1. Origen
El ministerio u oficio de la Hermana Sirviente desde los orígenes de la Compañía hasta hoy se ha ido perfilando progresivamente. El 31 de julio de 1. 634, nueve meses después de la fecha carismática que señala el comienzo de la Compañía de las Hijas de la Caridad en la historia, San Vicente, explicando el Reglamento a las Hermanas, establece este ministerio como necesidad para el buen orden de la Comunidad y del servicio. Y pone el acento en dos motivaciones significativas: la perfección de todas nuestras obras al obedecer y la imitación de Jesucristo.
La duración del oficio o ministerio se determina por un mes. Hay que tener en cuenta que en aquel momento eran solamente doce Hermanas. Sólo trabajaban en París capital. Las comunidades son de dos o tres miembros, exceptuando la Hermana de San Benito que está sola. Santa Luisa las conoce personalmente, las visita con frecuencia y en la práctica, ella es la única Superiora.
A la Superiora local se le confían dos tareas fundamentales:
- Ser lazo de unión entre Santa Luisa y la comunidad local;
- Vigilar la regularidad u observancia del Reglamento.
No se le confiere ningún poder y todas quedan obligadas a dar cuenta mensualmente a Santa Luisa de la marcha de la Comunidad. (Conf. 31/7/1634: IX, 30).
En 1. 642, ocho años más tarde, en el transcurso de una Conferencia sobre la obediencia, celebrada en el mes de junio, San Vicente propone que la Superiora reciba el nombre de Hermana Sirviente. Las razones que da para el cambio convencieron a las Hermanas: a) experiencia de las religiosas del Monasterio de las Anunciadas; b) identificación con la actitud de sierva humilde de la Santísima Virgen en el momento de la Encarnacion, aceptando, en plenitud de disponibilidad, el cumplimiento de la voluntad de Dios. También se diseñan en esta Conferencia los ámbitos sujetos a la obediencia de la Hermana Sirviente: «Todo lo que se refiere al servicio de los Pobres y la práctica de vuestras Reglas» (Conf. junio 1642: IX, 81).
En el servicio de los Pobres, también tenían su parcela de poder las Damas y existen conflictos cuando las órdenes de las Damas no coinciden con las de la Hermana Sirviente. San Vicente apunta como solución la prudencia, reserva y la obediencia fiel a las órdenes de la Hermana Sirviente.
En la Conferencia del 2 de febrero de 1647, después de 13 años desde la fundación de la Compañía, sigue habiendo conflictos entre las Hermanas particulares y las Hermanas Sirvientes. San Vicente deja claro cuáles son los deberes de la Hermana Sirviente en relación con los sacerdotes, las Damas y las Hermanas. Se va clarificando su figura como lazo de unión y mediadora entre las Hermanas y los Fundadores, responsable de hacer cumplir el Reglamento y organizadora del servicio en colaboración estrecha con las Damas (Conf. 2/2/1647: IX, 281-287).
En cuanto al perfil humano, espiritual y pastoral de la Hermana Sirviente es Santa Luisa la que diseña, dibuja y perfila cuál ha de ser su talante. Como mujer con carisma de animación y gobierno, motiva, clarifica, estimula y sigue de cerca a cada una de las Hermanas Sirvientes. Unas veces a través de entrevistas personales y visitas directas y otras mediante cartas, avisos o Reglamentos.
Luisa de Marillac deja claro en sus cartas que ser Hermana Sirviente no es: un honor, un placer, una recompensa, un puesto de poder o una situación de privilegio. Afirma con firmeza que es un servicio especial prestado a la Comunidad, desde la humildad y experiencia de anonadamiento y siempre con sentido eclesial (SL cc. 14. 15. 281). Para la Fundadora, la autoridad de la Hermana Sirviente procede de Dios y conlleva saber buscar con las demás compañeras, la expresión de la voluntad de Dios para el bien de los Pobres. Se trata de un servicio sacrificado y constante vivido en la entrega a Dios y la escucha al Espíritu Santo.
