Espiritualidad vicenciana: Acción

Francisco Javier Fernández ChentoEspiritualidad vicencianaLeave a Comment

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Autor: Jaime Corera, C.M. · Año publicación original: 1995.
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Cuando a los 24 años recibía el joven presbí­tero Vicente Depaul su diploma de bachiller podía haber pensado en iniciar una carrera de enseñan­za en teología. No le faltaba capacidad pedagógi­ca. La había demostrado desde la adolescencia en la casa de los Comet en Dax, y, como sacerdote recién ordenado, en Buzet y en Toulouse. El di­ploma certificaba estudios concluidos y el derecho, académicamente garantizado, a enseñar el Libro II de las Sententiae de Pedro Lombardo. Tampoco le faltaba capacidad intelectual, como lo iba a demostrar sin pretenderlo a lo largo de su larga vida. Podía pues haber pensado en en­contrar en la enseñanza de la teología un medio para asegurarse la vida. Esto, asegurarse la vida, había sido su obsesión primera desde que hacia los 17 años dejó su tierra natal camino de Tou­louse con la idea de iniciar estudios eclesiásticos de filosofía y teología. Podía haberlo pensado; pe­ro hay indicios de que nunca le pasó la idea por la mente. Por de pronto, quiso ser párroco, y es­tuvo a punto de serlo, a los veinte años, recién ordenado sacerdote y antes de que ni siquiera co­menzara los estudios teológicos.

Terminados éstos, y ya con el diploma en sus manos, dejó Toulouse camino de Burdeos en per­secución de algún misterioso e importante asun­to que él mismo calificó posteriormente como temerario1. Algunos biógrafos han pensado, con muchas posibilidades de estar en lo cierto, que el recién estrenado bachiller quería en reali­dad no ya enseñar teología sino conseguir nada menos que una sede episcopal a los 24 años. No llegó a ser obispo, aunque parece que lo preten­dió, ni tampoco llegó a ser profesor de teología, aunque hubiera sin duda tenido capacidad más que suficiente para ello. Pero la decisión de pre­tender lo uno y dejar de lado lo otro marcó la tra­yectoria de su biografía para el resto de sus días. Por temperamento y por ambición Vicente era un hombre marcado desde siempre para hacerse un lugar en el mundo y en la historia no a través de la elaboración teórica o de la experiencia con­templativa. Con frecuencia se ha definido el ta­lante propio de la santidad de San Vicente como una mística de la acción. La definición es muy afortunada en la unión y relaciones mutuas de los dos términos. La mística propia de san Vi­cente de Paúl se muestra plenamente en el obrar; a decir verdad, en un obrar desbordante. Por su parte, éste no es en modo alguno la mera mani­festación de una sicología rica y ambiciosa que se expande irresistiblemente hacia la conquista de amplios espacios en la sociedad y en el mundo.

Es siempre la manifestación vital de una mística, de una experiencia de Dios profunda que anima hasta la última célula de su ser. Ambos términos aparecen ligados y sin fisura en aquel dicho bien conocido y tan característico de nuestro santo: «Amemos a Dios, hermanos más, amemos a Dios; pero que sea con el esfuerzo de nuestros brazos, que sea con el sudor de nuestra frente»2.

¿Cuál de los dos elementos es en san Vicen­te el más importante, cuál es la causa formalis del otro? En sana teología, y también en la visión te­órica del mismo Vicente, es sin duda el elemen­to místico el que da sustancia y solidez al otro. Pero el otro, la capacidad desbordante de acción, ya existía antes de que fuera informado por la gracia, tenía que existir para ser informado por ella. A lo largo de su vida se dio sin duda, hay que de­cirlo desde una perspectiva sicológica, una mu­tua relación de tipo dialéctico que se manifestó alternativamente en una mayor profundidad mís­tica a medida que crecía con los años su capaci­dad de acción, y en una creciente capacidad de acción a medida que Vicente crecía en santidad. La frase de san Vicente que acabamos de citar pertenece a su edad avanzada y resume sin du­da su propia experiencia de crecimiento progre­sivo y simultáneo en santidad y en obras.

