Historia de los Paúles en Cuba (Capítulo IV C)

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CRÉDITOS
Autor: Justo Moro-Salvador Larrua · Fuente: Mecanografiado.
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3. Fricciones de los Padres Paúles con el Obispo Manuel Santander Frutos.

En el año 1886 el Obispo Ramón Fernández de Piérola se vio en la necesidad de partir para la Península por decisión del gobierno central. Fue sustituido por un nuevo prelado, el Dr. Manuel Santander y Frutos, quien hizo acto de presencia en Cuba el día 5 de diciembre de 1887. Santander era natural de Rueda, Diócesis de Valladolid, donde nació el 4 de Julio de 1883. Una vez que terminó sus estudios teológicos con el grado de Doctor, Santander se desempeñó como profesor de teología en el seminario de Valladolid, en el que con el tiempo alcanzó los cargos de Vicerrector y Rector. Más tarde obtuvo, por oposición, el cargo de Canónigo Penitenciario de la Diócesis de Valladolid y después como Arcediano de la Catedral de la misma ciudad y este era el cargo que tenía cuando fue designado Obispo de la Habana.

Poco tiempo después de llegar a La Habana comenzaron las fricciones con el prelado en forma de enfrentamientos con los sacerdotes diocesanos y conflictos con las órdenes religiosas. El conflicto con los Padres Paúles tuvo características especiales porque Santander, revestido con toda la autoridad episcopal de su cargo y seguramente mal aconsejado, impuso su criterio contra toda razón en asuntos relacionados con la administración del centro docente, tal vez actuando como si todavía estuviera al frente del Seminario vallisoletano.

El caso es que el Obispo Manuel Santander y los principales funcionarios de la jerarquía eclesiástica chocaron con los Padres Paúles varias veces durante el período 1890-1894 e incluso años después. Con fecha 3 de septiembre de 1888 el P. Santiago Terán Puyol emitió un dictamen sobre «ser inconveniente» un proyecto de anuncio según el cual iban a disminuir notablemente las rentas del Seminario. El dictamen había sido solicitado por el Vicario Administrador General de la Diócesis de Cuba, P. Juan Bautista Casas, y el informante opinaba que no debía publicarse, sino que era necesario elevar al Obispo una memoria detallada del estado económico, literario y religioso del Seminario. Juan Bautista Casas volvió años más tarde a España y fue nombrado Canónigo de la Catedral de Orense.

Tomando como excusa la debilidad económica de la casa de estudios eclesiales, el 3 de septiembre de 1889, el Obispo Santander nombró Administrador del Seminario San Carlos a su amigo el P. Pedro Caballer y Mercada1154 para favorecerlo con este empleo, ya que según sus propias palabras «no tenía otra cosa que darle». El prelado cometía un error. En las Bases sobre las cuales la Congregación de la Misión había comenzado a regir el Seminario Conciliar de San Carlos y San Ambrosio, firmadas siete años antes el 4 de diciembre de 1882 por el Obispo Ramón Fernández de Piérola y el P. Cipriano Rojas C.M. en representación de los Padres Paúles, se estipulaba muy claramente que:

  1. Los sacerdotes de la Misión se encargarán de la dirección, administración y gobierno del Seminario…
  2. La Congregación de la Misión administrará los bienes del Seminario, por cuyo concepto percibirá el ocho por ciento de lo recaudado, como se ha hecho hasta el presente, siendo obligación de aquella pagar con esta cantidad los gastos de escribiente y cobrador.
  3. Si el tiempo y la experiencia acreditaren la conveniencia de introducir alguna variación en estas Bases podrá hacerse mediante acuerdo de ambas partes.

Puesto que el P. Caballer no pertenecía a la Congregación de la Misión, el hecho de nombrarlo administrador del Seminario contradecía lo que había dispuesto y acordado el Obispo Fernández de Piérola en el contrato que firmó con los Paúles a fines de 1882 y por lo tanto, el Obispo Manuel Santander no podía disponer libremente en esta materia. Sin embargo, el prelado no quiso dar su brazo a torcer y sugirió a los Padres Paúles que tomaran a Caballer como profesor para el año académico 1890-1891.

Pero los Paúles no estaban dispuestos a admitir al P. Caballer. El primer punto de las bases contractuales aclaraba sin lugar a dudas que:

(los Paúles) enseñarán todas las asignaturas que comprende el nuevo plan de estudios aprobado por el Excmo. e Iltmo. Sr. Dr. D. Ramón F. de Piérola.

Sin embargo, el P. Caballer, con el mayor desenfado, se presentó sin avisar en la ceremonia de inauguración del curso escolar, lo que provocó que los Paúles,

en medio de la ceremonia, manifestaran al P. Caballer lo inoportuno de su presencia.

