1. Hacia una noción de conversión
El término conversión puede entenderse:
- Respecto a cualquier realidad: implica cambio, mutación, transformación de todos o de algunos de sus aspectos.
- Respecto al hombre: supone un cambio en el modo de pensar y de obrar, en la orientación de la vida, en el planteamiento de sus relaciones interpersonales, en el compromiso y en la intensidad con que lleva a cabo sus tareas.
- Respecto a la religión: supone la transformación de las relaciones del hombre con Dios. Que van desde el reconocimiento de Dios a partir del abandono de la idolatría o del ateísmo, hasta la aceptación de la salvación en Jesucristo, a un estado de vida consagrado a Dios y a un arrepentimiento por falta de coherencia en la vida.
En cada uno de los significados anteriores, conversión puede indicar ya el momento incoativo del proceso de cambio, ya el camino continuado del mismo proceso. Aquí, en san Vicente, asumimos la conversión en el ámbito religioso cristiano. Por tanto, la conversión de que hablarnos es la transformación que se verifica en la vida del hombre que, en Jesucristo, se reconoce relacionado con Dios, liberado del pecado por medio del espíritu, vive en seguimiento de Jesucristo y construye relaciones justas y amigables entre los hombres, es el cristocentrismo vicenciano, el Cristo regla de la Misión.
Esta conversión se expresa también con los vocablos arrepentimiento, penitencia, seguimiento de Cristo, donación a Dios, evangelización, santificación, etc. Siempre, conversión expresa un movimiento de alejamiento de, a una llegada a.
La conversión es una gracia divina que precede y guía el proceso. San Vicente lo dice así: «La conversión es obra de la pura misericordia de Dios y de su omnipotencia» (V11, 4811. Dos serán las dimensiones de la conversión: -una desde la incredulidad o de la idolatría a la fe y acogida de Dios -otra desde el reconocimiento de Dios a la mentalidad que día tras día tiene que llevar a cabo el creyente para permanecer fiel a Dios, en el que cree y espera. Estas dimensiones aunque distintas son inseparables, es decir, la misma conversión que lleva de la incredulidad a la fe, es la misma que alimenta, la que expresa la coherencia de la vida de fe. Una, empero, la que parte de la incredulidad, se manifiesta en una nueva visión de la vida, en consonancia con el reconocimiento de Dios. La otra, en cambio, concierne más a la vida misma del convertido y al comportamiento consecuente. (Cfr. Diccionario teológico interdisciplinar, II sub voce)
2. La conversión es un hecho salvífico
La conversión tiene su origen en la actitud del Dios benévolo que ofrece y da la conversión. Así, lo cree y dice San Vicente: La conversión: «Es obra de la pura misericordia de Dios y de su omnipotencia» (VII, 481). «Es un fruto que supera el poder de los hombres» (VIII, 53). «Es gran presunción imaginarse que Dios tenga necesidad de nuestros talentos, como si Él no pudiera convertir las almas por otro camino» (II, 291). «Esperaba que Nuestro Señor me concediera la gracia de enmendarme» (II, 228). «Me han dado motivos para dar gracias a Dios… por esta reconciliación que me parece un milagro» (II, 261). «¿Estaba en manos de los hombres conseguir esta reconciliación? Aun cuando todo el parlamento se hubiese empeñado en lograr una pacificación tan difícil entre unos espíritus tan opuestos, apenas hubiera podido conseguir más que cierto orden exterior» (XI, 701 s). «Llevar las almas a Dios…, ciertamente Padre, en todo esto no hay nada humano: no es obra de un hombre, sino obra de Dios. Es la continuación de la obra de Jesucristo y, por tanto, el esfuerzo humano lo único que puede hacer aquí es estropearlo todo, si Dios no pone su mano. No, padre, ni la filosofía, ni la teología, ni los discursos logran nada en las almas; es preciso que Jesucristo trabaje con nosotros, o nosotros con Él, que obremos con El y Él en nosotros… Para conseguir todo esto, padre, es menester que Nuestro Señor mismo imprima en Ud. su sello y su carácter» (XI, 236).
