Significado del vocablo «Fundador»
El término fundador se puede entender en dos sentidos: en sentido canónico y en sentido teológico. En sentido canónico, se considera Fundador a la personas que contribuyeron con sus bienes a la fundación de una obra de caridad o piadosa. En este sentido, san Vicente hizo bien cuando escribiendo a un misionero le dijo que la Señora de Gondi era la fundadora de la Congregación de la Misión (III, 366). Y Urbano VIII, en la Bula Salvatoris Nostri mediante la cual aprueba la Congregación de la Misión, reconoció la intervención de los Señores de Gondi y dio a entender que Dios les inspiró la idea de instituir una congregación de misioneros (X, 305-306). De hecho, es frecuente que varias personas intervengan en la fundación de una institución eclesial y se les aplica, aunque sea de una manera amplia, el título de fundadoras. En la vida de San Vicente, escrita por Abelly en 1664, el título que dio a san Vicente fue el «intituteur» y primer Superior General de la Congregación de la Misión.
En estas reflexiones, tomamos el término de fundador en un sentido teológico, es decir, nos referimos a la persona que por inspiración de Dios llevó a cabo la creación de una comunidad de vi- da consagrada o una sociedad de vida apostólica reconocida por la Iglesia. Es el sentido más concreto del término según la eclesiología y el que aplicamos a san Vicente cuando decimos que es el fundador de las Asociaciones de la Caridad, de la Congregación de la Misión y de la Compañía de las Hijas de la Caridad.1
Relevancia eclesial de los fundadores
Siempre los Fundadores, calificados como «hombres del Espíritu» y «profetas de la historia» han tenido gran importancia en la vida de la Iglesia. Sus fundaciones son verdaderos carismas y, por tanto, han sido dados por el Espíritu Santo para servir a la Iglesia. Después del Vaticano II, la importancia de los Fundadores ha cobrado especial relieve. La llamada de dicho Concilio para actualizar los institutos exigía volver a la mente y al espíritu de los Fundadores: «deben ser reconocidos y conservados el espíritu y los propósitos propios de los Fundadores» (PC 2, b). El magisterio eclesial posterior siguió la misma línea. Un ejemplo es la exhortación que Pablo VI hace en su reflexión sobre la vida consagrada en la «Evangélica Testificatio»: «Manteneos fieles al espíritu de vuestros fundadores y a los proyectos evangélicos, al ejemplo de su santidad» (ET 11).
Características eclesiológicas de la figura del Fundador
Teniendo en cuenta la eclesiología actual, podemos señalar algunas de las notas que caracterizan al Fundador (Romano, A. Los fundadores, profetas de la historia, Publicaciones Claretianas, Madrid, 1991, pp. 31-42). Aplicaremos tales notas a san Vicente.
1. La inspiración divina
Según algunos autores, la inspiración o dimensión pneumática es el primer rasgo característico de todo Fundador. Su obra debe estar inspirada por el Espíritu. La inspiración le puede venir al Fundador bien de una manera directa o indirecta. Es directa cuando Dios comunica al Fundador una gracia mística con el fin de que lleve a cabo una fundación. Es inspiración indirecta cuando la inspiración le viene al Fundador de una experiencia pastoral, de la observación de las circunstancias sociales o eclesiales de las que el Fundador intuye que Dios le llama a fundar una institución en la Iglesia. Ordinariamente, el Fundador se decide a hacerlo después de un serio y prolongado discernimiento.
No cabe la menor duda que la inspiración de san Vicente es indirecta. Su conversión a Dios le permitió ver la realidad eclesial de una manera muy distinta. Los pobres existieron siempre, siempre los tuvo ante sus ojos, pero después de su conversión a Dios, su espíritu se agudizó y vio que Dios quería fuera Fundador. En tres experiencias pastorales, fundamentó san Vicente la fundación de sus tres mayores fundaciones.
1º. Experiencia de Châtillon. La primera experiencia pastoral fue el resultado de su predicación sobre la caridad en Chatillón, la respuesta que dieron algunos de los parroquianos y ver que no bastaba la buena voluntad, la disposición de atender a los pobres, sino que era necesario organizar la práctica de la caridad en favor de los pobres para que éstos estuvieran servidos mejor y de una manera continua. El mismo san Vicente describió aquella experiencia (IX, 202, 232).
2º. La experiencia de Gannes. La experiencia de su labor misionera entre los campesinos le hizo ver la necesidad que éstos tenían de una asistencia pastoral especial. La confesión de un anciano de Gannes se lo hizo ver con claridad. San Vicente dio a conocer esta experiencia (XI, 698- 699). A la experiencia de Gannes, hay que añadir la de Montmirail y Marchais en las que un hugonote dudaba de la credibilidad de la Iglesia católica porque no prestaba atención a los pobres campesinos. Estas experiencias le hicieron comprender cómo Dios quería que fundara una Comunidad, la Congregación de la Misión, que se dedicara totalmente a la evangelización de los pobres especialmente los del campo. También san Vicente dio a conocer a sus misioneros esta experiencia (Xl, 727-729).
