Para comenzar, me ha parecido conveniente que volvamos a recordar juntos — como lo hago con las Hermanas del Seminario —qué se entiende por espiritualidad cristiana. Para esto, podemos ins­pirarnos en un extracto de la carta a los Romanos, en la que San Pablo habla de una vida según el Espíritu.

Para el cristiano, la espiritualidad es la « vida según el Espíritu de Jesús », este Espíritu que le hace creer en Jesucristo, que le lleva a amar como Jesucristo, a comprometerse a la manera de Jesucristo. En efecto, el Espíritu Santo conduce progresivamente al cristiano a reproducir la manera de vivir y de obrar de Jesús, a hacer suyo su estilo de vida, su calidad de existencia, a vivir cada vez más en cohe­rencia con la lógica del Amor Trinitario. Vivir según el Espíritu sig­nifica, pues, dejarse trabajar, inspirar, conducir por el mismo Espí­ritu que trabajó, inspiró y condujo a Jesucristo. Esta acción del Espí­ritu Santo invade a toda la persona: corazón, cuerpo, espíritu, con su afectividad, su psicología, su comportamiento, sus relaciones, etc…

Como escribe Juan Pablo II en la Exhortación postsinodal « Vita Consecrata » (1996, n° 93): «La vida espiritual, entendida como vida en Cristo, vida según el Espíritu, es como un itinerario de progresiva fidelidad, en el que la persona consagrada es guiada por el Espíritu y conformada por Él a Cristo, en total comunión de amor y de servicio en la Iglesia. Todos estos elementos, calando hondo…, generan una espi­ritualidad peculiar, esto es, un proyecto preciso de relación con Dios y con el ambiente circundante, caracterizado por peculiares dinamismos espirituales y por opciones operativas que resaltan y representan uno u otro aspecto del único misterio de Cristo» (V.C. 93).

La referencia central para una espiritualidad cristiana, es pues Cristo tal como lo presentan los cuatro Evangelios. Y cuando habla­mos de espiritualidad en plural, queremos subrayar maneras singu­lares de seguir a Cristo. Todos los cristianos no tienen las mismas intuiciones para la misión ni los mismos carismas. Todos no tienen, por tanto, los mismos interrogantes ni los mismos desafíos que afrontar. Los cristianos tienen sensibilidades distintas, caracterizadas por espiritualidades que manifiestan enfoques diferentes del mundo y del hombre. Es la riqueza de la Iglesia.

En la exposición que va a seguir, me propongo abordar nuestra espiritualidad de Hijas de la Caridad a partir de la dimensión del Misterio de la Encarnación Redentora. Esta manera de amar a Jesu­cristo marcó profundamente a nuestros Fundadores y hoy sigue siendo un desafio para nuestro mundo contemporáneo.

Mi intervención se hará en dos tiempos:

– En un primer momento, me detendré en la espiritualidad de la Hija de la Caridad a la luz de la de los Fundadores;

– En un segundo tiempo, veremos cómo nuestra espirituali­dad permite afrontar desafíos todavía hoy.

 

  1. La espiritualidad de la Hija de la Caridad

Todo fundador tiene su manera propia de leer y de descubrir el Evangelio, de asimilar, de actualizar y de vivir ciertos rasgos carac­terísticos de Cristo. Las líneas fuerza de nuestra espiritualidad de Hijas de la Caridad se desprenden de esta manera particular como los Fundadores se sintieron interpelados por Jesucristo e invitados a participar en su vida y en su misión.

  1. Una espiritualidad bautismal

Como todo bautizado, las Hijas de la Caridad están llamadas a la plenitud de la vida cristiana. Toda nuestra vida de Hijas de la Cari­dad se enraiza en nuestro bautismo. Por el bautismo, las Hijas de la Caridad son incorporadas a Cristo y consagradas a Dios: « Como hijas de Dios por el Bautismo y miembros del Cuerpo Místico, las Hijas de la Caridad se dirigen al Padre, por el Hijo, en el Espíritu. Aspiran a vivir en diálogo continuo con Dios, poniéndose en sus manos en una actitud de confianza filial y de sumisión a su Providencia… » (C. 2,2).

Los Fundadores nos recuerdan con insistencia que ser « buenas Hijas de la Caridad» es ser buenas cristianas (SV IX, 127 / ES IX, 132).

En la línea de la consagración bautismal, nos comprometemos a vivir y actuar con el espíritu de Jesucristo. « Cuando se dice que el Espíritu Santo actúa en una persona, quiere decirse que este Espíritu, al habitar en ella, le da las mismas inclinaciones y disposiciones que tenía Jesucristo en la tierra, y éstas le hacen obrar, no digo que con la misma perfección, pero sí según la medida de los dones de este divino Espíritu» (SV XII, 108 / ES XI, 411).

