Federico Ozanam según su correspondencia (03)

Francisco Javier Fernández ChentoFederico Ozanam1 Comments

CRÉDITOS
Autor: Pativilca · Año publicación original: 1957.
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Capítulo III: Por la Verdad

Sigamos al hado donde quiera arrastrarnos. Sea lo que fuere, para vencer al destino, preciso es soportarlo.
Virgilio (Eneida. Lib. V)

En una carta escrita el 10 de febrero de 1832, a los cuatro meses de su llegada a París, nos muestra Ozanam bien claro no sólo el propósito, sino la oposición ya llevada a cabo por él y sus compañeros contra aquella enseñanza antirreligiosa que predominaba en la Sorbona. Así, escribe: «En nuestras filas, que van siendo ya más numerosas, tenemos jóvenes generosos que se han consagrado a esta alta misión, que es también la nuestra. Así, cada vez que un profesor eleva la voz contra la Revelación, se oyen voces católicas que se alzan para contestarle. Estamos varios unidos en grupo para ese objeto. Ya por dos veces me ha tocado a mí tomar parte en esa honrosa tarea, dirigiendo por escrito mis objeciones a esos señores. Nuestras objeciones, que después son leídas en público, han producido el mejor efecto, tanto sobre el profesor Letronne, quien casi se retractó, como sobre los oyentes, que aplaudieron.

«El mayor provecho que se saca de todo esto es el mostrar a la juventud estudiantil que se puede ser católico y tener sentido común, y que se puede servir, al mismo tiempo, a la religión y a la libertad. Y es un gran provecho también el despertar a esa juventud de la indiferencia religiosa en que yace sumida y acostumbrarla a las grandes discusiones sobre asuntos serios.»

En otra carta, dirigida, como la anterior, a Ernesto Falconnet, leemos lo siguiente: «La causa que sostenemos es la causa del Evangelio. Te tendré al corriente de todo lo que se efectúe en nuestro medio, por el honor y el triunfo de esta causa divina». Dos meses más tarde, el 25 de marzo, se apresura Ozanam a comunicarle «que los primeros encuentros fueron tan sólo escaramuzas», y agrega un poco más adelante: «Hoy tengo la dicha de decirte que acabamos de librar un serio combate… Y nuestro campo de combate fue la cátedra de Filosofía, fue el círculo de Jouffroy.»

Theodore Jouffroy era, a la edad de treinta años, profesor adjunto en la Sorbona y maestro de Conferencias en la Escuela Normal, encargado de los círculos del Colegio de Francia y diputado por el Distrito de Pontarlier, desde el año 1831. Por la elevación de su espíritu y la profundidad de su palabra, era ya una de las lumbreras del libre pensamiento. Pero era también el hombre nefasto y solemne que, en su famoso artículo de «El Globo», titulado Cómo terminan los dogmas, tañía con campanada suave, pero segura, los dobles del Cristianismo. Era, en fin, el psicólogo inquieto y turbulento que presentaba, en términos magníficos, «el problema de los destinos humanos», cuya solución sólo quería él buscarla en la fría razón, resultando él la primera víctima de su impotente escepticismo. Ozanam declara que, bajo las flores con que este hombre adorna sus discursos, él encuentra tan sólo ruinas. Las ruinas de la fe y las ruinas de la razón conjuntamente. Ruinas sobre las cuales pretendía el filósofo levantar, con mano insegura, el templo de la religión del futuro.

Ante ese espectáculo, se escapan del pecho de Ozanam estas dolorosas palabras: «Esto es lo que Jouffroy nos predica en la Sorbona. En esta antigua Sorbona fundada por el Cristianismo. ¡En esta antigua Sorbona, cuya cúpula está todavía coronada con la Cruz!»

