Espiritualidad vicenciana: Hermana sirviente

Francisco Javier Fernández ChentoEspiritualidad vicencianaLeave a Comment

CRÉDITOS
Autor: María Ángeles Infante, H.C. · Año publicación original: 1995.

1. Origen. - 2. Estructura jurídica del ministeria­l. - 3. Espiritualidad dinamizadora. - 4. Etapas más importantes de su evolución histórica: 1º. Esbozo de la figura: de 1634 a 1640.- 2º. Configuración de la Misión: de 1640 á 1660.- 3º. Predo­minio de la dimensión pastoral y pedagógica: de 1660 hasta la Revolución Francesa 1789.- 4º. Predominio de la vigilancia y la dimensión disciplinar: desde la Revolución francesa hasta el Vaticano II (1789 a 1965).- 5º Fundamentalmente animadora es­piritual y vocacional: desde el Vaticano II hasta la actualidad.- 5. Estado actual.


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1. Origen

El ministerio u oficio de la Hermana Sirviente desde los orígenes de la Compañía hasta hoy se ha ido perfilando progresivamente. El 31 de julio de 1. 634, nueve meses después de la fecha carismática que señala el comienzo de la Com­pañía de las Hijas de la Caridad en la historia, San Vicente, explicando el Reglamento a las Herma­nas, establece este ministerio como necesidad para el buen orden de la Comunidad y del ser­vicio. Y pone el acento en dos motivaciones sig­nificativas: la perfección de todas nuestras obras al obedecer y la imitación de Jesucristo.

La duración del oficio o ministerio se determi­na por un mes. Hay que tener en cuenta que en aquel momento eran solamente doce Hermanas. Sólo trabajaban en París capital. Las comunidades son de dos o tres miembros, exceptuando la Her­mana de San Benito que está sola. Santa Luisa las conoce personalmente, las visita con frecuencia y en la práctica, ella es la única Superiora.

A la Superiora local se le confían dos tareas fundamentales:

  • Ser lazo de unión entre Santa Luisa y la co­munidad local;
  • Vigilar la regularidad u observancia del Re­glamento.

No se le confiere ningún poder y todas que­dan obligadas a dar cuenta mensualmente a San­ta Luisa de la marcha de la Comunidad. (Conf. 31/7/1634: IX, 30).

En 1. 642, ocho años más tarde, en el trans­curso de una Conferencia sobre la obediencia, celebrada en el mes de junio, San Vicente propone que la Superiora reciba el nombre de Hermana Sir­viente. Las razones que da para el cambio con­vencieron a las Hermanas: a) experiencia de las religiosas del Monasterio de las Anunciadas; b) identificación con la actitud de sierva humilde de la Santísima Virgen en el momento de la Encar­nacion, aceptando, en plenitud de disponibilidad, el cumplimiento de la voluntad de Dios. También se diseñan en esta Conferencia los ámbitos su­jetos a la obediencia de la Hermana Sirviente: «Todo lo que se refiere al servicio de los Pobres y la práctica de vuestras Reglas» (Conf. junio 1642: IX, 81).

En el servicio de los Pobres, también tenían su parcela de poder las Damas y existen conflic­tos cuando las órdenes de las Damas no coinci­den con las de la Hermana Sirviente. San Vicen­te apunta como solución la prudencia, reserva y la obediencia fiel a las órdenes de la Hermana Sirviente.

En la Conferencia del 2 de febrero de 1647, después de 13 años desde la fundación de la Compañía, sigue habiendo conflictos entre las Hermanas particulares y las Hermanas Sirvien­tes. San Vicente deja claro cuáles son los debe­res de la Hermana Sirviente en relación con los sacerdotes, las Damas y las Hermanas. Se va clarificando su figura como lazo de unión y me­diadora entre las Hermanas y los Fundadores, responsable de hacer cumplir el Reglamento y organizadora del servicio en colaboración estrecha con las Damas (Conf. 2/2/1647: IX, 281-287).

En cuanto al perfil humano, espiritual y pas­toral de la Hermana Sirviente es Santa Luisa la que diseña, dibuja y perfila cuál ha de ser su talante. Como mujer con carisma de animación y gobier­no, motiva, clarifica, estimula y sigue de cerca a cada una de las Hermanas Sirvientes. Unas ve­ces a través de entrevistas personales y visitas directas y otras mediante cartas, avisos o Regla­mentos.

