1. Planteamiento
Advertimos desde el principio que este artículo está conformado según una óptica particular que consiste en acentuar los aspectos cristianos y vicencianos de la vocación del hombre, que es el punto de arranque del que debieran partir las posteriores consideraciones sobre las vocaciones diferenciadas: laicales, clericales y consagradas. Más en particular, centramos nuestra atención en la pastoral de vocaciones a la comunidad vicenciana, partiendo de los presupuestos ineludibles de la vocación cristiana como respuesta y acogida a la llamada de Dios que se sirve de múltiples mediaciones para esclarecer su voluntad al hombre. Como dice san Vicente: «según el camino ordinario de la Providencia, Dios quiere salvar a los hombres por medio de los hombres, y nuestro Señor se hizo él mismo hombre para salvarnos a todos» (VII, 292). Evidentemente, existen además otras mediaciones que concurren en el discernimiento del designio divino, cuya realización exige en el hombre responsable y comprometido serias dificultades, cualquiera que sea su vocación.
No existe una pastoral de vocaciones específicamente vicenciana que esté desvinculada de las orientaciones generales de la Iglesia a la gran comunidad cristiana. Las directrices dimanadas de los documentos pontificios y de las Conferencias episcopales sirven de instrumento para la pastoral vicenciana, aunque ésta insista luego en algunos elementos típicos de la vocación y misión de los Misioneros y de las Hijas de la Caridad. La pastoral vocacional no es un acto aislado de la pastoral global de la Iglesia, sino una acción integradora de toda actividad eclesial. La problemática actual sobre las vocaciones obliga hoy a nuevos planteamientos sobre este particular, dados los ambientes culturales y religiosos que invaden nuestra sociedad. Cada tiempo histórico requiere su metodología al presentar una vocación específica de seguimiento de Jesús.
Los fundadores de la Misión y de la Caridad insisten tanto eh algunos criterios de orientación vocacional que han creado entre nosotros un estilo propio en la práctica del discernimiento. Sólo es posible entender adecuadamente esta clase de presentación de la pastoral vocacional vicenciana si se encuadra en el marco teológico de la vocación cristiana, llamamiento que dirige el Señor para seguirle en la tierra y alcanzar la salvación.
La pastoral de vocaciones tiene en cuenta la diversidad de formas con que se presenta la llamada de Dios en la vida del hombre, en ocasiones muy desconcertante si la juzgamos con criterios meramente humanos. Dicha pastoral valora la eficacia de la dirección espiritual y del acompañamiento, medios necesarios para un mejor conocimiento de la voluntad de Dios sobre el camino que ha de seguirse. No todos los cristianos han recibido las mismas luces ni aptitudes para seguir a Jesús por idéntico camino; por eso la consulta y la oración se imponen a quienes dudan sobre el modo concreto de vivir su particular proyecto evangélico en la Iglesia y en el mundo. Dentro de la común vocación humanacristiana existen, en efecto, modalidades distintas que han de ser discernidas antes de abrazar un estilo u otro de seguimiento de Jesús. Sería engañoso y perjudicial pretender que todos los cristianos emprendieran un mismo sendero, como si los dones o carismas del Espíritu se hubiesen restringido, y los creyentes comprometidos se vieran todos obligados a pertenecer al mismo estado, oficio o congregación.
Lo específico de la pastoral de vocaciones consiste en iluminar, suscitar, discernir, acompañar y encauzar la llamada de Dios hacia modos concretos de servir en la edificación común de la Iglesia (cf. PO 11; OT 2, 3; PC 24). Tiene su aplicación particular en la pastoral juvenil, pues es en la juventud cuando se plantea la orientación ante la vida. Sin embargo, se dan casos en la edad madura que requieren igualmente el asesoramiento de un director. Ocurre a veces que por falta del debido consejo el creyente puede embarcarse en compromisos vocacionales que no son los más acertados para el desarrollo de su personalidad humana y cristiana. La inmadurez y la precipitación originan con frecuencia angustiosos traumas morales. De ahí la necesidad de una pastoral que sirva de ayuda a los interesados a la hora de tomar una decisión ante la llamada del Evangelio. Es preferible saber esperar la hora de la Providencia a corregir más tarde una equivocación que podría ser fuente de disgustos personales y comunitarios, si no es causa de perturbaciones emocionales y de fracasos existenciales. Para evitar tales disgustos y acertar con el designio divino es preciso incluso «aprovechar todos los recursos útiles que ofrezcan las modernas doctrinas psicológicas y sociológicas» (OT 2).
