El valor del catecismo en san Vicente de Paúl (III)

Mitxel OlabuénagaEspiritualidad vicencianaLeave a Comment

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2.2. EVANGELIZAR E INSTRUIR A LOS POBRES: MISIONES Y CATECISMO

En el sermón sobre el Catecismo, Vicente de Paúl nos ha dejado plasmado el hallazgo de una necesidad en el pueblo de Dios y el proyecto para remediarla. Allí hemos descubierto sus intenciones; hemos de ver y analizar, también, los pasos que él dio para subsanar esa deficiencia, y los métodos que empleó para conseguirla. Todas sus obras y acciones significativas, después de su conversión, tienen que ver con la ignorancia de las gentes y su pobreza integral. Si para remediar la pobreza organizó la caridad, para remediar la ignorancia religiosa puso en marcha las misiones y la enseñanza del catecismo.

Conviene señalar, en primer lugar, que Vicente de Paúl ejer­ció el ministerio de la catequesis por sí mismo y, en segundo lugar, que procuró que los misioneros y las hijas de la caridad se ejercitaran entre sí para enseñar después el catecismo a las gen­tes y, principalmente, a los pobres. Contamos con un documento que nos presenta a Vicente de Paúl en el hospicio del Nombre de Jesús dando una lección de catecismo’. Cuando hablemos de la metodología vicenciana acudiremos a dicha lección.

Las misiones vicencianas son conocidas como misiones cate-quéticas37 . Se distinguen de otras, como las sacramentales, las penitenciales o las de controversia con los protestantes, porque «están orientadas a la alfabetización cristiana y a la conversión religiosa de las masas católicas, centrando su atención en la catequesis o, deberíamos decir mejor, en el catecismo». La predi­cación vicenciana se distingue, por tanto, en que las misiones populares van unidas a la instrucción catequética.

Esta unión la percibimos en muchas cartas del propio Vicen­te de Paúl. Por ejemplo, en carta que escribe al padre Antonio Portail le recuerda:

«La orden que hemos dado es que el señor Pavillon tenga las pre­dicaciones, y los padres Renar, Roche, Grenu y Sergís explicarán: el primero, el símbolo; el segundo, los mandamientos de Dios; el tercero, las oraciones dominical y angélica; y el (cuarto), los sacramentos; y para el catecismo pequeño, los padres Roche y Sergís deberán quedar libres del mismo, cuando prediquen el grande; y usted, padre, tenga cuidado de la dirección del equipo. Ruego a Nuestro Señor que les dé abundante parte en su espíritu y en su conducta».

Este texto resulta ser muy interesante porque nos descubre algunos aspectos de las misiones y el catecismo que daban los misioneros en sus actividades o correrías apostólicas. Había, en todas ellas, distribución de trabajos y de funciones. Pero todo ello dirigido por uno que estaba siempre al frente de la misión y que debía cuidar bien del orden, del recto cumplimiento de las obligaciones de cada uno. La actividad misionera quedaba suje­ta a la predicación y al catecismo. Existían dos tipos de catecis­mo: el mayor para los adultos, y el pequeño para los niños. Ambos eran importantes, necesarios y obligatorios en cada una de las misiones vicencianas.

Es lo que decía en su carta al padre Antonio Portail. A otro sacerdote de la Misión, el padre Roberto Sergís, le pide que tenga algunas catequesis en la iglesia durante algunos días de la semana y que procure, en todo momento, imitar a san Francisco Javier durante su travesía en barco hasta la India. Y, a Luisa de Marillac que siga enseñando el catecismo a las jóvenes hijas de la caridad para que se ejerciten en aprenderlo bien y luego lo enseñen ellas: «¡Cómo deseo que sus hijas se ejerciten en apren­der a leer y que sepan bien el catecismo que usted enseña!».

El texto que enmarca nuestra reflexión y que dice: «Todo el mundo está de acuerdo en que el fruto que se realiza en la Misión se debe al catecismo» nos ofrece varios aspectos a tener en cuen­ta. Para Vicente de Paúl, el catecismo es el que saca el mejor fruto de las misiones. He aquí el texto, en una perspectiva mayor:

«El padre Gourrant entiende de música, el padre Benito y el padre Berissot saben entonar los salmos. El padre Benito enseña útilmente el catecismo. Todo el mundo está de acuerdo en que el fruto que se reali­za en la Misión se debe al catecismo; y afirmando esto últimamente una persona de calidad, añadió que los misioneros se esforzaban todos en predicar bien, pero que no sabían hacer el catecismo, y dijo esto en mi presencia y en la de una buena compañía. En el nombre de Dios, padre, advierta esto a la compañía de allí. Mi pensamiento es que los que tra­bajen, tienen que hacer uno el catecismo mayor y el otro el catecismo menor solamente, y hablar dos veces al día. Y se pueden llevar al catecismo algunas moralidades [historias edificantes] para impresionar; pues, como he dicho, se advierte que todo el fruto viene de allí».