Luisa de Marillac deja claro en sus cartas que ser Hermana Sirviente no es: un honor, un placer, una recompensa, un puesto de poder o una si­tuación de privilegio. Afirma con firmeza que es un servicio especial prestado a la Comunidad, desde la humildad y experiencia de anonada­miento y siempre con sentido eclesial (SL cc. 14. 15. 281). Para la Fundadora, la autoridad de la Hermana Sirviente procede de Dios y conlleva saber buscar con las demás compañeras, la ex­presión de la voluntad de Dios para el bien de los Pobres. Se trata de un servicio sacrificado y constante vivido en la entrega a Dios y la escu­cha al Espíritu Santo.

2. Estructura jurídica del ministerio

La igualdad no era lo común en los monaste­rios y en la vida religiosa del siglo XVII. En el in­terior de la mayoría de los claustros, había fuer­tes luchas por la conquista del poder, por los puestos o cargos de mando. San Vicente y San­ta Luisa conocen estas tensiones y proponen a las Hermanas los principios de igualdad y res­ponsabilidad como base de autoridad. Dejan claro que la Hermana Sirviente es responsable ante la Comunidad local de cuidar el servicio con­fiado a las Hermanas, para que se realice anima­do de humildad, sencillez y caridad. También le corresponde a la Hermana Sirviente mantener la fidelidad a los Reglamentos (SL cc. 176. 288. 304. 495) y ser lazo de unión y fraternidad (SL c. 331; E. 74 rig 213).

Jurídicamente, la Hermana Sirviente, en los orí­genes de la Compañía, carece de poderes. Es una mera intermediaria entre San Vicente, Santa Luisa y las Hermanas de la Comunidad. Su misión es puramente pastoral y de gestión doméstica, pero sin poderes propios. En la organización y ad­ministración se le considera como delegada de Santa Luisa. Así queda reflejada jurídicamente su figura en las Reglas Comunes. Todo viene or­denado y detallado por las cartas y avisos de la Fundadora.

Al morir los Fundadores e ir creciendo la Com­pañía, van aumentando las obras y el oficio de Her­mana Sirviente va tomando consistencia jurídica, más por vía de los hechos que por vía de dere­ cho. En vida de los Fundadores las competen­cias de la Hermana Sirviente están reflejadas muy claramente en el documento que recoge tos «Avi­sos a las Hijas de la Caridad del Hospital de An­gers» en junio de 1646 (X, 694s).

Después de la muerte de los Fundadores, te­nemos varios documentos que reflejan la impor­tancia que dan los Superiores a la figura de la Hermana Sirviente:

  • Circular de Sor Marturina Guérin señalando con firmeza la importancia de que la Hermana Sirviente cuide la fidelidad a las Reglas (1º de ene­ro de 1696).
  • Circular del P. Jolly, Superior General (6 de ju­lio de 1674) en la que afirma taxativamente que «el bien y el mal de vuestra Compañía depende princi­palmente de vosotras, las que dirigís los pequeños establecimientos». En esta circular hay 15 artícu­los, a modo de Reglamento-Manual sobre las com­petencias y funciones de la Hermana Sirviente.
  • Avisos del P. Talec, Director General a las Hermanas Sirvientes. En este documento de 1684, el P. Talec, sale al paso de la tentación en que se puede caer, asumiendo poderes sin delegación, in­formación y comunicación previa con los Supe­riores Mayores: firma de contratos, no seguir las orientaciones y avisos de los Superiores, etc…
  • El Catecismo de Votos del P. Henin (1701), durante el mandato del P. Pierron como Superior General, presenta a la Hermana Sirviente como Superiora local a la que las Hijas de la Caridad de­ben obediencia.
  • Avisos a las Hermanas Sirvientes, dados por el P. Watel en 1708, redactados en 34 artí­culos. En ellos se insiste en la misión pastoral de la Hermana Sirviente: «…Ha de considerarse co­mo enviada de Dios al lugar en que está coloca­da y hacer todo lo posible para que el espíritu de la Compañía se conserve allí en todo su vigor y no sufra ningún menoscabo».
  • Los Estatutos del P. Bonnet (1718), artícu­lo 33 describen, por primera vez en la Compañía, las características jurídicas del oficio: dirección de la casa y cuidado de la Comunidad. Las demás Hermanas le deben obediencia en lo que se re­fiere a guardar fidelidad a las Reglas. Se admite la posibilidad de un Consejo Doméstico, en cuyos miembros pueda delegar poderes de administra­ción y representación en su ausencia. En este documento aparecen claramente los poderes de la Hermana Sirviente: dirección de la Casa, ad­ministración y distribución de oficios.
  • Instrucciones a las Hermanas Sirvientes del P. Grappin, Director General en tiempos del Superior General Padre Juan Bautista Etienne, editado en París en 1843. Comprende cuatro ca­pítulos: 1″) Idea general de la autoridad. 22) Cua­lidades necesarias a las Hermanas Sirvientes. 32) Virtudes que alimentan esas cualidades y 4Q) Ma­nual organizativo y apéndice que contiene un modelo de impreso para la contabilidad, un modelo de ficha para que la Hermana Sirviente de su apreciación sobre las Hermanas que van a emitir los Votos y un formulario para certificar la perte­nencia a la Comunidad de todos los enseres que usan las Hermanas.
  • Manual de las Hermanas Sirvientes elabo­rado por el P. Etienne en París, 1854. Supone una revisión del trabajo anterior y expresa en 6 capítulos los deberes y obligaciones de la Her­mana Sirviente con varios apéndices prácticos de tipo organizativo. Es más código disciplinar que manual pastoral. Subraya las tareas de vigilancia, guardadora de la uniformidad y fidelidad y ob­servancia a las Reglas como lo esencial de la misión de la Hermana Sirviente. No se le confía ningún poder propio. Es mera delegada y media­dora entre la Comunidad y los Superiores.
  • Manual de la Hermana Sirviente compues­to por el P. Verdier, Superior General (París, 15 de marzo de 1925). Recoge sucintamente as­pectos disciplinares dados por el P. Etienne, e in­siste sobre todo en la misión pastoral. Concibe el servicio de la Hermana Sirviente como el «arte de conducir una Comunidad por el amor». Todo el contenido de este manual es vocacional y espiri­tual. Carece de sentido jurídico. A base de textos de San Vicente describe cuáles son los deberes de la Hermana Sirviente.

