Situación
En los últimos años ha habido cambios profundos y desconcertantes en la comprensión de la castidad; se ha pasado de una visión dominada por el pudor a una situación de plena permisividad. La virtud de la castidad ha roto el marco estrecho del sexto mandamiento y se ha colocado en el punto clave para esclarecer temas tan importantes como el del amor, el de la amistad, el de las relaciones interpersonales y el de las reacciones de la persona humana ante los estímulos exteriores del orden afectivo. La castidad, como ha dicho el Vaticano II, «toca las capas más profundas de la persona humana» (Perfectae Caritatis nº 12).
La virtud de la castidad es la virtud del amor y la que tiene como fin principal capacitar a la persona humana a amar, a amar más y a amar mejor e impedir que elementos extraños impidan a la persona realizar plenamente su capacidad de amar.
Pretender buscar esta visión de la castidad en san Vicente es pretender algo imposible. San Vicente en esto, como en otras cosas, fue hijo de su tiempo. Y si en otros aspectos de la vida sacerdotal, consagrada y apostólica aportó elementos importantes, de antemano tenemos que decir que en el campo de la castidad no ha aportado novedades especiales, si no es el valor de la experiencia que se palpa en sus palabras y en sus consejos.
La lectura de los escritos que conservamos de san Vicente sobre el tema de la castidad deja la impresión de que era excesivamente moralizante, desconfiado de las personas, de tener un gran temor al pecado de impureza. Llama igualmente la atención de que no aborde el tema del celibato sacerdotal. Según los historiadores, parte considerable del clero dejaba mucho que desear en este campo, sin embargo, san Vicente no aludió a esa situación. Tampoco desarrolló los aspectos teológicos que la patrística y escolástica veían en el consejo evangélico de la castidad por el reino de los cielos y en la virginidad.
San Vicente se comportó como un buen predicador: exageró un poco sus expresiones, alertó fuertemente ante los peligros y abundó en medios para evitar el pecado contra la castidad.
¡Qué virtud tan hermosa!
En la conferencia del 12 de diciembre de 1659, san Vicente trató el tema de la castidad. Se hizo esta pregunta: ¿en qué consiste esta virtud? Y él mismo respondió: «Todos los niños oyen hablar a sus padres de la malicia del pecado contrario a esta virtud. ¡Qué virtud tan hermosa! Hay dos o tres especies de castidad: la castidad conyugal que modera los afectos del placer carnal y la que arranca del corazón todos esos afectos. Esta última es una virtud muy excelsa, ya que lleva a quienes la practican a vivir con toda pureza». En su explicación descartó la castidad conyugal porque, como es obvio, no interesaba a aquel grupo de misioneros: sacerdotes y hermanos que habían optado por el celibato. «La castidad conyugal modera los placeres de la carne y nosotros no debemos tener ninguno». Por tanto, es la otra castidad la que interesa. «Es la virtud que pide de nosotros que arranquemos del corazón todos los afectos hacia las acciones de impureza, las malas inclinaciones y todo lo demás». Y corno si hubiera dicho mucho, añadió: «No voy a hablar más de ello, ni en concreto de sus actos particulares. ¡Qué virtud tan singular y cómo procura el demonio hacer que la perdamos!»
Si analizamos esta exposición de san Vicente, parece como si la hubiera preparado en un manual de moral tradicional, y como los manuales tradicionales de entonces no ofrecían muchos elementos espirituales, dejó a un lado la mayor parte de lo que en ellos leyó y se centró en el aspecto que más interesaba a sus oyentes: la castidad del corazón, la virtud que pide «arrancar los malos afectos, no sólo de nuestra fantasía y de nuestro espíritu, sino de nuestro corazón, y las afecciones a la impureza».
Entre las divisiones que los manuales de moral daban de la castidad, san Vicente se fijó en dos: la castidad: pureza de cuerpo y la castidad: pureza de espíritu. Dejó a un lado la primera, porque para hombres que profesan la castidad perfecta, la pureza de cuerpo se da por descontada. Insistió sobre la pureza de espíritu, porque es el elemento esencial de esta virtud; ella es la que echa del pensamiento, del espíritu, de la memoria y de la fantasía todos los malos afectos.
No es desdeñable la insistencia de san Vicente sobre el elemento interior de la castidad, pues, como dijo nuestro Señor, «del corazón salen las intenciones malas…» (Mt 15, 19). No puede haber castidad verdadera si no tiene sus raíces en un corazón casto, ni puede haber castidad exterior, si no hay una higiene espiritual del corazón.
