pasar por el prisma de la crisis de fe, de las pruebas constantes, hasta que dejó de creer en un Dios que tenía que otorgarle una vida de bienestar y alcanzar una vida de fe comprometida, una vida de servicio a los pobres. En su infancia, Vicente de Paúl ya conocía a Dios a su manera; sabía de Dios, de su existencia. Pero no tenía el auténtico conocimiento del Dios de Jesucristo. Dicho conocimiento llegó cuando se comprometió a un seguimiento de Jesucristo mediante la fidelidad en el servicio a los pobres. Entonces poseyó, verdaderamente, una fe madura y, fundamentalmente, bíblica:
En los profetas del Antiguo Testamento, la fe es conocimiento de Dios, pero este conocimiento implica la confesión del único Dios y al mismo tiempo, la práctica de la justicia y del amor. En los evangelios sinópticos, la fe es siempre adhesión personal a Jesús, pero al mismo tiempo es seguimiento radical de ese Jesús, es decir, poner en práctica las enseñanzas del maestro. En san Pablo, la fe es siempre activa en el amor: «lo que vale es la fe que actúa por el amor» (Ga 5,6; cf. 1 Ts 1,3; Ef 4,15). La praxis del amor está en la misma esencia de la fe. Esto está íntimamente relacionado con la afirmación de Santiago que la fe sin obras está muerta (St 2,16-17). Y Juan declara con toda claridad que el verdadero conocimiento de la fe no puede existir sin el amor, porque Dios es amor (I Jn 4,8).
Fe como conocimiento y obras de amor a favor de los demás, principalmente de los pobres, se convierten en el signo inequívoco del creyente según la Biblia. Ese es el grado de fe que consiguió y vivió Vicente de Paúl, por la gracia de Dios y su buen hacer. Cuando dejó de buscar la felicidad para sí mismo, o para los miembros más cercanos de su familia, se entregó de lleno a practicar la justicia y el amor de Dios, siguió a Jesucristo desde la vivencia radical de sus enseñanzas, manifestó mediante sus obras de amor la vitalidad de su fe. Entonces cayó en la cuenta de que creer a Dios, fiarse de él y creer en él no consiste en palabras o dogmas que se conocen, sino en trabajo denodado haciendo el bien a los demás. En pocas palabras, su adhesión a Jesucristo se traduce en amor al pobre desde la perspectiva evangélica de Le 4, 16-21 y MI 25, 31-46.
4.2. De una fe rutinaria a una fe radical
A lo largo de todo lo que vengo exponiendo, vamos comprendiendo que Vicente de Paúl pasó de una fe como rutina a una fe vivida radicalmente. Y, tal y como ya he dicho, comprometida. El paso de la una a la otra tuvo lugar cuando se convirtió, cuando decidió entregarse de por vida al servicio de los pobres. De la noche oscura de su vida y de las tentaciones contra la fe, Vicente de Paúl salió al comprometerse radicalmente en servicio fiel a Jesucristo en los pobres. ¿Qué supuso ese proyecto radical de vida en Vicente de Paúl? He aquí una respuesta válida a esa preguntas:
Vicente se había encontrado a sí mismo y había descubierto la orientación fundamental de su vida. Esa opción radical, desde la fe, generó el sentido de su existencia. En ella experimentó lo que dirá años más tarde «es necesario salir de sí mismo y darse». Todo esto ha hecho posible que poco a poco Vicente modificase su propio ser, sus criterios de actuación, su manera de contemplar las cosas y las personas para verlas según están en Dios.
Esta crisis hará de él un modelo de fe, una fe forjada en el sufrimiento y en el dolor de la duda, del sentimiento de la lejanía de Dios, de no encontrar un punto de apoyo que diese seguridad a su caminar por la vida. Una fe así construida llega a la madurez de convicciones profundas que modelan a una personalidad como la de Vicente.
El tiempo sumido en la duda y en la oscuridad de la fe no fue un tiempo perdido, negativo, ocioso; sirvió a Vicente de Paúl para encontrarse consigo mismo, y para encontrar el sentido de su vida y de su sacerdocio. Es preciso afirmar, una vez más, que dicho sentido se encuentra en la opción radical tomada por él consagrándose de por vida al servicio a los pobres. De esta manera sale de sí mismo para darse a los demás, abandona la búsqueda interesada de su propio bienestar para alcanzar la felicidad conquistando, primero, la felicidad para los otros. Ha comenzado a contemplar la realidad de su vida y de las personas con las que convive desde el querer de Dios, desde la mirada de Dios. En pocas palabras, la crisis de fe, los fracasos personales, la acusación de robo…, han servido a Vicente de Paúl para madurar en lo humano, y en lo religioso. Esta fe nueva, renovada, madura, se ha convertido en el motor de su larga y dilatada existencia.
