Espiritualidad vicenciana: Bienes

Francisco Javier Fernández ChentoEspiritualidad vicencianaLeave a Comment

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Author: Jaime Corera, C.M. · Year of first publication: 1995.

Sumario: 1. Estructura económica de la Francia del s. XVII.- 2. Estructura económica de las obras vicencianas.- 3. Compor­tamiento vicenciano.- 4. Fuentes de financiación.- 5. Cargas y gastos.- 6. Posesión de bienes y pervivencia.- 7. Posesión de bienes y espíritu de pobreza.


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1. Estructura económica de la Francia del s. XVII

El señor Vicente lo decía a sus misioneros pa­ra animarles a dedicarse con intensidad a los tra­bajos propios de su vocación, pero de paso describía sin pretenderlo la realidad de la estructura económica de la Francia de su tiempo: «Vivimos del sudor de los pobres… Los pobres nos ali­mentan; pobres viñadores que nos dan su traba­jo, que se fatigan para alimentarnos» (XI, 120- 121). Los pobres de que habla aquí san Vicen­te no son los muy numerosos mendigos de Pa­rís, sino los pobres «campesinos». De un total de unos 19 millones de habitantes, alrededor de 15 millones vivían en el campo y trabajaban la tierra. Toda la estructura económica y social de la «bue­na» sociedad francesa, burguesía, nobleza, igle­sia, monarquía, encontraban su base y su sus­tento en el trabajo de los campesinos; y de los artesanos, de los que había de uno a dos millo­nes. Aunque se daban ya en aquellos tiempos al­gunos comienzos de producción industrial, sobre todo textil, y una actividad financiera y comercial de cierta importancia, la economía nacional tenía fundamentalmente una base agrícola. De mane­ra que las fluctuaciones en el rendimiento anual de las cosechas influían poderosamente en el bie­nestar de todos los estratos de la escala social, y aun en las posibilidades de la política nacional e internacional de Francia.

En su conjunto, el campesinado poseía en propiedad menos de la mitad de la tierra. El res­to pertenecía a los grandes poderes sociales, mo­narquía, nobleza, iglesia y, ya en tiempos de san Vicente, a la burguesía emergente. A través de diversos sistemas de recaudación, mayormente todavía feudales en aquel tiempo, los grandes poderes sociales extraían del trabajo de los cam­pesinos hasta un treinta por ciento de su pro­ducción, e incluso más. El campesino que con­seguía guardar para sí y para su familia algo más de la mitad de su producción podía darse por sa­tisfecho. Del trabajo de los campesinos extraían beneficios su comunidad local, su iglesia parro­quial, el «señor», si lo había (lo había en casi to­dos los rincones de Francia) y, por fin, el rey a tra­vés de diversos impuestos y contribuciones. La sociedad francesa, y también la congregación del señor Vicente, vivían ciertamente «del sudor de los pobres».

Siempre había sido así en la sociedad feudal, y lo seguía siendo en tiempo de san Vicente. Só­lo que en este tiempo empeoraron las cosas pa­ra la población campesina. Empeoraron en ge­neral los rendimientos anuales de las cosechas por las condiciones climatológicas adversas, una sucesión de inviernos muy fríos y veranos hú­medos, hasta el punto de que los historiadores pueden hablar de una «pequeña edad glacial». Empeoró el poder adquisitivo de la población ru­ral por el alza sostenida de los precios a lo largo de la primera mitad del siglo. Sólo el campesino pudiente que tenía para vender en el mercado excedente de producción se beneficiaba de ello, pero no el campesino modesto que justamente retenía de su cosecha lo necesario para sobrevi­vir. Las deudas en que incurría con facilidad se sal­daban con frecuencia con la venta o la expropia­ción de sus escasas posesiones, con los efectos consiguientes de pauperización y emigración a las ciudades. Empeoraron también, porque au­mentaron vertiginosamente, los impuestos de origen real: 31 millones de libras en 1620; 85 en 1639; 118 en 1641, un aumento de casi un 40091) en sólo veinte años. Buena parte de la subida de impuestos se debió a la necesidad de financiar las guerras internacionales en que Richelieu y Ma­zarino embarcaron a Francia bajo los reinados de Luis XIII y Luis XIV.