3. La conversión, empero, es también obra del hombre
Aunque la conversión sea un hecho salvífico, es obra también del hombre, en cuanto éste libremente responde a la búsqueda y a la gracia de Dios y se deja salvar o transformar por Jesucristo. San Vicente dice: «Las cosas de Dios se realizan por sí mismas y que la verdadera sabiduría consiste en seguir la Providencia paso a paso» (II, 398). «Ellos podrían molestarles, pero les ruego no se extrañen de ello porque no les harán ningún daño más que el que Nuestro Señor permita que les hagan; y todo lo malo que les vendrá de ellos no será más que para hacerles merecer algunos especiales favores con que Él desea honrarles» (IV, 345). «Y cuando más obstáculos encuentran los asuntos de Dios, mejor resultan, con tal que no fallen nuestra resignación y nuestra confianza» (IV, 345). «Hay cosas en las que sólo podemos actuar pasivamente» (VII, 35). «Reconocemos que esta abundante gracia viene de Dios, y que Él la sigue concediendo a los humildes cuando reconocen que todo cuanto hacen viene de Dios» (L. PP. 1291. «Dios le retirará esta gracia apenas dé lugar en su espíritu a una vana complacencia, atribuyéndose lo que sólo a Dios pertenece» (I, 235). «No nos empeñemos en seguir nuestros caminos, sino caminemos por los que Dios quiera señalarnos»… «ofrezcámonos a Él para hacerlo todo y sufrirlo todo por su gloria y para la edificación de la Iglesia»… «ensanchemos mucho nuestro corazón y nuestra voluntad en su presencia, sin decidirnos a una cosa o a otra hasta que Él haya hablado» (VII, 438). «Lo que hemos de hacer, padre, es humillarnos profundamente y abandonarnos por completo en las manos de Dios» (VII, 461). «¡Qué bueno es dejarse guiar por su Providencia!» (II, 114)
4. Pero hay que trabajar para la conversión
San Vicente dice: «No hay que dejar de trabajar en ello siempre que se presente la ocasión, porque así lo quiere Dios» (VII, 481). «En efecto, me esfuerzo en enmendarme, con su ayuda» (II, 228). «… para disuadir a los que caminan en tinieblas y consolar a las almas que se ven atormentadas por las falsas ilusiones. Si no lo hacemos, seremos culpables ante Dios de las almas que perezcan por culpa nuestra, ya que nuestro carácter nos obliga a ello…» (XI, 620). «Amemos a Dios, amemos a Dios pero que sea a costa de nuestros brazos, que sea con el sudor de nuestra frente» (XI, 733). «Dios nos ha destinado en este tiempo para estas almas. ¿Qué responderíamos a Dios si alguna de estas almas se perdiese? ¿No seríamos nosotros mismos los que las hubiésemos condenado… las almas que se salven por nuestro ministerio le darán a Dios testimonio de nuestra fidelidad… ¡Pobres de nosotros si somos remisos en cumplir con la obligación de socorrer a las pobres almas! Porque nos hemos entregado a Dios para esto… a pesar de mi edad, no me siento excusado en trabajar por la salvación de esas pobres gentes…» (XI, 56-57).
5. La conversión exige humildad y otras virtudes
San Vicente dice: «Si queremos que nos conceda esta gracia, hemos de esforzarnos en la humildad. No se le cree a un hombre porque sea sabio, sino porque lo juzgamos bueno y lo apreciamos» (I, 320). «La obediencia, la mortificación, la oración, la paciencia y otras virtudes semejantes conquistan mejor a las almas que mucha ciencia y toda la industria de los hombres» (II, 291). «Los sabios no son de ordinario los que dan más fruto, lo vemos demasiadas veces» (IV, 123). «No son los sabios los que producen más fruto, sino los que tienen más gracia de Dios» (VII, 441). «Nunca he visto ni he sabido que se haya convertido ningún hereje por la fuerza de la disputa, ni por la sutileza de los argumentos, sino por la mansedumbre» (XI, 753).
6. San Vicente, un gran convertido
Entre la carta que san Vicente escribe a su madre el 17 de febrero de 1610 y el 19 de octubre del año siguiente, en que entrega 15. 000 libras al hospital de la Caridad, algo profundo ha pasado en san Vicente de Paúl. Su virtud ha subido muy alto y esta ascensión no se detendrá ya. Día a día, está únicamente pendiente en imitar a Jesucristo y de seguir paso a paso a la Providencia. Vicente de Paúl se ha dejado atrapar por Jesucristo y toda su mentalidad, toda su vida, toda su existencia no será otra que revestirse de su espíritu para imitarle y seguirle en fidelidad. El testimonio de Vicente de Paúl suscitó una toma de conciencia en aquellos a quienes llegó y sintieron en sí mismos la llamada a imitarle. Las palabras de Vicente cobran un valor de mensaje para aquellos que quieren o ya están recorriendo el mismo camino.
