Espiritualidad vicenciana: Espíritu propio

Francisco Javier Fernández ChentoEspiritualidad vicencianaLeave a Comment

CRÉDITOS
Autor: Robert P. Maloney, C.M. · Año publicación original: 1995.

SUMARIO: Introducción. I. SIGUIENDO A CRISTO QUE «SE DESCRI­BE A SI MISMO COMO EL EVANGELIZADOR DE LOS POBRES»: 1. Él trae la buena nueva a los pobres. 2. Comparte su vida con muchos otros y los une a su ministerio. 3. Él tiene una visión universal. 4. Él vive en la persona de los pobres. 11. EL DESARROLLO DE uNA «RELACIÓN FILIAL CON EL PADRE Y DEL AMOR AL PRÓJIMO»: 1. Amor y reverencia al Padre y docilidad a su Providencia. 2. De pie an­te el Padre en oración. 3. La predicación de palabra y de obras. III. CULTIVANDO LAS «FACULTADES DEL ALMA DE TODA LA CONGREGA­CIÓN»: 1. Sencillez. 2. Humildad. 3. Mansedumbre. 4. Mortifi­cación. 5. Celo


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Introducción

Las Constituciones de la CM (=C.) de 1984 ha­blan muy claramente de esta materia en los artí­culos 4 al 8. Esquemáticamente, el espíritu de la CM se describe de este modo:

ESPIRITU VICENCIANO ES EL ESPÍRITU DE CRISTO ENVIADO A PREDICAR LA BUENA NOTICIA A LOS POBRES (C. 5), COMO SE PRUEBA EN LAS MÁXIMAS EVANGÉLICAS EXPLICADAS EN LAS REGLAS COMUNES (= RC CM) (C. 4),
CONCRETADAS PARTICULARMENTE EN:
AMOR Y REVERENCIA HACIA EL PADRE
AMOR COMPASIVO Y EFECTIVO HACIA EL POBRE
DOCILIDAD A LA PROVIDENCIA (C. 6)
SENCILLEZ
HUMILDAD
MANSEDUMBRE
MORTIFICACIÓN
CELO POR LAS ALMAS (C. 7).
«JESUCRISTO ES LA REGLA DE LA MISIÓN»
Y EL CENTRO DE SU VIDA Y ACTIVIDAD (C. 5)

Esta formulación contemporánea del espíritu vicenciano, realizada por los representantes de la Congregación de la Misión de todo el mundo, re­fleja certeramente la herencia que s. Vicente de­jó a su Compañía. Siguiendo esta guía, este tra­bajo analizará el espíritu vicenciano en tres fases: 1. El seguimiento de Cristo que se define a sí mismo como «el Evangelizador de los Pobres» (XI, 725);1 2. El desarrollo de una «relación filial con el Padre y de caridad con el prójimo» (VI, 370);2 3. El desarrollo de las «facultades del alma de la toda la Congregación» (XII, 591; RC CM II, 14).

Bajo estos títulos, el autor tratará de descu­brir las raíces evangélicas de la espiritualidad de s. Vicente y de describir brevemente algunas for­mas contemporáneas de actualizarla. Desde el comienzo, deberíamos recalcar, para que no se pierda entre los detalles, que el espíritu de s. Vi­cente y el de su Compañía, es profundamente mi­sionero y profundamente evangélico (cf. III, 181). San Vicente se apoya fuertemente en ejemplos concretos y en «maximas» de los evangelios confiando que «la enseñanza de Cristo nunca fa­llará» (RC CM II, 1); el Cristo que él encuentra en el Nuevo Testamento es un misionero, enviado por el Padre a predicar la buena nueva a los po­bres (XI, 638. 643).

I. Siguiendo a Cristo que «se describe a sí mismo como el evangelizador de los pobres»

Para Vicente de Paúl, solamente hay una fuer­za impulsora: la persona de Jesucristo. «Jesucris­to es la Regla de la Misión» (XI, 429; cf. también XI, 53 [francés])3 y el centro de su vida y de toda su actividad, les dice a los misioneros de la Con­gregación de la Misión. «Recuerde, padre, -escri­be al P. Portail, uno de los primeros miembros de la Congregación- que vivimos en Jesucristo por la muerte de Jesucristo y que deberíamos morir en Jesucristo por la vida de Jesucristo, y que nuestra vida debería estar escondida en Jesucristo y llena de Jesucristo; y que para morir como Jesucristo es necesario vivir como Jesucristo» (I, 320).

Vicente advierte a sus seguidores que ellos en­contrarán la verdadera libertad solamente cuan­do lleguen a estar muertos en Jesucristo (XI, 236).

Pero el espíritu vicenciano refleja el espíritu de un Cristo particular. Entre las características más im­portantes, según s. Vicente, están las siguientes:

1. Él trae la buena nueva a los pobres

Vicente de Paúl vuelve una y otra vez sobre este tema. En su quizás más famosa conferen­cia, la del 6 de diciembre de 1658, sobre «El Fin de la Congregación», afirma: «… dar a conocer a Dios a los pobres, anunciarles a Jesucristo, de­cirles que está cerca el reino de los cielos y que ese reino es para los pobres. ¡Oh, qué grande es esto!… evangelizar a los pobres es un oficio tan alto que es, por excelencia, el oficio del Hijo de Dios» (XI, 387). En otra conferencia, dice: «En su pasión, apenas tiene la apariencia de ser huma­no. A los ojos de los gentiles pasa por loco. Para los judíos fue una piedra de escándalo. Pero con todo esto, se describe a sí mismo como el Evan­gelizador de los Pobres: ‘Me ha enviado a predi­car la buena noticia a los pobres'».4

Vicente hace una elección claramente explí­citas5. La visión que él ofrece no es la de Cristo como maestro,6 ni como curador,7 ni como «per­fecto adorador del Padre» (visión de Bérulle),8 ni como «perfecta imagen de la divinidad» (la visión de Francisco de Sales),9 sino como El Evangeli­zador de los pobres. Los discípulos de Vicente están llamados a entrar en el seguimiento de Cristo en los mismos términos con que, en el evangelio de Lucas, Jesús abre su ministerio pú­blico: «El Espíritu del Señor está sobre mí; por eso me ha ungido. Me ha enviado a ofrecer noticias alegres a los pobres, a proclamar libertad para los cautivos, recuperación de la visión para los cie­gos y suelta para los prisioneros, a anunciar un año de gracia del Señor» (4, 18).

Es éste un tema específico de Lucas, hasta el punto de que el evangelio de san Lucas es lla­mado a veces «Evangelio de los Pobres». Lucas traslada deliberadamente y relata la escena de la visita de Jesús a la sinagoga de Nazaret de mo­do que tenga lugar al comienzo del ministerio pú­blico. El resultado es una nueva composición que Lucas hace programática para el resto de su na­rración de este ministerio, con Jesús aplicándo­se a sí mismo las palabras de Is. 61, 1-2. Lucas reitera este tema y lo desarrolla más adelante en 7, 21-22.10 En la perspectiva de Lucas, una nue­va edad está amaneciendo. Jesús anuncia la bue­na noticia del reino a todos, pero especialmente a los pobres, los débiles, los humildes, los mar­ginados del mundo:

  • dichosos sois los pobres (6, 20)
  • a los pobres se les predica la buena noticia (7, 22)
  • cuando celebres un banquete, invita al po­bre (14, 13)
  • ve por las calles y trae a los pobres (14, 21)
  • un mendigo llamado Lázaro yacía a la puer­ta… este pobre (16, 20-22)
  • vende todo lo que tienes, dalo a los pobres (18, 22)
  • Señor, doy la mitad de mis bienes a los po­bres (19, 8)
  • esta pobre viuda dio más que todos los otros (21, 3).

La espiritualidad de san Vicente fluye de su contemplación de este Cristo. La fuerza conductora que engendra tanto la increíble actividad co­mo la suave contemplación de Vicente de Paúl es su visión del Evangelizador de los Pobres.11 A sus seguidores los anima él a contemplar a este Cris­to una y otra vez. «¡Oh, qué felices serán los que puedan repetir en la hora de su muerte aquellas palabras de Nuestro Señor: ‘Me envió a predicar la buena noticia a los pobres! ‘«.12

2. Comparte su vida con muchos otros y los une a su ministerio

San Vicente establece comunidades, si­guiendo el ejemplo de Cristo «que juntó a sus apóstoles y discípulos» (RC CM VII1, 1) por causa de la misión apostólica (cf. X, 237s. 574). Hacien­do frente a las necesidades presentes, funda con notable creatividad la Congregación de la Misión y las Hijas de la Caridad. Organiza las Cofra­días y las Damas de la Caridad. Reúne a hom­bres y mujeres ricos y pobres, ignorantes e ilus­trados. Todo al servicio de los pobres.

Reconoce que las mujeres juegan un papel muy prominente en el ministerio de Jesús (IX, 202. 416. 541s; X, 567. 603. 952s). A él le sucede lo mismo en su vida: Margarita Naseau (IX, 89), Luisa de Marillac (cf. IX, 1258; X, 818), Juana Francisca de Chantal (X, 140) y la Sra. de Gondi (III, 366) son algunas de las más prominentes. Tam­bién éste es uno de los temas distintivos de Le. Él, más que ningún otro evangelista resalta la for­mación de una «comunidad de discípulos», e indica la importancia que las mujeres tienen en su vida y ministerio:

  • María, Isabel y Ana, en las narraciones de la infancia
  • la pecadora (7, 36-50)
  • las mujeres que lo acompañan (8, 1-3)
  • la viuda de Naim (7, 11-17)
  • la mujer que alaba a su Madre (II, 27s)
  • Marta y María (10, 38-42)
  • las mujeres en el camino del Calvario (23, 27-31)
  • las mujeres que le siguen hasta el final (23, 55)
  • las testigos de su resurrección (24, 22).

3. Él tiene una visión universal

Jesús deseaba que el evangelio se predicara «hasta los confines del orbe» (Act. 1, 8; cf. Lc 24, 47). Vicente, poco a poco, se convenció de este aspecto de la mente de Cristo (XI, 165). «Nuestra vocación, pues, es ir, no a una parroquia, ni si­quiera a una diócesis, sino a todo el mundo. ¿Pa­ra hacer qué? Para inflamar los corazones de hom­bres y mujeres, para hacer lo que hizo el Hijo de Dios. Él vino a traer fuego a la tierra, a inflamar-la en su amor» (XI, 553).

Empezando en 1648 con la misión de Mada­gascar, comienza a enviar miembros de la Con­gregación a diversas partes del mundo. «Mirad el precioso campo que Dios nos abre en Madagas­car, en las Hébridas y en otros lugares. Pidámosle que inflame nuestros corazones con el deseo de servirle. Démonos a él para que haga lo que quie­ra con nosotros» (XI, 762s). Antes de acabar su vida, Vicente pudo ver misioneros en Italia, Po­lonia, Argelia, Túnez e Irlanda. Y hasta soñó con enviarlos (e ir él mismo) a las Indias.

A pesar de que el trabajo de las misiones ad gentes ocasionó grandes dificultades y numero­sas muertes, Vicente permaneció completamen­te convencido de su importancia y, a pesar de la oposición, lo defendió como el diseño de Cristo. «Algunos miembros de la Compañía podrán de­cir tal vez que Madagascar debe ser abandona­da; la carne y la sangre hablarán ese lenguaje y dirán que no se deben mandar allá más hombres, pero yo estoy seguro de que el Espíritu habla de otra manera… ¡Vaya Compañía la de la Misión, que, si mueren cinco o seis, se decide a abandonar el trabajo del Señor!» (XI, 296ss; cf. también XI, 122s. 281).

Una vez más, Vicente incorpora a su ideal un importante tema lucano: la universalidad de la mentalidad de Cristo.13 En el evangelio de Lc Cris­to no ha venido sólo para los suyos, sino para to­dos los pueblos:

  • Jesús es la luz que ilumina a los gentiles (2, 32)
  • toda la humanidad verá la salvación de nues­tro Dios (3, 6)
  • hay más fe entre los gentiles que en Isra­el (4, 25-27)
  • sal por los caminos y las veredas y fuérza­los a entrar (14, 23)
  • en su nombre se predicará la conversión a todas las naciones (24, 47).

4. Él vive en la persona de los pobres14

El Cristo de san Vicente, pese a seguir siendo «Señor» e «Hijo de Dios», vive en la persona de los pobres. Continúa sufriendo en ellos (IX, 1194).

El 13 de febrero de 1646, dice a las Hijas de la Caridad: «Al servir a los pobres, servís a Jesu­cristo. ¡Oh, hijas mías, qué gran verdad! Servís a Jesucristo en la persona de los pobres. Esto es tan cierto como que estamos aquí» (IX, 240; cf. IX, 747s). Frecuentemente cita Mt 25, 31-46 pa­ra subrayar la identificación de Jesús con los po­bres (cf. IX, 240. 302. 414. 916; X, 931. 933. 950; XI, 393. 404). «Esto es lo que os obliga a servirlos con respeto y devoción como a vuestros amos: que ellos representan para vosotras la persona de Nuestro Señor, que dijo: Lo que hagáis a uno de estos, el menor de mis hermanos, lo considera­ré como hecho a mí mismo» (IX, 916; cf. también IX, 1194; X, 950).

