1. Estructura económica de la Francia del s. XVII
El señor Vicente lo decía a sus misioneros para animarles a dedicarse con intensidad a los trabajos propios de su vocación, pero de paso describía sin pretenderlo la realidad de la estructura económica de la Francia de su tiempo: «Vivimos del sudor de los pobres… Los pobres nos alimentan; pobres viñadores que nos dan su trabajo, que se fatigan para alimentarnos» (XI, 120- 121). Los pobres de que habla aquí san Vicente no son los muy numerosos mendigos de París, sino los pobres «campesinos». De un total de unos 19 millones de habitantes, alrededor de 15 millones vivían en el campo y trabajaban la tierra. Toda la estructura económica y social de la «buena» sociedad francesa, burguesía, nobleza, iglesia, monarquía, encontraban su base y su sustento en el trabajo de los campesinos; y de los artesanos, de los que había de uno a dos millones. Aunque se daban ya en aquellos tiempos algunos comienzos de producción industrial, sobre todo textil, y una actividad financiera y comercial de cierta importancia, la economía nacional tenía fundamentalmente una base agrícola. De manera que las fluctuaciones en el rendimiento anual de las cosechas influían poderosamente en el bienestar de todos los estratos de la escala social, y aun en las posibilidades de la política nacional e internacional de Francia.
En su conjunto, el campesinado poseía en propiedad menos de la mitad de la tierra. El resto pertenecía a los grandes poderes sociales, monarquía, nobleza, iglesia y, ya en tiempos de san Vicente, a la burguesía emergente. A través de diversos sistemas de recaudación, mayormente todavía feudales en aquel tiempo, los grandes poderes sociales extraían del trabajo de los campesinos hasta un treinta por ciento de su producción, e incluso más. El campesino que conseguía guardar para sí y para su familia algo más de la mitad de su producción podía darse por satisfecho. Del trabajo de los campesinos extraían beneficios su comunidad local, su iglesia parroquial, el «señor», si lo había (lo había en casi todos los rincones de Francia) y, por fin, el rey a través de diversos impuestos y contribuciones. La sociedad francesa, y también la congregación del señor Vicente, vivían ciertamente «del sudor de los pobres».
Siempre había sido así en la sociedad feudal, y lo seguía siendo en tiempo de san Vicente. Sólo que en este tiempo empeoraron las cosas para la población campesina. Empeoraron en general los rendimientos anuales de las cosechas por las condiciones climatológicas adversas, una sucesión de inviernos muy fríos y veranos húmedos, hasta el punto de que los historiadores pueden hablar de una «pequeña edad glacial». Empeoró el poder adquisitivo de la población rural por el alza sostenida de los precios a lo largo de la primera mitad del siglo. Sólo el campesino pudiente que tenía para vender en el mercado excedente de producción se beneficiaba de ello, pero no el campesino modesto que justamente retenía de su cosecha lo necesario para sobrevivir. Las deudas en que incurría con facilidad se saldaban con frecuencia con la venta o la expropiación de sus escasas posesiones, con los efectos consiguientes de pauperización y emigración a las ciudades. Empeoraron también, porque aumentaron vertiginosamente, los impuestos de origen real: 31 millones de libras en 1620; 85 en 1639; 118 en 1641, un aumento de casi un 40091) en sólo veinte años. Buena parte de la subida de impuestos se debió a la necesidad de financiar las guerras internacionales en que Richelieu y Mazarino embarcaron a Francia bajo los reinados de Luis XIII y Luis XIV.
2. Estructura económica de las obras vicencianas
De las tres grandes instituciones de san Vicente sólo la Congregación de la Misión basó su infraestructura económica en los modos característicos de su tiempo. Las actividades de las otras dos, Cofradías parroquiales de Caridad e Hijas de la Caridad, se financiaban con otros medios: aportaciones voluntarias, las Cofradías; aportaciones voluntarias y salarios de organismos públicos, sobre todo éstos, las Hijas de la Caridad. Desde que san Vicente se trasladó a San Lázaro a principios de 1632 su congregación se incrustó de lleno en la estructura económica predominante en su tiempo; semi-feudal aún, por un lado, por la posesión de tierras y percepción de rentas agrícolas; por otro, participación en una economía incipiente de comercio y servicios (tal las rentas de líneas de transporte de viajeros), y en la percepción de impuestos. Estos dos últimos fueron sistemas de importancia menor en la financiación de las actividades de la congregación del señor Vicente. Como sucedía en el conjunto de la economía de Francia, también la economía de la Congregación de la Misión se basaba fundamentalmente en la producción agrícola.
