Jesús ora al Padre, movido por el Espíritu

Mitxel OlabuénagaOración1 Comment

CRÉDITOS
Autor: Antonino Orcajo .
Tiempo de lectura estimado:

Jesús de Nazaret es un trabajador fiel que hace de su vida oración, y de la oración compromiso de salvación para los hombres. Trabajo y oración se funden indisolublemente en su persona. Es inconcebible un Jesús que no ora expresamente al Padre y que no enseña a sus discípulos a hacer la voluntad de Dios por medio de la oración y del trabajo. San Vicente dice que «todo lo que debemos hacer es trabajar», pero también añade que «sin oración no podemos subsistir». Este creyente expresa su docilidad a la Providencia y cumple el designio salvífico de Dios trabajando y orando por la construcción de un mundo mejor.

I. «Jesús tenía la oración como ejercicio continuo y principal»

El Salvador del mundo aparece en los Evangelios envuelto en oración. Abre su vida con un canto de alabanza (cf. Lc 2,14), y la cierra con una súplica confiada al Padre: «En tus manos encomiendo mi espíritu» (Lc. 23,46). Su paso por la tierra está marcado por la oración del día y de la noche, en la montaña y en la llanura, solo y acompañado. Cualquier signo importante lo hace preceder de un acto expreso de oración. Conducido por el Espíritu, va al desierto donde descubre más al detalle el designio divino y vence las tentaciones del diablo (cf. Lc 4,1-12); bendice a su Padre por haber revelado los secretos del Reino a los pequeños y humildes (cf. Lc.10,21-22); en fin, promete el Espíritu de verdad a los que se lo pidan al Padre en su nombre (cf. Lc 11,13).

Enseña además a los discípulos a ponerse en comunicación con el Dios del cielo, señalando las debidas condiciones que han de acompañar al acto oracional: la interioridad, la perseverancia, la fe y el amor (cf.5,44; 7, 7-11; Mc. 14,38; 11,25; Lc. 11,13: 18,1-8). El Padrenuestro resume las enseñanzas de Jesús sobre el modo de orar.

San Vicente parte de estos datos de la Escritura para afirmar: “Jesús tenía la oración como ejercicio continuo y principal”. La persona de Jesús le inspira las palabras y formas de dialogar con el Padre, que nos llama a permanecer en comunión de amor con Él. A los seguidores de Jesús se les conoce por su espíritu de oración y por el compromiso con los pobres.

II. «Amemos a Dios… pero que sea a costa de nuestros brazos»

La autenticidad de vida se prueba por las obras, no por los ratos más o menos largos de oración. Los hay que viven engañados en la oración “viendo blanco como un cisne lo que es negro como un cuervo”, o dejándose arrastrar por corrientes muelles de devoción:

“Amemos a Dios, hermanos míos, amemos a Dios, pero que se a costa de nuestros brazos, que sea con el sudor de nuestra frente. Pues muchas veces los actos de amor a Dios, de complacencia, de benevolencia y otros semejantes afectos y prácticas exteriores de un corazón amante, aunque muy buenos y deseables, resultan, sin embargo, sospechosos cuando no se llega a la práctica del amor efectivo: Mi Padre es glorificado, dice nuestro Señor, en que deis mucho fruto (Jn 15,8)».»

El amor afectivo —ternura en el amor— no basta si no se traduce en compromisos apostólicos como instruir a los pobres o buscar la oveja perdida. Dios espera que le demostremos con obras el amor que le tenemos en la oración. El amor efectivo es el hilo conductor del afectivo:

«La Iglesia es como una gran mies que requiere obreros, pero obreros que trabajen. No hay nada tan conforme con el Evangelio como reunir, por un lado, luz y fuerzas para el alma en la oración, en la lectura y en el silencio y, por otro, ir luego a hacer partícipes a los hombres de este alimento espiritual. Esto es lo que hizo nuestro Señor y, después de él, sus apóstoles».

