– ¿Cómo ha sido su experiencia en el Sínodo de los Obispos?
— Para mí, en general, la experiencia ha sido muy positiva. Al principio tenía un poco de temor por lo que iba a suceder, sabiendo la manera en que, a veces, hablamos nosotros los sacerdotes, y también los obispos; pero, verdaderamente, aunque fue un periodo de tres semanas, gozaba de la oportunidad de estar presente cada día en la oración, en la escucha y en el diálogo, sobre todo en los pequeños círculos y en los pasillos durante las pausas de las distintas sesiones. La oportunidad de conocer obispos y laicos, y conocer mejor a algunos de los Superiores Generales y religiosas, todos juntos en esta experiencia de Iglesia.
– ¿Ha percibido, en las intervenciones sinodales, caminos nuevos para la «nueva evangelización» o ha sido más de lo mismo de siempre?
— Pienso que había una intención, por parte de las intervenciones, de hacer algo nuevo. Ahora bien, cuando hablamos de hacer algo nuevo, siempre nos asalta la duda sobre qué es eso, y siempre regresamos al mismo asunto, a lo que ya había dicho Juan Pablo II: «nuevo en su ardor, en sus métodos y en sus expresiones», y había distintos caminos para hacer estas intervenciones; algunas, fuertemente teológicas, se podía ver de dónde venían sus propias experiencias teológicas, y otras más en línea de testimonios, de la experiencia con la gente y entre la gente de parte de varios obispos, sobre todo los obispos del tercer mundo. Yo estaba muy impresionado por las intervenciones de algunos obispos de Asia.
– ¿Cuáles han sido las tres ideas más subrayadas y repetidas en este Sínodo respecto a la «nueva evangelización»?
— No precisamente en este orden, pero se subrayó mucho la idea de cómo afrontar un mundo secularizado. Al principio, yo tenía un poco de temor porque me parecía una defensa contra el mundo, como si fuese nuestro enemigo; pero, por fin, el Espíritu de Dios, el espíritu del Concilio Vaticano II, iluminó y brilló como una intuición eclesial: no hay que tener miedo de este mundo secularizado, sino abrazarlo con nuestro testimonio de amor. En segundo lugar, hubo mucho diálogo en torno a nuestras relaciones con el Islam y otras religiones; había, en particular, un gran énfasis sobre la relación con los musulmanes. Un poco de tensión, a veces, sobre algunas actitudes manifestadas por parte de los que han experimentado persecución a manos de musulmanes fundamentalistas, pero prevaleció, en el mensaje final, un deseo de continuar el diálogo y de tener siempre esta actitud por nuestra parte, es decir, un diálogo de paz con los musulmanes. El tercer punto yo lo pondría en los agentes de la evangelización, hablando incluso del papel del obispo en relación con la vida religiosa, los laicos y su formación para la nueva evangelización, y algunas agrupaciones y movimientos que hacen esto de una forma integral, especialmente en medio de los pobres. Había otros temas, pero creo que estos son los principales.
– La opción preferencial por los pobres ¿ha ocupado mucho tiempo y espacio en las intervenciones sinodales, aparte de la suya?
— Al principio, la opción preferencial por los pobres no ocupaba mucho espacio. Fue poco mencionada en la primera Relatio, pero hubo un momento, especialmente entre los obispos de Asía y América Latina, en que salió la necesidad de realzar la importancia de la opción preferencial por los pobres. Varios obispos de América Latina mencionaban la conferencia de Aparecida, y en sus enfoques siempre se enfatizaba la evangelización en el mundo de los pobres. Al final, el Papa subrayó la importancia de todo esto como clave para la evangelización.
– ¿Se ha sentido a gusto en el Sínodo?
— Ciertamente, me he sentido muy a gusto en el Sínodo. La parte más interesante fueron las intervenciones del Papa, las del arzobispo de Canterbury y las reflexiones de obispos y sacerdotes de otras Iglesias que estaban muy presentes; era como una renovación del mismo espíritu que surgió en el Vaticano II entre los comentarios que se hacían. Creo que las dificultades mayores estaban en tener que esperar tanto tiempo antes de que hablara una mujer. Y la primera mujer que tomó la palabra fue un obispo metodista. En este sentido, el procedimiento a seguir era un poco pesado. Tal vez los momentos que más me gustaron, donde había más diálogo, más tiempo para hablar y escuchar, fue en los pequeños grupos de distintos idiomas. Nuestro moderador, de Australia, daba a todos la oportunidad de hablar. Había en el grupo varios obispos: un americano, un buen número de África y algunos de Asia. Tuvimos cuatro teólogos que nos acompañaban: dos mujeres y dos sacerdotes, y también cuatro laicos que estaban invitados como oyentes en el Sínodo. Asimismo, un Superior General más en nuestro grupo, que fue el Superior General de los Hermanos Maristas. En el grupo, como ya mencioné anteriormente, todos tuvimos la oportunidad de dialogar. Me encontré muy a gusto y el intercambio fue profundo y bueno. Un poco pesado el mecanismo y la metodología, pero hubo muchas ideas buenas en nuestro grupo, aunque no todas llegaran evidentemente al documento final pero, de una manera u otra, ahí está registrado para la historia.
