La cristología en la vida y pensamiento de san Vicente de Paúl

Francisco Javier Fernández ChentoFormación VicencianaLeave a Comment

CRÉDITOS
Autor: José Ignacio Fernández Hermoso de Mendoza, C.M. · Año publicación original: 1985 · Fuente: Estudios eclesiásticos, Vol. 60, Nº. 232-233, 1985 (Ejemplar dedicado a: Vida cristiana y Cristología) , págs. 115-134.
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Los estudiosos del «gran santo del gran siglo francés» no han de­dicado, que nosotros sepamos, el tiempo y la atención que merece la cristología tal como la concibió y, sobre todo, la vivió San Vicente de Paúl. La ausencia de investigaciones monográficas dedicadas «ex professo» a desentrañar el soporte cristológico de todas las grandes obras de caridad organizadas por Vicente de Paúl habrá que atri­buirla a la presentación desigual del tema en los escritos que el santo nos ha dejado o, en el peor de los casos, al olvido de sus segui­dores.

San Vicente de Paúl no fue un teólogo sistemático ni un genio teórico al estilo, por ejemplo, de Pedro de Bérulle. Fue un teólogo viviente. Y como tal, expresó sus más profundas convicciones y sen­timientos espirituales a través de las múltiples actividades que jalo­naron su vida: organización de caridades, misiones populares, funda­ción de la Congregación de la Misión y de las Hijas de la Caridad, formación del clero, dirección de conciencia, frecuentes conferencias y abundante correspondencia. Su primer biógrafo Luis Abelly, gran admirador del santo, nos dejó en el libro III de su obra un elenco de virtudes de San Vicente, sin que la cristología fuera tratada con especial relevancia.1 Tampoco Pedro Collet y Ulises Maynard biografiaron al santo con mejor fortuna a la hora de evidenciar la cristo­logía vicenciana.2 Ya adentrados en el siglo xx, el misionero Pedro Coste en su monumental biografía de San Vicente orientará sus con­sideraciones por caminos poco trillados hasta entonces y algo más novedosos a este respecto. Coste, todavía con gran timidez, interpreta al santo no sólo «desde sí mismo», sino también desde las influencias ambientales que en su día recibiera. Bajo el epígrafe general: la gracia y la naturaleza, de los capítulos 60-63, del volumen III, encontramos un horizonte hermenéutico vicenciano algo más amplio que en sus predecesores: fuentes de inspiración de San Vicente, voluntad de Dios e imitación de Jesucristo.3

Habrá que esperar, para una comprensión más global de las in­fluencias experimentadas por Vicente de Paúl en el campo amplio de su propia espiritualidad en general y, en particular, en las líneas bá­sicas de su cristología, a los investigadores de la espiritualidad francesa del siglo xvii, como Bremond, Cognet, Dodin, etc.

Marco de las comprensiones teológicas de san Vicente

San Vicente de Paúl participa de las corrientes espirituales, y en particular cristológicas, de su época. El punto de partida de sus com­prensiones cristológicas se encuentra en los estudios normales de la teología clásica de quienes accedían a una facultad eclesiástica en la época postridentina sin más pretensiones que las de prepararse para recibir las órdenes sagradas. Vicente de Paúl no sobrepasará al término de la carrera eclesiástica unas cuotas normales de saberes teológicos.

Habrá que esperar a los años, difíciles pero fecundos a la vez, que coinciden con su conversión y al tiempo inmediatamente posterior. Resulta difícil detectar los hilos ocultos del lento caminar de este hombre hacia un modo de vida más ajustado al evangelio. Fueron Dios y los sucesivos fracasos humanos quienes le condujeron por ca­minos insospechados a despegarse de las ambiciones materiales y a adentrarse por nuevos derroteros de santidad. El 17 de febrero de 1610 escribía a su madre en estos términos:

«La estancia que he de prolongar aún en esta ciudad de París para recuperar la ocasión de llegar a ser aún más, la cual me arre­bataron mis desastres, me es causa de fastidio por no poder ir a presentarle los servicios que le debo; pero es tanta mi esperanza en la gracia de Dios, que él ha de bendecir mi trabajo y ha de darme el medio de lograr un honesto retiro para emplear mis días junto a usted».4

Menos mal que los caminos de Dios son distintos de los caminos de los hombres. La gracia, que se sirve de los acontecimientos de la vida, reconducirá pronto los planes de Vicente de Paúl.

La acusación de robo por parte de su compatriota gascón el juez de Sore en una posada del barrio de Saint Germain de París, acaecida en 1609,5 y la fuerte tentación contra la fe padecida hacia 1611, coin­cidiendo con su estancia en la corte de la ex reina Margarita de Valois como capellán limosnero, fueron dos hitos decisivos que le llevaron a la conversión.

De hecho providencial podemos calificar sus primeros contactos en esta misma época con el fundador del Oratorio e introductor de las carmelitas en Francia, Pedro de Bérulle (1575-1629). Su primer encuen­tro tuvo lugar hacia 1610 y no cesarían los frecuentes intercambios hasta 1617. A partir de esta fecha la amistad será sustituida por un evidente distanciamiento. Dentro del marco de influencias recibidas por Vicente de Paúl de su maestro indiscutible, recordaremos las re­lacionadas con la materia que nos ocupa: la reorientación de su propia vida sacerdotal, el descubrimiento y la relación vivafry personal con Jesucristo. El cristocentrismo como pieza cláve de toda la espirituali­dad vicenciana se lo debe a Bérulle. La veneración al Verbo encarnado y a Jesucristo adorador del Padre son también herencia beruliana, que Vicente de Paúl apreciará siempre. Tal vez una fuerte acentuación por parte del discípulo de un Cristo evangelizador de los pobres le llevó a una lenta divergerkia con relación a su maestro, más atento éste a un Cristo objeto de contemplación.

