1. Orígenes y desarrollo
El origen de la Compañía de las Hijas de la Caridad de San Vicente de Paúl lo encontramos en las cofradías de la Caridad que había fundado San Vicente en 1617 y se habían extendido por muchos pueblos y pequeñas ciudades de provincias. La gran preocupación de Vicente de Paúl fue solucionar las necesidades de los pobres arrancándoles de su pobreza. Con este fin fundó las Caridades y las Hijas de la Caridad. En 1629 se fundó una Caridad en la parroquia de San Salvador de París. En pocos años la mayoría de las parroquias de la capital tenían su Caridad. Sin cambiar su fin ni su naturaleza las Caridades evolucionaron desde 1630 hasta recibir una nueva fisonomía apropiada a la realidad señorial de París. Las señoras de los pueblos asistían personalmente a los pobres enfermos no sólo con el consuelo espiritual sino también en los trabajos materiales aunque fueran pesados y burdos. Sin embargo las señoras de París eran de categoría más noble; les parecía que hacer ciertos trabajos humildes desdecía su prestigio además de sentir la oposición de sus padres o esposos y se los encomendaban a sus criadas. La conclusión era que los pobres no estaban atendidos como pensó San Vicente.
Un día se presentó a San Vicente Margarita Naseau una vaquera que deseaba servir a los pobres por vocación. A ella se unieron otras muchachas con la misma ilusión. Luego se presentaron más jóvenes y San Vicente se las entregaba a Santa Luisa de Marillac para que las preparara para el servicio y las colocara en las Caridades que las necesitaban. La llegada de estas jóvenes solucionó el problema y tranquilizó a las señoras.
Al aumentar el número de estas jóvenes aparecieron otras deficiencias que necesitaban solución: las jóvenes vivían en pisos alquilados en cada lugar de trabajo y se relacionaban con las Señoras de su parroquia, pero no entre ellas; no formaban grupo ni tenían organización interna ni se les podía dar una formación continua. Esta situación facilitaba el abandono; tampoco quedaban jóvenes como en reserva para sustituir a las que se iban o a las enfermas o para enviarlas a nuevas Caridades.
La relación de estas chicas con Luisa se hizo estrecha y amistosa. Luisa pensó fundar con ellas una Congregación religiosa, pero San Vicente lo rechazó de plano, pues ser religiosa equivalía a encerrarse en clausura y con la clausura se acabó el servicio a los pobres. No obstante los dos santos idearon crear con estas jóvenes un grupo autónomo dentro de las Caridades, como seglares. Después de varias conversaciones entre ellos y de correcciones, el 29 de noviembre de 1633, se inició la primera comunidad de Hijas de la Caridad (N. Gobillon, Vida de la Señorita Le Gras, CEME, Salamanca 1991, 75). Como las Caridades de otras parroquias, pertenecían al grupo de Caridades de Vicente de Paúl, con la diferencia de tener por Director al mismo Vicente y no al párroco, tener como casa de referencia el piso donde vivía Santa Luisa cerca de la parroquia de San Nicolás de Chardonnet, llevar vida comunitaria, siempre que fuera posible y poner en común el fruto de su trabajo.
No cabe duda que para fundar la Compañía tanto San Vicente como Santa Luisa recibieron del Espíritu Santo un carisma especial. Hubo un solo carisma en dos personas, o lo que es lo mismo, los dos santos recibieron el mismo carisma y fueron los fundadores de la Compañía por igual. Pronto redactó Luisa un proyecto de Reglamento y un Orden del día para las primeras Hijas de la Caridad (SL. E 30, 31). En ellos se dibujaba la organización interna y un embrión de vida comunitaria que año tras año la harían realidad.
A la par que se extendían las Caridades aumentaba el número de Hijas de la Caridad. Las necesitaban para los servicios desdeñables. No había Caridad que no las pidiera. En estos años únicamente hay Hijas de la Caridad en función de las Caridades de Señoras. Parece como si toda la sociedad se preocupase del florecimiento de esta nueva Caridad: eclesiásticos, padres Paúles señoras de las Caridades y las mismas Hijas de la Caridad. Varios eran los motivos: el amor sincero a los pobres, la preocupación de ayudar a muchas chicas pobres que deseaban consagrarse a Dios pero no lograban obtener la dote que necesitaban para vivir en un convento, pues las plazas de hermanas legas eran pocas; y la ilusión y el contento de las jóvenes en su nueva forma de vida, que contagiaban a otras compañeras. No se pueden negar otros motivos bastardos en las jóvenes o en las personas que las enviaban: curiosidad y el atractivo que despertaba visitar París, encontrar trabajo en alguna casa de nobles o burgueses, no exigir dote, ser una cofradía sin trámites difíciles para entrar o salir, la novedad y curiosidad de algo nuevo en la Iglesia; también, sin desdeñarlo como válido, ser una cofradía moderna, con fines actuales, carisma sencillo y con una organización moderna y original.
A los ocho meses había ya 12 Hijas de la Caridad. Durante los dos primeros años ni San Vicente ni Santa Luisa tenían ideas claras sobre lo que pretendían con aquella agrupación. Ciertamente querían algo más que una simple cofradía de personas piadosas, pero aún no tenían claro en qué consistía ese algo más. Antes de 1636 era muy poco lo que exigían a las chicas para entrar: salud y capacidad para poder trabajar por los pobres, una sicología normal y «buen espíritu y buena voluntad». Luisa, guiada por San Vicente, intentó inculcarles un embrión de vida comunitaria y unos principios elementales de convivencia y testimonio; enserñarles a leer, escribir, coser y hacer ganchillo, a cocinar y a cuidar a los enfermos.
De cofradía a Compañía
En mayo de 1636 se realizó un cambio en esta Caridad: a las candidatas se les exigió una vocación divina y se estableció una especie de noviciado de unos pocos meses. Para mejor realizarlo se trasladaron a vivir a un pueblo cercano a París, la Chapelle, para recibir más fácilmente el espíritu de sirvientas y la vida pobre, humilde, sencilla y laboriosa de las campesinas (IX, 91-103 Conf. del 25 de enero de 1643). En 1639 el cambio se había consolidado. Las Hijas de la Caridad se presentan como una Compañía bien organizada e independiente de hecho, aunque no jurídicamente, de las Damas de la Caridad. Tres hechos lo atestiguan: la dirección de la obra de los niños abandonados, dos cartas de Luisa de Marillac y la instalación de las Hijas de la Caridad en el Gran Hospital de Angers, convirtiéndose también en hospitalarias y no sólo al servicio de las Caridades.
Los fundadores iban viendo que las Hijas de la Caridad se convertían en una Compañía y la organizaron con esa mentalidad: redactaron reglamentos que eran como unas Reglas privadas, con un ideario y un horario; procuraron que cada comunidad tuviera un director espiritual; establecieron las Visitas Canónicas, realizadas siempre por los misioneros paúles, y las Regulares, llevadas por una Hija de la Caridad. Más interesante resulta la novedad de los votos para una asociación secular. En 1640 Vicente de Paúl, de acuerdo con Luisa de Marillac, logró que las Hijas de la Caridad desearan hacer los votos. Vicente los concedió; ciertamente votos privados no públicos, para no ser religiosas, lo que las obligaría a la clausura y las impediría servir a los pobres. El 25 de marzo de 1642 Luisa de Marillac y otras cuatro Hijas de la Caridad hicieron los votos perpetuos y privados. No era obligatorio hacerlos para ser Hija de la Caridad; con el tiempo se quitaron los votos perpetuos y quedaron únicamente los votos anuales que se renovaban cada 25 de marzo. (IX, 32-43 Conf, 5 y 19 de julio de 1640; SL. c. 354, 368).
