En las páginas de este libro se recoge la hermosa Historia de los Padres Paúles en Cuba, que abarca siglo y medio (1862-2012). Durante todos esos años, los Hijos de San Vicente han caminado junto con el Pueblo de Dios que peregrina en la Isla, dejando a cada paso un testimonio vivo y ferviente de su vocación apostólica.
Antes de pasar a examinar los principales aspectos y acontecimientos que marcaron de forma singular la Historia de Cuba y de su Iglesia desde finales de 1510, año en que se inicia la conquista de la Isla, hasta 1852, cuando por disposición real los Padres de la Congregación de la Misión tuvieron permiso para llegar al país y fundar casa, debemos tener en cuenta algunos elementos que tipifican el proceso de colonización de la Isla, que lo diferencian en muchos sentidos del desarrollo general de las demás colonias españolas y que son la clave para comprender el contexto social y religioso que existía cuando llegaron los PP. Paúles a la Isla de Cuba.
Cuba fue llamada con justicia la «Llave del Golfo» y el «Antemural de las Indias Occidentales» por estar enclavada en el punto donde se cruzan las rutas oceánicas que van de Europa al Nuevo Mundo y viceversa. Esta posición privilegiada favoreció el desarrollo de la capital, San Cristóbal de la Habana, que por su espaciosa bahía era el punto de reunión, reposición y abastecimiento de las Flotas del Oro, hasta el punto de que a finales del siglo XVIII y comienzos del XIX, llegó a ser la ciudad mayor del continente y la capital más opulenta, más culta, refinada, mejor fortificada y populosa del Nuevo Mundo.
El desarrollo económico de Cuba durante casi dos siglos se derivó de la estancia obligada de las flotas en la bahía de La Habana. El mantenimiento, reposición y abastecimiento de los buques, tanto como la asistencia y el aprovisionamiento de los numerosos tripulantes y pasajeros de las flotas, estimuló la aparición de siembras y la cría de ganados en los alrededores de La Habana, así como los negocios, el comercio y la aparición de tabernas y tugurios de todas clases, al igual que en los demás puertos de importancia del mundo.
Al comenzar el siglo XVII, (1612 o 1613) la aparición en la bahía de Nipe de Nuestra Señora, la Virgen de la. Caridad del Cobre, dio inicio a un culto tan popular y fervoroso que muy poco tiempo después, la amada imagen se convertiría en Patrona de la Isla y en un símbolo de la nacionalidad y patriotismo de los cubanos. El Papa Benedicto XV la consagró como Patrona de Cuba el día 24 de Septiembre de 1915, quedando como día conmemorativo de la Fiesta el 8 de Septiembre de cada año.
A finales del siglo XVI ya estaban bien establecidas en Cuba las órdenes de San Francisco y Santo Domingo, las que tuvieron más influencia en el país. Los criollos, muchos de ellos hijos de familias principales, formaban por su número el núcleo mayor de estas comunidades religiosas que poseían grandes riquezas y estaban más vinculadas a los negocios mundanos que a la propia jerarquía de la Iglesia. Por eso algunos hombres de Iglesia no aceptaron con gusto el Sínodo Diocesano de 1680 efectuado para implantar los acuerdos del Concilio de Trento, sobretodo el documento final, en el que se señalaban las normativas para el clero e iban encaminadas a establecer toda la acción social de la Iglesia en la Isla. Una vez fijadas por el Sínodo las normativas de la Iglesia, el gran Obispo Diego Evelino y Vélez, conocido por «Compostela» por ser natural de Santiago de Compostela, creó las redes parroquiales y educacionales del occidente de la Isla, llevando al campo tanto la enseñanza como los servicios religiosos. En las parroquias que surgían alrededor de la Habana edificó o reedificó seis Iglesias: la del Santo Ángel Custodio, la del Santo Cristo del Buen Viaje, la de Jesús del Monte, la de San Felipe Neri, la de San Diego de Alcalá (más tarde Nuestra Señora de Belén) y la de San Isidro…
Su sucesor, fray Gerónimo de Nostis y de Valdés, fundó en 1722 el Seminario de San Basilio el Magno y de San Juan Nepomuceno en Santiago de Cuba, que fue el primer centro de educación superior que tuvo el país y facilitó la fundación de la Real y Pontificia Universidad de San Gerónimo de La Habana así como la del Colegio San José de la Compañía de Jesús, antecesor del Seminario Conciliar de San Carlos y San Ambrosio. De esta forma se amplió la red educacional del país en extensión y calidad. Cuba contaba, en esos momentos, poco más de cien mil habitantes.
El aumento de la población del país, el desarrollo económico del occidente de la Isla y la gran extensión de la primitiva Diócesis de Santiago de Cuba, hicieron necesario el surgimiento de otro obispado. Realizadas las gestiones del caso, el 29 de diciembre de 1789 se aprobó el obispado occidental, con sede en La Habana, y se mantuvo la sede de Santiago de Cuba con rango de Arzobispado.
