Espiritualidad vicenciana: Mortificación

Francisco Javier Fernández ChentoEspiritualidad vicencianaLeave a Comment

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Author: Robert P. Maloney, C.M. · Year of first publication: 1995.

I. la mortificación como la entendió san Vicente.- II. un cambio de horizonte significativo.- III. LA MORTIFICACIÓN HOY.


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La Mortificación es la cuarta de las cinco vir­tudes características de los misioneros (cf. para algunas consideraciones generales sobre las vir­tudes características, lo mismo que para la bi­bliografía, el artículo Sencillez). Es también un te­ma repetido en las conferencias de S. Vicente a las Hijas de la Caridad (SV IX, 692s. 769s. 845. 874; XI, 302, etc).

Este articulo se divide en tres partes: 1. un es­tudio breve de la mortificación como la entendió S. Vicente; 2. una descripción del cambio de ho­rizonte que ha tenido lugar en la teología y en la espiritualidad en los siglos XVII y XX y que afec­ta a nuestro modo de ver la mortificación hoy; 3. un intento de recuperar la mortificación en formas modernas.

I. La mortificación como la entendió san Vicente

S. Vicente tiene una muy desarrollada ense­ñanza concerniente a la mortificación, que ha ex­plicado en numerosas conferencias, particular­mente a las Hijas de la Caridad.

a) La mortificación implica la negación de los sentidos exteriores: vista, olfato, gusto, tacto, y oído (IX, 41. 696. 770. 846. 968; XI, 514). S. Vicente propone muchos ejemplos a este respecto. Las Hijas de la Caridad, por ejemplo, deberían mirar a los hombres solamente si es necesario o pro­vechoso. No deberían andar mirando cuanto hay alrededor, sino que deberían mantener sus ojos moderadamente bajos (aunque el servicio a los pobres pide que conserven una apariencia ale­gre). Deberían aprender a soportar los malos olo­res especialmente cuando están con los pobres enfermos. Deberían mortificar el gusto no co­miendo entre comidas. Deberían comer también comidas que no les gustan. No deberían escuchar chismorreos. No deberían tocar al prójimo ni per­mitir ser tocadas.

b) La mortificación exige también la negación de los sentidos interiores: entendimiento, me­moria y voluntad (IX, 770. 846. 873). No deberían estar ansiando conocer toda clase de cosas cu­riosas (la ciencia infla). Ni deberían evocar, en su memoria, placeres que ellas tuvieron con sus fa­milias, sus romances, las caricias de sus padres, etc. Deberían intentar llegar a un estado de com­pleta indiferencia, deseando solamente hacer la vo­luntad de Dios.

c) Exige negación de las pasiones del alma. Once son éstas, según S. Vicente, de las cuales el amor/odio y la esperanza/desesperación son las más importantes (IX, 848).

d) Básicamente, para S. Vicente, la mortifi­cación es la sujeción, el sometimiento de la pa­sión a la razón (IX, 694). El ser humano tiene una parte más baja y otra más elevada. La más baja le hace igual a los animales; la más elevada tien­ de hacia Dios (IX, 693). La más baja quiere rebe­larse contra la más elevada (IX, 694. 845).

e) La mortificación ayuda a la indiferencia (IX, 875), al desprendimiento (XI, 337). Es una lu­cha continua, pero la lucha resulta más fácil se­gún va corriendo el tiempo (IX, 850; XI, 523).

f) S. Vicente ofrece a su doble familia mu­chos motivos para practicar la mortificación:

  • Cita pasajes de la Escritura que reco­miendan la mortificación: Mt 16, 24; Lc 14, 26; Mt 10, 37; km 8, 13; 2Cor 4, 10 (IX, 169. 698. 967).
  • Jesús hizo solamente la voluntad de su Padre, mortificándose constantemente (XI, 513): «Padres, tengamos siempre este ejemplo ante nuestros ojos y no perdamos nunca de vista la mortificación de nuestro Señor, ya que estamos obligados a mortificarnos, para poder seguirle. Formemos nuestros afectos sobre los suyos, pa­ra que sus pasos sean la regla de los nuestros en el camino de la perfección. Los santos son san­tos por haber seguido sus huellas, por haber re­nunciado a ellos mismos y haberse mortificado en todo»(XI, 524).
  • Les dice que, a la larga, es necesario su­frir, así que se aseguren de hacer buen uso del sufrimiento (IX, 798).
  • Señala que la vida de algunos, como e) P. Pillé, es una continua mortificación (II, 634).
  • La mortificación de los sentidos nos ayu­da en la oración (IX, 391. 873).
  • Mortificación y oración son dos hermanas que van siempre juntas: «Otro medio, hijas mías, que os servirá mucho para la oración, es la mor­tificación. Son como dos hermanas tan estre­chamente unidas que nunca van separadas. La mortificación va primero y la oración la sigue; de forma, mis queridas hermanas, que, si queréis ser mujeres de oración, como necesitáis, tenéis que aprender a mortificaros» (IX, 391).
  • La mortificación satisface por nuestros pe­cados (IX, 698).
  • Muchos han perdido su vocación porque fracasaron en aceptar la mortificación de la ma­no de Dios (IX, 798; XI, 600).
  • Si no trabajamos continuamente para ser mejores, seremos peores; no se puede estar in­móvil (IX, 845). El progreso en la vida espiritual depende del progreso en la mortificación (XI, 758s).
  • Es un paraíso en la tierra cuando pode­mos aceptar la mortificación como venida de Dios (IX, 877).
  • Para animar a la Compañía, S. Vicente les cuenta la historia de su propia dificultad en se­pararse de sus parientes (XI, 517).

g) S. Vicente propone varios medios para ad­quirir el hábito de la mortificación:

  • Se adquiere poco a poco, por la repetición de actos: «Sobre lo que me dice que se ha pro­puesto trabajar en firme en mortificar el propio jui­cio y la propia voluntad de sus seminaristas», escribe S. Vicente a Pedro du Beaumont el 3 de oc­tubre de 1655, «le diré, padre, que esto no pue­de hacerse de pronto, sino poco a poco, con mu­cha mansedumbre y paciencia. La mortificación, lo mismo que las demás virtudes, no se adquie­re más que mediante actos repetidos» (V, 415s). Esto exige:
  • soportarse unos a otros (IX, 174),
  • aceptar los inconvenientes en la casa (IX, 185),
  • refrenar la lengua (IX, 971s) y
  • ser cuidadosos y reservados en el trato con personas del sexo opuesto (XI, 338; IX, 697 770).
  • La Regla nos pide mortificación respecto a:
    1. voluntad
    2. juicio
    3. sentidos
    4. parientes y padres (RC II, 8-9), y, en una conferencia a la Compañía dada el 2 de mayo de 1659, añade, citando a S. Basilio:
    5. pompas
    6. el deseo de cuidarnos y vivir largo tiempo (XI, 520s), y
    7. desprendernos del hombre viejo y reves­tirnos del nuevo (XI, 521s).

h) S. Vicente anima a sus cohermanos a prac­ticar mortificaciones, bajo la guía de sus superio­res o directores, hasta el límite que su salud y sus trabajos se lo permitan. Pero por causa de sus con­tinuos trabajos como misioneros él no desea que la Regla les cargue con mortificaciones físicas se­veras y austeridades corporales (RC X, 15).

II. Un cambio de horizonte significativo

Además del segundo cambio de horizonte mencionado en el artículo sobre la humildad (i. e. un movimiento hacia una actitud más positiva respecto de la creación y menos énfasis sobre el pecado; cf también, para consideraciones gene­rales y bibliografía, el artículo sencillez), ha ido produciéndose poco a poco, desde el tiempo de S. Vicente, otro cambio de perspectiva relacio­nado con él. Puede describirse como un cambio de «la época de cristiandad» a la «época de se­cularidad».

La «Cristiandad», donde los valores religiosos y las prácticas se veían reforzadas por las es­tructuras civiles y sociales, ha ido desaparecien­do gradualmente. La Iglesia y el estado se han ido separando cada vez más. Se han ido desa­rrollando las sociedades «postcristianas» y «no-cristianas».

Simultáneamente, la teología y la espirituali­dad acentúan un sentido positivo de lo secular. La realidad secular, como regalo de Dios en la cre­ación, tiene autonomía y valor por sí misma (cf.

Gaudium et Spes, 36). Puede entenderse en sus propios términos. En términos éticos, lo que es verdaderamente humano es percibido como un bien moral. Por consiguiente, lo que verdadera­mente promueve la humanidad construye el rei­no de Dios (cf. Centesimus Annus, 53-55).