Castidad consagrada
Si, en general, podemos decir que para san Vicente la virtud de la castidad tenía como objeto cumplir el sexto mandamiento: moderar el ejercicio de lo venéreo y prohibir los malos pensamientos, las palabras obscenas y las acciones deshonestas, sería, sin embargo, un error creer que san Vicente se quedó ahí. Era consciente de que los misioneros y las Hijas de la Caridad eran personas consagradas. Aunque no de una manera abundante, sí suficiente, expuso algunos valores que la teología actual de la castidad consagrada pone de relieve.
a) «Nunca les tendréis demasiado cariño»
Juan Pablo II ha descrito la castidad como la «fuerza espiritual que sabe defender al amor de los peligros del egoísmo y de la agresividad, y sabe promover el amor hacia su plena realización» (Familiaris Consortio 33). En otros términos, la castidad cristiana permite a la persona ser dueña de sí misma, de sus instintos y tendencias, y le permite igualmente orientar todos los afectos al servicio del amor. Esto es lo que san Vicente vino a decir a las Hermanas que cuidaban de los niños expósitos: «Además del mérito y recompensa que Dios os da por servir a esos niños… está algunas veces la satisfacción que se siente, y estoy convencido de que sentís muchas veces gran cariño hacia ellos. Hijas mías, nunca les tendréis demasiado cariño. Estad seguras de que nunca ofenderéis a Dios por amarlos mucho, pues son sus hijos, y el motivo que os ha hecho poneros a su servicio es el amor que le tenéis a él». Parece que san Vicente se salió de la lógica pesimista habitual en su doctrina incitando a desplegar el amor humano hacia los niños abandonados. En esta circunstancia no tuvo miedo a los trucos de la naturaleza humana, confió en las Hermanas y, sobre todo, tuvo fe en la fuerza del motivo que las llevaba a manifestar ese cariño a los niños abandonados.
b)«Al entrar en la Compañía escogisteis a nuestro Señor por esposo».
Al tratar sobre la indiferencia en la conferencia del 6 de junio de 1656, san Vicente tocó el tema del amor esponsal: «Fijaos, bien, hijas mías, al entrar en la Compañía, escogisteis a nuestro Señor por esposo y él os recibió como esposas, o mejor dicho, os prometisteis a él; luego, al cabo de cuatro años, poco más o menos, os entregasteis a él por medio de los votos, de forma que sois sus esposas y él vuestro esposo. Y como el matrimonio no es sino una donación que la mujer hace de sí misma a su marido, también el matrimonio espiritual que habéis contraído con nuestro Señor, no es más que una entrega que le habéis hecho de vosotras mismas».
La castidad consagrada y el matrimonio son dos expresiones del amor de Dios, distintas, pero se iluminan mutuamente. San Vicente siguió la línea de los santos Padres. El amor de la castidad ha de ser como el amor matrimonial en sus cualidades esenciales: indisoluble y exclusivo. Nuestro Señor «se ha entregado a vosotras, ya que se entrega a las almas que se dan a él por un contrato irrevocable, que nunca jamás se romperá», la castidad, es por tanto, un amor indisoluble. Pero también la castidad es un amor exclusivo, porque «así como una mujer prudente no mira a ningún otro hombre más que a su marido, o se convierte en adúltera, así también la Hija de Caridad que tiene la dicha de ser esposa del Hijo de Dios, es adúltera cuando prefiere una criatura a Dios. ¡Qué pena para un esposo ver a su esposa faltar a la fidelidad que le debe!» (IX, 784-785).
San Vicente se expresó como se ha expresado un autor moderno: «Como el hombre entrega cuerpo, corazón y alma a su esposa, dándose totalmente a ella, encontrado en ella su plenitud, así la virgen que se da a Cristo, entregándose plenamente a él, encuentra en él la plenitud. Y como la castidad del hombre está en amar verdaderamente a su mujer con todo lo que es él, con un vínculo sagrado e indisoluble, así es la castidad de la virgen con relación a Cristo» (cf. Pigna, A., Consigli evangelici, O. C. D. Roma, 1990, p. 193).
c) «Vosotras, hijas mías, sois vírgenes y madres»
La constitución dogmática Lumen Gentium del Vaticano II recoge y actualiza la tesis tradicional de que «la continencia por el reino de los cielos, siempre ha sido tenida por la Iglesia en grandísima estima, como señal y estímulo de la caridad y como un singular manantial de espiritual fecundidad en el mundo» (nº 42; Presbyterorum Ordinis, 16). En el Perfectae Caritatis, el Concilio repite la idea, pero la expresión es distinta. La castidad, «don eximio de la gracia libera el corazón del hombre de modo singular (cf. 1 Cr. 7, 32-35) para que se inflame más en la caridad para con Dios y los hombres» (nº 12). San Vicente aplicó esta doctrina, antigua y nueva, a las Hijas de la Caridad que cuidaban a los niños abandonados: «¡Qué consuelo, hijas mías! Vosotras sois vírgenes y madres a la vez. Sí, sois madres de esos pobres niños, puesto que cumplís con ellos los deberes fundamentales. Sois vírgenes, puesto que habéis dejado al mundo por eso y para conservar ese precioso tesoro» (el de la virginidad) (XI, 740). El don de la castidad, no sólo es fuente de santidad personal para los misioneros y las hermanas, es para ellos una continua exigencia de donación apostólica, el mejor modo de manifestar el amor a Dios y a los pobres. Es difícil concebir una castidad fuente de santidad que no sea al mismo tiempo fuente de fecundidad apostólica.
