Federico Ozanam según su correspondencia (13)

Francisco Javier Fernández ChentoFederico OzanamLeave a Comment

CRÉDITOS
Autor: Pativilca · Año publicación original: 1957.
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Capítulo XIII: Matrimonio

El mayor tesoro para el hombre es una mujer comprensiva.

Hubiera querido Ozanam regresar a Lyon inmediatamente, para disfrutar entre los suyos de los triunfos obtenidos, pero ante la perspectiva del nuevo cargo que, como suplente de Fauriel, esperaba ejercer, prefirió dirigirse seguidamente a las orillas del Rin. Eran los Niebelungen y el libro de los Héroes el tema que había escogido para iniciar sus lecciones sobre Literatura alemana, y esto por consejo de Ampère y aun del mismo Fauriel.

Tenemos sus impresiones de este viaje, gracias a una carta que desde Maguncia escribiera a Lallier, carta en la que se lee una descripción en extremo interesante, pero más bien parece el relato de un peregrino que el de un turista o literato.

1.— Bélgica

Vemos en ella la impresión que sintió Ozanam ante el recién nacido reino de Bélgica, que lo dejó asombrado por su actividad y prosperidad. Luego se detiene con especial interés para hablar de Lovaina, la Sorbona de los Países Bajos, cuya cuna no sólo saludó en otro tiempo con entusiasmo el joven estudiante de París, sino que, además, la defendió con ahínco.

Habla luego ligeramente sobre Aix-la-Chapelle. Se detiene en seguida para describir a Colonia. Celebra sus grabados antiguos. Saluda reverentemente la heroica actitud de Mgr. Dreste zu Wischering, víctima todavía de la prisión que Prusia le había impuesto. Ve allí que el trono arzobispal está vacío. Pero ve también allí que la Iglesia está llena. Esa Iglesia viuda, con sus ojivas que brillan en medio de los escombros, y que se le antoja cual nueva Andrómaca, sonriente en medio de sus lágrimas.

Se arrodilló ante la tumba de Santa Úrsula, sin ocuparse de contar sus once mil compañeras. Habla con admiración exaltada de los monumentos sagrados que a su paso encuentra, complaciéndose en recordar que esas maravillas de arte se deben a los germanos de los siglos VIII y IX, a quienes doscientos cincuenta años de Cristiandad habían revelado los sublimes misterios de la verdadera belleza.

2.— Los Niebelungen

Fácil es comprender la importancia que concede el futuro profesor a los lugares que sirvieron de escenario a las grandes epopeyas de germanos y de francos. Vio con interés Xanten, la patria de Sigfrido. Y Worms, donde creció Kriemhild en compañía de sus hermanos. Y con facilidad reconstruía su imaginación las escenas que tal vez fueron: ora se imaginaba la desesperación de Gibich por el rapto de Kriemhild, ora veía a Sigfrido, el invulnerable, en lucha con Kuperan. Y lo veía también resguardado por la capa encantada con que Eugel lo amparó. Y se representaba la dicha de Kriemhild, al verse rescatada. Y veía a los dos jóvenes regresando gozosos a la Corte de Gibich, cargando entre los dos el precioso tesoro que, sin robar, robaron a los asustados enanos que tan sólo supieron huir.

Así, fueron pasando ante su vista los Niebelungen, la epopeya carolingiana y el ciclo del Santo Graal. Pobladas por los genios, los dragones y los enanos, contempló la colina de Lürdes y las cavernas de Kedrick, logrando localizar en su espíritu los recuerdos bárbaros que más tarde habrá de evocar en la cátedra.

3.— Las orillas del Rin

Desciende en seguida el peregrino a la Edad Media, poblada ésta de santos y de leyendas inscritas en los castillos y monasterios. Se complace al seguir aquella carrera del río que se efectúa toda por un suelo católico. Y se complace más aún al contemplar las imágenes de los Santos Protectores de la Navegación, la Bienaventurada María, San Pedro y San Nicolás, cuyas efigies van apareciendo a cada lado del Rin. Y contempla en todas partes, como corona de toda altura, la Cruz.

