La fe cristiana se ha conocido y celebrado en Eritrea y Etiopía desde los primeros siglos. Hay testimonios fehacientes. Años más tarde, consta que enviaron dos Delegados al Concilio de Florencia (1441).
Continuamente ha habido intentos de penetración misionera. En el siglo XVI, los jesuitas (1555-1632); misioneros capuchinos en el siglo XVII (1637-1642); misioneros franciscanos, en el XVIII (1700-1714).
En todos los casos, los misioneros extranjeros lograron acrecentar sensiblemente el número de cristianos. Pero ellos terminaron siendo rechazados, casi todos encarcelados y algunos cruelmente martirizados. Desde la perspectiva de hoy, hay un elemento común es todos estos intentos: parece que ignoraron la cultura del pueblo, sus costumbres, y pusieron excesivo empeño en introducir la liturgia romana.
Justino de JacobisCon el misionero paúl italiano Justino de Jacobis, en el siglo XIX (1839-1860), aparece la inculturación en la misión y se produce el cambio. Misionero vicenciano, aprendió de su fundador, Vicente de Paúl, que el ardor misionero debería ir siempre acompañado de humildad y sencillez, y que debía dejarse guiar por la Providencia.
En varios aspectos se estaba adelantando, en casi 100 años, a la visión misionera del Concilio Vaticano II. Apenas llegado a la misión, se estableció en medio del pueblo, en Adua. Comenzó el estudio de la lengua del país, y adoptó el hábito de los monjes etíopes: pantalón blanco, túnica blanca, bonete alto y sandalias.
Viajó de pueblo en pueblo. Siendo ya Prefecto Apostólico, cuando decidía establecer un nuevo puesto de misión, confiaba su administración a sacerdotes y seminaristas nativos, mientras él se iba a nuevos lugares de evangelización, a nuevos pueblos. Al llegar solía alquilar una o dos pequeñas residencias para él y todas las personas que le acompañaban. Luego invitaba a los pobres y gente sencilla a visitarle, a hablar con él y a rezar con él también.
Durante los 20 años de predicación del Evangelio en Eritrea y Etiopía, recorrió miles de kilómetros visitando poblados grandes y pequeños.
El Papa le nombró Obispo (1847). Mons. Masaia le confirió el orden episcopal, con tal discreción y austeridad que más bien pareció ordenado en secreto.
Su prestigio de hombre bueno entre las gentes suscitó la envidia y hasta el odio. Tuvo que padecer la persecución de un obispo ortodoxo, Abuna Salama, que puso en su contra a parte de la autoridad civil. Llegó a ser encarcelado.
Ayudado a evadirse de la cárcel, emprendió viaje, y extenuado por el cansancio y los sufrimientos, murió en medio del dolor de sus acompañantes que nada pudieron hacer por él. Tenía 60 años y había pasado 21 en Etiopía. Beatificado en 1939, fue canonizado en 1975 por el papa Pablo VI.