Hacia 1641 Vicente de Paúl se veía impotente para dirigir como debiera a las Hijas de la Caridad y nombró un delegado, el Director General, una figura que enriquece las estructuras de la Compañía y le da una marca especial y exclusiva. En 1646 Vicente de Paúl y Luisa de Marillac completaron la organización de la Compañía. A primeros de 1646 Vicente nombró una Asistenta de Luisa y por la primavera nombró a otras dos ayudantes o consejeras; finalmente en junio creó los Consejos, corrientes en las Instituciones religiosas. Se tendrían cada semana presididos por él o por un misionero paúl. Al Consejo asistían Vicente de Paúl y otro misionero, Luisa de Marillac y tres consejeras, pudiendo convocar a una Hermana antigua. Es decir: El Superior General, la Superiora General, el Director General y las Consejeras, como hoy en día. Desde el otoño de 1641 la Casa General se había instalado en la parroquia de San Lorenzo, cerca de San Lázaro, residencia de Vicente de Paúl. (X, 731-742)
Aprobación fallida de la Compañía
Desde 1639 la Compañía era independiente de hecho de las señoras de las Caridades. Desde 1640 los Fundadores habían ido dando a la Compañía una organización y unas estructuras que la asemejaban en algo a las congregaciones religiosa, en algo a las cofradías seculares y en algo sencillamente a grupos de seglares: tenían un Superior General, Vicente de Paúl, y un Director General, el P. Portail, que ayudaba al Superior y le substituía en algunas circunstancias; tenían una Superiora General, Luisa de Marillac, y una Asistenta que la aliviaba de pequeños trabajos y hacía sus veces, cuando se ausentaba, había tres consejeras, de las cuales una era Ecónoma, y estaba establecido el Consejo. La Casa donde vivía Luisa se había convertido en centro de irradiación hacia dentro y hacia fuera.
Las Hijas de la caridad tenían la posibilidad de hacer los votos, aunque privados; vivían en comunidad y cada comunidad estaba animada por una Hermana Sirviente o superiora local, que era la última responsable de la marcha de la comunidad. Tenían Reglamentos y organizadas las Visitas Canónicas y Regulares. El fin de la Compañía estaba bien definido: «Honrar la caridad de Nuestro Señor, patrón de la misma, asistiendo a los pobres… corporal y espiritualmente» (X, 698s). También tenían claro el espíritu con que debían servir a los pobres: el mismo espíritu con que los sirvió Jesucristo: humildad, sencillez y caridad. Su vocación encerraba un carisma muy especial: los pobres eran sus amos y señores, y ellas sus sirvientas. Si al estar en oración se presentaba una necesidad urgente de un pobre, debían dejar la oración para acudir en su socorro, pues era dejar a Dios por Dios. Este carisma les daba una novedad desconocida hasta entonces: «Las Hijas de la caridad tendrán por monasterio las casas de los enfermos y aquella en que reside la superiora, por celda un cuarto de alquiler, por capilla la iglesia de la parroquia, por claustro las calles de la ciudad, por clausura la obediencia, sin que tengan que ir a otra parte más que a las casas de los enfermos o a lugares necesarios para el servicio; por rejas el temor de Dios, por velo la santa modestia, y no hacen otra profesión para asegurar su vocación más que por esa confianza continua que tienen en la divina Providencia, y el ofrecimiento que le hacen de todo lo que son y de su servicio en la persona de los pobres; por todas estas consideraciones deben tener tanta o más virtud que si fueran profesas en una orden religiosa, por eso procurarán portarse en todos esos lugares por lo menos con tanta modestia, recogimiento y edificación como las verdaderas religiosas en su convento» (IX. 1178s conf. 24 de agosto de 1659)
En 1646 los fundadores pensaron que, sin peligro de confundirlas con religiosas, podían pedir al Arzobispo de París que erigiese a las Hijas de la Caridad en asociación independiente de las Cofradías de la Caridad. Hubo entonces disparidad de criterios entre San Vicente y Santa Luisa: Vi cente de Paúl pretendía que la nueva Compañía quedara bajo la autoridad del Arzobispo de París, tanto en el servicio externo como en la dirección interna, para lograr mejor la aprobación y contentar, además, a los misioneros paules; Luisa, por el contrario, insistía en que la dirección y organización de la Compañía tenía que depender del Superior General de la Congregación de la Misión, para ser, así, mejor aceptadas en otras diócesis, para que cada obispo no las dirigiera a su manera, y para que las pobres aldeanas fueran dirigidas por unos sacerdotes que tenían su mismo fundador, su mismo espíritu e idénticos fines y carisma. Luisa prefería suprimir á asociación si no dependía totalmente del Superior General de la Congregación de la Misión (II, 467-470; XI, 392s conf. de 6 de diciembre de 1658 a los misioneros; SL. c. 133).
A pesar de todo, San Vicente pensó que su mentalidad se acomodaba mejor a los decretos del Concilio de Trento sobre las cofradías y a la Constitución «Quaecunque» de Clemente VIII y puso la Compañía bajo la autoridad del Arzobispo de París. El 20 de noviembre de 1646 el arzobispo coadjutor de París, Juan Francisco Pablo de Gondi aprobó la Compañía. También fue aprobada por el rey, pero no fue registrada en el Parlamento; sin esto ninguna aprobación tenía valor civil (III, 54-57; X, 698s).
Aprobación definitiva de la Compañía
Las fundaciones de las Hijas de la Caridad aumentaron rápidamente y la Compañía se extendía por las regiones de Francia; había llegado a su madurez y convenía tener de una manera estable y definitiva la aprobación eclesiástica y civil, pero sometida enteramente a la autoridad del Superior General de la Misión y de sus sucesores. Se tropezaba con la desconfianza del Procurador General: le extrañaba esta nueva clase de congregación, en realidad ni religiosas ni cofradía. No comprendía totalmente la naturaleza de los votos y temía las ideas, si no revolucionarias sí subversivas: mujeres sin dote para vivir, muchachas pobres dirigiendo obras, igualdad entre ellas para ser elegidas sin tener en cuenta la categoría social y familiar, el pobre es el centro de la sociedad, etc. Seguramente por este motivo se atrasó registrar en el Parlamento las Cartas patentes del rey y seguramente por los disturbios de la Fronda en el Parlamento y en todo París se perdió la documentación. Hubo que comenzar de nuevo todo el proceso de aprobación. Luisa de Marillac se aprovechó de esta circunstancia para lograr que Vicente de Paúl asumiera sus ideas e hiciera la súplica según le pedía la Santa.
En 1655 habían cambiado varias cosas. Una de ellas era que Juan Francisco Pablo de Gondi, conocido como Cardenal de Retz, era ya Arzobispo de París. Otra, que Gondi, fugado de la cárcel del Cardenal Mazarino, se había cobijado en Roma, en casa de los misioneros, contra la voluntad de Mazarino. Gondi, agradecido, firmó la aprobación como había insistido Luisa de Marillac: el arzobispo confiaba y encomendaba el gobierno y la dirección de la Compañía a Vicente de Paúl y a sus sucesores en el cargo de superiores generales de la Congregación de la Misión (X, 698s; 711-714) bajo la autoridad del Arzobispo de París y sus sucesores (18 de enero de 1655). El 8 de agosto se hizo la erección o fundación oficial de la Compañía de las Hijas de la Caridad. Firmaron Vicente de Paúl, Luisa de Marillac y 40 Hermanas, luego se citan a otras 101 Hijas de la Caridad (X, 714-717). Dos años más tarde (noviembre de 1657) el rey Luis XIV dio las Cartas Patentes de aprobación civil y al mes siguiente las registraba el Parlamento (X, 721-728).