2. Estructura jurídica del ministerio
La igualdad no era lo común en los monasterios y en la vida religiosa del siglo XVII. En el interior de la mayoría de los claustros, había fuertes luchas por la conquista del poder, por los puestos o cargos de mando. San Vicente y Santa Luisa conocen estas tensiones y proponen a las Hermanas los principios de igualdad y responsabilidad como base de autoridad. Dejan claro que la Hermana Sirviente es responsable ante la Comunidad local de cuidar el servicio confiado a las Hermanas, para que se realice animado de humildad, sencillez y caridad. También le corresponde a la Hermana Sirviente mantener la fidelidad a los Reglamentos (SL cc. 176. 288. 304. 495) y ser lazo de unión y fraternidad (SL c. 331; E. 74 rig 213).
Jurídicamente, la Hermana Sirviente, en los orígenes de la Compañía, carece de poderes. Es una mera intermediaria entre San Vicente, Santa Luisa y las Hermanas de la Comunidad. Su misión es puramente pastoral y de gestión doméstica, pero sin poderes propios. En la organización y administración se le considera como delegada de Santa Luisa. Así queda reflejada jurídicamente su figura en las Reglas Comunes. Todo viene ordenado y detallado por las cartas y avisos de la Fundadora.
Al morir los Fundadores e ir creciendo la Compañía, van aumentando las obras y el oficio de Hermana Sirviente va tomando consistencia jurídica, más por vía de los hechos que por vía de dere cho. En vida de los Fundadores las competencias de la Hermana Sirviente están reflejadas muy claramente en el documento que recoge tos «Avisos a las Hijas de la Caridad del Hospital de Angers» en junio de 1646 (X, 694s).
Después de la muerte de los Fundadores, tenemos varios documentos que reflejan la importancia que dan los Superiores a la figura de la Hermana Sirviente:
- Circular de Sor Marturina Guérin señalando con firmeza la importancia de que la Hermana Sirviente cuide la fidelidad a las Reglas (1º de enero de 1696).
- Circular del P. Jolly, Superior General (6 de julio de 1674) en la que afirma taxativamente que «el bien y el mal de vuestra Compañía depende principalmente de vosotras, las que dirigís los pequeños establecimientos». En esta circular hay 15 artículos, a modo de Reglamento-Manual sobre las competencias y funciones de la Hermana Sirviente.
- Avisos del P. Talec, Director General a las Hermanas Sirvientes. En este documento de 1684, el P. Talec, sale al paso de la tentación en que se puede caer, asumiendo poderes sin delegación, información y comunicación previa con los Superiores Mayores: firma de contratos, no seguir las orientaciones y avisos de los Superiores, etc…
- El Catecismo de Votos del P. Henin (1701), durante el mandato del P. Pierron como Superior General, presenta a la Hermana Sirviente como Superiora local a la que las Hijas de la Caridad deben obediencia.
- Avisos a las Hermanas Sirvientes, dados por el P. Watel en 1708, redactados en 34 artículos. En ellos se insiste en la misión pastoral de la Hermana Sirviente: «…Ha de considerarse como enviada de Dios al lugar en que está colocada y hacer todo lo posible para que el espíritu de la Compañía se conserve allí en todo su vigor y no sufra ningún menoscabo».
- Los Estatutos del P. Bonnet (1718), artículo 33 describen, por primera vez en la Compañía, las características jurídicas del oficio: dirección de la casa y cuidado de la Comunidad. Las demás Hermanas le deben obediencia en lo que se refiere a guardar fidelidad a las Reglas. Se admite la posibilidad de un Consejo Doméstico, en cuyos miembros pueda delegar poderes de administración y representación en su ausencia. En este documento aparecen claramente los poderes de la Hermana Sirviente: dirección de la Casa, administración y distribución de oficios.
- Instrucciones a las Hermanas Sirvientes del P. Grappin, Director General en tiempos del Superior General Padre Juan Bautista Etienne, editado en París en 1843. Comprende cuatro capítulos: 1″) Idea general de la autoridad. 22) Cualidades necesarias a las Hermanas Sirvientes. 32) Virtudes que alimentan esas cualidades y 4Q) Manual organizativo y apéndice que contiene un modelo de impreso para la contabilidad, un modelo de ficha para que la Hermana Sirviente de su apreciación sobre las Hermanas que van a emitir los Votos y un formulario para certificar la pertenencia a la Comunidad de todos los enseres que usan las Hermanas.