7. Vicente de Paúl llamado a ser ministro de conversión
En Gannes, enero de 1617, un enfermo se confiesa con Vicente de Paúl. «Ah, Señora, -dijo a la señora de Gondi este enfermo tres días antes de morir-, yo estaba condenado de no haber hecho una confesión general, a causa de los pecados graves que nunca me había atrevido a confesar». «¡Ah, señor Vicente!, exclamó la señora, si este hombre, que pasaba por hombre de bien, estaba en estado de condenación ¿Qué será de los demás, que viven peor? ¡Ah, cuántas almas se pierden! ¿Cómo remediarlo?». Escuchemos al mismo san Vicente de Paúl: «El día de la conversión de San Pablo, que es el 25 de enero, me rogó esta señora que predicase un sermón en la iglesia de Folleville para exhortar a los habitantes a la confesión general; así lo hice. Les demostré su importancia y utilidad y luego les enseñé el modo de hacerla bien; y Dios tuvo tanta consideración para con la confianza y buena fe de esta señora (pues el número y enormidad de mis pecados hubiesen impedido el fruto de esta acción), que dio su bendición a mi discurso y Dios tocó de tal forma a aquella buena gente que todos venían a hacer confesión general. Yo continué instruyéndolos y disponiéndolos a los sacramentos y comencé a escucharlos, pero la aglomeración fue tan grande, que no pudiendo ya bastar con otro sacerdote que me ayudaba, mandó la señora recado a los reverendos Padres jesuitas de Amiens para que viniesen en nuestra ayuda. Escribió al reverendo Padre Rector, quien acudió él mismo en persona, mas no disponiendo sino de poco tiempo para detenerse allí, envió a buscar al R. P. Fourché, de su misma compañía, para que trabajara en lugar suyo y éste nos ayudó a confesar, predicar y catequizar, y encontró, por la misericordia de Dios, en qué ocuparse. Fuimos luego a las demás aldeas pertenecientes a la señora por aquella comarca e hicimos como en la primera. Acudió mucha gente y Dios dio por doquier su bendición. Y he aquí, el primer sermón de la Misión y el éxito que Dios le dio el día de la corversión de San Pablo, lo que Dios no hizo sin propósito en un día semejante». La misión de Folleville demostró con claridad lo que Dios esperaba de él.
8. San Vicente de Paúl, organizador de la misión
Al año siguiente de la misión de Folleville, 1618, eran misionadas otras aldeas, ayudado por eclesiásticos virtuosos. (COSTE, El gran Santo del gran siglo. El señor Vicente, CEME, Salamanca 1990-1992, 1, 71). Vicente de Paúl en vano ha llamado a la puerta de las casas religiosas de París para encargarles el proyecto de la Señora de Gondi, de misionar periódicamente a los habitantes de sus tierras. Es la Señora de Gondi que le hace ver que debe fundar una comunidad de misioneros (ib. 101-102).
El primero que le sigue es Antonio Portail. Contratan a un buen sacerdote para que colabore en las misiones, dice San Vicente: «los tres íbamos a predicar…» (ib. 105).
El tercer misionero fue muy probablemente el Padre Belin. Al menos, es lo que nos hacen suponer estas palabras que san Vicente le dirigió el 16 de diciembre de 1634: «Sepa bien que Nuestro Señor le ha hecho misionero, así como también que tiene una de las partes principales en la concepción, la gestación, el nacimiento y el progreso de la Misión, y que, si no fuese por los testimonios evidentes que Dios ha dado de que le quería en Villepreux, estaría Ud. completamente en la Misión. En cuanto a mí, lo considero como un perfecto y perpetuo misionero» (ib. 105).
9. La Congregación de la Misión, heredera de la «misión» = conversión
Por los documentos:
a) Contrato de la fundación de la CM. 17 abril 1625.
Han pensado que su divina bondad ha provisto con su infinita misericordia a las necesidades espirituales de los habitantes de las ciudades de este reino por medio de gran número de doctores y religiosos que les predican, les enseñan el catecismo, les exhortan y los conservan en el espíritu de devoción, pero que entre tanto el pueblo pobre de los campos está solo y como abandonado. «Por eso, han pensado…, que, con el beneplácito de los prelados de sus respectivas diócesis, se dedicarán por entero y exclusivamente a la salvación del pueblo pobre…, predicando, instruyendo, exhortando y catequizando a esa pobre gente y moviéndolas a hacer una buena confesión general de toda su vida pasada…» (X, 237-238).
b) Acta del arzobispo de París 24 abril 1620:
«…que se ocupen de las misiones, en catequizar, predicar y preparar las confesiones generales de la pobre gente del campo…» (X, 241).
c) Acta de asociación 4 setiembre 1620:
«… reunidos y asociados para trabajar en la catequesis y la predicación al estilo de las misiones y para preparar la confesión general al pobre pueblo del campo… para vivir juntos en forma de congregación… y para trabajar por la salvación del pueblo pobre del campo…» (ib. 242).