El compromiso parte y se nutre de la oración; cuanto más sólida sea ésta, tanto más firme será aquél. En la oración se reúnen las fuerzas y las luces necesarias para hacer comprensible el mensaje. Tal es el testimonio de muchos evangelizadores que, primero, hacen acopio de gracias y, más tarde, transmiten a los demás lo que han contemplado —contemplara tradere—. El descubrimiento, en la oración, de Jesús herido y despreciado ayuda a descubrirlo en la persona de los pobres. Cristianos comprometidos, como Vicente de Paúl, Luisa de Marillac, Federico Ozanam…, nos confirman que para ver a Jesús en el servicio se requiere haberlo contemplado antes, en la oración, pobre y humillado.

III. «Dadme un hombre de oración y será capaz de todo»

Hemos podido contar en la obra vicenciana hasta veintinueve comparaciones e imágenes referentes a la oración. Todas ellas tienen un marcado valor apologético, exhortivo, doctrinal y encomiástico de la práctica oracional; unas y otras comparaciones puntualizan la necesidad, importancia, naturaleza y eficacia del diálogo con Dios. Según sean las circunstancias en que se emiten dichas imágenes, afloran en labios de Vicente de Paúl sentencias, comentarios y experiencias que tienden a entusiasmar al evangelizador de los pobres en el ejercicio de la oración. Si no considera a ésta un fin en sí misma, al menos la estima como un medio imprescindible para la vida del seguidor de Jesús. Concretamente,

«la Congregación de la Misión durará mientras se practique en ella el ejercicio de la oración».

Las comparaciones referidas al encuentro con Dios han de entenderse en el contexto de una Iglesia necesitada de apóstoles, de obreros que trabajen en la gran mies. La unión con Dios, fomentada en la oración, robustece la misión evangelizadora y comunica vigor a la transmisión del mensaje de Jesús. En este sentido, la oración tiene casi siempre, si no exclusivamente, una dimensión apostólica, como lo demuestran estas comparaciones: la oración «es una predicación que nos hacemos a nosotros mismos» antes de exhortar a otros a la virtud; «es una fortaleza inexpugnable que nos pone al abrigo de cualquier clase de ataque»; «es la despensa de donde se sacan las instrucciones que se necesitan para cumplir debidamente con las obligaciones del oficio»; «es el alimento necesario para la vida del alma» propia y ajena; «es como una fuente de juventud» que nos mantiene vigorosos y abiertos a las necesidades de los hermanos. Pero ninguna sentencia vicenciana se ha popularizado tanto como ésta: «Dadme un hombre de oración y será capaz de todo». El hombre habituado a la conversación con Dios no teme los trabajos ni se amilana ante las dificultades anejas a la evangelización.

La experiencia vicenciana se apoya en la misma de san Pablo: «Todo lo puedo en aquel que me conforta» (Flp 4,13). El Apóstol de los gentiles se había quejado muchas veces al Señor por las pruebas a que le sometía la evangelización de los pueblos, pero siempre había recibido la misma contestación: «Mi gracia te basta, mi fuerza se realiza en la debilidad» (2 Cor 12,7).

IV. La oración cristiana, «conversación del alma con Dios»

Los fundamentos bíblicos y teológicos de la oración, interpretados según el lenguaje y espíritu de cada época, condicionan de alguna manera la experiencia gustada en el trato íntimo con Dios. San Vicente comenta el «don sagrado» de la oración a la luz de esos presupuestos, aunque matizados por la propia experiencia. Inspirándose en el testimonio de san Francisco de Sales, presenta un cuadro dinámico de la oración netamente cristiana; ignora, como es natural, nuestras actuales posturas frente al zen, al yoga y a la meditación transcendental, caminos para llegar a la contemplación; afirma que lo propio y específico de toda oración cristiana es el diálogo amoroso del hombre con Dios. En esta definición entran elementos de la antigua filosofía griega y, sobre todo, de la práctica bíblico-judaica.