Las Constituciones de 1954 describen, por pri­mera vez en la historia de la Compañía, las facul­tades o poderes de la Hermana Sirviente: direc­ción y administración de la casa, según el uso de la Comunidad. También se advierte que los po­deres de la Hermana Sirviente están determina­dos por el Superior General {Constituciones 1954, art. 152-156). En estas Constituciones se identifi­ca a la Hermana Sirviente con la Superiora local de las Comunidades religiosas establecidas y re­conocidas jurídicamente. Por eso se describe quién hace el nombramiento: el Superior General. Su duración del cargo: tres años, prorrogables por otros tres. Diferencian los contenidos siguientes: a) misión: aspectos humanos y pastorales; b) res­ponsabilidad: buen funcionamiento de las obras confiadas; c) deberes: información a los Superio­res de la marcha de la Casa, petición de permisos y rendición de cuentas; d) poderes: concesión de permisos a sus compañeras y facultad para hacer los gastos necesarios determinados por el Supe­rior General. Jurídicamente su figura queda forta­lecida en 1954 y asimilada al Superior local de las Comunidades Religiosas de la Iglesia.

3. Espiritualidad dinamizadora

El oficio o misión de la Hermana Sirviente es concebido por San Vicente y Santa Luisa como un servicio de animación vocacional permanente que estimula y anima a vivir la entrega a Dios en el servicio de los Pobres con humildad, sencillez y caridad, a cada una de las Hermanas. San Vi­cente puntualiza en las Conferencias, las condi­ciones requeridas para ser Hermana Sirviente: revestirse del espíritu de Jesucristo, que es el espíritu de la Compañía: humildad, sencillez y ca­ridad; recurrir a Dios en la oración, no apoyarse en medios humanos, obrar con prudencia y sa­ber pedir consejo.

Santa Luisa, en contacto directo y continuo con las Hermanas, que conoce al detalle la psi­cología femenina, las dificultades comunitarias y sabe, por experiencia, lo que supone dirigir y ani­mar una Comunidad, señala como cualidades ne­cesarias para ser Hermana Sirviente: ser mujer de oración, humilde, que comunique alegría, que se­pa ceder y consultar (SL cc. 116. 119. 129. 140. 441. 513. 557. 654. 659. 705). Luisa de Marillac está convencida de que no se puede dinamizar espiritualmente una Comunidad, si la Hermana Sirviente no vive unida a Dios: «Sin esto, sabe Vd. muy bien que las acciones exteriores, aun cuan­do sean para el servicio de los Pobres, no pue­den agradar mucho a Dios, ni merecernos re­compensa, puesto que no van unidas a las de Nuestro Señor que siempre trabajó con la mira­da puesta en Dios su Padre. Vd. lo practica así, mi querida Hermana, por eso experimenta la paz del alma». (SL c. 722). Así se lo expresa a Juana Delacroix, Hermana Sirviente de Chateaudun.

