Las relaciones que san Vicente mantuvo con los religiosos son muy variadas. Vamos a escoger algunas de ellas para dar una visión amplia.
Elementos constitutivos del estado religioso en tiempo de san Vicente
Como la teología y el derecho del tiempo de san Vicente enseñaban, los religiosos estaban dentro del estado de perfección «adquirendae». El elemento constitutivo principal de este estado era el compromiso de vivir conforme a los consejos evangélicos de pobreza, castidad y obediencia, asumidos por voto. Ordinariamente, se hablaba de votos «sustanciales» a los votos que emitían los religiosos en las distintas comunidades: órdenes monásticas, mendicantes, canónigos y clérigos regulares.
En tiempos de san Vicente se discutía si era necesario que el voto fuera solemne o que gozase, al menos, de alguna solemnidad (aliqua solemnitate), como enseñaba santo Tomás de Aquino, para que fuera elemento constitutivo del estado religioso o de perfección «adquirendae». El efecto principal de la solemnidad del voto es que no podía ser dispensado ni por el mismo Papa. Santo Tomás en la Summa Theologica (II, II, q. 88, II, c. 1) defendió la indispensabilidad del voto solemne, basado en una decretal de Inocencio Sin embargo, en el Comentario a las Sentencias dio como probable la dispensabilidad (Dist. 38. q. 1, art. 4. qle 1 ad 3). De hecho, la solemnidad era muy discutida en cuanto al origen de la misma, en cuanto al grado y en cuanto a los efectos, principalmente en cuanto al efecto de la dispensabilidad o indispensabilidad.
En 1298, Bonifacio VIII dio un duro golpe a dicho efecto de indispensabilidad del voto solemne, porque enseñó que la solemnidad y sus efectos dependían de la autoridad de la Iglesia (Lemoine, R., L’époque moderne (1563-1789). Le monde des religieux, CUJAS, Paris 1976, p. 4). Más tarde, el Papa Gregorio XIII concedió a la Compañía de Jesús, mediante la constitución «Ascendente Domino», el que algunos de ellos emitieran votos simples y, no obstante ello, serían considerados como verdaderos «religiosos». La razón alegada por el Papa es que la solemnidad del voto depende sólo de la autoridad de la Iglesia y que los tres votos emitidos en la Compañía de Jesús, aunque simples, eran suficientes para constituir el estado religioso. A tales votos simples emitidos en la Compañía de Jesús, se los consideraban como votos sustanciales religiosos.
Concesiones pontificias posteriores hicieron que la solemnidad del voto perdiera fuerza y apareciera otro aspecto de los votos: la publicidad del voto, es decir, si era aceptado oficialmente por la Iglesia como voto religioso. Va tomando cuerpo además de la categoría de votos solemnes, que hacen los actos contrarios inválidos, y simples, que sólo los hacen ilícitos, otra categoría: la del voto público, cuando es aceptado por la Iglesia y la del voto privado cuando no lo es.
La aprobación oficial y expresa de los votos por la Iglesia en una determinada religión era otro elemento necesario para conocer la naturaleza de los votos y sus efectos. Para que el voto fuera elemento constitutivo del estado religioso, era necesario que la Iglesia lo aprobara como voto de una religión canónicamente constituida.
Si la doctrina común, con las discusiones expuestas, era la anteriormente indicada, San Vicente conocía también el pensamiento particular en este campo de san Francisco de Sales, según el cual, están en estado de perfección «adquirendae» los que se entregan a Dios mediante voto simple o por el acto de entrega o por declaración pública y, no obstante ello, tales personas no se han de considerar como canónicamente religiosas o pertenecientes al estado canónico de perfección (Oeuvres completes, Annecy 1897- 1932, t. xxv, p. 293-300).
Resumiendo, en tiempos de san Vicente el estado de perfección estaba constituido por la emisión de votos solemnes de pobreza, castidad y obediencia, aprobados por la Iglesia. Igualmente, el voto simple de pobreza, castidad y obediencia, aprobado por la Iglesia para una religión, era suficiente para hacer religioso al que lo emitía y lo colocaba dentro del estado canónico de perfección. El voto simple que no era aprobado por la Iglesia para una religión no se consideraba como elemento constitutivo del estado canónico de perfección y, por tanto, no hacía religioso al que lo emitía.