Esta aprobación definitiva contenía un punto vulnerable: que los superiores de la Misión ejercían el gobierno de la Compañía por concesión del Arzobispo de París y bajo su autoridad; y lo que habla concedido un arzobispo podía negarlo un sucesor. Aún más: las Hijas de la Caridad estaban establecidas en varias diócesis de Francia y en Polonia, ¿aceptarían los diferentes obispos la autoridad del arzobispo de París? Todo se resolvió con la aprobación pontificia concedida el 8 de julio de 1668 por el Cardenal Luis de Vendóme, legado «a latere» del Papa Clemente IX (Collection…, vol. II, p. 33; Meyer-Huerga, Una institución singular. El superior general de la CM y de las HC, CEME, Salamanca 1974, p. 209-212). Aprobar la Santa Sede las Constituciones de 1954 y 1983 ha . significado igualmente aprobar la Compañía de una manera definitiva.
II. Organización jurídica de la Compañía
Secularidad y votos
Las Hijas de la Caridad no son religiosas, son seculares. El CDC las sitúa en las sociedades de vida apostólica (Libro II, Parte III, Sección II, c. 731). Siempre han sido seculares (C. 1. 9). La gran preocupación de los fundadores fue que no se convirtieran en religiosas, como les acaeció a las Hijas de Santa Maria (IX, 731 conf. 8 de agosto de 1655). Constantemente se lo recordaban a las Hermanas. Ser religiosas implicaba obligatoriamente la clausura y la clausura impedía el servicio años pobres en medio de la sociedad. El 25 de marzo de 1584, en la Constitución «Ascendente Domino», el papa Gregorio XIII determinaba que sólo los votos públicos constituyen canó nicamente el estado religioso. Y los votos son públicos, aún hoy día, si se emiten entre los manos de un superior y los recibe en nombre de la Iglesia. De ahí el tiento que pusieron los fundadores para que ni las Hermanas ni la jerarquía ni nadie tomarán los votos de las Hijas de la Caridad como votos públicos; son privados como los que puede hacer «una mujer piadosa en el mundo» (IX, 498; SL c. 293; C. 2. 5; CDC c. 607, 29.
Desde 1642 hasta hoy las «Hijas de la Caridad hacen cuatro votos: castidad, pobreza, obediencia y servicio de los pobres. Para hacerlos válidamente, además de las condiciones requeridas por el derecho común, necesitan la de ser autorizadas para ello por el Superior General». «Las Hermanas emiten los votos por primera vez entre los cinco y los siete años de vocación», por un año y los renuevan todos los años en la fiesta de la Anunciación del Señor. «Sólo el Sumo Pontífice y el Superior General pueden dispensar a las Hijas de la Caridad de sus votos». La emisión de los votos se hace en la Santa Misa, la primera vez en voz alta y la renovación en voz baja (C. 2. 5).
En tiempo de los fundadores los votos no eran obligatorios para ninguna Hija de la Caridad. Las Hermanas que deseaban hacerlos tenían obligación de pedir, por medio de Luisa de Marillac, la superiora, la aprobación de Vicente de Paúl, como superior de la Compañía. Algunas Hermanas recibían autorización de hacerlos por toda la vida y otras anualmente. Desde 1651 se generalizó la costumbre de hacer votos anuales, con el objetivo de recalcar que eran votos privados y que las Hijas de la Caridad eran seculares. Se quería asimismo infundir en las Hermanas el sentido de sacrificar la libertad y manifestar la entrega cada año, ya que el servicio de los pobres en medio de la sociedad era difícil y sujeto a muchas tentaciones. Sin olvidar la inestabilidad de las Hermanas en los primeros tiempos. En tiempo de Vicente de Paúl había Hermanas sin votos, Hermanas con votos perpetuos y Hermanas con votos anuales, pero todas eran Hijas de la Caridad por igual, ya que el ser Hija de la Caridad lo constituye el momento de la entrega, cuando entran en el Seminario Interno [noviciado].
Desde siempre las Hijas de la Caridad se han considerado consagradas y lo están, pero no por votos sino por y en el momento de la entrega al entrar en el Seminario Interno. No es una consagración canónica [según el CDC c. 573 ss], pero sí eclesial, por haber sido aceptadas por la Iglesia tanto la Compañía como las Constituciones.
Según los Estatutos de la Compañía, publicados en 1718 por el Superior General P. Bonnet, queda establecido el uso de hacer los votos para todas las Hijas de la Caridad, pero con cierta flexibilidad. Ciertamente desde 1801 hay obligación de hacer los votos y renovarlos cada año para permanecer en la Compañía.
La secularidad de las Hijas de la Caridad es una exigencia del fin de la Compañía: servir a cualquier clase de pobre, de cualquier lugar y a cualquier hora. Nada puede existir en el derecho particular que se lo impida, a no ser las normas de la prudencia cristiana. Es una característica de las Hijas de la Caridad atender todas las pobrezas de los pobres. Las primeras Reglas, las de San Vicente, lo expresaban así: «Pensarán frecuentemente que el fin principal para el que Dios las ha llamado y reunido es para honrar a Nuestro Señor, su Patrón, sirviéndole corporal y espiritualmente en la persona de los pobres, ya como niño, como necesitado, como enfermo o como prisionero» (RSV, n2 1). Es lo mismo que dicen las Reglas Comunes (Cp. I, ng 1) que publicó el P. Jolly en 1672.
En 1633 las Hijas de la Caridad comenzaron con las visitas domiciliarias y las escuelas gratuitas, asumieron después los orfanatos (1638), los hospitales (1639), los presos (1640), los ancianos en 1653 y este mismo año, por primera vez en la historia, atendieron a los soldados heridos cerca o en el mismo campo de batalla; en 1655 se encargaron de los contagiosos y enfermos mentales, y en 1657 de los marginados.
En realidad las Hijas de la Caridad es la primera institución femenina secular, sin clausura ni votos públicos. Frecuentemente San Vicente repetía a las Hermanas que su modo de vivir y de servir a los pobres era una novedad en la Iglesia, bien por no tener clausura, bien por atender a toda clase de pobres, bien por ir de casa en casa atendiendo a los enfermos, bien cuidando a los soldados heridos en hospitales militares.
Antes que San Vicente ya lo habían intentado otras instituciones religiosas, pero no lo habían logrado. Habían terminado por desaparecer, ser suprimidas o convirtiéndose en religiosas. Así las beguinas, las ursulinas, las Damas Inglesas de Maria Ward, etc. Especial significado tienen las Hijas de Santa María lvisitandinas1 de San Francisco de Sales, que se sintió fracasado al verse obligado por él mismo a dar votos públicos a sus hijas y a enclaustrarías, convirtiéndolas en religiosas. San Vicente consideró a las Hijas de la Caridad como «las sucesoras» de las visitandinas (IX, 731 conf. 8 de agosto de 1655).
Reglas Comunes
El primer reglamento, que no Reglas -ya que eran tan sólo una cofradía- fue escrito por Santa Luisa en 1634 (E 30, 31); ligerísimamente retocado por San Vicente fue el que éste explicó a las Hermanas en julio de 1634. En 1640 San Vicente redactó un Reglamento para la comunidad del Gran Hospital de Angers, que fue la base de las futuras Reglas Comunes. Tanto en 1646 como en 1655, al pedir la aprobación de la Compañía al Arzobispo de París, incluyó un Reglamento que Santa Luisa había corregido. Son las Reglas Comunes que explicó Vicente de Paúl a las Hijas de la Caridad desde el 17 de setiembre de 1658 hasta el 11 de agosto de 1659. A pesar de ello, cada servicio tenía su reglamento particular. Las Reglas comunes de San Vicente sólo se conservan en manuscrito, nunca fueron publicadas. El sucesor de San Vicente, Renato Alméras (1660- 1672), las ordenó en capítulos y, con pequeñas modificaciones de redacción, las publicó en 1672 el tercer Superior General, Edmundo Jolly (1672- 1697). Mucho contribuyó a la publicación la Superiora General Maturina Guérin. Las Hijas de la Caridad también tenían Estatutos internos en tiempo de San Vicente, pero sólo se conocen los que publicó el P. Bonnet en 1718.