Rápida fue la mirada que sobre esos lugares lanzó Ozanam. Pero, por rápida que fuera, no dejó de tener su utilidad para las labores que preparaba. El mismo se comparaba al joven Calígula, el cual, habiendo llegado hasta el Rin, recogió allí algunos guijarros y regresó a Roma, logrando por ese viaje que Roma lo aclamara y lo consagrara con el nombre de Germánico.

Termina Ozanam diciendo a Lallier que regresará a Lyon por Strasburgo. Sí; Lyon, donde tendrá que resolver un asunto muy importante.

Consagrado completamente a su vida intelectual y sostenido por la gracia abundante de su vida espiritual, Ozanam hasta ahora nunca pensó en el matrimonio. Hasta ahora no ha conocido más afectos que los de la sangre y la amistad. Pero ya empieza él a sentir que estos afectos no logran llenar el vacío que siente en su corazón. Además, todos le aconsejan el matrimonio, porque todos se dan cuenta de la soledad que rodea su vida. Bien triste se siente el infeliz huérfano cuando, al regresar de sus discursos y lecciones, encuentra únicamente en su solitario hogar a la vieja Guigui, que sabe llorar y recordar sin tregua a los ausentes, pero que ¡ay!… no los puede reemplazar. Ya empieza a sentir en su alma ese gusano roedor que se llama fastidio. Y, por eso, pide a Dios que le muestre su voluntad, y energía para cumplirla.

Habiendo renunciado a la idea del claustro, como vimos, por sentirse ligado con fuertes lazos a la Obra las Conferencias, estas mismas obligaciones lo alejaban del matrimonio. ¿Sería compatible la vida del matrimonio con la vida consagrada al ejercicio de la caridad? Pero esta prevención se había visto vencida por el espectáculo que le ofrecían aquellos hogares lioneses cuyos jefes habían continuado siendo las más fuertes columna de las Conferencias de San Vicente de Paúl. Y él veía a Arthaud y a Chaurand y a muchos otros, continuar perseverantemente su obra de apostolado. Veía sobre todo a Lallier, cuyo matrimonio no le había alejado en absoluto de la casa del pobre ni había extinguido en su corazón el deseo de consagrarse a la gran obra de la regeneración de su patria.

4.— Proyectos de matrimonio

La divina Providencia, madre amante de todo corazón puro y recto, se encargó de dirigir los pasos de Ozanam, por la senda que le tenía preparada. Así, lo vemos a su regreso de París, correr presuroso a la casa del señor Soulacroix, rector de la Academia de Lyon, para colocar sus laureles entre las manos de la que hacía algún tiempo poseía su corazón.

Pertenecía la señorita María Soulacroix a una familia que le supo legar al nacer el tesoro de las más bellas cualidades que, cultivadas con esmero, hicieron de ella una criatura digna de ser comparada con los ángeles, por su genuina virtud y por su desarrollada inteligencia.

5.— Incertidumbre entre Lyon y Paris

Los triunfos conquistados en París procuraron gloria a los futuros desposados, pero levantaron también problemas que era preciso resolver. Con angustiosa urgencia, se presentó ante ellos la cuestión de la residencia. Había que escoger entre París y Lyon. En Lyon podían contar con la cátedra de Derecho comercial y la cátedra de Literatura extranjera, con lo que lograrían redondear la bonita suma de mil quinientos francos al mes. Además, en Lyon se encontraban las familias e ambos esposos y gozaban de la consideración de todos. En Lyon, se encontraba, sin duda, la seguridad hasta el fin de la carrera.