Este cambio en el horizonte ha producido ac­tualmente en su despertar un movimiento hacia la unidad en la perspectiva teológica. Desplaza el enfoque «bi-planta» de naturaleza y gracia. Mira a ambos como coincidentes en lo concreto. Evi­ta la división entre la esfera religiosa y la esfera secular o entre religión y moralidad.

Al mismo tiempo, en la parte negativa, el si­glo xx ha conocido una amplísima difusión del «secularismo» bajo forma de filosofías y actitudes materialistas. El marxismo/comunismo llegó a do­minar gran parte del mundo, aunque hoy lo en­contremos en crisis (Centesimus Annus, 23-29). El capitalismo también ha producido un impacto negativo por su supervaloración del capital, la pro­ductividad y la acumulación de bienes materiales, con la consiguiente minusvaloración de la perso­na humana y su trabajo, del destino universal de los bienes materiales, de los derechos de los po­bres, etc. (Centesimus Annus 33-43).

A la luz de todo esto, la reflexión moral mo­derna acentúa la necesidad de liberar los pueblos de las estructuras socio-económicas opresivas. «El pecado social» y «las estructuras de pecado» es­tán mucho más acentuadas.

III. La mortificación hoy

No es popular hablar hoy de mortificación.1 Está sucediendo lo que Karl Rahner llama una «verdad olvidada». Naturalmente, la gente esca­pa de todo lo que significa morir. Por otra parte, los cambios de perspectiva desde el tiempo de S. Vicente (cf. especialmente los cambios de hori­zonte mencionados arriba) han hecho que algunas de las prácticas que él recomienda parezcan irre­levantes, incluso estrafalarias. Estos mismos cam­bios han hecho que la gente joven cuestione aún los suaves principios teóricos de la enseñanza tra­dicional sobre la mortificación. Cuestionan la tajante división de la persona humana en animal y racio­nal, con el pecado dominando el lado animal (¿y no el lado racional?). Preguntan: ¿Por qué no pa­rarse a oler la flor a lo largo del camino? ¿Por qué no mirar fijamente a la belleza de la creación de Dios? ¿Por qué no pensar con gratitud sobre el amor que nuestros padres nos dieron?

Al mismo tiempo, y es interesante, algunos de los escritores modernos más populares reco­miendan con fuerza la disciplina, una forma de mortificación. Gandhi dice que nada se realiza sin disciplina y oración (Tomás Merton ed. : Gandhi and Non-Violence, NY. 1965, 24ss). Erick From di­ce que la disciplina es el primer paso en la prác­tica del amor (Art of Loving, NY. 1956, 108). Die­trich Bonhoeffer describe la disciplina como una de las estaciones en el camino para la libertad (Et­hics, NY. 1955, 15).

Para recuperar el valor encerrado en la morti­ficación, lo mejor es admitir francamente que un cambio en la perspectiva teológica ha hecho que algunas de las prácticas recomendadas por S. Vi­cente y algunas de las teorías implícitas en su enseñanza, queden anticuadas y fuera de lugar. S. Vicente tuvo hacia la realidad creada una acti­tud mucho más negativa de la que tenemos no­sotros. Cuando recomienda pasar de largo ante la flor que está junto al camino como manera de mortificarse, los hombres y mujeres modernos preguntan con razón por qué no van a poder arran­carla, olerla, gozar de su hermosura y alabar a Dios como su creador.

Pero S. Vicente entendió lo importante que es la mortificación. Junto con todos los santos, cre­ía al Señor cuando les decía que, para ser sus se­guidores, debían negarse a sí mismos. Ofrezco las siguientes perspectivas como un intento de recuperar el valor de la mortificación en el mun­do moderno.

a) La mortificación implica renunciar a una cosa buena para hacer una cosa mejor.

En este sentido, es «ascetismo funcional», para usar una frase de Karl Rahner (Sobre la te­ología de la abnegación, en Escritos de Teología III, 61-71). La mortificación es siempre por algo o alguien. Es «por mi causa y por el evangelio». Renunciamos a cosas buenas, no porque cree­mos que son malas. Sabemos que son buenas y aún así renunciamos a ellas, porque queremos algo mejor. Uno puede decidir cortar con el ta­baco porque quiere gozar de buena salud, o re­ducir o abstenerse de beber porque quiere te­ner una mente clara y poseerse a sí mismo al pensar, al juzgar y al actuar. Uno puede abrazar el celibato para «ser libre para el Señor» o para dedicarse a sí mismo o a sí misma exclusiva­mente al servicio del Reino allí donde el Señor le llame a ir, o para entregarse a una vida de oración. Uno puede renunciar a las posesiones materiales porque quiere compartir con los po­bres o porque quiere entrar en solidaridad con los pobres compartiendo su suerte. Uno puede renunciar a su libertad de escoger lo que quie­ra hacer porque escoge vivir en comunidad y unirse a otros en una vida común y en un pro­yecto común. En este sentido, el auténtico fin de la mortificación es escoger y construir su pro­pia personalidad.2

b) La mortificación implica reconocer nuestras metas y canalizar nuestras limitadas energías pa­ra alcanzarlas.

