Giuseppe Alloatti (1857-1933), Un apóstol del culto eucarístico

Francisco Javier Fernández ChentoGiuseppe AlloattiLeave a Comment

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Autor: Francisco Ruíz Barbacil, C.M. · Traductor: Alfredo Becerra Vázquez, C.M.. · Año publicación original: 2005 · Fuente: Vincentiana.
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El Cardenal Angelo Giuseppe Roncalli, después Papa Juan XXIII, en una conversación, en el ámbito de la Semana de la Oración por la Unidad de los Cristianos, del título «La Iglesia Católica en Bulgaria entre los Eslavos» realizada el 18 de enero de 1954, entre otras cosas dijo: «Recuerdo todavía las angustias de aquellos diez años (1925­-1935), en la preocupación de proveer a aquel grupo fervoroso católico, últimos restos de un feliz movimiento por la Unión, la fundación de un seminario, y los cuidados para el desarrollo de las Hermanas Eucarís­ticas, instituido ya de dos piamonteses, hermano y hermana, el Padre Giusepppe (Lazaristas de rito oriental) y madre Eurosia Alloatti». En el período en el cual, el futuro Papa Juan había sido Delegado Apostó­lico en Bulgaria había tenido el modo de apreciar el trabajo desarro­llado en los años precedentes de Giuseppe ed Eurosia Alloatti y se había empeñado.

Giuseppe Alloatti nació en Villastellone, localidad a las puertas de Turín, el 20 de julio de 1857 de Pietro y Caterina Chicco, primo­génito de seis entre hermanos y hermanas. Era una familia de buena condición social y de sólidas tradiciones espirituales, en la cual reci­bió ejemplo de virtudes y una buena educación cristiana, de hecho también el hermano Melchiorre (1860-1914) se convirtió sacerdote y misioneros vicentino; la hermana Eurosia fundará las Hermanas Eucarísticas y la hermana Cristina entrará entre las Sacramentinas de Turín. Entre el 1874 y el 1877 fue alumno del Colegio que los misioneros tenían en Scarnafigi.

Luego, hizo la petición para entrar en el seminario interno de la Congregación de la Misión y el 27 de septiembre de 1877 fue recibido por el beato Marco Antonio Duranto, dos años después, el 29 de octu­bre de 1879 hizo los votos perpetuos.

Después de haber hecho el curso regular de estudios fue orde­nado sacerdote en Turín, el 24 de septiembre de 1882. Durante el estudiantado había deseado partir para China, pero fue enviado a Saló nica entonces bajo la dominació n turca y de aquel momento consagró toda su vida a la misión búlgaro-católica, comprometién­dose a evangelizar a los bú lgaros cató licos y ortodoxos, residentes en Macedonia.

Cuando llegó a Salónica, los sacerdotes de la misión eran pre­sentes desde el 1783, el superior de la casa era Augusto Bonetti (1831-1904) que después se convirtió Delegado Apostólico en Cons­tantinopla.

El P. Giuseppe vivió con empeño y ardor misionero, gastándose totalmente y sin medida para la misión bú lgara. Escribía en una carta al Superior General, Antonio Fiat, tres años después del inicio de su servicio: «En materia de sacrificios, creo de no haber ahorrado nada para la salvación de mis queridos búlgaros. Religiosa y material­mente me he hecho bú lgaro y soy, en realidad, hasta la punta de los dedos; Nuestro Señor me ha dado la gracia de familiarizarme, por así decir, con las incomodidades pequeñas y grandes, en un genero de vida así nuevo para mí».

Primero de todo, se dedicó en modo profundo a estudiar la len­gua búlgara, la aprendió, en pocos meses, así bien que se convirtió para él como una segunda lengua materna. De hecho la conocía «con todas las particularidades macedónicas» porque se había establecido por un tempo cerca de un Pope en un pueblo, donde no era posible comunicar en otro idioma.

Quería conocer usos y tradiciones para estar en grado de acoger la sensibilidad y el sentir de las personas que debía encontrar.

Para estar más listo y eficaz en el desarrollar el ministerio sacer­dotal cerca de las poblaciones confiadas a su cuidado, abrazó el rito bizantino, consciente que siendo de rito latino esto podía suscitar cualquier desconfianza y consiguientemente separación entre élysu gente. Aprendió la lengua litúrgica eslava, revistióhábitos y vestidu­ras de los sacerdotes orientales, dejó la Misa en rito latino por la Misa eslava. Esto por todo el tiempo que permaneció en las misión bú lgara.

Tomó rápido conciencia de la pobreza espiritual y material en la cual se encontraba la gente, sobre todo en los campos de Macedonia. La situación de las mujeres era todavía muy precaria bajo todos los puntos de vista, era necesario favorecer en todos los modos la ins­trucción de los pobres, no sólo de los muchachos, sino también de las muchachas, ofreciendo una buena formación de base.