d) Primera solicitud de aprobación, en 1627, al Papa Urbano VIII:
«…que algunos sacerdotes, celosos de la salvación de las almas… a dar misiones al campo pa ra convertir herejes, instruir a los fieles y mover a penitencia a los pecadores…».
e) Relación verbal del 5 de junio, sobre la aprobación de la Misión por la Sagrada Congregación de Propaganda Fide, en 1627:
«…pueden dedicarse a convertir herejes, instruir ignorantes sobre los misterios de la fe y mandamientos cristianos y también guiar a los pecadores por el camino recto…» (X, 251).
f} Acta de unión del Colegio de Bons Enfants a la Congregación de la Misión:
«…sus afanes, trabajos por la salvación de los fieles…, limpiando las conciencias de los aldeanos…» (X, 253).
g) Cartas patentes del Rey para la unión del Colegio de Bons Enfants a la Congregación de la Misión:
«…para ir de aldea en aldea confesando, predicando, instruyendo y catequizando…» (X, 258).
h) Facultades concedidas a los sacerdotes de la Misión por el Arzobispo de París, el 16 abril 1628.
«…absolver a cualquier persona de lás censuras eclesiásticas» (X, 202).
i} Carta del Rey Luis XIII al Papa Urbano VII! – 24 junio, 1628:
«…predicando, exhortando, confesando y catequizando al pobre pueblo» (X, 204).
j) Carta del Rey Luis XIII al Sr. de Bethune, embajador de Francia ante la Santa Sede – 24 junio 1628:
«…predicar, exhortar, confesar y catequizar al pueblo pobre…» (X, 205).
k) Carta del Nuncio al Cardenal Ludovisi – 15 agosto 1628:
«…por reducir a las almas al seno de la santa Iglesia y limpiarlas de sus pecados…» (X, 208).
I) Informe presentado a Propaganda Fide sobre la súplica de San Vicente – junio 1628:
«…predicando y confesando en sus pueblos y aldeas, haciendo desaparecer las enemistades, introduciendo la paz, convirtiendo a los herejes…» (X, 209). Juicio: «… que cese la Misión al cesar su necesidad…» (X, 271).
m) Carta patente para ordenar al Parlamento ratificar la carta de mayo 1627:
«…a predicar, confesar, exhortar y catequizar…» (X, 274).
n) Aprobación por el Arzobispo de París de la unión de San Lázaro a la Misión – enero 1632:
«… exhortando afanosamente a todos a que hagan una confesión general de toda su vida pasada…» (X, 290).
o) Bula de erección de la Congregación de la Misión – 12 enero 1632:
«…sería de gran provecho para la salvación de las almas… buscar juntos con su propia salvación la de las almas que residen en los pueblos…habrá que instruir a los que hayan de ser promovidos a las órdenes sagradas, procurando que hagan ejercicios espirituales y confesión general…, a fin de recibir dignamente dichas órdenes… (X, 305-308) «…se verán los buenos resultados obtenidos…» (X, 311).
p) Documento relativo a la aprobación Pontificia de la Congregación de la Misión – julio 1632:
«…formar a dichos campesinos en los rudimentos de la doctrina cristiana y administrarles los sacramentos eclesiásticos, oír sus confesiones, dirigirles sermones y enseñarles todas las cosas que corresponden a la salvación…» (X, 321).
q) Aprobación por el Arzobispo de París de la unión de San Lázaro a la Misión – 31 diciembre 1632:
«… en ejercicios espirituales como en la confesión general…» (X, 329).
En todos los documentos, aparece que la Congregación de la Misión es para llevar a cabo la conversión en la segunda acepción, es decir, que la vida sea coherente con la fe.