No podemos hacerlo todo en la vida. Somos realmente muy limitados. Es rara la persona que puede ser un gran pianista, o una estrella en ba­loncesto, o un actor maravilloso. Nadie abarca to­das estas cosas al mismo tiempo. Todas reclaman su tiempo, práctica, trabajo disciplinado. El tiem­po que se necesita para ser un gran pianista lu­cha contra el tiempo necesario para ser una es­trella en baloncesto o un doctor famoso.

Por consiguiente, es imperativo que la per­sona conozca cuáles son sus metas y que se en­tregue de un modo disciplinado a conseguirlas. Por esto es por lo que Jesús dice que nadie pue­de ser su seguidor a no ser que renuncie a casa, padre, madre, hermano, hermana, todas las co­sas, «por mi causa y por el evangelio». Si nues­tra primera meta es seguir a Jesús, entonces nuestro apego a todas las cosas debe ser modi­ficado a la luz de esta meta.

c) La mortificación es también «entrenarse para la muerte», por usar otra expresión de Karl Rahner (ib. 68-69).

Nosotros experimentamos la muerte como oscuridad. Es la renuncia definitiva. Nos pide ir­nos de la vida, nuestra posesión fundamental. La limitación que experimentamos como criaturas nos reta una y otra vez a abandonar una cosa pa­ra poder perseguir otra más decididamente. So­lamente la persona que está práctica en este arte será capaz de ponerse a sí misma en las ma­nos del Padre en un acto de resignación final, co­mo hizo Jesús: «Padre, en tus manos pongo mi espíritu» (Le. 23, 46). Una cristología «ascenden­te» (cf. el artículo sobre la sencillez) pone de relieve la lucha que Jesús experimentó en su ago­nía y nos llama a entrar con él en ella.

d) A la luz de lo que se ha dicho arriba, per­mítaseme mencionar algunas formas modernas que puede tomar la mortificación. La lista no es en modo alguno exhaustiva; al contrario, el autor espera que el lector encuentre en ella un estí­mulo para pensar en otras formas.

