La Mortificación es la cuarta de las cinco virtudes características de los misioneros (cf. para algunas consideraciones generales sobre las virtudes características, lo mismo que para la bibliografía, el artículo Sencillez). Es también un tema repetido en las conferencias de S. Vicente a las Hijas de la Caridad (SV IX, 692s. 769s. 845. 874; XI, 302, etc).
Este articulo se divide en tres partes: 1. un estudio breve de la mortificación como la entendió S. Vicente; 2. una descripción del cambio de horizonte que ha tenido lugar en la teología y en la espiritualidad en los siglos XVII y XX y que afecta a nuestro modo de ver la mortificación hoy; 3. un intento de recuperar la mortificación en formas modernas.
I. La mortificación como la entendió san Vicente
S. Vicente tiene una muy desarrollada enseñanza concerniente a la mortificación, que ha explicado en numerosas conferencias, particularmente a las Hijas de la Caridad.
a) La mortificación implica la negación de los sentidos exteriores: vista, olfato, gusto, tacto, y oído (IX, 41. 696. 770. 846. 968; XI, 514). S. Vicente propone muchos ejemplos a este respecto. Las Hijas de la Caridad, por ejemplo, deberían mirar a los hombres solamente si es necesario o provechoso. No deberían andar mirando cuanto hay alrededor, sino que deberían mantener sus ojos moderadamente bajos (aunque el servicio a los pobres pide que conserven una apariencia alegre). Deberían aprender a soportar los malos olores especialmente cuando están con los pobres enfermos. Deberían mortificar el gusto no comiendo entre comidas. Deberían comer también comidas que no les gustan. No deberían escuchar chismorreos. No deberían tocar al prójimo ni permitir ser tocadas.
b) La mortificación exige también la negación de los sentidos interiores: entendimiento, memoria y voluntad (IX, 770. 846. 873). No deberían estar ansiando conocer toda clase de cosas curiosas (la ciencia infla). Ni deberían evocar, en su memoria, placeres que ellas tuvieron con sus familias, sus romances, las caricias de sus padres, etc. Deberían intentar llegar a un estado de completa indiferencia, deseando solamente hacer la voluntad de Dios.
c) Exige negación de las pasiones del alma. Once son éstas, según S. Vicente, de las cuales el amor/odio y la esperanza/desesperación son las más importantes (IX, 848).
d) Básicamente, para S. Vicente, la mortificación es la sujeción, el sometimiento de la pasión a la razón (IX, 694). El ser humano tiene una parte más baja y otra más elevada. La más baja le hace igual a los animales; la más elevada tien de hacia Dios (IX, 693). La más baja quiere rebelarse contra la más elevada (IX, 694. 845).
e) La mortificación ayuda a la indiferencia (IX, 875), al desprendimiento (XI, 337). Es una lucha continua, pero la lucha resulta más fácil según va corriendo el tiempo (IX, 850; XI, 523).
f) S. Vicente ofrece a su doble familia muchos motivos para practicar la mortificación:
- Cita pasajes de la Escritura que recomiendan la mortificación: Mt 16, 24; Lc 14, 26; Mt 10, 37; km 8, 13; 2Cor 4, 10 (IX, 169. 698. 967).
- Jesús hizo solamente la voluntad de su Padre, mortificándose constantemente (XI, 513): «Padres, tengamos siempre este ejemplo ante nuestros ojos y no perdamos nunca de vista la mortificación de nuestro Señor, ya que estamos obligados a mortificarnos, para poder seguirle. Formemos nuestros afectos sobre los suyos, para que sus pasos sean la regla de los nuestros en el camino de la perfección. Los santos son santos por haber seguido sus huellas, por haber renunciado a ellos mismos y haberse mortificado en todo»(XI, 524).
- Les dice que, a la larga, es necesario sufrir, así que se aseguren de hacer buen uso del sufrimiento (IX, 798).
- Señala que la vida de algunos, como e) P. Pillé, es una continua mortificación (II, 634).
- La mortificación de los sentidos nos ayuda en la oración (IX, 391. 873).