El 31 de mayo de 1648, fiesta de Pentecostés, expone su pensamiento más completo sobre la oración a las Hijas de la Caridad. La fecha indicada por sugerencia de Luisa de Marillac es ya muy reveladora, pues se trata de la fiesta del Espíritu Santo, verdadero inspirador de la oración cristiana.

«La oración es una elevación del espíritu a Dios, por la que el alma se despega cómo de sí misma para ir a buscar a Dios. Es una conversación del alma con Dios, una comunicación mutua en la que Dios dice interiormente al alma lo que quiere que sepa y que haga, y donde el alma responde a su Dios lo que él mismo le da a conocer lo que tiene que pedir».

La «elevación de espíritu» no tiene aquí nada que ver con los fenómenos extraordinarios que pueden experimentarse ocasionalmente. «No hay que ir a la oración para tener pensamientos elevados, éxtasis o raptos, que son más dañosos que útiles». Elevación de espíritu significa, llanamente, un sentimiento de la presencia del Espíritu actuante en nuestra conciencia o un deseo profundo de encontrarse uno con Dios en lo más íntimo del ser. Con otras palabras, elevar el espíritu equivale a actualizar la fe en un Dios vivo y personal que nos ama y nos atrae fuertemente hacia El. El despego de sí mismo y de las criaturas es requisito para alcanzar la unión con Dios, pues parece irreconciliable cualquier clase de apego con la búsqueda sincera del Reino de Dios. Dicha recomendación brota de la experiencia y de la doctrina común de todos los testigos de Jesús. Dios es un Padre celoso que nos quie- re sólo para sí, sin dispersión del amor hacia otras criaturas esclavizantes.

a) Espíritu de Dios tiene la iniciativa en la oración

Si la oración es una conversación, un diálogo o comunicación mutua entre el hombre y Dios, la iniciativa parte del Espíritu de Dios: «El viene en ayuda de nuestra flaqueza. Pues nosotros no sabemos cómo pedir para orar, según conviene» (Rm 8,26). La oración comienza cuando el Espíritu nos hace exclamar como hijos adoptivos: «Abba, Padre» (Rm 8,15). Dios amor quiere que vayamos a Él por amor, no por temor ni por otras razones. A la oración se entra por la puerta del amor. Hace poco oíamos que hemos de amar a Dios con el esfuerzo de nuestros brazos y con el sudor de nuestra frente, pero en cuestiones de oración,

«[…] un corazón verdaderamente lleno de caridad, que sabe lo que es amar a Dios, no querría ir hacia Dios si El no se adelantase y lo atrajese por su gracia. Esto es estar muy lejos de querer obligar a Dios y atraérselo a fuerza de brazos y de máquinas. No, no, en esos casos no se consigue nada por la fuerza».

En efecto, la oración es un «Don sagrado», gratuito, que el Espíritu de Dios concede a quien, cómo y cuando quiere. No depende principalmente del hombre entrar en diálogo con Dios Padre. Es El quien nos invita a tratar de amistad, como dice santa Teresa de Jesús. Dios se adelanta al hombre para descubrirle sus planes y sus caminos, su designio de salvación, su voluntad de socorro a los pobres. La manifestación de la voluntad divina se hace patente en un clima de amor donde el hombre experimenta la amistad y filiación adoptiva. Es entonces cuando la misericordia de Dios se siente, cuando su amor preferencial por los pobres se hace más lúcido.

La Virgen del Magníficat canta las grandezas del Señor, porque el Poderoso se fijó en la pequeñez de su esclava. La humildad de María es la condición requerida para recibir al Espíritu mientras se ora, humildad exigida en la parábola del fariseo y del publicano (cf. Lc 18,9-14). Por otra parte, la Virgen de Pentecostés, en espera del Espíritu Santo, enseña al cristiano a abrirse al amor.