2. Estructura económica de las obras vicencianas

De las tres grandes instituciones de san Vi­cente sólo la Congregación de la Misión basó su infraestructura económica en los modos caracte­rísticos de su tiempo. Las actividades de las otras dos, Cofradías parroquiales de Caridad e Hijas de la Caridad, se financiaban con otros medios: apor­taciones voluntarias, las Cofradías; aportaciones voluntarias y salarios de organismos públicos, so­bre todo éstos, las Hijas de la Caridad. Desde que san Vicente se trasladó a San Lázaro a prin­cipios de 1632 su congregación se incrustó de lle­no en la estructura económica predominante en su tiempo; semi-feudal aún, por un lado, por la po­sesión de tierras y percepción de rentas agríco­las; por otro, participación en una economía inci­piente de comercio y servicios (tal las rentas de líneas de transporte de viajeros), y en la percep­ción de impuestos. Estos dos últimos fueron sis­temas de importancia menor en la financiación de las actividades de la congregación del señor Vicente. Como sucedía en el conjunto de la economía de Francia, también la economía de la Congregación de la Misión se basaba funda­mentalmente en la producción agrícola.

Así fue desde el origen mismo de la Congre­gación de la Misión. El capital de 45. 000 libras que los Gondi ponían en manos de san Vicente podría ser invertido, según los términos del contrato, bien en «fondos de tierra», bien en «rentas cons­tituidas» (X, 239). San Vicente prefería lo primero, pues tenía observado que «el precio de las cosas se dobla al menos cada cincuenta años» (I, 409), lo que implicaba de hecho una fuerte depreciación de las rentas en metálico. Sólo unos diez años des­pués de su muerte en 1660 cambiaron las cosas a favor de las rentas monetarias como conse­cuencia de una deflación sostenida. No se sabe en qué invirtió san Vicente las 45.000 libras de la fundación, pero sólo siete años después la do­nación del priorato de San Lázaro y sus vastas po­sesiones convirtió de golpe a la congregación del señor Vicente en una institución con estructura económica básicamente feudal.

No del todo, sin embargo, pues la existencia en su congregación de hermanos legos hacía po­sible el cultivo directo por su propia gente de las tierras de la comunidad. Esto se aplicó en parti­cular a las treinta hectáreas incluidas dentro de los muros del priorato. En cuanto al resto de sus posesiones, varios cientos de hectáreas en di­versos lugares, san Vicente pareció fluctuar a lo largo de los años sobre la mejor manera de ase­gurar un rendimiento óptimo. Aunque hubiera preferido sin duda el sistema de cultivo directo, si ello hubiera sido posible (IV, 311), para la ma­yor parte de sus posesiones se tuvo que atener al sistema común de los propietarios absentis­tas, muy numerosos en aquel tiempo sobre todo entre la burguesía de París: el arrendamiento a tiempo determinado y a renta fija. A veces mos­tró su preferencia por este sistema que, aunque no tan productivo, distraía menos a los misione­ros de los trabajos propios de su vocación (VI, 558- 559; VI 11, 291).