Tanto las Reglas Comunes de 1672 como los Estatutos de 1718 estuvieron vigentes hasta 1954. Este año la Sagrada Congregación de Religiosos dio a la Compañía unas Constituciones acomodadas al CDC, publicado en 1917. Resalta, por ello mismo, un carácter jurídico.
Siguiendo las directrices del concilio Vaticano II, la Asamblea General (1968-1969) de las Hijas de la Caridad redactó unas Constituciones y Estatutos enteramente nuevos «ad experimentum». En la Asamblea General de 1974 se retocaron, y en la Asamblea General de 1980 se redactaron las Constituciones y Estatutos definitivos, aprobados y publicados en 1983. En 1985 se añadieron nueve puntualizaciones acordes con el CDC, publicado en 1983.
Exención
Las Hijas de la Caridad han sido la única sociedad femenina sin votos religiosos de derecho pontificio, y la única comunidad femenina no-religiosa verdaderamente exenta. ¿Cómo se llegó a esta exención?
Desde su fundación en noviembre de 1633 hasta 1646, o mejor aún, hasta 1655, la Compañía no fue exenta en ningún sentido. Jurídicamente era una sección de las Caridades parroquiales, y como asociación o cofradía de caridad estaba completamente sometida al ordinario de lugar. Desde 1655 hasta 1668, tampoco las Hijas de la Caridad eran exentas, ya que, si el señor Vicente ejercía cierta potestad doméstica en el régimen interno, lo hacía por delegación del Arzobispo de París.
Con la aprobación pontificia de 1669 hasta 1946 fueron exentas, no en cuanto fieles cristianas, sino en cuanto Hijas de la Caridad, pues eran miembros de una Compañía de derecho pontificio con régimen interno reservado al Superior General de la CM. Todo el régimen interno y hasta la organización de las obras externas están bajo la autoridad del Superior General. Es decir, gozaban de una exención superior a la que el c. 618 del antiguo CDC concedía a las congregaciones de derecho pontificio y no menor a la que concedía a la Ordenes Femeninas.
El 12 de agosto de 1946 el papa Pío XII concedía expresamente el privilegio de la exención a la Compañía de las Hijas de la Caridad, dando al Superior General de la CM. la doble potestad dominativa y de jurisdicción; es decir, no sólo en cuanto miembros de la Compañía, sino también en cuanto miembros de la Iglesia. Privilegio confirmado en las Constituciones de 1954 (Art. 1, III). Igualmente y como algo centenario, las Constituciones de 1983 afirman la exención de la Compañía (C. 1. 13) y la doble potestad dominativa y de jurisdicción del Superior General (C. 3. 27).
Superior General
Luisa de Marillac tenía una visión firme sobre las estructuras de la Compañía. Su terquedad convenció a San Vicente de poner la Compañía bajo la autoridad del Superior General de la CM. Las Hijas de la Caridad tenían que estar enteramente bajo la autoridad de Vicente de Paúl y de sus sucesores, los Superiores Generales de la Misión. Facilitaría el desenvolvimiento de la Compañía y la seguridad en las Hermanas, ya que los dos institutos tenían el mismo fundador, los mismos fines e idénticos carisma y espíritu; ante la jerarquía eclesiástica desaparecerían las sospechas que ocasionaría tener a una mujer como Superiora General. Dada la situación marginada de la mujer durante muchos siglos, Luisa pretendía una Compañía más audaz aún, y logró igualmente convencer a Vicente de Paúl, aunque no se realizó en el futuro: hacer de los dos institutos una sola congregación, con autonomía cada uno de ellos, no obstante. Pedía que la Compañía estuviera agregada a la Congregación de la Misión, para vivir en profundidad el mismo espíritu (SL. c. 374, E 33, 53).
Al aprobar la Compañía en 1668, el Cardenal de Vendóme concedió «in perpetuum» al Superior General de la CM. la plena potestad dominativa en el fuero interno de la Compañía. Posteriormente el papa Pío VII confirmo, en 1804 para toda la Compañía, la autoridad del Superior General, y en 1818 con más claridad, si cabe, para las Hijas de la Caridad de España. En 1946 la Sagrada Congregación de Religiosos comunicó al Papa que consta a lo largo de la historia la autoridad del Superior General. Las Constituciones de 1954 admiten la doble potestad del Superior General (Art. 1, III1, asimismo las Constituciones de 1983 (C. 1. 14, 3. 27):
Preside el Consejo General por sí, por el Director General o por un delegado, convoca y preside la Asamblea General, es el intérprete práctico de las Constituciones, es de su competencia todo lo relacionado con los votos, las Hijas de la Caridad, aun la Superiora General hacen voto de obedecerle. Por los Estatutos él es quien puede constituir, dividir o suprimir las provincias, con el consentimiento de la Superiora General y su Consejo, nombra a las Visitadoras y consejeras, y confirma a la ecónoma y secretarias provinciales, a las Hermanas Sirvientes y a las responsables de formación; hace las Visitas Canónicas por sí o por un delegado, permite a las Hermanas disponer de sus bienes personales en cuantía grande, vela por los bienes de la Compañía, etc.
Desde los comienzos el Superior General nombró un Director General, que hacía sus veces, y Directores provinciales para cada Provincia.
La Superiora General ejerce, en una frase, todo el gobierno inmediato de la Compañía (C. 1. 15), ayudada por el Consejo General, y tiene autoridad inmediata sobre todas las Provincias, casas y Hermanas (C. 3. 29). Las Hermanas le prestan obediencia.
III. Expansión
A la muerte de los fundadores (1660) la Compañía contaba entre 160 y 180 Hijas de la Caridad en unas 60 comunidades; todas en Francia, excepto una en Polonia. Servían en 74 centros de beneficencia. El sucesor de San Vicente, Renato Alméras (1660-1672), afianzó la obra, logrando la aprobación pontificia de la Compañía por medio del cardenal Luis de Vendóme, legado «a latero» del papa Clemente IX (1668), y preparando la publicación de las Reglas Comunes, editadas después de su muerte por el tercer Superior General, Edmundo Jolly (1672-1698). Durante el generalato del P. Jolly la Compañía se desarrolló de una manera sorprendente, desconocida en cualquier otra congregación femenina. Se abrieron 128 establecimientos nuevos. Una parte importante del desarrollo le pertenece a la labor eficaz de Maturina Guérin, que había sido secretaria de Santa Luisa de Marillac, y fue Superiora General durante siete trienios. Tan sólo en los ocho años del P. Pierron (1698-1706) se abrieron 37 casas y el Director General, P. Henin, publicó la Instrucción sobre los votos para que las Hijas de la Caridad conocieran la peculiaridad de sus votos y se prepararan tanto para la emisión por primera vez como para la renovación anual. El P. Bonnet (1711-1736) durante muchos años pudo estructurar y organizar la Compañía de acuerdo con los nuevos tiempos. Le dio o sistematizó o fijó una serie de organismos que habían experimentado con éxito las congregaciones masculinas: Asamblea General, tiempos cíclicos de las Visitas Canónicas y Regulares, y reglamentos para los diferentes servicios de las Hermanas. Al terminar su generalato, las Hijas de la Caridad estaban en Francia [19 provincias] y en Polonia. Eran aproximadamente 1600 Hermanas en 300 casas.
