El valor del catecismo en san Vicente de Paúl (IV)

Mitxel OlabuénagaEspiritualidad vicencianaLeave a Comment

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2.3. MAESTROS

Conocemos por las biografías de Vicente de Paúl que tuvo sus maestros a la hora de forjar su espiritualidad propia. Pero dicha espiritualidad se configura, de forma nueva, entresacando aquellos aspectos que sus maestros le ofrecían y podían servirle para iniciar y recorrer el nuevo camino que vio que Dios le tra­zaba en su vida. En todo ese proceso, no fue un simple ecléctico ni anexionó, sin más, aspectos de aquella o de esta corriente espiritual. Vicente de Paúl fue, más bien, como la abeja, libó en diversas flores pero después produjo una miel nueva, valiosa, sabrosa y fecunda. En lo que respecta a la enseñanza del catecis­mo, y a la importancia que para Vicente de Paúl tuvo en las misiones populares, podemos decir otro tanto. De hecho, André Dodin le señala cuatro maestros en la preocupación catequética. He aquí sus palabras:

«Para poner en juego semejante estrategia, para mantener esta estrategia catequética en evolución dinámica, notamos que san Vicen­te, ya sea con el fin de justificar su metodología, ya sea con el fin de ajustarla continuamente, se refiere habitualmente a cuatro maestros: Jacques Gastaud, Adrien Burdoise, César de Bus y los Doctrinarios, y San Francisco de Sales. Con la mirada puesta en estos cuatro maestros, san Vicente estima, admira, imita y ama a quien es maestro de la Misión, Cristo-Jesús».

Según A. Dodin, el verdadero maestro de Vicente de Paúl en todo, en su pensar y en su actuar, desde su conversión, fue Jesu­cristo, maestro y regla de la Misión. No obstante, en el tema del catecismo tuvo sus maestros personales. A. Dodin señala, en primer lugar, a Jacques Gastaud . De él, recibió la primera orien­tación catequética. Pero Vicente de Paúl nunca señaló su nom­bre, o si lo hizo en alguna ocasión, dicho nombre no nos ha lle­gado hasta nosotros. Pero sí lo hace de una manera indirecta. Vicente de Paúl decía a los misioneros en una conferencia del 25 de mayo de 1659 lo siguiente:

«He visto un buen párroco cerca de La Rochelle. Como éste oyera que en Toulouse, los Padres de la Doctrina cristiana predicaban con sencillez, para ser bien comprendidos, concibió un gran deseo de oír­los. Hasta entonces, en efecto, sólo había oído sermones fastuosos y tenía pena al ver que eso era inútil para el pueblo. Pidió a su prelado el permiso para ver esta novedad tan conforme con los usos de los opera­rios de la Iglesia primitiva. Las gentes, decía este párroco, no entienden lo que se les predica. No pueden captar los puntos de doctrina, los pen­samientos sutiles, las flores de retórica que abundan en los sermones. Lo que sí está a su alcance es algún ejemplo bueno, una moralidad clara, bien explicada y adaptada a su entender… Éste buen hombre veía los abusos e intentaba remediarlos. Yo lo conocí, y el P. Portail también puede recordar lo que les digo. Murió como un santo. Había obtenido el permiso del Obispo y fue a conocer a esos hombres apostólicos que predicaban con tanta sencillez; los hombres más incultos podían com­prenderlos y guardar sus instrucciones. Así ha de proceder la Misión».

En aquellos tiempos, se empezaba a considerar cómo lo más importante y valioso era una predicación sencilla, cercana y comprensible para el oyente, incluso, más inculto. Jacques Gas-taud la buscó y, luego, la ejercitó. Pensaba que era muy conve­niente hacerse comprender bien, pues sólo así los oyentes o interlocutores podrán asimilar lo que se les enseña y conservar­lo. De esa manera, podrán recibir una lección que, luego, conser­varán y practicarán con interés y validez. La predicación barroca o fastuosa retumba en los oídos pero no penetra, no cala, no llega al corazón y no sirve para la vida. La enseñanza y la predi­cación hechas con sencillez, en cambio, instruyen y posibilitan el poder vivir en cristiano, como verdaderos cristianos.

En segundo lugar, A. Dodin menciona a Adrien Bourdoise Vicente de Paúl, ¿qué pudo aprender de Adrien Bourdoise? Vicente de Paúl aprendió de él la necesidad de utilizar unos folle-titos sencillos para que las verdades de fe pudieran llegar a las gentes, y estas fueran capaces de aprender. A. Bourdoise era con­temporáneo suyo, 1584-1655, y fue párroco de San Nicolás du Chardonnet. A. Dodin nos lo describe diciendo que tenía un aspecto malhumorado y bonachón, es decir, ademán popular, afectación tosca, algo desgreñado y una ternura cuidadosamente camuflada. Y completa su descripción diciendo que era un hombre del pueblo y para el pueblo. Y añade:

«Bourdoise, como Mateo Feydeau, párroco de St. Merri, multipli­caba los catecismos para niños y adultos. Los fascículos eran difundi­dos en todo el entorno de su parroquia, San Nicolás de Chardonnet. Esos libritos de 30 a 40 páginas de formato reducido atraían más y tení­an más efecto que la publicación de todas las hojas oficiales. San Vicente utilizará también este procedimiento de folletitos que hace dis­tribuir por millones».