Por tanto, no es posible hacer lo que Cristo hizo sino a con­dición de ser lo que Él fue. « … el que viese la vida de Jesucristo vería sin comparación algo semejante en la vida de una Hija de la Caridad» (SV IX, 592 / ES IX, 534).

Según la experiencia de fe de los Fundadores, el espíritu de humildad, de sencillez y de caridad es la expresión concreta del Espíritu de Jesucristo que debe animar nuestra vida de Hijas de la Caridad. «Dios quiere que las Hijas de la Caridad se dediquen particularmente a la práctica de la humildad, la sencillez y la caridad» (SV IX, 596/ ES IX, 537).

Revestidas del Espíritu de Jesús Servidor, nos arriesgamos a vivir con Él, como Él, a seguirlo, a reproducir su manera de vivir y de obrar, a imitarlo.

  1. Una espiritualidad cristocéntrica

Todo cristiano está llamado a seguir a Cristo y a imitarlo, pero se le ofrecen varios caminos para llevar esto a la vida. Como Hijas de la Caridad, estamos llamadas a seguir a Cristo como los Fundadores lo descubrieron a través de su experiencia espiritual: « La regla de las Hijas de la Caridad es Cristo, al que se proponen imitar bajo los rasgos con que la Escritura lo revela y los Fundadores lo descubren: Adorador del Padre, Servidor de su designio de Amor, Evangelizador de los Pobres » (C.1.5).

9.1. Seguir a Cristo tal como los Fundadores lo descubrieron

Contemplamos a Cristo como Adorador del Padre, totalmente orientado hacia el Padre, y como Servidor del designio de amor del Padre, de la obra de redención para la que fue enviado. Nos unimos a Él en su manera de dirigirse, particularmente a los pequeños y a los pobres, como Evangelizador de los Pobres. Estos tres rasgos de la fisonomía de Cristo deben ser leídos en su profunda unidad: si Jesús es Evangelizador de los Pobres, es que es Servidor del Designio de amor de su Padre sobre la Humanidad. Y si es ese perfecto Servidor, es porque su personalidad está toda entera centrada en el Padre.

  1. Y continuar su misión

No nos basta con contemplar los rasgos característicos descu­biertos por los Fundadores, se trata también de actualizarlos en nues­tra vida, a través de nuestra vida de siervas de los Pobres. Para esto, escogemos vivir total y radicalmente los Consejos Evangélicos de cas­tidad, de pobreza y de obediencia que nos hacen disponibles para el servicio a Cristo en los Pobres. Toda nuestra vida está marcada por el don total a Dios. Esto implica un continuo desprendimiento de noso­tras mismas: « ¿Qué dice una Hija de la Caridad al hacer el voto de pobreza, castidad y obediencia? Dice que renuncia al mundo, que des­precia todas sus hermosas promesas y que se entrega a Dios sin reserva alguna» (SV X, 215 / ES IX, 821).

  1. Una espiritualidad en referencia al misterio de la encarnación redentora

Según nuestros Fundadores, el centro de nuestra vida es la per­sona de Cristo, el Dios encarnado en la historia de los hombres para salvarlos. Durante toda su vida, contemplaron este Misterio de la Encarnación atravesado por el misterio de la Cruz: « Contemplan a Cristo en el anonadamiento de su Encarnación Redentora, maravillán­dose de que Dios, en cierto modo, no pueda o no quiera estar nunca separado del hombre’» (Sta. Luisa) C 2,2.

Nuestros Fundadores honraron a Jesucristo:

  • en su Encarnación, viviendo y actuando en medio de los hombres para salvarlos;
  • en su Redención, dando su vida por ellos.
  1. El misterio de la Encarnación o Cristo encarnado

Toda nuestra vida está fundada en la fe en el misterio de la Encarnación que es la mayor expresión de la Misericordia de Dios para con los hombres. « Tanto amó Dios al mundo que le dio a su Hijo Único » (Jn 3,16). La Encarnación manifiesta a los hombres la pro­fundidad del misterio de Dios. Revela definitivamente quién y cómo es Dios. Cristo se encarna para que Dios esté cercano a los hombres hasta el punto de hacerse realmente uno de ellos. « Se hizo en todo semejante a los hombres menos en el pecado », nos dice San Pablo.