La primera comunidad cristiana nace a impulsos del Espíritu, por el que aquellos seguidores de Jesús «eran constantes en escuchar la enseñanza de los apóstoles y en la comunidad de vida, en el partir el pan y en las oraciones» (Hch 2,42). La asiduidad a la oración les empujaba a dar testimonio de Jesús.

b) La respuesta del hombre a Dios

Si Dios se revela como amor, sabiduría, palabra, el hombre se compromete a responder lo que el Padre «le ha dado a conocer que tiene que pedir». El orante pide luz y fuerzas para revestirse del espíritu del Hijo y para cumplir cabalmente la voluntad divina. A este fin, hace firmes resoluciones de seguir a Jesús, apoyándose en la gracia de Dios y no en las propias dotes.

La revelación de la bondad y ternura de Dios urge igualmente al cristiano a glorificar y dar gracias al Autor de todo bien, al Padre, «que nos ha bendecido con toda clase de bendiciones espirituales en la persona de Cristo» (Ef 1,3). El creyente que conoce ya «lo que ha de saber y hacer» se encuentra consigo mismo en la persona de Jesús, “repasa las acciones de Nuestro Señor y ve cómo él gastó su vida en servir bien a los pobres y toma, de nuevo, la resolución de imitarlos”.

La obediencia de Jesús a la voluntad del Padre ha de ser la respuesta que dé el orante al “querer o no querer” divino. Dos actitudes del Sumo Sacerdote, la mediación entre Dios y los hombres (cf.1 Tim. 2-5-6) y la compasión con los ignorantes y extraviados (cf. Hbr 5, 2-9), dirigen los ruegos y súplicas de los seguidores de Jesús.

El cristiano que se ha encontrado con Dios no va forzado a la oración, sino que acude a ella puntual y libremente. No se trata de un mero acto disciplinar, sino de una exigencia del bautizado, cuya dimensión orante nadie puede matar. Pero, mientras él no capte la pobreza y debilidad, no sentirá tampoco la necesidad de la oración expresa. Ir contrariado a esta cita es negarse a reconocer la propia indigencia, es no querer entrar en diálogo con Dios por el temor de lo que pueda exigir, es convertir el acto principal de la jornada en una frustración. El criterio para ir al encuentro del señor no es el gusto o disgusto, sino la voluntad del Padre que “nos quiere junto a Él” para descubrirnos más al detalle su plan de salvación y su insondable riqueza de amor. El es el único que puede llenar el vacío del hombre y cubrir sus necesidades”.

V. Clases de oración

Vicente de Paúl, como cualquier maestro espiritual, distingue dos clases de oración: la vocal y la mental; esta, a su vez, puede llegar a ser contemplativa. Cualquiera que se la modalidad, destaca en ella la alabanza, la petición o la acción de gracias. Una y otra puede hacerse personal o comunitariamente, pero la más aconsejable es la oración litúrgica.

a) La oración vocal

Es la primera y más fácil de todas las oraciones. Todo el mundo sabe hablar con Dios por medio de plegarias cortas, compuestas  por el mismo Jesús, por la Iglesia o algún Santo. Hasta los niños encuentran natural la recitación de oraciones breves que se hacen vocalmente.

Según la clasificación antigua, a la que se atiene nuestro maestro, la oración vocal se divide en tres especies: de obligación, de devoción y de sacramento. La primera es propia de los clérigos obligados al rezo del Oficio divino. El canto de las alabanzas o Liturgia de las Horas contiene los sentimientos más profundos y variados que pueden experimentarse. Para esto, no basta con mascullar palabras, sin saber a quién van dirigidas, sino que hay que recitarlas «con reverencia, atención y devoción», procurando que «la voz concuerde con la mente». La segunda clase de oración no está sujeta a ninguna norma; depende del gusto e inclinación de cada persona; es familiar a todos incluso a los niños en quienes «Dios se deleita más». Hay mucha variedad entre ellas, desde las jaculatorias, invocaciones y exclamaciones hasta el rezo del rosario y otros actos de piedad espontáneamente elegidos. La tercera clase de oración vocal o de sacramento se realiza en la celebración de la liturgia sacramental. Es la oración más bella y necesaria; va siempre acompañada de signos y ritos que el sacerdote realiza «en nombre de Cristo», ya que es el Señor quien bautiza, perdona los pecados y consagra la Eucaristía.