La dinámica de la animación espiritual y vo­cacional supone una espiritualidad de anonada­miento, de humildad y Encarnación. Así lo ex­presa Santa Luisa a Sor Magdalena Mongert, nombrada Hermana Sirviente de Angers en 1641: «Debe abrazar el yugo con sumisión de espíritu, confianza en la Divina Providencia y conformidad con la voluntad de Dios; gran humildad y des­confianza de sí misma, imitando la humildad y mansedumbre del Hijo de Dios; considerarse co­mo el mulo de la casa que ha de llevar toda la car­ga; tratar con gran tolerancia y dulzura a las Her­manas; ocultar y disculpar las faltas que puedan cometer, pensando en las suyas; advertirles de sus fallos caritativamente en el momento en que pueda serle más útil; no mostrar preferencias ni afectos particulares; tratar a todas de tal forma que todas estén persuadidas de que son amadas y to­leradas por usted. (SL c. 118).

La imagen que emplea aquí Santa Luisa evo­ca la espiritualidad del servicio según el Evange­lio: «el que quiera ser el primero que se haga el servidor de todos» y la otra máxima evangélica: «perder la vida para encontrarla»… Hay otra ima­gen sobre la Hermana Sirviente empleada por Santa Luisa, días después de la primera y con la misma Hermana: el buen Pastor: ser como el buen Pastor que expone la vida por sus ovejas; sacrificar la voluntad para acomodarse a la de las demás; romper con nuestros hábitos desorde­nados e inclinaciones para servir de ejemplo a las Hermanas; vencer nuestras pasiones para no excitar las ajenas; obrar así para mantener la cordialidad, ejercitar la tolerancia y vivir en la es­trecha unión de la verdadera caridad de Jesús Crucificado (SL c. 119).

Además de estas directivas, Santa Luisa in­siste con frecuencia en que la Hermana Sirvien­te debe ser madre para todas las Hermanas, ofre­ciendo confianza, siendo acogedora, sacrificada, animosa, paciente y bondadosa para conducir a las Hermanas por los caminos del cumplimiento de la voluntad de Dios.

4. Etapas más importantes de su evolución his­tórica

1º) Esbozo de la figura: de 1634 a 1640

Las Comunidades están compuestas por dos o tres miembros. Casi todas se localizan en Pa­rís. La comunicación con Santa Luisa se hace mensualmente y ella es en realidad la única Su­periora. Las fundaciones de Liancourt, Richelieu y Angers determinan situaciones de delegación de autoridad y es a partir de esta fecha, cuando se va a configurar progresivamente la misión de la Hermana Sirviente.

2º) Configuración de la Misión: de 1640 á 1660

Al crecer y expansionarse la Compañía por to­da Francia y Polonia, los Fundadores se ven en la necesidad de clarificar el cargo, exigiendo con­diciones y actitudes, señalando las funciones que le competen, a la vez que hacen un seguimiento cercano de cada una de las Hermanas Sirvien­tes, bien a través de las cartas, bien a través de las visitas. Desde los orígenes, a la Hermana Sir­viente se le exige que sepa leer y escribir y, siem­pre que sea posible, que sepa llevar las cuentas. Según Santa Luisa, debe prevalecer su misión pastoral de animación vocacional sobre la faceta de organizadora del servicio y administradora de la Casa. La misma Santa Luisa prevé que la ad­ministración pueda ser delegada en otras Her­manas. Así se hizo en Liancourt.

3º) Predominio de la dimensión pastoral y pe­dagógica: de 1660 hasta la Revolución Francesa 1789

La Hermana Sirviente es fundamentalmente animadora espiritual, carece de poderes jurídicos. A ella se le confia la fidelidad a las Reglas. Su de­ber es fomentar la observancia y servir de puen­ te entre las Hermanas de la Comunidad local y los Superiores Mayores. Tiene especial importancia su misión pedagógica: periódicamente debe reu­nir a las Hermanas para el «Catecismo entre no­sotras» (sesiones de formación de estilo familiar y sencillo).

4º) Predominio de la vigilancia y la dimensión disciplinar: desde la Revolución francesa hasta el Vaticano II (1789 a 1965).