El texto de esta carta nos enseña que los misioneros tenían cada uno sus especialidades, que cada uno sabía hacer mejor unas cosas que otras. De manera especial se resalta que el padre Benito «enseña útilmente el catecismo». Por ese motivo deberá volcarse más en realizarlo. A su vez, el resto de los misioneros de la comunidad deben aprender a enseñarlo bien, pues algunas personas han descubierto que «los misioneros se esforzaban todos en predicar bien, pero que no sabían hacer bien el catecis­mo». Y, como el fruto de las misiones depende más de la buena enseñanza del catecismo que de las predicaciones, conviene «advertir de ello a la comunidad» de Richelieu para que todos los misioneros se preparen bien, ya que, cuando salgan a dar misio­nes, «uno tendrá que desarrollar el catecismo mayor, y otro el menor». Además, habrá que adquirir un elenco de «historias edi­ficantes» para impresionar, —dice el texto—, para provocar, más bien, un cambio de vida y de actitudes. Y concluye la cita rema­chando la idea que muchos se habían hecho ya, y que formaba ya parte del pensamiento de Vicente de Paúl: «se advierte que todo el fruto [de las misiones] viene de allí», de la catequesis.

Vicente de Paúl no deja de insistir en la misma dirección, y utiliza argumentos parecidos a los ya expuestos anteriormente:

«No puedo expresarle el consuelo que siento al saber su felicidad en el cumplimiento de las reglas y el amor que siente por el retiro y por el aislamiento del mundo y sus atractivos. Esto le convertirá en un buen misionero y en hombre apostólico. Le ruego que siga con esos ánimos y que se ejercite en el catecismo y la predicación. Los misioneros tie­nen que dedicarse a estas funciones, y aunque no lo hagan con tanto éxito como lo hacen otros, según el juicio de los hombres, les tiene que bastar con saber que cumplen la voluntad de Dios y quizás con más verdaderos frutos».

Vicente de Paúl espera que sus misioneros sean buenos como tales. Necesitan de unas virtudes como el cumplimiento de las reglas, el amor al retiro y al aislamiento del mundo. No por odio al mundo, sino para prepararse mejor en la actividad que tienen que desarrollar en el propio mundo. Todo ello les convertirá en buenos misioneros y en personas apostólicas. Pero, para ejercer bien como misioneros buenos y como personas apostólicas estupendas, deberán ejercitarse en la enseñanza del catecismo y en la predicación. Estas son las funciones o las actividades que les son más propias, y podrán cumplir, así, la voluntad de Dios sobre ellos, y obtener los frutos más convenientes. A unos ya otros, les recomienda que, en las misiones, deberán servirse del método que nos es más propio’. Y que dicha actividad tendrán que ejercitarla entre las gentes del campo, nunca en las ciudades grandes o en sus alrededores. Tan importante es esto último que podría alterarse el fin de la Misión, y eso no deberíamos consen­tirlo nunca:

«Lo que le digo de las confesiones se lo digo también de los cate­cismos; resérvense por completo para las gentes del campo en cuan­to a estas dos ocupaciones, y procuren hacérselo comprender, si es posible, a su Alteza Real, al señor arzobispo y al señor marqués, su fundador, para que no les obliguen hacer una cosa ni otra en el recin­to de Turín ni en sus alrededores».

Y, cuando un misionero no se atiene a lo que se ha constitui­do en el eje de la misión vicenciana, Vicente de Paúl lo repren­de. Estos son los términos en los que se expresa46:

«Por lo demás, he sentido mucho saber que, en vez de tener el cate­cismo mayor por las tardes, ha pronunciado usted sermones en la últi­ma misión. No se debe hacer eso: 1.’ porque el predicador de la mañana puede estar quejoso de esta segunda predicación; 2.° porque el pue­blo tiene más necesidad de catecismo y se aprovecha más de él; 3.° por­que al tener este catecismo, parece como si se pudiera honrar mejor la manera con que Nuestro Señor Jesucristo instruía y convertía a las gen­tes; 4.° porque eso es lo que nosotros practicamos y ha querido Nues­tro Señor dar muchas bendiciones a esta práctica, en la que hay más medios de ejercer la humildad».

Vicente de Paúl lo dice con toda nitidez: no es conveniente sustituir el catecismo por sermones; ni es útil, ni es lo mejor. Los sermones pueden conmover, pero el catecismo da consis­tencia. La catequesis es lluvia que cala, la mera predicación lluvia que puede simplemente resbalar por la superficie. No, «no se debe hacer eso», le dice al misionero para nosotros anó­nimo. Y se lo argumenta: «El pueblo tiene más necesidad de catecismo y se aprovecha mejor de él». Este es, para mí, el argumento mejor, el más convincente, aunque Vicente de Paúl lo cita en segundo lugar. En el primero, acude al orden esta­blecido y a los posibles celos humanos. Y como tercer razona­miento, acude a un argumento escriturístico, pues se fija en el comportamiento de Jesús de Nazaret, que «instruía y convertía a las gentes». Jesús enseñaba y actuaba, dirá con frecuencia a los suyos. Jesucristo es, pues, el modelo del misionero y la regla de la Misión. Concluye el texto confirmando, una vez más, que el catecismo se ha convertido en el método práctico elegido por los vicencianos para llevar a las gentes el conoci­miento de Dios y la enseñanza de las verdades que necesitan para su salvación.

