Espiritualidad vicenciana: Pastoral vocacional

Francisco Javier Fernández ChentoEspiritualidad vicencianaLeave a Comment

CRÉDITOS
Autor: Antonino Orcajo, C.M. · Año publicación original: 1995.

1. PLANTEAMIENTO.- 2. DIOS, AUTOR DE LA VOCA­CIÓN.- 3. LA ORACIÓN PERSONAL Y COMUNITARIA.- 4. EL TRABAJO ES­PECIFICO DE LA COMUNIDAD.- 5. EL TESTIMONIO DEL AMOR MUTUO.- 6. EL CULTIVO DEL ESPIRITU PROPIO.- 7. CONCLUSIÓN.


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1. Planteamiento

Advertimos desde el principio que este artí­culo está conformado según una óptica particu­lar que consiste en acentuar los aspectos cristia­nos y vicencianos de la vocación del hombre, que es el punto de arranque del que debieran partir las posteriores consideraciones sobre las voca­ciones diferenciadas: laicales, clericales y consa­gradas. Más en particular, centramos nuestra atención en la pastoral de vocaciones a la comu­nidad vicenciana, partiendo de los presupuestos ineludibles de la vocación cristiana como res­puesta y acogida a la llamada de Dios que se sir­ve de múltiples mediaciones para esclarecer su voluntad al hombre. Como dice san Vicente: «se­gún el camino ordinario de la Providencia, Dios quiere salvar a los hombres por medio de los hombres, y nuestro Señor se hizo él mismo hom­bre para salvarnos a todos» (VII, 292). Evidente­mente, existen además otras mediaciones que concurren en el discernimiento del designio divi­no, cuya realización exige en el hombre respon­sable y comprometido serias dificultades, cual­quiera que sea su vocación.

No existe una pastoral de vocaciones especí­ficamente vicenciana que esté desvinculada de las orientaciones generales de la Iglesia a la gran co­munidad cristiana. Las directrices dimanadas de los documentos pontificios y de las Conferencias episcopales sirven de instrumento para la pasto­ral vicenciana, aunque ésta insista luego en al­gunos elementos típicos de la vocación y misión de los Misioneros y de las Hijas de la Caridad. La pastoral vocacional no es un acto aislado de la pas­toral global de la Iglesia, sino una acción integra­dora de toda actividad eclesial. La problemática actual sobre las vocaciones obliga hoy a nuevos planteamientos sobre este particular, dados los ambientes culturales y religiosos que invaden nuestra sociedad. Cada tiempo histórico requie­re su metodología al presentar una vocación es­pecífica de seguimiento de Jesús.

Los fundadores de la Misión y de la Caridad insisten tanto eh algunos criterios de orientación vocacional que han creado entre nosotros un estilo propio en la práctica del discernimiento. Sólo es posible entender adecuadamente esta clase de presentación de la pastoral vocacional vi­cenciana si se encuadra en el marco teológico de la vocación cristiana, llamamiento que dirige el Señor para seguirle en la tierra y alcanzar la sal­vación.

La pastoral de vocaciones tiene en cuenta la diversidad de formas con que se presenta la llamada de Dios en la vida del hombre, en oca­siones muy desconcertante si la juzgamos con criterios meramente humanos. Dicha pastoral va­lora la eficacia de la dirección espiritual y del acompañamiento, medios necesarios para un me­jor conocimiento de la voluntad de Dios sobre el camino que ha de seguirse. No todos los cristia­nos han recibido las mismas luces ni aptitudes pa­ra seguir a Jesús por idéntico camino; por eso la consulta y la oración se imponen a quienes du­dan sobre el modo concreto de vivir su particular proyecto evangélico en la Iglesia y en el mundo. Dentro de la común vocación humanacristiana existen, en efecto, modalidades distintas que han de ser discernidas antes de abrazar un estilo u otro de seguimiento de Jesús. Sería engañoso y per­judicial pretender que todos los cristianos em­prendieran un mismo sendero, como si los dones o carismas del Espíritu se hubiesen restringido, y los creyentes comprometidos se vieran todos obligados a pertenecer al mismo estado, oficio o congregación.