1.— Apología del Cristianismo en la Sorbona

Veamos cómo relata Ozanam la protesta que, contra las doctrinas enseñadas por Jouffroy, tuvo lugar en esos días. Y reparemos cómo oculta Ozanam su nombre hasta al amigo a quien escribe: «Habiéndose atrevido Jouffroy a llegar en sus ataques a negar la posibilidad de la Revelación, un joven católico le dirigió por escrito algunas observaciones. El filósofo ofreció que contestaría. Esperó quince días, sin duda para afilar sus armas, y al cabo de ese tiempo, sin leer en público la carta en la que se le habían objetado sus doctrinas, la analiza a su manera y trató de refutarla. El joven católico, viendo que lo habían interpretado mal, presentó al profesor una segunda carta. Esta vez, el profesor no se dio por entendido, y ni siquiera mencionó esta segunda carta. Antes por el contrario, continuó sus ataques, asegurando que el catolicismo repudiaba la ciencia y repudiaba la libertad.

«Entonces —continúa Ozanam— nos reunimos todos y lanzamos una protesta que expresaba nuestros verdaderos sentimientos y que, engalanada con la rúbrica de quince firmas, se la dirigimos a Jouffroy…, y Jouffroy esta vez se vio obligado a leer nuestra carta en público. El numeroso auditorio, compuesto de más de doscientas personas, escuchó con respeto nuestra profesión de fe. El profesor se mostró poco inclinado a responder. Al fin brotaron de sus labios numerosas excusas, asegurando que no había sido su voluntad el atacar el Cristianismo, por el cual él, en particular, sentía una gran veneración. Terminó diciendo que, en adelante, tendría gran cuidado en no herir a ninguno en sus creencias. Pero lo más interesante fue que dio constancia de un hecho que es de suma importancia y muy alentador para la época actual: «Señores, nos dijo, hace cinco años las objeciones eran dictadas por el materialismo y eran ésas las únicas que yo recibía. Existía entonces una viva resistencia contra las doctrinas espirituales. Hoy en día los espíritus han cambiado en alto grado. La oposición es completamente católica.»

La oposición que le presentaba Ozanam estaba basada en sus propias tesis. En ellas, él hablaba de la impotencia de la ciencia para satisfacer las necesidades intelectuales del hombre, de la insuficiencia de los conocimientos naturales para satisfacer el espíritu humano, ávido de luces sobrenaturales y de la insuficiencia efectiva de la razón para sentar las bases de nuestra conducta moral. Como lógica conclusión de esas tres evidencias, resultaba para Ozanam la necesidad de la Revelación.

Así fue cómo los profesores de la Sorbona aprendieron a conocer a aquél que, diez años más tarde, tomaría asiento en medio de ellos, trocado de discípulo en colega. Mientras tanto, se les vio guardar una mayor moderación en su lenguaje. Y tal vez entre todos, el que aprovechó mejor de todo esto fue el mismo Jouffroy, quien tuvo que exclamar antes de morir: «Todos estos sistemas no conducen a nada. Mil y mil veces mejor es un acto de verdadera fe cristiana.»

Y nosotros, por nuestro lado, no podemos menos de reconocer que la gracia de Dios reposaba sobre Ozanam, sobre aquel joven de veinte años, cuyos labios y cuyo corazón parecían tocados por la gracia divina. Así, lo vemos en esos mismos días de sus protestas tan justamente motivadas y tan dignamente sostenidas en la Sorbona, participando a uno de sus amigos, en carta del 10 de febrero: «El paso más consolador que se ha dado en favor de la juventud católica es, sin duda, la inauguración de las conferencias que nos dictará el P. Gerbet.»

2.— Conferencias del Abate Gerbet

Ozanam y sus amigos habían encontrado a este erudito sacerdote en la misma Sorbona, donde habitaba. Esas conferencias fueron, en realidad, un éxito, tanto por la elocuencia y erudición del orador, como por la selecta y nutrida concurrencia que acudía a oírlo. Después de la segunda conferencia, en la sala no cabía ya nadie, pues estaba llena, y llena de hombres célebres. Allí se podía ver a M. Potter, a Sainte-Beuve, a Ampère, hijo, aceptando, entusiasmados con las enseñanzas del joven orador. Ozanam gozaba con esto, pero su corazón no estaba satisfecho. La sala podría contener tan sólo trescientas personas y el deseo de Ozanam era que se beneficiasen todos los jóvenes universitarios. ¿Por qué no había de crearse en París una cátedra de alta enseñanza apologética que diese respuesta a todas las dudas y necesidades de su tiempo.