Al enterarse de lo sucedido, el Obispo Santander determinó castigar al Rector del Seminario, P. Guillermo Vila, con una multa de 30 pesos. A título de penitencia, debería además dedicarse a la oración por espacio de varios días, supervisado por un religioso carmelita. El P. Vila no estuvo de acuerdo, apeló a la sentencia de Manuel Santander, y entonces el Obispo decidió suspenderlo «a divinis».

Entre los papeles del Seminario San Carlos se encuentra un telegrama que no tiene fecha y que tal vez se enviara durante este enfrentamiento, que alude a la peculiar situación existente entre el Obispo Santander y el Rector Guilletino Vila:

Habana — Madrid

Señoras Habana consternadas. Superior Paúles suspenso incomunicado () Visitadora Hijas de la Caridad consejo excomulgada sin causa suficiente suplican pronta intervención Nuncio.

María Ortiz Pinedo.

Este telegrama muestra con toda claridad que el litigio entre el Obispo y los Padres Paúles había trascendido los marcos eclesiales. Además, hubo problemas con las Hermanas de la Caridad, como se deduce del texto del telegrama. Muchas señoras principales de La Habana, vinculadas a las Hermanas o a los Paúles por razones de piedad, devoción o amistad, se sintieron llamadas a participar en el asunto y a solicitar nada menos que el Nuncio de Su Santidad tomara cartas en el asunto.

Con el paso de los días el litigio se siguió complicando y el Obispo Santander,

de acuerdo con las obligaciones de su cargo, inspeccionó las cuentas y administración del Seminario y responsabilizó a los Padres Paúles de una deuda por valor de 50,000 duros.

Mientras, los sucesivos incidentes que tuvieron lugar con el P. Pedro Caballer y Mercadall que fue nombrado primero administrador del Seminario San Carlos y después profesor de la misma institución en franca violación de las bases pactadas entre el Obispado y los Paúles, iban complicando el asunto. Santander emprendió una nueva acción contra los Padres cuando trató de destituir al Rector del Seminario, P. Cipriano Rojas, y el hecho motivó una emocionada comunicación al Obispo de los alumnos, disgustados y preocupados ante el

peligro en que se encuentran de perder la dirección del ilustrado y humilde sacerdote, perfecto y necesario modelo en que han de vaciarse los que aspiran al sublime estado de Ministros del Señor.

Los alumnos, puestos de acuerdo, se unieron y formaron un clima de disgusto y tirantez tan grande, que el Visitador de la Congregación de la Misión, P. Mariano I. Maller, dirigió una comunicación al Obispo Manuel Santander y Frutos fechada el 18 de noviembre de 1890, por la que le suplicaba

se digne permitir que nos retiremos, y encargue a otros, más dignos y más aptos que nosotros, la importantísima misión de dirigir el Seminario.

Cuando el P. Mariano Maller dirigió esta petición al Obispo Santander el 18 de Noviembre de 1890, un mes antes, el 25 de Octubre de 1890, todos los profesores del Seminario habían mandado un escrito al Superior General de la Congregación de la Misión, pidiéndole poner remedio a tan triste situación y estar dispuestos a ir a cualquier parte del mundo para seguir trabajando por la gloria de Dios y el bien de las almas. La carta dice así:

Habana, 25 de Octubre de 1890 Honorable Padre Superior General Vuestra bendición.

Amado y muy respetado Padre:

Hace mucho tiempo que deseábamos escribirle todos los Sacerdotes de este Seminario de la Habana para manifestarle detalladamente el estado en que este Seminario se encuentra. No lo hemos hecho porque el Señor Maller, nuestro Visitador, está bien enterado de lo que aquí pasa y esperamos que de él vendrá el remedio. Mas ahora que vemos que han llegado las cosas a un punto completamente insostenible y que el Señor Maller no toma una resolución que arregle o disuelva si es preciso semejante estado, acudimos humildemente a Usted para que ponga remedio a tan triste estado.

Sabemos que nuestro amado superior, Sr. Vila, le escribe a Usted por el correo de hoy con ocasión del escandaloso proceso que le han formado y lo siguen, sabiéndolo él, le escribimos todos nosotros que tenemos un mismo sentir que junto con él padecemos y sufrimos.

Nosotros, Honorable Padre, que sabemos como están las cosas, el empeño que hay en que salgamos del Seminario, nosotros que presenciamos tan triste suceso por tanto tiempo y como viendo el carácter sumamente flojo del Señor Obispo, vemos que esto no se arreglará jamás a pesar de los buenos deseos que este Ilustrísimo Señor pueda tener, acudimos a Usted, unidos con nuestro Superior, pidiéndole y suplicándole se digne poner remedio a tan triste situación. Contentos iremos a cualquier otra parte donde podamos hacer algo por la gloria de Dios y la salvación de las almas.

Y para que le conste a usted el unánime testimonio de todos nosotros, firmamos aquí todos los Sacerdotes del Seminario, que son de Usted, Honorable Padre, vuestros más humildes hijos.

Pedro Sáinz
Juan José Soriano
Victoriano Muniain
Vicente Pérez Diaz
Carlos Muniain
Clemente Vigon?(no es legible)
José Uroz
Saturnino Pérez.

Poco después, el 6 de Diciembre de 1890, el P. Guillermo Vila escribía al P. General de la Congregación de la Misión:

Por el correo de ayer recibí una carta del Señor Maller en que me incluye otra para entregarla al Ilmo. Sr. Obispo si la sentencia dada contra nosotros no es revocada y retirar en ese caso la Comunidad de este Seminario. El asunto nuestro, Padre, sigue lo mismo que le escribí en la última carta. El Excmo. Sr. Arzobispo de Santiago de Cuba no ha entregado aún las actas del proceso verbal al abogado y nosotros juzgamos que está aguardando a que vulva el Ilmo Sr. Obispo de la Habana, el cual llegó ayer, para entenderse con ‘el y evitarle la vergüenza de una sentencia condenatoria. Esto es lo que nos imaginamos, aunque nada sabemos de cierto,

De nuevo y pocas semanas después, 2 de Enero de 1891, volvía el P. Vila a informar al Superior General:

Mi muy Honorable Padre.

Ya nos extrañará Ud. con los precedentes que tiene de los asuntos del Seminario de la Habana que este haya llegado a su término, no podría tener otro resultado.

Por razón de las circunstancias todos los Consultores fueron de parecer que debía presentar al Sr. Obispo la carta que yo guardaba del Señor Maller por la que se presentaba el retiro de la Comunidad del Seminario.

En efecto, el día 29 de Diciembre la presenté. El Sr. Obispo aceptó la renuncia y quedamos que este día 2 haríamos la entrega. No haría una hora que había sucedido esto cuando recibí telegrama del Señor Maller en la que me decía que presentara la dicha carta al Sr. Obispo. Y que distribuyera el personal de la manera siguiente: Los Sres Pérez Antonio, Muniain Escolástico y Uríz a Santiago de Cuba, para donde saldrán mañana. Los Sres Sainz, Soriano y Vigo en la Merced; y los Sres. Muniain Victor, Pérez Ibáñez y un servidor, con tres Hermanos Coadjutores a Puerto Rico, a donde iremos, Dios mediante, el día 10.

El Señor Obispo, no se si por desconfianza, ya al día siguiente me mandó oficialmente la aceptación de la renuncia y el nombramiento de otro en mi lugar. Nos ha mandado hacer tres inventarios, en lugar de uno o dos, y aún así no ha querido se firmasen porque quiere aún más, que le demos una lista de todas las cosas de la comunidad que teníamos en el Seminario. Me temo que aún nos haga sufrir con reclamaciones.

El Visitador, aunque deseaba que el cambio fuera urgente e inmediato, recordó no obstante, que el punto 7° de las bases convenidas y firmadas el 25 de noviembre de 1889, estipulaba que «en caso de que alguna de las partes pidiera la retirada de la Misión, lo avisará a la otra con tres meses de anticipación», y manifestó al Obispo que los tres meses comenzarían a correr desde el día en que la carta llegara a sus manos.

De esta forma, los Paúles respetaban y cumplían las bases pactadas con el Obispado de La Habana en 1889, lo que no había hecho el Obispo Santander. El litigio continuó. Manuel Santander siguió reclamando a los Paúles una pretendida deuda de 50,000 duros, aunque prometió en una carta al Nuncio, que cesaría en sus reclamaciones si aceptaba (el Nuncio) el estado de cuentas presentado por los Hijos de San Vicente.

El P. Félix García escribió al P. Fiat, Superior General el 16 de Febrero de 1892:

En cuanto a mi gestión con este Sr. Obispo sobre la parte económica del Seminario, que tuvo lugar hace dos años, tampoco he sido humillado, pues el testimonio del Sr. Arnaiz es también favorable para mí. Se ha persuadido en efecto de que yo procedí en el asunto con un detenido estudio y de que el arreglo firmado entonces por el Sr. Obispo y un servidor está plenamente justificado.

Afortunadamente me hallaba yo en Madrid cuando el Sr. Obispo presentó su reclamación y conseguí que se le contestara por los Sres Rojas y Madrid, de tal modo que se hizo callar al Obispado sobre ese punto y callado hubiera seguido todavía, si el Sr. Arnaiz no hubiera removido ahora esa cuestión con lo cual se ha visto claramente que había voluntad de dejarla dormir y no hablar jamás de ella.