Debido a esta identificación con Cristo, los po­bres son nuestros «amos y señores» (cf. IX, 125. 916). Al esbozar las reglas para las Hijas de la Caridad, escribe que deberán: «amarse profun­damente como hermanas a quienes Él ha unido con el lazo de su amor, y que deben amar a los pobres como si fueran sus amos, pues Nuestro Señor está en ellos y ellos en Nuestro Señor» (X, 680). Este mismo tema se lo repite a los sacer­dotes y hermanos de la Misión: «Vayamos, pues, a ellos, hermanos míos, y trabajemos con amor renovado en el servicio a los pobres y aún a los más pobres y abandonados, reconociendo ante Dios que ellos son nuestros amos y señores, y que nosotros somos indignos de rendirles nuestros humildes servicios» (XI, 273). El Cristo de Vicen­te, su «Señor y Maestro» ha de encontrarse por ello entre los enfermos, los presos, los galeotes, los niños abandonados y los desgarrados por las guerras de religión de su tiempo (IX, 1194).

Esta identificación con el prójimo sufriente es un tema destacado en Lucas: Act 9, 4; 22, 7; 26, 14: «Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?»). Tam­bién está relacionado con el tema paulino del Cuerpo de Cristo (Rm 12, 5; 1Cor 10, 17; Col 1, 18; Ef 4, 4; 5. 23), y con el tema joánico sobre la uni­dad del amor de Dios y del prójimo (Jn 13, 34s; 1Jn 2, 7s; 3, 11. 16. 18. 23s; 5, 1-2; 2Jn 5-6).

II. El desarrollo de una «relación filial con el Padre y del amor al prójimo»

San Vicente escribe con precisión en una de sus cartas: la psicología de Jesús está reflejada en dos direcciones que lo abarcan todo: «su re­lación filial con el Padre y su amor al prójimo» (VI, 370; cf. aquí nota 2).

1. Amor y reverencia al Padre y docilidad a su Pro­videncia

«Démonos a Dios», dice repetidamente san Vicente a sus sacerdotes vicencianos y a las Hi­jas de la Caridad.15 Tiene una gran confianza en Dios como Padre, en cuyas manos puede po­nerse junto con sus obras. El diario escrito por Juan Gicquel cuenta cómo Vicente dijo a los PP. Alméras, Berthe y Gicquel el 7 de junio de 1660, a sólo cuatro meses de su muerte: «Ser consu­mido por Dios, no tener bienes ni poder, si no es para consumirlos por Dios, esto es lo que Nues­tro Salvador mismo hizo, consumirse por el amor de su Padre» (X, 222).

San Vicente deseaba que el amor de Dios lo abrasara todo. A Pedro Escart le escribe: «Yo de­seo intensamente que empecemos a despojarnos completamente de todo afecto que no sea Dios, que estemos apegados a las cosas únicamente por Dios y según Dios, y que busquemos y es­tablezcamos su reino primero de todo en noso­tros y después en los demás. Esto es lo que rue­go a usted le pida que me dé…» (II, 89).

Puesto que Dios nos ama profundamente co­mo Padre, ejerce su continua Providencia sobre nuestras vidas. Muchas de las conferencias y es­critos de san Vicente hablan de la Providencia de Dios (implícita, y a veces, explícitamente, como Padre: cf. II, 398; III, 170; V, 374; VIII, 140); en otras muchas habla de la Providencia de Cristo para sus seguidores.16 En una carta a Bernardo Co­doing enfatiza la primera: «Lo demás vendrá a su tiempo. La gracia tiene sus momentos. Abando­némonos a la providencia de Dios y sea cuidadoso de no adelantarse a ella. Si le place a Dios darme algún consuelo en mi vocación es éste: que pien­so, me parece, que hemos tratado de seguir su providencia en todas las cosas…»(II, 381). Lo mis­mo le escribe a Luisa de Marillac: «¡Dios mío, hija mía, qué grandes tesoros hay escondidos en la divina providencia y qué maravillosamente es honrado Nuestro Señor por los que la siguen y no dan coces contra ella» (1, 131; cf. III, 177).

Hablando de la providencia del mismo Jesús para con sus seguidores, san Vicente dice a Juan Martín en 1647: «De este modo, padre, pidamos a Nuestro Señor que todo sea hecho según su pro­videncia; que nuestras voluntades se sometan a la suya de tal manera que entre Él y nosotros ha­ya solamente la unión que nos permita gozar de su amor singular en el tiempo y en la eternidad» (III, 177). En otra carta al fogoso Bernardo Co­doing, en 1644, le escribe: «El consuelo que me concede nuestro Señor es el pensar que, por la gracia de Dios, hemos tratado siempre de seguir y de no adelantarnos a la providencia, que tan bien sabe llevarlo todo al fin que Dios ha deter­minado para ello» (II, 383). Tres meses más tar­de añade: «Y pregunta usted: ¿que vamos a ha­cer?. Haremos lo que quiere Nuestro Señor, que es mantenernos siempre pendientes de su pro­videncia…» (II, 395).

La enseñanza de san Vicente sobre la provi­dencia se basa en dos piedras angulares: 1. pro­funda confianza en Dios como Padre amoroso; 2. «indiferencia», que es «querer sólo lo que El quie­re» (V, 385).

Se puede argumentar que este enfoque de la providencia es también un énfasis lucano.17 El espíritu del Padre y de Jesús está presente des­de el principio en Lucas, guiando el curso de la historia. Él unge a Jesús con el poder de lo alto y dirige su ministerio y el de los apóstoles:18

  • El espíritu Santo descenderá sobre ti y el poder del Altísimo te cobijará (1, 35)
  • recibido el bautismo, el Espíritu Santo des­cendió sobre él (3, 22)
  • Jesús, lleno del Espíritu Santo, fue [levado por el Espíritu al desierto (4, 1)
  • Jesús volvió a Galilea con el poder del Es­píritu Santo (4, 14)
  • el Espíritu del Señor está sobre mí (4, 18)
  • Jesús exultó en el Espíritu Santo (10, 21)
  • vuestro Padre dará el Espíritu Santo a quien se lo pida (II, 13)
  • quien blasfeme contra el Espíritu Santo no será perdonado (12, 10)
  • el Espíritu Santo os enseñará en ese mo­mento lo que debáis decir (12, 12).