3.— Esfuerzos de Ozanam para instalar las Conferencias en Notre Dame

La hora era propicia. Las circunstancias reclamaban esta empresa. En esos mismos días, como consecuencia de deplorables acontecimientos, se había tenido que cerrar, en medio de las lágrimas de muchos, la Academia de San Jacinto, en la cual Mgr. Dupanloup, con su elocuencia tan conocida, daba una brillante clase de Apologética a los jóvenes de su catecismo de perseverancia. A raíz de este acontecimiento, se decidió Ozanam hacer su petición a Mgr. de Quelen, arzobispo de París. Esa petición se vio reforzada por cien firmas más.

Le fue concedida una audiencia. Ni por un momento ocultaron los muchachos la importancia de lo que pedían: la institución en Notre Dame de una predicación que constituyese un escudo y una guía para los jóvenes universitarios. Luego, envalentonados nuestros jóvenes combatientes por la simpatía que les demostrara el Arzobispo, no titubearon en manifestarle sus inquietudes, principalmente la enorme necesidad que constataban de que hubiese una predicación nueva en sus formas, que descendiese hasta el terreno de las controversias actuales y luchase cuerpo a cuerpo con los adversarios del Cristianismo, dando una respuesta a las objeciones que a diario se difundían en las escuelas públicas, para luego ser repetidas y popularizadas por libros y periódicos.

Los caminos de Dios tienen sus tramos oscuros. Ozanam y sus amigos no lograron nada, después de esta cordial audiencia. Y, al repetirla, sufrieron el mismo desengaño. No por eso desmayaron en su propósito. Ozanam, que sabía superar las circunstancias, resolvió participar y hacer participar a los suyos de las conferencias que dictaba el P. Lacordaire en el colegio Stanislas.

4.— Retirada del P. Lacordaire

Ya hemos dicho que los tiempos eran difíciles. Aquí esperaban nuevos desengaños a Ozanam. No pasó mucho sin que esas conferencias fuesen también suspendidas y, habiendo gestionado su reapertura el P. Lacordaire, se la concedieron, pero en unas condiciones que no le fue posible aceptarlas. Lo habían acusado ante el Gobierno como a «un republicano fanático, capaz de trastornar el juicio de la juventud». Lo acusaron también ante el Arzobispo como «predicador de novedades peligrosas». Lacordaire se retiró y guardó silencio.

Tal vez ninguno sufrió más con este rudo golpe que aquel joven cristiano que fundaba tan altas esperanzas en aquellas conferencias. Pero él supo apoyarse en la esperanza y en la fe por encima de todo, no perdiendo su confianza en la Providencia. Dios será para siempre su único y todopoderoso apoyo.

Veamos lo que escribe a Vilay: «Ya no oiremos más al P. Lacordaire. Gran dolor para nosotros, que necesitábamos el pan de su palabra y que habiéndonos acostumbrado ya a ese alimento fuerte y excelente, nos vemos privados de él súbitamente, sin que tengamos nada que lo reemplace. Pero mayor es nuestro dolor al contemplar aquellos hermanos nuestros extraviados y que, habiendo vuelto al camino de la verdad, se alejan ahora de ese camino meneando la cabeza y levantando los hombros. Tal vez el Cielo quiso ese silencio del P. Lacordaire; ese nuevo sacrificio. Tal vez habíamos erguido demasiado nuestra frente. Poníamos nuestro orgullo en la palabra de un hombre y Dios ha puesto su mano en la boca de ese hombre, para que nosotros sepamos ser cristianos sin ese hombre, para que aprendamos a prescindir de todo, menos de la fe y de la virtud.»