Durante la Revolución francesa, la Compañía fue suprimida. Las Hermanas vuelven con sus fa­milias a la vida secular. Se introducen estilos de vida no muy acordes con las exigencias de la vo­cación. La imposibilidad de tener un gobierno general coordinado (época de los Vicarios gene­rales), ocasiona algunos abusos y situaciones de relajación. Al llegar el P. Juan Bautista Etienne como Superior general de la Compañía pretende corregir los abusos introducidos a base de normas disciplinares firmes y unos criterios de uniformi­dad rígidos. La Hermana Sirviente se convierte en la vigilante de la observancia y la disciplina externa; como guardadora de la uniformidad, debe moti­var la obediencia de las Hermanas y ayudarles a vivir con generosidad su entrega a Dios en el ser­vicio de los Pobres.

5º) Fundamentalmente animadora espiritual y vocacional: desde el Vaticano II hasta la actua­lidad.

El Concilio Vaticano II en el Decreto «Perfec­tae Caritatis» sobre la renovación y adaptación de la vida religiosa afirma que los Superiores, vi­carios de Dios, han de dar cuenta de las almas a ellos encomendadas. Deben ejercer la autoridad con espíritu de servicio, manifestándoles la cari­dad con que Dios los ama (Perf. Carit. n» 14). A la luz de estos principios, la Compañía se revisa en la Asamblea General de 1968 y 1969 y plas­ma cómo debe ser la Hermana Sirviente y cuáles son sus principales obligaciones, en las Constituciones y Estatutos emanados de aquella Asamblea (Madrid 1970, const. 134-136; est. 107- 108). En ellos se define su ministerio como un «servicio de amor a la Comunidad» dominando la dimensión de animación personal, comunitaria, espiritual y apostólica sobre la faceta organizati­va y directiva.

Las Constituciones y Estatutos de 1975 ela­boradas por la Asamblea General de 1974 incor­poran los principios de gobierno reafirmados por Pablo VI en la exhortación apostólica «Evangeli­ca Testificatio». En ella se afirma que es un deber particular de los Superiores despertar en la Comunidad la certeza de la Fe que debe guiar a sus hermanos o hermanas (E. T. ng 25). Las Cons­tituciones expresan este principio con toda clari­dad: «La Hermana Sirviente crea, en unión con sus Hermanas, una atmósfera de Fe, de oración, de cordialidad leal, de fervor apostólico en medio de la alegría… Favorece la búsqueda – juntas – de la voluntad de Dios. Mantiene la cohesión de la Co­munidad local y enlaza a ésta con la Compañía y con la Iglesia» (Madrid 1975, Const. 26 y 88-92; Est. 24 y 81-84).

La Superiora General, Sor Susana Guillemin, había insistido muchísimo en sus múltiples con­ferencias y escritos en la necesidad de recupe­rar y revitalizar la dimensión pastoral de animación comunitaria y apostólica de la Hermana Sirvien­te: «Las Hermanas Sirvientes son instrumentos privilegiados de la renovación de las Hermanas y de la Comunidad, son los verdaderos artífices de la renovación… La Hermana Sirviente es verda­deramente el instrumento de Dios, el instrumento principal y permanente de la renovación em­prendida y de la conversión general y continua de la Comunidad y de cada una de las Hermanas» (Escritos y palabras, CEME, Salamanca 1988, 474ss). Este texto resalta de manera contundente su ministerio pastoral sobre las demás facetas.

En esta etapa existe un esfuerzo y esmero ma­nifiesto por devolver a la Hermana Sirviente el significado que Santa Luisa había asignado a es­ta misión: ministerio de amor, ministerio de au­toridad y ministerio de unidad. Ella insistía en que la principal misión de la Hermana Sirviente es la de unir a las Hermanas entre sí y juntas caminar al encuentro del Señor en una entrega sin reser­vas a Él en el servicio de los Pobres.

5. Estado actual

Hoy la Hermana Sirviente, vista desde el in­terior de la Comunidad, Constituciones vigentes de 1983 y Directivas de la Hermana Sirviente, se concibe su oficio no como cargo de poder, sino como misión de servicio evangélico, no como ho­nor sino como responsabilidad exigente, no co­mo privilegio sino como compromiso apostólico. La imagen exterior ha pasado al plano de igual­dad y cercanía querido por Santa Luisa. Su misión es humana y espiritual a la vez. «Crear, en unión con sus Hermanas, una atmósfera de Fe, de ora­ción, de cordialidad, de fervor apostólico en me­dio de la alegría… Suscitar la reflexión común pa­ra llegar al discernimiento espiritual y apostólico» (Constituciones y Estatutos, Madrid 1983, const. 21; 44; 45; 46; est. 15; 54; 56; 57).

