Cuando a los 24 años recibía el joven presbítero Vicente Depaul su diploma de bachiller podía haber pensado en iniciar una carrera de enseñanza en teología. No le faltaba capacidad pedagógica. La había demostrado desde la adolescencia en la casa de los Comet en Dax, y, como sacerdote recién ordenado, en Buzet y en Toulouse. El diploma certificaba estudios concluidos y el derecho, académicamente garantizado, a enseñar el Libro II de las Sententiae de Pedro Lombardo. Tampoco le faltaba capacidad intelectual, como lo iba a demostrar sin pretenderlo a lo largo de su larga vida. Podía pues haber pensado en encontrar en la enseñanza de la teología un medio para asegurarse la vida. Esto, asegurarse la vida, había sido su obsesión primera desde que hacia los 17 años dejó su tierra natal camino de Toulouse con la idea de iniciar estudios eclesiásticos de filosofía y teología. Podía haberlo pensado; pero hay indicios de que nunca le pasó la idea por la mente. Por de pronto, quiso ser párroco, y estuvo a punto de serlo, a los veinte años, recién ordenado sacerdote y antes de que ni siquiera comenzara los estudios teológicos.
Terminados éstos, y ya con el diploma en sus manos, dejó Toulouse camino de Burdeos en persecución de algún misterioso e importante asunto que él mismo calificó posteriormente como temerario1. Algunos biógrafos han pensado, con muchas posibilidades de estar en lo cierto, que el recién estrenado bachiller quería en realidad no ya enseñar teología sino conseguir nada menos que una sede episcopal a los 24 años. No llegó a ser obispo, aunque parece que lo pretendió, ni tampoco llegó a ser profesor de teología, aunque hubiera sin duda tenido capacidad más que suficiente para ello. Pero la decisión de pretender lo uno y dejar de lado lo otro marcó la trayectoria de su biografía para el resto de sus días. Por temperamento y por ambición Vicente era un hombre marcado desde siempre para hacerse un lugar en el mundo y en la historia no a través de la elaboración teórica o de la experiencia contemplativa. Con frecuencia se ha definido el talante propio de la santidad de San Vicente como una mística de la acción. La definición es muy afortunada en la unión y relaciones mutuas de los dos términos. La mística propia de san Vicente de Paúl se muestra plenamente en el obrar; a decir verdad, en un obrar desbordante. Por su parte, éste no es en modo alguno la mera manifestación de una sicología rica y ambiciosa que se expande irresistiblemente hacia la conquista de amplios espacios en la sociedad y en el mundo.
Es siempre la manifestación vital de una mística, de una experiencia de Dios profunda que anima hasta la última célula de su ser. Ambos términos aparecen ligados y sin fisura en aquel dicho bien conocido y tan característico de nuestro santo: «Amemos a Dios, hermanos más, amemos a Dios; pero que sea con el esfuerzo de nuestros brazos, que sea con el sudor de nuestra frente»2.
¿Cuál de los dos elementos es en san Vicente el más importante, cuál es la causa formalis del otro? En sana teología, y también en la visión teórica del mismo Vicente, es sin duda el elemento místico el que da sustancia y solidez al otro. Pero el otro, la capacidad desbordante de acción, ya existía antes de que fuera informado por la gracia, tenía que existir para ser informado por ella. A lo largo de su vida se dio sin duda, hay que decirlo desde una perspectiva sicológica, una mutua relación de tipo dialéctico que se manifestó alternativamente en una mayor profundidad mística a medida que crecía con los años su capacidad de acción, y en una creciente capacidad de acción a medida que Vicente crecía en santidad. La frase de san Vicente que acabamos de citar pertenece a su edad avanzada y resume sin duda su propia experiencia de crecimiento progresivo y simultáneo en santidad y en obras.
Por lo demás, aunque san Vicente, en congruencia con su estilo vital dinámico, nunca intentó algo que se pareciera a una sistematización teórica de su pensamiento y de su sensibilidad espiritual, tuvo múltiples ocasiones, sobre todo en las conferencias a los misioneros y a las hijas de la caridad, para expresar cuáles eran las ideas maestras que animaban su actividad, la teología de su obrar diario.
1. Dios es acción
La frase está a un paso de la atrevida transposición de Goethe «En el principio era la acción», pero está aún más cerca, en la visión vicenciana, de la frase que pudiera ser considerada como la mejor ‘definición’ de Dios que aparece en el Nuevo Testamento: «Dios es amor»3. Dios es, efectivamente, el amor infinito entre la persona del Padre, «que no cesa jamás de engendrar al Hijo», y la del Hijo; amor mutuo «que produce eternamente al Espíritu Santo».