Hoy19 está en revisión la idea de la providen­cia, para articular una teología que, reconociendo varios niveles de causalidad, dé razón tanto de lo racional como de lo irracional en la existencia hu­mana, y pueda encontrar un sentido donde ex­perimentamos caos, desorden, violencia y apatía. Una teología de la Providencia es una teología del sentido. Trata de salvar el abismo entre las po­laridades de la experiencia humana: propósito/ca­os, salud/enfermedad, vida/muerte, gracia/pecado, amor/desamor, plan/confusión, paz/violencia. Los ministros de la providencia son hoy los hom­bres y mujeres que dan sentido y pueden hablar de sentido. Docilidad a la providencia es una ac­titud de confianza reverente ante el misterio de Dios, tal como se revela en Cristo, en quien vida, muerte y resurrección están armonizados. La pro­videncia está, al final, basada en la fe profunda y la confianza en un Dios personal cuya sabidu­ría guía todas las cosas. Una de las señales cru­ciales de esta fe es la oración confiada, como se verá más adelante. La confianza en la provi­dencia también se manifiesta en la capacidad de ver, más allá de los hechos particulares, la esen­cia más amplia, esperando con paciencia y perseverancia. Pero la providencia también es honrada, como lo indica san Vicente (V, 374: «Es­peremos con paciencia, pero actuemos; y, por así decirlo, apresurémonos despacio»), al usar los medios que Dios nos depara para obtener nuestros fines. Si alguno tuviera la tentación de interpretar la enseñanza de san Vicente sobre la providencia como una actitud pasiva, debería re­cordar las palabras del Fundador a Edmundo Jolly: «Ud. es uno de los pocos hombres que honra grandemente a la providencia de Dios al procu­rar los remedios contra los males previsibles. Le doy gracias a Dios en mi humildad por esto y rue­go a Nuestro Señor que continúe iluminándole cada vez más para que esa luz se irradie a través de la Compañía» (VII, 267).

2. De pie ante el Padre en oración

San Vicente llama a sus seguidores a reves­tirse del espíritu de este Cristo que confía pro­fundamente en el Padre y está constantemente ante Él en oración. La oración será la fuente de la eficacia en todo lo que se haga: «Dadme un hombre de oración y será capaz de todo» (XI, 778). En medio de su actividad misionera, Jesús está siempre en contacto con el Padre (cf. Jn 7, 29. 33; 17, 13. 21).20 Jesús reconoce que el Padre es el autor de todo el bien que él hace (Xl, 410) y constantemente busca su voluntad.

A esta luz, san Vicente dice a las Hijas de la Caridad: «… (Vuestro Señor fue, sobre todo, un hombre de oración» (IX, 380). En las RC CM X, 7, dice a los misioneros: «Aunque no podemos imitar del todo a Cristo, quien, además de orar de día, pasaba la noche en oración a Dios, le imita­remos según lo permita nuestra debilidad».

Vicente está absolutamente convencido de la importancia de la unión entre la acción y la con­templación que ve en Cristo. Decía a sus seguidores que la estabilidad en la vocación y la con­tinua vitalidad de sus obras depende de la oración: «Dadme un hombre de oración y podrá hacerlo todo. Podrá decir con el Apóstol: Todo lo puedo en aquél que me conforta. La Congregación per­durará mientras sea fiel a la práctica de la oración, que es como una barrera inexpugnable que de­fiende a los misioneros de todo ataque» (XI, 778; cf. también III, 492; IX, 381. III5). Repetidamente alude al tema lucano de que Jesús ora una y otra vez, mañana, noche y en todas las ocasiones im­portantes de su ministerio:

  • en el Bautismo (3, 21)
  • se retira a la soledad a orar (5, 16)
  • al elegir a los Doce (6, 12)
  • antes de la confesión de Pedro (9, 18)
  • antes de la transfiguración (9, 29)
  • les manda orar por más trabajadores para la cosecha (10, 2)
  • enseña a los discípulos a orar (II, 1)
  • ora en la última cena para fortalecer la fe de Pedro (22, 32)
  • ora en la agonía en el huerto (22, 41-47)
  • ora en la cruz (23, 46).

En este sentido, el evangelio de Lucas es lla­mado el «Evangelio de la Oración» y el otro libro de Lucas, los Hechos de los Apóstoles, continúa este tema (cf. Act 1, 14. 24; 2, 42; 3, 1; 4, 24. 31; 6, 4; 9, 11; 10, 2-4. 9. 24. 30; 12, 5. 12; 13, 3; 14, 23; 20, 36; 21, 5; 24, 14).

El espíritu vicenciano comprende, según las Constituciones y siguiendo el ejemplo del mis­mo san Vicente, «ser contemplativos en la ac­ción y apóstoles en la oración» (C 42). Para san Vicente, éste es el único camino efectivo de apos­tolado: «Démonos completamente a la práctica de la oración, porque todo lo bueno nos viene de ella. Si perseveramos en nuestra vocación es gra­cias a la oración; si trabajamos con éxito, es gra­cias a la oración; si no pecamos, es gracias a la oración; si perseveramos en la caridad, si nos sal­vamos, todo es gracias a Dios y gracias a la ora­ción» (XI, 285s).

Las Constituciones de 1984 recomendaban varios medios para adelantar en el espíritu de ora­ción, dos de los cuales eran fuertemente desta­cados por san Vicente: la eucaristía diaria y la ho­ra de oración personal diaria.21

3. La predicación de palabra y de obras

El amor de los que viven el espíritu vicenciano ha de ser tanto «afectivo como efectivo» (IX, 432. 534. 540; XI, 733). Tienen que servir a los po­bres «espritual y corporalmente» (IX, 73. 535; XI, 253. 273).

San Vicente ve la evangelización como algo abarcador.22 Esto se ve claramente en los regla­mentos que dio a los varios grupos que fundó: la Congregación de la Misión, las Hijas de la Cari­dad, las Cofradías y las Damas de la Caridad.

Jesús viene «… a proclamar la libertad a los cautivos, devolver la vista a los ciegos y libertar a los oprimidos, anunciar el año de salvación del Señor» (Le 4, 18). Viene a «salvar a su pueblo de sus pecados» (Mt 1, 21; cf. Lc 1, 77). Ambos as­pectos de la misión de Cristo se enraízan en el corazón del ministerio de san Vicente.

La misión fue el trabajo fundamental del gru­po de sacerdotes y hermanos fundados por san Vicente. Apuntaba a la conversión y culminaba en el sacramento de la penitencia, principalmen­te en la confesión general (I, 122s. 550). Pre­sentaba este trabajo a los miembros de su Con­gregación como la vocación del Hijo de Dios.

Al atardecer de su vida, san Vicente recorda­ba con afecto el suceso que inspiró la fundación de la Congregación de la Misión: «Era el mes de enero de 1617, cuando sucedió esto; y el día de la conversión de san Pablo, que es el 25, esta se­ñora me pidió que tuviera un sermón en la igle­sia de Folleville para exhortar a sus habitantes a la confesión general. Así lo hice: les hablé de su importancia y utilidad, y luego les enseñé la ma­nera de hacerlo debidamente. Y Dios tuvo tanto aprecio de la confianza y de la buena fe de aque­lla señora… que bendijo mis palabras y toda aque­lla buena gente se vieron tan tocados de Dios, que acudieron a hacer su confesión general… Aquél fue el primer sermón de la Misión» (Xl, 700).