Vicente de Paúl, como A. Bourdoise, también se servirá de folletos o de libritos pequeños; de catecismos para niños y adul­tos, amenos, atractivos, con mensaje cercano y que comunicaban cosas cercanas, interesantes, vitales. Por eso eran atractivos, por eso eran leídos y estudiados con pasión, con interés. De hecho, A. Dodin, en una nota al final del artículo, precisa»:

«San Vicente adopta la técnica de Bourdoise con la composición y distribución del Ejercicio del Cristiano. Con motivo de la misión en el hospital de las Casitas, se compuso y redactó en forma resumida y popu­lar el ejercicio del cristiano, de tal modo que pudieran entenderlo los más ignorantes y sencillos. Dios quiso dar tales bendiciones «que, desde entonces, se ha distribuido por millones por toda Francia y aun en el exte­rior con un fruto insospechado entre los pobres y otras gentes de todas condiciones»».

Y, añade en la misma nota:

«El 2 de agosto de 1647, san Vicente escribía a Esteban Blatiron, superior de la casa de Génova: «Hace tiempo, le hemos enviado —vía Marsella— tijeras, cuchillos así como libritos y folletos de devoción».

Vicente de Paúl, pues, comparte con A. Bourdoise las mismas preocupaciones, emplea los mismos métodos, tiende hacia la misma meta, que consiste en instruir al pobre y en educar al clero.

El tercer maestro de Vicente de Paúl, según A. Dodin, en la utilización del catecismo fue César de Bus y la comunidad fun­dada por él, conocida con el nombre de «Doctrinarios». Fue éste un grupo profundamente comprometido en la educación de la fe. Parece ser que Vicente de Paúl pudo conocer a César de Bus en Avignon. César de Bus murió en 1607. Según Luigi Mezzadri, transformó su predicación, entre 1584 y 1590, en una enseñanza sistemática del catecismo, siguiendo el ejemplo de san Carlos Borromeo y también de san Felipe Neri. San Carlos Borromeo había fundado los Oblatos de San Ambrosio. Éstos estaban encargados de llevar la instrucción catequética de manera itinerante de parroquia en parroquia, estableciendo, como elemento duradero, la escuela de la doctrina cristiana. Para Vicente de Paúl, la Congregación de los Doctrinarios, sobre todo la comunidad que estos tenían en la ciudad de Toulouse, era un auténtico modelo en el ejercicio del catecismo. De dicho modelo deberían aprender bien, imitándolos a tener el catecismo correctamente, todos los sacerdotes de la Misión». Y así se lo propone en la conferencia del 23 de mayo de 1659 y que, en parte, hemos transcrito anteriormente al hablar de Jac-ques Gastaud En concreto, ¿qué fue lo que Vicente de Paúl libó en la praxis de los Doctrinarios? Pues parece ser que fue el catecismo hecho de preguntas y respuestas, ya que constituía el arma fundamental en el arsenal apostólico destinado a la reconquista de la fe.

El cuarto maestro para Vicente de Paúl fue un buen amigo suyo, Francisco de Sales’. A. Dodin dice muy poco al respec­to, pero lo que nos dice es más que sugerente. Estas son sus palabras:

«¡Cómo no reconocerlo en un invisible siempre presente! Francis­co de Sales es maestro y sobre todo inspirador de una actitud espiritual que caracterizará toda la empresa vicenciana. Ya sea con la enseñanza sobre la predicación, ya sea con la suavidad de su estilo, ya sea con los objetivos alcanzados, ya sea con la tradición visitandina, Francisco de Sales permanecerá durante cincuenta años el «Bienaventurado Padre» que san Vicente encuentra siempre serenamente establecido en la memoria del corazón, la única que confiere ayuda y aliento para vivir».

Francisco de Sales, pues, está presente en toda la obra de Vicente de Paúl. Su estilo y su enseñanza se hacen presentes, de manera muy sutil, en casi todo. Vicente de Paúl debió de quedar profundamente impresionado por la personalidad, la espirituali­dad y el estilo de vida de este santo obispo de Ginebra. Por eso, para él, fue siempre el «Bienaventurado Padre». De ahí que A. Dodin diga de él que es «un invisible siempre presente».

Por lo tanto, podemos concluir este apartado diciendo que Vicente de Paúl ha extraído de sus maestros, respecto a la enseñan­za de la fe o catecismo, lo siguiente: una manera de enseñar con estilo sencillo, cercano e inteligible por los oyentes menos prepa­rados y más pobres; una actitud humilde y mansa en el maestro o educador; el empleo de catecismos sencillos y no muy extensos, caracterizados por preguntas y respuestas. Al centramos, siguien­te apartado, en el análisis de la metodología seguida por Vicente de Paúl y los misioneros vicencianos, retomaremos algunos de estos rasgos y los perfilaremos con más precisión y detalle.

CEME

Santiago Barquín

 

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