3º. La experiencia del servicio parcial a los pobres. La experiencia de que el servicio de las Señoras de la Caridad, no obstante ser admirable, no cubría todas las atenciones que los pobres necesitaban. Tal experiencia, lo llevó a fundar la Compañía de las Hijas de la Caridad. San Vicente alude a estos fallos varias veces (IX, 203- 233. 416). Pero al fallo del servicio por parte de las Señoras, san Vicente tuvo otra experiencia de la posibilidad de un servicio completo al encontrar a Margarita Naseau, la vaquera de Suresnes. El mismo san Vicente se lo contó a las Hermanas en distintas conferencias (IX, 415. 542. 731).
San Vicente fue consciente de que el origen de sus fundaciones era Dios, que su inspiración era divina. Hablando a las Señoras de las Caridades, les dijo lo siguiente: «Vuestra Compañía es una obra de Dios y no de los hombres. De los hombres, no cabría esperar nada parecido, por consiguiente, es Dios quien se ha mezclado en esto» (X, 954). Lo mismo dirá, y varias veces, cuando habla del origen de la Congregación. Para san Vicente, Dios es el autor de la Congregación: «¿Quién es el que ha fundado la Compañía? ¿quién nos ha dedicado a las misiones, a los ordenandos, a las conferencias, a los retiros, etc.? ¿He sido yo? De ningún modo. ¿Ha sido el Sr. Portail, a quien Dios juntó conmigo desde el principio? Ni mucho menos; nosotros no pensábamos en ello ni teníamos ningún plan a este respecto. ¿Quién ha sido entonces el autor de todo esto? Ha sido Dios, su providencia paternal y su pura bondad. Nosotros no somos más que obreros ruines y pobres ignorantes…Por consiguiente, Dios es el que ha hecho todo esto y por medio de personas que ha juzgado convenientes para que toda la gloria sea suya» (XI, 731). La misma idea tiene de la fundación de las Compañía de las Hijas de la Caridad. Unas once veces dirá a las Hijas de la Caridad que el autor de su Compañía es Dios (IV, 247; XI, 70, 120, 201, 231, 238, 292, 320, 415. 541. 611. 712). En la carta que san Vicente escribió a santa Luisa hacia el 4 de septiembre de 1651 le dijo: «Es Dios el que ha fundado a esa Compañía y el que la dirige; dejémosle hacer y adoremos su divina y amable voluntad» (IV, 247). San Vicente consolaba con estas palabras a santa Luisa muy preocupada por el futuro de la Compañía al ver que muchas Hermanas caían enfermas. En la conferencia del 25 de mayo de 1654, cuyo tema es la conservación de la Compañía, san Vicente confirmó la idea expuesta por una Hermana de que Dios es el autor de la Compañía: «Dios la bendiga, hija mía, es muy cierto que la Compañía ha sido instituida por Dios» (IX, 611).
2. La proyección de una visión particular de Cristo
Para san Vicente, Cristo, su evangelio, sus máximas están en el centro de su vivencia espiritual propia y es la clave de su doctrina. Trata de reproducir a Cristo como evangelizador de los pobres yendo de aldea en aldea, como el que se acerca al enfermo y al pobre, poner un poco de alivio y consuelo a sus dolencias. Los Misioneros, las Hijas de la Caridad y las Señoras de la Caridad son continuadores de la misión de Cristo, para esto han sido fundados.
San Vicente ha creado, de su experiencia, una cristología propia. Sus conferencias espirituales a las Señoras de la Caridad, a los Misioneros y a las Hijas de la Caridad, además de su correspondencia y reglas o reglamentos han sido el medio del que se ha valido para ir hilvanando su doctrina espiritual centrada en Cristo. Lo más original de san Vicente no está en lo que hizo, sino más bien en la visión de Cristo que ofrece como motivación fuerte para hacer lo que el mismo Cristo hizo.
