En conversión continua

Francisco Javier Fernández ChentoEspiritualidad vicencianaLeave a Comment

CRÉDITOS
Autor: Flores-Orcajo · Año publicación original: 1985 · Fuente: CEME.
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1. «Recurrir a Dios por medio de la oración».

conversioLa experiencia nos dicta que el Misionero corre el riesgo de perderse, mientras predica a otros, si no vive él la doctrina evangélica. La conversión continua obliga a la Congregación entera y a cada uno de sus miembros a dejarse transformar por el Espíritu. San Vicente acon­sejaba al padre Durand el trato con Dios en la oración, de donde proviene la luz y la fuerza para mantenerse firme en la vocación:

«Quien ama al mundo no lleva dentro el amor del Pa­dre, porque de todo lo que hay en el mundo —los bajos apetitos, los ojos insaciables, la arrogancia del dinero—nada procede del Padre, pro­cede del mundo, y el mundo pasa y su codicia también. En cambio, el que cumple la voluntad de Dios permanece para siempre».(I Jn 2,16-17).

«En la obra de evangeliza­ción que la Congregación se propone realizar, tengamos presentes estas característi­cas:

…6.° Búsqueda continua de la conversión, tanto por par­te de cada uno como por parte de la Congregación en­tera, según la mente de San Pablo que aconseja: `No os amoldéis al mundo éste, sino los transformando con la nue­va mentalidad’ (Rom 12,2)». (C 12,6).

A las cinco notas anteriores que han de acompañar, según las Constituciones, la actividad apostólica de la Congregación, añádase esta última referente a la actitud interior de conversión continua. Siendo la evangeliza­ción, obra sobre todo del Espíritu, los Misioneros, en­viados para prolongar la misión de Cristo, han de acep­tar la invitación apremiante del Hijo de Dios a la metanoia. Sin esta disposición la obra apostólica resultaría ineficaz.

«Debe usted recurrir a Dios por medio de la oración para conservar su alma en su temor y en su amor; pues tengo la obligación de decírselo y lo debe usted saber, que muchas veces nos perdemos mientras contribuimos a la salvación de los demás. A veces uno obra bien en particular, pero se olvida de sí mismo preocupándose por los otros. Saúl fue encontrado digno de ser rey, porque vivía bien en la casa de su padre; pero después de haber sido elevado al trono, decayó miserablemente de la gracia de Dios. San Pablo castigaba su cuerpo por miedo de que después de haber predicado a los demás haberles enseñado el camino de la salvación, se viera si mismo reprobado». (XI 237).

2. «La transformación y renovación de todo el hombre».

Sólo la voluntad de Dios permanece para siempre, todo lo demás es pasajero. Ahora bien, el ejercicio de la voluntad divina introduce al Misionero en el Reino de Dios, anunciado por Cristo, Reino de santidad, con­trario a la codicia del mundo. A este Reino, como clara­mente manifestó Pablo VI:

«solamente se puede llegar por la metanoia; es de­cir, por esa íntima y total transformación y renovación de todo hombre —de todo su sentir, juzgar y dispo­ner— que se lleva a cabo en él a la luz de la santidad A, caridad con Dios, santidad y caridad que, en el Hijo, se nos ha manifestado y comunicado con plenitud». (Pablo VI, 17-2-1966).

3. «El mundo espera de nosotros sencillez de vida, espíritu de oración».

Abundando en las mismas ideas sobre la santidad requerida al evangelizador, la Exhortación Apostólica acerca de la evangelización en el mundo moderno nos recuerda:

«Es necesario que nuestro celo evangelizador brote de una verdadera santidad de vida y que, como nos lo sugiere el Concilio Vaticano II, la predicación alimentada por la oración, y sobre todo con el amor a la Euca­ristía, redunde en mayor santidad del predicador. El mundo exige a los evangelizadores que le hablen de un Dios a quien ellos mismos conocen y tratan familiamente, como si estuvieran viendo al Invisible. El mun­do exige y espera de nosotros sencillez de vida, espíritu de oración, caridad para con todos, especialmente para los pequeños y los pobres, obediencia y humildad, despego de sí mismo y renuncia. Sin esta marca de santi­dad, nuestra palabra difícilmente abrirá brecha en el corazón de los hombres de este tiempo. Corre el ries­go de hacerse vana e infecunda». (EN 76).

  • ¿Llego a entender que la obra de la evangeliza­ción depende sobre todo del Espíritu, más que de mi actividad?
  • ¿Me abro cada día a la conversión del corazón y de la mente siguiendo las Máximas de Jesu­cristo?
  • Ofrezco a las gentes que evangelizo el testimo­nio de una vida sencilla, obediente, humilde, ca­ritativa y de oración?

Oración:

«Oh Señor, no permitas que, queriendo salvar a los otros, tenga la desgracia de perderme; sé tú mismo mi pas­tor, y no me niegues las gracias que concedes a los demás nor medio de mí y de las funciones de mi ministerio». XI 238).

 

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