El estado canónico de perfección «adquirendae» llevaba consigo otros muchos medios para vivir la perfección cristiana: una propia espiritualidad, reglas, consuetudinarios, constituciones, estatutos, prácticas y devociones especiales. Era un estilo de vida cristiana muy distinto al estilo de vida cristiana del laico, del sacerdote secular o de comunidades y grupos no religiosos, como los miembros de ciertas asociaciones, cofradías, y terceras órdenes.
San Vicente expone la doctrina común de su tiempo: «Hay que distinguir los estados: Se dice que los obispos y los religiosos están en estado de perfección. Los primeros están en un estado de perfección adquirida, o que ha debido de ser adquirida, ya que nuestro Señor los escogió para perfeccionar a los demás… Los religiosos no están en un estado de perfección adquirida, sino por adquirir. ¿Cómo? Porque los religiosos están en un estado en el que todo los lleva a la perfección, como son las reglas, constituciones, votos, sacramentos, lecturas, etc. Los laicos y las gentes del mundo no tienen estos medios, por el contrario, se ven metidos en un ajetreo de negocios, cuidado de la familia, etc.» (XI, 640-641).
Aprecio de san Vicente por el estado religioso
El que san Vicente optara por colocar a la Congregación de la Misión fuera del cuadro canónico del estado religioso por razones eclesiales del momento y pastorales, no significa que san Vicente, hombre espiritual y sensible a los valores teológicos y espirituales, no apreciara, en gran manera, el estado canónico religioso.
Este estado, en cuanto lleva consigo la práctica de los votos, reglas, constituciones, vida sacramental, lecturas, liberación de los negocios del mundo lo quiere san Vicente para sí y para los misioneros porque es una cosa buena. Si los laicos no están en ese estado, «nosotros sí estamos en un estado de perfección por adquirir, si nos servimos de los medios que tenemos para ello…» A continuación añade: «Al estado de perfección, se entra por medio de la pobreza, de castidad y de obediencia». San Vicente, en la conferencia del 7 de noviembre de 1659 en la que trató sobre los votos, puso de relieve los valores constitutivos del estado religioso y los vio como muy apropiados para el misionero. Sin embargo, cuando bien entrada la conferencia se pregunta: «¿Es ése el estado al que Dios nos ha llamado? No, porque nosotros somos sacerdotes seculares que nos colocamos en ese estado que nuestro Señor escogió para sí mismo, renunciando a los bienes, honores y placeres. .» Presintió algunas objeciones de los presentes. La contradicción parecía obvia: tenemos todo lo que tienen los religiosos y, sin embargo, no somos religiosos. La respuesta, según san Vicente, es que los religiosos se comprometen a practicar la pobreza, castidad, obediencia, reglas, etc, mediante el voto solemne y los misioneros no emiten los votos solemnes. Los votos de los misioneros no tienen las notas necesarias al voto solemne (cf. XI, 643 y ss.).
El aprecio del estado religioso, teológica y espiritualmente considerado, es indiscutible por lo que se refiere a san Vicente, como es indiscutible la pena que sintió cuando fue vituperado: «Aquí, es una pena que todo el mundo sienta tanto recelo contra este estado… Antes también, la religión cristiana levantaba contradicciones por todas partes, a pesar de que era el cuerpo místico de Jesucristo; y dichosos aquellos que con-fusione contempta, abrazan ese estado» (II, 28). Cuando san Vicente consiguió la aprobación de los votos y que la Congregación no fuera considerada como «religiosa», escribió lo siguiente: «La providencia de Dios ha inspirado, finalmente, a la Compañía esta santa invención de ponernos en un estado en el que tengamos la felicidad del estado religioso gracias a los votos simples, pero siguiendo entre el clero y en la obediencia a los señores obispos, como los más humildes sacerdotes de su diócesis en cuanto a nuestros trabajos» (III, 224-225).