3. Comportamiento vicenciano

San Vicente se mostró siempre propietario cuidadoso. Tal vez la palabra «propietario» no sea la más adecuada en este caso, pues tenía una con­ciencia muy aguda de que los bienes de su con­gregación eran «patrimonio de Jesucristo hecho con el sudor de los pobres», conciencia que ha­cía, de él y de su congregación, meros adminis­tradores de unos bienes de cuyo buen uso y ma­nejo tenían que responder ante Dios (XI, 723). Exigía de sus misioneros una cuidadosa admi­nistración; repetidas veces mostró su desagrado cuando tomaban decisiones económicas de cier­ta importancia sin contar con él (IV, 311). Propie­tario cuidadoso y por ello mismo preocupado por el buen rendimiento de sus propiedades; pero en ningún caso exigente hasta el punto de conver­tirse en explotador de sus arrendatarios. Tal vez el sistema de arrendamiento fuera explotador en sí mismo, y lo fue sin duda y cruelmente en ma­nos de parte de la nobleza y de la burguesía te­rrateniente de aquel tiempo. Pero en cuanto a san Vicente mismo, en su correspondencia apa­recen testimonios de su sentido de la equidad, y aun de su generosidad, con los campesinos que trabajaban sus tierras. Aunque el comportamien­to real de san Vicente con sus «colonos» y arren­datarios debería ser algo más matizado sobre la base de numerosos testimonios de su corres­pondencia (ver, por ej., VI, 281 junto con VIII, 9-10), no exagera Abelly ni se deja llevar del entusias­mo hagiográfico cuando resume de la siguiente manera el comportamiento de san Vicente en re­lación a los arrendatarios deudores: san Vicente prefería, dice Abelly, «darles nuevos anticipos y ponerse en peligro de perder todo antes que usar con ellos el rigor de la justicia» (libro III, cap. XI, sec I).

4. Fuentes de financiación

Aunque las rentas de la tierra y el cultivo di­recto constituyeron, como se observó arriba, la base fundamental del sostenimiento de los mi­sioneros del señor Vicente y de sus obras, tuvo su congregación también otras fuentes variadas de financiación, entre las que destacamos: ren­tas de beneficios eclesiásticos, rentas de capital en dinero, rentas de casas de alquiler, beneficios y rentas de algunos negocios (por ejemplo, de lí­neas de coches), impuestos (sobre la sal, el vi­no…), ganancias derivadas de oficios civiles, en particular de dos consulados franceses en Túnez y Argel. Esta enumeración no debería producir la impresión de que la congregación del señor Vi­cente nadaba en la abundancia. El caso era más bien el contrario.

5. Cargas y gastos

Las cargas y gastos a los que tenía que res­ponder superaban con frecuencia a los ingresos, sobre todo en los años de cosechas pobres. Al déficit resultante respondía el señor Vicente con frecuencia con una reducción, a veces drástica, en los gastos de alimentación de su numerosa co­munidad (XI 574). La propiedad misma de San Lázaro, la propiedad rústica más apetecible que quedaba al borde mismo de la ciudad de París, te­nía que soportar, por ejemplo, la pesada carga de alojar y alimentar gratis a las numerosas tandas de ordenandos de la diócesis de París. En 1657 –llevaba ya en posesión del priorato 25 años– es­cribía lo siguiente: «Esta casa está casi aplasta­da por sus propias necesidades; nos encontra­mos con frecuencia tan escasos que no tenemos con qué pagar en el mercado, y no sabemos dón­de pedir para pagar lo que debemos» (VI, 559). Esto escribía para excusarse de ayudar al padre necesitado de un miembro de su congregación, ayuda que san Vicente enseñó a sus misioneros ser obligatoria (XI, 653). Pero aún le debió de re­sultar más dolorosa su incapacidad para pagar una fuerte suma de rescate por un miembro de su propia congregación, cónsul en Argel y en­carcelado por las autoridades locales. Su con­gregación no podía ni soñar en pedir en París esa suma en préstamo, «porque todo el mundo sa­be que está cargada de deudas por todas partes, y además no puede endeudarse aún más sin pe­ligro de sucumbir» (VI, 559).