La oración vocal, aún dada su simplicidad, está avocada a la contemplación, con tal que sea verdadera conversación con Dios y se haga con elevación de espíritu, condiciones ambas imprescindibles para encontrarse uno con Dios.

b) La oración mental

Esta se hace de dos maneras: «una con el entendimiento y otra con la voluntad». Según predomine una facultad u otra, la oración mental se llamará “meditación” o “contemplación”. Cualquiera de las dos formas entra en las vías ordinarias de la oración; ni siquiera la contemplación tiene que ser considerada como una especie de oración extraordinaria, sino como fruto natural de la oración misma. Es corriente que un cristiano, si permanece fiel a la cita con Dios, experimente la contemplación algún rato.

— «La oración llamada ordinariamente meditación» tiene lugar cuando se ejercita el entendimiento discursivo en busca de razones y medios para desterrar un vicio o adquirir una virtud. Los lugares comunes en que se emplea el entendimiento son la Sagrada Escritura, la teología, la vida y doctrina de los santos y la experiencia cotidiana. La meditación sigue el mismo camino de discurso que el pequeño método, es decir, intenta alcanzar la instrucción debida y «en producir afectos para abrazar el bien o evitar el mal».

La función del entendimiento y de la memoria tiene sus límites en la oración mental. Sería un error emplear todo el tiempo en la búsqueda de autoridades y de razones, cuando lo importante es la excitación de afectos. Una comparación sencilla basta para aclararlo: frotamos el pedernal sólo hasta que salta la chispa y enciende el fuego. De igual modo nos servimos del razonamiento hasta que arde el amor. Lo contrario sería convertir la oración en un estudio frío. No se trata de hacer cálculos memorísticos ni arte intelectual, sino de hablar con Dios Padre y prometerle nuestro amor «con resoluciones de trabajar con todo interés en el futuro».

«Todo el mundo puede hacer la meditación, cada uno según su alcance y las luces que Dios le da». No está de sobra la ciencia, que puede resultar muy provechosa, pero los sencillos que no se detienen en escudriñar curiosamente la Palabra, ésos avanzan más en la oración, porque aman más. La vana e impía curiosidad, condenada en el estudio de las ciencias sagradas, adquiere igual reproche en la meditación. A los sencillos, en efecto, que no están pendientes de la ciencia humana ni de las normas de los rígidos «devotos», Dios se les revela de una manera particular, e incluso podrían ellos confundir a los sabios de este mundo:

«Un doctor, que no tiene más que su doctrina, habla de Dios de la forma que le ha enseñado la ciencia; pero una persona de oración habla de El de una manera muy distinta. Y la diferencia entre ambos proviene de que uno se expresa por simple ciencia adquirida, y el otro por una ciencia infusa, totalmente llena de amor; de forma que el doctor en esa ocasión no es el más sabio. Y es preciso que se calle donde hay una persona de oración».

El sencillo gusta, saborea —sapit— los secretos del Reino con un nuevo sentido otorgado por el Espíritu; más que discurrir con el entendimiento y recordar con la memoria, ama con la voluntad y contempla con el corazón.

— «La oración llamada contemplación es aquella donde el alma, en la presencia de Dios, no hace más que recibir lo que Él le da. Ella no hace nada, sino que Dios mismo le inspira, sin esfuerzo alguno de su parte, todo lo que ella podría buscar y todavía más».