No es difícil encontrar textos pata demostrar el cristocentrismo vicenciano. Al contrario, lo difícil es la selección ante la abundancia. Citamos los que el mismo san Vicente expuso en las Reglas comunes de los Misioneros y de las Hijas de la Caridad. En las Reglas comunes de los Misioneros, al establecer la finalidad de la Congregación, escribió: «Esta pequeña Congregación de la Misión, pues quiere imitar en la medida de sus pocas fuerzas al mismo Cristo, el Señor, tanto en sus virtudes cuanto en los trabajos dirigidos a la salvación del prójimo conviene que use medios semejantes para llevar a la práctica el deseo de imitarlo» (RC. CM 1, 1). Más evidente, si cabe, es la fórmula cristocéntrica que usó en las Reglas comunes de las Hijas de la Caridad, donde expone la finalidad de la Compañía. En la primera versión, la que el mismo san Vicente explicó, leemos: «Recordarán a menudo que el fin principal por el cual Dios las ha llamado y reunido es honrar a Nuestro Señor, su Patrón, sirviéndolo corporal y espiritualmente en la persona de los pobres». Esta fórmula evolucionó posteriormente en otra más rica cristológicamente: «El fin principal para el que Dios las ha llamado y reunido es para honrar a Nuestro Señor Jesucristo, como manantial y modelo de toda caridad, sirviéndolo corporal y espiritualmente en la persona de los pobres» (RC. HC 1, 1).
Siempre que san Vicente habló o escribió a las Señoras de la Caridad, a los Misioneros e Hijas de la Caridad, la referencia a Cristo casi nunca falla. Al tratar de motivar a sus seguidores, las palabras o los ejemplos de Cristo no faltan. Uno de sus consejos más densos cristológicamente es el que dio a uno de sus misioneros: «Cuando se trate de hacer alguna buena obra, dígale al Hijo de Dios: Señor, si tú estuvieras en mi lugar, ¿qué harías en esta ocasión? ¿cómo instruirías a este pueblo? ¿cómo consolarías a este enfermo de espíritu o de cuerpo?» (XI, 240).
San Vicente estuvo convencido que las máximas evangélicas nunca fallan, mientras que las del mundo son engañosas. Esta convicción la expuso san Vicente cuando quiso construir el edificio espiritual propio de todo vicenciano: El mismo Cristo enseña «que su doctrina es como un edificio fundamentado sobre roca firme, mientras que la doctrina del mundo se basa sobre arena» (RC. CM II, 1). Su gran deseo fue seguir las huellas de Cristo porque la vocación es hacer lo que hizo nuestro Señor: «los que hemos sido llamados a continuar la misión de Cristo, misión que consiste en evangelizar a los pobres, deberán llenarse de los sentimientos y afectos de Cristo mismo, más aún, deberán llenarse de su mismo espíritu y seguir sus huellas» (Prol. RC). San Vicente introdujo los votos en la Congregación de la Misión precisamente para «usar de las mismas armas que usó con tanto éxito Nuestro Señor» (RC II, 18).
3. El servicio a la Iglesia
El servicio a la Iglesia es otra de las características de todo Fundador. Este servicio a la Iglesia está presente en las fundaciones vicencianas, no sólo en las que consideramos principales, sino en las tareas que asume para que la Iglesia recupere su esplendor. A este respecto, es conveniente recordar el impacto que en san Vicente causó las acusaciones contra la Iglesia de parte del hugonote de Montmirail: «Dice Vd. que la Iglesia de Roma está dirigida por el Espíritu Santo, pero yo no lo puedo creer, pue2to que por una parte se ve a los católicos del campe abandonados en manos de pastores viciosos e ignorantes, que no conocen sus obligaciones y que no saben siquiera lo que es la religión cristiana. Y por otra parte, se ven las ciudades llenas de sacerdotes y religiosos sin hacer nada… Y ¿quiere Vd. convencerme de que esto está bajo la dirección del Espíritu Santo?» (XI, 727).
Esta experiencia lo marcó profundamente. De ella, se ve la labor que san Vicente hizo para lo formación del clero (retiros, seminarios, Conferencias de los Martes, pequeño método de predicación al pueblo) y para que la pobre gente del campo estuviera asistida (misiones populares) y dar pruebas de la credibilidad de la Iglesia.
Las Misiones ad Gentes es otro aspecto del sentido de servicio a la Iglesia que mostró como Fundador. San Vicente tuvo ante sí varias posibilidades: Arabia, Líbano, el Obispado de Babilonia con responsabilidades sobre Persia y parte de la India, Brasil, Canadá (cf. Román, J. M., San Vicente de Paúl, I Biografía, BAC, Madrid, 1981, p. 436-438). La misión en la isla de Madagascar fue muy querida por san Vicente y a ella envió a buenos misioneros y quiso enviar a las Hijas de la Caridad (III, 540; V, 235; IX, 472, 730, 743). La aceptación de la misión se llevó a cabo en 1648. La misión fue dura, muchos misioneros murieron y otros a causa de los naufragios volvieron a Francia. No obstante todas las dificultades, san Vicente la mantuvo. Con ocasión de la muerte de uno de los misioneros de Madagascar dijo: «¿Será posible que seamos tan cobardes de corazón y tan poco hombres que abandonemos la viña del Señor, a la que nos ha llamado su divina Majestad, solamente porque han muerto cuatro o cinco o seis personas?» (XI, 297).