d) Un corazón con las dimensiones del corazón de Cristo
La castidad consagrada crea en el corazón del consagrado las dimensiones del corazón de Cristo. El amor de Cristo es universal, cabe dentro de él toda la humanidad. Él ha venido para salvar a todos los hombres. Para san Vicente, la Hija de la Caridad y el misionero están llamados a ser universales, sin excepción alguna y estar dispuestos a ejercer la caridad con todos los pobres. El misionero y la Hija de la Caridad, no se deben recluir en los límites de una parroquia o de una diócesis «nuestra vocación consiste en ir, no a una parroquia, ni sólo a una diócesis, sino por toda la tierra ¿para qué? Para abrazar los corazones de todos los hombres, hacer lo que hizo el Hijo de Dios, que vino a traer fuego a la tierra para inflamada de su amor. ¿Qué otra cosa hemos de desear, sino que arda y se consuma todo? Es cierto que yo he sido enviado, no sólo para amar a Dios, sino para hacerlo amar» (XI, 553). La universalidad de ambas comunidades vicencianas, se consigue, no sólo mediante las instituciones, sino principalmente por la disponibilidad que la castidad crea en el corazón de los hijos e hijas de san Vicente.
e) La castidad realiza ya en este mundo la alianza entre Dios y los hombres
Se trata del valor escatológico de la castidad. La castidad cristiana tiene sentido escatológico, pero de una manera especial la castidad consagrada. . Según el Concilio, las castidad consagrada «recuerda a todos los cristianos aquel maravilloso matrimonio establecido por Dios, y que ha de revelarse totalmente en la vida futura por el que la Iglesia tiene a Cristo como único esposo» (Perfectae Caritatis, 12). Las constituciones actuales de la Congregación de la Misión recogen este sentido escatológico considerando a la castidad como «la expresión del amor entre Cristo y la Iglesia que se manifestará en la vida futura» (Constituciones y Estatutos de la CM, CEME, Salamanca, 1985, art. 29 § 2). Igualmente, las constituciones de la Compañía de las Hijas de la Caridad: La castidad «realiza ya en este mundo la Alianza entre Dios y los hombres, que tendrá su pleno cumplimiento en el mundo futuro; es una forma de hacer actual la esperanza» (Constituciones de las Hijas de la Caridad de san Vicente de Paúl, Madrid, 1984, C 2, 6).
La pregunta es si el sentido escatológico de los textos normativos tiene raíz vicenciana o no. No me parece fácil demostrarlo. No creo que san Vicente tuviera preocupaciones escatológicas. San Vicente citó el texto escatológico de las vírgenes del Apocalipsis (Ap. 14, 4) en la conferencia sobre la castidad: «Por causa de esta virtud, las vírgenes acompañarán por todas partes al Cordero cantando un cántico nuevo» (XI, 682). Los exégetas no están conformes en la interpretación de este texto, si se refiere a los que en este mundo viven en estado de virginidad o se refiere a los elegidos que gozan de la presencia del Cordero por haber sido fieles y no se prostituyeron con la idolatría. De todas maneras, una cosa es cierta, los que viven en estado de virginidad expresan un grado de perfección de la vida cristiana que transciende el hecho de esta vida par. a tener pleno sentido en la otra (cf. Pigna, A., o. c. p. 263-264).
El otro texto escatológico citado por san Vicente es el de las vírgenes sabias y prudentes (Mt 25). La parábola pone de manifiesto la actitud de espera al Esposo que ha de venir. San Vicente aprovechó la parábola para pedir a las hermanas un desprendimiento total para fijar su pensamiento en el Esposo, no sea que por estar ocupadas en otras muchas cosas, venga el Esposo y ellas no estén preparadas. No basta esperarle, hay que prepararse para recibir al Esposo. El sentido escatológico posible del texto fue aprovechado por san Vicente para evitar que las hermanas fueran como las vírgenes necias que esperaron, pero se entretuvieron en cosas ajenas, y tuvieron que oír aquella reprobación del Señor: «Estabais dormidas en la observancia de vuestras reglas, ya no os conozco como esposas, marchaos, os abandono» (XI, 1144).
Las motivaciones
La vida del cristiano tiene como meta principal reproducir lo que fue Jesús. La vida consagrada refuerza esta finalidad y tiende hacer presente a Cristo casto, pobre y obediente. La motivación, por tanto, del seguimiento de Cristo casto, pobre y obediente no puede ser otra que el mismo Jesús: sus palabras, su ejemplo y su conducta.
Por lo que se refiere a la castidad, el ejemplo de Cristo fue estremecedor, se hizo eunuco por el reino de los cielos. Jesús no tuvo reparo en catalogarse entre los eunucos, grupo social despreciado en su tiempo como ahora.
a) El ejemplo de Cristo
En el ejemplo de Cristo, san Vicente contempló una doble faceta. La primera se refiere al designio eterno de Dios sobre el modo cómo se encarnó su Hijo eterno: «Nuestro Salvador nos hizo ver claramente cuánto estimaba la castidad, y cuán ardientemente deseaba introducirla en los corazones, en el hecho de haber elegido nacer, por obra del Espíritu Santo y al margen de las leyes naturales, de una Virgen sin tacha» (XI, 679; RC CM, IV, 1). Este motivo no falla cuando san Vicente quiere exhortar a la práctica de la castidad a la luz de Cristo. Jesús quiso que hubiera gran distancia entre él y todo lo que es contrario a la castidad.
