Espiritualidad vicenciana: Sufrimiento

Francisco Javier Fernández ChentoEspiritualidad vicencianaLeave a Comment

CRÉDITOS
Autor: María Teresa Barbero, H.C. · Año publicación original: 1995.

I. Sentido del sufrimiento en san Vicente: . Imi­tación de Cristo. 2. Nos lleva a la santidad. 1 . Fuente de fecun­didad.- II. Sentido del sufrimiento en santa Luisa:1 . Imitación de Jesucristo Crucificado. 2. Camino de Santidad. 3. Saber aprovechar los sufrimientos.- III. Sufrimiento y servicio de los pobres.- IV. La ascesis y el sentido de la Cruz en las Constitu­ciones.


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I. Sentido del sufrimiento en san Vicente

Fue designio del Padre enviar a su Hijo Jesu­cristo al mundo para redimirlo por medio del su­frimiento. «Cristo se hizo por nosotros obedien­te hasta la muerte y una muerte de cruz». Este camino recorrido por Jesús sigue abierto a todos los que le siguen; el cristiano sigue pisando sus «huellas», huellas de humillación, de sacrificio, de renuncia… de cruz, Esta realidad cristiana, no sólo la vivió con intensidad San Vicente, sino que trató de inculcársela a sus hijos e hijas. Vi­cente lo consideraba como el medio necesario pa­ra que las Hijas de la Caridad superasen la infi­nidad de sufrimientos que les proporcionaba el servicio de los pobres. Así mismo, ver a Cris­to sufriente lo consideraba como un medio para que los misioneros llegaran a la santidad.

1. Imitación de Cristo

Pero es el ejemplo de Jesucristo el motivo principal para aceptar con alegría las cruces: «Qué dichosos son aquéllos que llevan amorosamente su cruz, siguiendo a su Maestro». (1V, 271)

A Esteban Blatirón, que se encuentra de Su­perior en Génova, le escribe animándole a llevar la cruz mirando el ejemplo de Cristo: «El pensa­miento de lo que sufrió personalmente Nuestro Señor, le dará muchos alientos; porque cuanto más parecidas son nuestras penas a las suyas, más agradables le somos». (1V, 97). Del mismo modo anima a las Hijas de la Caridad a que acep­ten el sufrimiento físico y moral, porque cuando tenemos el ejemplo del Hijo de Dios ¿rechazare­mos su mismo camino?

2. Nos lleva a la santidad

El sufrimiento es el camino que siguieron los santos. Para San Vicente es el camino más cor­to para llegar a la santidad. En varias ocasiones se lo quiere hacer comprender a Padres y Her­manas; incluso se atreve a decir que «Dios envía la cruza los que ama». A Santiago Norais que ha sufrido el saqueo de la casa de Orsigny, le dirige estas palabras de consuelo: «Dios, que le ama tan cariñosamente, lo ha hecho para gloriarse en us­tedes, para santificar sus almas cada vez más y para hacer ver en el cielo y en la tierra el amor que les tiene… el Hijo de Dios nos dice que es una dicha sufrir… y que su gloria es la recom­pensa de aquéllos que sufren con paciencia por amor a El» (III, 372).

Y en otra ocasión, trata de hacer descubrir a Sor Ana Hardemont la alegría profunda que bro­ta del sufrimiento: «Sí, Hermana, nuestra felicidad está en la cruz y Nuestro Señor no quiso entrar en la gloria más que a través de la amargura. Él la conduce por el camino de los santos; no se ex­trañe de todo lo que pasa; tenga paciencia, déje­le obrar a Dios, dígale que se cumpla su volun­tad y no la de usted«. (VII, 202).

Pero San Vicente no identifica el sufrimiento ni con la santidad, ni con la salvación. Ciertamente la salvación está unida al sufrimiento, pero es­pecifica un detalle: el de la aceptación del sufri­miento redentor, es decir, aceptar la voluntad de Dios. «Recuerde -le dice a Sor Avoya- que es Hi­ja de la Caridad y que debe ser crucificada con Nuestro Señor Jesucristo y someterse a su vo­luntad» (VII, 209).

