1. La Obra de las Misiones en la Iglesia de San Francisco, Santiago de Cuba.
El 28 de junio de 1925 comenzó en Santiago de Cuba el episcopado de Mons. Valentín Zubizarreta y Unamunsaga, y con su incorporación a la Arquidiócesis, comenzó a funcionar la Obra de las Misiones Parroquiales con el estilo y la organización que el P. Hilario Chaurrondo había establecido desde La Habana.
La primera medida del nuevo Arzobispo fue la de designar al P. Justo Echevarría, misionero Paúl, como Delegado Diocesano para las Misiones Parroquiales. La vieja Iglesia de San Francisco pasó a ser el centro de la actividad misionera en tierras de Oriente, y el P. Justo quedó encargado de coordinar anualmente las misiones y se encargaría, además, de los trabajos de propaganda y de la administración. 1
Durante la década de los años 1920 y los primeros años de 1930, más de diez años, el P. Justo estuvo al frente de esta actividad en la que tenía que invertir casi todo su tiempo. Una vez al año informaba y rendía cuentas al Arzobispo. En los archivos de los Padres Paúles de Santiago de Cuba no quedó, por desgracia, ningún documento que guarde para la historia más detalles de este inmenso trabajo.2
Bajo la dirección del P. Justo Echevarría y siguiendo el modelo de La Habana, todas las órdenes religiosas y el clero secular participaban en la Obra de las Misiones Parroquiales que se hizo todavía más intensa en tiempos de Mons. Enrique Pérez Serantes, sucesor de Mons. Zubizarreta, y un misionero de gran talla.
Durante todos estos años los nombres de los Padres Tobar, Roqueta, Salón, Francisco Romero, Eliseo Castaño y Alfredo Enríquez, son inseparables del trabajo misionero en la provincia de Oriente. Dieron misiones en la zona que se extiende desde Guantánamo a Baracoa, labor que solamente había realizado en su momento el gran Arzobispo Antonio María Claret.
El P. Francisco Romero, acompañó muchas veces al Arzobispo Mons. Ambrosio Guerra en jornadas misioneras muy arduas y difíciles. En una ocasión, al llegar a la Iglesia de Tiguabos y no encontrar a nadie que los recibiera, tuvieron que dormir en la Sacristía y el P. Romero se acostó en el suelo para dejar al Arzobispo el único banco disponible.
En el año 1956, los recorridos misioneros pasaron por Holguín, La Maya, Cauto el Paso, Níspero, Ermita, Pilón, Manatí, Cuatro Caminos, Las Arenas, San Andrés, el Central Santa. Cecilia y Guantánamo, con la participación de 15 misioneros llegados de La Habana y de otras casas que trabajaban en la evangelización.
Por la labor misionera realizada desde la Iglesia de San Francisco se destacó el P. Eliseo Castaño, sobre todo cuando viajaba en un automóvil equipado con altoparlantes para facilitar la propaganda y la atención de los fieles cada vez que llegaba a un pueblo. Muchas veces lo acompañaba en estos trajines el P. Alfredo Enríquez y ambos trabajaban tan bien y hacían gala de tanto sacrificio que el Arzobispo, Mons. Enrique Pérez Serantes, proclamaba «que no quería otros misioneros.
Los Paúles también realizaron una labor misionera muy importante en el Sanatorio de la Colonia Española de Santiago de Cuba. Desde los comienzos del segundo decenio del siglo XX las Hijas de la Caridad comenzaron a ocuparse tanto de los enfermos como de la administración del mencionado Sanatorio, que había sido fundado en el siglo XIX por grupos de inmigrantes que comenzaron por conseguir locales y médicos que los asistieran en caso de enfermedad, ya que no tenían familiares en Cuba y no confiaban en la calidad de los servicios que prestaban los hospitales del estado. Así comenzaron a surgir en la Isla numerosas instituciones mutualistas que brindaban una excelente atención médica mediante el pago de una módica cuota. Así nacieron hospitales, por ejemplo, como el Covadonga.
El Sanatorio de la Colonia Española de Santiago de Cuba comenzó a funcionar en el año 1910 con diez enfermos. Funcionaba bajo la dirección de Sor María Terés, una Hija de la Caridad que lo entregó en 1920 cuando el Sanatorio ya contaba varios miles de asociados. Hacia 1925, con la rectoría de Sor Asunción Massot, se contaban ocho mil asociados y en 1961, cuando era Superiora Sor Carmen Feijóo, alrededor de veinte mil.
Desde el primer momento y según uso y costumbre, los Padres Paúles se ocuparon también de la atención y dirección espiritual de las Hijas de la Caridad. Los Padres iban a pie desde la Iglesia de San Francisco hasta el Sanatorio para dar servicio a las Hermanas y a los enfermos que se encontraban hospitalizados. En ciertos momentos, el Sanatorio de Santiago de Cuba llegó a estar atendido por quince Hermanas, que siempre contaron con un Padre para celebrar la Eucaristía. Los domingos se hacía una segunda celebración para los enfermos y sus familiares. Los Paúles, además, visitaban a los enfermos y los asistían, en particular a los que se hallaban en estado grave. Por su solicitud y abnegación son recordados sobre todo los Padres Carlos Roqueta y Gregorio Arnáiz.7
Un informe referido a esta obra apostólica que data de 1966, nos revela que
En el Sanatorio de la Colonia Española se pasa visita diaria, luego de la misa, a todos los pabellones de enfermos y se les atiende espiritualmente, si hace falta, según la indicación de la Hermana Jefa. Todos los jueves primeros de mes se corre por todos los pabellones, para oír en sus departamentos las confesiones de los que no pudiendo ir a la capilla gustan de hacerlo como preparación de la comunión que al día siguiente se reparte en la capilla y en los pabellones. Igual se hace los domingos y para todos los que quieran comulgar entre semana por devoción y que no pueden levantarse y caminara„ … se acude inmediatamente a todas las llamadas extras, individuales, para administrar los últimos sacramentos, sea de día o de noche.