El aprecio de los religiosos supo conjugarlo con la humildad de comunidad que san Vicente cultivó y propuso a sus misioneros. Para san Vicente, las grandes órdenes antiguas y las más modernas son los grandes cosechadores, mientras que sus misioneros no son más que unos espigadores. De él, son las siguientes palabras: «Hermanos míos, ¿no es para nosotros una felicidad copiar de manera tan sencilla la vocación de Jesucristo? Pues ¿quién continúa mejor que los misioneros la vida que Jesucristo llevó sobre la tierra? Y no me refiero sólo a nosotros, sino a los Misioneros del Oratorio, de la Doctrina Cristiana, a los Capuchinos, a los Jesuitas. ¡Oh, hermanos míos! Ésos son los verdaderos misioneros a cuyo lado nosotros somos una sombra[/note] (XI, 55-56). «Nosotros somos los que llevamos el saco, esos pobres idiotas que no aciertan a decir nada, esos que van detrás de los grandes segadores. Agradezcamos a Dios que se haya dignado recibir nuestros servicios, ofrezcámosle las grandes mieses de los otros con nuestros pequeños haces» (XI, 89). Una consecuencia del aprecio es que de las órdenes religiosas nunca un misionero debe hablar mal (RC VIII, 11).
Conocimiento de san Vicente de las Comunidades religiosas
San Vicente citó con frecuencia en sus cartas y en sus conferencias a las órdenes religiosas, tanto masculinas como femeninas: Agustinos y Agustinas, Agustinos de la reforma de Chancelade; Barnabitas; Benedictinos y Benedictinas; los Bernardos; Brígidas; Capuchinos; Carmelitas religiosas y religiosos; Cartujos; Clarisas; Dominicos y Dominicas; Fatebene fratelli o Hermanos de san Juan de Dios; Hospitalarios de la Caridad; Franciscanos; Hijas de la Cruz; Hijas de la Providencia; Hijas del Avemaría; Hospitalarias; Jesuitas; Visitandinas o Salesas; Maturinos, Trinitarios; Mercedarios u orden de la Merced; Hermanos del Niño Jesús; Premonstratenses; Recoletos; Clérigos regulares de san Pablo; Canónigos regulares; Religiosas de santa María; Somascos; Temple; Teatinos; Ursulinas (cf., cada uno de estos nombres en el tomo XII, Indice). Estuvo al tanto de los problemas que surgían en los conventos, principalmente de los más llamativos, como fueron los casos de posesión o parecidos de Louviers (II, 345), Cognat (VII, III), De Chinon (II, 58, 70, 82), de Loudun (I, 581; II, 345; IX, 945).
El Fundador de la Congregación de la Misión y de las Hijas de la Caridad conoció bien el espíritu o, como se diría hoy, el carisma de las comunidades reconocidas por la Iglesia y con gran historial. De los Benedictinos, aprendió que existe el voto de estabilidad, más aún, que sólo son necesarios dos votos para ser una orden religiosa: el de estabilidad y el de conversión de costumbres (II, 104). El espíritu de pobreza es la característica de los Capuchinos (IX, 524; XI, 553). En los Cartujos, la característica es el espíritu de soledad (IX, 524; XI, 553), son modelos de uniformidad ( (XI, 549). Algunas prácticas de la Congregación de la Misión están inspiradas en las de los Cartujos: el voto de estabilidad (II, 104); sólo los oficiales de la casa asisten al consejo (XI, 439); todas las cartas pasan por el superior (IX, 973). El fin principal de las Carmelitas es el espíritu de oración (IX, 740, 947). Los Dominicos enseñaban al pueblo a rezar el rosario (IX, 1146). Los Franciscanos tienen un gran amor a la pobreza (IX, 448, 889). San Vicente colaboró mucho con los frailes de la Merced en la redención de los cautivos en Argel (II, 329, 402, 431, 455, 470, 494, 554). Reconoció la buena formación pedagógica de las Ursulinas y permitió que las Hijas de la Caridad fueran a formarse con ellas (I, 447).