Por lo demás, aunque san Vicente, en con­gruencia con su estilo vital dinámico, nunca intentó algo que se pareciera a una sistematización teó­rica de su pensamiento y de su sensibilidad es­piritual, tuvo múltiples ocasiones, sobre todo en las conferencias a los misioneros y a las hijas de la caridad, para expresar cuáles eran las ideas maestras que animaban su actividad, la teología de su obrar diario.

1. Dios es acción

La frase está a un paso de la atrevida trans­posición de Goethe «En el principio era la acción», pero está aún más cerca, en la visión vicenciana, de la frase que pudiera ser considerada como la mejor ‘definición’ de Dios que aparece en el Nue­vo Testamento: «Dios es amor»3. Dios es, efectivamente, el amor infinito entre la persona del Padre, «que no cesa jamás de engendrar al Hijo», y la del Hijo; amor mutuo «que produce eternamente al Espíritu Santo».

Amor infinito que, a través de la acción del Es­píritu Santo en el mundo, se desborda incesan­temente «para producir y conservar este gran universo…, los productos de la tierra y del mar…, la naturaleza, que volvería a la nada si Dios no la conservara sin cesar. Dios trabaja con el arte­sano en su taller, con la mujer en casa, con la hor­miga, con la abeja… continuamente y sin des­canso»4.

La acción del Dios revelado en Jesucristo ni tiene por motivo ni se expresa ante todo en la be­lleza. objeto de contemplación platonizante. del cosmos perfecto. Es una acción expresión pura de amor, amor efusivo «por el hombre, sólo por el hombre, para conservarle la vida y proveerle de todo lo que necesita»5. Dios hace al hom­bre semejante a sí mismo6, y lo des­tina a una vida eterna de unión con El7 a través de la acción en la tierra del Hijo encarna­do. Cuando el hombre actúa con Jesucristo, su acción se sumerge en esta corriente desbordan­te de amor y se convierte en acción divina: «Cuan­do Nuestro Señor nos da la savia de su espíritu y de su gracia, unidos a Él como sarmientos a la cepa, hacemos lo mismo que él hizo en la tierra; quiero decir que hacemos obras divinas»8. La acción del hombre se convierte en acción de Dios mismo cuando se hace en Él y por Él9: no es otra cosa que la prolongación de la acción de Dios en la naturaleza y en la historia. Con su gracia hacemos sus obras; nada sin ella, «porque por nosotros mismos no sabemos hacer nada más que estropearlo todo»10. La acción es proyección vital de la voluntad humana. Para que tenga la cualidad de acción divina el hombre de­be someter enteramente su voluntad a la de Dios’ «activamente, haciendo esa voluntad de las va­nas maneras que hemos dicho, y pasivamente, aceptando que Dios cumpla su voluntad en no­sotros», como cuando «Nuestro Señor, pensan­do en el monte de los olivos en el tormento que iba a sufrir lo consideraba como querido por su Padre. Nosotros debemos decir con él: No se ha­ga, Señor, mi voluntad, sino la tuya»11.