Una objeción aparece de inmediato: ¿es que hay algo contra la castidad en el hecho de nacer conforme a las leyes de la naturaleza? Ciertamente no, ni entonces, ni ahora, pero la sensibilidad cultural ante este hecho ha cambiado. Otro ejemplo lo da santa Luisa. La santa temió que la Compañía de las Hijas de la Caridad no subsistiera por los fallos que veía en ella. Cita expresamente las salidas de algunas hermanas con el propósito de casarse. Para santa Luisa, pensar casarse siendo todavía hermana, era «acercarse a la impureza» (Luisa de Marillac, Correspondencia y Escritos, CEME, Salamanca, 1985, c. 394).
San Vicente se sumergió en el misterio diciendo: «Hemos de decir que algo grande hay en esta virtud, ya que el santo de los santos rompió el orden de la naturaleza para ser concebido y nacer de una forma que demuestra lo mucho que apreciaba la castidad» (XI, 680).
El segundo aspecto es el comportamiento de Jesús que, por amor a la castidad y por horror al vicio contrario, «permitió que se le imputaran en falso los peores crímenes, para quedar saturado de infamia, según sus deseos. No se lee, sin embargo, en el evangelio que fuese tachado, no diré ya acusado, ni siquiera de la menor sospecha de impureza». En la conferencia sobre la castidad, san Vicente fue más explícito y recogió los «mil reproches y las acusaciones de los judíos contra Jesús, llamándole impostor, borracho y endemoniado» (XI, 680; RC CM, IV, 1).
b) La enseñanza de Jesús
La advertencia de Jesús de que si no se deja padre, madre o mujer, no es digno de él (Lc 14, 26) causó gran impacto en san Vicente. Leyó este texto del evangelio en clave de castidad y, según él, esta advertencia de Jesús hizo que los discípulos que tenían esposa la dejaran y que las mujeres dejaran a sus maridos y que muchos cristianos no usaran el matrimonio. Es más, para san Vicente, está aquí el origen de la huida de los monjes al desierto y de las órdenes monacales (XI, 680-681).
La exégesis no es correcta, san Vicente aparece tocado de la corriente que subestimó el matrimonio, siguió la opinión de aquellos que ven en el uso del matrimonio la «fetidez del acto carnal», a fin de poner de relieve al hombre espiritual.1 Pero tampoco se puede excluir, sin más, el impacto que en la vida de los primeros cristianos e inmediatos seguidores de Jesús causó su celibato, hasta crear cierto desconcierto y confusión sobre la institución matrimonial. San Pablo esclareció el valor del matrimonio, pero terminó aconsejando la virginidad. El Concilio de Trento, contra el planteamiento protestante, se declaró en favor de la virginidad. Hoy hacemos otros planteamientos y la prioridad se da al que mejor responda a la propia vocación, sea matrimonial o de consagración virginal.2
A los motivos cristológicos, hay que añadir otros que tienen gran importancia en san Vicente, devoto de la voluntad de Dios, claramente significada. Tales motivos son el mandato de Dios y la ofensa a Dios: «¿Hay un niño, por muy pequeño que sea que no haya oído a sus padres que es pecado y es pecado grave cometer acciones impuras?» (XI, 91, 679)
Sentido pastoral de la castidad
Todos los motivos dados por san Vicente a los misioneros y a las hermanas tienen una finalidad apostólica. No se trata sólo de reproducir a Jesús casto y célibe, como elemento de perfección de la vida espiritual, se trata de seguir a Cristo evangelizador o servidor de los pobres. Los trabajos misioneros, las circunstancias de estos trabajos, el trato con personas tan diversas exigen el cuidado, no sólo de practicar la castidad interior y exterior, sino también de no causar ni la más mínima sospecha, porque de lo contrario sería inútil todo trabajo apostólico: «Por eso, es muy de desear que la Congregación se inflame con un deseo muy vivo de la adquisición de esta virtud y que profese el practicarla con toda perfección siempre. Esto lo debemos tener tanto más en cuenta, cuanto los trabajos de la Misión nos obligan a un trato muy estrecho y continuo con seglares de ambos sexos. Todos, pues, nos esforzaremos por aplicar toda la reserva, diligencia y precaución necesarias para mantener fielmente la castidad de alma y de cuerpo» (RC CM, IV, 1). «Una sola sospecha, aunque infundada, será más perjudicial a la comunidad y a sus santos ejercicios que todas las demás culpas que falsamente les puedan imputar» (RC HC, III, 1).
Cuando san Vicente intentó motivar a las Hermanas para que fueran fieles a la castidad les propuso, además del modelo de Jesús y de la Virgen, «que se sorprendió al hablar con un ángel en forma de hombre dentro de su casa» (IX 952), el modelo de las buenas aldeanas: «Las buenas aldeanas tienen una gran pureza, nunca se encuentran a solas con los hombres, ni les miran jamás al rostro, ni escuchan sus galanterías, no saben lo que es un piropo…» (IX, 96, 1010).
Los medios
En el campo de los medios, san Vicente fue abundante. Se nota en él la tendencia a descender a los medios siempre que aborda el tema de la castidad. Como hombre realista, lo que le interesaba era que la virtud de la castidad se practicase.