En 1790, en plena Revolución francesa, llegaron las Hijas de la Caridad a España. Es ya una Compañía numerosa: 4. 300 Hermanas y 451 comunidades, pero casi la totalidad están en Francia: 4. 000 Hermanas y 430 casas. Por ello, cuando en 1792 fueron suprimidas en Francia todas las corporaciones eclesiales y seculares, entre ellas las Hijas de la Caridad, la Compañía recibió un golpe mortal. Sostenidas por la Superiora General, María Antonia Deleau (1790-1804) las Hijas de la Caridad tuvieron suertes diferentes: unas permanecieron en sus establecimientos sin hábitos y como empleadas, otras, expulsadas volvieron con sus familias, pero otras murieron en las cárceles o fueron martirizadas. Hoy están beatificadas, como en Angers y Arras (1794). Al ser autorizadas comenzaron a rehacerse. En 1808 Napoleón restauró todas las congregaciones femeninas de vida activa, y en 1809 reconoció legalmente la existencia de la Compañía. El número de Hermanas y de casas se había reducido a la mitad. Hubo un momento delicado cuando Napoleón puso a las Hijas de la Caridad bajo la autoridad de su tío el cardenal Fesch, propuesto para arzobispo de París. Pero tropezó contra la enérgica oposición del Vicario General, P. Hannon (1807-1816). Al no poder doblegarle, le encarceló y suprimió la Congregación de la Mision. A pesar de todo, el P. Hannon no cedió y luchó con energía para que no se sustrajera la Compañía a la autoridad del Superior General. Con la caída de Napoleón todo volvió a la tranquilidad. Poco a poco aumentaron las seminaristas [novicias] y las casas. La Compañía pasó a Suiza (1810), a Italia (1833) y a Portugal (1838). En 1839 salen, por primera vez para misiones, a Turquía.
El año 1830 es puntual para la Compañía de las Hijas de la Caridad. Ese año tienen lugar las apariciones de la Virgen Milagrosa a Santa Catalina Labouré (1806-1876). Las Hijas de la Caridad asumieron las Apariciones como de todas, las hicieron suyas y la Compañía recibió una vitalidad y un empuje desconocidos. Fue el comienzo de la época del P. Etienne y del P. Aladel, como Director General, que había sido director y confidente de Santa Catalina. La primera consecuencia de las apariciones es dar a la Compañía un aspecto mariano definitivo. La segunda fue un aumento espectacular de vocaciones: en 1830, cuando Catalina Labouré entró en el Seminario había 80 seminaristas, en 1843 había ya 200 y rápidamente subieron a 530. La tercera consecuencia aún perdura: la fundación de la asociación de hijos e hijas de María. Fue reconocida por el papa Pío IX en 1847. En España y en algunas naciones de Latinoamérica han actualizado su catecumenado y organización, con la aprobación del Superior General; se llaman J. M. V.
El tiempo del P. Juan Bautista Etienne (1843- 1874) fue una época dorada para el fortalecimiento y aumento de la Compañía: se extendió por los cinco continentes. Además de Grecia y Argelia, las Hijas de la Caridad llegan a 24 naciones y colonias, desde Méjico a Filipinas, desde China a Estados Unidos. Sólo en los años que van de 1845 a 1857 se abrieron 399 casas, con el sentido universal de crearse 165 fuera de Francia.
Con una autoridad un tanto exagerada, propia del absolutismo del siglo XVIII, el P. Etienne se propuso revitalizar la Compañía a través de conferencias y circulares: sobre la unidad [a veces uniformidad exagerada], sobre el papel de la Hermana Sirviente, la labor de los misioneros paúles en ayuda de las Hijas de la Caridad, . sobre las Visitas y los ejercicios espirituales. Igualmente animó la Compañía por medio de los libros un tanto olvidados: avisos a las Hermanas y a la Hermana Sirviente, Reglamentos para las Provincias no francesas y refundición de los Consuetudinarios.
En 1850 una parte de la comunidad fundada en Estados Unidos por Santa Isabel Ana Seton, inspirada en las Reglas de San Vicente, se unió a las Hijas de la Caridad. Santa Catalina Labouré dijo que se lo había anunciado la Virgen.
En 1880 la Compañía contaba con 923 casas en Francia y 1054 en otras naciones; en total 1977 comunidades. Con el P. Antonio Fiat (1878-1914) las Hijas de la Caridad aumentaron y se extendieron por otras naciones; la última fundación fue en Madagascar en 1898. Hasta 1918 ninguna otra nación recibiría Hijas de la Caridad. El P. Fiat comprendió que la animación de las Provincias debían venir de las Visitadoras. Reforzó las reuniones con ellas que el anterior General había iniciado en 1876. Para lograrlo mejor, aumentó el número de Provincias: a 41 (1913). Sometió a revisión los libros de la Comunidad. Creyó necesario pedir y lo obtuvo del papa León XIII la confirmación de sus derechos en relación con la Compañía.
Así como en 1898 las Hijas de la Caridad del resto del mundo superaban en número y en casas a las francesas, también ahora otras naciones sienten el deseo de abrirse al mundo: España, Bélgica, Holanda, Inglaterra, Estados Unidos. Y es España la que, en 1918 (a Marruecos) inicia de nuevo la apertura a otras naciones. No obstante la vitalidad que demuestra la Compañía, durante el siglo XIX tropieza con un peligro: no saber centrarse en su secularidad. Atraída por la generalidad y la pujanza de la vida religiosa, también la Compañía se reviste de una serie de características religiosas, aunque sin perder nunca ni su carisma ni su naturaleza «secular». En 1917 se publica el Código de Derecho Canónico. Las Hijas de la Caridad quedan incluidas en el título XVII: «Sociedades de vida común sin votos». Es decir, no las cataloga como religiosas.
Al extenderse por los cinco continentes, la necesidad de unidad llevó a crear en 1926 un informativo-revista, L’Echo de la Maison Mere [El Eco de la Casa Madre]. Hasta 1960 el número de las Hijas de la Caridad y de comunidades siguió un crecimiento constante. Sin embargo, desde este año, se nota una disminución progresiva de vocaciones, convirtiéndose en alarmante desde la década de los setenta, semejante a la de otras instituciones religiosas y a la de la misma Iglesia, en cuanto a la manifestación de la fe y de las prácticas religiosas o de compromiso eclesial:
año casas seminaristas h. de. la c.
1600 | 60? | 160-180? | |
1724 | 300 | 1.600 | |
1790 | 451 | 4.300 | |
1950 | 3.971 | 42.942 | |
1960 | 4.221 | 1.238 | 45.209 |
1970 | 3.886 | 576 | 43.082 |
1990 | 3.132 | 441 | 29.584 |
En la Asamblea General de 1991 la Compañía da un giro importante y significativo: por primera vez en su historia, después de 331 años, las Hijas de la Caridad eligen una Superiora General que no es francesa, Sor Juana Elizondo, española natural de Aranaz (Navarra).
