Fidelidad de la CM y de las HHdlaC a las intuiciones fundacionales ante los nuevos ordenamientos jurídicos en la iglesia (III: Panorama de la Vida Consagrada 2)

Mitxel OlabuénagaFormación VicencianaLeave a Comment

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1.3. La vida consagrada femenina.

Podemos describir, a partir de las prescripciones del Concilio de Trento y del Papa san Pío V, que mantendrán sus sucesores, el panorama de la Vida Consagrada femenina al finalizar el siglo XVI y durante la vida de san Vicente de Paúl y santa Luisa de Marillac.

  1. a) Las Órdenes religiosas femeninas clásicas abrazan las disposi­ciones del Concilio de Trento y emprenden caminos de renova­ción o reforma.

Para nuestro estudio, resulta relevante recordar el esfuerzo rea­lizado para introducir el Carmelo de santa Teresa en París. Las car­melitas españolas entran en París el 15 de octubre de 1604. Se ins­talan en la calle Saint-Jacques. Esta obra, a pesar de las dificultades políticas, diplomáticas y religiosas, se ha podido llevar a cabo por el esfuerzo de Pedro de Bérulle, Miguel de Marillac y Madame Aearie20. La influencia de este primer Carmelo teresiano en Francia será decisiva: animará la renovación de otros Carmelos y, lo que es mucho más importante, servirá de modelo para la renovación espi­ritual de muchas Órdenes religiosas.

  1. b) Las congregaciones religiosas de mujeres con alguna activi­dad apostólica en sus orígenes son obligadas a abrazar la clausura.

Las comunidades femeninas habían surgido tradicionalmente al amparo de las Órdenes masculinas.

Un conjunto de circunstancias van a favorecer algunas iniciati­vas encaminadas a constituir congregaciones religiosas femeninas nuevas:

— La entrada en la Edad Moderna y el desarrollo del Humanismo ha desencadenado un tiempo nuevo que va precipitan­do descubrimientos, avances de las ciencias y de la comunicación… Moldes nuevos parecen necesarios para los tiempos nuevos.

— La función de la mujer está adquiriendo nueva importancia en la administración, en la transmisión de las letras y la cultura… La fuerza del protestantismo hace descubrir la necesidad de que en la Iglesia se organicen las fuerzas para contrarrestarlo, especialmente a través de la educación.

A lo largo de los siglos XV y XVI surgen algunas iniciativas en orden a constituir congregaciones femeninas que desean asumir actividades apostólicas y organizarse autónomamente. Por el interés que tienen para nuestro estudio, vamos a fijarnos en algunas de ellas.

Las Angélicas

Con la ayuda de Luisa Torelli, san Antonio María Zaccaria, fun­dador de los Barnabitas, instituyó el Instituto .femenino de las ngélicas para asistir a huérfanos, enfermos y arrepentidas. Habiendo obtenido de Pablo III en 1535 la autorización para no vivir en clau­sura, fueron obligadas a guardarla a partir de 1551.

Las Ursulinas

En 1531, Ángela de Mérici (1474-1540), en Brescia, comienza a reunir a algunas mujeres que se dedican a la instrucción de las niñas, pero no en un centro determinado, sino a domicilio. Bajo el patrocinio de santa Úrsula, se ocupan también de los pobres, asisten a los enfermos a domicilio, predican por las calles.

No tienen ningún elemento que pueda hacer pensar que son religiosas: ni hábito ni clausura, ni vida común (viven en sus fami­lias), ni votos (no hacen más que un voto privado de virginidad); acuden a misa a la parroquia y sus oraciones las realizan de manera individual.

El Papa Pablo III aprueba en 1536 y 1544 esta Asociación; el gobierno corresponde a una superiora general, una vicaría y cuatro asistentas. Se reúnen todas una vez al mes.