10. Vicente de Paúl y la Congregación de la Misión, llamados a ser misioneros ad gentes
El 30 de marzo de 1648, san Vicente, en el documento «Obediencia para Carlos Nacquart y Nicolás Gondrée enviados a Madagascar» (X, 379ss), dice: «Estamos obligados a atender con esmero a la salvación de las almas en cualquier sitio a donde Dios nos llame, sobre todo en los lugares donde hay mayor necesidad y faltan otros operarios evangélicos, y sabiendo que en las Indias, especialmente en la isla de Madagascar, llamada también San Lorenzo, hay una gran penuria de operarios y es muy abundante la mies, tanto de católicos…, como de gentiles que son llamados al catolicismo…, os destinamos y os enviamos…, a dicha isla y a las demás partes de la India, para que según las funciones de nuestro instituto os dediquéis a la salvación de las almas con todas vuestras fuerzas». A Carlos Nacquart – 22 marzo 1648: «Nuestro Señor puso en su corazón el sentimiento de hacerle un señalado servicio; cuando se empezó en Richelieu con las misiones entre gentiles e idólatras, creo que Nuestro Señor le hizo sentir que le llamaba a ellas… Ya es hora de que esa semilla de la divina vocación produzca su efecto en Ud…., ha escogido a la Compañía para ir a servir a Dios en la isla de San Lo renzo, llamada por otro nombre Madagascar… Lo principal es que… procuren que aquellas pobres gentes nacidas en las tinieblas de la ignorancia de su Creador, comprendan las verdades de nuestra fe. ¿Cómo llevarles a la conversión? Que comprendan las verdades de nuestra fe, no ya por las sutiles razones de la teología, sino por razonamientos sacados de la naturaleza; pues hay que comenzar por ahí, intentando hacerles comprender que no hace Ud. más que desarrollar en ellos las señales que Dios les ha dejado en sí mismo y que habrá ido borrando la corrupción de la naturaleza, desde hace mucho tiempo habituada al mal» (III, 255-257).
Compromiso para la asistencia de los esclavos de Berbería 20 diciembre 1655: «…ha puesto en mis manos la cantidad de 30. 000 libras para que sean utilizadas por mí y por mis sucesores en la asistencia y redención de los pobres esclavos…» (X, 445).
Testimonio del Padre Dufour desde el barco que le lleva a Madagascar -julio 1656: «…porque, ¿hay algo más laudable que esforzarse en desterrar el vicio de un barco y hacer que reine allí la virtud, acabar con las malas costumbres y dar algún consuelo a los afligidos, exhortar a la observancia de los mandamientos de Dios…» (X, 449).
A Francisco du Coudray, C.M. : «…ha querido Dios servirse de este miserable para la conversión de tres personas…» (1, 130). «…es preciso que haga entender que el pobre pueblo se condena, por no saber las cosas necesarias para la salvación y no confesarse…» (1, 176s).
«… Todos los que acuden a la Compañía han de tener el deseo de sufrir en ella el martirio y consagrarse por entera al servicio de Dios por la salvación del prójimo. Igual que Jesucristo dio su vida por nosotros, debemos estar dispuestos a morir por El…» (XI, 258). «…El Hijo del hombre vino a la tierra para evangelizar a los Pobres y nosotros, padres, hemos sido enviados a lo mismo. ¡Qué dicha hacer en la tierra lo mismo que hizo Jesucristo!…» (XI, 209-210).
«… ¡Qué gran favor y gracia ha hecho Dios a esta casa, al llamar a tantas almas a los santos ejercicios y servirse de esta familia como de instrumento para servir a la instrucción de esas pobres almas! ¿En qué otra cosa deberíamos ocuparnos sino en ganar un alma para Dios? No deberíamos tener otra finalidad más que ésta… ¡Qué frutos más maravillosos…! Una persona vino a darme las gracias por haber hecho los ejercicios aquí: «Padre, sin esto, estaba perdido -me dijo-, se lo debo todo, aquello fue lo que me dio paz y me hizo emprender una forma de vivir que conservo todavía por la gracia de Dios. Sin el retiro que hice en San Lázaro, estaría condenado»» (X1, 143s).
11. La conversión, exigencia vicenciana
a) Para la comunidad de los Padres
Respecto a la caridad: «…amonestarse caritativa y humildemente los unos a los otros de las faltas que hayan observado…» (XI, 31). «…los actos de caridad con el prójimo estarán siempre en vigor entre nosotros, como son: 19, hacer a los demás el bien que razonablemente querríamos que nos hicieran; 29 no contradecir nunca a nadie, y verlo todo bien en Nuestro Señor; 39 soportarnos mutuamente sin murmurar; 49 llorar con los que lloran; 5° alegrarse con los que se alegran; 69 adelantarse a honrarnos mutuamente; 79 demostrar afecto a los demás y servirles cordialmente. En resumen, hacerse todo a todos para ganarlos a todos para Jesucristo…» (XI, 551; RC. CM II, 12).
«…estad siempre unidos y Dios os bendecirá, pero que esta unión sea por la caridad de Jesucristo… El espíritu de Jesucristo es de unión y de paz, ¿cómo podríais atraer a las almas a Jesucristo si no estuvieseis unidos entre vosotros y con Él mismo?…» (XI, 71).