Vicente de Paúl no sólo se encontró a sí mismo y dio con el norte de su vocación y de su identidad; descubrió, también, al Jesucristo de los evangelios, quedó prendado de él, y se convirtió en uno de sus mejores discípulos. Por esta razón, los años en los que fue evolucionando su actitud, en los que fue adquiriendo conciencia de sí mismo como evangelizador y servidor de las pobres gentes del campo, fueron trascendentales. Ellos mismos nos hacen comprender y entender que la fe de Vicente de Paúl y su experiencia existencial fue madurando poco a poco, fue aceptando los encuentros que Dios le proponía, fue avanzando entre luces y sombras por el camino del querer de Dios.
¿Qué Cristo salió al encuentro de Vicente de Paúl y lo transformó radicalmente? ¿Qué experiencia fueron configurando a Vicente de Paúl día a día, golpe a golpe? El Cristo que salió al encuentro de Vicente de Paúl fue el que se nos manifiesta en los evangelios, y sus experiencias existenciales las conocemos todos: Gannes-Folleville, Chátillon-les-Dombes, Marchais-Montmirail, principalmente. Dicho encuentro y tales experiencias fueron haciendo madurar y cambiar su fe, fueron dándole sentido, y fueron configurando su personalidad, su vocación y su carisma.
4.3. Encuentro con el Cristo de los evangelios
Vicente de Paúl fue un hombre de fe, de una fe madura y comprometida. Después de su encuentro con Cristo, toda su vida quedó marcada por la vivencia y experiencia de su fe. Desde ese momento la vida de Vicente de Paúl se caracterizó por su entrego y servicio que tuvieron como fuente de vida su oración, su sufrimiento y el abandono a la voluntad de Dios.
La conversión llevó a Vicente de Paúl a ser discípulo de Cristo, el Cristo de los evangelios. En ellos, descubrió que Jesús de Nazaret fue el servidor y evangelizador de los pobres; el encarnado entre nosotros, principalmente los pobres, y anonadado; el buscador permanente de la voluntad de Dios Padre.
Ya entrado en su madurez, Vicente de Paúl se hizo discípulo de Jesús, se convirtió en miembro de esa gran familia que constituyen, en torno a Jesús de Nazaret, los que escuchan con atención sus palabras y las llevan, después, a la práctica; los que realizan constantemente el querer o no querer de Dios. Es eso lo refleja el mismo evangelio:
Llegaron la madre y los hermanos de Jesús; se quedaron fuera y lo mandaron llamar. La gente estaba sentada a su alrededor cuando le dijeron: «Mira, ahí afuera te buscan tu madre y tus hermanos y hermanas». Él respondió: «¿Quiénes son mi madre y mis hermanos?». Y mirando a los que estaban sentados a su alrededor, dijo: «Éstos son mi madre y mis hermanos. Porque el que hace la voluntad de Dios, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre».
Jesús elige en tomo a sí una familia nueva, la familia de aquellos que hacen la voluntad de Dios, su Padre. Y lo precisa con la mirada: mirando a los que estaban sentados a su alrededor. De ellos afirma que son, en verdad, mi hermano, mi hermana, mi madre. Y lo son porque hacen, realizan, la voluntad de Dios; esto es, el querer de Dios, querer que antes han buscado y escuchado. Mateo matiza con un gesto, quizás, más expresivo quiénes son los que constituyen esa nueva familia de Jesús. El texto correspondiente nos dice que extiende su mano sobre los discípulos que le estaban escuchando91. Con la mano o con la mirada, poco importa, Jesús deja claro quiénes son los nuevos miembros de su familia. Éstos serán siempre los que escuchen sus palabras y las lleven a la práctica.
Según Marcos, Jesús se encuentra en su nueva casa, la que tiene junto al lago; la que le sirve de lugar de descanso y de convivencia. A dicha casa llegan sus familiares, según la carne, con su madre María. Se quedan fuera porque no quieren entrar y, demás, no pueden porque la casa está ocupada. Y le pasan el recado. Tengamos en cuenta que ese estar fuera o estar dentro de la casa es ya significativo. X. Picaza lo concreta:
La nueva familia de Jesús está formada por aquellos que se sientan en su torno y cumplen la voluntad de Dios (superando ley y genealogía israelita). Sus parientes representan la seguridad genealógica; en el fondo siguen siendo israelitas (están con los escribas); no quieren entrar en la casa de Jesús, ni mezclarse con «impuros».