La atmósfera de Fe implica el viento del Es­píritu Santo, porque la Fe es don de Dios, la oración es fruto y don del Espíritu de piedad, la cordialidad es fruto de la caridad y el fervor apos­tólico en medio de la alegría es impulso misionero del Espíritu y presencia y disfrute de su gozo. Afrontar la misión sin la escucha y acogida del Es­píritu es imposible. La Hermana Sirviente, hoy más que nunca, necesita vivir en apertura y do­cilidad al Espíritu.

Como en épocas pasadas, el ejercicio de es­te ministerio tiene también hoy sus riesgos:

  • Autoritarismo y dogmatismo, cada día me­nos frecuente por el sentido de participación de­mocrática presente en todos los estamentos de la sociedad.
  • Maternalismo y proteccionismo, impidiendo a las Hermanas crecer en libertad. Sale al paso de este riesgo, magistralmente, la Superiora Ge­neral Sor Susana Guillemin en la Circular del 2 de febrero de 1967. Cada vez es menor este riesgo por la fuerte conciencia de la dignidad personal que van adquiriendo todos los miembros de las Comunidades.
  • Permisividad e igualitarismo: es un riesgo fre­cuente. Supone el dejar hacer, no tener clara la misión, carecer de valor para asumirla día a día con la fortaleza del Espíritu, pérdida aparente del sen­tido de trascendencia, debilitamiento en las mo­tivaciones de Fe, falta de preparación espiritual pa­ra afrontar la misión, confundir el discernimiento comunitario con la estadística de la mayoría, con­fundir la unión fraterna con la yuxtaposición có­moda y mediocre.
  • Profesionalismo y activismo, dedicando más tiempo e interés al servicio profesional que a la Comunidad. Hacer prevalecer la ocupación y el tra­bajo sobre la función pastoral. Si la dirección de la obra depende de la Comunidad y la Hermana Sirviente asume la dirección, puede dejarse ab­sorber por la técnica directiva y dejar de lado la Comunidad. Se impone, como exigencia de jus­ticia separar funciones y dedicar a la Comunidad la atención necesaria. Este riesgo es el más fre­cuente en el momento actual.

A nivel de derecho particular, Constituciones, Estatutos y Directivas, el ministerio de Hermana Sirviente goza de la imagen que la doctrina de los Fundadores y la Iglesia proponen. Los hechos y la vida diaria prueban que para que este ideal de servicio carismático de animación vocacional y acompañamiento espiritual sea posible, urge te­ner en cuenta los siguientes principios de acción:

  • preparación específica para afrontar la mi­sión, antes de confiarle a la Hermana Sirviente la responsabilidad y cuidado de una Comunidad. Hoy no basta la buena voluntad y la gracia de estado.
  • Profundización y reflexión constante, con ayuda de los Superiores Provinciales, sobre el mi­nisterio de autoridad confiado a la Hermana Sirviente. Para llegar a ser animadora, coordina­dora, discernidora de la voluntad de Dios con sus Hermanas, se necesita que ella y toda la Comu­nidad tengan muy claro el contenido de su misión y las facultades que posee.
  • En situaciones de conflicto, contar siempre con el apoyo de los Superiores Provinciales, con prudencia y discernimiento.
  • Formar a las Hermanas Sirvientes, delega­ción de competencias, específicamente profe­sionales y para el trabajo en equipo tanto con las Hermanas como con los seglares, teniendo en cuenta que el sentido de colaboración y el ejer­cicio de la corresponsabilidad requieren cauces de mutua información concretos y evaluables.
  • Dedicar tiempo a la Comunidad, a la relación personal, a los encuentros comunitarios, a sabo­rear y experimentar la presencia de Dios en el in­terior de la Comunidad y en el servicio apostóli­co. El activismo y la precipitación es lo que más puede destruirnos.
  • Optar cada día por la confianza en las per­sonas y la confianza en Dios, en disponibilidad to­tal, ofreciendo cercanía y dando sentido de fra­ternidad al gobierno, sabiendo que el orden y la organización es para la Comunidad y no la Co­munidad para el orden. Así es posible y relativa­mente fácil hacer realidad la definición del P. Ver­dier «Ser Hermana Sirviente es tener el arte de conducir la Comunidad por el amor».

 

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