San Vicente y la reforma de los religiosos
En tiempos de san Vicente, el estado religioso no estaba en el momento más glorioso de su historia. Sin quitar nada a los muchos y buenos religiosos que dieron su vida por reformar las respectivas órdenes, existían grupos de religiosos, monasterios, conventos y residencias que dejaban mucho que desear en su comportamiento personal y comunitario. Había necesidad de una reforma. El Cardenal Richelieu empezó la reforma deseada, seguida después por Mazarino. San Vicente, desde el Consejo de Conciencia, prestó una gran ayuda a la reforma de los religiosos, sobre todo, contribuyendo a la elección de buenos Abades y buenas Prioras, la supresión de escándalos y la vuelta a la observancia primera. Según Coste, san Vicente dio confianza de poder reformar las órdenes religiosas, después de la muerte de Richelieu (Coste, P., El Señor Vicente, II, 262).
Abelly prueba el amor y aprecio de san Vicente por el estado religioso exponiendo, aunque de una manera bastante genérica, salvo la descripción de algunos casos, la contribución de san Vicente a la reforma del estado religioso: «La estima y el afecto que el Sr. Vicente sintió por el estado religioso, lo llevó a prestar grandes y voluntarios servicios tanto a las personas religiosas como a las mismas órdenes cuando se trataba de mantener el buen orden en sus respectivas casas… Se puede decir sin exagerar que todas las órdenes religiosas que existían entonces en Francia han recibido algún efecto de la caridad de san Vicente sea para la Orden en general, sea para alguno de sus miembros en particular».
San Vicente apoyó la reforma de la Orden benedictina de los monasterios de san Mauro, de san Bernardo, de san Antonio, de los Canónigos regulares de san Agustín, de los Premonstratenses y de Grandmont, etc., (Abelly, II, c. último, sec. vil y ve, p. 456-466). Ayudó a los reformadores, P. Tarrisse, a Alano de Solminihac, a Carlos Fremont, artífice de la reforma de Grandmont, al Cardenal de la Rechefoucauld, encargado de llevar a buen término la reforma de los religiosos.
Por lo que a la reforma de las religiosas se refiere, la Sagrada Congregación de Regulares encargó a san Vicente que visitara a las monjas de Longchamp. Se conserva el informe que san Vicente hizo de su visita (IV, 464-472).
Además de trabajar por la reforma de las órdenes religiosas, san Vicente prestó la ayuda que pudo para que otras nuevas comunidades pudieran superar las dificultades en su nacimiento y progreso. Tal fue el caso de las Hijas de la Cruz. San Vicente acudió a ayudar a la Fundadora, la Señora de Villeneuve (III, 247, 342).
San Vicente Superior de las religiosas de la Visitación
San Vicente tuvo gran estima de San Francisco de Sales (1568-1622), el bienaventurado Padre, como gustaba decir. Y no menos con la M. Chantal, Santa Juana Francisca Fremiot de Chantal (1572-1641).
Con san Francisco de Sales, se encontró hacia 1618. No sólo san Vicente se honró de su amistad, sino que se enriqueció espiritual y apostólicamente con ella. Con mucha frecuencia, san Vicente cita el ejemplo o las palabras de san Francisco de Sales a los misioneros y a las Hijas de la Caridad. Los escritos de san Francisco de Sales: la Vida devota, el Tratado del amor de Dios, las Conferencias a las religiosas de la Visitación y las Constituciones. Quizás, lo más importante que San Vicente debe a san Francisco de Sales es la idea germinal de la fundación de las Hijas de la Caridad. San Francisco de Sales intentó fundar una comunidad que no estuviera tan sometida a las leyes de la clausura y pudiera visitar a los pobres armonizando el quehacer contemplativo con el activo. No tuvo la suerte de superar las dificultades que de las leyes eclesiásticas le surgieron. Parece ser que humorísticamente dijo que no era el padre, sino el padrino de las religiosas de la Visitación (Lemoine, R., Le droit des religieux du concile de Trente aux instituts séculiers, DDB, Paris 1955).
La relaciones de san Vicente con la Madre Chantal tuvieron otro tono. La Madre Chantal fue dirigida espiritualmente por san Vicente a la muerte de san Francisco de Sales. A veces, parece que ella es la consultada por el mismo san Vicente sobre asuntos que le interesan. En la carta del 14 de julio de 1639, le informa sobre lo que es la Compañía de la Misión: su finalidad, el estilo de vida que en ella se vive, los votos que se emiten, la relaciones con los obispos, cómo se comportan durante las misiones, etc. (I, 549-553).
La amistad de san Vicente con los fundadores de la Visitación y el concepto que ellos tenían de san Vicente hicieron que pensaran en él como Superior eclesiástico de las religiosas de la Visitación de París. Varias veces, san Vicente afirma que asumió el cargo porque se lo pidió san Francisco de Sales: «Me había encargado su santo Fundador» (IV, 277). Cuando alguien le objetaba, o le podría objetar, que no cumplía lo determinado en la Congregación de la Misión de no asistir espiritualmente a las religiosas porque se dedicaba a atender a las religiosas de la Visitación, solía dar la respuesta que dio al Superior de la Misión de Richelieu. P. Beaumont: «Ya fin de prevenir la objeción que podrían hacerme de que yo soy el primero en no cumplir esta regla, ya que soy el Padre Espiritual de los Monasterios de Santa María de París, puede Vd. decirle que lo era antes de que existiese la Misión, pues me comprometió a ello su mismo fundador, el bienaventurado Obispo de Ginebra; luego, me he visto obligado a continuar por orden de mis superiores, a pesar de que he hecho en varias ocasiones muchos esfuerzos para que me dispensen de ello y sigo estando en la misma disposición» (V, 571-572).
Las funciones del Superior eran varias a tenor del derecho canónico y del derecho particular de la Visitación. Entre ellas, podemos enumerar las siguientes: presidir el capítulo mensual, hacer las visitas canónicas, animar a las religiosas espiritualmente mediante pláticas, asistir a las elecciones, dar su parecer en muchos asuntos ordinarios y extraordinarios.
El oficio de Superior religioso de la Visitación puso a san Vicente en contacto con personas de la nobleza y de influencia en la sociedad porque muchas religiosas venían de esa capa social. El orgullo de estas clases no dejó de crear algunas dificultades a san Vicente. En cierta ocasión, negó el permiso de entrar en un convento a una de las damas de la Reina de Austria. Por estas dificultades y por la antes aludidas de dar ejemplo de no atender a las religiosos tomó la resolución en los ejercicios espirituales de 1646 de dimitir de este oficio, pero por influencia de una dama de la nobleza, el Arzobispo Coadjutor de París le obligó a seguir en el cargo. De hecho, san Vicente mantuvo el oficio durante 38 años, hasta el final de su vida.
San Vicente y la Compañía de Jesús
El P. Román, J. M. escribió en 1960 un estudio casi exhaustivo bajo el título de «San Vicente de Paúl y la Compañía de Jesús» (en Razón y Fe, (1960) 303-318; (1961) 399-416).). Después de una breve introducción, el autor trata sobre el conocimiento y estima que el Fundador de la Congregación de la Misión tuvo de la Compañía de Jesús. En cierta ocasión, san Vicente asegura haber leído la historia de la Compañía de Jesús (III, 357) lo cual parece cierto dado el conocimiento detallado que tiene de los usos, costumbres, normas y trabajos apostólicos de los jesuitas.
Al conocimiento que de la Compañía de Jesús tuvo por lo que había leído, hay que añadir el que alcanzó por el contacto personal que mantuvo con muchos y venerables miembros de la Compañía de Jesús. Con frecuencia, san Vicente fundamentó lo que decía en la autoridad de algún jesuita: «un jesuita me ha dicho», «lo que oyó conversando con un jesuita» (VI, 446). Más importante es, si cabe, los juicios de valor que manifestó sobre la Compañía de Jesús: «santa Compañía», «santa y útil Compañía», «grande y santa madre Compañía» (II, 226, 266; III, 158).