En sus conferencias y cartas, con frecuencia se imagina un Cristo que tiende sus manos al pe­cador, con una esperanza confiada en su per­dón y enmienda. «¡Oh Salvador! ¡qué dicho­sos eran los que tenían la gracia de acercarse a ti! ¡Qué rostro! ¡Qué mansedumbre, qué cor­dialidad les demostrabas a todos, para atraer­los! ¡Qué confianza inspirabas a todos los que acudían a tu lado! ¡Oh, qué señales de amor!» (XI, 478). Frecuentemente se centra en el cora­zón de Jesús: «Echemos una mirada al Hijo de Dios. ¡Oh, qué corazón tan caritativo! ¡Qué lla­ma de amor!» (XI, 555). Por este amor tierno es por lo que la Palabra se hace carne: «¡Qué cari­ñoso era el Hijo de Dios!… Ese cariño es el que lo hizo venir del cielo; veía a los hombres priva­dos de su gloria y se sintió afectado por su des­gracia» (XI, 560).

En el evangelio de Lucas, a veces llamado el «Evangelio de la Misericordia»,23 el tierno amor de Jesús por los pecadores es otro de los temas distintivos24

  • la pecadora (7, 36-50)
  • la oveja perdida (15, 1-7)
  • la moneda perdida (15, 8-101
  • el hijo pródigo (15, 11-32)
  • el fariseo y el publicano (18, 9-14)
  • Zaqueo (19, 1-10)
  • el buen ladrón (23, 39-43).

Pero en la mente de san Vicente, la liberación que Jesús ofrece a los pobres es una liberación integral. Por eso, envía a las Hijas de la Caridad a servir a los pobres «espiritual y corporalmente» (IX, 73. 535: XI, 253. 273). Organiza a las Cofradías y a las Damas de la Caridad para trabajar por estos mis­mos fines. A los miembros de la Congregación de la Misión les pone sobre aviso de que no deben pensar en su misión en términos exclusivamente espirituales: «De modo que, si hay algunos entre nosotros que crean que están en la Misión para evangelizar a los pobres y no para cuidarlos; para remediar sus necesidades espirituales y no las temporales, les diré que tenemos que asistirles y hacer que les asistan de todas las maneras, no­sotros y los demás… Hacer esto es evangelizar de palabra y de obra» (XI, 393). Deben incluir en sus afanes a los enfermos, los huérfanos, los locos y hasta los más abandonados (XI, 273).

Estas dos dimensiones de la misión de Jesús confluyen con frecuencia en los escritos de san Vicente; él ve la evangelización y la promoción del hombre como mutuamente complementa­rios: «En esta vocación vivimos de modo muy conforme a nuestro Señor Jesucristo que, al pa­recer, cuando vino a este mundo, escogió como principal tarea la de asistir y cuidar a los pobres. Misit me evangelizare pauperibus. Y si se le pre­gunta a Nuestro Señor: -¿Qué es lo que has ve­nido a hacer a la tierra?.-A asistir a los pobres.-b4 algo más? -A asistir a los pobres… ¿No nos sentiremos felices nosotros por estar en la Misión con el mismo fin que comprometió a Dios a ha­cerse hombre?» (XI, 33s).

Hoy, la unión entre la evangelización y la pro­moción humana, parte tan natural del espíritu de san Vicente, es uno de los pivotes de la doctrina social de la Iglesia.25

III. Cultivando las «facultades del alma de toda la Congregación»

San Vicente proclama que la Congregación, al seguir a Cristo, se tiene que caracterizar por sus cinco virtudes26 misioneras: sencillez, humil­dad, mansedumbre, mortificación y celo.

En su importante conferencia del 22 de agos­to de 1659, san Vicente se concentra en estas cinco virtudes, que fluyen de las máximas evan­gélicas «cuyo autor es Nuestro Señor Jesucris­to… Él las ha observado» (XI, 584). Dice a los miembros de la C.M. que estas cinco virtudes tienen que ser «las facultades del alma de la Con­gregación» (XI, 591; RC CM II, 14). En sus confe­rencias a las Hijas de la Caridad se centra igual­mente en la sencillez y la humildad como com­plementos de la caridad. Estas virtudes misione­ras son tan importantes que se les podría dedi­car todo un capítulo a cada una de ellas. Ahora sólo hablaremos brevemente de ellas tal como san Vicente las veía en Cristo (en este Diccionario se les han dedicado sendos artículos).

1. Sencillez

El espíritu de Cristo (IV, 450) es un espíritu de sencillez, que consiste en hablar la verdad (XII, 463; RC CM Il, 4), diciendo las cosas tal como son (I, 200), sin ocultar ni disimular nada (I, 309; V, 440), y refiriéndolo todo a Dios solo (XII, 463; RC CM II, 4). San Vicente está tan convencido de su importancia que la llama «mi evangelio» (IX, 546), «mi virtud más amada» (I, 310). «¿Sabéis dónde habita Nuestro Señor? -pregunta- Entre los sen­cillos» (IX, 726).

Vicente subraya aquí un tema básico del Nue­vo testamento: la dedicación de Jesús a la ver­dad. El evangelio de Juan enfatiza este rasgo de Cristo:

  • Jesús es la verdad (4, 6)
  • los que andan en la verdad vienen a la luz (3, 21)
  • la verdad os hará libres (8, 32)
  • Jesús da testimonio de la verdad (18, 37)
  • todo el que es de la verdad escucha su voz (18, 37)

Además de estos y otros textos joánicos (cf. Jn 1, 17; 4, 24; 5, 33; 14, 6; 16, 13; 17, 17), el Nuevo Testamento acentúa la dedicación a la ver­dad como imperativo moral basado en un dicho del Señor que aparece en contextos diferentes: «Decid sí, cuando sea sí y no cuando sea no (Mt 5, 37; cf Sant 5, 12; 2Cor 1, 17-20).

Hoy, como en tiempo de san Vicente, la sen­cillez significa hablar la verdad y es tanto una importante cualidad como una difícil disciplina, sobre todo cuando está en juego la propia con­veniencia y la verdad es comprometedora. Tal sinceridad o sencillez continúa siendo muy atrac­tiva al hombre moderno. Sencillez también signi­fica dar testimonio de la verdad, o la autenticidad personal que hace la vida coherente con las pa­labras. Hoy somos igualmente conscientes de que esto conlleva buscar la verdad como inves­tigadores más que poseerla como «propietarios». Como en tiempos de san Vicente, la sencillez comprende la pureza de intención y practicar la verdad a través de las obras de justicia y cari­dad, el llevar un estilo de vida sencillo y el uso de un lenguaje transparente, especialmente en la predicación. En la Iglesia contemporánea se pone mucho énfasis especialmente en progra­mas de formación, en integración (un equilibrio de los distintos valores vitales) que es otra forma de sencillez, o de integridad o de unicidad.

