Experiencia espiritual de santa Luisa y espiritualidad vicenciana (VI)

Mitxel OlabuénagaEspiritualidad vicencianaLeave a Comment

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  1. LA EXPERIENCIA DE LA EUCARISTÍA, TESORO Y HERENCIA DE JESÚS, EL SEÑOR

Santa Luisa presenta la “Eucaristía como el legado testamen­tario que hace a la Iglesia su Esposo, Jesús Crucificado, y como un tesoro”.’

Se han conservado varios escritos de santa Luisa sobre la comunión. En todos ellos predomina el tema de la preparación y de las disposiciones para recibir este sacramento (no ha de extrañarnos en aquella época). Pero aparecen también intuicio­nes muy valiosas que nos permiten acercarnos a su experiencia: la Sagrada Comunión del Cuerpo de Jesucristo nos hace partici­par realmente en el gozo de la Comunión de todos los creyentes; en el Santísimo Sacramento del Altar están presentes las tres personas de la Santísima Trinidad; en la Eucaristía Dios nos manifiesta su gran amor: la Eucaristía se entiende a partir del plan de salvación del Hijo de Dios que, desde su Encarna­ción, quiere hacerse cercano a los hombres y salvarlos.

Las gracias y experiencias místicas que recibe santa Luisa tie­nen lugar siempre en el contexto de la Eucaristía: oyendo misa, al comulgar, después de la Comunión…

Cuando santa Luisa va de viaje o cuando da instrucciones a las Hermanas que van de viaje, una doble visita es obligada en cada uno de los lugares en que se detienen: a Cristo presente en el Santísimo Sacramento del Altar; a los pobres del hospital o de las casas. ¿No es admirable esta unión entre la Eucaristía, sacra­mento central de la vida del cristiano, y el pobre, sacramento de Cristo?

En la Eucaristía, centro de la vida cristiana, vivimos la expe­riencia de comunión con Cristo y con los que en Cristo forma­mos un solo Cuerpo. Esta comunión con Cristo nos asocia a su entrega y nos invita a ser también nosotros pan partido y reparti­do por los hermanos, para la salvación de los pobres.

Los miembros de la Familia Vicenciana podemos seguir encontrando en la experiencia de la Eucaristía de Luisa de Marillac inspiración para actualizar esta dimensión del segui­miento de Cristo hoy. Un nuevo desafío en las celebraciones del 350 aniversario.

  1. LA EXPERIENCIA DE LA PRESENCIA Y ACCIÓN DEL ESPÍRITU SANTO

En las cartas y escritos de Santa Luisa de Marillac encontra­mos abundantes referencias a la presencia y acción del Espíri­tu Santo. Lo que nos da a entender que ha profundizado en los textos del Nuevo Testamento y los ha hecho frecuentemente objeto de su oración.

Luisa de Marillac describe la presencia y la acción del Espíri­tu Santo en la Trinidad como amor y comunicación de amor, subrayando la unión de las Personas divinas como efecto de este amor. El Espíritu Santo, que opera la unión al interior de la Tri­nidad, unifica también a la persona humana desde la creación.

Luisa de Marillac describe, en varias de sus meditaciones, la presencia y la acción del Espíritu Santo en la vida de Jesús: el Espíritu Santo es quien formó el cuerpo de Jesucristo en el seno de la Santísima Virgen; la voluntad de Dios dispuso que Nues­tro Señor fuese conducido al desierto por su Espíritu Santo para ser allí tentado; al prometer el Espíritu Santo a los apóstoles, Jesús les asegura que por Él sería glorificado.

La venida del Espíritu Santo sobre los Apóstoles produce efectos visibles: «si su entendimiento se vio iluminado y lleno de las ciencias necesarias a su vocación, su memoria se vio refres­cada con las palabras y acciones del Hijo de Dios, su volun­tad se llenó de ardor en el amor a Dios y al prójimo el Espí­ritu Santo, obrando poderosamente en ellos por medio de esta plenitud, les hacía decir y enseñar con eficacia la grandeza y el amor de Dios».

El Espíritu Santo prometido por Jesús a los apóstoles consue­la a la Iglesia, madre de todos los creyentes, y confirma cuanto Jesús les ha enseñado. Opera en los fieles la santidad de vida. Pro­longa la misión del Verbo Encarnado. Anima su testimonio.

Luisa de Marillac ha sabido reconocer la presencia y la acción del Espíritu Santo. Ha acertado a describir cómo está pre­sente y cómo actúa el Espíritu Santo en su vida y en la vida de la Iglesia. Y ha encontrado los medios para celebrarlo en la oración personal y en la oración comunitaria, así como en la liturgia de la Iglesia.