Vicente de Paúl, como cualquier fundador de congregaciones, expresa sus temores ante la subsistencia de la Misión y de la Caridad por falta de vocaciones, o más exactamente por la ausencia del espíritu propio en aquellos candidatos que han llamado a las puertas de la Congregación y oponen resistencia a la efusión del Espíritu. La continuidad de las obras suscitadas por Dios en la Compañía requiere la entrada de aquéllos que saben a lo que vienen, atraídos sólo por Jesús evangelizador de los pobres y no por otros motivos turbios o engañosos. En este sentido, los elementos configurativos de la vocación misionera son criterios determinantes de la pastoral vicenciana de vocaciones, y a ellos deben remitirse los animadores vocacionales para orientar a los jóvenes hacia la Misión o la Caridad. Cuanto más definidas aparecen las características de una vocación específica, el candidato goza de más garantías de acertar con el designio divino.
A diferencia de tantos propagandistas de sus propias comunidades, Vicente de Paúl -también Luisa de Marillac- insistió en cinco líneas fundamentales de lo que hoy llamamos «pastoral vocacional» y que en su tiempo se denominaba simplemente «pedir por las vocaciones». En ningún momento de su vida mostró preocupación por el número de candidatos a la comunidad, por más que las obras crecían y necesitaban de nuevas fuerzas, sino por la calidad de los sujetos y por el buen espíritu que debía animarlos. Estaba persuadido de que el testimonio de vida fraterna, de oración y de trabajo, es suficiente para convencer y atraer a la Compañía todas las vocaciones que Dios quiera darnos. A este respecto, sus enseñanzas son claras y precisas, sin que el paso del tiempo las haya desvirtuado; por el contrario, han sido rubricadas por los últimos documentos de la Santa Sede.
2. Dios, autor de la vocación
San Vicente parte de un principio irrefutable: «Le pertenece solamente a Dios escoger a los que Él quiere llamar» (VIII, 285). Esto vale no sólo para las vocaciones específicas a la comunidad vicenciana, sino para toda vocación en general. Dios, en efecto, y sólo Dios es dueño y señor del hombre a quien puede dirigirle la llamada que le plazca y como le plazca. Las demás criaturas carecen de poder y autoridad para trazar un camino fijo a sus semejantes, que gozan de plena libertad para «elegir estado». Por consiguiente, ningún director de conciencia ha recibido delegación divina para imponer a sus dirigidos un estado de vida determinado; a él le corresponde, como a instrumento de Dios, orientar los pasos vacilantes de los que ocasional u ordinariamente le piden consejo; pero de ninguna manera imponer su voluntad sobre la persona que le consulta. Lo contrario implicaría un desconocimiento del plan de Dios, que llama al hombre cuando, como y a donde quiere, o acusaría una falta de responsabilidad en el cumplimiento de la misión que se le ha encomendado, usurpando un derecho divino o atropellando la libertad de cuantos acuden a él con el deseo de encontrar la voluntad de Dios.
El Fundador de la Misión sale al paso de tan lamentable equivocación y conmina a su hijos, diciendo: «Nosotros tenemos una máxima contraria, que consiste en no urgir jamás a nadie a que abrace nuestro estado» (VIII, 285). Por el contrario, «hemos de ayudarles, procurando que ellos mismos determinen el lugar adonde creen que Dios les llama. Dejémosle obrar a Dios…, contentándonos con ser sus cooperadores… Si la Compañía sigue comportándose así, su divina Majestad la bendecirá. Por eso hemos de contentarnos con los sujetos que Dios nos mande» (XI, 301-302). Tal conducta no va contra la estima y aprecio de la Misión o de la Caridad, a las que quiere como a las niñas de sus ojos, sino que revela una gran confianza en la Providencia, que vela constantemente por sus obras. A propósito del dicho de Jesús: «No me elegisteis vosotros a mí, sino que fui yo quien os elegí a vosotros» (Jn 15, 16), comenta san Vicente: «Lo que no viene de Dios no es más que sombra de la verdadera vocación, aunque se cubra de hermosos pretextos y de muy buenos hábitos» (VI, 149).
