En tiempos de Vicente de Paúl, la palabra ‘secularidad’ no tenía todas las connotaciones que hoy presenta. El abanico temático que se ha cobijado bajo esta terminología ha logrado una amplitud y profundización impensables en tiempos de san Vicente. No pretendemos encontrar en el Vicente de Paúl del siglo xvii a un pensador secularista del siglo xx. Pero es cierto también que su actitud profundamente evangélica sintoniza con muchos aspectos, y los más profundos, de la sana visión secular de la realidad, sobre todo del hombre, que se ha hecho consciente en nuestros días.
La terminología
En el punto de partida, el término, que nace en un contexto jurídico, tenía una significación jurídica y neutra. «Secularización» designaba la operación por la que se efectuaba una transferencia de propiedades y usos de ciertos bienes de la Iglesia a instancias del Estado. Desde un punto de vista canónico, la palabra sirve para designar la «reducción al estado laical» de un sacerdote o de un religioso. «Secularidad», pues, es la condición opuesta a sacralidad, eclesialidad, clericalidad o religiosidad canónica, según los casos.
Las definiciones que da el Furetiére describen los sentidos comunes y corrientes de los vocablos en el siglo XVII:
SECULARISATION. f. f. Action par laquelle d’une personne ou d’un lieu regulier, on en fait un seculier. [Les secularisations des Abbayes de Clerac, de Vizelay, & autres, ont esté faites par l’autorité du Pape. Ce Religieux a obtenu un Bref de secularisation, qui le dispense de ses voeux]. SECULARISER. v. act. Rendre seculier ce qui estoit regulier. [Presque toutes les Eglises Cathedrales étoient autrefois reguliéres, les Chanoines étoient Religieux, comme ils sont ancore á Usez, mais on les a secularisés tant en chef qu’en membres].
SECULARITÉ. f. f. Estat d’une personne qui vit dans le monde, sans avoir fait des voeux. IOn fait aussi-bien son salut dans la secularité, que dans la regularitél.
La terminología, pues, en tiempos de san Vicente ya existe, no es invención moderna. El significado de estas palabras se mueve en el terreno de la realidad canónica. Hoy este campo se ha ampliado a otros más vastos como son el sociológico y el teológico. En los tiempos modernos, la palabra ‘secularización’ adquiere un nuevo valor semántico en el ámbito de la sociología de las religiones, donde ha nacido la nueva problemática que se cobija bajo este vocablo. Con este término se designa un proceso histórico que afecta a toda la sociedad en sus relaciones con la Iglesia y con todo el mundo de lo sacro. En un segundo momento, del concepto sociológico-religioso, se salta a la reflexión teológica que se hace sobre el dato sociológico y, de este modo, el término adquiere categoría de concepto teológico.
Hoy la secularidad se define como el «proceso socio-cultural según el cual las realidades del mundo y de la existencia humana tienden a establecerse en una autonomía cada vez mayor respecto a todo orden sacro, religioso o eclesiástico» (DS, my, c. 494).
Secularidad en sentido canónico
Esta es la acepción más aludida (casi la única) en que se usa la terminología en la reflexión y literatura vicenciana. Se aplica a la Congregación de la Misión y a la Compañía de las Hijas de la Caridad, como Comunidades, y a sus miembros en sentido personal, para referirse a su condición de no-ser-religiosos: son seculares, no religiosos.
Incidentalmente, como ejemplo aducido para clarificar la doctrina que expone en sus conferencias, san Vicente habla también de la secularización canónica, de la ‘degradación’ de un sacerdote, o de un lugar sagrado, a la condición secular o profana (IX, 57; XI, 118s).
En este sentido canónico aparecen, pues, dos grados, hablando de las personas: secularidad como condición de un estado opuesto al estado religioso [negación de la condición canónica de religioso]; y secularidad como condición del estado laical, opuesto al sacerdotal o clerical [negación de la condición sacerdotal o clerical]. Y un tercero, hablando de las cosas, en que la contraposición se establece entre lo sacro o segregado del uso ordinario de los hombres para ser dedicado al servicio directo al culto divino, y lo profano o entregado al uso ordinario o civil del hombre.