Como ya conocemos, Vicente de Paúl dio el paso. Estaba fuera de la casa de Jesús, no pertenecía a su nueva familia. Pero se atrevió a entrar y a hacerse discípulo que escucha con atención y realiza con entusiasmo el querer de Dios. Una vez que se sentó en torno a Jesús y abrió su corazón para descubrir la voluntad de Dios se identificó con Jesús y lo siguió en la buena dirección, practicando lo encontrado y hallado en el seno de la nueva familia. Por eso mismo configuró su vida, y la de los que todavía hoy continúan su obra o su espiritualidad, en la misión de Cristo y en el servicio. Es lo que recogen de manera sintética éstas frases del evangelio»:
El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido; me ha enviado a llevar la buena nueva a los pobres, a anunciar la libertad a los presos, a dar la vista a los ciegos, a liberar a los oprimidos.
Y el rey les dirá: Os aseguro que cuando lo hicisteis con uno de estos mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis.
Desde ese preciso instante, Vicente de Paúl se sintió enviado. Y su actividad o misión consistió en dar vida a los carentes de ella, ofrecer una nueva visión a los que no podían ver, liberar de sus cadenas a los esclavizados por la sociedad de todo tipo y condición. En pocas palabras, Vicente de Paúl se solidarizó con los que sufrían y padecían cualquier tipo de mal, y les entregó su propia vida para que ellos pudieran seguir viviendo con dignidad y libertad.
4.4. Buscador infatigable de la voluntad de Dios
Vicente de Paúl se ha convertido en un buen discípulo de Jesucristo, se ha olvidado definitivamente de su ambición personal, se ha puesto a escuchar a Dios y, sobre todo, a obedecerle. Se ha propuesto contemplar las cosas y las personas tal y como son y están en Dios, es decir, contemplarlas con ojos cristianos. Ciertamente, en la vida, en la persona, en el espíritu de Vicente de Paúl se ha producido un cambio. No nos quepa la más mínima duda de que ha forjado su nueva manera de ser y de mirar los acontecimientos con ojos nuevos, con vitalidad distinta. Ahora los mira desde Cristo. La experiencia de sus pruebas, noches oscuras y fracasos en la vida, encauzados evangélicamente, han hecho de Vicente no sólo un ser nuevo sino, también, un maestro nuevo.
Vicente de Paúl ha adquirido unos ojos nuevos. Ahora ve con toda nitidez que Dios se manifiesta en los acontecimientos. Alguien nos lo precisa con toda nitidez:
En la espiritualidad vicenciana, hay algunas constantes que la estructuran, la definen y la identifican. Es la lectura de los acontecimientos…. El acontecimiento, experimentado y vivido, es lugar de revelación y manifestación de la voluntad de Dios para Vicente. Es incluso un «lugar teológico» vicenciano. Dios habla a través de la historia, y los grandes santos, impulsados por el Espíritu, son capaces de descubrir la voz de Dios a través de ellos. Así como el profeta descubre el significado profundo que los acontecimientos llevan en sus entrañas y que a los demás les está vedado, del mismo modo Vicente descubre que Dios le llama a reorientar su vida una vez que ha experimentado ciertos acontecimientos relacionados con la pobreza y la miseria del pobre pueblo. Tales son Folleville, Chátillon, Marchais. Desde ese momento, la pobreza experimentada, contemplada desde la fe, se convierte en principio hermenéutico de su vida y de su experiencia, de lo que Dios quiere de él y le impulsa a la acción, en plena consonancia con su temperamento activo. De este modo, se establece una relación íntima y estrecha entre fe y acción. El acontecimiento es, para Vicente, «evangelio» y «profecía».
