2.4. METODOLOGÍA Y CAMINOS DE ACCIÓN
De todos nosotros es bien conocida la experiencia de Vicente de Paúl con el hugonote en Montmirail. Vicente de Paúl procuró argumentarle teológicamente, pero no sacó nada en limpio. La acción, el trabajo de Vicente y sus misioneros cambiaron el corazón del protestante. El hugonote martilleó los oídos y el corazón de Vicente, y le espetó algo de lo que ya había él mismo tomado conciencia: en la ciudad de París hay multitud de curas y frailes vagos, sin hacer nada, mientras que esas pobres gentes del campo se encuentran en una ignorancia espantosa, por la que se pierden. Ignorancia de las gentes y vida desajustada que llevaba a malvivir y, quizás, a no disfrutar de la vida eterna ofrecida por Dios en Cristo Jesús. Un binomio que Vicente de Paúl procurará hacer desaparecer con sus creaciones, con sus trabajos, con su actividad y con el trabajo en misiones de sus compañeros. Francia, la Francia del siglo XVII, estaba necesitada de una misión renovadora, transformadora. Muchos se dieron cuenta del problema y buscaron los remedios. Un remedio efectivo fueron las misiones catequéticas con Vicente de Paúl a la cabeza, y entre otros que también optaron por ellas.
El signo de los tiempos en los siglos XVI y XVII fueron, entre otros, la ignorancia y analfabetismo por doquier en lo cultural, en lo científico, en lo humano y, cómo no, en lo religioso».
Todo tiempo de misión necesita de un lenguaje apropiado, de una metodología correcta, de unas actitudes que deberían hacer recordar los tiempos primeros, los tiempos apostólicos. De hecho, nuestro concilio Vaticano II pidió y exigió volver a las fuentes. El concilio de Trento, a su manera, exigió otro tanto. Trento cayó en la cuenta de que el camino para frenar los avances del protestantismo requería volver de nuevo a la catequesis o enseñanza de la fe como en los primeros tiempos, y a la reforma del clero en todos los aspectos.
Por desgracia, suele ser, casi siempre, en tiempos de crisis cuando se descubre la importancia de la enseñanza de la fe, de la catequesis, del catecismo. ¡Qué bien lo supo leer Vicente de Paúl! ¡Qué pronto cayó en la cuenta cuál era el mejor remedio! ¡Misiones populares y, en ellas, la enseñanza del catecismo!, esa fue su propuesta. Por ese motivo, nos vemos obligados, una vez más, a tener que echar mano de la frase que está conduciendo nuestra reflexión: «Todo el mundo está de acuerdo, —precisaba Vicente de Paúl—, en que el fruto que se realiza en la Misión se debe al catecismo».
Vicente de Paúl se sirvió de las misiones como base principal y, en las misiones, del catecismo para corregir la ignorancia religiosa de los campesinos del reino de Francia en el siglo XVII. Así pues, el catecismo se convirtió en manos de Vicente de Paúl y de los misioneros vicencianos en el segundo basamento de su acción evangelizadora. Luigi Mezadri expresa esto mismo con estas palabras»:
«La segunda pilastra era el catecismo, por el cual Vicente tenía verdadera pasión. Estaba convencido de que un alma que no conoce a Dios, que ignora lo que Dios ha hecho por ella, no podrá creer, esperar ni amar».
La misión popular incluía la predicación, la confesión, la celebración de la eucaristía. La predicación buscaba conmover a las gentes para que dieran acogida a la misericordia, a la reconciliación, a la restitución, referidas a Dios y al prójimo. La misión se realizaba pensando en un acercamiento a Dios de cada uno y de los convecinos entre sí. Pero esto podía quedarse en un fervor pasajero, en un calentón del momento. Era necesario consolidarlo. Y nada mejor que el catecismo que ayudaba a conocer a Dios y a conocer el plan de salvación de Dios con los humanos. Por eso mismo Vicente de Paúl «tenía por él una verdadera pasión». El catecismo consolidaba en el corazón de las personas el ejercicio del amor afectivo y efectivo a Dios y al prójimo y, por eso mismo, todas esas personas recibían los medios indispensables para creer y amar como tales personas, y para abrirse al amor de Dios y aceptarlo, para apreciar al prójimo y convivir en paz y en amor con él en cuanto personas cristianas. Por lo tanto, el catecismo era capaz, —y lo es también hoy—, de abrir el corazón de todos y cada uno haciendo posible que todos seamos capaces de solidarizarnos con el hermano pobre y necesitado.