Desde la llegada, los primeros misioneros en Macedonia se die­ron cuenta que era necesario ocuparse de este problema. Habían abierto escuelas, buscado y preparado maestros que estuvieran en capacidad de enseñar, pero mientras algo había sido hecho para los muchachos, nada o casi nada se había hecho para las muchachas.

Otro aspecto que impresionó mucho al padre Giuseppe Alloatti fue la falta de decoro en la cual se encontraban muchas iglesias y el modo con el cual venían conservadas las especies eucarísticas, pero sobre todo deseaba fuertemente incrementar la piedad eucarística, en el curso de poco tempo maduró la idea de fundar una comunidad de Hermanas con un doble fin: difundir el culto eucarístico y ade­más dedicarse a la enseñanza de las muchachas pobres. Fue propio el

P. Bonetti que un día entre lo serio y la broma le dice: «Usted debería hacer, para Macedonia, algunas Hermanas bú lgaras, porque tenemos necesidad». Inicialmente el P. Giuseppe no le dio mucha importancia a aquellas palabras, pero la idea se hizo camino progresivamente en su corazón.

Se trataba de una impresa heroica: se necesitaban medios eco-nómicos, personas disponibles, y una colaboradora de primer plano. Alloatti no se desanimó e involucró en la obra a la hermana Eurosia (1859-1920) que después tomó el nombre de Sor Cristina de Jesús, haciendo la cofundadora, animada proféticamente y animada de San Juan Bosco que la había recibido en mayo de 1887, algunos meses antes de que éste muriera. El santo le había dicho: «Tú has orado a la Virgen, a fin de que te dijera, en cualquier modo, cuál es tu vocación. Ahora bien Ella me ha dicho que tú debes hacer eso que te dice tu hermano misionero, porque esta es la voluntad de Dios».

Los dos hermanos desde la infancia, más allá del vínculo de san­gre compartían, fuertes ideales de vida espiritual y misionera. Fueron capaces de involucrar varias personas en esta aventura misionera comenzando por los otros hermanos y hermanas, el tío sacerdote Don Francesco Chicco, primos y amigos que contribuían con dona­tivos y ayudas de varios tipos.

El mismo padre Giuseeppe contaba los inicios en una carta al limosnero de León XIII, mons. Francesco de Paola Cassetta (1841­1919) después cardenal, al cual se dirigía para obtener alguna ayuda concreta y que fue un auténtico benefactor: «La Divina Providencia pensó a esas (las muchachas)poniendo en el ánimo de mi hermana la noble vocación de sacrificarse por la formación religiosa y moral de la mujer bú lgara. Abandonada por lo tanto la patria y cuanto había de más querido, viene, ahora son tres años, a Salónica, donde encontró cuatro compañeras que la querían seguir en su santo fin, tomó con ellas el rito Oriental y el hábito de religiosa búlgara formando asíla pequeña Comunidad de las Eucarísticas, que tenía por fin hacer cono­cer, amar y servir la Santísima Eucaristía de las muchachas y mujeres búlgaras, por medio de la instrucción de estas y de la manutención de las iglesias pobres». Era el año 1888 cuando este camino tuvo inicio en Salónica.

La situación general era cuanto jamás entorpecida, difíciles las relaciones con las autoridades turcas, delicadas las relaciones con la Iglesia Ortodoxa, era necesario moverse con equilibrio, respeto y sabiduría.

Los dos hermanos decidieron de poner su patrimonio personal. En agosto de 1893 fue adquirida la aldea-hacienda de Paliortsi al interno de Macedonia para asegurar la existencia de la comunidad naciente y fue allí que la naciente comunidad vino transportada a Salónica.

La comunidad procedía a pequeños pasos, abrió muy rápido un orfanato, dedicado a San José, para las huérfanas de Macedonia.

Sor Cristina de Jesú s reveló de ser una mujer inteligente y vir­tuosa que con abnegación admirable se dedicaba a su misión, pero estando el País en una situación de gran pobreza, fue difícil dar aquel desarrollo que ella y su hermano habían soñado. Va dicho además que el traslado a Paliortsi hizo perder aquel ú til contacto con la ciu­dad que aseguraba mayores ocasiones de formaciónyútiles ocasio­nes de conocimientos. Habiendo adquirido los dos hermanos una aldea, del cual de verdad no sacaban nada, todavía esto inducía a pensar que fueran ricos por lo cual fueron envidiados y robados.

No faltaron privaciones y sufrimientos, pero tampoco cualquier satisfacción en las conversaciones y en el buen resultado de algunas iniciativas. La confianza serena y total en la Divina Providencia ani­maba y sostenía la obra de los dos hermanos.

El P. Alloatti se afanó mucho por esta fundación «que fue la grande preocupación de su vida», y a la cual dedicó muchas de sus energías físicas y espirituales. Giraba por las localidades en las cuales su comunidad era presente, se daba cuenta de las situaciones espiri­tuales y materiales, animaba, exhortaba, confesaba.