Lo específico de la pastoral de vocaciones consiste en iluminar, suscitar, discernir, acompa­ñar y encauzar la llamada de Dios hacia modos concretos de servir en la edificación común de la Iglesia (cf. PO 11; OT 2, 3; PC 24). Tiene su apli­cación particular en la pastoral juvenil, pues es en la juventud cuando se plantea la orientación an­te la vida. Sin embargo, se dan casos en la edad madura que requieren igualmente el asesora­miento de un director. Ocurre a veces que por fal­ta del debido consejo el creyente puede embar­carse en compromisos vocacionales que no son los más acertados para el desarrollo de su per­sonalidad humana y cristiana. La inmadurez y la precipitación originan con frecuencia angustiosos traumas morales. De ahí la necesidad de una pastoral que sirva de ayuda a los interesados a la hora de tomar una decisión ante la llamada del Evangelio. Es preferible saber esperar la hora de la Providencia a corregir más tarde una equivo­cación que podría ser fuente de disgustos personales y comunitarios, si no es causa de per­turbaciones emocionales y de fracasos existen­ciales. Para evitar tales disgustos y acertar con el designio divino es preciso incluso «aprovechar todos los recursos útiles que ofrezcan las moder­nas doctrinas psicológicas y sociológicas» (OT 2).

Vicente de Paúl, como cualquier fundador de congregaciones, expresa sus temores ante la sub­sistencia de la Misión y de la Caridad por falta de vocaciones, o más exactamente por la ausencia del espíritu propio en aquellos candidatos que han llamado a las puertas de la Congregación y oponen resistencia a la efusión del Espíritu. La continuidad de las obras suscitadas por Dios en la Compañía requiere la entrada de aquéllos que saben a lo que vienen, atraídos sólo por Jesús evangelizador de los pobres y no por otros moti­vos turbios o engañosos. En este sentido, los elementos configurativos de la vocación misionera son criterios determinantes de la pastoral vicen­ciana de vocaciones, y a ellos deben remitirse los animadores vocacionales para orientar a los jóvenes hacia la Misión o la Caridad. Cuanto más definidas aparecen las características de una vo­cación específica, el candidato goza de más ga­rantías de acertar con el designio divino.

A diferencia de tantos propagandistas de sus propias comunidades, Vicente de Paúl -también Luisa de Marillac- insistió en cinco líneas funda­mentales de lo que hoy llamamos «pastoral vo­cacional» y que en su tiempo se denominaba sim­plemente «pedir por las vocaciones». En ningún momento de su vida mostró preocupación por el número de candidatos a la comunidad, por más que las obras crecían y necesitaban de nuevas fuerzas, sino por la calidad de los sujetos y por el buen espíritu que debía animarlos. Estaba per­suadido de que el testimonio de vida fraterna, de oración y de trabajo, es suficiente para convencer y atraer a la Compañía todas las vocaciones que Dios quiera darnos. A este respecto, sus en­señanzas son claras y precisas, sin que el paso del tiempo las haya desvirtuado; por el contrario, han sido rubricadas por los últimos documentos de la Santa Sede.

2. Dios, autor de la vocación

San Vicente parte de un principio irrefutable: «Le pertenece solamente a Dios escoger a los que Él quiere llamar» (VIII, 285). Esto vale no sólo pa­ra las vocaciones específicas a la comunidad vi­cenciana, sino para toda vocación en general. Dios, en efecto, y sólo Dios es dueño y señor del hombre a quien puede dirigirle la llamada que le plazca y como le plazca. Las demás criaturas ca­recen de poder y autoridad para trazar un cami­no fijo a sus semejantes, que gozan de plena li­bertad para «elegir estado». Por consiguiente, ningún director de conciencia ha recibido dele­gación divina para imponer a sus dirigidos un estado de vida determinado; a él le corresponde, como a instrumento de Dios, orientar los pasos vacilantes de los que ocasional u ordinariamente le piden consejo; pero de ninguna manera impo­ner su voluntad sobre la persona que le consul­ta. Lo contrario implicaría un desconocimiento del plan de Dios, que llama al hombre cuando, como y a donde quiere, o acusaría una falta de respon­sabilidad en el cumplimiento de la misión que se le ha encomendado, usurpando un derecho divino o atropellando la libertad de cuantos acuden a él con el deseo de encontrar la voluntad de Dios.