3. Fuente de fecundidad

El sufrimiento, además de ser lugar privile­giado de encuentro con Cristo, es también fuen­te de fecundidad. San Vicente está convencido de que los sufrimientos de Jesucristo fueron los que dieron fecundidad a su obra redentora y que se­rán las cruces de sus seguidores, las que darán fecundidad a su labor apostólica. Así se lo hace ver al P Pesnelle que padece humillaciones por causa de la justicia en Roma. (V, 519-20). Sabe que algo misterioso, grande e incomprensible tie­ne que haber en los sufrimientos para que el Hi­jo de Dios siguiera este camino. Tiene muy cla­ro, también, que para sufrir con resignación, sin desanimarse, ni murmurar, es preciso entregar­se a Dios, hacerlo todo por amor de Dios, recurrir a Nuestro Señor pidiéndole ayuda; porque sola­mente así nos «mantendremos en paz», nos «sen­tiremos dichosos» y en nuestros corazones «bro­tará la alegría».

II. Sentido del sufrimiento en santa Luisa

Nadie mejor que Santa Luisa, nos puede ha­blar del sentido cristiano del sufrimiento. Mujer marcada por la cruz desde su nacimiento, supo encontrar en Jesucristo el modelo a quien imitar y la fuente de vida para aceptar la voluntad de Dios. Está convencida de que el querer de Dios es que vaya a Él por la cruz. De tal modo se iden­tificó con el sufrimiento que llegó a estimar y de­sear este estado, poniendo siempre la confianza en Dios para poder superar las pruebas. Sabe también que hay personas que nacen marcadas por la cruz, son las almas a las que Dios llama a una vocación especial. Ella misma se encuentra en el número de estas almas escogidas que pre­fieren morir antes que no tener que sufrir, pues­to que para ellas «amar y sufrir es una misma co­sa» (E. 185).

1. Imitación de Jesucristo Crucificado

A través de sus escritos, descubrimos que para Luisa de Marillac la vida de Jesucristo cru­cificado dio sentido a toda su vida. En sus cartas leemos la despedida «soy en el amor de Jesu­cristo crucificado» y es «la Caridad de Jesucris­to crucificado la que urge a las Hijas de la Cari­dad al servicio de los Pobres».

Santa Luisa descubre en la meditación de la Pasión de Nuestro Señor, la «obligación que te­nemos de escoger la vida de Jesús crucificado» con el fin de poder participar también de su «re­surrección gloriosa en la eternidad» (E. 116). Del mismo modo estima que la mortificación de las pasiones, la soledad interior, la aflicción… son ocasiones que se presentan para «honrar los su­frimientos de Jesucristo», a la vez que alabamos a Dios por la oportunidad que «nos da de sufrir por su aman.

No desperdicia ninguna ocasión para exhortar a las Hermanas a aceptar con paz los sufrimien­tos, ya que son la ocasión para unirse más fuer­temente a Jesucristo. Sobre todo son las Her­manas enfermas las que deben «aprovechar la oportunidad que Dios les brinda de sufrir por su amor» (E. 245).

2. Camino de Santidad

Es del todo claro que Santa Luisa llegó a la san­tidad por el camino de la cruz. Los sufrimientos fueron para ella el «trampolín» que le ayudó a unirse más fuertemente a Dios. Sabía que era «un alma escogida por Dios destinada al sufri­miento» y amó tanto este estado que insiste con­tinuamente a las Hermanas para que «reciban los sufrimientos como venidos de la mano de Dios que sabe lo que necesitamos» (c. 433). Los su­frimientos son para ella una» señal del amor que Dios nos tiene, ya que nos hacen semejantes a su Hijo» (c. 587); por lo tanto hay que descubrir en ellos el camino de Dios para llegar a la santi­dad. Incluso hay que estar dispuestas a trabajar para dejarnos conducir por él con alegría y pues­to que somos cristianas y además Hijas de la Caridad, estamos obligadas a soportarlo todo con gozo al saber que nos encontramos en el mismo estado del Hijo de Dios.

