El valor del catecismo en san Vicente de Paúl (IX)

Mitxel OlabuénagaEspiritualidad vicencianaLeave a Comment

CRÉDITOS
Autor: .
Tiempo de lectura estimado:

3.2. ALGUNAS SOMBRAS EN LA ENSEÑANZA DEL CATECISMO

Pero, en esta vida, no hay luz sin sombras. Y así sucedió en la gran apuesta y trabajo por evangelizar e instruir a los pobres. Esto lo podemos decir tanto de los catecismos surgidos a la luz del concilio de Trento, como de las misiones y enseñanza del catecismo en Italia, Francia, España u otros países. Las ideas sur­gieron excelentes, pero no fueron ejecutadas magníficamente. No obstante, ya hemos podido comprobar, que ofrecieron algu­nos frutos positivos y buenos. Junto a ellos, aparecieron defectos evitables o que, en ocasiones, no fue posible evitar. En nuestra reflexión nos vamos a plantear algunas críticas a las misiones populares mismas, al catecismo en general, al olvido de la Pala­bra de Dios, a la presencia de un rigorismo moral fuerte y a los ejemplos moralizantes propuestos o moralidades que decía Vicente de Paúl al padre Lamberto en una carta. Este elenco de temas, que acabamos de enumerar, lo presentamos como esas sombras que manifiestan los errores en que se incurrió durante el tiempo dedicado a instruir a las pobres gentes de los campos.

Según Luigi Mezzadri, Jean Delumeau realizó una crítica severa contra la práctica de las misiones populares en una de sus obras. Después de precisar que las misiones populares habían consolidado la pastoral, Jean Dalumeau dice lo siguiente:

«Bien sé que el aspecto autoritario y clerical de esta pedagogía nos irrita hoy. Tal vez hubiera sido mayor la eficacia con menos sermones y más caridad, menos catecismo y más educación cristiana, menos cosas memorizadas y más hondura de la fe, menos obligaciones y más interiorización. Pero intentemos también esta terapia de choque a largo plazo. Al comienzo de la edad moderna Europa debiera haber sido cris­tiana. Pero no lo era, o no lo bastante. Entonces, a fuerza de predica­ción y de catequesis, con un notable derroche de entrega y fantasía, los responsables de la Iglesia, pequeños y grandes, se esforzaron por recu­perar el tiempo perdido. Con la mayor buena voluntad cometieron erro­res (como los cometemos todos). Pero el impacto de su acción fue cier­tamente profundo».

Para nosotros, como para L. Mezzadri, la crítica es excesiva y no convence del todo151. Sin las misiones, sin la predicación y el catecismo, la Iglesia católica se habría escindido en un sinfín de grupos o sectas. Pero, apunta algunas cosas que merece la pena tener en cuenta y analizar. J. Delumeau precisa en su críti­ca: «menos sermones y más caridad», «menos catecismo y más educación cristiana», «menos cosas memorizadas y más hondu­ra en la fe», «menos obligaciones y más interiorización». Estas precisiones sí son importantes, no podemos soslayarlas. Bastan­tes son los que sostienen que en ellas se encuentran las sombras de las misiones y del catecismo en tiempos de Vicente de Paúl en toda Europa. Veámoslo.

En primer lugar, «menos sermones y más caridad». ¿Es el camino de la caridad el único que consolida la fe cristiana? Pero, ¿para vivir la caridad cristiana no necesitamos conocer antes de dónde nos viene el impulso a amar a nuestro prójimo? ¿Sin conocer a Dios, sin conocer a Jesucristo y encontrarse personal­mente con él, sin descubrir el evangelio de Jesucristo, estaremos en condiciones de vivir una caridad efectiva y total según el que­rer de Dios? Recordemos que todo esto es lo que pretendieron Vicente de Paúl y los misioneros vicencianos con las misiones populares. ¿Sin la predicación misionera y sin el catecismo habrían tocado las entrañas de misericordia de aquellas gentes? Pienso que muy difícilmente. Una combinación de predicación y de caridad es necesaria. Por eso, Vicente de Paúl y los misione­ros no podían clausurar ninguna misión sin el establecimiento de una cofradía de la caridad. Las misiones llevaron a algunas regiones y poblaciones la paz, hicieron acallar la vitalidad de los odios y de las venganzas comunes y abundantes. Pero no fueron capaces de desarraigarlas plenamente. Los odios y las venganzas volvieron aunque, quizás, con menos virulencia, menos pasión. Con los sermones se hizo caridad, y la caridad estableci­da se alimentaba del evangelio, de la doctrina cristiana, de la teo­logía de la época. Pero no perdamos de vista que muchos sermones estaban saturados de moralismo. Y el moralismo no es bueno, la enseñanza de la moral, en cambio, sí lo es.