Amor infinito que, a través de la acción del Espíritu Santo en el mundo, se desborda incesantemente «para producir y conservar este gran universo…, los productos de la tierra y del mar…, la naturaleza, que volvería a la nada si Dios no la conservara sin cesar. Dios trabaja con el artesano en su taller, con la mujer en casa, con la hormiga, con la abeja… continuamente y sin descanso»4.
La acción del Dios revelado en Jesucristo ni tiene por motivo ni se expresa ante todo en la belleza. objeto de contemplación platonizante. del cosmos perfecto. Es una acción expresión pura de amor, amor efusivo «por el hombre, sólo por el hombre, para conservarle la vida y proveerle de todo lo que necesita»5. Dios hace al hombre semejante a sí mismo6, y lo destina a una vida eterna de unión con El7 a través de la acción en la tierra del Hijo encarnado. Cuando el hombre actúa con Jesucristo, su acción se sumerge en esta corriente desbordante de amor y se convierte en acción divina: «Cuando Nuestro Señor nos da la savia de su espíritu y de su gracia, unidos a Él como sarmientos a la cepa, hacemos lo mismo que él hizo en la tierra; quiero decir que hacemos obras divinas»8. La acción del hombre se convierte en acción de Dios mismo cuando se hace en Él y por Él9: no es otra cosa que la prolongación de la acción de Dios en la naturaleza y en la historia. Con su gracia hacemos sus obras; nada sin ella, «porque por nosotros mismos no sabemos hacer nada más que estropearlo todo»10. La acción es proyección vital de la voluntad humana. Para que tenga la cualidad de acción divina el hombre debe someter enteramente su voluntad a la de Dios’ «activamente, haciendo esa voluntad de las vanas maneras que hemos dicho, y pasivamente, aceptando que Dios cumpla su voluntad en nosotros», como cuando «Nuestro Señor, pensando en el monte de los olivos en el tormento que iba a sufrir lo consideraba como querido por su Padre. Nosotros debemos decir con él: No se haga, Señor, mi voluntad, sino la tuya»11.
2. Al paso de la Providencia
La santidad no resultó ser en el Vicente maduro un freno a la capacidad de acción y de iniciativa de la que dio tantas muestras en sus años juveniles. Más bien le sirvió de sistema de control para asegurar la rectitud de su obrar. El verdadero motor de su obrar es Dios: «Las cosas de Dios se hacen por sí mismas; la verdadera sabiduría consiste en seguir a la Providencia paso a paso»12. «Siento -escribía a los 60 años-una devoción especial en seguir a la providencia adorable de Dios paso a paso«13. «La gracia tiene sus momentos. Abandonémonos a la providencia de Dios y cuidémonos mucho de adelantamos a ella«14. Hubo, en la mitad del camino de su vida hacia los 44 años, un momento crítico cuya solución marcó la trayectoria de su vida posterior hasta su muerte a los ochenta. Había estado dedicado en cuerpo y alma a dar misiones` en las tierra de los Gondi durante seis años. Por sugerencia de la señora entró en su ánimo la idea de fundar una congregación de sacerdotes que se dedicaran a la misma actividad de una manera sistemática y permanente. La idea, pues parecía buena en todos sus aspectos, no podía ser más que de Dios. Vicente se encontraba en plenitud de fuerzas y de madurez. No había nada en el posible proyecto que superara la capacidad de sus cualidades humanas. A Vicente le entró en el alma un deseo casi irresistible de llevar el proyecto a cabo y convenirse de inmediato en fundador. Pero a esa edad, aunque tan vigoroso y capaz de acción como en sus años mozos, la santidad habla hecho de él un hombre muy diferente del que era veinte años atrás. Llegó a ser fundador, por supuesto; ese hecho fue el primero de una larga serie de obras que, vistas en su conjunto, asombran por su variedad y por su importancia. Pero no se decidió a ser fundador hasta que, después de dejar enfriar su cabeza y su entusiasmo, llegó a ver con claridad que aquello era algo querido por Dios y no fruto de su vitalidad ambiciosa: «Al comienzo del proyecto de la (Congregación de la) Misión me encontraba en continua inquietud mental; eso me hacia desconfiar y sospechar que la idea pudiera proceder de la naturaleza (de la suya propia, por supuesto), o del espíritu maligno. Fui expresamente a Soissons a hacer un retiro para que pluguiese a Dios quitarme del alma el placer y la prisa impetuosa que sentía por ese asunto. Quiso Dios escucharme, y por su misericordia me quitó el uno y la otra«15. De esta experiencia aprendió para el resto de su vida, no a obrar menos o a refrenar su capacidad de acción, sino «a no emprender ni llevar a cabo nada mientras me encuentre ardiendo en esperanzas a la vista de obras importantes»16. Pero nunca dejó de hacerlas mientras le constara que eran obras que le señalaba la providencia de Dios.
3. Jesucristo, modelo de acción
Cuando, en vísperas casi de su muerte, san Vicente propone a sus misioneros en las Reglas Comunes17 a Jesucristo como modelo único de su obrar, no hace más que proponerles lo que habla sido el modelo del obrar en su propia vida: «Cuando se trate de hacer alguna obra buena, preguntad al Hijo de Dios: Señor, si estuvieras en mi lugar ¿qué harías en esta situación? ¿cómo enseñarías a esta gente? ¿cómo consolarías a este enfermo de alma o de cuerpo?«18. Cristo es para Vicente el criterio absoluto y final de la acción recta. También lo que hacen las hijas de la caridad no es más que continuación de lo que hizo Jesucristo en la tierra, y debe por ello mismo ser hecho en el espíritu de Jesucristo19.
No es sólo eso. El mismo Cristo aparece en su visión ante todo como redentor del hombre y modelo de vida a través de su actuar, y sólo consecuentemente como redentor y modelo a través de su enseñanza.
Pues «Nuestro Señor Jesucristo, habiendo sido enviado al mundo para salvar al género humano, comenzó a actuar y (luego) a enseñar«20. Visión que, por lo demás, tiene netas raíces evangélicas, y en particular joánicas21. Y aunque su vocación personal de misionero, así como la de sus hombres, se manifestó a lo largo de muchos años preferentemente a través de la palabra, del anuncio verbal del evangelio, no piensa que el evangelio sea ante todo un conjunto de ideas que se deben anunciar sino un programa que hay que llevar a la práctica. «Hacer efectivo el evangelio»22 es la fórmula genial, y nos parece que rigurosamente original en la historia del cristianismo, con la que Vicente expresa su visión dinámica de lo que debe ser el anuncio de salvación. También la acción humilde de las hijas de la caridad es continuación del trabajo evangelizador iniciado por Jesucristo23, pues ellas «hacen con sus manos lo que nosotros no podemos hacer con las nuestras»24 en el trabajo de hacer efectivo el evangelio. A pesar del volumen de obras casi increíble que salió de su corazón y de sus manos, no era sin embargo san Vicente ante todo un hombre obsesionado por actuar, a la manera vertiginosa y un poco loca del moderno hombre de acción. Era ante todo un imitador de Jesucristo; de él aprendió también el valor humano y divino del «no-hacer, de la vida oculta del Hijo de Dios»25, quien «vivió durante treinta años en la tierra como un pobre artesano, antes de manifestarse en público para comenzar la obra de la redención»26. El no-hacer se impone al seguidor de Jesucristo mientras aguarda a conocer la voluntad de Dios27, no sea que haga más bien, si se anticipa a ella con las prisas, la suya propia. Se impone también cuando alguna circunstancia externa28 o interna, tal la enfermedad, fuerzan al hombre a esperar el tiempo de Dios. «Nuestro Señor y los santos han hecho más sufriendo que actuando»29, frase que revela el profundo sentido místico de su fe y, a la vez, coloca en una perspectiva relativizante el conjunto de su propio obrar: «El padre N., por su no hacer, simplemente padeciendo, hace más por Dios y por la casa que yo y que toda la compañía junta actuando y trabajando sin cesar»30.
4. «Trabajemos, trabajemos…»31
De André Duval, «gran doctor de la Sorbona«, decano de la facultad de teología y desde alrededor de 1618 consejero espiritual de san Vicente, aprendió éste que «un sacerdote debe tener más trabajo que el que puede hacer«32. El mismo recuerda a sus misioneros que «la ociosidad es la madrastra de todas las virtudes«, vicio que se evita «estando siempre ocupado en algo útil«33. Bien podía aconsejar esto quien hasta muy cerca del final de su vida dedicaba entre diez y catorce horas a algún tipo de actividad. Aparte de trabajos ocasionales que le confiaron diversas autoridades civiles y religiosas san Vicente se vio involucrado como responsable principal en el funcionamiento de varias instituciones: cofradías parroquiales de caridad (desde 1617), Congregación de la Misión (1625), Conferencias eclesiásticas de los Martes, Hijas de la Caridad (1633), Damas de la Caridad (1634) todas ellas fundadas por él mismo; además, la Visitación (desde 1622) y la Compañía del Santísimo Sacramento. Esta enumeración apenas si da una idea pálida de lo que era en realidad su muy agitada actividad de cada día. La lectura de su voluminosa correspondencia (parece que escribió alrededor de 30.000 cartas) nos acercaría un poco más a lo que fue en realidad el ritmo casi frenético de actividad de este hombre.
Comentando a los 78 años el texto de Mat. 6, 33, «Buscad primero el reino de Dios y su justicia«, reveló san Vicente a la vez lo que había sido la historia de su propia vida en cuanto a su personal obsesión por la acción y en cuanto a la raíz profunda y mística de su obrar: «Buscad, buscad eso quiere decir preocupación, eso quiere decir acción. Buscad a Dios en vosotros. Hace falta la vida interior…; si se falla en eso se falla en todo… Pero, señor (podría decir alguno), hay tanto que hacer… en casa… en la ciudad, en el campo; trabajo por todas partes. ¿Habrá que dejar todo eso para no pensar más que en Dios? No; hay que santificar las ocupaciones buscando a Dios en ellas, hacerlas para encontrarle a Él en ellas más que para verlas hechas«34. San Vicente encuentra a Dios en la acción, no en ningún tipo de experiencia extática, tal la experiencia de «un alma elevada en la contemplación… que se ocupa en saborear esta fuente infinita de dulzura«, pero «que no piensa en sus hermanos»35. Sobre la autoridad de santo Tomás de Aquino san Vicente declara su preferencia por el amor a Dios que se manifiesta en un amor activo36 por el prójimo: «ir al corazón de Dios , limitar a eso todo su amor no es lo más perfecto, porque la perfección de la ley consiste en amar a Dios y al prójimo«37. Si se tiene esto en cuenta se entiende sin peligro de distorsión su atrevida fórmula, que él atribuye a santo Tomás38, de «dejar a Dios por Dios«39, cuando se deja un acto concreto de oración, de diálogo directo con Dios, para volverle a encontrar en el trabajo por el prójimo necesitado. No es en manera alguna Vicente de Paúl extraño a la experiencia contemplativa, aun menos enemigo de ella. Lo que no entiende, o por lo menos lo que no cree conveniente para él mismo y para los suyos, es una vida dedicada exclusivamente a la contemplación, pues «aunque la vida contemplativa sea más perfecta que la vida activa, no es sin embargo más perfecta que la que comprende a la vez contemplación y acción, como lo hace la nuestra por la gracia de Dios«40. Lo que parece asustarle en este tema a Vicente de Paúl, un carácter tan marcadamente ‘extrovertido’, es que la apariencia de alto lenguaje y de refinadas experiencias espirituales encierre al creyente en la «pequeña periferia«41 de un interés individualístico por su santidad personal y por una experiencia no participada, aunque sea experiencia de Dios, con el riesgo de que se olvide la urgencia del trabajo por la redención del mundo. Hasta la búsqueda de la perfección personal, expresión que durante siglos ha expresado la esencia de la vida religiosa, es vista en su acostumbrado estilo dinámico como «un medio para ayudar a los demás«42. No le gusta tampoco, o por lo menos no la cree adecuada para él, la fórmula tradicional de ‘estado de perfección’ aplicada a la vida religiosa. Lo suyo, y lo de los suyos, es más bien «un estado de caridad, porque nos dedicamos constantemente a la práctica real del amor«43. No se podría definir con más precisión el lugar que ocupa la acción en la espiritualidad original de san Vicente.
Bibliografía:
El tema de este artículo ha sido tratado muchas veces por los biógrafos de san Vicente y por los buenos conocedores de su espiritualidad. No hay, sin embargo, que sepamos, más que una obra dedicada expresamente a estudiar el tema por extenso:
G. Coluccia, CM: Spiritualitá vincenziana, spiritualitá dell’azione. M. Spada editore, Roma 1978. Traducción castellana: Espiritualidad vicenciana, espiritualidad de la acción, CEME, Salamanca, 1979.
Por: Jaime Corera, C.M.
Tomado de: Diccionario de Espiritualidad Vicenciana, Editorial CEME, 1995
- I,76
- XI,733
- 1Jn 4,8
- IX,444
- ibid.
- Gen. 1,27
- 1Jn 3,2
- XI,237
- XI,472
- XI,458
- XI,453-454
- II,398
- II,176
- II,381
- II,206
- ibid.
- cap.11,1; SVP X,466
- XI,240
- IX,534
- RC. I,1; SVP X,463
- Jn 4,34; 5,36; 10,25.38
- XI 391
- IX,534-535
- VIII,227
- I,126
- II,236
- I, 97
- VII,35
- II,9
- II,279-280
- X1316
- XI,121
- X,486; RC CM IV,5
- XI,429-430
- XI,552
- efectivo, dice él, y no solo afectivo IX,432
- ibid.
- IX,1204
- IX,297
- III,151.320
- XI,39
- XI,386
- XI,564