Así fue desde el origen mismo de la Congregación de la Misión. El capital de 45. 000 libras que los Gondi ponían en manos de san Vicente podría ser invertido, según los términos del contrato, bien en «fondos de tierra», bien en «rentas constituidas» (X, 239). San Vicente prefería lo primero, pues tenía observado que «el precio de las cosas se dobla al menos cada cincuenta años» (I, 409), lo que implicaba de hecho una fuerte depreciación de las rentas en metálico. Sólo unos diez años después de su muerte en 1660 cambiaron las cosas a favor de las rentas monetarias como consecuencia de una deflación sostenida. No se sabe en qué invirtió san Vicente las 45.000 libras de la fundación, pero sólo siete años después la donación del priorato de San Lázaro y sus vastas posesiones convirtió de golpe a la congregación del señor Vicente en una institución con estructura económica básicamente feudal.
No del todo, sin embargo, pues la existencia en su congregación de hermanos legos hacía posible el cultivo directo por su propia gente de las tierras de la comunidad. Esto se aplicó en particular a las treinta hectáreas incluidas dentro de los muros del priorato. En cuanto al resto de sus posesiones, varios cientos de hectáreas en diversos lugares, san Vicente pareció fluctuar a lo largo de los años sobre la mejor manera de asegurar un rendimiento óptimo. Aunque hubiera preferido sin duda el sistema de cultivo directo, si ello hubiera sido posible (IV, 311), para la mayor parte de sus posesiones se tuvo que atener al sistema común de los propietarios absentistas, muy numerosos en aquel tiempo sobre todo entre la burguesía de París: el arrendamiento a tiempo determinado y a renta fija. A veces mostró su preferencia por este sistema que, aunque no tan productivo, distraía menos a los misioneros de los trabajos propios de su vocación (VI, 558- 559; VI 11, 291).
3. Comportamiento vicenciano
San Vicente se mostró siempre propietario cuidadoso. Tal vez la palabra «propietario» no sea la más adecuada en este caso, pues tenía una conciencia muy aguda de que los bienes de su congregación eran «patrimonio de Jesucristo hecho con el sudor de los pobres», conciencia que hacía, de él y de su congregación, meros administradores de unos bienes de cuyo buen uso y manejo tenían que responder ante Dios (XI, 723). Exigía de sus misioneros una cuidadosa administración; repetidas veces mostró su desagrado cuando tomaban decisiones económicas de cierta importancia sin contar con él (IV, 311). Propietario cuidadoso y por ello mismo preocupado por el buen rendimiento de sus propiedades; pero en ningún caso exigente hasta el punto de convertirse en explotador de sus arrendatarios. Tal vez el sistema de arrendamiento fuera explotador en sí mismo, y lo fue sin duda y cruelmente en manos de parte de la nobleza y de la burguesía terrateniente de aquel tiempo. Pero en cuanto a san Vicente mismo, en su correspondencia aparecen testimonios de su sentido de la equidad, y aun de su generosidad, con los campesinos que trabajaban sus tierras. Aunque el comportamiento real de san Vicente con sus «colonos» y arrendatarios debería ser algo más matizado sobre la base de numerosos testimonios de su correspondencia (ver, por ej., VI, 281 junto con VIII, 9-10), no exagera Abelly ni se deja llevar del entusiasmo hagiográfico cuando resume de la siguiente manera el comportamiento de san Vicente en relación a los arrendatarios deudores: san Vicente prefería, dice Abelly, «darles nuevos anticipos y ponerse en peligro de perder todo antes que usar con ellos el rigor de la justicia» (libro III, cap. XI, sec I).
4. Fuentes de financiación
Aunque las rentas de la tierra y el cultivo directo constituyeron, como se observó arriba, la base fundamental del sostenimiento de los misioneros del señor Vicente y de sus obras, tuvo su congregación también otras fuentes variadas de financiación, entre las que destacamos: rentas de beneficios eclesiásticos, rentas de capital en dinero, rentas de casas de alquiler, beneficios y rentas de algunos negocios (por ejemplo, de líneas de coches), impuestos (sobre la sal, el vino…), ganancias derivadas de oficios civiles, en particular de dos consulados franceses en Túnez y Argel. Esta enumeración no debería producir la impresión de que la congregación del señor Vicente nadaba en la abundancia. El caso era más bien el contrario.