- Manual de las Hermanas Sirvientes elaborado por el P. Etienne en París, 1854. Supone una revisión del trabajo anterior y expresa en 6 capítulos los deberes y obligaciones de la Hermana Sirviente con varios apéndices prácticos de tipo organizativo. Es más código disciplinar que manual pastoral. Subraya las tareas de vigilancia, guardadora de la uniformidad y fidelidad y observancia a las Reglas como lo esencial de la misión de la Hermana Sirviente. No se le confía ningún poder propio. Es mera delegada y mediadora entre la Comunidad y los Superiores.
- Manual de la Hermana Sirviente compuesto por el P. Verdier, Superior General (París, 15 de marzo de 1925). Recoge sucintamente aspectos disciplinares dados por el P. Etienne, e insiste sobre todo en la misión pastoral. Concibe el servicio de la Hermana Sirviente como el «arte de conducir una Comunidad por el amor». Todo el contenido de este manual es vocacional y espiritual. Carece de sentido jurídico. A base de textos de San Vicente describe cuáles son los deberes de la Hermana Sirviente.
Las Constituciones de 1954 describen, por primera vez en la historia de la Compañía, las facultades o poderes de la Hermana Sirviente: dirección y administración de la casa, según el uso de la Comunidad. También se advierte que los poderes de la Hermana Sirviente están determinados por el Superior General {Constituciones 1954, art. 152-156). En estas Constituciones se identifica a la Hermana Sirviente con la Superiora local de las Comunidades religiosas establecidas y reconocidas jurídicamente. Por eso se describe quién hace el nombramiento: el Superior General. Su duración del cargo: tres años, prorrogables por otros tres. Diferencian los contenidos siguientes: a) misión: aspectos humanos y pastorales; b) responsabilidad: buen funcionamiento de las obras confiadas; c) deberes: información a los Superiores de la marcha de la Casa, petición de permisos y rendición de cuentas; d) poderes: concesión de permisos a sus compañeras y facultad para hacer los gastos necesarios determinados por el Superior General. Jurídicamente su figura queda fortalecida en 1954 y asimilada al Superior local de las Comunidades Religiosas de la Iglesia.
3. Espiritualidad dinamizadora
El oficio o misión de la Hermana Sirviente es concebido por San Vicente y Santa Luisa como un servicio de animación vocacional permanente que estimula y anima a vivir la entrega a Dios en el servicio de los Pobres con humildad, sencillez y caridad, a cada una de las Hermanas. San Vicente puntualiza en las Conferencias, las condiciones requeridas para ser Hermana Sirviente: revestirse del espíritu de Jesucristo, que es el espíritu de la Compañía: humildad, sencillez y caridad; recurrir a Dios en la oración, no apoyarse en medios humanos, obrar con prudencia y saber pedir consejo.
Santa Luisa, en contacto directo y continuo con las Hermanas, que conoce al detalle la psicología femenina, las dificultades comunitarias y sabe, por experiencia, lo que supone dirigir y animar una Comunidad, señala como cualidades necesarias para ser Hermana Sirviente: ser mujer de oración, humilde, que comunique alegría, que sepa ceder y consultar (SL cc. 116. 119. 129. 140. 441. 513. 557. 654. 659. 705). Luisa de Marillac está convencida de que no se puede dinamizar espiritualmente una Comunidad, si la Hermana Sirviente no vive unida a Dios: «Sin esto, sabe Vd. muy bien que las acciones exteriores, aun cuando sean para el servicio de los Pobres, no pueden agradar mucho a Dios, ni merecernos recompensa, puesto que no van unidas a las de Nuestro Señor que siempre trabajó con la mirada puesta en Dios su Padre. Vd. lo practica así, mi querida Hermana, por eso experimenta la paz del alma». (SL c. 722). Así se lo expresa a Juana Delacroix, Hermana Sirviente de Chateaudun.