En esta definición, lo mismo que en la anterior sobre la meditación, no se entra en pormenores ni en clasificaciones de la oración mística. La oración de simplicidad, por ejemplo, que consiste en una simple mirada o atención amorosa, forma parte de la meditación discursiva, aunque no se mencione expresamente; va incluida en la denominación común de «meditación». Algo semejante ocurre con el capítulo de la «contemplación». En ésta figuran dos elementos esenciales: la acción directa de Dios y la pasividad del hombre. No esperemos más especulaciones sobre el tema. Recordemos que el Sr. Vicente no es un cirujano de materias espirituales, ni el público que lo escuchaba esperaba de él noticias más exhaustivas.

Contemplar significa dirigir la vista al templo, signo de la presencia de la divinidad; por extensión, dirigir la mirada al gran espectáculo del universo creado, y también centrar la atención en el santuario interior de uno mismo. En cualquier caso, lo contemplado suscita admiración y cautiva el espíritu.

Según la literatura griega, la contemplación es teoría, sabiduría opuesta a la praxis. Cuando el término «contemplación» entra a formar parte del vocabulario teológico, entonces amplía su significado: no indica sólo nuevos conocimientos especulativos, sino también prácticos. El orante, «sin esfuerzo alguno de su parte», descubre y penetra más hondamente el designio de Dios. Si cualquier clase de oración tiene fuerza transformante, mucho más la contemplación:

«[…] ya que una palabra de Dios vale más que mil razones y que todas las especulaciones de nuestro entendimiento. Los pensamientos y consideraciones que vienen de nuestro entendimiento no son más que unos fuegos muy pequeños, que sólo muestran un poco por fuera el exterior de los objetos, sin producir más. Pero las luces de la gracia, que el Sol de justicia derrama en nuestra alma, descubren y penetran hasta el fondo más íntimo de nuestro corazón, excitándolo y haciéndole producir frutos maravillosos» (26).

La contemplación se experimenta alguna que otra vez, no ordinariamente, como evolución de la vida de fe y de caridad; no depende, en absoluto, de la voluntad y méritos del hombre, sino de Dios, que la concede a quien quiere y como quiere.

VI. Contemplativos en la acción

El evangelizador de los pobres no se limita a almacenar experiencias espirituales, sino que transmite lo contemplado «acerca de la Palabra de vida» (1 Jn 1,1). Después de predicarse a sí mismo en la oración expresa, el apóstol de la caridad exhorta por medio del ejemplo y del ministerio a tener «vida en Cristo», a practicar el amor, a ser contemplativos en la acción —simul in actione contemplativus—. Santo Tomás considera la acción apostólica superior a la puramente contemplativa, «pues así como iluminar es sólo lucir, así es más transmitir a los otros lo contemplado que solo contemplar». A esta palabras añade san Vicente:

«Dadme un hombre que ame a Dios solamente, un alma elevada en contemplación que no piense en sus hermanos… Y he aquí otra persona que ama al prójimo, por muy vulgar y rudo que parezca, pero lo ama por amor de Dios. ¿Cuál de esos dos amores creéis que es más puro y desinteresado? Sin duda que el segundo, pues de ese modo se cumple la ley más perfectamente. Ama a Dios y al prójimo».

A san Vicente se le conoce como el gran «místico de la caridad». Y lo es en el sentido genuino de la palabra, es decir, cristiano que vive los secretos del Reino, de un Reino de paz y de amor, de fraternidad y de solidaridad con todos los hermanos; pero no es místico por suponerle un agraciado de fenómenos extraordinarios. Por lo que se refiere a su oración, «no se ha podido descubrir si era ordinaria o extraordinaria: la humildad le hacía ocultar, en lo posible, los dones que recibía de Dios». A nosotros tampoco nos interesa saber qué vía frecuentaba más, ya que su perfección no consistía «en una modalidad de la oración, sino en la caridad, que puede ser más grande y más ferviente en aquel que va por los caminos ordinarios».