2. Humildad

La humildad, la virtud de Cristo (XI, 745), que él nos enseña «de palabra y con los ejemplos» (RC CM 7), conlleva el reconocimiento de que to­do bien nos viene de Dios (I, 235; VII, 90s}. Im­plica la confesión de nuestra pequeñez y pecados (RC CM 7), junto con una exuberante confianza en Dios (III, 256; V, 152). Vicente urge a la Com­pañía, sobre todo, a meditar en «este admirable modelo de humildad, Nuestro Señor Jesucristo» (Xl, 274). Se maravillaba de cómo el Hijo de Dios «se vació de sí mismo» (Xl, 411; cf. Fil 2, 7).

Aunque los otros evangelistas y Pablo desta­can la humildad (cf. Mt 20, 28; Mc 9, 35; Jn 13, 12-15; Fil 2, 5-12), éste es también un tema es­pecíficamente lucano, conectado con la llegada de la salvación a los pobres. Empezando por las na­rraciones de la infancia, Lc presenta la venida de Jesús a los humildes. Dios «miró a su sierva en su pequeñez» (1, 48); «destronó a los poderosos de sus tronos y levantó a los pobres en su lugar» (1, 52); porque todo el que se exalta, será humi­llado y el que se humilla será exaltado (II, 14; cf. también 18, 14). Jesús recuerda a sus discípulos que el que es de veras importante se hace pe­queño (22, 26) y que El está en medio de ellos «como el que sirve» (22, 27). También es Lc el que desarrolla, pone más énfasis en el desarrollo del tema de la exaltación a través de la humilla­ción (cf. 9, 22; 12, 50; 24, 7. 26. 46). En el libro de los Hechos, repite que ésta es la clave para en­tender las Escrituras (Act 8, 26-40).

Hoy, como en los días de san Vicente, la hu­mildad comprende el reconocimiento de que so­mos criaturas y redimidos, uno y otro signos del amor de Dios. Se manifiesta en la gratitud por los dones y en verlo todo como venido de la gracia. La humildad se hace concreta en el desarrollo de una «actitud de siervos», en la voluntad de em­prender tareas, incluso meramente manuales, al servicio del pobre. También se manifiesta en el de­seo de ser evangelizados por los pobres «nues­tros amos y señores», como dice san Vicente.

3. Mansedumbre

El mismo Jesús nos dice que Él es manso, es­cribe san Vicente (RC CM II, 6). Para san Vicente esta virtud tiene la habilidad de controlar la ira (XI, 475), sea suprimiéndola (XI, 476), sea expresán­dola (XI, 476) de una manera controlada por el amor (XI, 476s). Combina la suavidad y la firmeza (XI, 477). San Vicente escribe a santa Luisa de Marillac, el 1 de noviembre de 1637: «Si la dulzura de su espíritu necesita un poquito de vinagre, pí­dale prestado un poco de su espíritu a Nuestro Se­ñor. ¡Oh, señorita, qué bien sabía El buscar el agri­dulce cuando era menester!» (I, 408).

Normalmente es el evangelio de Mateo el que cita Vicente al hablar de la mansedumbre de Je­sús (Mt II, 29; cf 5, 5; 21, 5). Pero, aunque Lc nunca usa la palabra «mansedumbre» como tal, el tema es tan característico del tercer evangelio que Dante presenta a Lucas como «el escriba de la mansedumbre de Cristo» (De Monarchia, I, 18). La misericordia de Jesús (Lc 3, 36s), su amor (15, ls), sus palabras afables (4, 22) y su alegría (10, 21) difuminan en el evangelio de Lucas el áspe­ro cuadro pintado por Mc.

Hoy, como en el tiempo de san Vicente, la mansedumbre conlleva la habilidad de controlar la ira de una manera positiva. Puesto que la ira es una energía natural que surge espontánea­mente dentro de nosotros cuando percibimos al­go como malo, puede ser bien y mal usada. Por desgracia, hay muchos «iracundos» en las co­munidades. Pero el ejemplo de san Vicente nos enseña que la ira puede ser usada para bien. Su escándalo ante la situación de los pobres fue una fuerza poderosa que le incitó a establecer las Co­fradías y las Damas de la Caridad, los Paules y las Hijas de la Caridad.

También el ejemplo de Vicente muestra que uno puede crecer en amabilidad y acogida. Con­fiesa que su inclinación personal era sombría, pe­ro «me convertí al Señor y le pedí con ahínco que me concediese un espíritu de benignidad y ama­bilidad. Y, con la gracia de Nuestro Señor, pres­ tanda atención a la supresión de los impulsos tur­bulentos de mi naturaleza, me he curado en par­te de mi triste disposición» (ABELLY, Hl, 177s).

Hoy la mansedumbre, igual que en tiempos de san Vicente, involucra un crecimiento en la amabilidad y receptividad que le caracterizaron a él, y también la capacidad de aguantar las ofen­sas con valentía e indulgencia.

4. Mortificación

Jesús es modelo de mortificación. «No per­damos de vista la mortificación de Nuestro Señor, viendo que, para seguirle, estamos obligados a mortificarnos siguiendo su ejemplo» (XI, 524). Vi­cente define la mortificación como la sujeción de las pasiones’ a la razón (1X, 694). En sus confe­rencias tiene un lugar preferente. En ellas, la des­cribe como la negación de los sentidos externos (vista, oído, gusto, tacto y olfato: IX, 41, 696, 770, 846, 873. 968; XI, 574), de los sentidos internos (entendimiento, memoria y voluntad: IX, 770, 846, 873), de las pasiones del alma (de las que, para él, las más importantes son amor-odio, esperan­za-desesperanza: IX, 848). Para motivar a sus co­munidades a practicarla, cita con frecuencia dichos del Nuevo Testamento que la recomiendan (cf. IX, 169, 697s. 967).

Una vez más, el lector se dará cuenta de que éste es un tema prominente en Lucas, cuyo pri­mer libro es a veces llamado «Evangelio de la Renuncia Absoluta»:

  • los discípulos lo dejan todo para seguir a Je­sús (5, 11)
  • deben tomar la cruz y seguirle (9, 23)
  • no se puede poner la mano en el arado y volver atrás (9, 26)
  • deben venderlo todo y darlo en limosnas (12, 33)
  • deben odiar padre, madre, esposa; hijos, hermanos, hermanas, incluso la propia vida (14, 62)
  • tienen que renunciar a todo (14, 33)
  • Jesús ha de sufrir mucho antes de esta­blecer el reino de Dios (17, 25)
  • era necesario que fuera crucificado (24, 7)
  • Cristo ha de sufrir para entrar en su gloria (24, 26)
  • tiene que sufrir y resucitar (24, 46).