Tal y como decía, Vicente de Paúl ha aprendido a leer y a comprender los acontecimientos de su vida, tanto los positivos como los negativos. Es una experiencia que ha adquirido con el paso del tiempo, y es una experiencia que ha ido madurando su fe. Desde entonces, su fe y su experiencia van a ir de la mano, van a saber leer con ojos cristianos todos los acontecimientos, situaciones, vivencias y fundaciones de los que, juntamente con Dios, él mismo se va a sentir protagonista. Acompasar su vida al paso de Dios no va a ser una frase más; será una expresión preñada de sentido, vivida y sentida plenamente. Vicente de Paúl se ha convertido en un ser humano con mirada de profeta, un cristiano que vive y siente la realidad del anuncio de Cristo en su evangelio, un sacerdote dedicado a sanar los corazones de las personas con palabras de misericordia y con obras de amor. Vicente de Paúl es un hombre de ojos nuevos, de ojos profundos; el de los ojos de mirada clara y sincera; el de los ojos transformados por Dios, capaces ya de descubrir el querer de Dios. Los acontecimientos de su vida, mirados con estos ojos nuevos y cristianos, serán, para Vicente de Paúl, fuente de revelación de la voluntad de Dios y origen de todas sus obras.
4.5. No anticiparse a la Divina Providencia
Donde percibimos con claridad y precisión todos estos principios y propuestas de Vicente de Paúl a la hora de actuar es en los textos donde anima o corrige, propone o exige a los suyos dejarse guiar por las luces y la voz de Dios. En dichos textos, suele firmar sus afirmaciones con la rúbrica tal es mi fe y tal es mi experiencia o frases parecidas. Ofrezco como validación de lo que acabo de decir algunos textos suyos.
El 26 de abril de 1643 decía a las Hijas de la Caridad en una de sus conferencias, en este caso sobre la unión que debe existir entre los miembros de la comunidad, lo siguiente «[…] la desunión es la causa de todos los males, como por otra parte nos enseña la misma experiencia». El sentido mismo de la palabra desunión y la experiencia propia de cada uno y de todos nos hace saber que la desunión en las comunidades es siempre un mal; un mal que daña, que destroza la vida y la fraternidad de toda comunidad. En el mismo contesto se han de leer y entender otras palabras suyas, dirigidas en este caso a los misioneros el 23 de agosto de 1658. En esta ocasión les está hablando sobre la sobriedad y, también, de cómo, a veces, se sostienen afirmaciones que la experiencia termina por corregir y enmendar:
Hermanos míos, es un abuso creer que el estómago tiene necesidad de vino para ayudarle a digerir los alimentos. Yo así lo creía también antes, miserable de mí; pero el padre Portail me ha hecho ver que se trataba de un error; y lo que me dijo, lo he experimentado y he visto que era verdad.
A simple vista parece que estos dos textos nos hablan de experiencias físicas, experiencias humanas y que poco tienen que ver con la fe y la vivencia cristiana. ¿Estamos seguros? Fiarse del testimonio de otro y experimentar lo que se le ha comunicado, no es experiencia fundada en la fe, aunque en este caso podamos argumentar que es una fe humana? ¿Es que la experiencia religiosa o espiritual no es, también, humana? Sin embargo, debemos empezar a tener muy claro que Vicente de Paúl cuando transmite a los suyos una idea o un mensaje lo hace siempre desde lo que él cree y desde lo que ha experimentado o vivido personalmente. Es lo que estos textos anteriormente citados nos ayudan a comprender.
Continúo avanzando en mi exposición. En otra ocasión Vicente de Paúl se hallaba explicando las Reglas Comunes a los misioneros. Con su estilo y maestría personal les animaba a vivir en sencillez y con prudencia, actitudes muy útiles y necesarias para realizar bien su misión en el mundo. Y entre otros argumentos, echa mano de lo que todos ellos, juntamente con él, han experimentado respecto de las gentes del campo. Y, ¿cuál es el fruto de dicha experiencia, de tal evaluación? Vicente de Paúl y los misioneros coinciden en afirmar que todos ellos han experimentado y comprobado que las buenas gentes del campo son sencillas y prudentes en la vivencia de su fe, que son verdaderamente personas religiosas, y que las actitudes que les adornan tienen estrecha relación con su fe. He aquí el texto de la conferencia, puesto en labios de Vicente de Paúl:
Podemos comprobar esto en la diferencia que se advierte en la fe de los campesinos y la nuestra. Lo que me queda de la experiencia que tengo es el juicio que siempre me he hecho: que la verdadera religión, hermanos míos, la verdadera religión está en los pobres. Dios los ha enriquecido con una fe viva: ellos creen, palpan, saborean las palabras de vida. No los veréis nunca, en medio de sus enfermedades, aflicciones y necesidades, murmurar, quejarse, dejarse llevar de la impaciencia; nunca, o muy raras veces. Lo ordinario es que sepan conservar la paz en medio de sus penas y calamidades. ¿Cuál es la causa de esto? La fe. ¿Por qué? Porque son sencillos y Dios hace abundar en ellos las gracias que les niega a los ricos y sabios del mundo.