  1. Estar pronto para responder a las necesi­dades de la comunidad religiosa propia y las del pueblo de Dios, particularmente aceptando los destinos. Las llamadas del pueblo de Dios son muy importantes. Nuestras propias dotes y talentos también lo son. Muchas comunidades re­ligiosas modernas intentan ajustar las llamadas a las cualidades y talentos de sus miembros indi­viduales. En este contexto, es imperativo para nosotros dejarnos desafiar. Con frecuencia, las res­puestas a los retos sacan de nosotros recursos de cuya existencia no éramos conscientes.
  2. Ser fiel a los deberes del estado de vida pro­pio, anteponiéndolos cuando hay conflicto entre ellos y otras cosas más agradables. Esto es más difícil de lo que puede parecer a primera vista. Es muy importante saber cuáles son los valores cen­trales en nuestra vida: apostolado, oración, co­munidad, estudio, etc. La experiencia nos enseña que éstos frecuentemente son menos atractivos que otras opciones, especialmente a la larga, y sobre todo si las otras opciones nos ofrecen gratificaciones más inmediatas. Los tiempos mo­dernos tienden a despreciar una gratificación retardada. Opciones como mirar la TV pasiva­mente o gastar grandes cantidades de tiempo con compañeros agradables pero que no nos cuestionan (lo que comúnmente se llama hoy «compañerismo protector») puede fácilmente dis­traernos de los valores centrales de nuestra vida.
  3. Trabajar duro, como lo hacen los obreros. Mucho del trabajo al que los religiosos están comprometidos no está estructurado. Nuestro tiempo es nuestro para ser usado con responsa­bilidad. Hacer esto exige disciplina. Se puede des­perdiciar mucho tiempo.
  4. Levantarse pronto por la mañana para ala­bar a Dios y fortalecer a nuestros hermanos y/o hermanas uniéndonos a ellos en la oración. S. Vi­cente reflexionó mucho sobre esto. Estaba con­vencido de que, sin oración (y sin levantarse pron­to para ella), su comunidad no podría continuar existiendo. Es importante orar de un modo dis­ciplinado, dedicarle tiempo diariamente, y ayudar a los demás en el empeño.
  5. Ser sobrios en obtener o aceptar bienes materiales, como ropa, o dinero, u otras cosas; en otras palabras, llevar un estilo de vida senci­llo. Esto es lo que Karl Rahner llama «ascetismo del consumidor». Este ascetismo es muy difícil en nuestra sociedad y muy diferente de lo que la sociedad nos hace propaganda de que hagamos. El mundo moderno nos dice una y otra vez en sus anuncios que siempre es bueno tener más.
  6. Ser disciplinados en comer y beber, en evi­tar toda ansiedad o queja acerca de lo que come­remos o beberemos. Aquí la clave está en la mo­deración. Es bueno evitar ser obsesivos acerca de la comida. S. Vicente se ponía fuerte en este pun­to. Recomendaba también no comer entre comi­das. Ésta puede ser todavía una buena práctica de ascesis como una ayuda para mantener el propio peso y estar en una buena condición física.
  7. Empleo de la moderación y el sentido crí­tico en el uso de la televisión, radio, cine y otros medios. Hay mucha pérdida de tiempo en el mun­do moderno. Hay muchos entretenimientos pa­sivos. Se traga sin sentido crítico mucha violen­cia y licencia sexual. Una de las consecuencias de esto es que la vida de mucha gente intenta parecerse a la de los personajes que ven en los seriales. Lo que metemos en nosotros por los sentidos, especialmente si es con una dieta prolongada, inevitablemente influye en nuestra conducta poco a poco.
  8. Ser parco en pedir privilegios o ser la ex­cepción de lo que es norma. Las normas son pa­ra el bien común. En las comunidades religiosas modernas se hacen después de muchas consul­tas. Normalmente, son también poco numera sas. Es útil para el bienestar común que seamos cumplidores de las pocas normas que tenemos.
  9. Oídos sordos a las palabras críticas y que puedan dividir. Esto puede ser una gran ayuda para la caridad. S. Benito decía que la murmu­ración era el mayor vicio de los monasterios. S. Vicente pensaba algo semejante. Es una norma saludable prestar oídos sordos a las palabras crí­ticas a no ser que las digamos constructiva­mente a aquellos que puedan hacer algo acer­ca de ellas.
  10. Tratar igualmente con aquellos que nos son menos agradables que con los que nos son más atractivos. Esta es una gran ayuda para la vi­da común. Somos hermanos y hermanas en el Se­ñor. Naturalmente, seremos siempre más afines a unos que a otros. Es importante tener buenos, íntimos amigos. Pero es igualmente importante no excluir a los otros de nuestra compañía y te­ner amistades abiertas que permitan a los otros entrar en ellas.
  11. Ofrecer generosamente nuestro tiempo para participar en los procesos modernos de to­ma de decisiones (e. g. reuniones, cuestionarios, cartas de consulta). Esto forma parte importante del ascetismo moderno. Es, como algunos dicen, el «moderno cilicio». Parte de la obediencia de hoy es participar (cf. el artículo sobre la humil­dad). No es simplemente un lujo. Ni es privile­gio de unos pocos. Todos están llamados a participar en la toma de decisiones y en una obediencia responsable. Se nos ruega expresar nuestros puntos de vista abiertamente. Es gas­tar tiempo y, a veces, penoso. Como tal, es una mortificación para muchos.
  1. Margarita Myles afirma: «El ascetismo es una de las corrientes menos entendidas y más rechazadas uni­versalmente del cristianismo histórico» Cf. Practicing Ch­ristianity. Critica! Perspectives for an Embodied Spirituality, NY 1988, p. 94.
  2. Cf. Myles, o. c. 96-97: «La misma energía que origi­nalmente organizó el proyecto personal del sexo, poder, y posesiones puede ser removida de la socialmente condi­cionada personalidad y colocada en la personalidad religio­sa… El auténtico fin de las prácticas ascéticas no consiste entonces en»abandonar» objetos, sino en reconstruir la per­sonalidad»

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