San Vicente amaba a la Iglesia, sentía dolor por los males de la Iglesia, por sus ministros y temía que Dios la hiciera desaparecer de Europa. Fue un hombre de Iglesia, un eclesiástico, e hizo lo posible para que sus fundaciones estuvieran al servicio de la Iglesia universal, mediante el servicio prestado en las parroquias o diócesis.
Otro aspecto de la dimensión eclesial sentida por san Vicente es el respeto y veneración que manifiesta por la jerarquía de la Iglesia: no sólo por el Romano Pontífice, a quien considera «oráculo de la verdad», sino también por los Señores Obispos y por los párrocos y vicarios cuando daban misiones. Nada se podía hacer sin consentimiento de ellos (RC XI, 5). El esfuerzo por fundar comunidades autónomas, es decir, que se gobiernen por los propios superiores y las propias normas, no impedía que en el apostolado estuvieran los miembros pertenecientes a sus fundaciones muy atentos a los deseos y proyectos de los Obispos (Cf. I, 186; IV, 49, 63, 375; V, 546; VII, 490; IX, 498; XI, 692).
4. Los seguidores
Un cuarto elemento del carisma de Fundador es el que atraiga seguidores, que suscite en la Iglesia llamadas a seguir a Cristo y a reproducir a Cristo en aquellos rasgos contemplados por el Fundador. En el contrato fundacional, san Vicente se comprometió a buscar a algunos sacerdotes que se dedicaran a la tarea de las misiones de una manera completa (X, 238). En el acta de asociación, firman, además de san Vicente otros tres misioneros. En la petición de la aprobación de la Fundación de la Congregación de la Misión, eran unos siete (1, 110-III) De hecho, la Congregación desde sus orígenes y no obstante los avatares históricos ha tenido el atractivo de vivir la condición de cristiano laico y sacerdotal en la Congregación de la Misión. El número de Hermanas reunidas en torno a santa Luisa cuando se creó la primera comunidad eran unas doce Hermanas. El número de mujeres cristianas que han sentido y siguen sintiendo la llamada a consagrase a Dios para el servicio de los pobres en la Compañía de las Hijas de la Caridad ha sido y sigue siendo abundante. Lo mismo hay que decir de las Señoras de la Caridad o de las Asociaciones de Caridad. Desde que fue fundada en Châtillon les Dombes (1617) ha existido viva en la Iglesia hasta la Revolución francesa. Pasada la Revolución francesa volvió a atraer mujeres cristianas (1838) que querían vivir las exigencias de su fe practicando la caridad en favor de los pobres (Cortázar, J. L., Todo empezó en Châtillon. Raíz y desarrollo del Voluntariado Vicenciano, Edit. La Milagrosa, Madrid, 1990).
5. El paso de la inspiración a la institución
No todos los Fundadores han tenido la habilidad suficiente para pasar de la inspiración a la institución, es decir, crear los cauces jurídicos y pastorales más adecuados a la expresión del carisma de la Institución. Se suele distinguir entre carisma de fundador, que es el carisma común a todos los Fundadores y carisma del Fundador el que lleva consigo la gracia de poder crear los cauces adecuados para que el carisma pueda ser trasmitido a una comunidad y para que ésta lo puede vivir, desarrollar y actualizar.
San Vicente tuvo la gracia de saber pasar de la inspiración a la institución. Cuando le llegó la muerte, pudo morir tranquilo porque sus obras gozaban de los criterios suficientes para que por ellas mismas pudieran caminar a través del tiempo, fieles a la inspiración primera.
Para san Vicente, la institución suponía los elementos siguientes: aprobación eclesial, constituciones o estatutos, reglamentos o Reglas, obras, todo animado por el espíritu propio.
1ª. Institución de la Cofradía de la Caridad
A las Señoras de la Caridad, las dotó de un Reglamento aprobado por la autoridad competente. Los primeros miembros «fundadores», se reunieron en el mes de agosto de 1617 para decidir la fundación oficial de la Cofradía. En esta reunión, se firmó el «Acta fundacional». En el mes de noviembre del mismo año, la autoridad eclesiástica aprobó el Reglamento y el 8 de diciembre, san Vicente dio como erigida canónicamente la Asociación. No parece que san Vicente tuviera dificultades en conseguir fundar esta Asociación de Señoras para atender a los pobres. Se atuvo a las disposiciones canónicas entonces vigentes y de ahí la facilidad con que alcanzó lo que pretendía. También creó un medio de animación de las comunidades: las visitas hechas por el mismo san Vicente, por algún misionero y, sobre todo, por santa Luisa de Marillac, que prestó unos servicios extraordinarios a las Cofradías en los distintos lugares.