- Mortificación y oración son dos hermanas que van siempre juntas: «Otro medio, hijas mías, que os servirá mucho para la oración, es la mortificación. Son como dos hermanas tan estrechamente unidas que nunca van separadas. La mortificación va primero y la oración la sigue; de forma, mis queridas hermanas, que, si queréis ser mujeres de oración, como necesitáis, tenéis que aprender a mortificaros» (IX, 391).
- La mortificación satisface por nuestros pecados (IX, 698).
- Muchos han perdido su vocación porque fracasaron en aceptar la mortificación de la mano de Dios (IX, 798; XI, 600).
- Si no trabajamos continuamente para ser mejores, seremos peores; no se puede estar inmóvil (IX, 845). El progreso en la vida espiritual depende del progreso en la mortificación (XI, 758s).
- Es un paraíso en la tierra cuando podemos aceptar la mortificación como venida de Dios (IX, 877).
- Para animar a la Compañía, S. Vicente les cuenta la historia de su propia dificultad en separarse de sus parientes (XI, 517).
g) S. Vicente propone varios medios para adquirir el hábito de la mortificación:
- Se adquiere poco a poco, por la repetición de actos: «Sobre lo que me dice que se ha propuesto trabajar en firme en mortificar el propio juicio y la propia voluntad de sus seminaristas», escribe S. Vicente a Pedro du Beaumont el 3 de octubre de 1655, «le diré, padre, que esto no puede hacerse de pronto, sino poco a poco, con mucha mansedumbre y paciencia. La mortificación, lo mismo que las demás virtudes, no se adquiere más que mediante actos repetidos» (V, 415s). Esto exige:
- soportarse unos a otros (IX, 174),
- aceptar los inconvenientes en la casa (IX, 185),
- refrenar la lengua (IX, 971s) y
- ser cuidadosos y reservados en el trato con personas del sexo opuesto (XI, 338; IX, 697 770).
- La Regla nos pide mortificación respecto a:
- voluntad
- juicio
- sentidos
- parientes y padres (RC II, 8-9), y, en una conferencia a la Compañía dada el 2 de mayo de 1659, añade, citando a S. Basilio:
- pompas
- el deseo de cuidarnos y vivir largo tiempo (XI, 520s), y
- desprendernos del hombre viejo y revestirnos del nuevo (XI, 521s).
h) S. Vicente anima a sus cohermanos a practicar mortificaciones, bajo la guía de sus superiores o directores, hasta el límite que su salud y sus trabajos se lo permitan. Pero por causa de sus continuos trabajos como misioneros él no desea que la Regla les cargue con mortificaciones físicas severas y austeridades corporales (RC X, 15).
II. Un cambio de horizonte significativo
Además del segundo cambio de horizonte mencionado en el artículo sobre la humildad (i. e. un movimiento hacia una actitud más positiva respecto de la creación y menos énfasis sobre el pecado; cf también, para consideraciones generales y bibliografía, el artículo sencillez), ha ido produciéndose poco a poco, desde el tiempo de S. Vicente, otro cambio de perspectiva relacionado con él. Puede describirse como un cambio de «la época de cristiandad» a la «época de secularidad».
La «Cristiandad», donde los valores religiosos y las prácticas se veían reforzadas por las estructuras civiles y sociales, ha ido desapareciendo gradualmente. La Iglesia y el estado se han ido separando cada vez más. Se han ido desarrollando las sociedades «postcristianas» y «no-cristianas».
Simultáneamente, la teología y la espiritualidad acentúan un sentido positivo de lo secular. La realidad secular, como regalo de Dios en la creación, tiene autonomía y valor por sí misma (cf.
Gaudium et Spes, 36). Puede entenderse en sus propios términos. En términos éticos, lo que es verdaderamente humano es percibido como un bien moral. Por consiguiente, lo que verdaderamente promueve la humanidad construye el reino de Dios (cf. Centesimus Annus, 53-55).
Este cambio en el horizonte ha producido actualmente en su despertar un movimiento hacia la unidad en la perspectiva teológica. Desplaza el enfoque «bi-planta» de naturaleza y gracia. Mira a ambos como coincidentes en lo concreto. Evita la división entre la esfera religiosa y la esfera secular o entre religión y moralidad.