El mejor compendio de los medios que san Vicente ofreció a los padres y a las hermanas para guardar la castidad son las Reglas comunes, dadas a ambas comunidades. Son los medios tradicionales que los fundadores dieron a sus seguidores, garantizados por la tradición secular de la Iglesia. Lo más importante, como ya dije, es la carga de experiencia que lleva cada uno de los medios que san Vicente propone.
Cuando exhortó a las Hijas de la Caridad a guardar la castidad o pureza, les propuso como medios:
- La oración, el medio por excelencia, y el rezo del santo rosario, «una devoción muy hermosa, particularmente para las Hijas de la Caridad, que tanta necesidad tienen de la asistencia de Dios para practicar la pureza, que les es tan necesaria. ¡Bienaventuradas las almas que se entregan a Dios por la pureza!» (IV, 551; IX, 212-213).
- La humildad para vencer la vanidad femenina, el deseo de llamar la atención, el que las vean, etc. «porque Dios permite que las personas vanidosas caigan en pecados de impureza para humillarlas» (IX, 952).
- La mortificación de los sentidos externos, la curiosidad, no mirando por las ventanas (IX, 770. 952), pero sobre todos, la mortificación de los sentidos internos, como la memoria, no recordando ni las caricias de los padres, ni las propuestas de matrimonio (IX, 771).
- La modestia a ejemplo de san Francisco de Asís que, el pasear por la ciudad con gran modestia, lo consideró como una predicación muda (IX, 952-953);
- La sobriedad en el comer y en el beber, porque «la sobriedad y el buen orden que se observa en la comida contribuyen a la buena salud del alma y del cuerpo…» (IX, 770; Pérez Flores, M., Reglas comunes. ., o. c. p. 96).
- El control de la cordialidad. Especiales advertencias dio san Vicente sobre las relaciones con personas del mismo y, sobre todo, del otro sexo: muestras de afecto, controlar la cordialidad o afectividad, y evitar los tocamientos. San Vicente exageró, sin duda, cuando dijo que las hermanas no tenían que besar ni al hermano, ni al propio padre (IX, 770, 953).
- Evitar los peligros. Las Hijas de la Caridad pueden tener peligros contra la castidad, mientras prestan los servicios a los pobres. Una hermana le preguntó cómo tenían que comportarse con los soldados en convalecencia. San Vicente respondió: «Hijas mías, tiene que ser siempre con mucha caridad y modestia; pues como ya no tienen más que el cuerpo enfermo, hay que tener mucho cuidado, lo mismo que con todo los demás hombres. Si por casualidad hubiera algún insolente, habría que reprocharle con severidad. Si volviera a molestar, habría que amenazarle con quejarse» (IX, 812). El temor de san Vicente de que algunas hermanas tuvieran especiales riesgos en la fidelidad a la castidad, le llevó a suprimir ciertos servicios (IX, 1196).
- El cuidado en el trato con los hombres. San Vicente no se cansó de advertir a las hermanas los peligros que les podrían venir del trato con los hombres. Posiblemente, esta insistencia fue debida a la novedad y a la audacia de la fundación de las Hijas de la Caridad, poniendo a jóvenes campesinas en medio del mundo, relacionándose con toda clases de personas, prestando servicios moralmente peligrosos; quizás, también, insistió en estos peligros para evitar objeciones y acusaciones difíciles de poder responder ante hechos consumados y que podrían hacer peligrar la conservación de la Compañía. Las hermanas deben tener cuidado con los hombres en la calle, deben hablar con ellos lo justo y comedidamente, nunca jamás deben admitir a hombres en sus ha bitaciones, ni a los sacerdotes, ni a los confesores, si no hay necesidad, ni al mismo san Vicente, a quien deben dar «con la puerta en las narices», si lo intentara (VII, 385; IX, 303, 531, 684, 909, 952, 978, 980-981, 983, 990, 1010, 1162, 1166, 1191, 1198, 1201; X, 808, 841; XI, 93).
- El cuidado con los confesores. No menos sensible fue san Vicente con relación a los confesores. Las hermanas deben desconfiar de los confesores, «porque puede originarse una relación peligrosa entre el confesor y el penitente» (IX, 421. 951. 980. 1176. 1201).
- Descubrir las tentaciones a los superiores y directores. No obstante el peligro antes dicho, san Vicente creyó que un buen medio para superar los peligros contra la pureza era descubrir las tentaciones al confesor y a los superiores (IX, 421).
A los Misioneros les recomendó:
- La oración a nuestro Señor y a la Santísima Virgen como los medios más importantes. A un padre le escribió diciendo: «No se extrañe de las tentaciones que Vd. sufre, es un ejercicio que Dios le envía para humillarle y para inspirarle temor; pero tenga confianza en él. Le basta con tal de que huya de las ocasiones, que le manifieste su fidelidad y que reconozca su pobreza y necesidad que tiene de su ayuda. Acostúmbrese a poner su corazón en las sagradas llagas de nuestro Señor Jesucristo, siempre que se vea asaltado por esas impurezas; hay allí un asilo inaccesible al enemigo» (VIII, 445).
- La humildad: «La humildad es un medio excelente para adquirir y conservar la castidad. Quienes conozcan a algunos de la Compañía inclinados a este vicio, tienen que avisar al superior, sobre todo cuando sean personas a las cuales se quiere enviar a las Indias o a las islas Hébridas, y el que no lo haga será culpable de las faltas que ellos cometan en aquellas misiones y del mal que sobrevenga» (XI, 94).