Hoy día la mortificación es mal entendida y, por ello, impopular, tal vez debido a algunas dis­torsiones de los escritores espirituales en su te­oría y práctica. Pero es un valor evangélico muy importante. El «ascetismo funcional» contempo­ráneo enfatiza que la mortificación es una re­nuncia de algo bueno por algo mejor. Conlleva de­finir nuestros fines y canalizar nuestras limitadas energías hacia ellos. También es, como lo ex­presa K. Rahner:27 «practicar la muerte», que es nuestra última renunciación. En su práctica pue­de conllevar cosas como: responder prontamen­te a las necesidades de la comunidad, particu­larmente la aceptación de los destinos; ser fiel a los deberes de nuestro estado en la vida y dar­les preferencia cuando entran en conflicto con otras cosas más agradables; trabajar fuerte, le­vantarse pronto por la mañana para fortalecer la oración de la comunidad; ser parcos en obtener y aceptar bienes materiales; ser moderado en la comida y la bebida; usar con sentido crítico la televisión, la radio, el cine y otros medios de co­municación social; reprimir expresiones críticas y que causan división; ser moderados en pedir pri­vilegios; buscar la compañía de los que nos son menos agradables tanto como la de los que nos atraen; dar generosamente de nuestro tiempo para tomar parte en los procesos modernos pa­ra tomar decisiones.

5. Celo

El celo es el amor ardiente que llena el co­razón de Jesús. «Pidamos a Dios este espíritu pa­ra toda la Compañía, este corazón, este corazón que nos hace ir a cualquier parte, ese corazón del Hijo de Dios, corazón del Hijo de, Dios, que nos dispone a ir como Él iría y como El habría ido si hubiera creído conveniente su sabiduría eterna marchar a trabajar por la conversión de las na­ciones pobres» (XI, 190). El fuego del amor ha­bilita al misionero para ir a cualquier parte y ha­cer todas las cosas: «Sí, la Misión lo puede todo, porque tenemos en nosotros el germen de la om­nipotencia de Jesucristo» (XI, 123). «El amor de Cristo nos empuja» (2Cor 5, 14) se convierte en el lema de las Hijas de la Caridad.

El celo es la virtud de la acción misionera. «Si el amor de Dios es el fuego, el celo es su llama; si el amor es el sol, el celo son sus rayos» (XI, 590s. 553). Su fin es «extender el reino de Dios». Es el amor en acción. «Amemos a Dios, herma­nos míos -clama Vicente a los misioneros- ame­mos a Dios, pero que sea a costa de nuestros bra­zos, que sea con el sudor de nuestra frente. Pues muchas veces los actos de amor a Dios, de com­placencia, de benevolencia, y otros semejantes afectos y prácticas interiores de un corazón aman­te, aunque muy buenos y deseables, resultan sin embargo muy sospechosos, cuando no se llega a la práctica del amor efectivo» (XI, 733).

El amor efectivo, encendido en el deseo de extender el reino de Dios, es naturalmente el me­ollo del Nuevo Testamento. Es también la virtud por la que Vicente de Paúl es mejor conocido y en servicio de la cual organizó a tantos hombres y mujeres. Se podrían citar muchos textos del Nuevo testamento (cf. Mt 25, 31-46; Firn 13, 8; 1 Cor 13, 13) que apuntan su importancia. Tal vez los más numerosos sean los del conjunto de tex­tos de Juan (cf. Jn 3, 16; 13, 34s; lJn 2, 10; 3, 16. 18. 23; 4, 7s. 11. 19-21; 5, 1s).

San Vicente contrapone el celo genuino a sus dos extremos: la pereza (o falta de fervor) y el entusiasmo indisciplinado (RC CM XII, 11). La pri­mera aparece escondida bajo la capa de preocu­pación por la propia salud; el otro, dice, enmas­cara con frecuencia el egoísmo o la ira y puede resultar en daño propio y de los demás. Acerca de este último tuvo que poner sobre aviso a Lui­sa de Marillac (1, 158), y a sus cohermanos Ber­nardo Codoing y Pedro Escart (II, 116).

Hoy el celo se presenta como «disponibili­dad», o voluntad de ir a donde sea para servicio del evangelio. Es un amor que es «inventivo has­ta el infinito» (XI, 65) y es, por ello, creativo, per­severante y fiel. Por ello, la persona de celo, so­bre todo en tiempos de cambio, se entrega a la formación continuada para adaptarse a nuevas obras o nuevas circunstancias o a la «modernidad» dentro de su vida (como «una segunda profe­sión» o «el retiro»). El celo, al ser contagioso y expansivo, se manifiesta también en un anhelo de trabajadores para la cosecha.

Los dos extremos de los que habló san Vicen­te también tienen ropajes contemporáneos. La «in­sensibilidad» aparece hoy con frecuencia como lo que los filósofos contemporáneos llaman «inaten­tividad» (incapacidad para percibir o ser afectado por los clamorosos problemas del mundo moderno, tal como la disparidad creciente entre ricos y po­bres), uno de los grandes pecados modernos. El «entusiasmo indiscriminado» sigue apareciendo bajo la forma de trabajo excesivo y agotamiento.

Una palabra para terminar. El espíritu vicen­cieno aquí descrito, si ha de permanecer vivo y, por tanto, verdadero espíritu, debe, por una par­te, estar firmemente enraizado en la tradición vicenciana y, por otra, estar continuamente reno­vándose en cada época histórica. Las formas con­cretas en que este espíritu toma cuerpo pueden, y a veces deben, cambiar y variar significativa-mente de tiempo en tiempo. Por esta razón la Con­gregación debe, a través de una meditación llena fe sobre el evangelio y una atención creativa a las necesidades de los pobres y del clero, permane­cer en un estado continuo de renovación (C 2).