IV. Hijas de la Caridad significativas
En el recuerdo de la Compañía permanecen algunas Hermanas que dejaron un impacto en la época en que vivieron. Además de la fundadora, Santa Luisa de Marillac, en todas las-Hijas de la Caridad está viva la presencia de Margarita Naseau. A la vaquera de Suresnes se la reconoce como la persona que involuntariamente dio la idea de fundar la Compañía; murió generosamente cuidando a los apestados (1633). Sor Maturina Guérin, secretaria de Luisa de Marillac y Superiora General durante siete trienios interrumpidos (1667- 1697), afianzó las estructuras de la Compañía. Sor Deleau, Superiora General (1790-1802) supo encaminar la Compañía en los difíciles años de la Revolución francesa. Santa Catalina Labouré (1806-1876), a quien se le apareció la Virgen Milagrosa (1830), siendo una seminarista. María le manifestó el gran poder de la sencilla oración de petición, le encargó acuñar una medalla que el pueblo consideró milagrosa, le encomendó también crear una asociación mariana de jóvenes; desde las Apariciones, la Compañía se considera y asume la característica de mariana. Diez años después de Santa Catalina, Sor Justina Bisquey buru (1817-1903) recibió la visita también de María, encomendándole un escapulario verde para lograr la conversión de los pecadores e incrédulos. Por los mismos años (1846) Sor Apolonia Andriveau (1810-1894) recibió de Nuestro Señor un escapulario rojo [el escapulario de la Pasión] para acompañar a Jesús en su pasión. En España Sor Manuela Lecina (1760-1818) se enfrentó con habilidad sosegada a la Corte de Madrid y al Arzobispo de Toledo, cuando pretendieron separar a las Hijas de la Caridad de la autoridad del Superior General de la C.M. y colocarlas bajo el gobierno de los obispos. Sor Rosalía Rendu (1783- 1856), madre de los obreros y maestra de sus hijos, los defendió en los explosivos años de la revolución de 1848 en París; animó constantemente a Ozanam en la fundación de las Conferencias. Más recientes, en Italia Sor Josefina Nicoli (1863-1924) se sacrificó por recoger y educar a los muchachos de la calle con la obra de los «Marianelli»; y en París la sindicalista Sor Luisa María Milcent, luchadora por defender a las mujeres obreras, fundó los primeros sindicatos femeninos para obreras de París (14 de setiembre de 1902). En España y en otro estilo, Sor Justa Domínguez de Vidaurreta, Visitadora de 1932 a 1958, fue modelo de santidad vicenciana para mas de 10. 000 Hijas de la Caridad.
Muchas Hijas de la Caridad han sufrido martirio. Sin olvidar a las millares que han muerto calladamente en el desempeño de sus duros oficios, ni a las que que murieron en situaciones de guerra, como en Crimea, Próximo Oriente, Méjico, España, etc. Tienen un lugar relevante las mártires de Angers y de Arras (1794), beatificadas. Aunque por una despreocupación ingrata no hayan sido beatificadas, deben estar presentes las diez mártires de Tien-Tsin (China 1870) que, de haber sido martirizadas en los primeros siglos del cristianismo, hoy estarían en el calendario como santas.
V. Espiritualidad de las Hijas de la Caridad
La espiritualidad de las HC está condicionada y hasta definida por sus orígenes cristiano-sociales, por la personalidad de sus fundadores y por las estructuras jurídicas internas. Los tres factores facilitaron el nacimiento de un carisma, casi desconocido entonces, como vida de una vocación divina.
Las HC son en la historia la respuesta a unas ciscunstancias sociales bien concretas; parecen como el producto de la pobreza, como si las hubiesen fundado los pobres, o mejor dicho, sus necesidades. San Vicente y Santa Luisa, en realidad, únicamente canalizazaron las exigencias de los pobres hacia la sociedad cristiana que vivía el evangelio y le propusieron las HC como la solución evangélica a la injusticia y a la pobreza. La vida, por lo tanto, de las HC consiste en servir a los pobres, en remediar sus angustias. Todo lo que vino después fue encuadrar a unas mujeres en la Iglesia, en unas coordenadas jurídicas, en una teología y en una espiritualidad. San Vicente siempre fue consciente de esta realidad, y repetía que el fundador de la Compañia no era ni él ni la señorita Le Gras, sino Dios presente en la historia (IV, 247; IX, 120, 202, 232, etc.).
El mandato evangélico de lograr todos la santidad (Mt. 5, 48) lo explaya el Vaticano II en el cp. V de Lumen Gentium . Este capítulo dice que el único santo es Dios y que, por ello, la santidad no es nada más que la unión con El, y que la espiritualidad es sencillamente el camino que emprende el hombre para unirse con Dios (SL E 10, 1°;11;12… Ver B. Martínez, La señorita Le Gras… p. 126ss).
El servicio a los pobres
También a las HC se les exige la santidad (RC 1, 1; C 1. 4; SL. E 105). El camino que eligen es servir al pobre. El pobre es el lugar donde la HC encuentra a Dios y se une con El, donde abraza la santidad. Su vida espiritual se realiza y se especifica en el servicio a los desdichados. Se puede afirmar que su espiritualidad se confunde con la historia personal de salvar a los humildes.
San Vicente les enseñó que la experiencia de su fe bautismal se desarrolla en el convencimiento de encontrar a Jesús en los pobres y servirlos como a sus miembros dolientes (C 1. 7):
«Dadle la vuelta a la medalla y veréis con las luces de la fe que el Hijo de Dios, que quiso ser pobre, se nos hace presente en esos pobres» (X1, 725). «Servís a Jesucristo en la persona de los pobres. Y esto es tan verdad como que estamos aquí. Una Hermana irá diez veces al día a ver a los enfermos, y diez veces al día encontrará en ellos a Dios» (XI, 240). «Se dan a Dios para el servicio espiritual y temporal de estas pobres criaturas a las que su bondad quiere tener por miembros suyos» (SL. c. 9; RC 1, 1).
De esta manera, el servicio a los pobres se convierte en el lugar por excelencia de su experiencia de Dios, en la primera fuente de su espiritualidad y en el criterio genuino de la autenticidad, no sólo de la espiritualidad de una HC, sino también de una comunidad.
La acción
Sin embargo -y no es contradición- el alimento de esa fuente es la oración. Las Constituciones les recuerdan a las HC que no pueden prescindir de ella, pues es «uno de los momentos clave de su jornada» (C 2. 14). Es lógico, y los fundadores no podían actuar de otra manera. Si el creyente, la HC, acepta la existencia de Dios y la revelación realizada en la historia, acepta también relacionarse con el Dios de Jesús, hablarle o dialogar con El, y hasta experimentar su presencia. Es decir, acepta la oración. Y lógicamente debe aceptar también que la oración es el corazón de sus relaciones con Dios y el lugar donde converge su espiritualidad, su unión con Dios; en una palabra, su servicio. San Vicente se lo repetía a los padres y a las hermanas: «Dadme un hombre de oración y será capaz de todo» (XI, 778), «Buscad, buscad, esto dice preocupación, esto dice acción. Buscad a Dios en vosotros… buscadlo en vuestra alma, como en su morada predilecta… Se necesita la vida interior, hay que procurarla; si falta, falta todo» (XI, 429). Ningún día debe pasar la HC sin hacer oración, hacerla aún los días de descanso, en los viajes o a horas distintas, si no puede hacerla con la comunidad. Para San Vicente y Santa Luisa la necesidad de la oración se fundamenta ante todo en que Jesús nos mandó hacer oración y El mismo oró. Pero en la espiritualidad vicenciana hay una regla de oro: el rostro de Jesús presente en todos los tiempos es el pobre que «está constituido en el lugar de nuestro Señor… ya que nos ha enseñado la caridad para suplir en los pobres la impotencia de dar algún servicio a su persona», decía Santa Luisa (E 92). Por ello la oración está subordinada al servicio al pobre. Siempre que se presenta una necesidad urgente prevalece el servicio sobre la oración y sobre la misma Eucaristía, ya que es «dejar a Dios por Dios».1
La señal de una madurez espiritual en la HC está en saber armonizar la ación y la oración. El activismo exagerado puede convertir a la HC en una profesional o, a lo más, en una humanista, pero no en una HC. Por el contrario, la oración mental incontrolada la convierte en una mujer fuera de la tierra, en una pietista, pero no en una HC.