Fue una actividad apostó lica muy comprometida y fatigosa, se movía a pie o con cualquier cabalgadura. Era un misionero simple y austero, por cerca de unos quince años «para trabajar a la evangeliza­ción de Macedonia», se aplicó con atención a la predicaciónyala administració n de los sacramentos. Aceptó de servir en pobreza, compartiendo tantas situaciones de extrema incomodidad. El ali­mento consistía en la mayoría de las veces en un poco de pan y un plato de verduras, ordinariamente frijoles, las habitaciones muy incó­modas, la cama era un jergón de paja o una estera extendida sobre la tierra desnuda.

Acercaba los Pope de las aldeas, escuchaba los problemas y bus­caba de formarles a «una mayor comprensió n de su ministerio y enseñar a administrar los sacramentos». Escribía el padre Cazot:

«Cuando hemos fundado unas residencias, en las cuales el misionero habitaba con uno de los jóvenes sacerdotes por nosotros formados, la vida se convirtiómás fácil: el misionero podía más fácilmente volver a ganarse la residencia después de haber terminado el trabajo. Pero por más de quince años el P. Alloatti vivió la vida de estas aldeas macedó­nicas y es necesario haber conocido esta existencia para saber lo que esa representa de sufrimiento y de abnegación.Yo no sé si haya estado vida de misionero más heroica de la suya».

Fue un sacerdote de la misió n humilde, simple y mortificado, fiel en la observancia de las Reglas, y de las numerosas y rigurosas Cua-resmas que hay en el rito oriental.

El apoyo de esta generosa vida apostólica, fue un grande amor a la Eucaristía, el exordio de muchas de sus cartas era: «El buen Jesús Eucarístico sea siempre con nosotros» y una intensa y vivaz vida de oración, amaba mucho hacer los ejercicios espirituales, y también entretenerse con un pequeño grupo de personas, a modo de confe­rencia, para hablarles de argumentos de fe, de vida espiritual, de apostolado.

Tenía, además, una tierna devoción a la Santísima Virgen, la honraba, en particular, con el título de Inmaculada buscaba transmi­tir este modo suyo de sentir a aquellos que acercaba. Unía a estas dotes espirituales un carácter «bueno y amable», gustosa y alegre­mente estaba en recreació n con los cohermanos «le gustaban los chistes y los juegos de palabras».

Las guerras balcánicas de los años de 1912-1913 crearon muchí­simas dificultades a esta pequeña comunidad, como a toda la misión católica en Macedonia.

En la primavera de 1916 tuvieron que abandonar Pailortsi con­vertido en frente de primera línea e irse a Skopje donde permanecie­ron hasta julio de 1920 en una situación de gran precariedad. En tanto, terminada la 1º. Guerra Mundial se encontraron a enfrentar las autoridades serbas que querían embargar todo aquello que pertene­cía a las comunidades religiosas católicas. Las Hermanas tuvieron que trasladarse a Sofía en Bulgaria y Sor Cristina Alloatti seria y gravemente enferma regresó a Italia en donde murió santamente el 26 de diciembre de 1920 en Turín.

Por algunos años, el P. Alloatti había comenzado seriamente a pensar de fundar una comunidad sacerdotal que tomara el nombre de Eucarísticos, los cuales como los misioneros vicentinos se dedica­ran, en aquellas tierras, a la predicació n de las misiones parroquiales y de los Ejercicios Espirituales. Pensó también en uno de sus primos sacerdote de la dió cesis de Turín, como posible rector, pero el pro­yecto por diversos motivos no pudo iniciarse.

Había tenido una buena salud, puesta a dura prueba por muchos sacrificios y penurias, tanto que a la larga, ya en los últimos tiempos de su estancia en Macedonia, resultó seriamente comprometida. Han escrito de él: «Agotado del trabajo intenso y de las tribulaciones, de la vida austera de misionero oriental rigurosamente fiel a las costumbres del rito, incansable predicador, confesor y, sorprendentemente, de escri­tor de varias obras teológicas, pastorales y sentencias, consumado pero no cansado (de trabajar por el Reino de Dios), podía retirarse en la propia Congregación».

Había merecido la invitació n del Señor: «Ven siervo bueno y fiel». Regresó en Italia al final de agosto de 1927, transcurrió un par de años en la casa provincial de Turín y desde julio de 1931 en la Casa de la Paz en Chieri, edificando a todos por su simplicidad y donde murió el 27 de marzo de 1933. Había sido un hombre trabajador y había dejado algunos escritos editados inéditos entre los cuales: «Panis vivus. Jesús víctima, alimento y vida del alma», «El mes de María» y las «Reglas de las Hermanas Eucarísticas».

El P. Giuseppe Alloatti es una hermosa figura de misionero que, verdaderamente, meritaría un estudio más profundo que haga resal­tar las virtudes, la previsión y la riqueza de su corazón misionero y vicentino.

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