  1. Aunque algunos autores duden de que este texto (que llama a Cristo el Evangelizador de los pobres) atribuido a s. Vi­cente por Abelly, su primer biógrafo (1664), sean las mis­mas palabras (ipsissima verba) del santo, sin embargo, la idea en sí me parece indiscutible, dada la repetida referencia de s. Vicente a Lc 4, 18. Cf. XI, 55s. 386s. 395. 639.
  2. El francés dice: «religion vers son Pére».
  3. «Caminemos con seguridad en el camino real en el que Jesucristo será nuestro guía y nuestro Ilder». Este tex­to no es indiscutiblemente vicenciano en su literalidad. La edición de Dodin no lo recoge, ni la traducción española. (N, del E.).
  4. Cf. nota 1.
  5. Cf. también IX, 129; XI, 553: «Todos pretenden amar­lo, pero lo aman de distinta manera: los cartujos por la so­ledad; los capuchinos por la pobreza; otros, a su vez, can­tando sus alabanzas. Pero nosotros, hermanos míos, esttamos obligados a mostrarlo llevando al pueblo a amar a Dios y al prójimo».
  6. Cf., por ejemplo, Le 7, 20; 9, 38; 10, 25; II, 45; 12, 13; 18, 18; 19, 39; 20, 21. 28. 39; 21, 7. El título aparece fren­cuenternente en el Nuevo Testamento.
  7. También esta imagen de Jesús era muy importante en la mente de los evangelistas; cf., por ejemplo, Me 1, 29s; Mt 8, 1s; 9, 18s; Lc 7, 1s; 13, 10s; Jn 9, 1s.
  8. B. cf. Michel Dupuy, Le Chrsit de Bérulle, en Vincen­tiana 3011986)240-252. Vicente fue influenciado por Béru­lle particularmente de 1609 a 1617. Aprendió de él espe­cialmente el sentido del ministerio sacerdotal de Jesucris­to. La Cristologla de Bérulle es abstracta y descendente con un fuerte énfasis en los atributos divinos de Cristo. In­fluenciado fuertemente por el eseotismo, Bérulle describe a Jesus como destinado desde toda la eternidad, prescin­diendo de que la raza humana pecara o no, a ser el «per­fecto adorador del Padre». Está completamente dominado, poseído y penetrado por el Padre. Es al mismo tiempo sier­vo, sacerdote y víctima.
  9. Cf. Helene Bordes, Le Chríst de Francois de Sales, en Vincentiana 30(1986)253-279. Desde 1618 hasta su muerte en 1622 s. Francisco tuvo una gran influencia sobre s. Vicente de Paúl, que lo consideraba como un modelo de mansedumbre, alegría y afabilidad. Muchas de las ideas de Vicente sobre la indiferencia y el desprendimiento se ba­san en la doctrina de san Francisco. Vicente modifica la doctrina de Francisco sobre la práctica de la presencia de Dios y la desarrolla dentro de la práctica de hacer la volun­tad de Dios en todas las cosas. Para Francisco Cristo es la «imagen perfecta de la divinidad». Al mismo tiempo Cris­to vive la perfección de la humanidad en todas las etapas de su existencia; su nacimiento, su vida oculta, su vida pú­blica, su pasión y muerte, su resurrección.
  10. J. Fitzmyer, The Gospel According to Luke 1-IX. An­chor Bible, Garden City, NY, 1981, 248; cf. también 529, 532.
  11. Mezzadri señala cuán poderosamente la concreta visión que san Vicente tiene de Cristo como venido al ser­vicio de los pobres ha influenciado su concepción de la for­mación del clero; cf. a. c. 330-332.
  12. XI, 56. Aunque a veces habla con un lenguaje lírico sobre el servicio a los pobres, san Vicente no tiene en mo­do alguno una visión romántica de su ministerio. Cf. XI, 725: «No debo considerar a un pobre campesino, hombre o mu­jer, según su aspecto exterior, ni según lo que aparece de la capacidad de su espíritu, dado que con frecuencia no tie­nen ni la figura ni el espíritu de las personas razonables, pues son vulgares y groseros. Pero dadle la vuelta a la medalla y veréis con las luces de la fe que son éstos los que nos re­presentan al Hijo de Dios, que quiso ser pobre…».
  13. Este tema, llamado a veces el «Evangelio de la Sal­vación Universal», continúa en el segundo libro de Lucas, los Hechos, donde los discípulos dan testimonio de la bue­na noticia «en Jerusalén, en toda Judea y Semana, y has­ta los confines del mundo» (Act 1, 8).
  14. Para este mismo tema cf. J. M. a Ibáñez, Le Pauv­re, icóne de Jésus-Christ, en M. Vincent, Témoin de l’É­vangile (Toulouse, 19901, 155-68.
  15. Para una llamativa afirmación de la actitud de san Vicente ante Dios cf. XI, 431s. 441s).
  16. Esta distinción puede que no sea intencionada por parte de Vicente, pues en sus escritos, las acciones del Pa­dre y las del Hijo no están claramente deslindadas.
  17. Cf J. SCHULTZ, Gottes Vorsehung bei Lukas, ZNTW 54(1963)104-116.
  18. El libro de los Hechos continúa este tema del «Evan­gelio del Espíritu Santo». En ese libro aparecen 57 refe­rencias al Espíritu. Cf. FITSMYER, 0. C. 227.
  19. Toda la publicación de Proceedings of the Forty­Fourth Annual Convention of the Catholic Theological So­ciety of America XLIV, Louisville 1989.
  20. La relación personal de Jesús con el Padre es tam­bién un tema del evangelio de Lucas: cf, 2, 49; 3, 22; 9, 35; 10, 21s; 23, 46.
  21. RC CM X, 7; C 47, §1. El artículo de las Constitu­ciones no coincide exactamente con el primer párrafo de las Reglas Comunes; es más bien un esfuerzo por adap­tarlas a las circunstancias de hoy.
  22. Cf Evangelii Nuntiandi 30-39; Congregación para la Doctrina de la Fe, Instrucción sobre «Libertad cristiana y evangelización», 99. Vicente se dio cuenta de la necesidad de afrontar los problemas sociales de su tiempo con solu­ciones estructuradas e institucionalizadas lp. e. las comuni­dades que fundó), pero no fue consciente, como tampoco sus contemporáneos, de lo que hoy llamamos «estructuras sociales de pecado». En general, él aceptó la situación po­lítica y social (como lo hizo san Pablo con la esclavitud). No obstante, dentro de este contexto, él vio la necesidad de actuar políticamente al tratar las situaciones de pobreza y usó su influencia en la Corte y en el Consejo de Conciencia para estos fines. Cf L. MEZZADRI, San Vincenzo de Paul, Pa­oline, Milano 1986, 69-79; 83-86.
  23. Cf Lc 6, 36: «Sed misericordiosos como vuestro Pa­dre celestial es misericordioso». El mismo tema se repite frecuentemente en el segundo libro de Lucas, los Hechos: cf. 2, 38; 3, 19; 5, 31; 8, 22; 10, 43; II, 18; 13, 24. 38; 17, 30; 19. 4; 20, 21; 26, 18; 26, 20.
  24. Cf FITZMYER, 0. C., 223: Cuando Lc repasa el aconte­cimiento-Cristo, otro modo como resume su efecto es «el perdón de los pecados»…
  25. Cf Sínodo de los Obispos, 1971, Justicia en el mun­do, AAS LXIII (1971)924:…actuar en favor de fa justicia y participar en la transformación del mundo son elementos integrantes de la predicación del evangelio»; cf. también Centesimus annus, 5.
  26. «Ved la fuerza y el poder de las máximas evangé­licas, de entre las que, por ser muchas, he escogido aque­llas que son más apropiadas para los misioneros» (XI, 586). Además de detenerse en los hechos de la vida de Cristo, san Vicente ve en el Nuevo Testamento una serie de má­ximas y dichos de los que Cristo es el «autor». Pide a sus seguidores que hagan lo que Jesús hizo y practique lo que enseñó, sea por un mandato directo o por medio de estas máximas.
  27. Sobre la teología de la abnegación, en Escritos de Teología III, 61-71.

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