La vida fraterna en comunidad
La segunda fuente de la espiritualidad vicenciana es la comunidad, la vida fraterna en común. La Compañía de las HC es comunitaria por naturaleza, fuertemente comunitaria. Ni San Vicente ni Santa Luisa conciben a una HC, en tiempos normales, viviendo sin comunidad. Vivir en comunidad es la forma natural de vivir una HC, como la familia lo es de los hombres.
La comunidad vicenciana es continuadora de la comunidad apostólica formada por Jesús y los discípulos, e intenta reproducir la comunidad de Jerusalén, tal como la describen los Hechos (2, 4247). Su modelo es la vida trinitaria donde el amor produce la unidad respetando la pluralidad y las diferencias personales (X, 766; SL c. 289, 500; E 53, 55, 90).
Aunque la vida fraterna es la forma natural de vivir una Hermana, la vive «con miras a la misión de servicio» (C 2. 17); la comunidad está al servicio de la misión en favor de los pobres y tiende a ella. No entran en la Compañía para vivir en comunidad sino para servir a los pobres viviendo en comunidad. El servicio y la comunidad se refuerzan y se unifican, llevando la precedencia el servicio. Y no sólo la precedencia sino que transforma la vida comunitaria y determina el estilo de vida de las comunidades en cada lugar y en cada época.
A pesar de todo, la comunidad de las HC tiene entidad y fin en sí misma y por sí misma: la unión y la alegría a través del amor mutuo de amigas. De esta manera la HC realiza su espiritualidad en dos vertientes: la de servicio a los pobres y la de vida fraterna en las relaciones con sus Hermanas. Dos son los momentos cruciales de estas relaciones: la recreación y la Eucaristía. En ellos la autoridad se hace corresponsabilidad, la pluralidad se vive compartiendo y las diferencias se superan con el aguante y la tolerancia en el diálogo.
El seguimiento a Jesús
Si se quiere dar unidad a la espiritualidad de las HC, al mismo tiempo que se da sentido a su entrega al Dios de los pobres, hay que detenerse en el seguimiento de Jesús, porque «la regla de las Hijas de la Caridad es Cristo» (C 1. 5). Si «las Hijas de la Caridad, fieles a su Bautismo y en respuesta a un llamamiento divino, se consagran por entero y en comunidad al servicio de Cristo en los pobres» (C 1. 4), su vida se convierte en un seguimiento a Jesucristo. Su vida consiste en vivir la vida de Jesús de tal manera que llegue a ser «una continuación de la de El» (SL. c. 384).
Santa Luisa enseñaba a las Hermanas que seguir a Jesucristo encierra tres aspectos: a. comunión con la vida de Jesús comprometida por los pobres; b. continuación de su misión de salvación y liberación de los pobres; c. participación en su destino sacrificado hasta morir por los pobres.
Lo cual supone una imitación de vida. Seguir no es acompañar únicamente, es ante todo asumir una faceta importante: que Jesús es y vive como el enviado del Padre y que trae el encargo de hacer siempre la voluntad del Padre, convertida en su alimento (Jn. 3, 16-17; 4, 34; 6, 38-40; 17, 8. 20). La HC que vive a Dios sabe que la voluntad del Padre se manifiesta en los acontecimientos de la vida y más concretamente en las necesidades de los pobres, los del presente, los de cada día; por eso nunca debe adelantarse a la Providencia (1, 131-132). Uno de los rasgos característicos de la HC es su sensibilidad y su atención a cumplir siempre la voluntad de Dios (II, 34, IX, 296, 378; SL. c. 30, 73, 202, 314).
La imitación de Jesucristo comprende, según Luisa de Marillac, una transformación de la vida de la HC en la vida de Jesús, hasta asumir la Hermana la misma identidad de vida que Jesús, al hacerle éste participante de sus cualidades y virtudes. San Vicente prefería la expresión «vaciarse de uno mismo y revestirse de Jesucristo» (SL E 22, 98, 105; XI, 236. 410s; Const. 2. 3). Más que a revestirse de Jesucristo se refería a dejarse guiar por el Espíritu de Jesús, después que se ha dejado dominar por su fuerza. La identidad de la HC la define el Espiritu Santo dándole la fisonomía con que se presenta ante Dios: dominada por la caridad perfecta y en actitud de adoración y anonadamiento, al igual que Jesús ante el Padre; asimismo el Espíritu Santo le da el talante con que se presenta en medio de los pobres y el estilo de vida que guarda con las compañeras de comunidad: un talante y un estilo de vida humilde, sencillo y caritativo, o como decía Santa Luisa, de tolerancia, mansedumbre y cordialidad (IX, las tres conferencias de febrero de 1653; SL c. 420; Const. 2. 3). Son varias de las virtudes con que Jesús evangelizaba y servía a los pobres y que Vicente de Paúl creyó esenciales para el servicio de las HC. Ciertamente el espíritu propio de la HC es el Espíritu Santo que la llena del amor perfecto y produce en ella unos sentimientos de adoración al Padre y de anonadamiento, pero cada Hermana expresa su espiritualidad viviendo en el servicio y en la comunidad las virtudes de humildad, sencillez y caridad.
Breve, el Espíritu de la HC la lleva a vivir la vida fraterna y a servir al pobre con esa fisonomía tan entrañable a la gente humilde y que la literatura y el arte ha caracterizado como la de una mujer entregada sin límites por una vocación divina a los menesterosos; asequible a todos por su sencillez; sacrificada y pobre, que quiere imitar a Jesús.
Espiritualidad mariana
La Compañía de las HC aparece impregnada de espiritualidad mariana. La corriente mariana penetra en la vida de la Compañía a través de tres cauces: los fundadores, la renovación de los votos el 25 de marzo y las apariciones de la Virgen Milagrosa, en 1830.
Sin que pretendieran los fundadores enseñar una ciencia mariana ni mostrar una doctrina más efusiva que la manifestada por la mayor parte de los escritores contemporáneos suyos, introducen la devoción a María en la vida espiritual de las HC. Devoción a María que ya sentían ellos dentro de su experiencia de fe. La vivían y enseñaban a vivirla de una manera popular y sensible, con una dpctrina simple de peregrinaciones, imágenes, cuadros, flores y rezos; pero también la sentían y aconsejaban vivirla de una forma seriamente crítica y racional. Ambos aspectos pasan a la espiritualidad mariana de las HC. Ya en tiempos de los fundadores las HC practican una devoción popular de visitar santuarios marianos, rezar el rosario, el angelus y adornar imágenes, pero sin caer en una devoción milagrera, magicamente sobrenatural y hasta fetichista no rara en los siglos XVIII y XIX. Los fundadores, ambos, como algo lógico y natural al cristianismo, habían fundamentado la devoción mariana de las HC en unas directrices acordes plenamente con los documentos actuales (Lumen Gentium, cp. VIII, Marialis cultus, Redemptoris Mater):
Ante todo, casi siempre que nombran a María la presentan al lado de su hijo. No conciben a María independiente de Jesús. María pertenece a la substancia de la Encarnación y a la economía de la redención; la vida de María se dirige expresamente al Misterio Pascual.
No se detienen, especialmente Santa Luisa, en el ropaje externo de la devoción; penetran, para encontrar un soporte seguro, en el decreto eterno y trinitario que se realiza en la Encarnación.
De una manera más constante, María se presenta dócil a la Palabra, disponible a la voluntad del Padre y abandonándose a la acción del Espíritu Santo.