En todos los casos, la secularidad viene definida de un modo negativo con cierto tono peyorativo.
Secularidad de la Congregación de la Misión y de las Hijas de la Caridad
1. El lenguaje y los aspectos
Una constante en el lenguaje de Vicente de Paúl es la afirmación tajante y abundante de que sus dos Compañías, tanto la Congregación de la Misión como la Compañía de las Hijas de la Caridad, no pertenecen jurídicamente al cuerpo eclesial de los Religiosos, no son canónicamente Órdenes Religiosas. (Para la CM: II, 104, 296; III, 224s, 348; IV, 541; V, 299, 434, 467, 502, 519; VI, 541; VII, 44, 103, 114, 193, 413; XI, 138; X, 348, 424, 426, 437, 439; XI, 138, 564, 643s, 645.- Para las HC: V, 388; VII, 48; VIII, 226; IX, 1178-80).
Respecto de la Congregación de la Misión, SV expresa la misma realidad positivamente, afirmando que los miembros de la CM y la misma compañía como tal pertenecen al cuerpo del clero secular (V, 502. 518s; VII, 413).
Por lo que mira a las HC ya es significativo que, al proponerles el espíritu y la condición propios de su estado, les describa el espíritu y el comportamiento de las «buenas campesinas» como el modelo a seguir (conf. del 25 de enero de 1643). Es inevitable pensar que esta elección ha sido conscientemente inducida en SV por la imagen, también consciente, de la secularidad de la HC.
A través de toda su historia, ambas Compañías han puesto de manifiesto su profunda conciencia y convicción de que esta cualidad jurídica es intrínseca a su propia identidad.
El problema se presenta cuando, junto a tales afirmaciones numerosas y tajantes, el lenguaje interno a las Compañías y numerosos usos introducidos en ellas pertenecen al campo de la vida religiosa estrictamente canónica: la terminología, los modelos, los medios ascéticos y espirituales, las metas de perfección etc. Como dice R. Poole respecto de la CM: «A lo largo de la historia de la CM ha habido una tensión entre su naturaleza esencialmente secular y una gravitación hacia el estado religioso. Podemos comparar la Comunidad a un satélite no-religioso que gira en órbita alrededor de un planeta religioso y se ve atraída cada vez más hacia él. No ha sido fácil para la CM mantener su identidad como una congregación no-religiosa» (Vincentiana 28(1984)717). Esta afirmación se puede hacer igualmente respecto a la Compañía de las Hijas de la Caridad.
2. Los votos
Los votos vicencianos son el elemento fronterizo en el que se polariza la cuestión: votos de contenido y cariz religioso y de naturaleza canónica no religiosa. Una especie de híbrido que, por su ambigüedad respecto a las categorías recibidas, da pie, a los no acostumbrados a hacer finas matizaciones, a esa gravitación hacia el campo de lo canónicamente religioso.
No es ahora momento para describir el proceso de clarificación ideológica a la que llevó el itinerario que hubo de seguirse, desde el comienzo mismo de la Compañía, para lograr la aprobación pontificia de esta nueva modalidad de votos y la aceptación de los mismos por algunos miembros de la congregación, que no acababan de ver su compatibilidad con su condición de no-religiosos o seculares. La correspondencia de s. Vicente con los superiores enviados a Roma con el encargo de lograr la aprobación pontificia expone las ideas y descubre y describe los obstáculos a superar y los ya superados [Ver particularmente las cartas a los padres Berthe (25 abril 1653, IV, 539s), Blatiron (19 febrero 1655, V, 295-302), Jolly (29 octubre 1655, V, 434-436). En esta última hace SV una detallada descripción de los pasos y contrapasos hasta la promulgación del breve pontificio «Ex Commissa Nobis», que debiera haber puesto fin a la controversia, pero que no lo logró].