El realismo de san Vicente lo orientó para dotar de una gran flexibilidad en la formulación de los Reglamentos sin abandonar el fondo común. Tenemos reglamentos distintos: el de Châtillon (X, 567, 574); Reglamento General de las Caridades para mujeres (X, 569, 571); el de Joigny (X, 588, 594); Montmirail (X, 614); Folleville, Paillar y Sérevillers (X, 628); Parroquia de san Salvador en París (X, 664); de san Nicolás de Chardonet (X, 667); de Argenteuiul (X, 671). También san Vicente organizó Caridades Mixtas de hombres y mujeres (X, 634, 640, 645, 652, 662).
2ª. La institución de la Congregación de la Misión
La institución de la Congregación de la Misión le costó más y tuvo que salvar algunas dificultades. Mandó a Roma tres peticiones buscando en las formulaciones resolver las dificultades que le venían de la Curia Romana. Conseguida finalmente la aprobación de la Congregación en 1632, fue completando la organización de la Congregación en todos los aspectos: comunitarios, apostólicos. Dotó a la Congregación de las Reglas, de los Votos y de las Constituciones mayores.
Creó también la Asamblea General y Sexenal para que la Congregación velase por sí misma para actualizarse y salir ella misma al paso de posibles dificultades originadas en gran parte por la extensión que la Congregación iba adquiriendo, la amplitud de los ministerios y las exigencias de la vida comunitaria, la observancia de los Votos, de las Reglas, etc. A la muerte de san Vicente, los elementos constitutivos estaban todos prácticamente logrados. Faltaba la aprobación de las Constituciones Mayores por el Papa, cosa que no pudo conseguir san Vicente y lo hizo su sucesor el P. Alméras en 1668, mediante el Breve de Clemente X «Ex lnjuncto Nobis», firmado en Roma el 2 de junio de 1670 (ACTA APOSTOLICAE SEDIS,
Bullae, Brevia et Rescripta in gratiam Congregationis Missionis, Parisiis, 1876, p. 33. Coppo, A., Codice di Sarzana, en Vincentiana (1991)303-406). En este Códice, se pueden ver las Reglas Comunes; la Ordinatio votorum con la fórmula de la emisión; las condiciones referentes al voto de pobreza, las reglas del Superior General, Visitador y Superior local; los directorios de la Asamblea General y Provincial; la Asamblea trienal y la aprobación arzobispal.
3ª. La institución de la Compañía de las Hijas de la Caridad
La institución de las Hijas de la Caridad se inició en 1633, cuando san Vicente y santa Luisa decidieron reunir a las Hermanas en comunidad. Fue el paso decisivo, dirigido a fundar una «cofradía» autónoma y distinta de las cofradías de las Caridades. Desde 1633 a 1646, los fundadores se dedicaron a formar «el cuerpo y el alma» de la futura comunidad. Las conferencias de estos años versan sobre el amor a la vocación, a los pobres, sobre las relaciones con los superiores, sobre el reglamento. En 1642, san Vicente pronunció la conferencia sobre la «primera Hija de la Caridad», sor Margarita Naseau y en 1643, sobre las «Virtudes de las campesinas».
La experiencia de la vida comunitaria y apostólica de las Hermanas, el aumento de vocaciones, impulsó a san Vicente y a santa Luisa a pedir las aprobaciones eclesiales. La primera aprobación arzobispal está firmada el 20 de noviembre de 1646. Santa Luisa encontró algunas dificultades: en el documento se omitió el nombre de Hijas de la Caridad, no estaba conforme que las Hijas de la Caridad dependieran del Sr. Arzobispo y no del Superior General de la Congregación de la Misión.
Se impuso la necesidad de una nueva aprobación porque se perdieron inexplicablemente los documentos necesarios para que el Parlamento diera su aprobación. San Vicente, aprovechó esta circunstancia para pedir una nueva aprobación e introducir los cambios sugeridos por santa Luisa. El 18 de enero de 1655, se firmó la segunda aprobación arzobispal con contento general por parte de los Fundadores y con algún disgusto menor por parte de las Hermanas a quienes no gustaba el nombre de «cofradía» (V, 388; VII, 377). No eran ellas iguales a las cofradías piadosas que seguramente conocieron en sus respectivos pueblos. Los fundadores, al contrario, vieron en el término «cofradía» un buen apoyo canónico para conseguir lo que pretendían y evitar problemas canónicos (X, 730). El 8 de agosto de 1655, se firmó el documento llamado «Acta del establecimiento de la Compañía de las Hijas de la Caridad». Era la aceptación oficial de la aprobación arzobispal (X, 715-717).