Este doble trabajo desarrollado en las misiones precisaba de una metodología, de un plan, de unos medios, de unas actitudes acordes para obtener el fruto apetecido. Vicente de Paúl y los suyos consiguieron poner en marcha todos esos requisitos. Se sirvieron, principalmente, de lo que Vicente de Paúl denominó «pequeño método». Y, también, de un lenguaje sencillo, cercano y entendible; de unos catecismos breves y sencillos desarrollados en forma de preguntas y respuestas. A. Dodin decía al respecto en este mismo foro hace ya la friolera de unos treinta y cuatro años:
«Resultaría oportuno tratar del «pequeño método» de san Vicente. Lo incómodo es que este «pequeño método» resulta extremadamente amplio en sus aplicaciones y complejo en sus articulaciones.
Instruir en las verdades de la fe, no es cosa fácil: es trabajo de ángeles y requiere más suavidad que la de los hombres. San Vicente lo sabía muy bien. Tuvo que tener en cuenta la obstinada distracción de sus interlocutores. En Marchais, por ejemplo, en 1621, se encuentra con aldeanas empeñadas en declarar que son tres dioses los que existen y le tiran del roquete para que no prosiga en las inútiles explicaciones que san Vicente pretendía darles».
La cita ya nos sugiere lo suficiente. Predicar y catequizar no es fácil si se pretende hacer bien y llegar al corazón de las gentes. Para Vicente de Paúl, —según A. Dodin—, es preciso saber compaginar las virtudes angélicas con la mayor delicadeza de la que puedan hacer gala las personas humanas. Sólo así se podrán romper las barreras humanas armadas por la incultura y la obstinación que da la ignorancia.
Quizás en el «pequeño método» sea donde encontremos la expresión vicenciana más original y popular, dice L. Mezzadri82. Y, según él, consiste «en una tendencia a restaurar y simplificar el discurso’. Para Vicente de Paúl, el «pequeño método» era la fórmula que utilizaba Cristo; también sus apóstoles y algunos grandes predicadores. Por eso mismo, si un misionero vicenciano no lo empleaba pondría su salvación en peligro». Dicho estilo de predicación recibió el nombre de «predicar a lo misionero». Es decir, predicar, enseñar o comunicar con un estilo sencillo y cercano, sin afectación y sin dramatismos. Dicho de otra manera, consistía en predicar como un apóstol. Vicente de Paúl lo sabe por experiencia propia, y así lo reconoce públicamente. Gracias a haber predicado así en Follevile, en 1617, «todas aquellas gentes se vieron tan tocadas de Dios, que acudieron a hacer su confesión general». Por esa razón, Vicente de Paúl prohibió a los misioneros el uso de una oratoria de cátedra, tronante, aparatosa, de mera elocuencia y, por lo tanto, muy florida, pero privada de contenido y de vida». Nos hacemos una buena idea de cómo era este «pequeño método», que recomendó Vicente de Paúl para las predicaciones y la enseñanza del catecismo, en el lenguaje y estilo que percibimos en sus Conferencias; reconocible mucho más en las de las Hijas de la Caridad que en las de los Misioneros. En esas conferencias nos topamos con un lenguaje sencillo y directo, en diálogo con los interlocutores; en donde desmenuza los conceptos, los clarifica y los hace entendibles a todos. Pero eso no era lo único ni, quizás, lo más importante. En el trasfondo de toda su metodología estaba su pasión interior, una fuerza que imantaba, convencía y convertía». El propio Vicente de Paúl nos lo confirma en una de sus cartas:
«Ya le he dicho otras veces que Nuestro Señor bendice los discursos que se hacen hablando en un tono común y familiar, ya que él mismo enseñó y predicó de esta manera; además, al ser esta forma de hablar la más natural, resulta también más fácil que la otra, que es forzada; le gusta más al pueblo y aprovecha más que la otra. ¿Me creerá usted, padre, si dijera que hasta los actores de teatro, dándose cuenta de esto, han cambiado su manera de hablar y no recitan ya sus versos en un tono elevado, como lo hacían antes? Ahora lo hacen con una voz media y como si hablaran familiarmente con quienes los escuchan».