– ¿Por qué ha enfocado su intevención de la manera que lo ha hecho y no de otra manera más intelectual y teológica?
— He enfocado mi intervención desde mi experiencia más que desde un enfoque intelectual y teológico. Tenía varias razones para esto. Primero, no soy un intelectual ni un teólogo. Entonces, no me siento con talante para dar un discurso en esta línea. Yo estaba pensando más bien que este Sínodo debía estar en la línea pastoral, donde la gente no necesita escuchar más discursos teológicos, sino algo que nos ayude a profundizar en la fe y abrazar con más firmeza a Jesucristo, dando testimonio en el mundo; y la mejor manera de hacer eso es por el camino de los testimonios. A veces, me dormía durante los discursos teológicos, pero estuve bien despierto en las expresiones de experiencias, donde se encarnaba de verdad la teología, expresiones de fe de los obispos y de otras personas.
– ¿Ha valido la pena el Sínodo o este formato de gran reunión eclesial resulta poco práctico y operativo?
— Pienso que el formato es un poco plomizo, y no sé si resulta práctico. Todo depende de la apertura del Papa al recibir lo que hemos propuesto. Esto se nos dijo desde el principio. Nosotros hablamos, generamos ideas, reflexionamos, escribimos, dialogamos, discutimos. Al final, esta información llega al Papa y él decide qué hacer, si hacer algo o no. A veces, es un poco pesada la metodología, ciertamente; pero yo pienso -viendo sobre todo el mensaje final-, que valía la pena. Lo escribió un grupo de obispos teniendo en cuenta las intervenciones realizadas en los distintos ambientes. Pienso que el mensaje final es muy bueno. No sé si leído desde fuera se capta todo el espíritu que estaba presente en el Sínodo. Pero hay otras reflexiones y escritos que tal vez merezcan la pena y ayuden a entender un poco más. Estoy pensando, por ejemplo, en una conferencia durante una reunión reciente de la Unión de Superiores Generales, que captó perfectamente mis experiencias e ideas. Si quieren una copia de esto en español lo pueden encontrar en la página web de la Unión de Superiores Generales. Pienso que merece la pena. Pero había una actitud de escucha por parte de todos, y todos fuimos enriquecidos por esto. Ojalá que esto vaya llegando a la gente a través de los escritos de los obispos, las homilías, las distintas circulares que escriben los Superiores Generales y los laicos en sus diferentes responsabiliades que ellos van asumiendo y ejerciendo.
– En su intervención ha citado usted elogiosamente, y más de una vez, el Consilio Vaticano II. ¿Qué significó y sigue significando para usted la letra y el espíritu del Concilio Vaticano II?
— Bueno, precisamente me considero un niño que ha crecido con el Vaticano II. Yo no conocía a la Iglesia antes del Vaticano II. Fui creciendo y educándome en la fe desde primaria y el colegio, desde la universidad y el seminario, en este espíritu del Vaticano II, y me enriquecí con mi experiencia en Panamá, donde el Vaticano II fue inculturado a través de los documentos de Medellín, Puebla, Santo Domingo y Aparecida. Para mí, el Vaticano II es un momento profético en cuanto apertura hacia el mundo, para ver el mundo y las nuevas maneras de relacionarse con él como Iglesia no jerárquica, sino como Iglesia, Pueblo de Dios. Como yo dije bien claro en mi intervención, es la Iglesia que yo conocí en Panamá, que yo creo que es un ejemplo muy claro de la Iglesia del Vaticano II. Una Iglesia participativa, una Iglesia Pueblo de Dios, donde hay una colaboración por parte de todos: los pastores con sus sacerdotes, religiosos y laicos en la evangelización y proclamación de la Buena Noticia de Jesucristo. Es una continuación de la Palabra de Dios para nuestra época y, digamos, yo estaba un poco preocupado antes de entrar en el Sínodo, porque es verdad que existe una actitud un poco negativa dentro de nuestra Iglesia hacia el Vaticano II, y que es algo que te podré contestar más a fondo en la siguiente pregunta.