En los primeros Estatutos anejos a la aprobación arzobispal, se establece el fin de la Compañía, la forma de gobierno, la competencia de los Superiores, el servicio a los pobres, la vida espiritual, la práctica de las virtudes, las relaciones intercomunitarias y los medios para conseguir lo que se pretende.
San Vicente dio los primeros pasos para que la Compañía de las Hijas de la Caridad fuera aprobada por el R. Pontífice. En 1659, San Vicente mandó al P. E. Jolly, Superior de la Misión en Roma, toda la documentación necesaria para lograr la aprobación pontificia de la Compañía de las Hijas de la Caridad. Murieron san Vicente y santa Luisa sin conseguirlo. El sucesor de S. Vicente y la segunda sucesora de Santa Luisa en el gobierno de la Compañía, Sor Maturina Guerin, lo consiguieron en 1668. En esta aprobación, no se menciona a santa Luisa como confundadora (Meyer, R. y Huerga, L., Una institución singular: el Superior General de la Congregación de la Misión y de las Hijas de la Caridad, CEME, Salamanca, 1974, p. 117-127). La aprobación pontificia se hizo en los siguientes términos: «Aprobamos y confirmamos con la perpetua e inquebrantable firmeza apostólica la referida Comunidad o Congregación, su fundación y sus constituciones, las que les dio su Fundador, Vicente, como las que aprobó el Arzobispo de París, Cardenal de Retz, por ser buenas y lícitas y no contrarias a los sagrados cánones de Trento» (Pérez Flores, M., Historia del derecho propio de la Compañía de las Hijas de la Caridad, desde los primeros Estatutos hasta las Constituciones de 1983, en Vincentiana (1990) 764-792).
¿Consiguió san Vicente la institución apropiada para que su inspiración, no sólo se conservara, sino que se moviera ágilmente y se pudiera perpetuar para evangelizar a los pobres? La respuesta es, a mi juicio, afirmativa. Algunos vicencianistas han creído que san Vicente fue forzado a aceptar algunos elementos propios de los religiosos para conseguir la aprobación pontificia de la Congregación de la Misión. La lectura de la Bula «Salvatoris Nostri» de Urbano VIII puede dar la impresión de que lo que allí se aprueba es una comunidad religiosa canónica. Sin embargo, las líneas generales dan pie para configurar una comunidad muy ágil, apostólicamente considerada. De hecho, así ha sido. Cuando se habla de «religiosización» de la Congregación de la Misión no creo que se pueda fundamentar en las líneas maestras de la Bula. Pienso también que a san Vicente lo que le interesaba era fundar una comunidad fuerte espiritual y apostólicamente, sin preocuparse mucho de donde asumía los elementos constitutivos de la comunidad. En las Reglas Comunes, hay bastantes elementos de origen monacal o regular, por ejemplo: el capítulo de faltas, el rezo en común del oficio divino, la lectura en el comedor. Si el hecho de la «religiosización» se ha dado en la historia de la Congregación ha sido debido a la mentalidad de los Superiores, al modo de aplicar las instituciones de la Congregación, más que a las mismas instituciones. Después del Vaticano II, la labor de actualización que la Congregación ha llevado a cabo, muchos de los elementos monacales y conventuales que existen en las Reglas han desaparecido y se ha creado un estilo de vida más liberado de prácticas comunitarias: el capítulo de faltas, la ley del silencio, la lectura durante las comidas y se han actualizado otras: el rezo de la liturgia de las horas. Ha habido cambios más profundos en la práctica del voto de pobreza y de obediencia. Todos estos cambios que se dicen más conformes con la sensibilidad actual se han introducido con la esperanza de que hagan de la Congregación de la Misión una comunidad capaz de evangelizar a los pobres del mundo en el que la Congregación trabaja.
La espiritualidad del Fundador
Lo de más importancia en un Fundador es dotar a sus fundaciones un espíritu, de una espiritualidad capaz de animar a las personas, a las instituciones y a las obras propias. El mejor legado que san Vicente ha dejado a sus comunidades ha sido la espiritualidad, el haberlas dotado de un espíritu propio. En las comunidades vicencianas, todo está en función de reproducir a Cristo evangelizador de los pobres, fuente y modelo de toda caridad. En la referencia a Cristo y a los pobres en los que Cristo está presente, está el origen de la espiritualidad vicenciana. La visión que el vicenciano tiene desde los grandes misterios: Trinidad, Encarnación, Redención, de la Iglesia, de la Virgen, del mundo, del hombre está matizado por la visión de Cristo evangelizador de los pobres, fuente y modelo de toda caridad. El vicenciano tiene la gran suerte de poder conocer bien el pensamiento de san Vicente, la tradición de sus comunidades, los grandes intérpretes del Fundador. Las fundaciones vicencianas conservan las fuentes que les permiten conocer bien a los fundadores: Reglas, Conferencias, Correspondencia, Documentos jurídicos, Biografías de los Fundadores, Historias de las fundaciones vicencianas, Estudios serios y abundantes y una tradición ininterrumpida, sin lagunas incolmables.