Durante el período 1830 — 1898 cayeron sobre la Iglesia Cubana una serie de crisis demoledoras. Fueron crisis que marcaron a la institución católica de forma determinante por muchos años y que le dejaron cicatrices muy hondas, cuyas consecuencias se prolongan en ocasiones hasta el momento actual. Las mayores crisis y los retos más importantes que tuvo que enfrentar la Iglesia de Cuba fueron, en primer lugar, la imposibilidad de evangelizar la masa de más de cuatrocientos mil esclavos africanos y ciento veinte mil asiáticos que ingresaron al país durante la primera mitad del siglo, y que portaban numerosas creencias religiosas a veces sumamente primitivas.
En segundo lugar, las agresiones liberales, sobre todo en la década de los 40 del siglo XIX, que desarticularon a las órdenes religiosas despojándolas de sus propiedades, disminuyendo a la mitad el número de sacerdotes, secularizando la Universidad y perjudicando, en gran medida, a los Seminarios de San Carlos en la Habana, y al de San Basilio en Santiago de Cuba.
En tercer lugar, el nuevo acuerdo entre la Iglesia y el estado español a raíz del Concordato de 1851, que le proporcionó a la institución católica una posición peligrosamente cercana al centro del poder cada vez más odiado en la Isla, ya que desde hacía mucho tiempo se venían gestando las primeras conspiraciones para lograr la independencia. El ansia independentista de un pueblo mayoritariamente católico se enfrentaba antagónicamente con el hecho de que la mayor parte de los miembros de la jerarquía eclesiástica estaba formada por españoles y que los Obispos, en particular, eran Senadores del Reino. Esta cuestión complicaba todavía más las relaciones entre la Iglesia Católica y una buena parte del pueblo de Cuba.
La aplicación del Concordato de 1851 en la Isla aumentó todavía más la distancia entre la Iglesia Católica y los separatistas cubanos, porque la administración colonial española, entre otras cosas, utilizaba a la jerarquía eclesiástica a su favor y manejaba a las instituciones educacionales católicas para sembrar en los alumnos la lealtad a la metrópolis, muy duramente comprometida a partir del ejemplo dado por la reciente independencia de las repúblicas centro y suramericanas. Colombia por ejemplo, se independizó el 20 de Julio de 1819. Venezuela el 19 de Abril de 1810. Chile el 12 de Febrero de 1818 y Perú el 9 de Diciembre de 1824. Todas ellas lograron su independencia muchos años antes de que Cuba la lograra.
Los Padres Paúles llegaron a Cuba en medio de esas situaciones difíciles y deberían actuar con mucho tacto y con una visión certera de las circunstancias. Evangelizar cuando la jerarquía de la Iglesia no era bien vista por el pueblo de Cuba por su apoyo a la causa colonial, cuando estaban a punto de estallar las Guerras de independencia, cuando el materialismo capitalista había interrumpido en el país socavando las bases del viejo mundo cristiano y católico, cuando la Iglesia estaba más desprovista de sacerdotes, cuando el proceso del sincretismo comenzaba a hacer estragos en la religiosidad popular, incrementado por las ideas y las concepciones de las masas incultas de esclavos que hablaban más de 30 dialectos diferentes para hacer todavía más difícil la comunicación con ellos, cuando las órdenes religiosas tradicionales habían sido suprimidas, despojadas y desmanteladas, cuando el número de cuadros pastorales había disminuido y a muchísimos lugares no llegaba la Palabra de Dios… evangelizar en medio de esas condiciones era un reto para los Misioneros Paúles recién llegados que desconocían la historia, los problemas, las costumbres y la idiosincrasia del país donde desembarcaban. Y a estos Misioneros se les daría además la responsabilidad de regir y educar a los seminaristas, y de darles, en aquellas circunstancias tan singulares, la formación humanista, filosófica y teológica.
Cuba era una tierra convulsa por el afán de independencia y estremecida por los cambios económicos e ideológicos. En esa tierra, enardecida por la libertad recién alcanzada por los países del continente, aquellos Padres, los Hijos de San Vicente, tendrían que llevar a cabo su nueva Misión. Fueron hombres humildes, silenciosos y dignos, sabios y elocuentes, sobre todo por el ejemplo. En muy pocos años los Padres Paúles llegaron a los lugares más alejados, apartados e incógnitos, a las celdas de las cárceles y a las salas de los hospitales, a las aulas de los centros de estudios, a las vastas extensiones de los campos, a los sitios donde aún no había sido escuchada la Buena. Nueva. Ellos fueron los testigos silenciosos de la historia que se narra en este libro.
Salvador Larrúa Guedes. La Habana, diciembre de 2004.