Vicente de Paúl transmite siempre a los suyos su experiencia, su vivencia. Una experiencia y vivencia doblemente adquirida. Obtenida en el seno de su familia y en la práctica de sus misiones entre las gentes de los Gondi. Los campesinos, pues, tienen le, una fe sencilla; una fe abierta a Dios y a los planes de Dios. Y acogen los acontecimientos de sus vidas con un talante muy distinto de los que viven apoyados en su ciencia o en su saber. Los misioneros, como los campesinos, deben vivir con sencillez, con una fe viva y confiada en Dios. Abundarán, entonces, en la gracia de Dios y en la paz que Dios otorga a los que viven de esa manera.
¿Habla Vicente de Paúl, exclusivamente, de experiencia humana? ¿No estará, más bien, haciéndose eco de esa experiencia que brota del vivir humano y del vivir la fe con sentido de Dios? Percibo, con meridiana claridad, que Vicente de Paúl apunta en este texto en la línea del segundo interrogante. Encuentro un aval para interpretarlo así en una conferencia que Vicente de Paúl tuvo con las damas de la caridad, hoy voluntarias de la caridad, con motivo de un problema urgente que era necesario resolver. Corría el año de gracia de1647, probablemente. Un problema grave se cierne sobre las caridades de París. ¿Habrá que abandonar la obra de los niños expósitos? Según nos consta, Vicente de Paúl se preparó a conciencia. Repasó los logros alcanzados, el número de niños salvados de la muerte y de la explotación. Y concluyó con estas palabras:
Bien, señoras, la compasión y la caridad le han hecho adoptar a estas pequeñas criaturas como hijos suyos; ustedes han sido sus madres según la gracia desde que les abandonaron sus madres según la naturaleza. Dejen ahora de ser sus madres para convertirse en sus jueces; su vida y su muerte están en manos de ustedes; voy a recoger ahora los votos y sus opiniones; va siendo hora de que pronuncien ustedes su sentencia y de que todos sepamos si quieren tener misericordia con ellos. Si siguen ustedes ofreciéndoles sus caritativos cuidados, vivirán; por el contrario, si los abandonan, morirán y perecerán sin remedio; la experiencia no nos permite dudar de ello.
La experiencia no nos permite dudar de ello, dice Vicente de Paúl. Experiencia de muerte, si no se les asiste; experiencia de vida, si se les ofrecen los medios necesarios para que puedan seguir viviendo, y viviendo con dignidad. Nadie de entre nosotros duda de que si se atiende al necesitado, éste vivirá; y si se le abandona a su destino, fallecerá sin remedio. Esta experiencia, entonces, no es sólo una experiencia física, natural, meramente humana. Está cargada, también, de trascendencia, de fe. Porque quien no se ha dejado impactar por la bondad y la misericordia de Dios no será capaz de mirar con ojos de fe, con ojos cristianos al otro, al hermano, ya que, sin ese acicate de fe, si no puede sacar de él algún beneficio, se olvidará de él y poco le importará que siga viviendo. Aquellas compasivas voluntarias de la caridad, en la toma de su decisión última, no se dejaron impactar únicamente por la experiencia humana de la vida o muerte de aquellos niños; intervino, también, la fe. Las palabras de Vicente de Paúl hicieron vibrar en su interior las resonancias y exigencias de su fe cristiana.
En esa misma dirección, pienso, apunta una carta de Vicente de Paúl a Luisa de Marillac fechada, probablemente, en 1630. En dicha carta va desgranando Vicente de Paúl un conjunto de argumentos para conducir bien una cofradía de la caridad o, por el contrario, encaminarla a la ruina. Rubrica sus argumentos con esta afirmación: «La experiencia nos hace ver que es absolutamente necesario que las mujeres no dependan en esto de los hombres, sobre todo por la bolsa”. De nuevo nos topamos con la palabra experiencia. Se trata de una experiencia real, tangible, observable, experimentada. Pero, ¿no poseerá también, aunque de manera velada, otras dimensiones de la palabra experiencia, de su sentido? Me inclino a pensar que sí. Percibo también en el contexto de la frase que en este caso, experiencia, connota rasgos religiosos, trascendentales.