Santa Luisa Confundadora de las Hijas de la Caridad
El vocablo «Fundadores» que estudiamos está en plural. La intención es clara. Entre las grandes fundaciones vicencianas se cuenta, como ya hemos dicho, la Compañía de las Hijas de la Caridad. La fundación de las Hijas de la Caridad tiene un Fundador: San Vicente de Paúl y una Cofundadora, Santa Luisa de Marillac. «Las Hijas de la Caridad son lo que San Vicente quiso y Santa Luisa hizo». Esta afirmación es de Leoncio Celier (Le figlie della Caritá, Piacenza, Collegio Albero-ni, 1930, p. 103). Tiene razón, hay una verdadera colaboración entre San Vicente y Santa Luisa. La inspiración fue de san Vicente, compartida oportunamente por santa Luisa. La experiencia de que el servicio de las Señoras de la Caridad no cubría todas las necesidades de los pobres, como dijimos antes, hizo que san Vicente pensara en las «Sirvientas» de las Caridades y en la mujer que las formara y dirigiera. De los buenos resultados de esta primera iniciativa, surgió la idea, compartida por santa Luisa y san Vicente de fundar una cofradía, las Hijas de la Caridad, siervas de los pobres enfermos, como comunidad independiente de las Caridades, aunque unidas a ellas. Es posible que san Vicente llegase al convencimiento de fundar una Comunidad independiente de las Caridades al ver el comportamiento de santa Luisa, su decisión de colaborar en la fundación y en las buenas cualidades para formar y gobernar a aquellas jóvenes aldeanas llenas de buenas disposiciones para servir a los pobres.
El papel de santa Luisa como cofundadora de las Hijas de la Caridad se ha estudiado en los últimos tiempos. El P. J. M. Román, en su trabajo: Santa Luisa de Marillac, fundadora de las Hijas de la Caridad, aborda el papel de Santa Luisa en la fundación de las Hijas de la Caridad y el paso del título de fundadora a cofundadora. En las primeras biografías de la Santa se le daba el título de Fundadora. En aras de la exactitud canónica, en los procesos de Beatificación se la consideró como cofundadora. No va más allá de la cuestión. Prefiere estudiar la aportación de la Santa en la creación de la Hijas de la Caridad.
Los estudios jurídicos, la espiritualidad de las Hijas de la Caridad, la dependencia de Santa Luisa de la dirección de san Vicente obliga a conceder el papel del Fundador a San Vicente y el de cofundadora a Santa Luisa y sin poner en duda el cambio del modo de pensar de san Vicente por el influjo que sobre él tuvo en ciertos aspectos de la fundación como es el de la dependencia de la Compañía de las Hijas de la Caridad del Superior General de la Congregación de la Misión. Para san Vicente, fueron muy fuertes aquellas palabras de santa Luisa: «En nombre de Dios, Señor, no permita Vd. que se haga nada que abra la posibilidad, por pequeña que sea, de separar la Compañía de la dirección que Dios le ha dado, porque puede Vd. tener la seguridad de que inmediatamente dejaría de ser lo que es y los pobres enfermos ya no serían socorridos, y así creo que tampoco se cumpliría ya por nosotras la voluntad de Dios» (S. L. M., c. 181). Lo expuesto es un ejemplo de la gran influencia que tuvo santa Luisa en la configuración de la Compañía de las Hijas de la Caridad. Otros ejemplos podemos ofrecer por lo que se refiere al estilo de vida espiritual, comunitaria y al modo de atender a los pobres en las distintas obras. Santa Luisa fue la animadora directa y primera Superiora de las Hijas de la Caridad, bajo la guía espiritual, pastoral y canónica de san Vicente.
A santa Luisa, se le puede aplicar, pues, todos los elementos teológicos y canónicos propios de una cofundadora, antes indicados, armonizándolos con los de san Vicente (Román, J. M., Santa Luisa de Marillac, fundadora de las Hijas de la Caridad, en Luisa de Marillac, XVIII Semana Vicenciana, CEME, Salamanca, 1991, p. 39-69). Es absolutamente cierto que la aportación de santa Luisa fue de tal importancia que se puede poner en duda la fundación de las Hijas de la Caridad si san Vicente no hubiera encontrado a esta mujer a la que poco a poco fue clarificando su espíritu y hacerla comprender la magnífica vocación que Dios le había dado de servir a los pobres, primero de una manera personal y después siendo Cofundadora y primera Superiora de las Hijas de la Caridad.