La dinámica de la animación espiritual y vocacional supone una espiritualidad de anonadamiento, de humildad y Encarnación. Así lo expresa Santa Luisa a Sor Magdalena Mongert, nombrada Hermana Sirviente de Angers en 1641: «Debe abrazar el yugo con sumisión de espíritu, confianza en la Divina Providencia y conformidad con la voluntad de Dios; gran humildad y desconfianza de sí misma, imitando la humildad y mansedumbre del Hijo de Dios; considerarse como el mulo de la casa que ha de llevar toda la carga; tratar con gran tolerancia y dulzura a las Hermanas; ocultar y disculpar las faltas que puedan cometer, pensando en las suyas; advertirles de sus fallos caritativamente en el momento en que pueda serle más útil; no mostrar preferencias ni afectos particulares; tratar a todas de tal forma que todas estén persuadidas de que son amadas y toleradas por usted. (SL c. 118).
La imagen que emplea aquí Santa Luisa evoca la espiritualidad del servicio según el Evangelio: «el que quiera ser el primero que se haga el servidor de todos» y la otra máxima evangélica: «perder la vida para encontrarla»… Hay otra imagen sobre la Hermana Sirviente empleada por Santa Luisa, días después de la primera y con la misma Hermana: el buen Pastor: ser como el buen Pastor que expone la vida por sus ovejas; sacrificar la voluntad para acomodarse a la de las demás; romper con nuestros hábitos desordenados e inclinaciones para servir de ejemplo a las Hermanas; vencer nuestras pasiones para no excitar las ajenas; obrar así para mantener la cordialidad, ejercitar la tolerancia y vivir en la estrecha unión de la verdadera caridad de Jesús Crucificado (SL c. 119).
Además de estas directivas, Santa Luisa insiste con frecuencia en que la Hermana Sirviente debe ser madre para todas las Hermanas, ofreciendo confianza, siendo acogedora, sacrificada, animosa, paciente y bondadosa para conducir a las Hermanas por los caminos del cumplimiento de la voluntad de Dios.
4. Etapas más importantes de su evolución histórica
1º) Esbozo de la figura: de 1634 a 1640
Las Comunidades están compuestas por dos o tres miembros. Casi todas se localizan en París. La comunicación con Santa Luisa se hace mensualmente y ella es en realidad la única Superiora. Las fundaciones de Liancourt, Richelieu y Angers determinan situaciones de delegación de autoridad y es a partir de esta fecha, cuando se va a configurar progresivamente la misión de la Hermana Sirviente.
2º) Configuración de la Misión: de 1640 á 1660
Al crecer y expansionarse la Compañía por toda Francia y Polonia, los Fundadores se ven en la necesidad de clarificar el cargo, exigiendo condiciones y actitudes, señalando las funciones que le competen, a la vez que hacen un seguimiento cercano de cada una de las Hermanas Sirvientes, bien a través de las cartas, bien a través de las visitas. Desde los orígenes, a la Hermana Sirviente se le exige que sepa leer y escribir y, siempre que sea posible, que sepa llevar las cuentas. Según Santa Luisa, debe prevalecer su misión pastoral de animación vocacional sobre la faceta de organizadora del servicio y administradora de la Casa. La misma Santa Luisa prevé que la administración pueda ser delegada en otras Hermanas. Así se hizo en Liancourt.
3º) Predominio de la dimensión pastoral y pedagógica: de 1660 hasta la Revolución Francesa 1789
La Hermana Sirviente es fundamentalmente animadora espiritual, carece de poderes jurídicos. A ella se le confia la fidelidad a las Reglas. Su deber es fomentar la observancia y servir de puen te entre las Hermanas de la Comunidad local y los Superiores Mayores. Tiene especial importancia su misión pedagógica: periódicamente debe reunir a las Hermanas para el «Catecismo entre nosotras» (sesiones de formación de estilo familiar y sencillo).
4º) Predominio de la vigilancia y la dimensión disciplinar: desde la Revolución francesa hasta el Vaticano II (1789 a 1965).