El Fundador de la Misión sale al paso de tan lamentable equivocación y conmina a su hijos, diciendo: «Nosotros tenemos una máxima con­traria, que consiste en no urgir jamás a nadie a que abrace nuestro estado» (VIII, 285). Por el con­trario, «hemos de ayudarles, procurando que ellos mismos determinen el lugar adonde creen que Dios les llama. Dejémosle obrar a Dios…, con­tentándonos con ser sus cooperadores… Si la Compañía sigue comportándose así, su divina Majestad la bendecirá. Por eso hemos de con­tentarnos con los sujetos que Dios nos mande» (XI, 301-302). Tal conducta no va contra la esti­ma y aprecio de la Misión o de la Caridad, a las que quiere como a las niñas de sus ojos, sino que revela una gran confianza en la Providencia, que vela constantemente por sus obras. A pro­pósito del dicho de Jesús: «No me elegisteis vo­sotros a mí, sino que fui yo quien os elegí a vo­sotros» (Jn 15, 16), comenta san Vicente: «Lo que no viene de Dios no es más que sombra de la ver­dadera vocación, aunque se cubra de hermosos pretextos y de muy buenos hábitos» (VI, 149).

Los ejemplos de los antiguos profetas, Moi­sés, Elías, Isaías, Jeremías, Amos, etc.- todos Ila­ mados por Dios para ser centinelas y altavoces de su pueblo-, el llamamiento personal de Jesús a sus apóstoles para que fuesen continuadores de su obra divina y, sobre todo, la misión misma de Jesús, Enviado del Padre, son los argumentos tipificados de la Escritura que san Vicente em­plea con frecuencia para demostrar cómo la lla­mada viene siempre de Dios, aunque intervengan mediaciones humanas. Son modelos igualmente de docilidad a la voz de Dios a pesar de las difi­cultades. La experiencia de Jeremías, por ejem­plo, ilustra la tensión que se da en todo hombre fiel a su vocación: «Me sedujiste, Señor, y me de­jé seducir; me forzaste, me violaste. Yo era el hazmerreír todo el día, todos se burlaban de mí. Si hablo, es a gritos, clamando «¡violencia, des­trucción!», la palabra del Señor se me volvió es­carnio y burla, y me dije: No me acordaré de él, no hablaré más en su nombre. Pero la sentía den­tro como fuego ardiente encerrado en los huesos: hacía esfuerzos por contenerla y no podía» (Je( 20, 7-9). Es sobre todo Jesús de Nazaret quien en­seña al hombre con palabras y obras a vivir libre y dócilmente la vocación venida de Dios.

La súplica de Jesús: «Que pase de mí este cá­liz, pero que no se haga mi voluntad, sino la tu­ya» (Lc 22, 42) explica maravillosamente la con­junción entre la repugnancia al dolor injusto y la docilidad amorosa al Espíritu en el cumplimiento de la misión encomendada por el Padre.

3. La oración personal y comunitaria

El primer medio que sugiere la pastoral para atraer vocaciones es la oración. Este medio «po­deroso» está inspirado en el Evangelio. Dice, en efecto, Jesús: «La mies es abundante y los obre­ros pocos; por eso, rogad al dueño de la mies que mande obreros a su mies» (Lc 10, 2). Es Dios mis­mo el que envía a su mies trabajadores, después de beberlos llamado; sólo espera la oración con­fiada de sus servidores para «multiplicar el per­sonal». No serán buenos operarios si el Señor no los envía (cf. VI1, 519).