5. Cargas y gastos
Las cargas y gastos a los que tenía que responder superaban con frecuencia a los ingresos, sobre todo en los años de cosechas pobres. Al déficit resultante respondía el señor Vicente con frecuencia con una reducción, a veces drástica, en los gastos de alimentación de su numerosa comunidad (XI 574). La propiedad misma de San Lázaro, la propiedad rústica más apetecible que quedaba al borde mismo de la ciudad de París, tenía que soportar, por ejemplo, la pesada carga de alojar y alimentar gratis a las numerosas tandas de ordenandos de la diócesis de París. En 1657 –llevaba ya en posesión del priorato 25 años– escribía lo siguiente: «Esta casa está casi aplastada por sus propias necesidades; nos encontramos con frecuencia tan escasos que no tenemos con qué pagar en el mercado, y no sabemos dónde pedir para pagar lo que debemos» (VI, 559). Esto escribía para excusarse de ayudar al padre necesitado de un miembro de su congregación, ayuda que san Vicente enseñó a sus misioneros ser obligatoria (XI, 653). Pero aún le debió de resultar más dolorosa su incapacidad para pagar una fuerte suma de rescate por un miembro de su propia congregación, cónsul en Argel y encarcelado por las autoridades locales. Su congregación no podía ni soñar en pedir en París esa suma en préstamo, «porque todo el mundo sabe que está cargada de deudas por todas partes, y además no puede endeudarse aún más sin peligro de sucumbir» (VI, 559).
6. Posesión de bienes y pervivencia
No sólo las deudas podían poner a su congregación en peligro de sucumbir. La misma posesión de tantas propiedades era en sí misma más peligrosa que las deudas. Por de pronto san Vicente admite paladinamente, en las Reglas que escribió para sus misioneros, que la propiedad de bienes impedía a su congregación, fundada para imitar a Jesucristo, practicar la pobreza tal como la practicó y enseñó Cristo mismo (X, 480; VII, 334; RC CM III, 2). Ahora bien, la misma misión que le había señalado Jesucristo forzaba a la congregación del señor Vicente a tener propiedades de que vivir, pues todos los trabajos de la congregación, por estar dirigidos a los pobres, debían hacerse gratis (IV, 446). De algo, sin embargo, tenían que vivir los misioneros. Excluido en principio el cobro por sus ministerios, no les quedaba más remedio que vivir de las rentas de sus propiedades. San Vicente veía con toda lucidez los peligros prácticos de tal situación (ver, por ej. V1, 475-476); luchó con fuerza por evitar que sus hombres cayeran en ellos. Pero nada pudo hacer, dadas las realidades de su tiempo, por basar el sustento y los trabajos de sus hombres en otro tipo de estructura económica que la que tenía a mano. Sin duda le hubiera gustado más a este hombre evangélico una congregación sin propiedad (VII, 334), que viviera, por ejemplo, de la percepción de salarios de instituciones públicas o privadas, cual fue el caso de su otra gran fundación, las Hijas de la Caridad, «pero a nosotros, que no recibimos nada del pueblo, nos hacen falta rentas» (IV, 446).
7. Posesión de bienes y espíritu de pobreza
Muchas veces habló san Vicente a sus hombres de estos temas. Veía agudamente y le preocupaban los peligros que la propiedad planteaba al espíritu evangélico que debía ser el propio de su congregación. El mismo había conocido en su juventud la tentación del deseo de tener y de poseer, y se había dejado arrastrar por él. No quería en manera alguna que la necesidad, necesidad forzada por las circunstancias históricas, llevara a sus hombres a caer en la misma trampa. Sólo dos años escasos antes de morir, pero no por última vez, les advertía en tonos patéticos: «Oh, Dios mío, la necesidad nos obliga a tener bienes perecederos, pero debemos dedicarnos a ellos como Días mismo se dedica a producir y a conservar las cosas temporales y el alimento de sus criaturas, de manera que se cuida hasta de los insectos. Pero eso no le impide sus operaciones interiores, por las que engendra al Hijo y produce al Espíritu Santo; hace éstas y no omite las otras. Así como Dios provee de alimento a plantas, animales y hombres, los que tienen la responsabilidad en la congregación deben también proveer a las necesidades de sus miembros. Hay que hacerlo, Dios mío, pues si no, todo lo que tu providencia nos ha dado para nuestro mantenimiento se perdería, cesaría tu servicio, y nosotros no podríamos ir a evangelizar a los pobres gratuitamente. Permítenos, Dios mío, que para que trabajemos por tu servicio, nos dediquemos a la conservación de los bienes, pero que hagamos eso sin que se contamine nuestro espíritu, ni se hiera la justicia, ni se extravíen nuestros corazones. Oh, Señor, quita de la congregación el deseo de acaparar» (XI, 413).
BIBLIOGRAFÍA:
Sobre la estructura económica de la Francia del siglo XVII la bibliografía es inmensa. Cualquier historia o estudio sobre la Francia clásica trata el tema con detalle.
Sobre el tema de este artículo no existen, que sepamos, más que los dos trabajos siguientes: J. JACQUART, La politique fonciére de Monsieur Vincent, en Vincent de Paul, Actes du colloque international d’etudes vincentiennes. París 1981, Edizioni Vincenziane, Roma, pp. 129-143.- J. CORERA, Las bases económicas de la comunidad vicenciana, en Diez estudios vicencianos, Ceme, Salamanca, 1983, pp. 129-157.