Durante la Revolución francesa, la Compañía fue suprimida. Las Hermanas vuelven con sus familias a la vida secular. Se introducen estilos de vida no muy acordes con las exigencias de la vocación. La imposibilidad de tener un gobierno general coordinado (época de los Vicarios generales), ocasiona algunos abusos y situaciones de relajación. Al llegar el P. Juan Bautista Etienne como Superior general de la Compañía pretende corregir los abusos introducidos a base de normas disciplinares firmes y unos criterios de uniformidad rígidos. La Hermana Sirviente se convierte en la vigilante de la observancia y la disciplina externa; como guardadora de la uniformidad, debe motivar la obediencia de las Hermanas y ayudarles a vivir con generosidad su entrega a Dios en el servicio de los Pobres.
5º) Fundamentalmente animadora espiritual y vocacional: desde el Vaticano II hasta la actualidad.
El Concilio Vaticano II en el Decreto «Perfectae Caritatis» sobre la renovación y adaptación de la vida religiosa afirma que los Superiores, vicarios de Dios, han de dar cuenta de las almas a ellos encomendadas. Deben ejercer la autoridad con espíritu de servicio, manifestándoles la caridad con que Dios los ama (Perf. Carit. n» 14). A la luz de estos principios, la Compañía se revisa en la Asamblea General de 1968 y 1969 y plasma cómo debe ser la Hermana Sirviente y cuáles son sus principales obligaciones, en las Constituciones y Estatutos emanados de aquella Asamblea (Madrid 1970, const. 134-136; est. 107- 108). En ellos se define su ministerio como un «servicio de amor a la Comunidad» dominando la dimensión de animación personal, comunitaria, espiritual y apostólica sobre la faceta organizativa y directiva.
Las Constituciones y Estatutos de 1975 elaboradas por la Asamblea General de 1974 incorporan los principios de gobierno reafirmados por Pablo VI en la exhortación apostólica «Evangelica Testificatio». En ella se afirma que es un deber particular de los Superiores despertar en la Comunidad la certeza de la Fe que debe guiar a sus hermanos o hermanas (E. T. ng 25). Las Constituciones expresan este principio con toda claridad: «La Hermana Sirviente crea, en unión con sus Hermanas, una atmósfera de Fe, de oración, de cordialidad leal, de fervor apostólico en medio de la alegría… Favorece la búsqueda – juntas – de la voluntad de Dios. Mantiene la cohesión de la Comunidad local y enlaza a ésta con la Compañía y con la Iglesia» (Madrid 1975, Const. 26 y 88-92; Est. 24 y 81-84).
La Superiora General, Sor Susana Guillemin, había insistido muchísimo en sus múltiples conferencias y escritos en la necesidad de recuperar y revitalizar la dimensión pastoral de animación comunitaria y apostólica de la Hermana Sirviente: «Las Hermanas Sirvientes son instrumentos privilegiados de la renovación de las Hermanas y de la Comunidad, son los verdaderos artífices de la renovación… La Hermana Sirviente es verdaderamente el instrumento de Dios, el instrumento principal y permanente de la renovación emprendida y de la conversión general y continua de la Comunidad y de cada una de las Hermanas» (Escritos y palabras, CEME, Salamanca 1988, 474ss). Este texto resalta de manera contundente su ministerio pastoral sobre las demás facetas.
En esta etapa existe un esfuerzo y esmero manifiesto por devolver a la Hermana Sirviente el significado que Santa Luisa había asignado a esta misión: ministerio de amor, ministerio de autoridad y ministerio de unidad. Ella insistía en que la principal misión de la Hermana Sirviente es la de unir a las Hermanas entre sí y juntas caminar al encuentro del Señor en una entrega sin reservas a Él en el servicio de los Pobres.
5. Estado actual
Hoy la Hermana Sirviente, vista desde el interior de la Comunidad, Constituciones vigentes de 1983 y Directivas de la Hermana Sirviente, se concibe su oficio no como cargo de poder, sino como misión de servicio evangélico, no como honor sino como responsabilidad exigente, no como privilegio sino como compromiso apostólico. La imagen exterior ha pasado al plano de igualdad y cercanía querido por Santa Luisa. Su misión es humana y espiritual a la vez. «Crear, en unión con sus Hermanas, una atmósfera de Fe, de oración, de cordialidad, de fervor apostólico en medio de la alegría… Suscitar la reflexión común para llegar al discernimiento espiritual y apostólico» (Constituciones y Estatutos, Madrid 1983, const. 21; 44; 45; 46; est. 15; 54; 56; 57).