El acto de despojamiento y de anonadamiento de Cristo revela la manera humilde de Dios de hacerse cercano a los hombres, ha­ciéndose uno de entre ellos, pequeño y dependiente. Jesús es no solamente «Dios entre nosotros », sino también « Dios para nosotros ». A ejemplo de nuestros Fundadores y aprendiendo de ellos, contem­plamos a Jesús Encarnado:

– que está presente y actúa en una época y un lugar deter­minados;

– que da su vida para salvar a los hombres.

  1. a) Jesús Encarnado, un hombre que está presente en una época y en un lugar determinados

Meditando el misterio de la Encarnación, nuestros Fundadores contemplan la inserción humilde de Jesús en un medio familiar, pro­fesional y social.

Su humanidad

Su infancia: Los Fundadores contemplaron la pobreza del Niño en el Pesebre. « ¿Y no vemos también cómo el Padre eterno, al enviar a su Hijo a la tierra para que fuera la luz del mundo, no quiso sin embargo que apareciera más que como un niño pequeño, como uno de esos pobrecillos que vienen a pedir limosna…? » (SV XI, 377 / ES XI, 263).

Para Santa Luisa, el estado de infancia del Hijo de Dios «da más libre acceso» para ir a Él. «… de su Infancia alcanzarán cuanto nece­siten para llegar a ser verdaderas cristianas y perfectas Hijas de la Cari­dad si le piden su Espíritu» (Santa Luisa, Correspondencia y Escritos: C. 712).

Su vida en Nazaret: Nuestros Fundadores se admiran ante el hecho de que el Verbo eterno hecho hombre pase la mayor parte de su vida en la oscuridad y dedicado a las tareas más ordinarias de la vida. La vida en Nazaret representa lo esencial de la vida de Jesús, es el lugar del trabajo silencioso, anónimo. «Honrar el estado desconocido, la vida oculta del Hijo de Dios» (SV I, 87 / ES I , 149). «… el Hijo de Dios, al hacerse hombre, quiso llevar una vida común para conformarse a los hombres… Tenía también la misma forma de obrar, caminaba como nosotros, trabajaba como nosotros… quiso injertarse en nuestra na­turaleza para unirnos a él; se hizo hombre para hacernos ver, por su forma de vivir, cómo hemos de vivir nosotros…» (SV XII, 250, 251/ES XI, 543). A una Hermana que comienza una nueva obra, Santa Luisa le aconseja que contemple la vida oculta de Jesús en medio de su pueblo: «Honrar el ‘no hacer’ del Hijo de Dios» (S.L. Con. y Escr. C. 704, a Sor Ana Hardemont); «importa no despreciar el ‘no ha­cer’ de la vida oculta del Hijo de Dios…» (SV IX, 18; 27 / ES IX, 37; 44).

Para los Fundadores, se trata de amar en la vida cotidiana, de hacer bien las cosas ordinarias de la vida, incluidas las tareas apa­rentemente pequeñas e imperceptibles.

Su vida de Fe: «Jesús, Adorador del Padre»

San Vicente está marcado por la actitud de familiaridad que Jesús tiene con Dios y por su intimidad inigualable entre Él y su Padre. Jesús es «religión con relación a su Padre y caridad con relación a los hombres» (SV VI, 393 / ES VI, 370). Totalmente orientado hacia el Padre, Jesús está también totalmente orientado hacia los hombres. Para nuestros Fundadores, se trata de vivir en unión constante con Dios para reconocer su presencia operante, no solamente en la ora­ción, sino también en el corazón y en la vida de los hombres.

Su combate espiritual: «Jesús, Servidor del Designio de Amor del Padre»

Nuestros Fundadores meditaron detenidamente en los gestos de humildad de Jesús a lo largo de su vida pública, tanto al principio de su ministerio cuando se inclina ante su precursor, como ante sus apóstoles cuando se abaja para lavarles los pies. «Debo recordar que la humildad que Nuestro Señor practicó en su Bautismo, es para servirme de ejemplo que debo imitar…», dice Santa Luisa.

Para nuestros Fundadores, Jesús no busca más que la voluntad de su Padre. « Su norma (de Nuestro Señor) era cumplir la voluntad de su Padre en todo, y dice que para ello bajó a la tierra, no para hacer su voluntad, sino la del Padre » (SV XII, 154 / ES XI, 449). En el de­sierto, el Diablo trata de ponerlo en peligro. Lo tienta no solamente en su misión, sino sobre todo en la manera de realizarla. Jesús rehusa todo poder terrestre, todo éxito mundano, toda riqueza, para proclamar la primacía de Dios. Escogió libremente entrar en la vía oculta y sencilla del deber cotidiano: «El Hijo de Dios quiso ser pobre!…» (SV X, 205 / ES IX, 813); «Nuestro Señor quiso hacer todas las acciones de su vida por obediencia» (SV XII, 426 / ES XI, 688).