Podría seguir aportando textos y más textos al respecto. Pero no se trata de eso. Sin embargo, no me resisto a aportar algunos documentos, probablemente más claros, en los que fe y experiencia se encuentren más imbricadas, más dependientes la una de la otra. Vicente de Paúl había enviado a la ciudad de Roma, como superior de la comunidad y como representante suyo para las gestiones en la curia pontificia al padre Bernardo Codoing. Poseemos una buena correspondencia al respecto. En muchas de esas cartas aparece como telón de fondo la vivencia de fe y el modo de proceder nuevo de Vicente de Paúl. Desde esa vivencia de fe, exige, corrige, anima a su representante. Bernardo Codoing es una persona trabajadora y competente, pero se muestra, en ocasiones, un poco precipitada y muy rápida en la toma de sus decisiones. Y eso le molesta a Vicente de Paúl porque parte de su propia experiencia, y adónde le habían conducido sus prisas y sus ambiciones. Antes de ser destinado a Roma, Bernardo Codoing ejerció como superior de la comunidad de Annecy. Y a dicha ciudad le envía una carta el 7 de diciembre de 1641. Toda la carta es un vivo ejemplo de esa combinación entre fe y experiencia en la vida de Vicente de Paúl. En vez de copiarla íntegramente, entresaco algunas frases al respecto:
Si usted me hubiera escrito diciéndome sus intenciones y sus razones, yo las hubiese pensado delante de Dios,
Le ruego que no vuelva a hacer nada semejante sin escribirme
Haga el favor de corregirse de esa rapidez en resolver y decidir las cosas
Al repasar por encima todas las cosas principales que han pasado en esta compañía, me parece, y esto es muy elocuente, que si se hubieran hecho antes de lo que se hicieron, no habrían estado tan bien hechas
Siento una devoción especial en ir siguiendo paso a paso la adorable providencia de Dios
Y concluye dicha carta con estas palabras:
Y el único consuelo que tengo es que me parece que ha sido solo nuestro Señor el que ha hecho y hace continuamente las cosas de esta pequeña compañía. En nombre de Dios, padre, atengámonos a ello, con la confianza de que nuestro Señor hará todo lo que él quiera que pase entre nosotros. Así lo espero de su bondad y de la atención que usted pondrá en seguir la súplica tan humilde y afectuosa que le hago por el amor de nuestro Señor…
Seguir los pasos de la adorable providencia de Dios, he aquí el lema que tiene para su vida Vicente de Paúl y que desea que se convierta en el principio de acción para los suyos. Él, durante mucho tiempo, también se dejó llevar por las prisas y por querer enmendar la plana a Dios. Pero de aquello sólo le quedan recuerdos de fracaso tras fracaso, vacío tras vacío. Sin embargo, después de haber abandonado su ambición y de haberse dejado llevar por Dios en la entrega total para el servicio de las pobres gentes del campo, es posible hacer otra afirmación. Por eso mismo, éste es mi consuelo: Dios ha hecho las cosas cuando las he puesto en sus manos. Y, apoyándome en ello, le ruego, padre Bernardo, que haga usted lo mismo, pues esta es mi fe y mi experiencia.
En el mes de enero de 1642, Vicente de Paúl comunicó a Bernardo Codoing que iba como superior a la comunidad de Roma. Desde ese momento, la correspondencia entre ambos debió de ser muy fluida y constante; de hecho, se conservan, como ya señalaba más arriba, bastantes cartas de Vicente de Paúl. Corría el mes de marzo de 1643, cuando Vicente de Paúl le escribe una nueva carta. Entre otras cosas, le amonestaba:
En nombre de Dios, padre, aleje de sus preocupaciones las cosas ajenas y demasiado lejanas y que no le conciernen, y ponga todo su cuidado en la disciplina doméstica. Lo demás ya irá llegando a su debido tiempo. La gracia tiene sus ocasiones. Pongámonos en manos de la providencia de Dios y no nos empeñemos en ir por delante de ella. Si Dios quiere darme algún consuelo en nuestra vocación, es éste precisamente: que creo que al parecer hemos procurado seguir en todas las cosas a la providencia y que no hemos querido poner el pie más que donde ella nos lo ha señalado. Sea muy cordial con todos y no ahorre esfuerzo alguno en asistir a los enfermos de la compañía.