Los misioneros vicencianos, con Vicente de Paúl, habían con­siderado positivo para el buen trabajo en sus misiones reunir y redactar algunos libros sobre predicación y catecismo. Materia­les, pues, de utilidad, instrumentos para trabajar bien, medios para realizar mejor la tarea propia o servicio evangelizador. Por ese motivo, le llegan a Vicente de Paúl algunas peticiones de los misioneros destinados en otras tierras. Y Vicente de Paúl se los hace llegar, siempre que le es posible, pues algunas veces le resultará imposible hacerlo. A continuación, contemplamos una respuesta de Vicente de Paúl ante una insistencia reiterada47:

«Nos pide usted en sus últimas cartas del 3 y del 10 de agosto una copia de los libros de predicación y de los catecismos. No se la pode­mos enviar, porque nos robaron ese libro. Sabemos muy bien quién ha sido, y no me consta que lo haya devuelto. Y aun cuando lo hubiéramos recobrado, no resulta cosa fácil mandarlo copiar; además no es tan necesario enviarlo tan lejos para una o dos personas que podrían servir­se de él o que quizás no lo utilizarían nunca. En cuanto a las reglas, se las enviaremos con los primeros misioneros que salgan para Italia, que será bien pronto, con la ayuda de Dios; y si nos devuelven el libro de predicaciones, se lo enviaremos».

Por lo que podemos apreciar, se trata de un instrumento pro­pio, casero, de los por andar por casa; es decir, un material pro­pio, redactado por la Misión y para el trabajo en sus misiones. Es un medio útil, manejable, codiciado para el ejercicio de la predi­cación y de la enseñanza de la fe.

De la importancia del catecismo en las misiones vicencianas han hablado ya otros. Me refiero, por ejemplo, a André Dodin y a Pablo Domínguez. Ambos nos hacen caer en la cuenta de que la catequesis vicenciana nace porque el pueblo de Dios igno­ra las verdades de la fe y, por ese motivo, piensan que se conde­na. Por eso, es un deber de justicia, asistirle con el catecismo. De ahí se deduce que los misioneros vicencianos mediante la cate­quesis, transmiten, en primer lugar, «la palabra de Dios a los pequeños, a los pobres, a los preferidos de Jesús’. Es, pues, algo que caracteriza a la Misión y a sus misiones. Y se le da el nombre de catequesis a la «transmisión de lo que hemos recibido y educación de la totalidad del ser humano, para que la semi­lla divina sobreviva, se haga consciente y obtenga su mayor cre­cimiento posible». Por consiguiente, sin la catequesis la obra de Dios en el ser humano no puede crecer ni dar fruto. Es así como lo entendió Vicente de Paúl, y de ahí se desprende la importancia y la significación que tuvo para él y para los suyos.

En segundo lugar, mediante la catequesis los misioneros for­marán e instruirán al pueblo de Dios en todo lo que este necesi­ta para su salvación y que, en esos tiempos, ignoraban52. Al des­conocer dichas verdades, los miembros del pueblo cristiano católico eran incapaces de vivir como auténticos cristianos. Por ese motivo, Vicente de Paúl y los suyos convertirán el catecismo en el centro de la acción misionera

«La explicación del catecismo es el centro de la acción misionera, ya que el objetivo último de la misión vicenciana es cristianizar a los campesinos por medio de la instrucción religiosa, llegando así al cono­cimiento de las verdades de la fe. Con la instrucción en las verdades religiosas y morales se pretende una reforma de la población, haciéndola volver a la vida de la gracia y encaminarla a la salvación eterna».

Si Vicente de Paúl se conmovió, profunda y misericordiosa­mente, ante la miseria material del pobre pueblo del campo francés, hará otro tanto ante su miseria espiritual descubierta. Dicha miseria espiritual se encontraba presente tanto en los errores de una vida pecadora o de unas confesiones mal hechas como en la carencia o ignorancia total de las verdades necesarias para vivir bien cristianamente. Peligraba, incluso, la salvación eterna a la que se encontraban invitados. Vicente de Paúl llegó a preocuparse pro­fundamente al respecto e, incluso, a angustiarse por todo eso. De ahí que podamos afirmar que la misión vicenciana aporte «el esfuerzo reformador del siglo XVII por normalizar la instrucción cristiana, (por) llegar con la instrucción a las masas más abando­nadas y (por) preparar predicadores que sepan catequizarlas».

Finalicemos, pues, este apartado recordando algo ya de sobra conocido por nosotros. Vicente de Paúl descubre en el catecismo el remedio para la ignorancia espiritual y cristiana de las gentes de su tiempo. Prefiere dicho método al de los sermones. Y si con­sidera los sermones también válidos para mejorar la condición espiritual de los campesinos franceses, es porque él mismo trans­forma los propios sermones haciendo que adquieran un cariz catequético, mediante un lenguaje sencillo y familiar al mismo tiempo. Es decir, los impregna de las virtudes típicas y caracte­rísticas de lo vicenciano.

CEME

Santiago Barquín

 

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