Al mismo tiempo, en la parte negativa, el siglo xx ha conocido una amplísima difusión del «secularismo» bajo forma de filosofías y actitudes materialistas. El marxismo/comunismo llegó a dominar gran parte del mundo, aunque hoy lo encontremos en crisis (Centesimus Annus, 23-29). El capitalismo también ha producido un impacto negativo por su supervaloración del capital, la productividad y la acumulación de bienes materiales, con la consiguiente minusvaloración de la persona humana y su trabajo, del destino universal de los bienes materiales, de los derechos de los pobres, etc. (Centesimus Annus 33-43).
A la luz de todo esto, la reflexión moral moderna acentúa la necesidad de liberar los pueblos de las estructuras socio-económicas opresivas. «El pecado social» y «las estructuras de pecado» están mucho más acentuadas.
III. La mortificación hoy
No es popular hablar hoy de mortificación.1 Está sucediendo lo que Karl Rahner llama una «verdad olvidada». Naturalmente, la gente escapa de todo lo que significa morir. Por otra parte, los cambios de perspectiva desde el tiempo de S. Vicente (cf. especialmente los cambios de horizonte mencionados arriba) han hecho que algunas de las prácticas que él recomienda parezcan irrelevantes, incluso estrafalarias. Estos mismos cambios han hecho que la gente joven cuestione aún los suaves principios teóricos de la enseñanza tradicional sobre la mortificación. Cuestionan la tajante división de la persona humana en animal y racional, con el pecado dominando el lado animal (¿y no el lado racional?). Preguntan: ¿Por qué no pararse a oler la flor a lo largo del camino? ¿Por qué no mirar fijamente a la belleza de la creación de Dios? ¿Por qué no pensar con gratitud sobre el amor que nuestros padres nos dieron?
Al mismo tiempo, y es interesante, algunos de los escritores modernos más populares recomiendan con fuerza la disciplina, una forma de mortificación. Gandhi dice que nada se realiza sin disciplina y oración (Tomás Merton ed. : Gandhi and Non-Violence, NY. 1965, 24ss). Erick From dice que la disciplina es el primer paso en la práctica del amor (Art of Loving, NY. 1956, 108). Dietrich Bonhoeffer describe la disciplina como una de las estaciones en el camino para la libertad (Ethics, NY. 1955, 15).
Para recuperar el valor encerrado en la mortificación, lo mejor es admitir francamente que un cambio en la perspectiva teológica ha hecho que algunas de las prácticas recomendadas por S. Vicente y algunas de las teorías implícitas en su enseñanza, queden anticuadas y fuera de lugar. S. Vicente tuvo hacia la realidad creada una actitud mucho más negativa de la que tenemos nosotros. Cuando recomienda pasar de largo ante la flor que está junto al camino como manera de mortificarse, los hombres y mujeres modernos preguntan con razón por qué no van a poder arrancarla, olerla, gozar de su hermosura y alabar a Dios como su creador.
Pero S. Vicente entendió lo importante que es la mortificación. Junto con todos los santos, creía al Señor cuando les decía que, para ser sus seguidores, debían negarse a sí mismos. Ofrezco las siguientes perspectivas como un intento de recuperar el valor de la mortificación en el mundo moderno.
a) La mortificación implica renunciar a una cosa buena para hacer una cosa mejor.
En este sentido, es «ascetismo funcional», para usar una frase de Karl Rahner (Sobre la teología de la abnegación, en Escritos de Teología III, 61-71). La mortificación es siempre por algo o alguien. Es «por mi causa y por el evangelio». Renunciamos a cosas buenas, no porque creemos que son malas. Sabemos que son buenas y aún así renunciamos a ellas, porque queremos algo mejor. Uno puede decidir cortar con el tabaco porque quiere gozar de buena salud, o reducir o abstenerse de beber porque quiere tener una mente clara y poseerse a sí mismo al pensar, al juzgar y al actuar. Uno puede abrazar el celibato para «ser libre para el Señor» o para dedicarse a sí mismo o a sí misma exclusivamente al servicio del Reino allí donde el Señor le llame a ir, o para entregarse a una vida de oración. Uno puede renunciar a las posesiones materiales porque quiere compartir con los pobres o porque quiere entrar en solidaridad con los pobres compartiendo su suerte. Uno puede renunciar a su libertad de escoger lo que quiera hacer porque escoge vivir en comunidad y unirse a otros en una vida común y en un proyecto común. En este sentido, el auténtico fin de la mortificación es escoger y construir su propia personalidad.2
b) La mortificación implica reconocer nuestras metas y canalizar nuestras limitadas energías para alcanzarlas.