¿Cómo comunicar? ¿Cómo transmitir los mensajes en la predicación y en el catecismo? Será muy necesario que los misioneros se comuniquen con los oyentes de manera familiar, sin engolamiento, sin forzar la voz. He ahí el nuevo estilo de la predicación y la enseñanza. Un estilo más cercano al pueblo y más eficaz. Incluso, —dirá Vicente de Paúl—, que lo han adoptado ya los actores de teatro. Y precisará, a su vez, que consiste en hablar familiarmente con quienes escuchan. El mismo Vicente de Paúl le otorgó tanta importancia que llega transmitirnos una anécdota al respecto totalmente sugerente». Su biógrafo, J.Mª. Román, nos lo cuenta de esta manera:
«La importancia concedida por Vicente al empleo del pequeño método era tan grande, que tres días seguidos se puso de rodillas ante un sacerdote de la compañía que predicaba altisonante para rogarle que lo hiciese humilde y llanamente, conforme al pequeño método. No pudo conseguirlo, y Vicente se consideró afortunado con que aquel espíritu engreído abandonase la Congregación: «Dios no le bendijo; no sacó ningún fruto de sus predicaciones ni de sus pláticas; todo aquel montón de palabras y de períodos se disipó como el humo»».
Nos hemos extendido ya bastante hablando del pequeño método y del lenguaje que se puso de moda en aquello tiempos. Era un lenguaje y un estilo que llegaban a las gentes y alcanzaban los corazones. Nosotros tenemos que seguir analizando, aunque sólo sea someramente, otros aspectos de la metodología vicenciana y de los caminos de acción seguidos por Vicente de Paúl. En concreto, hablaremos del catecismo, en general, y de la formación de los catequistas.
Hemos mencionado ya que un misionero, en cierta ocasión, le pidió a Vicente de Paúl que le enviara el catecismo que se usaba en la casa de San Lázaro, en París. Se hablaba de él como de «nuestro catecismo». ¿Existió un catecismo propio, elaborado por Vicente de Paúl o por alguno de los misioneros vicencianos? A ciencia cierta, por ahora, no lo podemos saber. Quizás fuera un documento que se perdió para siempre en el saqueo de San Lázaro durante los acontecimientos allí acaecidos durante la Revolución francesa. Pero es de suponer que, si una Asamblea lo recomienda, si Vicente de Paúl en contestación a Juan Martin le dice que tan pronto lo tenga en sus manos le enviará una copia, dicho documento tenía que existir. Por lo tanto, lo precisado en la carta y lo afirmado por la Asamblea de 1658 nos lleva a considerar que ambas aseveraciones son señal evidente de que susodicho documento existió.
Aunque existiera o no hubiera existido nunca un catecismo propio de los misioneros vicencianos, lo cierto es que en las misiones al pueblo campesino se dedicaban dos tiempos y dos tipos de catecismo. En los escritos de Vicente de Paúl y en las diversas obras o estudios de corte vicenciano se nos habla de la existencia de dos catecismos durante las misiones: el catecismo menor o pequeño catecismo, destinado a los niños, y el catecismo mayor, destinado a los adultos’. Respecto del pequeño catecismo se nos dice lo siguiente:
«Se tenía hacia las dos de la tarde y estaba orientado a la instrucción de los niños. La metodología, propia de todo catecismo, de preguntas y respuestas, era muy familiar y al alcance del público infantil. El misionero catequista no se sube al púlpito, sino que está y se mueve entre los niños. El contenido se distribuye en diez temas, que correspondían a diez días de misión, en caso de que ésta fuese corta: creación y fin del hombre; el cristiano; la fe; el misterio de la Santísima Trinidad; el misterio de la Encarnación; vida y pasión de Nuestro Señor; el juicio universal; repetición de los misterios y breve explicación del Símbolo; los cinco últimos artículos del Símbolo.
Ya en la Asamblea de 1651 «fue opinión común que, exceptuando a las misiones muy importantes, sería conveniente recortar el catecismo de por la tarde, que podría hacerse al atardecer, o solo —mezclando en él algunas enseñanzas morales— o junto con el catecismo mayor, durante un cuarto de hora, sin subir al púlpito y que en ese caso, el que dirige el catecismo mayor no hable más que durante media hora». Así comenzó a quitarse el pequeño catecismo y a relegarlo a la «Doctrina» que posteriormente se hacía antes del Sermón. Bien es verdad que la catequesis de niños ha sido una tarea que no han desatendido las misiones, cuidando siempre los temarios y las metodologías apropiadas para ellos.