Una vez más, Vicente de Paúl remite a su fe y a su experiencia como medio válido para avanzar por los caminos del querer de Dios. Y una vez más corrige con dulzura y cariño las constantes prisas de su misionero. Parece ser que en esta ocasión Bernardo de Codoing tenía prisas por fundar un seminario en Roma. De ahí que le diga «aleje de sus preocupaciones las cosas ajenas y demasiado lejanas y que no le conciernen». Antes de hacerlo, es necesario ponerse en manos de la providencia de Dios, sin empeñarnos en ir por delante de ella. Ella siempre ha marcado el rumbo y ha puesto la marcha adecuada en todo lo que en la compañía se ha hecho; por eso es necesario seguir dejándose guiar por ella. Mientras tanto, lo que cabe hacer es rezar, dejar el tema en manos de Dios, pensar nosotros en el problema y analizar propuestas y situaciones, confiar plenamente en Dios y abandonarse totalmente a sus disposiciones que llegarán cuando tengan que llegar. Y, durante ese tiempo, trabajar y cuidar en lo que sí nos concierne en estos momentos: cuidar de la disciplina doméstica y asistir a los enfermos de la comunidad.
Por otra parte, existían contactos y buenas expectativas para poder fundar en Barcelona, creando un seminario para misioneros y otro para externos. Pero algunos contactos no terminan por cerrarse. Una vez más, Vicente de Paúl le pide calma en carta del 14 de abril de 1644. La idea, una y otra vez, es la misma. Estas son algunas de sus palabras:
No tengamos prisa por la extensión de la compañía, ni por las apariencias exteriores. El consuelo que me da nuestro Señor es pensar que, por la gracia de Dios, siempre hemos procurado ir detrás y no delante de la Providencia, que tan sabiamente sabe llevar las cosas hacia el fin para el que nuestro Señor las ha destinado. Ciertamente, padre, nunca he visto mejor que ahora la vanidad de todo lo contrario y la realidad de aquellas palabras del evangelio, que Dios arranca la viña que no ha plantado (Mt 15,13).
Las prisas nunca son buenas, adelantarse a la providencia de Dios mucho menos. Y dicha doctrina sigue siendo válida, incluso, cuando el fin parece bueno, honroso y útil. Dios es quien sabe llevar las cosas; por eso hay que dejarle actuar a él. Todo lo que pase de ahí resulta vano, carece de sentido y se vuelve estéril e inútil.
En esta visión de fe y en este caminar de la mano de la providencia de Dios, Vicente de Paúl se sirve no sólo de su experiencia personal o comunitaria. En ocasiones acude, también, a la experiencia de otros. Y se sirve de tales experiencias ajenas para orientar y conducir a los suyos. Otra vez, y no será la última, Bernardo Codoing se ha precipitado y ha comenzado a utilizar un préstamo que aún no se había hecho efectivo. La acción realizada, muy probablemente, iba encaminada a adquirir un edificio, aparentemente bonito y elegante. O, quizás, se había embarcado en un proyecto nuevo y poco conforme con el sentir y ser de la compañía: la creación de un seminario para adolescentes. Y como siempre, Vicente de Paúl, desde París, le envía una corrección cariñosal:
¿Qué vamos a hacer?, me dirá usted. Haremos lo que nuestro Señor quiere, o sea, mantenernos siempre pendientes de su Providencia, ya que él lo quiere así para nuestro mayor bien. El prior de los dominicos reformados de esta ciudad me dijo uno de estos días que el desastre de su casa empezó cuando quisieron independizarse de la Providencia, al tener buenos edificios y tener asegurados sus medios de vida. En nombre de Dios, padre, abandonémonos en manos de la adorable providencia de Dios y estaremos protegidos contra toda clase de inconvenientes que nuestras prisas nos podrían acarrear. No somos bastante virtuosos para poder soportar el peso de la abundancia y el de la virtud apostólica, y temo que nunca lo seremos, y que el primero arruinaría al segundo.
Para Vicente de Paúl, el comportamiento correcto camina siempre de la mano de la Providencia. Por eso será necesario mantenerse siempre pendientes de ella. Y hacerlo así nos llevará a alcanzar el mayor bien para nosotros, pues es así como lo quiere Dios. E independizarse de su voluntad o querer acarrea siempre, más tarde o más temprano, la ruina total. Por eso, lo mejor, lo más conveniente y necesario es abandonarse siempre en los brazos de la adorable providencia de Dios. Las prisas, las meras ideas propias, sólo traen inconvenientes y frustraciones. Y eso lo ha sufrido él en sus propias carnes yen su propio espíritu.