Si por oración extraordinaria entendemos las formas de éxtasis, raptos, visiones, etc., es cierto que el Sr. Vicente se mostraba receloso ante semejantes fenómenos, que pueden ser más perjudiciales que provechosos. Fuera de la visión de los tres globos, a raíz de la muerte de la madre Chantal (13 de diciembre de 1641), no conocemos otros casos semejantes en la vida del Santo. El se ejercitaba diariamente en la meditación, procurando ser contemplativo en la acción.

Es inútil querer controlar el paso del Espíritu por las conciencias cristianas: conversión, oración y seguimiento de Jesús van tan compaginados que encierran un secreto para la curiosidad humana. El conpromiso de «estar con Dios» y de «vivir en Cristo» impregna de caridad la oración y el trabajo, expresiones del amor contemplativo. La fe y experiencia de san Vicente se compendian en esta exhortación suya:

«Sólo puede aprovecharnos lo que Dios inspira y viene de él. Hemos de recibir de Dios lo que se ha de transmitir al prójimo, a ejemplo de Jesucristo, que, hablando de sí mismo, decía que no enseñaba a los demás sino lo que había oído y aprendido de su Padre».

VII. «Decíos mutuamente los pensamientos que Dios os ha dado»

El Fundador de la Misión y de la Caridad solía tener cada dos o tres días la «repetición de oración». Esta consistía en comunicar a los demás, buena y sencillamente, los pensamientos que el Espíritu de Dios había inspirado durante la oración mental. Era un modo de enriquecerse unos y otros con la puesta en común de la oración. El pequeño grupo salía de la sala o capilla más enfervorizado e interesado en «los asuntos de Dios y de la Iglesia». El Sr. Vicente había oído, en otro tiempo, que Mme Acarie, antes de entrar en el Carmelo descalzo, practicaba este mismo ejercicio con su criada; vistos los buenos resultados que producía, lo introdujo luego él en sus congregaciones.

«Tened mucho cuidado, —recomendaba a las Hijas de la Caridad—, de dar cuenta de vuestra oración. No podéis imaginaros cuán útil os será esto. Decíos mutuamente, con toda sencillez, los pensamientos que Dios os ha dado y, sobre todo, mantened con interés las resoluciones que hayáis tomado en ella».

Otro tanto aconsejaba a los Misioneros: «Hay motivos para dar gracias a Dios por haberle concedido esta gracia a la Compañía, ya que podemos decir que nunca se ha usado de esta práctica en ninguna otra compañía más que en la nuestra». La oración comunitaria encontraba, por este medio, un espacio propicio para expresarse; no faltaban en la comunicación experiencias deliciosas. El público las escuchaba atento y emocionado. Un clima de confianza y de espontaneidad envolvía la sala, lo que favorecía las participaciones sencillas de unos y otros. Todos se esforzaban, bajo la moción del Espíritu, en ser fieles a la práctica del amor.

San Vicente se servía de esta circunstancia para llevar al grupo orante por las vías paralelas del trabajo y de la oración; aprovechaba también la ocasión para enseñarle, lo mismo que Jesús a sus discípulos, a orar debidamente. En la mente de todos quedaba bien claro que el progreso en la oración no es cuestión de prisas, sino de fidelidad, no de romperse la cabeza a fuerza de tensiones y de sutilezas, sino de saber escuchar. En la oración, como en cualquier actividad apostólica, «los asuntos de Dios se van haciendo poco a poco y casi imperceptiblemente».

One Comment on “Jesús ora al Padre, movido por el Espíritu”

  1. Me interesan muchos temas de esta página, porque he sido nombrada asesor laico de JMV, en Quetzaltenango, Guatemala, Centro América. Y no he podido descargar música y algunos otros materiales que me interesan, si me pueden ayudar, estare agradecida.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *