3. Reconstrucción de la Iglesia y del Convento de la Merced
Cuando por fin comenzaron las obras en el viejo Convento de la Merced, el Obispo de La Habana se quejaba al Capitán General de que en el Departamento de Cuba (o sea, de Santiago de Cuba) se invertían grandes sumas para los trabajos de aquella Arquidiócesis y que ésta era
la causa principal de que esta, mi Diócesis, no cuente con un sobrante muy respetable: a lo que contesto: que primero ha de ser éste que aquél, puesto, que teniendo lo propio y necesitándolo, no hay razón para que se le quite y de al otro que aún cuando lo necesita igualmente, carece de ello y en tales circunstancias, o debe atenerse y concretarse a lo que le produzcan sus propias rentas, o bien aquel M R. Metropolitano arbitrar los medios que crea prudentes y sin detrimento de terceros.
Además: ¿No se ha hecho ya la zafra del Ingenio Baracoa? Si tal. o se han vendido los frutos o están depositados. Si lo primero, debe existir en numerario el producto líquido de ellos. Si lo segundo, siendo hoy buenos los precios corrientes de plazo no creo debe demorarse la venta por esperar a un alza que no se tiene segura, y que aún cuando así fuera lo más que habría de pagarse por mayor tiempo de almacenaje, se llevaría la poca utilidad que se alcanzara.
Así discurría el Obispo Fleix, muy preocupado por la falta de fondos y por la magnitud de los trabajos constructivos que había que realizar. La comunicación anterior, escrita el 30 de mayo de 1863, terminaba con esta solicitud:
por lo que vengo a rogar se entregue al Director de la Comunidad de San Vicente, Pbro. D. Gerónimo Viladás los $2, 758 del Presupuesto número 1.
Con esta cifra se comenzaron las obras, que en el primer momento se limitaron a reparaciones cuando valía la pena, y a demoliciones de los locales que no se podían salvar. Una segunda parte del trabajo se asociaba a nuevas construcciones que comenzaron en 1864. El 16 de febrero de ese año el Director de Obras del Obispado de La Habana, D. José Cortés, informaba a Mons. Fleix sobre el particular:
Acompaño plano y presupuesto de obras necesarias en el Convento de la Merced, ocupado hoy por los PP. Paúles. Esas obras son una parte de las que han de proyectarse para completar el edificio, cuyo trabajo tendrá lugar cuando se termine el plano del mismo que se está levantando, cuyas obras se verificarán según las indicaciones que haga el Superior de la Congregación, lo mismo que ha sucedido con las que ahora se proponen.
Los planos y presupuestos llegaron a manos del Capitán General el 20 de febrero. Se enviaba además al Vice-Real Patrono una comunicación adicional para explicar que ya se estaban levantando los planos del Convento, que era lo que faltaba para iniciar las obras del edificio, y que se proponía adicionar un segundo cuerpo a la fachada actual que da a la Calle Cuba. De esta forma se completaría la esquina que formaba el edificio en una plazuela contigua, y con esta adición se levantarían cinco habitaciones más.
Todo el conjunto de la propuesta que se elevaba a la máxima autoridad del país, representaba una inversión de $8,400 que se desglosaban según los diversos destinos.
Después surgió la necesidad de utilizar «para clases de enseñanza» la parte de la azotea a la que daban las habitaciones que fueron reparadas con el primer presupuesto, y se propuso llevar dos de los muros hasta la altura «del cerramento del tejado» y formar una nueva azotea, para cuyos trabajos se requerían $5,700. En total, ambas inversiones sumaban catorce mil pesos, pero el Capitán General informó al Obispo el 11 de marzo de 1864 que «sólo disponía de seis mil» y se sugería que realizaran primero las obras de la azotea que importaban $5,700 porque el dinero alcanzaba para ejecutarlas.
Mientras progresaban lentamente las obras de la Merced, el 22 de octubre de 1863 el P. Jerónimo Viladás recibía un poder para «suscribir escritura de fundación de los Misioneros de S. Vicente de Paúl en La Habana, en el ex — Convento de la Merced16 que estaba firmado por el Escribano D. Tomás Bande y García en esa fecha, en Madrid, ante el que había comparecido el Visitador de la Congregación de la Misión y Director de las Hijas de la Caridad en España, Pbro.
D. Ramón Sanz, en nombre del Superior General de los Paúles, P. Juan Bautista Etienne, para otorgar y redactar el mencionado documento.
Esto quería decir que el P. Gerónimo Viladás Lamich había sido investido por el Superior General de la Congregación de la Misión, con la atribución y potestad de fundar en San Cristóbal de La Habana los Misioneros de San Vicente de Paúl. Con este documento se completaban los requisitos eclesiásticos y civiles para dar carácter oficial a lo que de hecho ya existía: una Comunidad de Padres Paúles en la capital de Cuba.
Pasaron varios meses. Al llegar agosto de 1864 ya estaban casi terminadas las reparaciones previstas en el primer presupuesto y el comienzo de las obras que estaban contempladas en el segundo presupuesto era una necesidad apremiante, porque la frecuencia de las lluvias, muy abundantes por esos años, podían perjudicar las construcciones iniciadas. Ya los Paúles llevaban más de un año alojados en habitaciones por cierto nada ventajosas e insalubres sobre todo para los que no estaban habituados al clima de la Isla. Como aquella situación se prolongaba hasta volverse insoportable, el P. Viladás envió una comunicación al Obispo en la que le decía:
deseo acabar con la repetición de excusas bien desgarradoras, al ver desaparecer en la flor de sus años algunos de (mis) compañeros, quizás por causa de lo insalubre de las habitaciones, por lo que vengo a proponer se autorice al Superior de esta Comunidad para contratar un empréstito por $5, 700 que es el valor del presupuesto de obras que están por realizarse.
No demoró mucho la respuesta del prelado que estaba de acuerdo en todo con el Superior de los Paúles, aunque era muy poco lo que podía hacer para dar solución al problema. Sin embargo, había otros trabajos que progresaban rápidamente como para compensar la demora de las obras.
Apenas se establecieron los Paúles en la Merced, el P. Viladás comenzó a fomentar el culto, que en general había decaído mucho después de la exclaustración. No se trataba de un fenómeno aislado, sino que era un problema presente en toda la Isla, después de la aplicación de las tristemente célebres leyes de Mendizábal. Al respecto se ha dicho que
La predicación de la divina palabra todos los domingos y días festivos, la gravedad de las ceremonias y sobre todo la unción en el púlpito que tenía el Sr. Viladás, acompañada del mejor ejemplo, hizo que se ganase la confianza del Clero y pueblo, de los pobres y de los ricos, lo que le sirvió para hacer las grandes obras que llevó a cabo en pocos años sin pedir ayuda de socorro al Gobierno.
Desde que pusieron por primera vez los pies en La Habana, los Paúles se dieron a la tarea de limpiar con sumo cuidado el interior del templo y después se dedicaron a decorarlo lo mejor que pudieron. Toda esta actividad inusitada y sorprendente después de muchos años, no tardó en llamar la atención de los vecinos y los fieles. Muy pronto comenzó a aumentar el número de personas que asistía a las ceremonias, y muchos comenzaron a colaborar en las obras y en el arreglo del templo. Se sustituyó el pavimento de cocó (una especie de cemento malo hecho de cal y tierra) por losas de mármol colocadas de manera tal que los visitantes, sin excepción, admiraban el nuevo piso de la Merced. Este trabajo se terminó cuando comenzaba 1864.19
Para esas fechas habían regresado a Méjico los primeros Paúles que estuvieron presentes en el momento de la fundación y llegaron nuevos sacerdotes de España: los PP. Faustino Marcos, Ramón Güell, Juan Urroz y el Hermano Vicente Moreno, quienes desembarcaron en La Habana el 18 de noviembre de 1863 junto con veinte Hermanas de la Caridad.
En 1864 tuvo lugar la primera Misión dada por los Padres Paúles como preparación a la Fiesta de Nuestra Señora de los Dolores, desde el día 3 hasta el 18 de Marzo. Todos los días se oficiaba la misa a las siete y media de la mañana, y era seguida por una plática doctrinal. Luego se celebraba la Eucaristía en honor de la Virgen de los Dolores, a las seis se rezaba el rosario y seguía la plática doctrinal. Al final, el canto de la Letanía Lauretana y para terminar el sermón del P. Viladás, al que seguía el canto del Miserere o del Stabat Mater. El último día de la Misión tuvo lugar la Comunión General, que fue dada a los fieles por S. E. el Obispo de La Habana, Mons. Francisco Fleix y Solans.
Poco después tendría lugar la segunda Misión, esta vez en Isla de Pinos, que se efectuó durante 8 días a partir del 10 de marzo de 1864, y que tuvo una gran importancia para el progreso de la evangelización en el pequeño territorio. Llama la atención la amplitud del trabajo emprendido por los Padres, porque todavía no contaban con una residencia apropiada y tenían que atender todas estas tareas en medio de grandes aprietos económicos.
Los fieles de la Merced solicitaron al P.Viladás que se celebrara con toda solemnidad el mes de Mayo, dedicado a la Virgen. En respuesta a la petición, todos los días, a partir del primero de Mayo, fecha en que comenzaron los Ejercicios de las Flores, fueron verdaderas fiestas dedicadas a la Madre del Cielo. Se rezaba el rosario con canto de los misterios y luego llegaba la meditación y la lectura del día, junto con un sermón sobre los aspectos meditados, y finalmente canto de letrillas y el ofrecimiento de las flores. El viejo y descuidado barrio donde estaba enclavada la Merced, comenzó a reaccionar ante la reanimación y esplendor de las ceremonias que se celebraban en la antigua Iglesia.
Sin embargo, no faltaban problemas y situaciones inesperadas que nada tenían que ver con las reparaciones ni con las obras en construcción. No se trataba solamente de reparar viejos locales y levantar otros nuevos. La sacristía de pronto tuvo afectaciones por el mal estado del techo y de los muebles y fue necesario volver a acondicionarla, aunque este trabajo no estaba contemplado en ninguno de los presupuestos.
Estando la sacristía en un deplorable estado, e inservible su cajonería, se determinó hacerse nueva y en el lugar en que debía estar, si la iglesia se hubiese concluido; a este fin se hizo el techo nuevo, se enlosó de mármol, se introdujo el gas, se pintó con cielo raso y se le hizo una nueva y hermosa cómoda o cajonería de cedro, que todo junto costó 2,235 pesos fuertes siete reales.
Así lo dejó escrito el P. Viladás. Esta obra pudo realizarse a partir de las contribuciones de los fieles, como es natural. Al gobierno le costaba trabajo dar lo que constituía su obligación, y los Padres Paúles no contaban con propiedades en Cuba, ni con ningún tipo de recursos de otra clase.
Ya el P. Viladás había logrado que se construyeran habitaciones en los altos velando por la salud de los misioneros. Además, se construyeron las dos naves del frente con una escalera de piedra para subir al coro, lo que fue costeado con el Fondo de Bienes de Regulares —en total diez mil seiscientos pesos— cuando ya terminaba 1864. A expensas del mismo fondo se pusieron los pisos de losa de los claustros.
En cuanto a la Iglesia, los frailes mercedarios habían llevado la obra hasta la mitad, cerrando las tres naves en los tres arcos en que comienza el crucero, quedando las paredes de la parte trasera por concluir casi con la elevación necesaria para recibir los arcos que debían sostener las bóvedas Ante la situación, el P. Viladás comenzó a actuar. Logró sensibilizar a un grupo de personajes destacados de la época, representantes de la más alta y poderosa nobleza criolla, para llevar a cabo su empeño. Los hizo visitar las obras para que comprobaran personalmente que habían llegado a un punto muerto, y puestos todos de acuerdo, dirigieron al Capitán General las siguientes líneas:
Nos produce pesar que no se haya concluido la fábrica material del templo, bastante adelantado, y precisamente en la parte más costosa, a saber sus muros y arcos de cantería, y dispuesta ya para recibir los techos, por lo que estamos en disposición de contribuir con nuestras limosnas, y con cuanto más esté a nuestro alcance, hasta la terminación definitiva de la obra, con todos sus accesorios; de modo que esa Iglesia será la más hermosa y capaz de esta capital.
La Habana, en 18 de enero de 1865.
Firman el Conde Cañongo, el Conde O’Reilly, el Marqués de Campo Florido, el Marqués de la Real Proclamación, D. Pedro Hernández de Castro, D. Domingo Echevarría y el P. Gerónimo Viladás, Superior de la Congregación de S. Vicente de Paúl.
El Vice — Real Patrono consultó con el Obispo y contestó a través de una misiva del prelado, que se expresó a nombre de ambos con estas palabras:
Nos ha sido muy satisfactorio el contenido de la solicitud.
La intervención de aquellos linajudos e influyentes personajes a favor de los Paúles dio nuevo ímpetu a las obras y demostró la sagacidad y los recursos del P. Viladás, que no había estado mal encaminado al solicitar su apoyo. El Vice — Real Patrono, Capitán General y gobernador de la Isla de Cuba no podía perder prestigio ante aquellos criollos ilustres, representantes de una inmensa fuerza económica, y desde ese momento se empeñó en que las obras (o al menos la parte que ya estaba presupuestada, pues era mucho más y muy complejo el trabajo por hacer) cobraran un nuevo impulso. Veremos más adelante cómo esta feliz idea de terminar el templo se llevó a cabo y la nota que el P. Viladás mandó publicar en «La Verdad Católica» anunciando al público la bendición solemne del templo recién terminado.
Pero el objetivo más importante en aquellos momentos, febrero de 1865, era el de poner las losas a los claustros del Convento, por lo que se abrió un nuevo expediente con este fin, ya que las otras obras estaban terminadas. Después de examinar cuidadosamente los informes sobre el estado de las obras enviados por el P. Viladás y para colaborar con los Paúles, con fecha 17 de marzo del mismo año el Capitán General dictó al Obispo de La Habana el oficio siguiente:
El Superior de la Congregación de S. Vicente de Paúl me dice que es necesario enlosar o enladrillar los corredores o claustros del edificio, ya que se han concluido los 5 altos que acaban de fabricarse.
(Para realizar este trabajo) existe un presupuesto por $5, 600. En el citado presupuesto consta que hallándose los claustros de este edificio con pavimento de tierra y más bajo que los patios, es indispensable hacer unas cañerías que desagüen en el pozo por ser el único parage adonde corren las aguas que recojen las galerías con las agua-vientos y no habrá otro punto cuyo desnivel lo permita. Es preciso enlosar los pavimentos con losas de S. Miguel.
A continuación y en la misma misiva se presentaban los detalles: el costo de 571 metros cuadrados de losas de San Miguel de cuatro en vara, ídem de 111 metros lineales de cañería de ladrillo de 15 por 4 centímetros para recoger las aguas de las galerías y llevarlas al pozo, y una pequeña cantidad para imprevistos: en total, $3,600. Con todos estos detalles tan minuciosos y precisos, el Capitán General, quien no quería hacer un mal papel ante los criollos más poderosos de la Isla, dejaba salvada su honra.
La obra antes detallada salió a subasta y el remate se efectuó el 30 de mayo de 1865. Se presentaron cinco licitadores y finalmente el trabajo se adjudicó a Don Manuel Ballina. No hubo mayores dificultades para la ejecución de estos trabajos, de forma tal que
El 15 de Diciembre de 1865 el P. Ramón Güell C.M., Superior de la Congregación de la Misión, notifica al Obispo haber quedado terminadas las obras.
Quien no pudo ver este acontecimiento feliz fue el Obispo Francisco Fleix y Solans. Después de haber puesto tanto empeño y de dedicar tanto tiempo al objetivo de que los Padres Paúles tomaran a su cargo el Seminario de La Habana, y de bregar sin tregua para lograr la fundación canónica de los misioneros y encontrarles una residencia apropiada, Mons. Francisco Fleix y Solans no pudo ver el resultado final de su esfuerzo. Fue exaltado al Obispado de Tarragona y sustituido en la sede episcopal de La Habana por el capuchino Mons. Jacinto María Martínez, que tomó posesión de la mitra el 28 de octubre de 1865.
Podemos imaginarnos el gozo que produjo en la población la idea del terminar el templo de la Merced. El P. Pedro Vargas, historiador de la Congregación de la Misión, llegado a la Habana el 1° de Noviembre de 1911, nos da unos hermosos detalles de cómo se llevó a cabo esa hermosa gesta.
El día 20 de Enero de 1865 presentó ( suponemos que fue el P. Viladás), la correspondiente solicitud, la que a más de su firma, le acompañaban firmas de los Excmo.. Sres. Conde de Cañ ongo, Conde de OReilly, Marques de Campo Florido, Marqués de la Real Proclamación, comerciantes De. José M Morales y D. Domingo Echevarría y el Abogado D. Pedro Fernández de Castro.
El 10 de Febrero de 1865, el Sr. Capitán general, Vicerreal Patrono, D. Domingo Dulce, Marqués de Castellflorit, declaró, de acuerdo con la sagrada Mitra la concesión de cincha petición y en el mismo día comenzó la obra, bajo la dirección del maestro en obras y arquitecto D. José M Sardá.
Dióse tal actividad a la obra (téngase en cuenta que iba haciéndose todo de limosna), que comenzada, como hemos visto, a principios de Febrero, ya anunciada en la Verdad Católica, se terminarían con el año.
Con todo, el 31 de Enero de 18678 se inauguró con pomposa solemnidad el feliz remate de las obras. ….a las seis de la tarde la Corporación municipal fue recibida por la Comunidad de San Vicente de Paúl. Tomada el agua bendita, entró en la iglesia, entonando
armoniosamente el coro las letanías de los Santos. En seguida se hizo la procesión por dentro del templo, subiendo el Ayuntamiento y el Clero por la escalera que hay en el presbiterio del lado del Evangelio, pasando por detrás del camarín de la Virgen y descendiendo por la escalera de la derecha.
Acto continuo el Sr. Arcediano Gobernador de la diócesis, revestido de capa pluvial, procedió a la ceremonia de la bendición según el ritual, y el Excmo. Sr. Gobernador político descorrió la cortina que cubría a los ojos de los fieles la sagrada imagen. Apareció la Santísima Virgen en su trono con riquísimo mando de tisú blanco recamado de oro, con adornos de pedrería y resplandecientes como el sol.
La función terminó con la Salve del Maestro Puig y Calvó, cantada a gran orquesta. La Iglesia estaba suntuosa y magnífica, colgada de color grana, con tan profusa iluminación que parecía como se dice vulgarmente, ascua de oro.
El gentío era inmenso ..,no se podía penetrar en el templo ni en la plazuela, porque estaba de gente apiñada. En todas las calles adyacentes se estacionaban largas filas de coches, indicando esta circunstancia que las familias más principales habían concurrido a la función.
En la revista «La verdad Católica» apareció un artículo con el título: «Conclusión de las obras de reparación y ornato del templo de N. Sra, de la Merced» en el que leemos:
En 31 de Enero de 1867 se verificará su nueva apertura y bendición. En dicho día la Iglesia celebra la fiesta de S. Pedro Nolasco que con S. Raimundo de Peñafort y el Rey de Aragón fundaron la Orden de la Virgen de la Merced, de redención de cautivos.
faltaba que hacer el crucero con su cúpula y presbiterio que era lo principal y la comunidad de Reverendos Mercedarios legó a los vecinos de la Habana la conclusión de esta obra en la sencilla frase que dibujó en el retablo que aun se halla a la entrada de la iglesia junto a la puerta de la nave del Sur: Manum extreman operi addite, cives.
Pasaron los años y la invitación que no había producido efecto en el tiempo trascurrido lo produjo con motivo de la instalación de la Congregación de la Misión de San Vicente de Paúl.
Y concluye el artículo con el programa que envió a la Revista el P. Viladás. Entresacamos algunos puntos.
El día 31 de Enero de 1867 a las 6 de la tarde tendrá lugar la bendición en la que será padrino el Excmo. Ayuntamiento de esta Capital en representación del vecindario de la misma. Terminada la ceremonia se cantará la Salve y Letanías a toda orquesta.
El día 1 de Febrero a las nueve de la mañana Misa solemne de acción de gracias, al fin de ella se colocará la Divina Majestad en el nuevo tabernáculo terminando con el Te Deum y bendición con el Divinísimo Señor Sacramentado a cuya solemnidad asistirá el Excmo. Ayuntamiento.
En este día se cantará a grande orquesta la misa que para el estreno de la Iglesia ha compuesto organista de la Merced Sr. Don José Comellas.
El último día del triduo, o sea el 3 de Febrero se verificará la procesión de Nuestra Señora de las Mercedes, siguiendo las calles de Cuba, Paula, San Ignacio, Muralla, regresando por la calle de Cuba a su templo de la Merced.
Por fin, los Paúles tenían unas habitaciones dignas y la Iglesia estaba terminada. El resto era cuestión de detalles. Y así pasaron unos cuantos años, no muchos, cuando, lo que con tanto trabajo se había logrado, lo echó a perder la explosión del polvorín de la Habana el 29 de abril de 1884. Esta explosión causó grandes daños, tanto a la Iglesia como al convento. El P. Daniel Mejía, en una crónica de la época, nos nana así los acontecimientos:
Era uno de los últimos días del mes de abril de 1884: la comunidad de la Merced, ya bastante reducida, lo había sido más a la sazón, por haberse embarcado poco antes para la Asamblea provincial de Madrid el señor Guell, Superior interino, por muerte del Sr. Viladás, y el Sr. Vila, diputado por aquella Casa. Solamente habíamos quedado en ella cuatro individuos. Nos hallábamos en la recreación de mediodía, en el salón que está delante de los aposentos de la calle de Cuba, cuando de improviso se siente un fuerte estrépito que hace estremecer el edificio por delante de las ventanas que dan al jardín, se siente un viento impetuosísimo; quedamos sorprendidos sin saber lo que pasaba.
Nuestro primer pensamiento fue dirigirnos a la azotea de la iglesia, desde donde podíamos ver todo el horizonte, y enterarnos de lo ocurrido… y apenas dos o tres minutos después se oyó la segunda explosión en cuya comparación la primera no había sido nada… el Señor López que se hallaba en la puerta del coro fue arrebatado por la corriente de la presión y llevado 3 o 4 metros hacia dentro, cayó al suelo sin sentido. Le levantamos el Sr. Alonso, Jenaro y yo, encontrándole del golpe una herida en el hombro y varias en la cabeza. En este estado le llevamos a la cama y un médico que se encontraba allí o pasaba por casualidad, le hizo la primera cura.
Los destrozos en la casa y en el templo fueron muchos observándose en ellos fenómenos muy extraños. Cuando se sintió la segunda detonación, como hemos dicho, y echó al Sr. López dentro del coro, rompiéronse, por el contrario la vidrieras que en el mismo coro dan a la calle de Cuba y mudándose la corriente, las puertas del coro, que eran muy fuertes, se cerraron con violencia, rompiéndose el marco, y una se fue por el pasillo y la otras se metió en el aposento de en frente. Las ventanas de los aposentos que dan al patio interior y por consiguiente, frente al polvorín, parece natural que se hubieran abierto, pues todo lo contrario, la presión vino de dentro y cerrándose también violentamente se quebraron por la mitad. Con la misma fuerza se abrieron las puertas de los mismos aposentos violentando las cerraduras. Hubo además derrumbamiento de tabiques en los aposentos que dan a la calle de Cuba.
No fueron menos los desperfectos que el terrible siniestro produjo en la iglesia. De las puertas de la entrada lateral, que da a la galería, y que tendrán unos cuatro o cinco metros de altura, una de ellas quedó muy averiada y en la otra se abrió un boquete como de media vara de diámetro, de forma irregular, lo que no fue efecto de ningún proyectil, sino de la presión recibida. En la sacristía se rompieron las vidrieras de las ventanas de la capilla de Lourdes. Igualmente quedaron destrozadas las persianas que dan al patio de los aljibes, corriendo la misma suerte que corrieron todas las vidrieras de la iglesia, quedando todo el suelo de ésta sembrado de cristales. La puerta de la sacristía fue con tanta violencia desprendida de los goznes, que fue a parar delante del altar de San Vicente. Acerca de la causa del siniestro se habló mucho pero nada se pudo averiguar como cierto.