La experiencia del Espíritu Santo constituye uno de los aspectos centrales (y más originales) de la espiritualidad de santa Luisa. De la contemplación del Espíritu Santo deduce santa Luisa abundantes consecuencias para los seguidores de Cristo: la unidad, el esfuerzo en el servicio, la dedicación a los pobres, el gozo… A los miembros de la Familia Vicenciana, acercarnos a la experiencia de Luisa de Marillac nos puede ayu­dar a reconocer con ella la presencia y la acción del Espíritu Santo.

Frente a la hiper-responsabilidad con la que en ocasiones nos manifestamos en nuestros servicios y ministerios, frente a la pre­tensión de transformar el mundo con nuestro propio esfuerzo, nos hace bien descubrir y experimentar que es el Espíritu Santo «el protagonista de la Misión».

También nuestra oración personal y comunitaria y nuestra liturgia pueden verse notablemente enriquecidas si recuperamos al «Maestro interior». Porque no sabemos pedir como conviene si el Espíritu Santo no viene en nuestra ayuda.

La viva experiencia que Luisa de Marillac ha vivido de la presencia y de la acción del Espíritu Santo es ciertamente un importante desafío para nosotros, comprometidos en la actuali­zación del carisma vicenciano hoy.

  1. LA EXPERIENCIA DE LA VIRGEN MARÍA COMO MAESTRA DE VIDA ESPIRITUAL Y ÚNICA MADRE DE LA COMPAÑÍA

La presencia de María en la correspondencia y escritos de santa Luisa es rica y abundante. Conservamos varios Escritos de santa Luisa en los que ha recogido los resultados de sus medi­taciones y reflexiones sobre la gran dignidad de la Virgen María. Presenta a María como: colaboradora de Dios en la encarnación; muy unida a Cristo Jesús, que vive en ella; partícipe del misterio de Dios en Cristo; colmada de toda gracia; Madre de misericordia y de gracia; colaboradora, junto a la cruz, en la redención.

Conservamos también una reflexión muy pensada y sistema­tizada de santa Luisa, centrada en el misterio de la Concepción Inmaculada de la Virgen. Descubrimos en este escrito la seriedad de su planteamiento y la riqueza de sus intuiciones, que pueden resultar muy sugerentes para la espiritualidad mariana en el carisma vicenciano.

Santa Luisa de Marillac no duda en proponer a la Virgen María como ideal de vida: modelo de todos los estados de vida; de cumplimiento de la voluntad de Dios; de pobreza; de pureza.

Disponemos también de un escrito de santa Luisa que sinteti­za admirablemente en qué debe consistir la devoción a la Virgen María’, que puede seguir dándonos mucha luz hoy: todos los cristianos han de profesar un gran amor a la Virgen María; hemos de celebrar, con la liturgia de la Iglesia, las fiestas en su honor; imitar su vida, sus virtudes; escoger «algunas pequeñas prác­ticas» de devoción.

Además de sus reflexiones y meditaciones sobre la Santísima Virgen, conservamos, en la correspondencia y en los Escritos de santa Luisa, indicadores de sus «pequeñas prácticas» de devo­ción en honor de la Virgen María. Y, en sus oraciones, suele invo­car la intercesión de la Santísima Virgen.

A la Santísima Virgen, Única Madre, confió santa Luisa lo que más quería en este mundo: su hijo y la Compañía de las Hijas de la Caridad. Quiso que esta Compañía estuviera consa­grada a María y la considerara siempre como su Única Madre. En las últimas palabras dirigidas por santa Luisa de Marillac a las Hermanas, en su Testamento Espiritual, insiste: «Pidan mucho a la Santísima Virgen que sea Ella su única Madre».

Podemos afirmar, pues, que en la experiencia de santa Luisa la presencia de la Virgen María es abundante, serena, sólida. En la Familia Vicenciana no podemos dejar de beber de esta fuente, de la experiencia de Luisa de Marillac, para entender y vivir la espiritualidad mariana, dimensión significativa del carisma vicenciano y de todo seguimiento de Cristo: la verdadera experiencia de María como Maestra espiritual y Madre.