París le ofrecía tan sólo un cargo de suplente, con un sueldo módico, una posición precaria, una vida estrecha e incómoda. Pero, por otro lado, París era el teatro de la gran acción católica. Era el campo de batalla de la defensa religiosa. En París se encontraba la obra de verdad que había que cumplir, la obra de caridad que había que proseguir, la obra de restauración del reino de Dios en la Filosofía, en la Historia, en las Letras y en la Sociedad. Obra inaugurada por Ozanam en su primera juventud, cuya flor le consagró. Esa Obra lo llamaba a París.

El futuro suegro luchaba con toda su influencia para que permaneciese en Lyon. Juzgaba que lo contrario era preferir la sombra a la presa, lo incierto a lo cierto, desechar la seguridad y la paz por correr tras lo inseguro y el dolor. Ozanam se defendía presentando las mayores probabilidades que ofrecía París para lograr triunfos mayores, las mayores facilidades que para los estudios allí se conseguirían y, por fin, las perspectivas de gloria que allí, ante su paso, se abrirían… Soulacroix optó por callar, comprendiendo que en este mundo también el heroísmo tiene sus derechos.

Al fin, resolvió Ozanam que fuera su prometida quien resolviese tan delicada materia. Expuso honradamente todas las circunstancias ante sus ojos: Sí, ellos dos, él y ella, podían fundar su hogar en Lyon. Allí tendrían las alegrías de la familia, la comodidad, la felicidad y la tranquilidad. Todo los convidaba a esto.

Pero esto significaba para él renunciar a la parte más bella de su tarea en esta vida, al motivo de sus trabajos, a la causa de su existencia. Era abdicar la noble misión que él había soñado realizar junto a ella, con ella, sostenido por ella. Es cierto que en una condición modesta, en una vida de abnegación y sacrificio, pero de amor y de lealtad.

La joven supo contestar colocando su mano en la mano de Ozanam y diciéndole antes con la mirada que con los labios: Confío en ti.

6.— Matrimonio

El 23 de junio de 1841, se realizó el matrimonio del señor Antonio Federico Ozanam, de veintiocho años de edad, con la señorita María Josefina Amelia Soulacroix, de veintiún años de edad.

La ceremonia tuvo lugar a las diez de la mañana, en la iglesia de Saint Nizier. Celebró la misa el hermano mayor, mientras el menor respondía a las palabras litúrgicas. Esos dos seres componían toda la familia de Ozanam sobre la tierra, pero hay que advertir que las naves del templo estaban llenas por los socios de las Conferencias, que venían a acompañar a su amigo y compañero en su hora de felicidad.

7.— Viaje de novios

Los jóvenes esposos pasaron un mes en las aguas de Allevard, buscando alivio a una laringitis que padecía el profesor. El verdadero viaje de novios fue a Nápoles y Sicilia, coronado con una estancia de diez días en Roma, donde el 5 de noviembre contemplaban la catedral de San Pedro, cuya cúpula aparecía ante Ozanam: «Como diadema papal suspendida entre el Cielo y la tierra, como emblema admirable de esa institución sagrada que contemplamos siempre erguida y siempre inmutable, mientras que nosotros pasamos arrastrados por las olas del tiempo. Institución sagrada sobre la cual se esconderá también el último sol de la Humanidad.»

El Papa Gregorio XVI recibió paternalmente a los jóvenes viajeros, haciéndoles sentar a su lado. Los detalles de esa conversación, de la cual fue Dante el tema principal, no se borraron nunca del corazón de aquellos fervientes católicos, y menos aún la bendición solemne que el Santo Padre les concedió antes de partir.

En Roma, encontró Ozanam a varios de sus amigos. Encontró al P. Gerbet, que hacía entonces allí sus estudios para su «Roma cristiana». También vio a Cazales, que estaba allí con motivo de su ordenación. Conoció y trató altas personalidades eclesiásticas y seglares. El cardenal Paca lo recibió con paternal afecto. Conversó largamente sobre los asuntos de Oriente con el cardenal Mezzofante, de quien decía Ozanam: «Los antiguos habrían hecho de él un dios. Dios hará de él, sin duda, un santo.»

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