Pese a todo, la afirmación en los documentos jurídicos oficiales es nítida y precisa desde los comienzos: los votos no hacen a los miembros de la congregación de la Misión miembros del estado religioso, sino que los sacerdotes de la Misión, pese a los votos, siguen siendo parte del «cuerpo del clero secular» [Ver aprobación de los votos por el arzobispo de París 19 de octubre de 1641(X, 348), y breve «Ex commissa nobis» de Alejandro VII de 22 octubre 1655 (X, 437).
3. La consagración
Con ello va implicado el concepto de consagración que subyace al transfondo jurídico, que es también distinto para el Derecho y para san Vicente. Para el Derecho, el elemento esencial que constituye la Orden o instituto religioso es su consagración, realizada por la profesión, por votos solemnes, -o al menos públicos-, de los consejos evangélicos con la que tiende a la perfección evangélica. También aquí la matización vicenciana va en el camino de la recuperación evangélica: en el espíritu vicenciano la perfección de la caridad (santidad) encuentra su camino, su práctica y su culmen en el servicio al prójimo, particularmente al pobre necesitado. La consagración vicenciana no va por la línea del culto (virtud de la religión), sino de la práctica de la caridad para con el pobre. La concreta aplicación de esta perspectiva espiritual queda sintetizada en la máxima típicamente vicenciana «Dejar a Dios por Dios», que implica una concepción nítidamente preferencial del servicio caritativo sobre la acción cultual (IX, 725; 25 297 1081 1091 117. 1125 1198).
4. La espiritualidad
Otro aspecto hay en este tema que da una visión más sutil de la secularidad vicenciana, en referencia al estado religioso canónico de la Iglesia. La espiritualidad que Vicente dibuja para sus Compañías, -conservando, no obstante, una expresión lingüística muy similar a la del mundo religioso-, se aparta muy profundamente de la fuga mundi, una perspectiva esencial en la actitud y concepción del mundo en que el estado religioso se desenvuelve y que, en la perspectiva de los religiosos ha de traducirse en una vivencia incluso física; en la espiritualidad vicenciana, por el contrario, es vista como un obstáculo a superar o una barrera a derruir. Tanto el Misionero como la Hija de la Caridad tienen a ese mundo como el escenario de su propia espiritualidad y como objetivo de su propia realización apostólica y servicial. La espiritualidad vicenciana es secular precisamente porque exige la presencia en el mundo para realizarse. Es una espiritualidad de presencia en el mundo, para estar en el mundo, no de fuga del mundo; porque ese mundo no es visto sólo como una actitud espiritual contraria a la acción salvífica de Dios, sino como el escenario en que se desarrolla la construcción del Reino, que en él encuentra obstáculos, ciertamente, pero también una cooperación receptiva a la acción salvadora y constituye, por supuesto, su objetivo. En las Hijas de la Caridad se ve esto mucho más explícitamente porque se traduce en un elemento más expresivo: la supresión de la exigencia canónica de la clausura (Conferencia del 24 de agosto de 1659, IX, 1178-1180). Para el religioso, la clausura es un signo ideal para desvelar su profunda actitud escatológica que relativiza y como que vacía la condición temporal e histórica frente a la realidad final y que determina, por ello, su actitud espiritual frente al mundo, frente a toda realidad creada y sensible, espacio-temporal e histórica. El vicenciano, por el contrario, densifica la temporalidad como sacramento de la realidad encarnacional e histórica de Dios y de su acción salvífica. Esta actitud fundamental condiciona la orientación profunda de toda la vida espiritual, en esta dimensión que tratamos ahora de la secularidad, no sólo bajo una perspectiva canónica, como es la clausura, sino en un sentido más profundo, como es el de la actitud frente a la realidad creada, sobre todo la histórica. Para el Misionero y para la Hija de la Caridad, la salvación y la santidad no