En 1568, san Carlos Borromeo, obispo de Milán, las llama a su diócesis. Pronto les va a ir imponiendo todos los elementos caracte­rísticos de la vida religiosa, que ellas aceptan gustosamente: una vestimenta distintiva, la clausura para proteger su castidad, la vida común y la enseñanza en una casa en vez de andar por los domici­lios. La bula «Inter universa opera» de Pablo V (16 de junio de 1612) concede a la Congregación de París los votos solemnes y la clausura papal.

Las fundaciones de Italia conservan los votos simples. Desde 1614 hacen un cuarto voto: consagrarse a la instrucción y educación de las niñas.

La Visitación

Francisco de Sales (1567-1622), quiere que las Hijas de Santa María, bajo el patronazgo de Nuestra Señora de la Visitación, se ejerciten en un doble servicio: contemplación-oración practicada en casa y servicio a los pobres practicado fuera de casa (una vez a la semana, visita a algún enfermo para honrar la Visitación de la Virgen María).

El arzobispo de Lyon, a quien se somete este proyecto, juzga inaceptables estas salidas de dos en dos para visitar a los pobres.

El hermoso intento de Francisco de Sales queda sólo en proyec­to. La Visitación se convierte en una orden religiosa bajo la regla de san Agustín. El 16 de octubre de 1618 queda erigida la Visitación como religión formal, ejecutando un breve del papa Pablo V del 23 de abril de 1658.

Dos congregaciones femeninas según el modelo de los jesuitas

Juana de Lestonnac (1556-1640), nacida en Burdeos (Francia) de padre católico y madre calvinista, contrae matrimonio a los 17 años con Gastón de Montferrant y educa a siete hijos. Viuda a los 41 años, ingresa en 1603 en el monasterio cisterciense de Toulouse, del que sale pocos meses después por el rigor de las prácticas monásticas. Al declararse una terrible epidemia en Burdeos, abandona el castillo donde vivía en soledad para dedicarse al alivio de los apestados con un grupo de jóvenes.

Con la ayuda del jesuita Jean de Bordes se propone fundar una Orden femenina, inspirada en la Compañía de Jesús, dedicada a la educación de la juventud para contrarrestar la influencia calvinista: la Compañía de María Nuestra Señora.

Aunque aprobada únicamente como un monasterio, acuden numerosas vocaciones y se extiende por diversos lugares. Las pre­siones de obispos, monjes y jesuitas concluyen con la deposición de Juana como superiora de la casa madre, quitándole también el reconocimiento de fundadora. Acogida por algunas compañeras de la primera hora, redactará las Constituciones antes de su muerte. Su inspiración cobrará nueva vida mucho más tarde.

Mary Ward (1585-1645), pertenece a una familia británica católica probada por la persecución. Desde 1613 ha ido agrupando una pequeña comunidad en Saint-Omer, respondiendo a las necesi­dades de un país hostil al catolicismo. La originalidad de este nuevo instituto reside en la simplificación de las estructuras y en la centra­lización de su gobierno, al estilo de la Compañía de Jesús: se colo­can bajo la autoridad de la Santa Sede y la Superiora General es totalmente independiente de los Ordinarios.

El papa Pablo V aprueba temporalmente el instituto, que abre sus casas en Saint-Omer, Londres, Lieja, Colonia, Tréveris. Pero inmediatamente van a surgir las críticas: reclutan adeptas disuadién­dolas de entrar en otras religiones, llama la atención su autonomía y actividad, son jesuitas-mujeres (y aquí los mismos jesuitas se van a unir a sus propios enemigos), la misma Mary Ward llama religiosas a unas hijas que no tienen ni votos ni clausura…

La reacción no se hizo esperar. En agosto de 1625, una nota ofi­cial ordenaba el cierre de sus escuelas en Roma. En 1628, el papa Urbano VIII manda cerrar sus casas. El 30 de septiembre de 1629 la Sagrada Congregación de la Propaganda, con el papa presente, pro­nuncia la supresión de la orden de las «jesuitas». El 16 de febrero de 1630 tres eclesiásticos en nombre del Santo Oficio declaran heré­tica a Mary Ward y la encierran en las clarisas de Munich.