- La mortificación de los sentidos, sobre todo, el de la vista para que no les suceda lo que a David. La mortificación del tacto, no tocándose unos a otros, ni por juego. La sobriedad en la bebida, bebiendo poco vino y mezclado con agua, no comiendo manjares exquisitos, porque «la falta de templanza es madre y nodriza de la impureza» (XI, 92. 127. 683; RC CM, IV, 3).
- El trabajo: Un misionero debe tener más trabajo que el que puede hacer para evitar la ociosidad que es «la madrastra de todas las virtudes, en especial de la castidad» (RC CM, IV, 5).
Los peligros del ministerio
- El trato con las mujeres. No hay que hablar a «solas con una mujer, en lugares o en horas inapropiadas» (RC CM, IV, 2). Se admiró de cómo algunos miembros de la comunidad se comportaban: «No tengo más remedio que deciros la gran falta que cometen los que hablan en el locutorio pequeño con una mujer o una joven a solas. ¡Cuánto me disgusta saber que alguno lo hace así, ocupando el rincón obscuro, con la otra persona enfrente, dándole la luz, y así durante dos o tres horas! Estas son ocasiones muy peligrosas» (XI, 92. 338. 683).
- La correspondencia activa y pasiva también puede ser fuente de peligros. Hay que evitar escribir cartas cariñosas y el recibirlas. En una carta a un misionero le dijo: «Quiero creer que esa persona que le ha escrito con tanta ternura no ve en ello ningún mal; pero hay que reconocer que su carta es capaz de hacer alguna herida en el corazón que sintiera alguna disposición a ello y no fuera tan fuerte como el suyo. ¡Quiera nuestro Señor guardarnos del trato con una persona que puede causar alguna pequeña alteración en nuestro espíritu» (VI, 332; XI, 93. 685).
- La confesión de las mujeres puede ser otra ocasión de peligro contra la castidad. San Vicente advierte el peligro de arrimarse demasiado al rostro de las mujeres: «Todas las cosas envían sus reflejos. Lo mismo que esta lámpara encendida envía sus rayos y su resplandor. También de la cabeza, del rostro, de los vestidos de los penitentes salen ciertos reflejos que, mezclándose con los que salen de los confesores, dan fuego a la tentación y, si no se pone cuidado, hacen verdaderos estragos». Hasta pensó que debería hacerse confesionarios portátiles en forma de tabique (XI, 93. 684).
- San Vicente fue intransigente sobre la presencia de las mujeres dentro de las casas de los misioneros. Hoy, quizás, no haya una casa en toda la Congregación de la Misión que, por razón del servicio, no haya mujeres. San Vicente ha fracasado totalmente en su insistencia de que no hubiera mujeres en nuestras casas y que no entraran dentro de ella. Era la doctrina seguida hasta entonces por todos los fundadores. Sin embargo, extraña la insistencia y el modo de resolver los casos particulares. «Puesto que ya ha expirado el contrato con su hortelano, no hay que tolerar que las mujeres entren en su recinto. Hasta ahora, no sabía que gozasen de esa libertad en el pasado, o al menos no me habla fijado en ello. Hay que procurar encontrar otro hortelano que no tenga mujer» (V111, 234).
- El ministerio con las religiosas no fue del agrado de san Vicente, no obstante su compromiso con las monjas de la Visitación. Justificó su trabajo porque se lo pidieron San Francisco de Sales, la Madre Chantal y las autoridades eclesiásticas. Por su gusto, lo hubiera dejado. Posiblemente, el P. Santiago de la Fosse vio cierta incoherencia en la prohibición de atender espiritualmente a las religiosas y no a las Hijas de la Caridad. El 7 de febrero de 1660, san Vicente le escribió una larga carta en la que justifica la atención espiritual que se presta a las hermanas. En cuanto se refiere al tema de la castidad, san Vicente le dijo: «Si se dice que nosotros nos ponemos en peligro al tratar con esas hermanas, responderé que hemos tenido en esto todo el cuidado que se podía tener, estableciendo en la–Compañía la norma de no visitarlas jamás en su casa y en las parroquias, y ellas también tienen como regla mantener la clausura en sus habitaciones y no dejar entrar jamás a los hombres, especialmente a los misioneros, de forma que si yo mismo me presentase allí para entrar, ellas mismas me cerrarían la puerta» (VIII, 227; XI, 92. 685).
- El peligro de las devotas. Aunque nuestro Señor y los apóstoles las tuvieron y otros muchos santos, las devotas pueden ser ocasión de peligro contra la castidad. «¡Pero qué peligroso es eso! Hay que temer por la Compañía cuando vengan devotas alabando a aquel confesor a quien han abierto su corazón y su conciencia. ¡Mala cuestión es ésa! ¡Desgraciada la Compañía que tenga que sufrir a semejantes personas!… Sé de un lugar donde las mujeres son tan afectuosas con su confesor que más vale no hablar» (Xl, 686).
