CAPÍTULO X
PRIMERA CONSIDERACIÓN: DE LA EXCELENCIA DE NUESTRAS ALMAS
Considera la nobleza y la excelencia de tu alma, que posee un entendimiento capaz de conocer no sólo el mundo visible, sino también la existencia de los ángeles y del paraíso; que hay un Dios soberano absoluto, lleno de bondad e inefable; que hay una eternidad; y, además, capaz de conocer lo que es menester para vivir en este mundo visible, para juntarse con los ángeles en el paraíso, y gozar de Dios eternamente.
Tu alma tiene, además, una voluntad noble, la cual puede amar a Dios y no puede odiarle en sí mismo. Mira cuán generoso es tu corazón, y que, así como nada puede lograr que las abejas se posen en cosa alguna corrompida, sino tan sólo en las flores, así también tu corazón sólo puede reposar en Dios, y ninguna criatura puede satisfacerle. Recuerda francamente las mayores y más agradables diversiones que, en otros tiempos, llenaron tu corazón, y juzga, con sinceridad, si no estaban llenas de inquietud, de acerbos pensamientos y de cuidados importunos, entre los cuales tu pobre corazón se sentía desgraciado.
¡Ah!, nuestro corazón, cuando corre en pos de las criaturas, anda ansioso, pensando que podrá en ellas saciar sus deseos; pero, en cuanto les ha dado alcance, ve que todo queda por hacer y que nada puede contentarle, pues Dios no quiere que nuestro corazón encuentre lugar alguno donde poder descansar, para que, como la paloma soltada del arca de Noé, vuelva a su Dios, del cual salió. ¡Ah! ¡Qué cualidad tan hermosa la de nuestro corazón! ¿Por qué, pues, lo ocupamos, contra su voluntad, en el servicio de las criaturas?
¡Oh, hermosa alma mía!, has de decir, tú puedes conocer y amar a Dios, ¿por qué te entretienes en cosas de menor precio? Puedes aspirar a la eternidad, ¿por qué te detienes en los instantes? Este fue uno de los lamentos del hijo pródigo, el cual, habiendo podido vivir deliciosamente en la mesa de su padre, comía vilmente con las bestias. ¡Oh, alma mía!, tú eres capaz de Dios; desventurada de ti, si te contentas con lo que es menos que Dios. Eleva tu alma a esta consideración; recuérdale que es eterna y digna de la eternidad, aliéntala a que siga por este camino.