3. Saber aprovechar los sufrimientos

Santa Luisa supo descubrir en las continuas pruebas de la vida la voluntad de Dios. Tuvo el don de saber aprovechar los sufrimientos para hacer en su alma una experiencia profunda de fe. Por eso, en la dirección de las Hermanas, tendrá mucho cuidado de insistirles que sepan descubrir en ellos «la mano amorosa de Dios». Es sobre to­do la enfermedad de las Hermanas lo que le mue­ve a escribir: «Lo importante es hacer buen uso de la gracia que Dios le depara de poder sufrir al­go por su amor y servicio» (A una Hermana en­ferma en Angers, c. 124}.

Sin embargo no le resultó fácil recorrer este camino. Fue la fuerza de Jesucristo la que le ayu­dó a superar las dificultades. En sus escritos ex­presa la convicción profunda de «estar estrecha­mente unidas a Él para sufrir con amor y por su amor» (E. 51).

III. Sufrimiento y servicio de los pobres

Es verdad que los mayores gozos y alegrías vienen del servicio de los Pobres; sin embargo no tenemos que perder de vista que el Cristo que se esconde detrás de sus personas, es un Cris­to «llagado y que llaga». Por eso San vicente y santa Luisa, no dejan de recordar que «es justo que las siervas de los Pobres, sufran con sus amos». (SLM c. . 404). Pero no solamente hay que estar dispuestos a sufrir con los Pobres, tene­mos que estar dispuestos a soportar con alegría todas las aflicciones que vienen de su servicio «el frío, las fatigas, las injurias… convencidos de que todos estos sufrimientos son un regalo de Dios». (IX, 793). Es necesario también hacer penitencia por los pobres, privándose de lo necesario para ayudarles. Incluso «toca a los misioneros redimir sus pecados, ofreciendo oraciones al pie del al-tan> (XI, 818).

En el servicio de los pobres, San Vicente exige a las Hijas de la Caridad que lleguen si es necesario hasta el martirio. A imitación de Je­sucristo, es el acto de amor más grande que pue­den hacer. «Tendréis la recompensa de los már­tires, si tenéis la dicha de morir con las armas en la mano» (IX, 1089).

IV. La ascesis y el sentido de la cruz en las Constituciones

San Vicente no impone en las Reglas de los Padres grandes mortificaciones. Invita a tener gran estima de la mortificación, incluyéndola en las cinco virtudes específicas de la Congregación de la Misión. Se trata de seguir el consejo de Nuestro Señor a los que quieren seguirle: «¿Que­réis venir en pos de mí? hay que comenzar por renunciar a vosotros mismos y seguir llevando vuestra cruz» (XI, 512). Ésta es la condición de los que quieren seguir a Jesús y permanecer en sus enseñanzas.

También las Hijas de la Caridad, aunque no es­tán obligadas a hacer grandes penitencias, de­ben sin embargo mortificar los sentidos, sobre to­ do las pasiones interiores para que en su corazón pueda reinar el espíritu de Jesucristo, un espíri­tu de humildad, de sencillez y de caridad.

Las Constituciones de 1983, presentan la as­cesis personal y comunitaria como una exigen­cia del Amor, a través de la cual se encuentran con Cristo crucificado. Es también un medio de conversión que las acerca a los pobres, solida­rizándose con sus sufrimientos (C. 2. 13).

Sobre todo es en la «ascesis del aconteci­miento» donde la Hija de la Caridad se identifica con Cristo sufriente, puesto que es la «Caridad de Jesucristo Crucificado, que anima e inflama su corazón, la que le apremia a acudir al servicio de todas las miserias» (Const. pg. I).

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