Para nuestros Fundadores, se trata de seguir a Cristo pobre, casto, obediente, llevando el combate contra el espíritu de poder, de dominio, de popularidad, de dimisión, etc.

  1. b) Jesús Encarnado, un hombre que actúa para salvar a los hombres

Para San Vicente, Jesús es no solamente Adorador del Padre y Servidor de su designio de Amor, sino también Evangelizador de los Pobres. Jesús se encarnó para evangelizar y servir a los Pobres.

Jesús Evangelizador «de los Pobres» (Lc 4,18-19)

A través de su lectura del Evangelio de la Samaritana, Santa Luisa contempla todo el amor de Cristo hacia la humanidad peca­dora y entrevé su misión de reconciliación. (S.L. Corr. y Escr., E. 10, p. 675). Pero, ante la pobreza y la ignorancia del pueblo campesino, San Vicente contempla muy particularmente la prioridad que Jesús  concede a los pobres para expresar el amor de Dios hacia todos los hombres: « … el Hijo de Dios vino a evangelizar a los pobres » (SV XI, 315 / ES XI, 209). «Nuestro Señor Jesucristo, … al parecer, había esco­gido como tarea, al venir al mundo, asistir a los pobres y cuidar de ellos…» (SV XI, 108 / ES XI, 33). Para nuestros Fundadores, se trata de poner a los pobres en el centro de nuestra vida y de nuestras preo­cupaciones, de pensar y organizar nuestra vida en función de ellos.

Jesús, Evangelizador, por la Caridad

Nuestros Fundadores meditaron detenidamente sobre la manera de evangelizar a los pobres, principalmente a través de su «Caridad perfecta» que le hace arrodillarse ante los suyos para servirlos con un espíritu de humildad: «Nuestro Señor consumió sus fuerzas y su vida para el servicio del prójimo», dice Santa Luisa a las Hermanas de Nantes (S.L. 10.02.1657 – C. 571).

Lleno de compasión hacia todos los que sufren, Jesús curó a los enfermos, expulsó a los malos espíritus, reintegró en la vida social a todos los excluidos, para manifestarles la ternura de Dios: «Tenemos que imitar la vida y manera de obrar de Nuestro Señor que… pudo decir que había venido a la tierra no para hacer su voluntad, para servir y no para ser servido» (Ibid. 27.06.1645 – C. 129).

Para los Fundadores, lo que caracteriza la actitud evangelizadora de Jesús, es aquella que lo pone en actitud de servidor ante los hom­bres, incluso ante aquel que se opone a Él, Judas: «El Hijo de Dios se consumió por amor al Padre en el servicio a los Pobres». Para San Vicente y Santa Luisa, se trata de ponerse al servicio de la curación de todos los que sufren, a través de un servicio corporal y espiritual a fin de permitirles realizar su vocación de hijos del Padre y hacerse « amigos de Dios ».

  1. El misterio de la redención o Cristo Servidor

Nuestros Fundadores honraron a Cristo no solamente en su Encarnación, sino también en ese gran misterio de la Redención como el acto de Amor por excelencia. Contemplaron a Cristo bajo estos dos rasgos:

Cristo humillado, doliente;

Cristo Servidor que da su vida hasta el extremo por los hombres.

  1. a) Jesús humillado, el «Pobre», por excelencia

«Nuestro Señor, cuando estaba en la Cruz, ¡en qué sufrimiento estaba! Aunque sabía muy bien que era para la salvación de los hom­bres y para la gloria de Dios su Padre, sin embargo, fue atravesado de dolores y lleno de penas interiores hasta exclamar: ‘Padre, ¿por qué me has abandonado?».

Nuestros Fundadores contemplaron a Jesucristo humillado, escar­necido, despreciado, golpeado, flagelado, tomando sobre Él las violen­cias, las crueldades, las injusticias, las mentiras, para expiar todos los pecados y llevar al hombre al amor del Padre. Reconocieron el rostro de Dios a través de la humillación, del sufrimiento, de la incompren­sión y la crucifixión.

Para nuestros Fundadores, se trata de no dejarse desalentar por las contradicciones sino de ponerse en una actitud de espíritu de pobreza tal que Dios pueda amar y perdonar a través de nosotros.

