La Sociedad de San Vicente de Paúl fue fundada en España por don Santiago de Masarnau Fernández, nacido en Madrid el 10 de diciembre de 1805.
Su padre era, a la vez que distinguido católico, honradísimo empleado de la Casa Real —secretario del Rey, por algún tiempo, y de la Mayordomía Mayor de Palacio—, concediéndole Fernando VII la Cruz pensionada de Carlos III (1816), pensión vitalicia de 300 ducados para cada uno de sus tres hijos (1817), y el título de gentilhombre numerario de la Casa Real (1819). Su madre falleció cuando él tenía tres años. Su hermana haría con él las veces de madre, en las atenciones y cuidados propios de su edad.
La merecida consideración que gozaba en la Casa Real su padre proporcionó a Santiago la oportunidad de demostrar, en el maravilloso escenario de palacio, sus extraordinarias y precoces dotes para la música, y la habilidad de sus prodigiosas manos para el piano, dando un concierto de esta especialidad, antes de cumplir los diez años, en presencia de la familia real, y componiendo a los trece años una misa, que se cantó en la capilla del Palacio Real, constituyendo un resonado éxito, que le auguraba grandes triunfos musicales como compositor y concertista.
Pero cuando progresaba en el arte musical y tenía cursados, con excelentes calificaciones, siete años de Filosofía y Ciencias, aspirando a ser ingeniero, la desgracia se abatió sobre su casa con la inesperada muerte de su hermana, y el cese de su padre en el empleo, por intrigas palaciegas, lo que le dejó consternado, sobre todo por la precaria situación en que quedaba su padre. Aunque pronto podría recibir ayuda del hijo mayor, que terminaba sus estudios superiores con buenas perspectivas.
Bajo la impresión de los tristes acontecimientos familiares, y por el deseo de hallar más amplios horizontes para sus estudios y perfeccionarse como concertista y compositor musical —con la esperanza, además, de enviar auxilios materiales a su padre—, emprendió viaje, el 9 de agosto de 1825, sin haber cumplido los veintiún años, hacia París y Londres.
En efecto, alternando su estancia entre París y Londres pasó los años de ausencia de la patria y de la casa paterna, compaginando sus estudios de ingeniería y sus ocupaciones de pianista, siendo discípulo aventajado —como en Ciencias lo fue de Faraday, Puillet, Arago, etc.— de Monsigny y de Cramer, quien, en prueba de amistad, le dedicó una composición, correspondiéndole Masarnau con otra.
Su padre, aunque recibía buenas noticias de él y de su cristiano comportamiento, estaba preocupado por su suerte en ambientes tan distintos, religiosa y moralmente, del hogar paterno, y le escribió, diciendo: «Prefiero verte muerto que corrompido, no pudiendo sobrevivir a la pérdida de tu inocencia«. A lo que respondió el hijo: «Descanse usted, me hallo con la suficiente filosofía para decirle: los que opinan que en mi actual edad es invencible la fuerza de las pasiones, ¡qué pobres son!, llaman necesidad al efecto de sus pasiones«. Y en esta actitud siguió toda su vida.
Vino a Madrid en noviembre de 1829, con motivo del fallecimiento de su padre, y regresó definitivamente a España en 1843, fijando su residencia en Madrid, con su hermano, dueño de un acreditado Colegio, del que le nombró vicedirector, asignándole sueldo, aunque él ganaba más con sus clases de música.
En París, desde el 9 de junio de 1839, perteneció, siendo tesorero, a la Conferencia de San Luis de Antín, cuyo presidente, señor Adolfo Baudón —elegido presidente general, en 1847—, le encargó encarecidamente la fundación de la Sociedad de San Vicente de Paúl en España.
Don Santiago se lo prometió, pero no le fue fácil la realización de su promesa. Entre otras causas, por el recelo y animadversión con que era mirado y rechazado, desde la guerra de la independencia, todo lo proveniente de Francia. Hasta sus más íntimos rehusaban colaborar con él en la empresa.
Incluso la prensa publicó calumnias, como ésta: «Creemos un deber prevenir a nuestros lectores contra cierta Sociedad que se trata de introducir en España. Se titula de San Vicente de Paúl; pero con este nombre tan respetable oculta los más pérfidos designios, y para ejecutarlos no rehúye medio alguno, ni siquiera el puñal«. Se la consideraba un brote de oculta masonería, etc.
Fue el 11 de noviembre de 1849, a los seis años de regresar a España, cuando se creó la primera Conferencia de San Vicente de Paúl, en Madrid. La constituyeron, según consta en acta: don Santiago de Masarnau, como presidente; don Vicente Lafuente, catedrático de Derecho, secretario, y don Anselmo Ouradou, profesor de francés, tesorero.