Aunque la honran y admiran sus privilegios, a las HC les recalcan más intensamente la faceta imitación de María como mujer de fe, esperanza y caridad; y con una insistencia terca la ponen como modelo de humildad, pobreza y castidad.
Resumiendo, San Vicente establece a la Virgen Patrona de las HC y Santa Luisa varias veces confiesa que María es la Madre de la Compañía (I, 262; IX, 96, 315, 739, 1077, 1145-1148; X, 37, 43, 567, 570, 594…; SL c. 120, 121, 143, 281, 360, 662, 702; E 5, 6, 38, 56, 68, 98, 106).
La segunda fuerza de su espiritualidad mariana es la renovación de los votos el 25 de marzo, considerada fiesta mariana por las HC y por la Iglesia de años pasados: la Anunciación de la Virgen María. Este día las Hermanas resaltaban y siguen resaltando el SI de María, en el que incluyen el SI de cada Hermana. Se añadía que el 2 de febrero, tenida también como fiesta mariana: la Purificación de nuestra Señora, la Superiora ge neral anunciaba a toda la Compañía que el Superior General había concedido la renovación de los votos. El anuncio iba acompañado de una circular de orientación, por lo general, mariana. A través de la historia ha penetrado en la vida espiritual de las HC la idea de considerar el SI de María como una aceptación de participar en el Misterio Pascual, como un abandono en las manos del Padre y como un acto de disponibilidad al Espíritu Santo; pero todo considerado como entrega al servicio de los pobres. Por eso el Magnificat -manifiesto en favor de los pobres- es el canto predilecto de las HC.
La fuente tercera se sitúa en 1830 con las apariciones de la Virgen Milagrosa a Santa Catalina Labouré. La Compañía las aceptó como propias, como aparecida a toda la Compañía, y su mensaje como un mandato a todas las Hermanas: propagar la Medalla Milagrosa y celebrar su fiesta el 27 de noviembre. Los libros y artículos sobre la Milagrosa, las charlas y conferencias han abierto a las Hermanas nuevas visiones de teología y de espiritualidad marianas, desentrañando los cuatro puntos centrales de la Medalla: Los rayos como un símbolo de la Mediación de María; la serpiente enroscando el mundo como signo del mal, del pecado, de la pobreza destruidos por los rayos; el reverso el fundamento y la participación de María en el Misterio Pascual; y finalmente la invocación como manifestación de nuestra pequeñez, de la grandeza de María y del valor de la plegaria. Todo plenamente en consonancia con la espiritualidad de servicio al pobre.
Secularidad
La secularidad ha tenido y tiene aún una incidencia transcendental en las HC. Tomada jurídicamente ha preservado a las Hermanas de asumir una espiritualidad de religiosas enclaustradas; valorada en un sentido social ha servido para encarnarse en el mundo de los pobres, cuando era difícil hacerlo a una religiosa, y hoy día, para saber acoplar servicio y oración, para recordar que el Señor Jesús también está presente en medio de la comunidad. En todas las épocas se la ha considerado como un convencimiento sicológico de entregarse a Dios para servir a los pobres.
Es decir, les ha dado la impronta de ser lo que son, ha plasmado su auténtica identidad.
Bibliografía
Escritos:
Obras Completas de San Vicente. Edición en francés por P. Coste. Traducción al castellano Sígueme-CEME, 1972-1986.- Obras de Santa Luisa. Edición en francés por sor Isabel Charpy. Traducción al castellano CEME, 1985.- La Compagnie des Filies de la Chanté aux origines. Documents, París (Maison Mere) 1989. Edic, sor Isabel Charpy.
Biografías:
Las biografías de San Vicente y de Santa Luisa dan muchos datos para comprender la Compañía en sus orígenes. De San Vicente: P. Coste y J. M. Román.
De Santa Luisa: Gobillón, Richemon, Baunard, Poinsenet, Dirvin y Benito Martínez.
Documentos:
Circulares de los Superiores Mayores.- Reglas Comunes de las Hijas de la Caridad: de San Vicente (manuscritas), del P. Alméras (1672), de 1954 y las definitivas dé 1983.- Estatutos de las Hijas de la Caridad (ms), editados en 1818 por los Superiores Generales y oficia-las.- Recueil des privileges et indulgences a l’usage de Filies de la Chanté.- Coutumier des maisons particuliéres de la Compagnie des Filies de la Chanté, París 1862.- Regulae Directoris Provincialis Filiarum Caritatis, Roma (Curia Gen. CM.) 1965.- Monita ad confessarios Puellarum Caritatis, Paris 1883, 1891, 1923 y (Roma) 1965.- los diversos ANALES de París, Madrid, Barcelona, Italia así como los Boletines de cada una de las Provincias de misioneros y de las Hijas de la Caridad.- L’Echo de la Maison Mére, traducidos a los diferentes idiomas.
[De la documentación anterior hay muchas traducciones al español:Las Circulares de los Superiores Mayores.- las Reglas comunes (1a edic. Barbastro 1815).- del Coutumier des maisons particuliéres (Madrid 1934).- de los Monita ad con fessarios (Madrid 1945 y 1960)1.- Instrucción sobre los votos de las HC. 1989.
Estudios:
X. X. Les filies de la Chanté de Saint Vincent de Paul, París (Letouzey et Ané) 1923.- Léonce CELIER, Les Filies de la Charité, París (Bernard Grasset) 1929.- Eve BAUDOUIN, Sous la Cornette de Saint Vincent-de-Paul, París (Spes) 1932.- Ponciano NIETO, Historia de las Hijas de la Caridad desde sus origines hasta el siglo XX, 2 vol. Madrid (Regina) 1932.- P. CosTE, Ch. BAUSSAN, G. GOYAU, Les Filies de la Charité, Paris (Desclée de Brouvver) 1933.- J. BAETEMAN, Les Filies de la Chanté en mission a travers le monde, 2 vol. Evreux (G. Poussin) 1936.- A. DODIN, S. V. en DHGE 17(1968) 6-13.- J. HERRERA, S. V. en DHEE, vol. 2 (1972) 1093- 4.- G. ROCA, S. v. en Dizionario degli lstituti di Perfezione, 3 (1976) 1539-1548.- Genésse de la Compagnie, 3 tomos en dos vol. París (Maison Mére) 1968-1982 [hay traduc. española).- Alberto VERNASCH I, Una lnstituzione originale: le Figlie della Carita di S. Vincenzo de Paoli, en Annali della Missione 75 (1968) n. 34. (Traducción española en Anales, también en separata).- Robert P. MALONEY, El camino de Vicente de Paul. Una espiritualidad para estos tiempos al servicio de los pobres, CEME Salamanca 1993; J. MI IBANEZ BURGOS, La fe verificada en el amor, Paulinas, Madrid 1993.
- Cf. Lc 3, 21; 5. 16; 6, 12; 9, 8. 28s; 22, 40-46; etc. De las conferencias de san Vicente: 28 agosto 1640; 31 mayo 1648; y las tres de octubre-noviembre 1658 sobre la distribución del día. Sta. Luisa lo repite continuamente en sus cartas, pero la doctrina se la deja que la explique el superior Vicente, ella más que enseñar es una mujer de oración, una contemplativa.
1 Comments on “Espiritualidad vicenciana: Hijas de la Caridad”
La exposición que leemos podríamos decir que es un paralelismo de la congregación masculina fundada por san Vicente, los misioneros vicentinos: 1640 los votos en la CM no era obligatorio hacerlos, son votos simples, no publicos, ambas congregaciones son seculares y estaban bajo la jurisdicción del arzobispo de París por mucho tiempo. Que el Señor dueño de la mises continúe bendiciendo a nuestras congregaciones con muchas vocaciones para el servicio de los pobres.