«Vicente de Paúl no es un místico beruliano. Todos los térmi­nos que en Bérulle son puntos de partida para la especulación y contemplación, son en Vicente puntos de partida para la ac­ción».6

Será decisiva su relación con el santo Obispo de Ginebra San Fran­cisco de Sales, iniciada entre 1618 y 1619, y mantenida hasta la muerte del primero acaecida en 1622. San Vicente heredará de San Francisco de Sales algunas características tan acusadas de la espiritualidad sa­lesiana como son la mansedumbre y la afabilidad aplicadas a la di­rección de almas, el método de oración discursivo-afectivo, la indife­rencia, la presencia de Dios y la santificación en el estado laical.

«San Vicente de Paúl se introduce por los caminos de la vida espiritual de la mano de estos grandes maestros. Pero luego sigue su propio camino. Este está condicionado por su visión peculiar de Jesucristo como centro de la vida espiritual, lección que aprendió de Bérulle. Pero a eso añade un elemento original que no se da ni en la experiencia de Bérulle ni en la de San Francisco de Sales: su descubrimiento de los pobres».7

Del lado español San Vicente recibe beneficiosos influjos en lo con­cerniente a la vida ascético-espiritual del dominico fray Luis de Gra­nada (1504-1588). Vertidas a la lengua gala sus dos obras, el Libro de la oración y consideración (1554) y la Guía de pecadores (1556), San Vicente las manejará con frecuencia. El padre Granada será citado y recomendado en incontables ocasiones por el santo a los sacerdotes de la Misión y a las Hijas de la Caridad. Con anterioridad a cuanto decimos San Ignacio (1491-1556), a través del libro de los Ejercicios y de la espiritualidad ignaciana asumida por la Compañía de Jesús, a la que San Vicente tanto admiraba, influía decisivamente sobre la espiritualidad de nuestro santo. El fuerte cristocentrismo de San Ig­nacio y su devoción a la humanidad de Cristo, todo ello enmarcado e’n una eclesiología de corte apostólico, pasarán a ser factores deci­sivos de la espiritualidad vicenciana. Pero, tal vez, ninguno de los es­pirituales españoles repercutió más allá de los Pirineos tanto como Santa Teresa de Jesús (1515-1582). San Vicente de Paúl resultará be­neficiado en cuanto a su comprensión de la cristología gracias a la lectura de las obras de la santa castellana. La frecuente apelación por parte de Santa Teresa a la experiencia como maestra de la vida, a la relación dei alma con Dios a través de Cristo, el Hombre-Dios, y a la adoración de la humanidad del Salvador, entrarán de lleno en los esquemas cristológicos vicencianos.

Pensamos que la cristología de San Vicente no es deudora de la corriente espiritual renano-flamenca, iniciada por sus más reconocidos promotores en el siglo my, y proyectada posteriormente en los am­bientes franceses entre otros por el mismo Bérulle y, sobre todo, por el capuchino de origen inglés Benito de Canfield, quien publicó en 1609 la Regla de Perfección.8) Mal podía avenirse Vicente de Paúl con una espiritualidad abstracta que llevaba a la criatura a sumer­girse en Dios prescindiendo del Hombre-Dios-Jesucristo. Canfield, eso sí, proporciona a Vicente de Paúl una eficiente metodología a propósito para discernir la voluntad de Dios.

Consideramos más decisiva, como luego veremos, la influencia recibida por’ Vicente de Paúl de los representantes: de la «Devotio mo­derna». Nace esta corriente espiritual como reacción tcontra el idealismo exagerado de los nórdicos y sus altas especulaciones distanciadoras de la vida. La imitación casi literal de las virtudes de Jesucristo, el cristocentrismo práctico, la humanidad de Jesús, las formas sencillas de piedad, así como la traducción a la vida de las enseñanzas evan­gélicas, forman el cuerpo doctrinal de sus máximos representantes. San Vicente maneja la Imitación de Cristo de Tomás H. de Kempis, y la valora. Muchos rasgos de la cristología de los devotos pasarán a ser los propios de la cristología vicenciana. El distanciamiento se producirá por parte de Vicente de Paúl a la hora de imprimir a su cristología un sello eminentemente apostólico. Normal nos parece en quien había hecho suyo el lema cristológico de San Lucas: «evange­lizarse pauperibus misit me» (Lc 4,18).

«Igualmente el epígrafe ‘De contemptu mundi’, con que es co­nocida también la obrita de la Imitación, avisa de los peligros de las vanidades del mundo, pero las llamadas al silencio y al inte­riorismo para encontrar el Reino de Dios fueron interpretados por los devotos como un alejamiento del’ apostolado. Nazaret estimula más a los devotos por el trabajo del taller que por la predicación de Jesús en la sinagoga. Para ellos el Cristo doliente es más sugestivo que el Cristo evangelizador de los pobres; prefieren el si­lencio de los claustros a la catequesis de los pueblos».9

San Vicente de Paúl conecta con estas corrientes entremezcladas de espiritualidad de su tiempo, desiguales en cuanto a los acentos cristológicos, que con el paso de los años ensanchan o recortan su propio cauce, y a las que el santo va .a imprimir un sello personal. Conviene constatar antes de concluir este apartado un dato comple­mentario singularmente decisivo en el tema que nos ocupa: el con­tacto directo y asiduo de Vicente de Paúl con la Sagrada Escritura. Vicente de Paúl lee con frecuencia los evangelios. En sus páginas en­contró la respuesta adecuada para resolver los problemas de cada día.

«El Nuevo Testamento es indiscutiblemente su principal fuente de inspiración doctrinal. Las 829 citas traídas por San Vicente se reparten de esta manera: Evangelios, 512 citas; Hechos de los Após­toles, 24 citas; Epístolas de San Pablo, 251 citas; Epístolas cató­licas, 33 citas; Apocalipsis, 9 citas».10

Jesucristo descendiente del Padre

El Hijo de Dios para San Vicente es el que desciende del Padre, se encarna y se hace hombre por obra del Espíritu Santo, según lo entiende la formulación usual del Credo. En la época postridentina esta es la significación normal de los términos, que el santo acepta con frecuencia y naturalidad. Como cobertura y lugar de referencia «por arriba» de la cristología vicenciana encontramos, no faltaba más, el ámbito trinitario. Leemos en la Conferencia del 1 de enero de 1644, pronunciada ante las Hijas de la Caridad, y que trataba sobre el respeto mutuo:

«He pensado en la Santísima Trinidad, en la unidad de su esen­cia que nos hace ver la distinción de las tres personas en dos oca­siones: en la creación del mundo, cuando deliberaron para crear al hombre a su imagen y semejanza, y en la encarnación del Hijo de Dios venido a la tierra».11

Dios Trinidad se’ encuentra, pues; en el origen e iniciativa de la encarnación del Hijo de Dios venido a la tierra. Vicente de Paúl no desarrollará: teorías trinitarias ni entrará en disquisiciones teológicas. El techo de su cristología está en la Santísima Trinidad. De Dios Padre procede aquel a quien San Vicente llama Hijo de Dios.

«¿Hay algo que sea más conforme con lo que hizo nuestro. Se­ñor, bajando a la tierra para redimir a los hombres de la cautivi­dad del pecado y del demonio? ¿Qué es lo que hizo el Hijo de Dios? Dejó el seno de su Padre eterno, lugar de su reposo y de su gloria. ¿Y para qué? Para bajar aquí, a la tierra, entre los hom­bres, para instruirles por medio de sus palabras y de sus ejem­plos».12

En las expresiones que usa Vicente de Paúl cuando habla en tono catequético-espiritual a las Hijas de la Caridad, por ejemplo, encon­tramos una cristología explícitamente «descendente», «desde arriba», cual aparece en el Credo y él aprendió en sus años de estudios teoló­gicos. Comparativamente el Hijo de Dios en la tierra —subrayamos esta última expresión en la tierra— se lleva el palmarés de las alu­siones cristológicas del santo de los pobres. Pero, el punto de arranque de Jesús el Cristo que recorre los caminos de Palestina se encuentra en’ el ámbito trinitario de Dios. En la Conferencia del 11 de diciembre de 1644, dirigida a las Hijas de la Caridad, una de las Hermanas en el momento coloquial se expresaba en términos tales que eran un fiel reflejo del pensamiento del santo:

«He considerado que el día en que abandonó el seno del Padre, el Hijo de Dios dejó también sus delicias para sujetarse a las penas y sufrimientos».13

Vicente de Paúl no conoce otro Cristo que el relacionado con la Trinidad de Dios. En nada contradice su profunda estimación del Hombre-Dios-Jesús, el Cristo en la tierra, a la veneración y a las reite­radas alusiones al Padre. Pensamos que San Vicente implícitamente secunda el esquema paulino del himno cristológico de la Epístola a los Filipenses. Cristo «no retuvo ávidamente el ser igual a Dios, sino que se despojó de sí mismo, tomando condición de siervo» (Fil. 2,6-7). Jesucristo, proviniendo de las alturas trinitarias, se encarna y se sitúa al nivel mismo de la condición humana.

Una característica sumamente peculiar de la cristología de Vicente de Paúl se encuentra en los actos o mejor dicho en las actitudes per­manentes de Cristo con relación a Dios su Padre. Las reiteradas re­ferencias por parte del santo a la respuesta dialogal de Jesús, res­puesta que parte desde los más diversos condicionamientos de su vida terrena, a Dios Padre, nos permite pensar que Vicente de Paúl valora este matiz de la cristología. Así, Jesucristo en relación al Padre vive en estado de humildad y anonadamiento.

«¡Salvador mío, cuán grande es el amor que tenías a tu Padre! ¿Podía acaso tener un amor más grande, hermanos míos, que ano­nadarse por él? Pues, San Pablo, al hablar del nacimiento del Hijo de Dios en la tierra, dice que se anonadó».14

«El espíritu del mundo, que no es nada más que un espíritu de soberbia y de ambición y que no puede saborear las bajezas de Jesucristo».15

Los puntos de vista y las matizaciones en lo referente a la interre­lación del Hijo de Dios con el Padre y el Espíritu Santo se diversifican y ganan en concreción a medida que el santo diserta sobre el amplio abanico de temas diversos relacionados con la vida cristiana. Así, ha­blando de la oración, se pronunciará sobre la unión de Jesucristo con el Padre y el Espíritu Santo:

«Para ser dignos de que el Espíritu Santo venga a nosotros, hemos de tener una gran unión… para representar mejor la unión que el Espíritu Santo tiene con el Padre y el Hijo, y vaciar todas las potencias de nuestra alma de los afectos desordenados».16

El Hijo de Dios al encarnarse no hizo sino obedecer a los planes que el Padre había concebido:

«Tenemos muchos motivos para humillarnos en este punto al ver que el Padre eterno nos destina a lo mismo que destinó a su Hijo, que vino a evangelizar a los pobres y que indicó esto como señal de que era el Hijo de Dios y de que había venido el Mesías que el pueblo esperaba».17

Jesucristo presta en todo momento obediencia al Padre. Al exponer unos puntos sobre el afecto desordenado a sí mismo, decía San Vicente a las Hijas de la Caridad:

«Para deshacerme de estos defectos, mediante la gracia de Dios, tengo muchos deseos de honrar la forma de vivir del Hijo de Dios que, por hacer la voluntad de su Padre, no tenía ningún apego a las criaturas».18

«Así pues, Jesucristo no vino al mundo más que para cumplir la voluntad de su Padre, y durante toda su vida no hizo otra cosa».19

«Nuestro Señor nos ha dado ejemplo, al venir a la tierra para realizar nuestra redención y aplacar la íra de Dios mediante la obediencia».20

Explicando las Reglas Comunes a los misioneros, el 29 de septiem­bre de 1655, se expresaba así:

«El Hijo de Dios no hizo otra cosa en la tierra más que la voluntad de su Padre, siguió toda su vida las reglas de su divino Padre, aún cuando no las tuviese por escrito; porque las sabía an­tes de venir al mundo y se ofreció antes de venir para cumplirlas. Y las observó perfectamente en todas las cosas, pues no hizo nunca más que lo que sabía que era conforme a ellas y lo que era agra­dable a Dios».21

Jesucristo rinde veneración y glorifica al Padre. Es al Padre a quien corresponden las’ iniciativas divinas. Jesucristo así lo entiende:

«¿Hay una estima tan elevada como la del Hijo, que es igual al Padre, pero que reconoce al Padre como único autor y principio de todo bien que hay en él?».22

Toda la vida de Jesucristo es un acto continuo de glorificación del Padre. Así lo reconoce San Vicente el 13 de diciembre de 1658 ante los misioneros:

«Pero, ¿qué es el espíritu de nuestro Señor? Es un espíritu de perfecta caridad, lleno de una estima maravillosa a la divinidad y de un deseo infinito de honrarla dignamente, un conocimiento de las grandezas de su Padre, para admirarlas y ensalzarlas ince­santemente».23

¿Y qué decir sobre la confianza del Hijo de Dios para con Dios el Padre?

«El Hijo de Dios, que debe ser nuestro modelo, tuvo una con­fianza tan grande en su Padre eterno que emprendió la salvación de los hombres apoyado en este fundamento, ya que, en cuanto hombre se reconocía incapaz de llevar a cabo esta obra».24

Estas son algunas de las actitudes más acentuadas por Vicente de Paúl sobre la práctica del Hijo de Dios encarnado en relación con el Padre: la obediencia, la humildad, la confianza y la búsqueda en todo momento de cuál sea la voluntad del Padre.

Jesús se postra en oración no sólo para darnos ejemplo, como se repite en ocasiones, sino ante todo porque sentía verdadera necesidad de dirigirse al Padre en las múltiples circunstancias de la vida:

«El Hijo de Dios nos da ejemplo de ello, al recurrir a la ora­ción en las necesidades de la vida humana».25

«Dios mío, tú que has sido, durante toda tu vida un hombre de oración, que la hiciste desde tus primeros años, que conti­nuaste siempre y que finalmente te preparaste por la oración a enfrentarte con la muerte».26

Jesucristo ama intensamente al Padre:

«Hay que imitar al Hijo de Dios que no hacía nada sino por el amor que tenía a Dios Padre».27

El amor filial al Padre y la práctica habitual del diálogo oracional, confiado y vivido desde su condición de Hijo de Dios encarnado y presente en este mundo, culminan toda la relación de Jesucristo con el Padre. San Vicente no resta importancia sino que valora la huma­nidad de quien, venido de los ‘cielos, se dirige al Padre desde sus propias y normales limitaciones humanas. La voluntad de Dios es para Jesucristo búsqueda de la voluntad de Dios; la obediencia y la humildad se tornan actitudes duraderas de quien se siente necesitado; la oración brota de los labios de Jesús al socaire de las circunstancias imprevistas que le llaman a esta práctica imprescindible.

Jesucristo: el Hijo de Dios en la tierra

San Vicente no contempla únicamente a Jesucristo como adorador del Padre, sino ante todo como quien actúa e interviene desde dentro del mundo y mira a ese mundo. El Cristo de las preferencias vicen­cianas es el Cristo de los evangelios sinópticos, el Cristo terreno. Ese Jesús que .comienza su humanización con la encarnación y con­cluye el periplo de su vida con la muerte. Vicente de Paúl pone de relieve con una intensidad inusitada la entidad de Jesús-Cristo-Hombre en su recorrido por la vida, desde su encarnación-nacimiento hasta la muerte-resurrección. Así le oiremos pronunciar en reiteradas ocasiones frases semejantes: «Misterios de la vida, muerte y pasión del Señor»,28 «Nuestra vocación es conforme con la vida que el Hijo de Dios llevó en la tierra»,29 «Para ser Hija de la Caridad hay que hacer lo que hizo el Hijo de Dios ‘en la tierra»,30 «Habéis sido escogidas para imitar su santa vida en la tierra»,31 «Por el servicio a los pobres honramos lo que el Hijo de Dios hizo en la tierra y su santa huma­nidad».32

La vida del Hijo de Dios en la tierra comprende uno a uno todos los pasos dados por su santa y adorable humanidad:

«Hermanas mías, nuestra regla dice que entonces podéis imi­tar los misterios de la vida de nuestro Señor, su encarnación, su natividad, su vida en Nazaret, como obediencia a su santa madre y a San José, y en fin, todos los demás pasajes de la vida del Hijo de Dios, desde su nacimiento hasta su muerte; y finalmente cómo subió a los cielos».33

Para Vicente de Paúl Jesucristo es Jesús de Nazaret. Si hubiera que caracterizar con la terminología actual el rasgo más peculiar de la cristología vicenciana, no dudaríamos en calificarla de cristo-logia «desde abajo», «ascendente». La santa humanidad de Jesucristo es, para Vicente de Paúl, la del mismo Dios encarnado, lugar de en­cuentro de Dios con el hombre y del hombre con Dios; en todo caso puerta de acceso hacia el Padre. Vicente de Paúl no conoce otro Cristo que el Hijo de Dios venido a este mundo. Celebramos cons­tatar en la actualidad una recuperación en la reflexión teológica de la humanidad de Cristo:

«La clara legitimidad teológica del interés por la humanidad del Señor, muestra por sí misma que existe la salida hacia su di­vinidad. Y resulta muy significativo el hecho de que ya en el Nuevo Testamento disponemos de un paradigma de este proceso, y nada menos que en el nacimiento de sus libros fundamentales: los evangelios. El género literario evangélico nació en efecto como reacción contra el peligro de la disolución «entusiasta» del Jesús concreto en aras de un Cristo abstractamente espiritualizado: los evangelios recuperaron la humanidad de Jesús y ellos siguen siendo la fuente de nuestro acceso a su divinidad.34

Vicente de Paúl fue en este particular un adelantado; no contempló en su vida a otro Dios que al que se mostró a través de esta ventana entreabierta en los cielos por el Verbo encarnado que habitó entre nosotros. Así oímos al santo pronunciar palabras henchidas de realis­mo al parangonar los hechos y los dichos del Hijo de Dios en la tierra. La humanidad de Jesús no le impidió el paso hacia la creencia en lo trascendental. Al contrario, el talante personal de Vicente de Paúl se asemeja en este orden de cosas al de las primeras comuni­dades cristianas. Permítasenos corroborar cuanto decimos en este apartado con un testimonio del autor anteriormente citado:

«Y con cuanto más rigor logramos aproximarnos a la génesis misma de la conceptualización cristológica en los escritos del Nuevo Testamento, con mayor claridad advertimos que es siempre el misterio de su humanidad el punto decisivo de partida_ En ella y a través de ella: en la profundidad de su amor, en la autoridad de su palabra, en la generosidad de su enirega, experimentaren los primeros testigos la presencia inmediata de Dios; experiencia que la luz de la resurrección afirmó y profundizó».35

El aprecio al Cristo humanado aleja definitivamente a Vicente de Paúl de todo indicio de docetismo. Al contrario, le adecua para el ejercicio práctico de la caridad en favor de los pobres, considerados como miembros del mismo Jesucristo, Verbo de Dios encarnado en esta tierra, Dios cercano y entrañable hermano nuestro. En Vicente de Paúl, si nos atenemos a sus preferencias tantas veces manifestadas, el Jesús histórico fue considerado como un criterio primordial de toda su cristología. Tal vez haya que atribuir a este fuerte matiz de la cristología vicenciana su rechazo decidido de toda espiritualidad abstracta y, por el contrario, su esforzada conexión, sin que hubiera lugar a posibles manipulaciones cristológicas, con los sectores sociales más pobres a los que amparar y liberar en Cristo.

Imitación de Jesucristo

La imitación de Jesucristo es capítulo central en la cristología apli­cada según la entiende San Vicente de Paúl. Francisco Garnier se ha preocupado de clasificar los temas de espiritualidad entresacados de los escritos del santo. Bajo el epígrafe general Jesucristo: imitación de Jesucristo, encontramos conceptos, con varios centenares de citas bíblicas, en los que imitar a Jesucristo.36 La «Imitatio Christi» hasta los detalles insignificantes de la vida proporcionan a Vicente de Paúl seguridad doctrinal y práctica en sus numerosas actuaciones y empresas de toda clase: «Ante todas las cosas todos se esforzarán por fundarse en esta verdad, a saber: que la doctrina de Jesucristo nunca puede engañar; mientras que la del mundo es siempre menti­rosa».37 El cristocentrismo práctico es un estilo en Vicente de Paúl. Aconseja imitar a Jesucristo en todas las vertientes de la vida teolo­gal: el padecimiento, el trabajo, la obediencia, la pobreza, la humildad, los misterios de la pasión, la evangelización de los pobres, etc. Si aplicamos la terminología en uso en la moral bíblica diríamos que para, Vicente de Paúl los hechos y dichos de Cristo son el indicativo, es decir, el ser y fundamento, y las consecuencias que de ese para­digma» se deducen en orden a la práctica cristiana son el imperativo, o sea, el deber, que se plasma en hacer lo que hizo el Hijo de Dios en la tierra.

En la espiritualidad vicenciana, como bien afirma V. Pardo, Cristo no sólo no es el código que regula la vida de todo cristiano, sino que también es el modelo de todas sus acciones.38 Son palabras del santo:

«Nuestra vida debe estar oculta en Jesucristo y llena de Jesu­cristo; y para morir como Jesucristo es preciso vivir como Jesu­cristo».39

«Nuestro Señor Jesucristo es el verdadero modelo y el cuadro invisible sobre el cual hemos de ir plasmando nuestras accio­nes».40

Y no sólo las acciones, sino hasta los afectos y pensamientos se han de ajustar a este divino modelo:

«Esforcémonos en juzgar gas cosas como las juzgó Jesucristo. Así, llegada la ocasión, nos hemos de preguntar: ¿Cómo ha juzgado nuestro Señor tal y tal cosa? ¿Cómo se ha portado en tal y tal cir­cunstancia? ¿Qué ha dicho o hecho en tal o cual asunto? Y, según la respuesta, ajustemos nuestra conducta a sus máximas y ejem­plos. Este es el camino real por el que debemos marchar, seguros de que en él tenemos a Jesucristo por guía y conductor».41

En la dirección de los padres de la Misión y de las Hijas de la Ca­ridad es poco frecuente la invitación a imitar otras formas de vida espiritual propias de las órdenes religiosas, y esto en cuestiones ac­cidentales. Por el contrario, el recurso al ejemplo de Jesucristo y a la constelación de personajes bíblicos que le rodearon durante su vida mortal proporciona a sus comunidades, además de una peculiar seguridad, unos rasgos de peremne actualidad. En la mente de Vicente de Paúl Jesucristo y cuantos le siguieron de cerca, como son María y José, Juan Bautista, las santas mujeres y los apóstoles, forman un único cuadro teofánico, al que remitirse con toda frecuencia y natu­ralidad es de obligado cumplimiento.

El Concilio Vaticano II ha llamado a Jesucristo «Luz de las gentes». Y en’ el discurso de apertura de la segunda sesión de dicho Concilio Pablo VI pronunció estas palabras en la línea de cuanto decimos:

«Es conveniente, a nuestro juicio, que este Concilio arranque de esta visión, más aún de esta mística celebración, que confiesa que él, nuestro Señor Jesucristo, es el Verbo encarnado, el Hijo de Dios y el Hijo del hombre, el Mesías del mundo, esto es, la es­peranza de la humanidad y su único supremo Maestro».42

Faltaríamos a la verdad histórica si no afirmáramos que la imita­ción preferente de Jesucristo se centra, según Vicente de Paúl, en aquello que el Salvador practicó con más ahínco en ila tierra: la evangelización liberadora de los pobres. Vicente de Paúl no conoce otra clase de imitación de Jesucristo que la que conduce al trabajo apostólico y al servicio práctico de los pobres. Ni la repetición mi­mética de hechos, ni la contemplación abstracta, ni la simple valo­ración de ‘los estados de Cristo al estilo beruliano, ni el interiorismo inoperante de los devotos, entran en sus esquemas espirituales. Esto no es lo suyo. Lo suyo viene expuesto con acierto y precisión en estas palabras:

«El fin principal para el que Dios ha llamado y reunido a las Hijas de la Caridad es para honrar a nuestro Señor Jesucristo como manantial y modelo de toda caridad, sirviéndole corporal y espiritualmente en la persona de los pobres».43

A. Dodin afirma, creemos que con acierto, lo siguiente:

«El Cristo misionero pone en movimiento a todo y en ese mo­vimiento hay que colocarse. Todo hombre debe asociarse a esta misteriosa aventura del Verbo encarnado».44

Para corroborar lo expuesto hasta ahora transcribimos un texto de una de las conferencias pronunciadas por San Vicente ante las Hijas de la Caridad:

«Cuando sirváis a los pobres de esta forma, seréis verdaderas Hijas de la Caridad, esto es hijas de Dios e imitaréis a Jesucristo; porque, hermanas mías, ¿cómo servía él a los pobres? Les servía corporal y espiritualmente, iba de una parte para otra, curaba a los enfermos, y les daba el dinero que tenía y los instruía en la salvación. ¡Qué felices, hijas mías, que Dios os haya escogido para continuar el ejercicio de su Hijo en la tierra. El domingo por la mañana haréis oración sobre este tema, y consideraréis delante de Dios los motivos y razones por los que tenemos que servir a los pobres espiritual y corporalmente. Uno de los principales mo­tivos es honrar la santa vida humana de nuestro Señor, imitando sus acciones en este mundo».45

La imagen de Jesucristo en los pobres

El entorno espiritual de Vicente de Paúl, su fe, su estado de ánimo y sobre todo su cristología, están en la madurez de su sida total­mente medidos por los pobres en cuanto que estos son imagen y lugar de encuentro suyo con Jesucristo. Son muchas ya las voces de los expertos que desde diversos ángulos han destacado el cristocentrismo de Vicente de Paúl. No les faltan razones para formular tal principio. Lo cierto es que, al lado de ese peculiar cristocentrismo vicenciano, encontramos reveladoras las insinuaciones de quienes a la vez le ca­racterizan de humanista cristiano:

«De hecho, si la circularidad del pensamiento está formada por Cristo y los pobres, su centralidad es el hombre amado por Dios, cuya existencia está toda entera orientada hacia la consecución de Dios».46

«En términos bremondianos, habría que decir de la doctrina de Bérulle que es un cristocentrismo, y de la doctrina de Vicente que es un antropocentrismo nutrido de amor de Dios».47

Cuando han transcurrido más de dos tercios de toda una vida entregada por completo al servicio de los desdichados, el ejemplar misionero concentra cada vez más la atención en esos hombres con­cretos, los pobres, en quienes ve al mismo Jesucristo en persona. Razones humanas como es la simple compasión y motivaciones evan­gélicas extraídas del ejemplo de Jesucristo durante su vida en la tierra le llevaron a descubrir en los pobres la presencia peculiar de su Señor. Nada tan expresivo para traducir sus profundas vivencias como sus propias palabras:

«Cuando servís a los enfermos, tenéis que acordaros también de que es a nuestro Señor a quien representan».48

«Me acerco a los pobres para honrar en su personas a la per­sona de nuestro Señor; voy a ver en ellos a la sabiduría encarnada de Dios».49

«Adorar a nuestro Señor en las personas a las que vais a tratar».50

«Los pobres tienen el honor de representar a los miembros de Jesucristo, que considera los servicios que se les hacen como hechos a él mismo».51

«¡Qué felicidad, hijas mías, servir a la persona de nuestro Señor en sus pobres miembros».52

«Mirar siempre en su persona a la de Jesucristo».53

En nuestra vida de fe como cristianos no todos los acontecimientos mundanos iluminan por igual la existencia. Ciertos hechos nos sor­prenden con su fuerza teofánica y nos acercan a una más acertada comprensión de la verdad. Esta es la experiencia de Vicente de Paúl: los pobres son el acontecimiento. Diríase que con su indigencia y tembloroso desvalimiento le sobresaltan, le recuerdan a Jesucristo pobre, le acercan a él. La fe de Vicente de Paúl se mide con este parámetro: en los pobres y sólo a través de ellos, se encuentra el paso listo para descubrir y llegar a Jesucristo.

«Los pobres son para San Vicente el lugar de la fe: sólo en ellos encuentra a Jesucristo, y en Jesucristo al Dios vivo. Entre los pobres, dice el Vicente anciano, se encuentra la verdadera re­ligión. Siente, y lo dice al final de su vida, que ha sido evangelizado ,por ellos, o sea que a través de ellos ha aprendido por fin lo que significa el verdadero evangelio y lo que significa la verdadera fe. No tiene ya otra seguridad en su vida que la dedicación a los pobres: incluso espera a través de ellos su propia salvación»… «desde que se convirtió hasta su muerte el Señor Vicente no ha tenido otra luz que la oscuridad de una búsqueda del verdadero Dios, el de Jesucristo, en los hombres que sufren».54

Este mensaje, mi evangelio, como gustaba decir Vicente de Paúl, ha encontrado suficiente eco en el Concilio Vaticano II:

«Cristo fue enviado por el Padre a evangelizar a los pobres, y levantar a los oprimidos (Lc 4,18), para buscar y salvar lo que estaba perdido (Lc 19,1); de manera semejante la Iglesia abraza a todos los afligidos por la debilidad humana, más aún, reconoce en los pobres y en los que sufren la imagen de su fundador pobre y paciente».55

En este rasgo de la cristología vicenciana se adivina una fuerte dependencia del texto de San Mateo: «Porque tuve hambre, y me dis­teis de comer; tuve sed, y me disteis de beber…; en verdad os digo que cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis» (Mt 25,35-40). El contacto con los pobres puri­ficó día a día la fe de Vicente de Paúl. Hijo de campesinos cristianos, se vio envuelto desde el comienzo de su vida en el ambiente propio de una familia piadosa. Pero la fe inicial necesita siempre retoques posteriores. En el caso de Vicente de Paúl, el aprecio y el sumo respeto a los necesitados de su tiempo le colocaron en la encrucijada desde la que descubrir con hondura a Jesucristo en los pobres.

«Como Jesús, la Iglesia animada por el espíritu de Dios debe primeramente dirigirse a los pobres. Esto lo merecen evidentemen­te a los ojos de la fe, pues son lugartenientes privilegiados de Dios. Son ellos quienes abren las puertas de la eternidad. Quien sepa volver la medalla verá en ellos la imagen viva de la vida y de la muerte de Jesús. Obran misteriosamente sobre vosotros».56

A Vicente de Paúl le encontró la hermana muerta en la casa de San Lázaro de París al amanecer del 27 de septiembre de 1660. Había alcanzado la edad de ochenta años. Con su muerte desaparecía un cristiano y un santo muy próximo, por su manera de amar a los pobres y enseñarles el camino de la liberación del mal y por el modo de comprender a Jesucristo el Hijo de Dios en la tierra, a muchos cristianos de nuestro tiempo afines también, por su modo de acerca­miento a los pobres y de matizar la cristología, a la llamada Teología de la Liberación. En un estudio posterior trataremos de resaltar los paralelismos y coincidencias a este respecto. En cualquier caso, el mensaje de Vicente de Paúl permanece hoy vivo en todo el mundo y sus palabras exhalan suaves fragancias evangélicas:

«Al servir a los pobres, se sirve a Jesucristo. Hijas mías, ¡cuánta verdad es esto! Servís a Cristo en la persona de los pobres. Y esto es tan verdad como que estamos aqví. Una hermana irá diez veces cada día a ver a los enfermos, y diez veces cada día encon­trará en ellos a Dios. Como dice San Agustín, lo que vemos no es tan seguro, porque nuestros sentidos pueden engañarse; pero las verdades de Dios no engañan jamás. Id a ver a los pobres con­denados a cadena perpetua, y en ellos encontraréis a Dios. Hijas mías, ¡cuán admirable es esto! Vais a unas casas muy pobres, pero allí encontraréis a Dios».57

Conclusión

Cuatro puntos básicos hemos considerado como los más caracte­rísticos de la cristología vivida por Vicente de Paúl desde su propia experiencia de fe: el Verbo de Dios hecho hombre, Jesucristo a su paso por la tierra, la imitación de Jesucristo y el aprecio de los pobres, pues el Hijo de Dios vino en persona a este mundo para evangelizarlos. Vicente de Paúl llegó con el paso de los años a perso­nalizar la fe en Jesucristo. De tal manera su propia respuesta alcanza tonos originales que, aún emanada de un hombre muy consciente de su pertenencia a la comunidad eclesial y a la marcha global del pen­samiento teológico postridentino, logró deslindar algunos núcleos di­ferenciables en su visión personal de Jesucristo. Entre todos ellos nos gustaría, a punto ya de concluir estas reflexiones, recordar uno: Jesucristo vino al mundo a evangelizar a los pobres, los pobres son un lugar teológico de la cristología. Resultará difícil, o mejor ‘dicho, será imposible estar hoy entre los seguidores de Jesucristo e incluso escribir una cristologia sin recabar en tan: sugerente parcela del dato revelado.

  1. L. ABELLY, La vie du vénérable serviteur de Dieu Vincent de Paul, Paris 1664, 3 vols.
  2. P. COLLET, La vie du saint Vincent de Paul, Nancy 1748, 2 vols.; U. MAYNARD, Saint Vincent de Paul. Sa vie, son temps, ses oeuvres, son influence, Paris 31886; Id., Vertus et doctrine spirituelle de saint Vincent de Paul, Paris 1864.
  3. P. COSTE, Le grand saint du grand siécle. Monsieur Vincent, Paris 1932, v. III, 333-430.
  4. P. COSTE, Saint Vincent de Paul: Correspondance. Entretiens. Documents, Pa­ris 1920-1925, 14 vols., t. I, p. 18. En lo sucesivo citaremos esta edición de las obras completa de San Vicente de Paúl con las siguientes siglas: S.V.P. seguidas de la in­dicación del tomo en números romanos y la página en arábigos. Entre paréntesis in­dicaremos la edición castellana de la editorial Sígueme, Salamanca.
  5. L. ABELLY, 0.C., V. 1, C. V, p. 22.
  6. J. CALVET, San Vicente de Paúl, Salamanca 1979, 220.
  7. J. CORERA, La revolución perdida, en Diez estudios vicencianos, Salamanca 1983, 264.
  8. B. CANFIELD, Regle de perfection, contenant un bref et lucide abrégé de toute la vie spirituelle réduite a ces seul point de la volonté de Dieu, Paris 1609. (Citamos de la edición crítica publicada por J. Orcibal, París 1982.
  9. A. ORCAJO – M. PÉREZ FLORES, San Vicente de Paúl II, Espiritualidad y selec­ción de escritos, Madrid 1981, 34.
  10. A. ORCAJO, o.c., p. 75.
  11. S.V.P. IX 151-152 (IX/1 153).
  12. S.V.P. XI 437 (XI/3 310).
  13. S.V.P. IX 166 (IX/1 165).
  14. S.V.P. XII 109 (XI/3 411).
  15. S.V.P. IX 363 (IX/1 335).
  16. S.V.P. IX 408 (IX/1 374).
  17. S.V.P. XII 79 (XI/3 79).
  18. S.V.P. IX 169 (IX/1 168).
  19. S.V.P. IX 560 (IX/1 468).
  20. S.V.P. IX 526 (IX/1 492).
  21. S.V.P. IX 106-107 (IX/2 734).
  22. S.V.P. XII 109 (XI/3 411).
  23. S.V.P. XII 108 (XI/3 411).
  24. S.V.P. IX 511 (IX/2 1057).
  25. S.V.P. IX 177 (IX/1 175).
  26. S.V.P. IX 413 (IX/1 381).
  27. S.V.P. IX 20 (IX/1 38).
  28. S.V.P. IX 569 (IX/2 1104).
  29. S.V.P. IX 450451 (IX/1 411).
  30. S.V.P. IX 15 (IX/1 34).
  31. S.V.P. IX 39 (IX/1 55).
  32. S.V.P. IX 61 (IX/1 74).
  33. IX 574 (IX/2 1108).
  34. A. TORRES QUEIRUGA, Jesús, Hombre verdadero: Iglesia Viva 105-106 (1983) 282.
  35. A. TORRES QUEIRUGA, o.c., p. 290.
  36. F. GARNIER, Enchiridion Spirituale Sancti Vincentii a Paulo: Vicentiana 3 (1979) 167-170.
  37. Reglas Comunes, c. II, n. 1.
  38. J. HERRERA – V. PARDO, San Vicente de Paúl. Biografía y escritos, Madrid 1956,
  39. S.V.P. I 295 (I/1 320).
  40. S.V.P. XI 212 (XI/3 129).
  41. S.V.P. XI 52-53.
  42. Concilio Vaticano II. 1965, Constituciones. Decretos. Declaraciones (BAC) Madrid p. 761.
  43. Primeras Reglas de las Hijas de la Caridad I, 1. Citadas en las Constituciones de las HH.CC. 1980.
  44. A. DODIN, San Vicente de Paúl y la Caridad, Salamanca 1977, p. 73.
  45. S.V.P. IX 59-60 (IX/1 73).
  46. G. L. COLUCCIA, Espiritualidad vicenciana. Espiritualidad de la acción, Salamanca 1979, p. 25.
  47. J. CALVET, San Vicente de Paúl, Salamanca 1979, 221,
  48. S.V.P. IX 123 (IX/2 747).
  49. S.V.P. IX 126 (IX/2 750).
  50. S.V.P. IX 629 (IX/2 1152).
  51. S.V.P. IX 61 (IX/1 74).
  52. S.V.P. IX 118 (IX/1 124).
  53. S.V.P. IX 536 (IX/1 501).
  54. J. CORERA, La noche oscura del señor Vicente, en Diez estudios vicencianos, Salamanca 1983, 39-40.
  55. Lumen Gentium, n. 8.
  56. A. DODIN, o.c., p. 83.
  57. S.V.P. IX 252 (IX/1 240).

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