Los niños eran, y han seguido siendo, instruidos en la fe durante las misiones. Además, se han cuidado siempre las formas y las metodologías más convenientes. Diálogos, carteles, fueron instrumentos útiles en la enseñanza de la fe, como en otro tiempo lo fueron las vidrieras, las pinturas, los alto y bajo relieves, las imágenes. El misionero catequista se mantenía cercano, y utilizaba un lenguaje sencillo y familiar. Incluso se veía con buenos ojos, para provocar la atención al comienzo del catecismo con los adultos, comenzar con un diálogo entre el misionero y un niño para captar la atención de los adultos y suscitar su interés. El catecismo para niños tenía lugar siempre a primeras horas de la tarde, en cambio el catecismo para adultos acontecía al atardecer, al final de la jornada, cuando las gentes quedaban libres de las tareas ordinarias del día en el campo. Nos lo describen de esta forma:
«El «catecismo mayor« se hacía por la tarde, terminando con él la jornada misional. Dirigido a todos los fieles, era el momento central de la misión. Desde el púlpito, para una mayor comodidad de los oyentes, según Abelly, el misionero resume lo que se había dicho en el catecismo anterior, sobre el que interroga a los niños durante un cuarto de hora; después explica el tema que debe tratar, sacando al final algunas explicaciones morales y algunos frutos, para la instrucción y la edificación de los oyentes. Esta metodología catequética fue una novedad en la enseñanza del catecismo: preguntas a los niños, catecismo a los adultos y exhortación final con aplicaciones morales para la vida cristiana. Esta metodología vicenciana fue adoptada después por la mayoría de los misioneros de la época.
El contenido, entresacado del “Segundo Catecismo para las misiones», es más corto y al mismo tiempo más práctico que el anterior. Comprende los misterios de la Santísima Trinidad, de la Encarnación, del Santísimo Sacramento; la oración; los mandamientos; los sacramentos; la manera de confesarse. Se trata de una síntesis de la vida cristiana: lo que hay que saber, lo que hay que hacer y los medios para conseguirlo.
En el catecismo mayor o para adultos se enseñaba, principalmente, todo aquello que era necesario saber y hacer como buenos cristianos, para vivir bien y para alcanzar la vida eterna. Y se exponían los medios que eran necesarios para conseguirlo. Como se ha dicho, constituía el centro fuerte de la misión. Se tenía todos los días. Y se utilizaba la técnica de preguntas y respuestas, se hacía un resumen de lo hablado el día anterior y se explicaban los nuevos contenidos. Resultaba ser «una síntesis de la vida cristiana». Nacía así una metodología y una técnica catequética que otros misioneros fueron copiando, adaptando y actualizando después. Y si la gente se confesaba bien, si se reconciliaban los enfrentados entre sí, si se restauraba la vida cristiana en todos los aspectos y, principalmente, en el aspecto de comunión cristiana, se consideraba que la misión había tenido éxito99. El éxito en sí no se buscaba por sí mismo, sino como manifestación de que algo bueno había sucedido en esa población, que se había efectuado una conversión y que se comenzaba a vivir la vida más propia de los que llevan el nombre de cristianos.
Por otra parte, encontramos en los escritos que han llegado hasta nosotros de Vicente de Paúl una fuerte preocupación por la formación de aquellos que tenían que enseñar las cosas de Dios, las exigencias de la fe, la correcta vida cristiana. A. Dodin lo configura en la formación y en la actividad del catequista. Para enseñar bien, es necesario tanto saber bien como practicar bien. Un buen profesional de la catequesis, para Vicente de Paúl, debe conocer y manejar autores y obras de valía, tales como el catecismo de Trento, el de Pedro Canisio o el de Roberto Bellarmino, las obras de Santo Tomás de Aquino, san Juan Crisóstomo, san Agustín, entre otras. Y no sólo debe contentarse con asimilar lo que estudia, debe, además, ejercitarse en enseñarlo bien.
Por esta razón, ¿en qué consiste la acción del catequista?, se preguntaba A. Dodín. Y remitiendo a la acción del propio Vicente de Paúl nos descubre cuatro ejes que inspiran la actividad catequética de un buen maestro en el arte del catecismo». Dicha actividad catequética requiere estos elementos a tener en cuenta: visión bíblica del ser humano, descubrir lo que Dios mismo ha depositado en todo ser humano, utilizar imágenes sencillas como lo hacía Jesucristo y servirse de la suavidad y mansedumbre que son el estilo y la práctica del obrar divino.