La estima y el conocimiento que de la Compañía de Jesús tuvo el Fundador de la Congregación de la Misión hizo que la Compañía fuera un punto de referencia para muchos aspectos de la vida y labor apostólica de los misioneros. Es patente que un campo en el que san Vicente se inspiró fue el de la normativa. Era obvio, una comunidad dada enteramente al apostolado como la Congregación de la Misión no podía menos de fijarse en otra comunidad, como la Compañía de Jesús, que tantos frutos apostólicos había logrado y eran conocidos en toda la Iglesia. Lo que para la Compañía de Jesús fue bueno, había gran probabilidad que lo fuera para la Congregación de la Misión. Naturalmente, cuando un fundador toma una norma de otra comunidad anterior, no lo suele hacer de una manera mecánica, sino después de un prolongado discernimiento. En las Constituciones Mayores y en Constituciones Selectae y en las Reglas Comunes de la Congregación de la Misión es fácil constatar que la fuente es el cuerpo normativo de la Compañía de Jesús. San Vicente recomendó a los misioneros algunas prácticas de los jesuitas: la corrección fraterna, los avisos y las penitencias hechas en público, el oficio del Admonitor, las relaciones del enfermo con el médico, la entrega de la correspondencia al Superior, tanto la llamada activa como la pasiva, el modo de recibir a los externos, el no salir de la habitación, si no se está vestido decentemente, etc.
La colaboración apostólica entre los misioneros y los padres de la Compañía fue con frecuencia estrecha y humanamente cálida. Un caso edificante fue la ayuda que la Comunidad del Colegio de los jesuitas de Bar-le-Duc prestó con ocasión de la muerte del joven misionero, P. Montevit. Los jesuitas permitieron fuera enterrado en la Iglesia del Colegio, junto al confesionario donde había contraído la enfermedad. San Vicente respondió con una conferencia a los miembros de san Lázaro sobre el agradecimiento (II, 23). Otro caso de colaboración se llevó a cabo durante la peste en la ciudad de Génova, donde las residencias de ambas comunidades se pusieron al servicio de los apestados (VI, 313).
No considero el lugar para extenderme más en las relaciones personales de San Vicente con los jesuitas o de la Congregación de la Misión con la Compañía de Jesús. Pero no es posible pasar por alto la gran cuestión del Jansenismo. San Vicente, siendo amigo de uno de los protagonistas del Jansenismo, el Abad de Saint Cyran, se puso razonablemente al lado de los jesuitas. San Vicente nunca pudo estar conforme con las intenciones del Abad de Saint Cyran y de Jansenio que no eran otras que desprestigiar a la Compañía de Jesús. Escribiendo al P. Dehorgny le dijo: «M. de Charigny decía hace unos días a un íntimo amigo suyo que este buen señor (Saint Cyran) le había dicho que él y Jansenio habían emprendido su labor con el propósito de desacreditar a esa santa orden en lo referente a la doctrina y a la administración de los sacramentos. Y yo le he oído pronunciar casi todos los días palabras en todo conformes con esta idea» (III, 298).
No podemos decir que san Vicente no fue crítico ante muchos comportamientos de los jesuitas. Tuvo conflictos con ellos, no tuvo reparo en decir lo que sentía y supo defender su postura, sin que el respeto y la estima por la Compañía de Jesús disminuyera.
El comportamiento de san Vicente con el estado canónico religioso o estado de perfección, hoy llamado «institutos de vida consagrada» muestra en el fundador no sólo respeto y aprecio, sino también un sentido eclesial admirable. Vio con claridad la diversidad de dones en la Iglesia, los admiró y aprendió de ellos cómo engarzar en el manto de la Iglesia los propios dones que, como fundador, había recibido del Espíritu Santo.
Bibliografía
LEMOINE, R., Le monde des religieux, l’époque moderne (1563-789), t. XV, v. II, Edit. Cujas, Paris. IDEM, Le droit des religieux du Concite de Trente aux lnstituts Séculiers, Desclée de Brouwer, Paris, 1955. FRANCISCO DE SALES, Oeuvres completes, Annecy, 1897-1932. ROMÁN, J. M., San Vicente de Paul y la Compañía de Jesús, en Razón y Fe (1960)303-318) y (1961)399-416.