son meros objetivos individuales a conseguir mediante una actividad individual cúltica o moral o incluso óntica del hombre -incluso sea informado por la gracia divina-, sino un proyecto divino de fraternidad en la filiación divina, que el hombre ha de realizar cooperando con el Amor divino, encarnado en Jesucristo para hacerlo efectivo con la cooperación de la humanidad ya aquí en la historia de los hombres, que es historia también de este Amor divinizador del hombre. Hacer, pues, efectivo el evangelio, es decir, el proyecto divino salvador, es realizar con palabras y obras el amor afectivo y efectivo de Dios encarnándolo, es decir, haciéndolo histórico y «mundano», en el amor de unos hombres a otros (concretamente, los vicencianos -CM e HCa los pobres) realizado en las obras de servicio caritativo, tanto espiritual como corporal (XI, 553s). Esta realidad creada e histórica es, pues, precisamente, el objetivo de la intención y acción divina, de su Amor afectivo y efectivo: Dios ama el mundo, ama al hombre más que el hombre mismo (XI, 64), ama la historia y realiza su afecto amoroso haciendo efectivamente dios al hombre: haciendo a su Hijo hombre y haciendo al hombre su hijo ya en esta misma historia y en este mismo mundo.
Este sentido profundo de la secularidad (oposición a una concepción y actitud sacra de la realidad humana, es decir, a una concepción del hombre como ser que encuentra el sentido pleno de su existencia en un servicio o culto a Dios que le segrega de la realidad creada [tabúes], de la historia y de los demás hombres [fuga mundi, clausura, o espiritualismo escapistal), marca profundamente la espiritualidad vicenciana y entronca con la más genuina novedad del Evangelio, entendiendo al hombre como el cooperador con Dios (Jesucristo, el Hijo de Dios Encarnado, haciendo historia en la tierra) en la realización del designio divino, que es un designio histórico (aunque tenga su culminación escatológica), por el cual se pretende la efectiva y real fraternidad de los hombres, ya aquí en la tierra y en la historia; fraternidad, empero, que no se fundamenta en la simple condición de especie humana (secularismo), sino en la gratuita filiación con referencia a Dios, y que se construye y hace real, en la condición mundana e histórica, por el amor que unifica a todos los hombres con Dios y entre sí, el cual se hace efectivo en la solidaridad real y concreta y en la concreta co-participación activa en la tarea común de construir la historia como convivencia fraternal de hombres libres, iguales y unidos, que comparten fraternalmente los bienes de la creación y la sociedad.
San Vicente, y sus seguidores, no piensan -ni actúan- como si, para que el hombre se realice en plenitud, para que realice su encuentro con Dios, tenga que escapar de la realidad concreta y del prójimo, huir de ellos, y adentrarse en un contexto abstracto en el que la realidad y el prójimo concretos no tengan presencia, o en el mundo introversor de un intimismo que produzca ese mismo efecto de evadir de lo concreto e histórico, como si Dios estuviera ausente de una realidad que fuera obstáculo para su presencia.
Por el contrario, la realidad concreta, el prójimo concreto y, paradójicamente, el que vive la dura existencia de la pobreza, el dolor y la marginación, la creación y la historia diarias y objetivas, son la llamada urgente de un Dios que se encuentra realizando ahí el proyecto de una fraternidad fruto y consecuencia de su gratuita paternidad sobre todos los hombres.
Sólo en profunda comunión con la historia concreta, con la situación, con el acontecimiento presente y el prójimo presente en él, se logra la comunión con el Dios cristiano, el que, en Jesucristo, se ha encarnado en la realidad de esta creación suya y esta historia suya y de los hombres, cuya fuerza profunda es el amor trinitario, la esencia misma de Dios, participado en los hombres como amor fraterno, efectivo por la solidaridad servicial.
Bibliografía
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