El concilio de Trento, a su vez, se había propuesto instruir al pueblo cristiano y fomentar la práctica de la vida cristiana entre los católicos. Era la manera de desarrollar los tres fines busca­dos por dicho concilio: instruir, convertir, hacerse entender.

Vicente de Paúl y sus misioneros se ajustaron a estos principios. Y lo que pretendieron con ello fue apuntalar la vida parroquial, reforzar la práctica religiosa católica, cambiar la mentalidad de las gentes del campo en su relación con Dios y en su relación con los demás. Obtuvieron sus frutos y consolidaron la fe de los cam­pesinos, frenaron el avance del protestantismo e hicieron resur­gir la vida cristiana en las parroquias, pero no podían disponer de muchos días ni contaban con la ayuda de una pedagogía capaz de reestructurarlo todo correctamente. Y lo que decimos de Vicente de Paúl lo podemos afirmar del cardenal Bérulle, y de los funda­dores J. J. Olier y J. Eudes.

La misión popular por sí misma ya era para Vicente de Paúl un medio incapaz por sí solo de solventar todo el mal de la igno­rancia religiosa y la pobreza material de los campesinos. Los misioneros, además, estaban unos pocos días y, luego, se mar­chaban a otro lugar. La misión era, simplemente, un aperitivo en el amplio engranaje de la renovación de la Iglesia. Pero el aperi­tivo abre la puerta a la comida más fuerte, al alimento que con­solida y robustece a las personas. Vicente de Paúl cayó en la cuenta de esto y, muy pronto, buscó los remedios oportunos. Pensó en la formación de los sacerdotes en los seminarios, en los retiros, en los ejercicios espirituales, en las conferencias. Me­dios, instrumentos, para apuntalar el fruto de la misión. Tan necesarios como la existencia de las cofradías de la caridad en la vida cristiana después de la misión.

Finalmente, nos adentramos en otro elemento de la crítica hecha a las misiones que es preciso tener en cuenta: «menos obligaciones y más interiorización». Como decíamos, esta es otra de las críticas, de las objeciones, de las sombras, que se le ponen a las misiones populares y a la enseñanza del catecismo. ¿Qué pretende decirse con eso de menos obligaciones y más interiorización? La palabra obligaciones connota imposición o exigencia moral. Y la moral, cuando se la separa de la Palabra de Dios, se convierte en moralismo, muchas veces rigorista. La enseñanza religiosa en los siglos XVI y XVII derivó en un rigo­rismo moral como fruto maduro de algunas disposiciones del concilio de Trento. Principalmente cuando algún tema o aspecto tenía que ver con algo relacionado con el pecado.

La visión sobre la vida cristiana en los tiempos que nos ocu­pan, y que este texto nos ofrece, la vislumbramos en los escritos de Vicente de Paúl y la palpamos en la experiencia vicenciana que dio origen a la Congregación de la Misión. Me estoy refi­riendo a la confesión general que hizo ante Vicente de Paúl el moribundo de Gannes y el sermón que luego predicó en Folleville el 25 de enero de 1617 sobre la necesidad de hacer una buena confesión general. Conciencia agobiada y abrumada porque todo era considerado como pecado, vergüenza a la hora de confesarse obligatoriamente ante el propio párroco, incluso de faltas no muy trascendentes, obsesión moral por todo lo relacionado con el sexo, etc. Mandamientos, principios de vida, sacramen­tos… todo era percibido desde el prisma de una ley y bajo el foco del pecado y de la condenación o no salvación. Eran tantos los obstáculos que, aún sin querer, se tropezaba en ellos. No existía más conciencia que la conciencia de estar en pecado y de estar condenado. El amor salvífico de Dios y la muerte redentora de Jesucristo no eran ni predicados ni vistos como expresión de amor, como fuente de amor. El cristiano católico no vivía su vida desde la perspectiva de la libertad de los hijos de Dios, sino desde la amenaza de un infierno poco menos que insalvable.

CEME

Santiago Barquín

 

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *