LA CONSAGRACIÓN VICENCIANA EN LOS MISIONEROS PAÚLES (V)

Mitxel OlabuénagaFormación VicencianaLeave a Comment

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  1. LOS VOTOS. «UNA SANTA INVENCIÓN»

Como hemos visto, ha sido la profesión del voto de consagrar­se totalmente a Dios para la evangelización de los pobres, en 1616, que ha rescatado a Vicente de la incertidumbre al mismo tiempo que ha proporcionado un sentido para su existencia como sacerdote de la Iglesia. Podemos deducir, por la lectura de los documentos de la época. que Vicente estaba dotado de una gran capacidad de involu­crar a otros hombres y mujeres para la misma causa. Desde luego, constatamos el número creciente de eclesiásticos que se asocian al santo para el proyecto de las misiones. A ellos Vicente les proponía, desde los primeros años, la consagración por medio de emisión de los votos en una modalidad que difería de la que profesaban las ins­tituciones religiosas de su tiempo. Se trataba de votos de «devo­ción». es decir. de consagración. estrictamente privados, renovados cada año, sin           reserva al papa o al general, y esto sin haber pedido permiso.

Vicente estaba determinado a que cada uno se asemejase con Jesucristo. el Misionero de Palestina, el enviado del Padre, la regla de la Misión v. por eso, el ideario de dicha Compañía contenía una llamada fuerte a que cada miembro trabajase por su propia perfec­ción e imitase a Jesús asumiendo libremente sus rasgos fundamen­tales: su obediencia al Padre, su despojamiento total y su virginidad consagrada. Implícitamente esta finalidad estaba anexada a las modalidades de vida religiosa. Aludía a las órdenes canónicamente erigidas que, según la terminología de la época, vivían en «estado de perfección», es decir, profesaban votos públicos y solemnes de seguir e imitar en sus rasgos históricos.

Con la aprobación de la Congregación de la Misión, en 1632. el fundador tiene el derecho de establecer las normas necesarias para regular aspectos de la actividad de la Compañía tales como la vida interna de la comunidad, el trabajo apostólico y la vida espi­ritual. En lo que se refiere a los votos, la práctica libre de la renova­ción anual es considerada cada vez más insuficiente para una estruc­tura que necesitaba de estabilidad y un compromiso más firme por parte de sus miembros en su trabajo apostólico. Cuando las inten­ciones del fundador se vuelven más claras, dentro y fuera de la con­gregación, surgen voces en contra: los obispos y los párrocos lo miraban con desconfianza y algunos de los que habían entrado en la comunidad protestaban porque su entrada había sido hecha sin la perspectiva de los votos.

Vicente tenía conciencia que el estado religioso comprometía gravemente la naturaleza y los fines de la nueva compañía. Pero, como ha señalado R. Maloney, él quería «aprovechar la riqueza que le ofrecía la tradición, modelando un tipo de comunidad que combi­naba la estabilidad de los monasterios, el ministerio profético de los mendicantes, y la contemplación activa de los Jesuitas». En suma, quería lo mejor de dos mundos. Por otra parte, como hombre muy pragmático, su valoración de los votos era también una solución para el problema de falta de perseverancia de algunos miembros. Ellos entraban en la comunidad muy animados, pero después del entusiasmo inicial en las misiones, la dureza del trabajo y la falta de gratificaciones hacía que desertasen del grupo. Estas salidas fomen­taban un ambiente de inestabilidad que ponía en cuestión la activi­dad apostólica de la recién-nacida comunidad. Para poner remedio a este mal, el misionero sería invitado a hacer un cuarto voto, el de la estabilidad, a través del cual se comprometía a vivir para siempre en la Congregación de la Misión.

Después de un largo trabajo de clarificación de la naturaleza y la necesidad de los votos. mediante cartas v conferencias, Vicente solicita y recibe. en octubre de 1641, del arzobispo de París, la apro­bación de los cuatro votos. Aun así, las dificultades y las dudas per­sistieron.

En asambleas de 1642 y de 1651. el tema fue abordado por los delegados y se buscó el mayor consenso posible. En la primera, se planteó si continuar o no la práctica según la aprobación del arzo­bispo y se optó por seguirla no obstante algunas contestaciones’. Más tarde, en 1651, el relato de la asamblea es revelador de una fuerte tensión interna. Los asambleístas se manifestarán unos a favor y otros en contra y, en respuesta a las dudas, corno conclu­sión, Vicente repite sus razones: «I° porque es algo que une más perfectamente con Dios; 2° une a la Compañía y a sus sujetos, y no cuesta entonces enviar a una persona a más de 50 leguas de aquí para un seminario, o para que vaya a las Indias, etc. Nos hacen más conformes a Jesucristo y más capacitados para nuestras funciones. Hay más igualdad entre nosotros y más firmeza en los sujetos». Algunos años después, en carta al Padre P. Blatiron, enviado a Roma para asesorar sobre la aprobación de los cuatro votos, Vicente presenta siete razones. Lo mencionarnos, en resu­men, por que reflejan el pensamiento maduro del santo y de ello podemos deducir sus motivaciones. Vicente se da cuenta de la importancia del lenguaje de los votos como forma de dar vitalidad al cuerpo de la aún muy joven compañía. Aunque sean simples, ellos son el reconocimiento público de la expresión canónica de la consagración por parte del sujeto que los emite. Lo fundamenta del siguiente modo: 1. La Providencia quiere que los llamados estén en una situación agradable a Dios y, este estado de perfección es el que Nuestro Señor abrazó en la tierra y el que hizo abrazar a los apósto­les. 2. Las personas que emiten votos y se han entregado a Dios tra­bajan con mayor fidelidad en su labor espiritual y apostólica. 3. Es común la realización de promesas para que las personas permanez­can vinculadas a Dios y a causas diversas. Así ha sido desde el AT. 4. La sabiduría de Dios ha obrado de esta forma y ha inspirado este uso, por causa de la ligereza del espíritu humano que es poco cons­tante en sus propósitos. 5. El superior general y los delegados reu­nidos en asamblea han aprobado esta práctica. 6. Ha sido fruto del discernimiento y de oración y, por eso, manifestación de la volun­tad de Dios. 7. Ha sido la práctica durante trece años y no se puede cambiar por causa de una minoría que piensan de otra manera.

En suma, el proceso de la aprobación de los votos en la Congregación de la Misión requirió mucho esfuerzo y determina­ción del santo que tuvo su recompensa, en 1655. Con el Breve «Ex Commissa Nobis”, el Papa Alejandro VII los aprobaba según la propuesta de Vicente ya previamente homologada por el arzobispo de Paris. en 1641. Fue necesario el máximo cuidado con su formu­lación para que la nueva Congregación no se quedase rehén de una legislación que todavía desconocía las formas que hoy clasificamos como Sociedades de Vida Apostólica. Vicente los considera como una «santa invención” resultante de la acción de la divina provi­dencia. Eran votos simples de pobreza, de castidad, de obediencia y de estabilidad en la Compañía, con el fin de dedicarse por toda la vida a la evangelización del pobre pueblo del campo. Los votos deberían ser emitidos al término del bienio de formación en el semi­nario, sin que nadie los acepte ni en nombre de la Congregación ni en el del papa y solo podrían ser dispensados de ellos por el papa superior general. No obstante, la consagración por los votos, los miembros de la Congregación permanecían miembros del clero secular, «la religión de san Pedro», y la Congregación estaba exen­ta de los Ordinarios. excepto respecto a las misiones.

Nélio Pita Pereira, cm

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