Es puesta en libertad el 15 de abril de 1631; lleva una vida de silencio y llega a morir en olor de santidad, pero su fundación no pudo prosperar por el momento. Será en 1703 cuando Clemente XI apruebe la nueva congregación. A partir de entonces comienza la rehabilitación de Mary Ward, a la que Pío XII, en 1951, comparó a Vicente de Paúl.

Las iniciativas para constituir comunidades religiosas femeni­nas con actividad apostólica fuera de los confines de la clausura no prosperaron en este tiempo. Éstas que acabamos de presentar nos muestran la sensibilidad de una época que, por un lado, veía nece­saria la participación más activa en el apostolado de la mujer consa­grada, pero al mismo tiempo no acertaba a encontrar un marco que hiciera posible compaginar vida religiosa y no-clausura.

  1. c) Sólo algunas comunidades de terciarias, beatas o similares, todas bajo la jurisdicción de los obispos de cada lugar con votos simples, hábito y clausura relativa, perduraron a pesar de las prohibiciones de los Papas y del Concilio.

Se trata de grupos de ámbito diocesano o parroquial, con pro­hibición expresa de extenderse por otras diócesis, a modo de asocia­ción de piadosas mujeres que realizan obras de apostolado o de cari­dad. En realidad, no son religiosas, aunque viven como religiosas.

1.4. La Vida Consagrada masculina

El panorama de la Vida Consagrada masculina en tiempo de san Vicente de Paul y de santa Luisa de Marillac sigue su propio camino.

Junto a las Órdenes tradicionales (monásticas y mendicantes) y sus correspondientes comunidades reformadas, las fundaciones de los Teatinos. Barnabitas y Somascos y de la Compañía de Jesús, a que ya hemos hecho referencia, abrieron el camino a nuevas formas de Vida Consagrada masculina que florecieron después de la cele­bración del Concilio de Trento.

Así, en 1574, en Italia, funda Juan Leonardi los Clérigos Regulares de la Madre de Dios, dedicados a la educación de los niños y al apostolado de los pobres. También en Italia, en 1586, san Camilo de Lellis funda la Compañía de Ministros de los enfermos. Para la educación gratuita de los niños pobres, san José de Calasanz funda en 1617 los Clérigos Regulares Pobres de la Madre de Dios de las Escuelas Pías.

Otra nueva forma de Vida Consagrada masculina comienza a abrirse camino en esta misma época: el Oratorio. San Felipe Neri (1515-1595) en Roma y el cardenal Pedro de Bérulle (1575-1629) en Francia, aunque con rasgos específicos propios, fundan comuni­dades caracterizadas por la vida en común, el cultivo de la santidad sin los votos solemnes, el apostolado, el cuidado de la reforma de las costumbres del clero… En el Oratorio se inspirarán las fundacio­nes de los Seminarios de San Sulpicio de Jean-Jacques Olier (1608­1657) y de San Juan Eudes (1601-1680).

Las primeras congregaciones religiosas masculinas de votos simples surgen al final del siglo XVII y comienzos del siglo XVIII y se multiplicarán a lo largo del siglo XVIII y siguientes. Entre los más significativos, podemos mencionar a los Hermanos de las Escuelas Cristianas fundados en 1680 por san Juan Bautista de la Salle (1651-1719), los Misioneros de la Compañía de María de san Luis María Grignion de Monfort (1673-1716), los Pasionistas de san Pablo de la Cruz (1694-1775) o los Redentoristas de san Alfonso María de Ligorio (1696-1787).

Los historiadores sitúan en este contexto la originalidad de las dos instituciones vicencianas: la Congregación de la Misión y la Compañía de las Hijas de la Caridad.

Corpus Juan Delgado, cm

CEME 2015

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