Preciso era esperar y Ozanam esperó. Pero no quiere decir esto que envainara la espada que había dedicado al servicio de la Iglesia. No, no la envainó, ya que nuestro joven apóstol estaba urgido por la caridad de Cristo, que no le dejaba sosiego y le obligaba a estar siempre allí donde Cristo y su Iglesia necesitasen de él.

Poco tiempo después, esta misma juventud católica, que tan valientemente había protestado contra la enseñanza filosófica anticristiana en la Sorbona y que había firmado una petición para que en Notre Dame se instituyesen unas conferencias, esta misma juventud, herida por los ataques de los enemigos contra la naciente Universidad Católica de Lovaina, se pone en pie. En pie — siempre con Ozanam al frente— y defiende los fueros de la libertad y de la verdad religiosa. Esos enemigos encarnizados eran en su mayor parte los estudiantes de la Universidad oficial de Lovaina, los cuales, convencidos del éxito que habría de tener en un país católico como Bélgica la Universidad Católica de Lovaina, sintieron ofendida su indiferencia religiosa y la emprendieron con brutal empeño contra los obispos de Bélgica, fundadores y sostenedores de esta institución, manifestando su enojo con algaradas e insultos ante la residencia de los obispos, y con duros ataques en la Prensa.

5.— La universidad católica de Lovaina

Rápidamente comprendió Ozanam la importancia de esta Universidad Católica. Y consideró como un triunfo para la Iglesia el que en su seno se levantase ese monumento que venía a proclamar bien alto la inmortal alianza de la ciencia y de la fe, y venia a desmentir a los que se pasan la vida anunciando la próxima extinción del Cristianismo.

¡Universidad libre! Motivo de justo orgullo para todos los amigos del saber, satisfechos de ver surgir, en medio de tanta sumisión, una institución libre de toda protección extraña. Libre de toda intervención gubernamental. Merecedora del aplauso de todo el que sienta en su ser el amor a la ciencia y a la libertad.

Por eso fue aún mayor la herida que sintiera Ozanam ante los desmanes y disturbios de aquellos estudiantes, tristes descendientes de la impiedad del siglo XVIII. Por eso, lo vemos solicitar con empeño y lograr la solidaridad de los estudiantes de París, juzgando que no podían abstenerse de protestar contra aquellos actos y aquellos dichos proferidos y ejecutados por hombres de su misma edad, que hablaban su misma lengua y cursaban los mismos estudios. No dudó Ozanam en aceptar a cooperación de todos aquellos que, aun cuando no compartieran sus mismas creencias, deseaban la libertad de acción para todo gran designio, para toda empresa generosa y para toda obra útil.

No olvidaba Ozanam, ciertamente, que él también era discípulo de la Universidad oficial, como también lo eran todos sus compañeros. Pero decía:

«Ante todo somos hijos de la Iglesia. Y, sin que esto se traduzca como ingratitud hacia el Alma Mater, envidiamos a nuestros hermanos de Bélgica, que ellos pueden recibir el pan de la ciencia de las mismas manos que les distribuyen el pan de la Palabra divina, sin tener que hacer dos partes de la enseñanza del profesor, poniendo a un lado el error y al otro lado la verdad». Y al expresarse Ozanam de esa manera, ¿verdad que hacía un hermoso acto de fe?

El más ardiente deseo de Ozanam era que Francia pudiese un día disfrutar del mismo beneficio. Y, como en él todo deseo era idea y toda idea era acción, suscribe al instante, y con él suscriben también sus amigos, las primeras acciones para la remota obra… Esa palabra «acción» es una palabra muy fuerte para un estudiante… Por eso nos apresuramos a aclarar que el precio de la acción era de un franco. Capital que se podía suscribir sin mayor detrimento para la bolsa de cualquier muchacho.

Han pasado más de cien años. ¿Quién no conoce lo que vale para el mundo la Universidad de Lovaina?… ¿Cuántas universidades católicas prosperan ya en Francia?

1 Comments on “Federico Ozanam según su correspondencia (03)”

  1. Excelente escrito. El mundo de hoy necesita la canonización de nuestro querido Beato Ozanan.

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