Los ejemplos de los antiguos profetas, Moisés, Elías, Isaías, Jeremías, Amos, etc.- todos Ila mados por Dios para ser centinelas y altavoces de su pueblo-, el llamamiento personal de Jesús a sus apóstoles para que fuesen continuadores de su obra divina y, sobre todo, la misión misma de Jesús, Enviado del Padre, son los argumentos tipificados de la Escritura que san Vicente emplea con frecuencia para demostrar cómo la llamada viene siempre de Dios, aunque intervengan mediaciones humanas. Son modelos igualmente de docilidad a la voz de Dios a pesar de las dificultades. La experiencia de Jeremías, por ejemplo, ilustra la tensión que se da en todo hombre fiel a su vocación: «Me sedujiste, Señor, y me dejé seducir; me forzaste, me violaste. Yo era el hazmerreír todo el día, todos se burlaban de mí. Si hablo, es a gritos, clamando «¡violencia, destrucción!», la palabra del Señor se me volvió escarnio y burla, y me dije: No me acordaré de él, no hablaré más en su nombre. Pero la sentía dentro como fuego ardiente encerrado en los huesos: hacía esfuerzos por contenerla y no podía» (Je( 20, 7-9). Es sobre todo Jesús de Nazaret quien enseña al hombre con palabras y obras a vivir libre y dócilmente la vocación venida de Dios.
La súplica de Jesús: «Que pase de mí este cáliz, pero que no se haga mi voluntad, sino la tuya» (Lc 22, 42) explica maravillosamente la conjunción entre la repugnancia al dolor injusto y la docilidad amorosa al Espíritu en el cumplimiento de la misión encomendada por el Padre.
3. La oración personal y comunitaria
El primer medio que sugiere la pastoral para atraer vocaciones es la oración. Este medio «poderoso» está inspirado en el Evangelio. Dice, en efecto, Jesús: «La mies es abundante y los obreros pocos; por eso, rogad al dueño de la mies que mande obreros a su mies» (Lc 10, 2). Es Dios mismo el que envía a su mies trabajadores, después de beberlos llamado; sólo espera la oración confiada de sus servidores para «multiplicar el personal». No serán buenos operarios si el Señor no los envía (cf. VI1, 519).
La bellísima plegaria Exspectatio Israel, cuajada de imágenes bíblicas, es el instrumento más valioso de que dispone la pastoral de vocaciones vicenciana. La recitación diaria de esta plegaria se ha hecho tradicional en la familia de san Vicente a partir del generalato del P. Antonio Fiat (1878- 1914). Traduce la voluntad expresa de los fundadores, de pedir por las vocaciones en todo tiempo, y no sólo en momentos de mayor penuria. La oración personal y comunitaria no puede ser sustituida por ningún otro medio sugerido por la pastoral. Según el dictamen de san Vicente, no se trata de admitir indistintamente a todos los que llamen a la puerta de la Compañía, sino a quienes el Señor haya traído, pues «un misionero dado por su mano paternal hará él solo más bien que otros muchos que no tengan una pura vocación» (VI II, 285).
La experiencia vicenciana tranquiliza a cuantos sufren en «tiempo de tribulación» vocacional, aunque no debe interpretarse como consuelo ante la necesidad generalizada de vocaciones cuando falta el espíritu propio de la comunidad. En la misma plegaria Exspectatio Israel se pide no sólo por las nuevas vocaciones, sino por las ya existentes en la Compañía a fin de que sean «confirmadas en la verdad». Si la entrada en «la casa del Señor» es ya un don divino, la perseverancia y fidelidad en la misma requieren igualmente la ayuda del que nos llamó. El simple hecho de formar parte de las filas misioneras no libra a nadie de pruebas contra la vocación cristiana y vicenciana. En semejantes circunstancias se impone el afianzamiento en la oración, de donde viene la gracia para permanecer «guardados en su nombre y consagrados en la verdad». Contando con la ayuda divina no es imprudencia arriesgarse en empresas difíciles de evangelización, pero si faltara la oración, peligraría la vocación de servicio a los pobres.
4. El trabajo específico de la comunidad
Junto a la oración personal y comunitaria hay que añadir el testimonio del trabajo, pero no de cualquier ministerio, sino del específico para el cual nació la comunidad. No es pastoralmente recomendable la presentación indistinta de obras comunes a muchas congregaciones, sino aquéllas a las que debe entregarse la Compañía, corno son la evangelización o servicio de los pobres. Para esto, precisamente, Dios hizo nacer la familia vicenciana. Comenta a este propósito el fundador de la Misión: «Dios iba haciendo lo que había previsto desde toda la eternidad. Dio su bendición a nuestros trabajos y, al verlo, se juntaron con nosotros algunos buenos eclesiásticos y nos pidieron que les recibiéramos» (XI, 327).
La dispersión de trabajos, por dignos que éstos sean, sólo sirven para desorientar a quienes han sido llamados a una congregación para el desempeño de una misión concreta. Aunque estén aprobados por la Iglesia muchos ministerios, no todos conviene asumirlos en una misma comunidad. De lo contrario, no existirían en la Iglesia tantas y tan distintas congregaciones con carismas diferentes. ¿No sería desconcertante que un instituto naciera para el cumplimiento de unas funciones concretas y, sin embargo, se dedicara a otros quehaceres que nada tienen que ver con el carisma fundacional? Por fidelidad a las consignas de los fundadores, cada Instituto ha de revisar periódicamente sus obras, dejando las que le son impropias.
Esto mismo quiso señalar san Vicente cuando advirtió a los misioneros que había que entregarse a los ministerios que la divina Providencia señaló a la Compañía al darle nacimiento. Mientras la comunidad no sea punto de referencia apostólica, donde discernir la llamada de Dios, la pastoral de vocaciones quedará desvirtuada y sin garra. El contraste entre lo que se sabe del carisma fundacional y lo que se ve en la realidad, podría desencantar a los posibles vocacionados.
5. El testimonio del amor mutuo
Si hay un medio convincente para atraer y conservar las vocaciones que Dios ha dado a la Congregación, es el testimonio del amor mutuo. San Vicente solía decir que «hemos de vivir tan bien que con nuestros ejemplos les demos (a los candidatos) más aliciente que desgana para trabajar con nosotros» (VIII, 285). Por el contrario, nada desalienta tanto como una comunidad dividida por las discordias, enfrentamientos, envidias y murmuraciones. Los ejemplos de caridad arrastran y animan en la vocación particular. Por eso «han de permanecer entre nosotros el amor fraterno y la santa unión, tratándonos con un gran respeto, a manera de amigos que se quieren bien y que han elegido una vida en común» (R. C., VIII, 2). O como explicaba el mismo san Vicente de muchas maneras, se necesita oración, cordialidad y amistad entre los miembros de la comunidad para mostrar a los jóvenes la grandeza de nuestra vocación.
El trabajo incesante de Dios y el diálogo entre las tres divinas Personas son propuestos como modelo a las comunidades locales (cf. IX, 444). Dios es amor y quiere que todos se distingan por el amor. Lo mismo que las primitivas comunidades cristianas, también las vicencianas tienen como distintivo la práctica del amor entre sí y con los necesitados. De faltar la caridad, se derrumbaría la comunidad y todo se echaría a perder. Pero si abunda la caridad, «la fatiga será dulce y todo trabajo resultará fácil, el fuerte aliviará al débil y el débil amará al fuerte y le obtendrá de Dios mayores fuerzas; y así, Señor, tu obra se hará a tu gusto y para la edificación de la Iglesia, y los obreros se multiplicarán, atraídos por el olor de tanta caridad» (III, 234).
6. El cultivo del espíritu propio
Finalmente, el interés creciente por el espíritu propio de la Congregación constituye otro elemento básico de la pastoral de vocaciones. La conservación y el aumento del espíritu de la Misión y de la Caridad son fuente inagotable de vocaciones. De tenerlo o no tenerlo depende la vida o la muerte de la Compañía. San Vicente recordaba a las Hijas de la Caridad las palabras últimas de la señora Goussault: «He visto durante esta noche a las Hijas de la Caridad delante de Dios. ¡Cuánto se multiplicarán y qué gran bien van a hacer! ¡Qué dichosas se sentirán! Así será si sois buenas y si trabajáis por tener vuestro espíritu, porque entonces Dios será glorificado por medio de vosotras y le darán mucha gloria vuestras obras» (IX, 547-548).
La presencia de testigos de identificación contribuye a reforzar la eficacia de la pastoral de vocaciones y a tomar fuertes decisiones en el seguimiento de Jesús. Antes y ahora, la ausencia de testigos causa desencanto a los jóvenes. No bastan las palabras, se necesitan ejemplos vivos. Por eso san Vicente resaltaba la importancia que tiene el testimonio de «muchas personas a las que podemos ver con nuestros propios ojos y convivir con ellas todos los días. Su vista hace muchas veces más efecto que la consideración de esos santos que ya han muerto» (XI, 271). Más recientemente, el papa Pablo VI comentaba: «El hombre contemporáneo escucha más a gusto a los que dan testimonio que a los que enseñan, y si escuchan a los que enseñan es porque dan testimonio» (EN 41). Lo que afirma el papa acerca de los evangelizadores en general vale para la comunidad en particular.
7. Conclusión
Todos los demás medios sugeridos por la pastoral de vocaciones que no estén incluidos en la lista anterior, deben subordinarse a ellos. A juicio de san Vicente, el testimonio de oración, de trabajo, de amor mutuo y del cultivo del espíritu propio son elementos imprescindibles que garantizan una sabia pastoral de vocaciones. En tiempo de carestía se requiere intensificar los medios propuestos, aunque haya que aprovechar otros medios organizativos que aconseja la Iglesia de hoy para que florezcan nuevas y santas vocaciones.
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