Respecto a la humildad: «…El Padre Vicente recomendó mucho a la Compañía que pidiese a Dios las virtudes propias de nuestra congregación, pero sobre todo la humildad…, hay que estar contentos de vernos despreciados en particular, e incluso la Compañía en general y aceptar las humillaciones que Dios permite que caigan sobre la Compañía en general…» (XI, 219). «…después de haber pensado muchas veces para encontrar un medio de adquirir y mantener la unión y la caridad con Dios y con el prójimo, no he encontrado ningún otro que la humildad…» (XI, 72).
Respecto a la mortificación: «…ser muy mortificados y hacernos indiferentes a todo, sobre todo, en lo referente a la comida, cama, vestido… tener grandes deseos de llegar a la perfección…» (XI, 28).
Respecto a la pobreza: «…el estado de los misioneros es un estado apostólico que consiste en dejarlo y abandonarlo todo para seguir a Jesucristo… La pobreza es una renuncia voluntaria a todos los bienes de la tierra, por amor a Dios y para servirle mejor y cuidar de nuestra salvación…» (XI, 156).
Respecto a la castidad: «…por tanto, es muy conveniente que la congregación tenga un deseo singularísimo y ardentísimo de esta virtud de la castidad y que en todo tiempo y lugar haga profesión especial de practicarla con toda perfección…» (XI, 678; RC. CM. IV, 1).
Respecto a la obediencia: «,, . Para honrar la obediencia que nos enseñó de palabra y de obra Nuestro Señor Jesucristo… obedeceremos fielmente a todos nuestros superiores, mirándolos en Nuestro Señor y a Nuestro Señor en ellos…» (XI, 687; RC. CM. V, 1).
Respecto a los votos: «… Y habiendo sido suscitada en la Iglesia esta pequeña Congregación de la Misión para trabajar por la salvación de las almas, especialmente de los pobres campesinos, ha creído que no podía utilizar armas mejores ni más apropiadas que aquellas mismas que con tanto éxito y ventaja utilizó la eterna Sabiduría. Por eso, todos y cada uno de los miembros de esta congregación guardarán fiel y perpetuamente la pobreza, castidad y obediencia según nuestro instituto…» (XI, 638; RC. CM. II, 18).
Respecto a la penitencia: «Los sacerdotes no sólo han de dedicarse al estudio e iluminar al pueblo de Dios con la predicación sino que han de entrar en el espíritu y en los actos de penitencia: 1° Para satisfacer a la justicia de Dios. 29 Para reparar el daño que se le ha hecho. 39 Porque es el modelo perfecto del sacerdote que nos ha dado ejemplo continuo de penitencia a pesar de ser inocente» (XI, 52).
Respecto al buen ejemplo: «¡De cuántas buenas obras y santas acciones serán causa los buenos sujetos de la Compañía que hayan dado buen ejemplo! Pues a medida que los que les sigan vayan haciendo el bien y manteniéndose en el camino recto, en esa medida aumentará su gloria y recibirán de Dios la recompensa en el cielo…» (XI, 131).
Respecto a las máximas evangélicas: «…Aunque hemos de hacer todo lo posible por guardar estas máximas evangélicas, por ser tan santas y tan útiles, hay entre ellas algunas que son más propias de nosotros que las demás, esto es, las que recomiendan especialmente la sencillez, la humildad, la mansedumbre, la mortificación y el celo de las almas; por eso, nuestra congregación se esforzará en ellas de una forma especial, de modo que estas cinco virtudes sean como las facultades del alma de toda la compañía…» (XI, 593s).
b) Para la comunidad de las Hermanas
Respecto a la caridad: «…vosotras debéis estar siempre dispuestas a ejercer la caridad…» (IX, 740) «…Hay que imitar al Hijo de Dios que no hacía nada sino por el amor a Dios su padre; vuestro propósito al venir a la Caridad tiene que ser puramente por el amor y el gusto de Dios, todas vuestras acciones han de tender a ese mismo amor…» (IX, 38) «…amara Dios sobre todas las cosas, que seáis todas y por completo suyas, que no améis cosa alguna más que a Él y, si se ama alguna cosa, que sea por su amor…» (IX, 1015) «…¿Es posible que una Hermana que ha renunciado a todo, pueda trabajar por un motivo distinto del amor de Dios y el deseo de servirle con mayor perfección que el mundo?» (IX, 1066) «…no harán nada unas contra las otras, no tolerarán ningún pensamiento de aversión, no dirán nunca nada que pueda molestar a la otra, a no ser que esté obligada por su oficio…» (IX, 1015s); «…debemos hacer algunas mortificaciones y rezar por las Hermanas que no aman a Dios ni al prójimo y pueden acabar con la Compañía, para que Dios quiera unirlas a las demás con el vínculo de la caridad… cuando os cueste hablar con una Hermana que os haya causado algún disgusto, demostradle todo el afecto posible, si obráis de este modo conquistaréis a la que os tenía alguna antipatía, aunque os cueste algún trabajo, no dejéis de hacerlo, porque es el espíritu propio de la Hija de la Caridad que deben amarse como hijas de un mismo padre…; otra señal de una verdadera Hija de la Caridad: amar a las otras y a todos sus prójimos con cordialidad. Es la señal que Jesucristo dio a sus discípulos: «En eso, conocerán que sois mis discípulos, si os amáis mutuamente» (IX, 1071) «…¿creéis que podéis agradar a Dios si no estáis unidas al prójimo por la caridad? No, hijas mías. Dios prefiere la reconciliación de dos personas a sus sacrificios…» (IX, 1022).