No podemos hacerlo todo en la vida. Somos realmente muy limitados. Es rara la persona que puede ser un gran pianista, o una estrella en baloncesto, o un actor maravilloso. Nadie abarca todas estas cosas al mismo tiempo. Todas reclaman su tiempo, práctica, trabajo disciplinado. El tiempo que se necesita para ser un gran pianista lucha contra el tiempo necesario para ser una estrella en baloncesto o un doctor famoso.
Por consiguiente, es imperativo que la persona conozca cuáles son sus metas y que se entregue de un modo disciplinado a conseguirlas. Por esto es por lo que Jesús dice que nadie puede ser su seguidor a no ser que renuncie a casa, padre, madre, hermano, hermana, todas las cosas, «por mi causa y por el evangelio». Si nuestra primera meta es seguir a Jesús, entonces nuestro apego a todas las cosas debe ser modificado a la luz de esta meta.
c) La mortificación es también «entrenarse para la muerte», por usar otra expresión de Karl Rahner (ib. 68-69).
Nosotros experimentamos la muerte como oscuridad. Es la renuncia definitiva. Nos pide irnos de la vida, nuestra posesión fundamental. La limitación que experimentamos como criaturas nos reta una y otra vez a abandonar una cosa para poder perseguir otra más decididamente. Solamente la persona que está práctica en este arte será capaz de ponerse a sí misma en las manos del Padre en un acto de resignación final, como hizo Jesús: «Padre, en tus manos pongo mi espíritu» (Le. 23, 46). Una cristología «ascendente» (cf. el artículo sobre la sencillez) pone de relieve la lucha que Jesús experimentó en su agonía y nos llama a entrar con él en ella.
d) A la luz de lo que se ha dicho arriba, permítaseme mencionar algunas formas modernas que puede tomar la mortificación. La lista no es en modo alguno exhaustiva; al contrario, el autor espera que el lector encuentre en ella un estímulo para pensar en otras formas.
- Estar pronto para responder a las necesidades de la comunidad religiosa propia y las del pueblo de Dios, particularmente aceptando los destinos. Las llamadas del pueblo de Dios son muy importantes. Nuestras propias dotes y talentos también lo son. Muchas comunidades religiosas modernas intentan ajustar las llamadas a las cualidades y talentos de sus miembros individuales. En este contexto, es imperativo para nosotros dejarnos desafiar. Con frecuencia, las respuestas a los retos sacan de nosotros recursos de cuya existencia no éramos conscientes.
- Ser fiel a los deberes del estado de vida propio, anteponiéndolos cuando hay conflicto entre ellos y otras cosas más agradables. Esto es más difícil de lo que puede parecer a primera vista. Es muy importante saber cuáles son los valores centrales en nuestra vida: apostolado, oración, comunidad, estudio, etc. La experiencia nos enseña que éstos frecuentemente son menos atractivos que otras opciones, especialmente a la larga, y sobre todo si las otras opciones nos ofrecen gratificaciones más inmediatas. Los tiempos modernos tienden a despreciar una gratificación retardada. Opciones como mirar la TV pasivamente o gastar grandes cantidades de tiempo con compañeros agradables pero que no nos cuestionan (lo que comúnmente se llama hoy «compañerismo protector») puede fácilmente distraernos de los valores centrales de nuestra vida.
- Trabajar duro, como lo hacen los obreros. Mucho del trabajo al que los religiosos están comprometidos no está estructurado. Nuestro tiempo es nuestro para ser usado con responsabilidad. Hacer esto exige disciplina. Se puede desperdiciar mucho tiempo.
