CAPÍTULO XI
SEGUNDA CONSIDERACIÓN: DE LA EXCELENCIA DE LAS VIRTUDES
Considera que las virtudes y la devoción pueden, por sí solas, contentar el alma en este mundo; mira qué bellas son. Compara las virtudes con los vicios que le son contrarios: qué suavidad la de la paciencia, en comparación con la venganza; de la dulzura, en comparación con la ira y el despecho; de la humildad, en comparación con la arrogancia y la ambición; de la esplendidez, en comparación con la avaricia; de la caridad, en comparación con la envidia; de la sobriedad, en comparación con el despilfarro. Las virtudes tienen esto de admirable, a saber, que deleitan el alma con una dulzura y una suavidad incomparables, cuando se han practicado, al paso que los vicios la dejan infinitamente rendida y maltratada. ¡Ánimo!, pues, ¿por qué no ponemos manos a la obra para conseguir estas suavidades?
En cuanto al vicio, el que tiene poco no está contento y el que tiene mucho está descontento: en cuanto a la virtud, el que tiene poca ya siente gozo, y siempre siente más, conforme va avanzando. ¡Oh vida devota, qué bella, qué dulce, qué agradable, qué suave eres! Tú endulzas las tribulaciones, haces suaves los consuelos, sin ti el bien es mal y los placeres están llenos de inquietud, de turbación y de desfallecimiento; el que te conoce puede muy bien decir con la Samaritana: «Domine, da mihi hanc aquam»: «Señor, dame de esta agua»; aspiración muy frecuente en Santa Teresa y en Santa Catalina de Génova, aunque por motivos muy diferentes.