Respecto a la perfección: «…habéis aceptado hacer lo que Nuestro Señor hacía en la tierra. Hermanas mías, ¡si pudieseis ver cuánta perfección requiere vuestro estado!… Hijas mías, decid en vuestro interior: «Dios me pide más a mí que a las religiosas «…» (IX, 765); «… hijas mías, hemos de tener gran cuidado en no perder ninguna ocasión de perfeccionaros…» (IX, 44), «…por tanto, hijas mías, no os extrañéis que se os pida que huyáis del pecado mortal sino también del venial… (IX, 746);…haced que vuestro espíritu se llene de Dios…» (IX, 50); «…tomad de nuevo la resolución de estimar más que nunca vuestra vocación y de intentar trabajar con mayor fidelidad en la perfección que Dios os pide…» (IX, 102); «… que el Espíritu Santo derrame en vuestros corazones las luces que necesitáis para caldearlo con un gran fervor y haceros fieles y aficionadas a las prácticas de todas las virtudes…» (IX, 103).
Respecto a la humildad: «…hay que pedirle muchas veces a Dios que nos conceda el desprecio a nosotros mismos, que nos guste que nos tengan por pobres y miserables, que amemos todo lo que nos lleva a este desprecio…» (IX, 771); «…Hermanas mías, acordaos de considerar a vuestras Hermanas más perfectas que vosotras; creed que son buenas y que vosotras sois las peores de todas; si así lo hacéis ¿qué ocurrirá? Que haréis de vuestra Compañía un paraíso…» (IX, 999s).
Respecto a la pobreza: «…si queréis ser buenas Hijas de la Caridad y yo buen sacerdote de la Misión, tenemos que tener odio y aversión a las máximas del mundo; una máxima del mundo es huir de la pobreza y juzgarse feliz por evitarla, ya que el mundo aprecia la prosperidad, los honores, las alabanzas. Por el contrario, la Hija de la Caridad tiene que pensar que el Hijo de Dios prefirió siempre la pobreza a las riquezas, el desprecio al
honor, pues bien, hijas mías, después de esto
¿estimaréis los bienes y comodidades…? (IX, 759).
Respecto a la obediencia: «…para ser obedientes, de verdad, hay que hacer las cosas como están mandadas, a la hora debida, sin retraso, obedecer toda la vida y en todas las cosas. Ésa es la perfección de la obediencia…» (IX, 961); «… no seréis agradables a Dios mientras no seáis obedientes…» (IX, 79); «…si obedecéis, cumplís siempre la voluntad de Dios…» (IX, 961).
Respecto a la desunión: Una hermana dice: «…la desunión en la Compañía sería un obstáculo para la recepción de las gracias de Dios…» (IX, 108), otra, «…tenemos que impedir todo lo que podamos que la desunión se introduzca en nuestra Compañía porque estaríamos desunidas con Dios y no podríamos llegar a la perfección que El nos pide…» (IX, III).
Respecto a la unión: «… vuestra Compañía representa la Santísima Trinidad y la unión que hay entre ellos se basa en el amor recíproco…» (IX, 956), «…por eso, las que son dóciles y sumisas a los superiores contribuyen a mantener esta unión. ¡Qué felices son estas almas! Crecen en virtud día a día…» (IX, 957).
Respecto al buen ejemplo: «… mientras siga en la Compañía podrá servirse de los buenos ejemplos que ve en sus Hermanas y volver al camino que ha abandonado, ayudada por las oraciones de las demás…» (IX, 997).
Respecto a las Reglas: «…tendrán todas un gran aprecio de las reglas y de las costumbres laudables que hasta el presente han observado considerándolas como medios que Dios les ha dado para adelantar en la perfección propia de sus estado y para conseguir más fácilmente su salvación…» (IX, 1079); «…os dirá que no hay nada más santo ni más perfecto en los consejos evangélicos como lo que se os escribe en las reglas que Dios os ha dado…» (IX, 293).