- Levantarse pronto por la mañana para alabar a Dios y fortalecer a nuestros hermanos y/o hermanas uniéndonos a ellos en la oración. S. Vicente reflexionó mucho sobre esto. Estaba convencido de que, sin oración (y sin levantarse pronto para ella), su comunidad no podría continuar existiendo. Es importante orar de un modo disciplinado, dedicarle tiempo diariamente, y ayudar a los demás en el empeño.
- Ser sobrios en obtener o aceptar bienes materiales, como ropa, o dinero, u otras cosas; en otras palabras, llevar un estilo de vida sencillo. Esto es lo que Karl Rahner llama «ascetismo del consumidor». Este ascetismo es muy difícil en nuestra sociedad y muy diferente de lo que la sociedad nos hace propaganda de que hagamos. El mundo moderno nos dice una y otra vez en sus anuncios que siempre es bueno tener más.
- Ser disciplinados en comer y beber, en evitar toda ansiedad o queja acerca de lo que comeremos o beberemos. Aquí la clave está en la moderación. Es bueno evitar ser obsesivos acerca de la comida. S. Vicente se ponía fuerte en este punto. Recomendaba también no comer entre comidas. Ésta puede ser todavía una buena práctica de ascesis como una ayuda para mantener el propio peso y estar en una buena condición física.
- Empleo de la moderación y el sentido crítico en el uso de la televisión, radio, cine y otros medios. Hay mucha pérdida de tiempo en el mundo moderno. Hay muchos entretenimientos pasivos. Se traga sin sentido crítico mucha violencia y licencia sexual. Una de las consecuencias de esto es que la vida de mucha gente intenta parecerse a la de los personajes que ven en los seriales. Lo que metemos en nosotros por los sentidos, especialmente si es con una dieta prolongada, inevitablemente influye en nuestra conducta poco a poco.
- Ser parco en pedir privilegios o ser la excepción de lo que es norma. Las normas son para el bien común. En las comunidades religiosas modernas se hacen después de muchas consultas. Normalmente, son también poco numera sas. Es útil para el bienestar común que seamos cumplidores de las pocas normas que tenemos.
- Oídos sordos a las palabras críticas y que puedan dividir. Esto puede ser una gran ayuda para la caridad. S. Benito decía que la murmuración era el mayor vicio de los monasterios. S. Vicente pensaba algo semejante. Es una norma saludable prestar oídos sordos a las palabras críticas a no ser que las digamos constructivamente a aquellos que puedan hacer algo acerca de ellas.
- Tratar igualmente con aquellos que nos son menos agradables que con los que nos son más atractivos. Esta es una gran ayuda para la vida común. Somos hermanos y hermanas en el Señor. Naturalmente, seremos siempre más afines a unos que a otros. Es importante tener buenos, íntimos amigos. Pero es igualmente importante no excluir a los otros de nuestra compañía y tener amistades abiertas que permitan a los otros entrar en ellas.
- Ofrecer generosamente nuestro tiempo para participar en los procesos modernos de toma de decisiones (e. g. reuniones, cuestionarios, cartas de consulta). Esto forma parte importante del ascetismo moderno. Es, como algunos dicen, el «moderno cilicio». Parte de la obediencia de hoy es participar (cf. el artículo sobre la humildad). No es simplemente un lujo. Ni es privilegio de unos pocos. Todos están llamados a participar en la toma de decisiones y en una obediencia responsable. Se nos ruega expresar nuestros puntos de vista abiertamente. Es gastar tiempo y, a veces, penoso. Como tal, es una mortificación para muchos.
- Margarita Myles afirma: «El ascetismo es una de las corrientes menos entendidas y más rechazadas universalmente del cristianismo histórico» Cf. Practicing Christianity. Critica! Perspectives for an Embodied Spirituality, NY 1988, p. 94.
- Cf. Myles, o. c. 96-97: «La misma energía que originalmente organizó el proyecto personal del sexo, poder, y posesiones puede ser removida de la socialmente condicionada personalidad y colocada en la personalidad religiosa… El auténtico fin de las prácticas ascéticas no consiste entonces en»abandonar» objetos, sino en reconstruir la personalidad»