Desde hacía ya más de un siglo, los protestantes sobresalían por el uso del catecismo y, por dicho medio, progresaba la reforma por ellos impulsada. La Iglesia católica se dio cuenta a tiempo, y contraatacó sirviéndose del mismo medio. Vicente de Paúl lo expresa mediante una imagen médica del tiempo y que, según se creía en aquel tiempo, solía dar buenos resultados: cuando una serpiente te muerde e inyecta su veneno en tu cuerpo, atrápala y restriégatela bien sobre la herida. Pues, aquello que en un momento te hizo mal, ahora te hará bien. ¿Qué pretende decirnos con esto? Ni más ni menos que el mal puede ser curado por el mismo mal o, lo que es lo mismo, que el veneno de la serpiente puede realizar milagrosm3. Por ese motivo, utilizaron el catecismo en las misiones. Adaptaron algunos para hacerlos cercanos a las gentes, como el de Roberto Belarmino o el de Pedro Canisio, o editaron alguno propio, como en el caso de Santa Luisa, una buena catequista». Pero para enseñarlo bien había que estudiarlo y aprenderlo antes y, después, ejercitarse a conciencia. Es lo que se les recomienda en sus reglamentos a las Damas de la Caridad: «escucharán el catecismo y se lo enseñarán a los pobres». Las Hijas de la Caridad, también, quedarán obligadas «al ejercicio del catecismo entre ellas para hacerse capaces de instruir a los pobres y a los niños, de las cosas necesarias para su salvación». Ese es el deseo e interés que Vicente de Paúl expresa por carta a Luisa de Marillac: «¡Cómo deseo que sus hijas se ejerciten en aprender a leer y que sepan bien el catecismo que usted enseña!».
Vicente de Paúl pretende, pues, que sus hijas sean buenas catequistas, que se esfuercen por enseñar bien la doctrina cristiana y católica a los ignorantes y a los pobres. Esta misma idea aparece en Vicente de Paúl cuando explica las Reglas Comunes a las Hijas de la Caridad:
«Exhorto a nuestras hermanas a que se ejerciten en hacer bien el catecismo. Si las que están en las parroquias saben de algún sitio donde se haga bien, tienen que preocuparse de ir a escucharlo, cuando sea posible, En cuanto a la asistencia a las Hijas de la Cruz y a las Ursulinas, ya pensaremos con el tiempo si será conveniente permitir que vayáis. Hemos de procurar formaros bien para que tengáis el catecismo con los niños».
Las hermanas deben ejercitarse bien previamente para trabajar bien la actividad del catecismo con los niños o con los pobres. Deberán ejercitarse en casa y, en cuanto puedan, acudirán a las parroquias para aprender cómo se hace en ellas. En cambio, no será conveniente que frecuenten otros lugares, que puedan desviarles del espíritu que les es propio; será mejor dejarlo para más adelante si se comprueba que no produce los efectos negativos que ahora se sospechan. El ejercicio del catecismo en la propia comunidad debe ser una obligación. Así se desprende del desarrollo de las conferencias al respecto. Vicente de Paúl pregunta si se cumple o no lo que dice la Regla. Y, como recibe una repuesta positiva, él sigue precisando:
«… es conveniente hacerlo de ese modo, preguntando una y contestando otra, la que preside les explica lo que no sea bastante inteligible y lo que no se comprenda; … el mejor medio para que os capacitéis vosotras es tener el catecismo entre vosotras mismas, que haya una que haga las preguntas y otra que conteste, que las antiguas se encarguen de enseñar el catecismo a las hermanas que se les envíen; … es necesario que las Hijas de la Caridad instruyan a los pobres en las cosas necesarias para la salvación; … por eso es menester que ellas mismas estén antes bien instruidas en lo que han de enseñar luego a los demás.
Las Hijas de la Caridad deben estar bien preparadas para instruir, —en lo que atañe a la salvación eterna y al vivir bien como cristianos—, a los pobres que asisten y a los enfermos que cuidan. Todas, pues, deberán ejercitarse y preparase bien para explicar el catecismo a los pobres; esta exigencia será prioritaria para aquellas que son destinadas a las parroquias. Es decir, y con pocas palabras, las Hijas de la Caridad deben sobresalir por su gran pasión y preocupación en la instrucción catequética.