Respecto a la conversión: «…si estáis en estado de imperfección y sentís que Dios os llama hoy mismo para haceros salir de este estado tan peligroso, escuchadle…» (IX, 1077); «…si una persona de buen corazón se entrega a Dios en un género de vida que tiende a su gloria para reparar allí el tiempo perdido, todas sus observancias le serán satisfactorias por las penas debidas por sus pecados, de forma que puede aplicar todo lo que sus reglas le ordenen en reparación de sus pecados pasados…» (IX, 295).
Respecto a la mortificación: «…mortificad vuestros sentidos y enseguida encontraréis en vosotras un cambio y gran facilidad para el bien…» (IX, 40); «…hijás mías, es necesaria la mortificación sin la cual no podéis seguir las máximas de Jesucristo…» (IX, 770), «… Hermanas mías, las que se mortifican como es debido no tienen más pensamiento que entregarse a Dios, porque creen que si hay algo que les cuesta, eso es un medio para unirse a Dios…» (IX, 967); «…apenas sintáis afecto a cualquier cosa, inmediatamente tenéis que buscar los medios para mortificarlo…» (IX, 969).
Respecto a la oración: «…la Hermana que haga bien la oración se verá elevada a un grado muy alto de amor de Dios…» (IX, 1117).
Respecto a las máximas evangélicas: «…los hijos de Nuestro Señor no se afanan en buscar su satisfacción en las cosas que hacen; lo único que desean es dar gusto a Dios y es lo que debéis hacer, hijas mías, abrazando las máximas de Jesucristo, pero hay que humillarse conociéndose indignas de tal gracia…» (IX, 763).
Respecto a la murmuración: «…Se acordarán con frecuencia del nombre de Hijas de la Caridad que llevan y procurarán hacerse dignas de él por el santo amor que siempre tendrán a Dios y al prójimo. Sobre todo, vivirán en gran unión con sus Hermanas y jamás murmurarán ni se quejarán la una de la otra, desechando cuidadosamente todos los pensamientos de aversión que puedan tener una contra otra, etc. » (IX, 1014s).
c) En los individuos:
«…Debe Ud. recurrir a Dios por medio de la oración para conservar su alma en su temor y su amor, pues a veces nos perdemos mientras contribuimos a la salvación de los demás…» (XI, 237).
«… Ya que ha de creer Ud. con toda seguridad que Dios le retirará esta gracia apenas dé lugar en su espíritu a una vana complacencia atribuyéndose lo que sólo a Dios pertenece… ¿y qué le aprovecha al mayor predicador del mundo dotado de los talentos más excelentes, haber hecho resonar sus predicaciones… y haber convertido incluso a varios millares de almas si, a pesar de todo esto, llegue a perderse él mismo?… » (I, 235).
«…Siento un consuelo muy sensible al ver que ha procurado seguir a esta misma providencia en toda su humilde conducta…, puedo decirle, padre, que ése creo precisamente es nuestro peligro; y si la Compañía me cree, nunca obrará de otra manera… No lo crea así, padre; todas estas máximas no sirven para una Compañía que Nuestro Señor ha suscitado…, pero esté seguro, padre, de que la experiencia se lo demostrará así…» (III, 170).
«…Hay que pedir al final de las misiones un certificado del trabajo realizado? Harán bien en no pedirlo, basta con que Dios conozca sus buenas obras y que los pobres se vean aliviados…» (II, 34).
«… Huir de la reputación en demasía, de ordinario es nociva… hace que los efectos no correspondan a la aceptación, sea porque se cae en el orgullo, sea porque el público refiere a los hombres lo que se debe a Dios…».
«…sea fiel a su fiel amante que es Nuestro Señor…» (I, 100).
Vicente de Paúl dirigía y gobernaba a los superiores particulares de las casas, orientándolos y estimulándolos por medio de la Correspondencia. La enseñanza vicenciana de esta correspondencia es ocasional, desigual, fragmentaria; pero suficiente para afirmar, en lo que corresponde a la correspondencia dirigida a personas bajo su jurisdicción espiritual, que le preocupaba tanto la organización de la vida interior como la santificación apostólica. Por lo que se refiere a la conversión en estas cartas, se destaca una constante preocupación por dar primacía a Dios antes que a las industrias humanas, pero en ellas hay también siempre una exhortación a poner la parte del esfuerzo humano. (Cf. J. M. a Ibáñez, Presentacion, en Obras Completas de S. Vicente de Paúl, 1, Sígueme, Salamanca 1972).