- El Ministerio de la penitencia. Desde el punto de vista pastoral, san Vicente estuvo preocupado del comportamiento de algunos de sus misioneros sobre las preguntas que hacían en las confesiones sobre el sexto mandamiento. En varias ocasiones, manifestó esta preocupación y el temor de que de un comportamiento poco cuidadoso vinieran grandes males a la Compañía. Propuso, incluso, sesiones para estudiar este tema (XI, 685). Al P. Lamberto, le escribió diciendo: «En nombre de Dios, padre, hay que ser muy circunspectos en la explicación del sexto mandamiento. Algún día tendremos que soportar una tempestad por esto». En otra carta, poco posterior al mismo P. Lamberto, le manifestó el mismo temor: «Si no ponemos cuidado en eso, la Compañía sufrirá algún día por ello». Al P. Codoing, le prohibió hablar más sobre la castidad: «En cuanto a lo que me dice del P. Codoing, que se detiene mucho en explicar el sexto mandamiento, le suplico, padre, que le diga que no hable más, por muchas razones que le diré y que son de importancia» (I, 456. 463. 466; XI, 684).
Las tentaciones contra la castidad
Como superior y director de varias comunidades era casi imposible que san Vicente no tuviera ocasiones de aconsejar a personas tentadas contra la castidad. Las tuvo y, según las diversidad de personas y situaciones, les dio los consejos oportunos, tendiendo a no dar mucha importancia a las tentaciones, a liberar a la persona de la angustia y del temor al pecado. La Providencia quiso que se encontrara con un misionero, el P. Tholard, que desde su juventud sintió grandes tentaciones contra la castidad al ejercer el ministerio de la confesión con las mujeres, pero lo malo no era que tuviera tentaciones, lo peor era que el P. Tholard padecía de escrúpulos y, como todo escrupuloso, era testarudo y sin claridad de conciencia a la hora de actuar. San Vicente aceptó ayudar a este joven que perseveró en la vocación y llegó a ser Visitador de la Provincia de Francia. No podemos seguir paso a paso el trabajo que san Vicente llevó a cabo para sacar a flote a este hombre tentado contra la castidad y escrupuloso. Lo fue llevando como pudo, pero sin dejarlo caer en la cuneta. En primer lugar, lo tranquilizó: confesar mujeres es una cosa buena, no deje de hacerlo porque se sienta tentado, no comete pecado porque su intención es recta, no hay pecado si no hay voluntariedad, un escrupuloso, por serio, no comete pecado, pase por alto esas cosas, Dios le quiere purificar, sea humilde, no pierda la alegría. Esto es lo que san Vicente le fue diciendo en su correspondencia. Ordinariamente, lo animó a que continuase en el ministerio de las confesiones, pero otras veces parece que san Vicente se doblegó ante la insistencia de las tentaciones: «Si le aprieta la tentación fuertemente, deje de confesar y dedíquese a ser pacificador de las gentes».
Casi nunca se sabe cuándo se consigue liberar a un escrupuloso y si se ha liberado por los consejos que se le han dado o porque llegó el momento de la luz, de la fuerza y de la claridad. Seguro que san Vicente sufrió, como se sufre siempre con los escrupulosos, pero ayudó y salvó al P. Tholard como sacerdote.3
San Vicente y las mujeres
Como dije antes, llama la atención lo que san Vicente escribió sobre las relaciones con las mujeres y cómo se comportó con ellas. Su conducta niega totalmente lo que escribió y aconsejó: relaciones habituales con toda clase de mujeres, desde las Reinas de Francia y de Polonia y Señoras de la nobleza hasta campesinas analfabetas. Son muchas las cartas que escribió a varias mujeres y con frecuencia manifestó sus sentimientos de ternura, cariño y afecto hacia ellas, especialmente a santa Luisa: «Perdone que mi corazón no se explaye un poco más en la presente. Le estoy escribiendo a media noche. Sea fiel a su fiel amante, que es nuestro Señor» (I, 100).
Podemos preguntarnos: ¿san Vicente hubiera sido lo que ha sido en la historia de la Iglesia sin las mujeres? Una gran parte de su obra en favor de los pobres estuvo en manos de mujeres: santa Luisa, las damas de la caridad y las Hijas de la Caridad. ¿Qué tenía aquel sacerdote que atrajo hacia sí la admiración, el respeto de tantas mujeres, santas como la Madre Chantal y santa Luisa, nobles como la Señora de Gondi, la Duquesa de Aiguillon, campesinas como sor Margarita Naseau, sor María Jolly y sor Ana Hardemont, por mencionar solamente algunas? Humanamente hablando, si estuvo cercano a las hermanas por su origen y raíces campesinas, se distanciaba de ellas por su saber y su prestigio. Si se distanciaba de las grandes Señoras por su origen y decisión de conservar su aire campesino, se les acercó por el encanto de su sencillez.