Pretendo concluir ya este elenco de datos. Y lo voy a hacer volviendo, una vez más, a la correspondencia mantenida entre Vicente de Paúl y Bernardo de Codoing. Esta nueva carta, de la que ahora echo mano, está fechada el 6 de agosto de 1644. Y parece insistir en un tema muy semejante al de la cita anterior. Veámoslo:
Veo por su carta del 10 que sigue usted pensando en educar a los niños hasta la edad de los 18 años en las humanidades, mientras que desecha la idea del seminario de eclesiásticos, así como también las propuestas relativas al trabajo con la juventud de Cataluña. Le diré, padre, lo que ya le he dicho en otras ocasiones, que me parece que resuelve usted con demasiada prisa las cosas. Ahora se pone a darle vueltas a la idea de los externos; y no le ocultaré que un señor de elevada condición me ha dicho lo mismo. Esto le pasa porque se preocupa usted continuamente de las ideas y de los medios para lograr algún progreso, y se apresura en su ejecución. Y cuando emprende usted alguna cosa que no le sale luego a su gusto, habla de cambiar, apenas se presentan algunas dificultades. En nombre de Dios, padre, piense en esto y en lo que le he dicho tantas veces, y no se deje llevar por los ímpetus de los movimientos del espíritu. Lo que nos engaña ordinariamente es la apariencia de bien según la razón humana, que nunca o muy raras veces se conforma con la divina. Ya le he dicho otras veces, padre, que las cosas de Dios se realizan por sí mismas y que la verdadera sabiduría consiste en seguir a la Providencia paso a paso. Esté seguro de la verdad de esta máxima, que parece paradójica: en las cosas de Dios el que anda con prisas, retrocede.
Muy bien sabía Vicente de Paúl que en las cosas de Dios quien anda con prisas, retrocede. Cuántos años de su juventud malgastó él buscando una cosa aparentemente buena, un honroso beneficio cargado de buenas rentas o un obispado que le diera para vivir él y su familia. Y, cada vez que lo intentaba, fracasaba, caía derribado; pero él, ingenuamente, volvía a intentarlo de nuevo. Bernardo Codoing le recordaba sus tiempos jóvenes. Hombre emprendedor, preparado, con muchas ganas de sobresalir y de prosperar ante las miradas de los hombres. Por eso mismo, una y otra vez le amonesta y corrige con amor paternal. Como cuando él era joven, Bernardo Codoing se muestra brioso, orgulloso, emprendedor. Pensaba que iba a conquistar el mundo con su actividad, y que todos se iban a caer rendidos a sus pies ante el éxito de sus empresas. Por eso, Vicente de Paúl deja caer sus consejos y enseñanzas: me parece que resuelve usted con demasiada prisa; continuamente está ocupado en ideas y medios para lograr algún progreso, y se apresura; cuando no le salen las cosas a su gusto o se le presentan obstáculos, habla de cambiar; no se deje llevar por su espíritu fogoso y pronto; piense y reflexione lo que en tantas ocasiones le vengo repitiendo. En pocas palabras, antes de actuar, conviene madurar las cosas hasta que caigan por sí mismas. La apariencia de bien lleva al error a la razón humana, y le hace equivocarse. Pues la mejor sabiduría consiste en seguir paso a paso la providencia de Dios. Que nadie lo olvide y que a nadie le quepa ya la más mínima duda, quien anda con prisas en las cosas de Dios, retrocede.
En esta carta Vicente de Paúl ha dejado impresas magistralmente su vivencia de fe y su experiencia. Y la ha expuesto para bien de otros, para que otros no caigan en su mismo error y no padezcan los graves desengaños que el sufrió en sus carnes y en su espíritu. Vicente de Paúl fue un hombre de fe, de fe viva y de fe comprometida. Pero alcanzó esa fe madura después de sus fracasos humanos, después de haber bregado duramente en su noche oscura. El apóstol Pablo ya había dejado dicho que sólo tiene valor la fe que actúa por la caridad, y el apóstol Santiago no dudaba en afirmar que la fe sin obras es estéril. Cuando Vicente de Paúl descubrió los requisitos verdaderos de la fe, se comprometió. Pues, creer no es sólo aceptar intelectualmente que Dios existe, sino una vinculación con él que compromete al creyente. Ninguno que se haya encontrado con Dios en Jesucristo, puede ser ya persona de fe auténtica sin comprometerse. Vicente de Paúl era creyente, pero creyente no en un Dios cualquiera, sino en el Dios que descubrió al salir de su noche oscura. Y ese fue, y es, el Dios de los pobres. A ese Dios de los pobres, sirvió fielmente el resto de sus años. Y procuró que otros le sirvieran con la misma solicitud.
Santiago Barquín
CEME 2010