– ¿Ha percibido usted, en el aula sinodal, un ambiente favorable y elogioso hacia el Concilio Vaticano II?
— Creo que el ambiente más favorable hacia el Vaticano II fue a través de los obispos del Tercer Mundo, bien expresado concretamente por los de América Latina y Asia, y por varios obispos de África. Asia y África hablaban con acento fuerte a favor del papel de los laicos, juntamente con varios obispos de América Latina, y la realización de la Iglesia desde la experiencia de los laicos. Pienso que esta imagen del Vaticano II fue emergiendo con más fuerza, gracias a Dios. Porque sabemos que en nuestra Iglesia, hoy en día, hay algunos entre nuestro clero, que no son tan mayores, que son más jóvenes que nosotros, Celestino, que promueven una Iglesia prevaticano II, donde encontramos la actitud de tolerar la generación del Vaticano II y donde algunos consideran el Vaticano II como una herejía; pero, gracias a Dios, esto no salió adelante. Hay algunas personas que no entienden bien la profundidad de la profecía del Vaticano II, y quieren volver a una Iglesia anterior. Especialmente, en algunas de las expresiones litúrgicas que vamos viendo, que están en contra de una celebración eucarística que es del Cuerpo de Cristo y la comunión participativa del pueblo, sencilla, llena de alegría y gozo. Una cosa que no me cayó bien fue que pusieran casi a la par la celebración del 50 aniversario del Vaticano II y los 20 años de existencia del Catecismo. Ambos acontecimientos no se pueden comparar. Uno tiene su valor al intentar entender un poco más el contenido de la fe, pero el Vaticano II es una profecía, una manera de expresar el Evangelio y ayudar a la gente a vivir hoy en día, no un libro que te dice lo que puedes hacer o no hacer, sino que mantiene documentos de inspiración para una Iglesia viva.
– Dígame tres aportaciones fundamentales que podríamos hacer hoy los miembros de la Familia Vicenciana al proyecto planetario de la «nueva evangelización».
— Bueno, pienso que es muy importante que nosotros continuemos con este espíritu de una formación adecuada para la evangelización, una promoción, sobre todo, de los laicos que desean participar más, dentro de lo que es nuestra Iglesia, y una formación basada en la Palabra de Dios, en las enseñanzas del Vaticano II y documentos más contemporáneos, y en la Doctrina Social de la Iglesia. Ahí es donde nosotros vamos aprendiendo lo que es la dignidad del ser humano y promoviendo una comunidad cristiana. Hace poco, celebré con los jóvenes de JMV de Europa y del Medio Oriente un encuentro en Nápoles, muy rico, compartiendo con ellos como jóvenes, desde la Palabra de Dios reflexionada con relación a la realidad que está viviendo el mundo, y sobre todo los pobres, pues no podemos hacer un discernimiento separado de una experiencia entre ellos. Creo que la intervención del papa Benedicto XVI, y también la del arzobispo anglicano de Canterbury, hablaban de una manera muy vicenciana, diciendo que son necesarias dos cosas para la evangelización: la contemplación y la acción caritativa, sobre todo con los pobres. Esa es, precisamente, la síntesis de lo que realmente somos nosotros, y eso es lo que tenemos que ir realizando. Se mencionó dos veces el nombre de San Vicente de Paúl. Una, por parte de un obispo filipino, que se educó con los vicencianos, y en su intervención hablaba de una Iglesia humilde, una Iglesia entre los pobres, una Iglesia dispuesta a vivir de una manera más sencilla. Daba un testimonio increíble y decía: una Iglesia al estilo de San Vicente de Paúl. Él y yo hablamos en privado, e insistía en que amaba a San Vicente y aprendió a amarlo desde su formación con los misioneros. Ahora tiene misioneros en su diócesis y está edificado por su sencillez y su manera de acercarse a los pobres. El otro ejemplo fue un obispo de Camboya, que es francés y joven, que decía en su intervención algo semejante, y mencionaba el nombre de San Vicente de Paúl. Yo le felicitaba después por su intervención y por haber mencionado también a San Vicente. Y me decía que no podía por menos de mencionarle, porque San Vicente es patrón de su país. Y ahora está viendo el carisma vivido plenamente en las Hijas de la Caridad filipinas que están trabajando en Camboya. Yo, como Superior General, tuve la oportunidad de visitar y conocer a estas Hermanas.
– ¿Quiere añadir algo importante?
— Sí, debo mencionar algo que no he dicho y que estaba presente en varias intervenciones de los obispos: hay que dar un gran impulso y hay que desarrollar una relación especialmente con los jóvenes, intentando hablar su lenguaje. Hoy, la Iglesia, para muchos jóvenes, ha perdido su credibilidad.