Mucho me alegra saber que se haya ofrecido esta ocasión pues se ha podido saber que ni se había llevado a Roma el asunto ni se pensaba en eso. Ahora tal vez lo llevara el Obispado pues ha dicho el Sr. Arnaiz al Sr. Gobernador Eclesiástico que si el Sr. Obispo no lo lleva o no paga a la Congregación, esta lo llevará. No sé si habrá sido acertada esta amenaza, pero confío en que Dios sacará algún bien para la Congregación.

La relación entre Santander, sus asesores eclesiásticos, los Paúles y las Hermanas de la Caridad, mortificadas por el proceder del prelado, se iba poniendo cada día más tensa y difícil. En 1892 los leprosos que atendían las Hermanas en el Hospital de San Lázaro se habían amotinado, indignados contra el capellán ya que éste, por miedo a contagiarse, había colocado vasijas con sustancias aromáticas y desinfectantes junto al altar de la Capilla, por lo que los enfermos se sintieron ofendidos.

Del Obispado no tardó en bajar la sanción contra los leprosos: fueron castigados con pena de «entredicho», se mandó quitar del altar la reserva del Santísimo Sacramento, se apagaron las lámparas y se cerró la Iglesia. Enseguida las autoridades eclesiásticas convocaron una reunión en el Hospital para levantar acta de los sucesos con la presencia de la Superiora, Sor Sinforosa y de otra antigua Hermana, Sor Refugio, quien se disgustó tanto con el castigo tan desproporcionado que se les imponía, que llegó a pronunciar estas palabras:

No sea cosa que San Lázaro ponga enfermo de lepra al que aquí os ha enviado.

Cuando se enteró del suceso, el Obispo Santander exigió al P. Félix García, Capellán del Hospital de San Lázaro, que Sor Sinforosa fuera depuesta y extrañada de la Diócesis y que se tomara la misma medida con Sor Refugio, pero el P. García contestó que él no tenía facultades para deponer o para extrañar. Entonces el prelado excomulgó y multó al P. García, quien quedó virtualmente preso en el Convento de la Merced. Y así se lo comunicaba al Superior General el 16 de Febrero de 1892:

En ausencia del Sr. Arnaiz me veo en la precisión de dar a V. parte de un asunto gravísimo que pasa en La Habana. Esta mañana recibo un telegrama que copio: Negándose el consejo de Hermanas quitar la superiora de San Lázaro juzgándola inocente, estoy excomulgado vitando, multado y preso en La Merced. La visitadora y asistentas sin comunión, multadas, privadas de todo cargo interior so» pena de excomunión.

Con fecha de 20 de Octubre de 1892, el P. Félix García notificó al Visitador de Madrid, quien también lo era de Cuba, y le decía:

Ayer ha vuelto a proponerme el Sr. Provisor que saque las dos Hermanas de San Lázaro, y se condonarán penas y multas y yo me marcharía a la Península mañana. Le dije que no podía, y se marchó llamándome malvado delante del Notario. Dios me tenga de su mano y me de gracia para saber aprovecharme de la prueba…En este momento recibo del Señor Arnáiz el telegrama que dice: El Padre Santo aceptando la apelación ha ordenado se suspenda todo juicio. Gracias a Dios.

La sentencia de la Curia Romana fue favorable al P. García. Una copia oficial de esa sentencia se guarda en el archivo de la Merced.

Las Hermanas que formaban parte del Consejo también fueron excomulgadas y se les aplicaron sanciones pecuniarias. Aunque pagaron las multas, éstas iban aumentando hasta que se cumplieran las exigencias del Provisor, por lo que las Hijas de la Caridad apelaron a la Curia Romana y ésta falló a su favor: se levantaron las «excomuniones»» y se devolvieron las cantidades pagadas por concepto de multas.

Mientras tanto, el pueblo católico de La Habana contemplaba con asombro aquel largo y escandaloso proceso que duró varias semanas y que tanto desprestigiaba a la religión. Las Asociaciones Católicas de La Habana, en octubre de 1892, tomaron la iniciativa de enviar un Memorial a la Santa Sede, cuyo texto se explica por sí mismo:

Las Asociaciones Católicas canónicamente establecidas en La Habana… con harto dolor de sus corazones vense obligadas a levantar su voz contra hechos públicos y notorios que… vienen cometiéndose impunemente en el Gobierno de esta Diócesis, pues apenas transcurre un mes sin que entre la autoridad eclesiástica y algún sacerdote se susciten conflictos… Tristísimo espectáculo en que la prensa impía se goza… y que redunda en desprestigio del Gobierno de esta Diócesis.

Indudablemente, para los católicos comprometidos no podían tener lugar aquellos escándalos sin que se sintieran llamados a expresar sus preocupaciones a la Santa Sede Apostólica.

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