A los tres socios fundacionales, en reuniones posteriores, fueron agregándose nuevos miembros, empezando por don Pedro de Madrazo y don José Castaño. Después y progresivamente fue creciendo el número, perteneciendo a la Sociedad también don Fernando de Madraza, Donoso Cortés, Mesonero Romanos, Patricio Escosura, Argüelles, Ventura de la Vega, el historiador Lafuente, Manuel José Quintana, Pascual Gayangos, el violinista Monasterio, el pintor Palmaroli y otros muchos hombres de relieve, verbigracia, don Manuel Allende Salazar (presidente del Consejo de Ministros), el marqués de Figuerola (ministro), Segismundo Moret, que se distinguió por su celo y en crear nuevas Conferencias, etc.
Por este incesante crecimiento de socios se dividió la primitiva Conferencia de Madrid en las de San Sebastián y la de Nuestra Señora de la Almudena, en noviembre de 1850. A éstas siguieron la de San José (1852) y Santa Cruz, el mismo año; la de San Martín (1854), San Millán, San Lorenzo, San Ildefonso (1855). Las primeras en provincias fueron: Burgos (1851), Calella (Barcelona), Huesca, Jaén, Santander, Valladolid, creadas en 1852.
El 11 de mayo de 1851 quedó establecido el Consejo particular de Madrid, elevado a Consejo superior el 22 de noviembre de 1852, presidiéndolo don Santiago hasta su muerte, treinta años después.
Con fecha 18 de julio de 1851 se consiguió la autorización civil, admitiendo a la Sociedad como asociación laical, y con la de 24 de junio y 29 de octubre, del mismo año, la aprobación eclesiástica del Comisario General de la Cruzada y del Cardenal Primado (Arzobispo de Toledo), respectivamente, corroborando la aprobación del Papa Gregorio XVI por medio de dos breves.
Es la aprobación, no formalmente eclesiástica y canónica, sino de alabanza y recomendación como asociación de apostolado seglar católico a que se refiere la declaración del primer Consejo general de la Sociedad, en 19 de marzo de 1841: «Debemos seguir siendo lo que somos, y a eso deben encaminarse todos los deseos y los esfuerzos… nuestra Sociedad existe en la capital del mundo católico, con la aprobación del Padre común de los fieles, y que la Iglesia la bendice donde quiera que establece su modestas obras«.
Lo que aclaró, subrayando el carácter laical de la Sociedad, el segundo presidente general: «De nuestro Reglamento y de nuestros hábitos y costumbres resulta que la Sociedad de San Vicente de Paúl tiene carácter seglar. No sin perfecto conocimiento de causa se le ha dado este modo de ser, y el sumo Pontífice Gregorio XVI ha dado para siempre su sanción a nuestra Obra tal como se halla establecida» (Circ. 31 de agosto de 1846).
En 1853, interponiendo su influencia el Cardenal Primado y Donoso Cortés, Su Majestad la Reina dio su aprobación para que pudieran formarse Conferencias en todos sus dominios, tanto en España como de Ultramar.
En el rápido y constante desarrollo de la Sociedad en España influyeron el prestigio del Consejo superior, sobre todo de don Santiago de Masarnau, hombre tan humilde y piadoso como caritativo y entregado al bien de la Sociedad y de los pobres; el Boletín que se editó desde enero de 1856, mensualmente, cumpliendo una misión informativa muy eficiente, y la grandiosa labor apostólica, con el prójimo necesitado, de los Consejos y Conferencias, perteneciendo a éstas hombres de tanto relieve eclesiástico y civil.
Pero como todas las obras que tienen por principio y fin a Dios se ven sometidas a las pruebas del maligno y de los hombres manipulados por él; la Sociedad se vio atropellada por un decreto de disolución, fulminado por el Gobierno revolucionario y publicado en la «Gaceta» el 21 de octubre de 1868.
Precisamente, la Sociedad había alcanzado en España tales progresos, en menos de veinte años, que el Consejo superior (nacional) agrupaba: Cuatro Consejos centrales (regionales), 45 Consejos particulares. 694 Conferencias, 9.916 socios activos, 2.915 socios de honor (eclesiásticos) y 2.208 honorarios, etc.
Realizada la entrada de Alfonso XII en Madrid (11-1-1875), la Sociedad fue legalmente restablecida, iniciando nueva andadura con progresivo resurgimiento. Hasta que el 20 de julio de 1936, otro gobierno revolucionario la suprimió de nuevo, ensañándose con los socios.
Resurgió, celebrándose la primera Junta general de la posguerra el 15 de octubre de 1939 y se ha ido manteniendo, con altibajos, según los cambios de los tiempos modernos. Y ha obtenido del Gobierno el reconocimiento como Asociación de Beneficencia particular y de «Utilidad pública» por el Consejo de Ministros (21-IV-1972).
Actualmente la Sociedad se halla en España en un período de superación de crisis, sufrida en general por todas las obras apostólicas, hasta su adaptación metodológica a los nuevos tiempos y sus nuevas necesidades, impulsada por la perenne vitalidad de sus principios, inmutables y eternos, fundamentados en las divinas verdades del Evangelio.
Autor anónimo.
Redacción del año 1983 (anterior a la beatificación de Federico Ozanam)
Tomado del folleto «Ozanam y la Sociedad de San Vicente de Paúl», sin autor ni editora.