La Ascensión del Señor (reflexión de Mario Yépez, C.M.)

Francisco Javier Fernández ChentoHomilías y reflexiones, Año BLeave a Comment

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Author: Mario Yépez, C.M. .
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Tocad con maestría

Jesús vuelve al Padre. Pareciera que su misión ha concluido. Pero, ¿quienes quedaron de aquellas multitudes que a lo largo de su vida lo siguieron? Los evangelios sólo nos manifiestan la presencia de estos once apóstoles, temerosos en el momento de la verdad; pero luego misteriosamente privilegiados al convertirse en testigos de la resurrección. Aún con todo eso; ¿solamente estos once? Para la concepción del mundo esto sería un fracaso: lo que no pudo hacer Jesús el Hijo de Dios, mucho menos lo podrán hacer estos once hombres, pescadores, duros para creer, miedosos. Pero hasta muchas veces parece que nosotros, creyentes, les referimos los mismos epítetos desde nuestra cómoda situación de cristianos que miran al pasado con «ojos críticos de fe».

¡Jesús volverá! Y vendrá con poder y gloria. El mundo se mueve entre el creer de verdad que esta realidad tiene que cambiar y el rechazar toda esperanza en una vana ilusión de pietismo religioso.

Con todo esto hay algo que me preocupa más: «vendrá como lo estáis viendo alejarse» (Hech 1,11). Esto complica las cosas. Si no lo pudieron reconocer los hombres de su tiempo ¿cómo estamos ciertos que lo reconoceremos a su venida? Esto sí que nos debe ayudar a reflexionar profundamente, al menos los que creemos en este Jesús que volverá, si realmente podremos reconocerlo a su venida.

Por eso esta fiesta de la ascensión del Señor no se puede celebrar como la candidez de alguien que observa un cuadro para simplemente observarlo o incluso llegar a sentir el placer de solo contemplarlo. Hay un matiz peculiar que resalta la sagrada Escritura que no hemos tomado en consideración.

Primero, la clara actitud de salir de una situación de letargo y ponerse en camino. El texto de Hechos habla de que los apóstoles tenían los ojos fijos mirando los cielos (Hech 1,10) y a continuación aquellos hombres vestidos de blanco subrayan esa actitud pero para señalarles cómo deben esperar por quien ha de venir nuevamente. Ser testigos de la resurrección es la principal tarea de los apóstoles y es seguro que así nos deberá encontrar el Señor a su regreso ¿Cómo vengo siendo testigo de Cristo en mi entorno? ¿Qué estoy haciendo para que mis palabras, mis actos, mi vida, hablen de la resurrección de Cristo?

En segundo lugar, Pablo afirma que debemos pedir constantemente a Dios que ilumine los ojos de nuestro corazón (Ef 1,18) y podamos alcanzar así, el conocimiento de tres cosas: la esperanza a la que hemos sido llamados; la riqueza de la gloria que corresponde en herencia a los santos y el reconocimiento de su poder para con nosotros como lo desplegó en Jesús, su Hijo. Más claro no puede ser Pablo: todo lo hemos recibido. Si hemos sido llamados por su inmenso amor para creer en él, somos hombres y mujeres de esperanza. Hemos obtenido una herencia que quizá no la merecíamos y esa es nuestra riqueza, Dios mismo. Y el poder de Dios se despliega en nuestras manos y nuestros pies; nuestra boca y nuestros gestos. Y esto se convierte no en un privilegio para la Iglesia sino en una misión (Ef 1,22). ¿Qué es lo que estoy entendiendo por Iglesia? ¿Cuál es mi compromiso en ella?

El evangelio de Marcos se cierra con este apéndice canónico que intenta poner en camino al discípulo confrontado a lo largo de este itinerario catequético

hecho narración. Marcos ha insistido que el discípulo no puede caminar sino detrás de su maestro y en ese camino tendrá que reconocerlo en el misterio de la cruz. Ahora se le promete que el Maestro irá al lado del discípulo. El discípulo no caminará nunca solo (Mc 16,20). Hay una clara intención por saber que seguir a Jesús no es cuestión de deseo simplemente humano; necesitamos de la gracia de Dios, de su poder, de su presencia.

Creo que la solemnidad de la ascensión nos debe interpelar cuánto de verdad pesa nuestro convencimiento de lo que confesamos con los labios. ¡Cristo vendrá! ¿Cómo lo esperaremos? ¿Con los ojos mirando al cielo? ¿Con nuestro orgullo deslumbrante de «acumular puntos» para que Dios se sienta obligado a salvarme? ¿Con la falsa seguridad de sentirme cobijado en una comunidad de fe sin un atisbo de ayudar a fortalecer los lazos de fraternidad?

Fíjense en la insistencia del salmo 46: «Tocad para Dios, tocad; tocad para nuestro rey, tocad» y luego «tocad con maestría». Creo que a todos nos encanta la música y nos sorprende cómo aquellas notas muy bien ordenadas pueden producir hermosas melodías. Quien conoce del mundo de la música sabe que solo si ensayas y te perfeccionas en ello, obtendrás la aceptación de un público que se enternece ante lo que escucha y siente. Dios nos está pidiendo que no dejemos la partitura musical sin tocarla. Busquemos las notas adecuadas que él nos regala día a día y toquemos con maestría; y estaremos seguros que podremos doblegar corazones, incluso el propio.

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