6. Posesión de bienes y pervivencia

No sólo las deudas podían poner a su con­gregación en peligro de sucumbir. La misma po­sesión de tantas propiedades era en sí misma más peligrosa que las deudas. Por de pronto san Vicente admite paladinamente, en las Reglas que escribió para sus misioneros, que la propie­dad de bienes impedía a su congregación, fundada para imitar a Jesucristo, practicar la pobreza tal como la practicó y enseñó Cristo mismo (X, 480; VII, 334; RC CM III, 2). Ahora bien, la misma mi­sión que le había señalado Jesucristo forzaba a la congregación del señor Vicente a tener pro­piedades de que vivir, pues todos los trabajos de la congregación, por estar dirigidos a los pobres, debían hacerse gratis (IV, 446). De algo, sin em­bargo, tenían que vivir los misioneros. Excluido en principio el cobro por sus ministerios, no les que­daba más remedio que vivir de las rentas de sus propiedades. San Vicente veía con toda lucidez los peligros prácticos de tal situación (ver, por ej. V1, 475-476); luchó con fuerza por evitar que sus hombres cayeran en ellos. Pero nada pudo hacer, dadas las realidades de su tiempo, por basar el sustento y los trabajos de sus hombres en otro tipo de estructura económica que la que tenía a mano. Sin duda le hubiera gustado más a este hombre evangélico una congregación sin propie­dad (VII, 334), que viviera, por ejemplo, de la per­cepción de salarios de instituciones públicas o privadas, cual fue el caso de su otra gran funda­ción, las Hijas de la Caridad, «pero a nosotros, que no recibimos nada del pueblo, nos hacen falta rentas» (IV, 446).

7. Posesión de bienes y espíritu de pobreza

Muchas veces habló san Vicente a sus hom­bres de estos temas. Veía agudamente y le pre­ocupaban los peligros que la propiedad plantea­ba al espíritu evangélico que debía ser el propio de su congregación. El mismo había conocido en su juventud la tentación del deseo de tener y de poseer, y se había dejado arrastrar por él. No que­ría en manera alguna que la necesidad, necesidad forzada por las circunstancias históricas, llevara a sus hombres a caer en la misma trampa. Sólo dos años escasos antes de morir, pero no por úl­tima vez, les advertía en tonos patéticos: «Oh, Dios mío, la necesidad nos obliga a tener bienes perecederos, pero debemos dedicarnos a ellos co­mo Días mismo se dedica a producir y a conser­var las cosas temporales y el alimento de sus criaturas, de manera que se cuida hasta de los in­sectos. Pero eso no le impide sus operaciones in­teriores, por las que engendra al Hijo y produce al Espíritu Santo; hace éstas y no omite las otras. Así como Dios provee de alimento a plantas, ani­males y hombres, los que tienen la responsabili­dad en la congregación deben también proveer a las necesidades de sus miembros. Hay que ha­cerlo, Dios mío, pues si no, todo lo que tu provi­dencia nos ha dado para nuestro mantenimiento se perdería, cesaría tu servicio, y nosotros no po­dríamos ir a evangelizar a los pobres gratuita­mente. Permítenos, Dios mío, que para que tra­bajemos por tu servicio, nos dediquemos a la conservación de los bienes, pero que hagamos eso sin que se contamine nuestro espíritu, ni se hiera la justicia, ni se extravíen nuestros corazo­nes. Oh, Señor, quita de la congregación el de­seo de acaparar» (XI, 413).

BIBLIOGRAFÍA:

Sobre la estructura económica de la Francia del siglo XVII la bibliografía es inmensa. Cualquier historia o estudio sobre la Francia clásica tra­ta el tema con detalle.

Sobre el tema de este artículo no existen, que se­pamos, más que los dos trabajos siguientes: J. JACQUART, La politique fonciére de Monsieur Vincent, en Vincent de Paul, Actes du colloque international d’etudes vincentiennes. París 1981, Edizioni Vincenziane, Roma, pp. 129-143.- J. CORERA, Las bases económicas de la comunidad vicenciana, en Diez estudios vicen­cianos, Ceme, Salamanca, 1983, pp. 129-157.

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