Actualidad de san Vicente y de santa Luisa
La actualidad de los fundadores se puede deducir de la vitalidad de sus fundaciones, de sus obras y sobre todo de su espíritu.
Las tres fundaciones principales de san Vicente: Congregación de la Misión, Compañía de las Hijas de la Caridad y Señoras de la Caridad están extendidas por todos los continentes. El mensaje de san Vicente de imitar y seguir a Cristo, evangelizador de los pobres, fuente y modelo de caridad, está vivo.
El vigor del mensaje vicenciano ha hecho que a san Vicente se le considere no sólo como Fundador, sino como Patriarca. Muchos otros Fundadores se han inspirado en el carisma vicenciano y en su espiritualidad. Más de cien comunidades se consideran deudoras del espíritu vicenciano. Todavía san Vicente es la cepa de la cual muchas comunidades, como los sarmientos de la vid, reciben la savia suficiente para conseguir su vitalidad espiritual, comunitaria y apostólica. Se puede hablar de una descendencia espiritual y apostólica vicencianas en todos los continentes (Chalumeau, R., La descendencia espirtual vicenciana, en Anales (1979) 244).
La persona y la doctrina de san Vicente sigue interesando a historiadores, ensayistas, autores espirituales y pastoralistas. Se puede afirmar que, desde que murió san Vicente en 1660, se siguen editando biografías, originales unas, reediciones otras y traducciones en las diversas lenguas. Una prueba del interés por la persona de san Vicente son las recientes biografías de A. Dodín: San Vicente y la Caridad; la de J. M. Román: San Vicente de Paúl. Otras biografías menores también se han publicado en los últimos años.
En cuanto a la doctrina de san Vicente, se puede asegurar lo mismo. Su actualidad es reconocida por todos. Su mensaje de amor a los pobres es evangélico y durará mientras el evangelio dure. Una prueba de la perennidad de la doctrina de san Vicente son los libros que se publican y las semanas vicencianas y meses vicencianos que se organizan. El catálogo de la editorial CEME es una muestra del interés que existe por conocer a san Vicente, su persona, su obra y sus instituciones.
De santa Luisa, hoy podemos decir lo mismo, aunque no llegue a cubrir tanto espacio como el de san Vicente. El interés por su persona, su pensamiento, su aportación a la fundación de la Compañía de las Hijas de la Caridad ha ido creciendo. Ha dejado de ser «eco» de la voz de san Vicente para ser voz válida por sí misma. Las últimas biografías de santa Luisa publicadas por CEME lo demuestran.
Bibliografía
Además de las biografías de san Vicente y de santa Luisa, y de los Escritos de san Vicente y de santa Luisa, se pueden consultar las siguientes obras: J. M. LOZANO, El Fundador y su Familia Religiosa, ITVR. Madrid, 1978.- F. CIARD1, Los Fundadores, hombres del Espíritu. Para una teología del carisma del Fundador, Edic. Paulinas, Madrid, 1982.- A. ROMANO, Los Fundadores, profetas de la Historia, Public. Claretianas, Madrid, 1991.- J. M. LOZANO, Fundador en Diccionario Teológico de la Vida Consagrada, Public. Claretianas, Madrid, 1989.- Fondatore, en Dizionario degli istituti di perfezione, Edizioni Paoline, Roma, 1977.- R. MEYER-L. HUERGA, Una institución singular: el superior general de la Congregación de la Misión y de las Hijas de la Caridad, CEME, Salamanca 1974.- J. L. CORTÁZAR, Todo comenzó en Châtillon, Edic. La Milagrosa, 1990.- J. Mg ROMÁN, Santa Luisa de Marillac, en Luisa de Marillac, Will Semana Vicenciana, CEME, Salamanca, 1991, p. 39-69.- M. PÉREZ FLORES, La Bulla «Salvatoris Nostri» y la Congregación de la Misión, en Anales (1983) 393-424.- IDEM, Historia del derecho propio de la Compañía de las Hijas de la Caridad, en Vincentiana (1990) 764-794. En las páginas 793 y 794, se puede ver amplia bibliografía sobre la Compañía de las Hijas de la Caridad.
- Cuando hablamos de san Vicente como Fundador, nos referimos únicamente a la tres grandes fundaciones vicencianas: Las Cofradías de la Caridad, La Congregación de la Misión y la Compañía de las Hijas de la Caridad. San Vicente creó otras obras importantes, como las Conferencias de los Martes, la obra de Ejercicios Espirituales para los Ordenandos, etc.