  1. b) Jesús Servidor da su vida hasta el extremo por los hombres

«¿Podía dar testimonio de un amor mayor que muriendo… de la forma en que lo hizo?» (SV XII, 109 / ES XI, 411). «Miremos al Hijo de Dios: ¡qué corazón tan caritativo! ¡qué llama de amor!… Viniste a exponerte a todas nuestras miserias, […] a llevar una vida de sufri­miento y a padecer por nosotros una muerte ignominiosa; ¿hay amor semejante? ¿Quién podría amar de una forma tan supereminente? Sólo nuestro Señor ha podido dejarse arrastrar por el amor a las criaturas hasta dejar el trono de su Padre para venir a tomar un cuerpo sujeto a las debilidades. ¿Y para qué? Para establecer entre nosotros por su ejemplo y su palabra la caridad con el prójimo. Este amor fue el que lo crucificó y el que hizo esta obra admirable de nuestra Redención» (SV XII, 264-265 / ES XI, 555).

Jesús Servidor vive su misión con un amor tal que lo lleva a un desposeimiento de sí mismo para ser todo para los demás. Va hasta el extremo de su ofrenda y ya que ésa es rechazada, ir hasta el extremo lleva consigo la muerte. Nuestros Fundadores contemplaron en la Cruz la señal del amor infinito del Servidor que no se venga ni castiga, sino que perdona a sus verdugos y acepta el anonadamiento de sí. Es amando, sirviendo, salvando a los hombres en el anonada­miento y el don total de sí mismo en la cruz como Jesús asume el Designio de amor del Padre. Con ello nos aparece como « la fuente de amor humillado hasta nosotros» (SV XII, 264 / ES XI, 555).

Para nuestros Fundadores, se trata de entregarse sin reservas, sin restricción y sin retorno para el servicio de los pobres. La reflexión sobre el Misterio de la Encarnación Redentora de Cristo se prosigue naturalmente con el Misterio de la Resurrección. Si Cristo resucitado no tiene ya nada que hacer con el espacio y está fuera del tiempo, está sin embargo con nosotros para siempre hasta el fin del mundo (Mt 28,20). La vida del Resucitado abraza todos los lugares y todos los tiempos. Continúa amando este mundo, queriendo su bien y su salvación. Cristo Resucitado nos invita a estar con Él y en Él, a ver en su vida terrena el modelo de la misión entre los pobres para conti­nuarla.

  1. Una espiritualidad de sierva encarnada en el hoy de los hom­bres

Cristo resucitado continúa encarnándose hoy en el corazón y en la vida de los hombres. Según la espiritualidad de los Fundadores, continuamos la misión de Jesucristo. Como ellos, experimentamos a Cristo encarnado y redentor, que continúa estando presente y ope­rante en nuestra vida personal y en el corazón del mundo. Como ellos, respondemos a la llamada de Cristo que nos invita a continuar su misión entre los Pobres, ofreciéndole todo lo que somos y todo lo que hacemos, con una confianza continua en su divina Providencia (C 1,9). Para nosotras, Hijas de la Caridad, la actualización de la espi­ritualidad de los Fundadores se autentifica en una espiritualidad del servicio, enraizada en la Caridad.

La Constitución 2,1 (último §) dice que nuestra espiritualidad del servicio en el sentido amplio nos conduce progresivamente a una identificación con Cristo Servidor: «La imitación de Jesús Servidor es el fundamento que San Vicente y Santa Luisa proponen a las Herma­nas para vivir como buenas cristianas, para ser buenas Hijas de la Caridad».

La Constitución 1,10 indica que la vía según la cual debemos dejarnos conducir por el Espíritu de Cristo Servidor es la de las tres virtudes evangélicas de humildad, sencillez y caridad.

Para los Fundadores, hay un vínculo profundo entre las tres acti­tudes de Cristo Servidor tal como lo describe la Constitución 1,5 (Adorador del Padre, Servidor de su designio de Amor, Evangelizador de los Pobres) y las tres virtudes evangélicas que nos recomiendan. Las tres virtudes evangélicas caracterizan nuestra espiritualidad de siervas:

  1. La humildad, a ejemplo de Cristo Adorador del Padre:
  • la acogida del Espíritu de Jesucristo;
  • una mirada de fe sobre las personas y los acontecimien­tos.
  1. La sencillez, a ejemplo de Cristo, Servidor del Designio de Amor del Padre: una actitud de siervas para continuar a Cristo Servidor.
  2. La caridad, a ejemplo de Cristo Evangelizador de los Pobres: un servicio de todo el hombre y de todos los hombres.

Anne Prévost

Vincentiana, 2001