Siguiendo a Vicente de Paúl, podríamos decir otro tanto de los misioneros. Tenemos la impresión de que, en este caso, no insiste tanto en el hecho de ejercitarse para dar el catecismo. Pero no lo descarta. Y, de hecho, en San Lázaro se tienen algunas prácticas sobre el modo de enseñar el catecismo. Para Vicente de Paúl es importante ejercitarse siempre y ejercitarse bien. El celo o pasión por la salvación integral de los campesinos franceses no le permitía descansar a Vicente de Paúl ni dejar ningún cabo suelto al respecto. La exigencia de la preparación para la catequesis la llevó Vicente de Paúl al establecimiento de los seminarios. En una conferencia con los misioneros, él mismo parece sugerirlo:
«Aquí practicamos cosas que son comunes con las que se hacen en los seminarios, como la repetición de la oración y las conferencias sobre algún tema de devoción, que nos sirven de ejerció una vez a la semana. También el canto y la teología moral, que se enseñan en los seminarios, se practican en esta casa, gracias a Dios, aunque quizás de manera distinta; y en cuanto a las predicaciones y el catecismo, ya sabéis que aquí los practicamos de manera especial; siempre ha sido ésta la costumbre de la compañía, incluso desde su origen, dedicando a la predicación algún tiempo después de las misiones. Si se ha faltado a ello, ha sido por culpa mía; ruego a Dios que me perdone mi miseria. ¡Bendito sea Dios! Por tanto, practicamos aquí algunas de las cosas que se practican en los seminarios, pero hay otras que no, como por ejemplo la administración de sacramentos, la explicación del método de predicar y catequizar y la teología moral, la cual realmente se enseña aquí, pero lato modo, de una forma más bien amplia; añadid también a ello las rúbricas del breviario y del misal. El difunto padre Bourdoise ha sido el primero al que Dios ha inspirado hacer un seminario para aprender todas las rúbricas. Antes de él, nadie sabía lo que era eso; no había ningún lugar especial donde se enseñasen; un joven, después de estudiar filosofía y teología, después de los estudios menores, con un poco de latín, se marchaba a una parroquia y administraba allí los sacramentos a su modo; éste era el motivo de la gran diversidad que había. Pero, por la misericordia de nuestro Señor, hoy se ve todo lo contrario. La verdad es, padres, que no sé si muchos de nosotros, al verse en la obligación de tener que bautizar, sabrían hacerlo debidamente. El otro día le pregunté a uno de la compañía cómo se portaría en cierta ocasión; «Le aseguro, padre, me dijo, que no sabría qué hacer». De mí, aunque he sido párroco, os confieso que ahora me costaría mucho hacerlo. Esto nos ha decidido a destinar el tiempo que nos queda hasta la ordenación para hacer los ejercicios que se hacen en los seminarios. Así pues, nos dedicaremos a la teología moral, a la predicación familiar, al catecismo y a la administración de los sacramentos; y como creo que no habrá tiempo suficiente para las rúbricas y el canto, podremos dejarlas por ahora».
Vicente de Paúl tenía plena conciencia de que sólo es posible regenerar la vida de los campesinos cristianos y católicos mediante las misiones y la catequesis. Nos servimos, para cerrar este apartado, de un texto de J.Mª. Ibáñez Burgos que recoge genuinamente lo que Vicente de Paúl siente y vive al respecto:
«La actividad evangelizadora de Vicente de Paúl se origina a partir de dos experiencias fundamentales: Gannes-Folleville y Chátillon-les-Dombes. Ambas experiencias orientan e impulsan su fidelidad a Dios, su recreación. Con respecto a los demás le conducen a evangelizar sus vidas por la verdad que salva y por la caridad que fortifica y completa esta evangelización. El abandono y la miseria en que se encuentran los campesinos, descubiertos en la experiencia de Gannes-Folleville y confirmados durante las misiones dadas en las tierras de los Gondi, le hacen tomar conciencia de la necesidad de instruirlos lo más rápidamente posible. ¿Cómo educarlos en la fe? ¿Es posible hacerlo?».
Hemos podido contemplar que Vicente de Paúl supo dar con la tecla adecuada: misiones-catequesis-caridad, y en ese trabajo implicó o todas sus instituciones, cofradías de la caridad, misioneros, hermanas. Mediante el amor afectivo y efectivo por los pobres e ignorantes, impelió a todos a evangelizarlos espiritual y corporalmente, a educarlos e instruirlos para que fueran capaces de vivir bien su vida acá en la tierra como cristianos y gozar de toda la eternidad con Dios y junto a Dios, y a ejercer el servicio de la caridad para ayudar a vivir bien como cristianos, acá y en el más allá, y para sacarlos de su miseria e ignorancia corporal y espiritual.
CEME
Santiago Barquín