La bellísima plegaria Exspectatio Israel, cua­jada de imágenes bíblicas, es el instrumento más valioso de que dispone la pastoral de vocaciones vicenciana. La recitación diaria de esta plegaria se ha hecho tradicional en la familia de san Vicente a partir del generalato del P. Antonio Fiat (1878- 1914). Traduce la voluntad expresa de los funda­dores, de pedir por las vocaciones en todo tiem­po, y no sólo en momentos de mayor penuria. La oración personal y comunitaria no puede ser sustituida por ningún otro medio sugerido por la pastoral. Según el dictamen de san Vicente, no se trata de admitir indistintamente a todos los que llamen a la puerta de la Compañía, sino a quienes el Señor haya traído, pues «un misionero dado por su mano paternal hará él solo más bien que otros muchos que no tengan una pura voca­ción» (VI II, 285).

La experiencia vicenciana tranquiliza a cuan­tos sufren en «tiempo de tribulación» vocacio­nal, aunque no debe interpretarse como consue­lo ante la necesidad generalizada de vocaciones cuando falta el espíritu propio de la comunidad. En la misma plegaria Exspectatio Israel se pide no sólo por las nuevas vocaciones, sino por las ya existentes en la Compañía a fin de que sean «confirmadas en la verdad». Si la entrada en «la casa del Señor» es ya un don divino, la perseve­rancia y fidelidad en la misma requieren igual­mente la ayuda del que nos llamó. El simple hecho de formar parte de las filas misioneras no libra a nadie de pruebas contra la vocación cris­tiana y vicenciana. En semejantes circunstancias se impone el afianzamiento en la oración, de don­de viene la gracia para permanecer «guardados en su nombre y consagrados en la verdad». Con­tando con la ayuda divina no es imprudencia arries­garse en empresas difíciles de evangelización, pero si faltara la oración, peligraría la vocación de servicio a los pobres.

4. El trabajo específico de la comunidad

Junto a la oración personal y comunitaria hay que añadir el testimonio del trabajo, pero no de cualquier ministerio, sino del específico para el cual nació la comunidad. No es pastoralmente reco­mendable la presentación indistinta de obras co­munes a muchas congregaciones, sino aquéllas a las que debe entregarse la Compañía, corno son la evangelización o servicio de los pobres. Para esto, precisamente, Dios hizo nacer la familia vicenciana. Comenta a este propósito el fundador de la Misión: «Dios iba haciendo lo que había pre­visto desde toda la eternidad. Dio su bendición a nuestros trabajos y, al verlo, se juntaron con no­sotros algunos buenos eclesiásticos y nos pidie­ron que les recibiéramos» (XI, 327).

La dispersión de trabajos, por dignos que és­tos sean, sólo sirven para desorientar a quienes han sido llamados a una congregación para el de­sempeño de una misión concreta. Aunque estén aprobados por la Iglesia muchos ministerios, no todos conviene asumirlos en una misma comu­nidad. De lo contrario, no existirían en la Iglesia tantas y tan distintas congregaciones con caris­mas diferentes. ¿No sería desconcertante que un instituto naciera para el cumplimiento de unas funciones concretas y, sin embargo, se dedicara a otros quehaceres que nada tienen que ver con el carisma fundacional? Por fidelidad a las con­signas de los fundadores, cada Instituto ha de re­visar periódicamente sus obras, dejando las que le son impropias.

Esto mismo quiso señalar san Vicente cuan­do advirtió a los misioneros que había que en­tregarse a los ministerios que la divina Providen­cia señaló a la Compañía al darle nacimiento. Mientras la comunidad no sea punto de referen­cia apostólica, donde discernir la llamada de Dios, la pastoral de vocaciones quedará desvirtuada y sin garra. El contraste entre lo que se sabe del carisma fundacional y lo que se ve en la realidad, podría desencantar a los posibles vocacionados.

5. El testimonio del amor mutuo

Si hay un medio convincente para atraer y conservar las vocaciones que Dios ha dado a la Congregación, es el testimonio del amor mu­tuo. San Vicente solía decir que «hemos de vivir tan bien que con nuestros ejemplos les demos (a los candidatos) más aliciente que desgana pa­ra trabajar con nosotros» (VIII, 285). Por el con­trario, nada desalienta tanto como una comunidad dividida por las discordias, enfrentamientos, en­vidias y murmuraciones. Los ejemplos de cari­dad arrastran y animan en la vocación particular. Por eso «han de permanecer entre nosotros el amor fraterno y la santa unión, tratándonos con un gran respeto, a manera de amigos que se quie­ren bien y que han elegido una vida en común» (R. C., VIII, 2). O como explicaba el mismo san Vi­cente de muchas maneras, se necesita oración, cordialidad y amistad entre los miembros de la co­munidad para mostrar a los jóvenes la grandeza de nuestra vocación.

El trabajo incesante de Dios y el diálogo en­tre las tres divinas Personas son propuestos co­mo modelo a las comunidades locales (cf. IX, 444). Dios es amor y quiere que todos se distingan por el amor. Lo mismo que las primitivas comunida­des cristianas, también las vicencianas tienen co­mo distintivo la práctica del amor entre sí y con los necesitados. De faltar la caridad, se derrum­baría la comunidad y todo se echaría a perder. Pero si abunda la caridad, «la fatiga será dulce y todo trabajo resultará fácil, el fuerte aliviará al dé­bil y el débil amará al fuerte y le obtendrá de Dios mayores fuerzas; y así, Señor, tu obra se hará a tu gusto y para la edificación de la Iglesia, y los obreros se multiplicarán, atraídos por el olor de tanta caridad» (III, 234).

6. El cultivo del espíritu propio

Finalmente, el interés creciente por el espíri­tu propio de la Congregación constituye otro elemento básico de la pastoral de vocaciones. La conservación y el aumento del espíritu de la Mi­sión y de la Caridad son fuente inagotable de vo­caciones. De tenerlo o no tenerlo depende la vida o la muerte de la Compañía. San Vicente re­cordaba a las Hijas de la Caridad las palabras úl­timas de la señora Goussault: «He visto durante esta noche a las Hijas de la Caridad delante de Dios. ¡Cuánto se multiplicarán y qué gran bien van a hacer! ¡Qué dichosas se sentirán! Así será si sois buenas y si trabajáis por tener vuestro espí­ritu, porque entonces Dios será glorificado por medio de vosotras y le darán mucha gloria vues­tras obras» (IX, 547-548).

La presencia de testigos de identificación con­tribuye a reforzar la eficacia de la pastoral de vo­caciones y a tomar fuertes decisiones en el se­guimiento de Jesús. Antes y ahora, la ausencia de testigos causa desencanto a los jóvenes. No bastan las palabras, se necesitan ejemplos vivos. Por eso san Vicente resaltaba la importancia que tiene el testimonio de «muchas personas a las que podemos ver con nuestros propios ojos y convi­vir con ellas todos los días. Su vista hace muchas veces más efecto que la consideración de esos santos que ya han muerto» (XI, 271). Más re­cientemente, el papa Pablo VI comentaba: «El hombre contemporáneo escucha más a gusto a los que dan testimonio que a los que enseñan, y si escuchan a los que enseñan es porque dan testimonio» (EN 41). Lo que afirma el papa acer­ca de los evangelizadores en general vale para la comunidad en particular.

7. Conclusión

Todos los demás medios sugeridos por la pas­toral de vocaciones que no estén incluidos en la lista anterior, deben subordinarse a ellos. A juicio de san Vicente, el testimonio de oración, de tra­bajo, de amor mutuo y del cultivo del espíritu pro­pio son elementos imprescindibles que garanti­zan una sabia pastoral de vocaciones. En tiempo de carestía se requiere intensificar los medios pro­puestos, aunque haya que aprovechar otros me­dios organizativos que aconseja la Iglesia de hoy para que florezcan nuevas y santas vocaciones.

Bibliografía

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