2. Al paso de la Providencia

La santidad no resultó ser en el Vicente ma­duro un freno a la capacidad de acción y de ini­ciativa de la que dio tantas muestras en sus años juveniles. Más bien le sirvió de sistema de con­trol para asegurar la rectitud de su obrar. El ver­dadero motor de su obrar es Dios: «Las cosas de Dios se hacen por sí mismas; la verdadera sabi­duría consiste en seguir a la Providencia paso a paso»12. «Siento -escribía a los 60 años-una devoción especial en seguir a la providencia adorable de Dios paso a paso«13. «La gra­cia tiene sus momentos. Abandonémonos a la providencia de Dios y cuidémonos mucho de ade­lantamos a ella«14. Hubo, en la mitad del ca­mino de su vida hacia los 44 años, un momento crítico cuya solución marcó la trayectoria de su vi­da posterior hasta su muerte a los ochenta. Ha­bía estado dedicado en cuerpo y alma a dar mi­siones` en las tierra de los Gondi durante seis años. Por sugerencia de la señora entró en su ánimo la idea de fundar una congregación de sa­cerdotes que se dedicaran a la misma actividad de una manera sistemática y permanente. La idea, pues parecía buena en todos sus aspectos, no podía ser más que de Dios. Vicente se encontraba en plenitud de fuerzas y de madurez. No había nada en el posible proyecto que superara la capacidad de sus cualidades humanas. A Vi­cente le entró en el alma un deseo casi irresisti­ble de llevar el proyecto a cabo y convenirse de inmediato en fundador. Pero a esa edad, aunque tan vigoroso y capaz de acción como en sus años mozos, la santidad habla hecho de él un hombre muy diferente del que era veinte años atrás. Lle­gó a ser fundador, por supuesto; ese hecho fue el primero de una larga serie de obras que, vis­tas en su conjunto, asombran por su variedad y por su importancia. Pero no se decidió a ser fun­dador hasta que, después de dejar enfriar su ca­beza y su entusiasmo, llegó a ver con claridad que aquello era algo querido por Dios y no fruto de su vitalidad ambiciosa: «Al comienzo del pro­yecto de la (Congregación de la) Misión me en­contraba en continua inquietud mental; eso me hacia desconfiar y sospechar que la idea pudiera proceder de la naturaleza (de la suya propia, por supuesto), o del espíritu maligno. Fui expresa­mente a Soissons a hacer un retiro para que plu­guiese a Dios quitarme del alma el placer y la pri­sa impetuosa que sentía por ese asunto. Quiso Dios escucharme, y por su misericordia me qui­tó el uno y la otra«15. De esta experiencia aprendió para el resto de su vida, no a obrar me­nos o a refrenar su capacidad de acción, sino «a no emprender ni llevar a cabo nada mientras me encuentre ardiendo en esperanzas a la vista de obras importantes»16. Pero nunca dejó de hacerlas mientras le constara que eran obras que le señalaba la providencia de Dios.

3. Jesucristo, modelo de acción

Cuando, en vísperas casi de su muerte, san Vicente propone a sus misioneros en las Reglas Comunes17 a Jesucristo como modelo único de su obrar, no hace más que proponerles lo que habla sido el modelo del obrar en su propia vida: «Cuando se trate de hacer alguna obra buena, preguntad al Hijo de Dios: Señor, si estuvieras en mi lugar ¿qué harías en esta situa­ción? ¿cómo enseñarías a esta gente? ¿cómo consolarías a este enfermo de alma o de cuerpo?«18. Cristo es para Vicente el criterio absolu­to y final de la acción recta. También lo que ha­cen las hijas de la caridad no es más que conti­nuación de lo que hizo Jesucristo en la tierra, y debe por ello mismo ser hecho en el espíritu de Jesucristo19.

No es sólo eso. El mismo Cristo aparece en su visión ante todo como redentor del hombre y modelo de vida a través de su actuar, y sólo con­secuentemente como redentor y modelo a través de su enseñanza.

Pues «Nuestro Señor Jesucristo, habiendo si­do enviado al mundo para salvar al género hu­mano, comenzó a actuar y (luego) a enseñar«20. Visión que, por lo demás, tie­ne netas raíces evangélicas, y en particular joá­nicas21. Y aunque su vo­cación personal de misionero, así como la de sus hombres, se manifestó a lo largo de muchos años preferentemente a través de la palabra, del anun­cio verbal del evangelio, no piensa que el evan­gelio sea ante todo un conjunto de ideas que se deben anunciar sino un programa que hay que lle­var a la práctica. «Hacer efectivo el evangelio»22 es la fórmula genial, y nos parece que rigurosamente original en la historia del cristianismo, con la que Vicente expresa su visión dinámica de lo que debe ser el anuncio de salvación. También la acción humilde de las hijas de la caridad es continuación del trabajo evangelizador iniciado por Jesucristo23, pues ellas «hacen con sus manos lo que nosotros no podemos ha­cer con las nuestras»24 en el trabajo de hacer efectivo el evangelio. A pesar del volumen de obras casi increíble que salió de su corazón y de sus manos, no era sin embargo san Vicente ante todo un hombre obsesionado por actuar, a la manera vertiginosa y un poco loca del moder­no hombre de acción. Era ante todo un imitador de Jesucristo; de él aprendió también el valor hu­mano y divino del «no-hacer, de la vida oculta del Hijo de Dios»25, quien «vivió durante trein­ta años en la tierra como un pobre artesano, an­tes de manifestarse en público para comenzar la obra de la redención»26. El no-hacer se im­pone al seguidor de Jesucristo mientras aguar­da a conocer la voluntad de Dios27, no sea que haga más bien, si se anticipa a ella con las prisas, la suya propia. Se impone también cuando algu­na circunstancia externa28 o interna, tal la enfermedad, fuerzan al hombre a esperar el tiem­po de Dios. «Nuestro Señor y los santos han he­cho más sufriendo que actuando»29, frase que revela el profundo sentido místico de su fe y, a la vez, coloca en una perspectiva relativizante el conjunto de su propio obrar: «El padre N., por su no hacer, simplemente padeciendo, hace más por Dios y por la casa que yo y que toda la com­pañía junta actuando y trabajando sin cesar»30.

4. «Trabajemos, trabajemos…»31

De André Duval, «gran doctor de la Sorbo­na«, decano de la facultad de teología y desde al­rededor de 1618 consejero espiritual de san Vi­cente, aprendió éste que «un sacerdote debe te­ner más trabajo que el que puede hacer«32. El mismo recuerda a sus misioneros que «la ocio­sidad es la madrastra de todas las virtudes«, vi­cio que se evita «estando siempre ocupado en al­go útil«33. Bien podía aconse­jar esto quien hasta muy cerca del final de su vi­da dedicaba entre diez y catorce horas a algún ti­po de actividad. Aparte de trabajos ocasionales que le confiaron diversas autoridades civiles y religiosas san Vicente se vio involucrado como res­ponsable principal en el funcionamiento de va­rias instituciones: cofradías parroquiales de ca­ridad (desde 1617), Congregación de la Misión (1625), Conferencias eclesiásticas de los Martes, Hijas de la Caridad (1633), Damas de la Caridad (1634) todas ellas fundadas por él mismo; ade­más, la Visitación (desde 1622) y la Compañía del Santísimo Sacramento. Esta enumeración ape­nas si da una idea pálida de lo que era en reali­dad su muy agitada actividad de cada día. La lec­tura de su voluminosa correspondencia (parece que escribió alrededor de 30.000 cartas) nos acer­caría un poco más a lo que fue en realidad el rit­mo casi frenético de actividad de este hombre.

Comentando a los 78 años el texto de Mat. 6, 33, «Buscad primero el reino de Dios y su justicia«, reveló san Vicente a la vez lo que había sido la historia de su propia vida en cuanto a su personal obsesión por la acción y en cuanto a la raíz profunda y mística de su obrar: «Buscad, bus­cad eso quiere decir preocupación, eso quiere de­cir acción. Buscad a Dios en vosotros. Hace fal­ta la vida interior…; si se falla en eso se falla en todo… Pero, señor (podría decir alguno), hay tan­to que hacer… en casa… en la ciudad, en el cam­po; trabajo por todas partes. ¿Habrá que dejar to­do eso para no pensar más que en Dios? No; hay que santificar las ocupaciones buscando a Dios en ellas, hacerlas para encontrarle a Él en ellas más que para verlas hechas«34. San Vi­cente encuentra a Dios en la acción, no en nin­gún tipo de experiencia extática, tal la experien­cia de «un alma elevada en la contemplación… que se ocupa en saborear esta fuente infinita de dul­zura«, pero «que no piensa en sus hermanos»35. Sobre la autoridad de santo Tomás de Aquino san Vicente declara su preferencia por el amor a Dios que se manifiesta en un amor ac­tivo36 por el prójimo: «ir al corazón de Dios , limitar a eso todo su amor no es lo más perfecto, porque la perfección de la ley consiste en amar a Dios y al prójimo«37. Si se tiene esto en cuenta se entiende sin peligro de distorsión su atrevida fór­mula, que él atribuye a santo Tomás38, de «dejar a Dios por Dios«39, cuando se deja un acto concreto de oración, de diálogo directo con Dios, para volverle a encontrar en el trabajo por el prójimo necesitado. No es en manera alguna Vicente de Paúl extraño a la experiencia contemplativa, aun menos enemigo de ella. Lo que no entiende, o por lo menos lo que no cree conveniente para él mismo y para los suyos, es una vida dedicada exclusivamente a la contemplación, pues «aunque la vida contemplativa sea más per­fecta que la vida activa, no es sin embargo más perfecta que la que comprende a la vez contem­plación y acción, como lo hace la nuestra por la gra­cia de Dios«40. Lo que parece asustar­le en este tema a Vicente de Paúl, un carácter tan marcadamente ‘extrovertido’, es que la apariencia de alto lenguaje y de refinadas experiencias espi­rituales encierre al creyente en la «pequeña peri­feria«41 de un interés individualístico por su santidad personal y por una experiencia no parti­cipada, aunque sea experiencia de Dios, con el riesgo de que se olvide la urgencia del trabajo por la redención del mundo. Hasta la búsqueda de la perfección personal, expresión que durante si­glos ha expresado la esencia de la vida religiosa, es vista en su acostumbrado estilo dinámico co­mo «un medio para ayudar a los demás«42. No le gusta tampoco, o por lo menos no la cree adecuada para él, la fórmula tradicional de ‘estado de perfección’ aplicada a la vida religiosa. Lo suyo, y lo de los suyos, es más bien «un estado de ca­ridad, porque nos dedicamos constantemente a la práctica real del amor«43. No se podría de­finir con más precisión el lugar que ocupa la acción en la espiritualidad original de san Vicente.

Bibliografía:

El tema de este artículo ha sido tratado muchas veces por los biógrafos de san Vicente y por los bue­nos conocedores de su espiritualidad. No hay, sin embargo, que sepamos, más que una obra dedica­da expresamente a estudiar el tema por extenso:

G. Coluccia, CM: Spiritualitá vincenziana, spiritualitá dell’azione. M. Spada editore, Roma 1978. Traducción castellana: Espiritualidad vicenciana, espiritualidad de la acción, CEME, Salamanca, 1979.

Por: Jaime Corera, C.M.
Tomado de: Diccionario de Espiritualidad Vicenciana, Editorial CEME, 1995

  1. I,76
  2. XI,733
  3. 1Jn 4,8
  4. IX,444
  5. ibid.
  6. Gen. 1,27
  7. 1Jn 3,2
  8. XI,237
  9. XI,472
  10. XI,458
  11. XI,453-454
  12. II,398
  13. II,176
  14. II,381
  15. II,206
  16. ibid.
  17. cap.11,1; SVP X,466
  18. XI,240
  19. IX,534
  20. RC. I,1; SVP X,463
  21. Jn 4,34; 5,36; 10,25.38
  22. XI 391
  23. IX,534-535
  24. VIII,227
  25. I,126
  26. II,236
  27. I, 97
  28. VII,35
  29. II,9
  30. II,279-280
  31. X1316
  32. XI,121
  33. X,486; RC CM IV,5
  34. XI,429-430
  35. XI,552
  36. efectivo, dice él, y no solo afectivo IX,432
  37. ibid.
  38. IX,1204
  39. IX,297
  40. III,151.320
  41. XI,39
  42. XI,386
  43. XI,564

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