  1. LA EXPERIENCIA DE LA COMUNIDAD QUE SIGUE AL SEÑOR Y LE SIRVE EN LOS POBRES CONSTRUIDA CADA DÍA POR LA UNIÓN, LA CORDIALIDAD Y LA SUAVE CARIDAD

Nuestra reflexión sobre la validez de la experiencia espiritual de Luisa de Marillac para la espiritualidad vicenciana hoy que daría incompleta sin una referencia a la caridad, corazón de toda espiritualidad y, muy particularmente, de la espiritualidad vicenciana.

Santa Luisa quiere que Dios, que es Amor, sea «Él mismo el lazo fuerte y suave de los corazones de todas las Hermanas, para honrar la unión de las tres divinas Personas”.

El amor y la unión son rasgos propios de la comunidad que se ha propuesto seguir a Cristo y prolongar su misión entre los pobres: `Amémonos mucho en Dios y amémosle en nosotras ya que somos de Él». «Creo que ustedes no forman más que un corazón, y así es como debe tomarlos la unión que ha de existir entre las Hijas de la Caridad». «Les ruego … se renueven en el espíritu de unión y cordialidad que las Hijas de la Caridad deben tener, mediante el ejercicio de esa misma cari­dad que va acompañada de todas las demás virtudes cristianas, especialmente la de la tolerancia de unas con otras, nuestra vir­tud más querida. Se la recomiendo con todo mi interés, como algo absolutamente necesario, ya que nos lleva siempre a no ver las faltas de los demás con acritud, sino a disculparlas siempre, humillándonos nosotras… pida este espíritu, que es el espíritu de Nuestro Señor, para toda la Compañía».

La caridad, vivida en la comunidad, es camino de santidad. «Si la humildad, la sencillez y la caridad que produce la toleran­cia, están bien afianzadas en cada una, su pequeña Compañía estará compuesta de otras tantas santas como personas son ustedes. Pero no tenemos que esperar a que sea otra la que empiece; empecemos todas a porfía si algo dejara que desear en el cumplimiento de esas santas prácticas; pero no basta con empezar, es preciso, además, que la que empiece generosamente se diga a sí misma: no quiero cansarme nunca de estas prácti­cas, aun cuando no viere en las demás igual virtud, cosa que no ha de suceder».

La caridad es el modo cristiano de servir a los pobres. «En efecto, puesto que de nombre son ustedes Hijas de la Caridad y saben que la verdadera caridad lo ama y lo soporta todo, hasta las contradicciones y repugnancias más duras, espero la practiquen así, todas ustedes… ¿No es razonable, queridas Hermanas que, pues Dios nos ha distinguido hasta el punto de llamarnos a su ser­vicio, nosotras le sirvamos en la forma que a Él le agrada?».

El testimonio de las primeras Hermanas sobre santa Luisa de Marillac revela hasta qué punto su vida ha estado marcada por la caridad: Yo siempre he visto que tenía una gran caridad y paciencia con nosotras, de modo que se consumió por nosotras. «Tenía tanta caridad conmigo que a veces, cuando me veía algo preocupada, se adelantaba a hablarme de ello con gran dulzura»… ¿Tenía mucho amor y caridad con todas las hermanas, soportándolas y excusándolas siempre”; «Tenía mucha caridad con las hermanas y tenía miedo de molestarlas»… «Le oí decir que amaba mucho a todas las hermanas y que deseaba que todas fuéramos tan perfectas como nuestro patrono Jesucristo»… «Un día, durante su última enfermedad, le pregunté qué es lo que le pediría a Dios para mí y para todas las hermanas. Me dijo que le pediría que nos concediera la gra­cia de vivir como verdaderas Hijas de la Caridad, con mucha unión y caridad, tal como Él quiere de nosotras”.

Hoy, más que nunca, el testimonio de la caridad hará visibles los signos del Reino de Dios en medio del mundo y tornará cre­íble el anuncio de la Buena Nueva de Jesucristo.

El testimonio de la caridad, como seguidores de Cristo en la Familia Vicenciana, parte de la comunión en la fraternidad y no del heroísmo altruista de solitarios intrépidos. Porque, como ha recordado Benedicto XVI, «‘Dios es caridad’: todo proviene de la caridad de Dios, todo adquiere forma por ella, y a ella tiende todo. La caridad es el don más grande que Dios ha dado a los hombres, es su promesa y nuestra esperanza».

La insistencia de santa Luisa de Marillac y su propia expe­riencia nos siguen desafiando a una «nueva imaginación de la caridad» para traducir el carisma vicenciano en cada una de las comunidades de nuestra Familia y allí donde los gemidos de los pobres siguen clamando al Dios Amor.

Corpus Delgado

CEME 2010

 

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