El P. Dodin ha dado respuesta, al menos de una manera global, a estas preguntas en su breve estudio: San Vicente y la mujer en la vida de la Iglesia (en Lecciones sobre vicencianismo, CE-ME, Salamanca, 1978, c. VII, P. 161). El éxito, por decirlo de alguna manera, de san Vicente con las mujeres ha sido debido a que se dejó evangelizar por ellas, se dejó impregnar de sus valores y les abrió cauces para que ellas, como mujeres cristianas, se realizaran plenamente dentro del propio estado y situación social. No les pidió otra cosa que lo que Dios les pedía y todo dentro de una sencillez y transparencia que ninguna pudo dudar, ni un solo instante, que sólo les pedía lo que les pedía Dios y lo que les pedían los pobres. Puso a Dios y a los pobres en el corazón de aquellas mujeres. En la conferencia a las Señoras de la Caridad del 11 de julio de 1657, les dijo: «Lo más importante es no tener corazón más que para Dios, ni más voluntad que fa dé amarle. Si una se complace en su marido es por Dios; si se preocupa de sus hijos es por Dios; si se dedica a les negocios es por Dios» (X, 957).
Juicio global sobre la doctrina de san Vicente acerca de la castidad
La pregunta que surge es si la doctrina de san Vicente y su comportamiento valen para hoy. Sinceramente, sobre la doctrina son muchos los reparos que se pueden aducir, no porque no sea bueno, ni verdadero lo que enseñó, sino porque se quedó corto. El tema de la castidad se ha ampliado mucho. Ha cambiado mucho y profundamente la sensibilidad ante los estímulos que vienen del mundo envuelto en un pansexualismo degradado y comercializado. Hay conciencia clara de la crisis de castidad que el hombre y la mujer de hoy sufren, tanto en el estado matrimonial como en el del celibato o virginidad.
No obstante, las limitaciones que la doctrina vicenciana tiene sobre el tema de la castidad, su comportamiento merece ser atendido. Su experiencia todavía puede decir bastante, teniendo presente que el mundo que él vivió fue totalmente distinto al que se vive actualmente, al menos en occidente.
El misionero y la Hija de la Caridad, sin olvidar lo que su fundador les enseñó y ordenó, sin dejar a un lado su ejemplo, deben incluir en su formación y vivencia de la castidad y celibato muchos otros elementos del orden teológico, social y psicológico, de los que la doctrina, normativa y experiencia vicenciana carecen (Maloney, R., The four vicentian vows: Yesteday and Today, en Vincentiana (1990) 230).
BIBLIOGRAFÍA:
Constituciones, Reglas comunes y Estatutos de la Congregación de la Misión, CEME, Salamanca, 1985.- Constituciones y Estatutos de las Hijas de la Caridad, 1983, Madrid, edición española.- Explanatio votorum quae emittuntur in Congregatione Missionis, Parisiis, 1911. – M. PÉREZ FLORES, Reglas comunes de las Hijas de la Caridad, siervas de los pobres enfermos, CEME, Salamanca, 1989.- H. DE GRAF, De votis quae emittuntur in Congregatione Missionis, Nijmegen, 1955.- H. ESCOBAR, Los votos que se emiten en la Compañía de las Hijas de la Caridad, Bogotá, 1962.- Instrucción sobre los votos de las Hijas de la Caridad, Madrid, 1990.-J. JAMET, Los santos votos hoy, Madrid, Pablo López, s. d. .- Sor S. GUILLEMIN, Circulares sobre los santos votos. tomos I, II, Madrid, Pablo López, s. d. .- A. DODIN, Lecciones sobre vicencianismo, CEME, Salamanca, 1978.- R. MALONEY, The four vincentian Vows: Yesterday and Today, Vincentiana (1990) 230.-R. MALONEY, El camino de Vicente de Vicente de Paúl, CEME, Salamanca 1993.- M. LLORET, Castidad, pobreza y obediencia según las Constituciones, Eco (1983)216.- ID, La castidad perfecta en el celibato, Eco (1984)184.
- Cf. Colorado, A., Los consejos evangélicos a la luz de la teología actual, Sígueme, Salamanca, 1965, p. 141- 148. El autor expone la influencia que en la Iglesia han tenido las ideas maniqueas y la opinión negativa de algunos Padres sobre el matrimonio.
- Cf. 1 Cr 7. Debido a la polémica con los protestantes, en Trento se planteó la cuestión de la siguiente manera: «Si alguien dice que se ha de anteponer el estado conyugal al de virginidad o celibato y que no es más perfecto (beatius) permanecer en la virginidad o celibato que casarse, sea anatema. (cf. Denz 980). Hoy la cuestión se plantea de otra manera: desde el amor, es más perfecto quien más ama, sea casado o célibe. No obstante lo dicho, cf. Optatam Totius 10: «Los alumnos han de conocer debidamente las obligaciones y dignidad del matrimonio cristiano que simboliza el amor entre Cristo y la iglesia (cf. Ef 5, 32); convénzanse, sin embargo, de la mayor excelencia de la virginidad consagrada, de forma que se consagren generosamente a! Señor, después de una elección maduramente considerada y con entrega total de cuerpo y alma».
- El Padre Vicente de Dios publicó un artículo delicioso sobre la ayuda de san Vicente al P. Tholard. Sigue paso a paso la correspondencia de ambos. El título del trabajo es: Santiago Tholard ¿misión imposible? y está publicado en la Revista anual privada, escrita a policopia, del Seminario Interno de la Congregación de la Misión de Méjico, n. 4º, 1988, p. 81. Cf. II, 17, 89, 112; III, 120; V, 452, VII, 253, VIII, 59.