La atmósfera de Fe implica el viento del Espíritu Santo, porque la Fe es don de Dios, la oración es fruto y don del Espíritu de piedad, la cordialidad es fruto de la caridad y el fervor apostólico en medio de la alegría es impulso misionero del Espíritu y presencia y disfrute de su gozo. Afrontar la misión sin la escucha y acogida del Espíritu es imposible. La Hermana Sirviente, hoy más que nunca, necesita vivir en apertura y docilidad al Espíritu.
Como en épocas pasadas, el ejercicio de este ministerio tiene también hoy sus riesgos:
- Autoritarismo y dogmatismo, cada día menos frecuente por el sentido de participación democrática presente en todos los estamentos de la sociedad.
- Maternalismo y proteccionismo, impidiendo a las Hermanas crecer en libertad. Sale al paso de este riesgo, magistralmente, la Superiora General Sor Susana Guillemin en la Circular del 2 de febrero de 1967. Cada vez es menor este riesgo por la fuerte conciencia de la dignidad personal que van adquiriendo todos los miembros de las Comunidades.
- Permisividad e igualitarismo: es un riesgo frecuente. Supone el dejar hacer, no tener clara la misión, carecer de valor para asumirla día a día con la fortaleza del Espíritu, pérdida aparente del sentido de trascendencia, debilitamiento en las motivaciones de Fe, falta de preparación espiritual para afrontar la misión, confundir el discernimiento comunitario con la estadística de la mayoría, confundir la unión fraterna con la yuxtaposición cómoda y mediocre.
- Profesionalismo y activismo, dedicando más tiempo e interés al servicio profesional que a la Comunidad. Hacer prevalecer la ocupación y el trabajo sobre la función pastoral. Si la dirección de la obra depende de la Comunidad y la Hermana Sirviente asume la dirección, puede dejarse absorber por la técnica directiva y dejar de lado la Comunidad. Se impone, como exigencia de justicia separar funciones y dedicar a la Comunidad la atención necesaria. Este riesgo es el más frecuente en el momento actual.
A nivel de derecho particular, Constituciones, Estatutos y Directivas, el ministerio de Hermana Sirviente goza de la imagen que la doctrina de los Fundadores y la Iglesia proponen. Los hechos y la vida diaria prueban que para que este ideal de servicio carismático de animación vocacional y acompañamiento espiritual sea posible, urge tener en cuenta los siguientes principios de acción:
- preparación específica para afrontar la misión, antes de confiarle a la Hermana Sirviente la responsabilidad y cuidado de una Comunidad. Hoy no basta la buena voluntad y la gracia de estado.
- Profundización y reflexión constante, con ayuda de los Superiores Provinciales, sobre el ministerio de autoridad confiado a la Hermana Sirviente. Para llegar a ser animadora, coordinadora, discernidora de la voluntad de Dios con sus Hermanas, se necesita que ella y toda la Comunidad tengan muy claro el contenido de su misión y las facultades que posee.
- En situaciones de conflicto, contar siempre con el apoyo de los Superiores Provinciales, con prudencia y discernimiento.
- Formar a las Hermanas Sirvientes, delegación de competencias, específicamente profesionales y para el trabajo en equipo tanto con las Hermanas como con los seglares, teniendo en cuenta que el sentido de colaboración y el ejercicio de la corresponsabilidad requieren cauces de mutua información concretos y evaluables.
- Dedicar tiempo a la Comunidad, a la relación personal, a los encuentros comunitarios, a saborear y experimentar la presencia de Dios en el interior de la Comunidad y en el servicio apostólico. El activismo y la precipitación es lo que más puede destruirnos.
- Optar cada día por la confianza en las personas y la confianza en Dios, en disponibilidad total, ofreciendo cercanía y dando sentido de fraternidad al gobierno, sabiendo que el orden y la organización es para la Comunidad y no la Comunidad para el orden. Así es posible y relativamente fácil hacer realidad la definición del P. Verdier «Ser Hermana Sirviente es tener el arte de conducir la Comunidad por el amor».