El señor Vicente visto por su secretario, Luis Robineau. Artículos 336 al 339, y final

Francisco Javier Fernández ChentoEscritos de Luis RobineauLeave a Comment

CRÉDITOS
Autor: Luis Robineau, C.M. · Traductor: Martín Abaitua, C.M.. · Año publicación original: 1995 · Fuente: Asociación Feyda.
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336. Su paciencia y su esperanza, cuando encarcelaron al Cardenal de Retz.

La detención del Señor Cardenal de Retz le sirvió para practicar continuamente la igualdad de espíritu y, de hecho, siempre hemos hecho notar, que el Señor Vicente se acomodaba de muy buena gana a la forma de obrar de la Divina Providencia en aquella circunstancia, y decía a veces, cuando le venían a hablar de ese buen Señor «que había que tener paciencia, y que con el tiempo se podrían arreglar las cosas».

Notas del P. Dodin:

Paciencia y esperanza, cuando detuvieron al Cardenal de Retz. Cf. el apunte 114.

337. Invariabilidad en el humor.

El Señor Vicente ha dejado también maravillosamente aparecer la igualdad de su espíritu en sus actos públicos, siguiendo siempre su plan de vida, a pesar de las dificultades que se le presentaban, desde las cuatro de la mañana, aunque en los días más rigurosos del invier­no se levantaba para ir a la oración exactamente con la misma pun­tualidad que en pleno verano, y así el invierno y el verano le resulta­ban iguales por lo que tocaba a ese punto, y debemos decir lo mismo por que toca a lo demás, porque fue la persona más ocupada y ata­reada del mundo: si usted iba a hablarle, le escuchaba y respondía también de buena gana, como si no tuviera otros asuntos, y eso no podía provenir, sino de la igualdad en la que mantenía su espíritu.

Notas del P. Dodin:

Humor invariable.

L. Abelly ha enumerado largamente los medios propuestos y utili­zados por Vicente de Paúl para mantenerse invariable en la prosecu­ción de sus proyectos, manso y flexible en cuanto a los medios. Unía la entereza con la mansedumbre (Abelly,III.178-180).

Indica la influencia de la irradiación de Francisco de Sales. «La primera vez que le vi, había reconocido en su condescendencia, en la serenidad de su semblante, en su modo de hablar, una imagen expre­sa de la dulzura de Nuestro Señor Jesucristo» (Abelly,III.180).

338. Serenidad.

Cierto día, cuando volvía de la ciudad durante la segunda guerra de París, y estando para salir por la puerta y llegar a San Lázaro, fue detenido por los burgueses que hacían guardia en aquella puerta, y daban muestras de querer insultarle, y hasta le obligaron a poner pie en tierra y bajar de la carroza. El Señor Vicente les habló con su habitual cortesía sin extrañarse mucho. Viendo eso aquella gente, y la forma ingenua con la que el Señor Vicente actuaba, le dejaron pasar. Pero aquel hecho fue la causa por la que el Señor Vicente me enviara en seguida donde el Señor Duque de Orléans para obtener un pase con el que poder entrar y salir, pase que le fue concedido inmediata­mente.

Notas del P. Dodin:

Serenidad cuando fue arrestado por los burgueses, y petición dirigi­da a Gastón de Orléans para obtener un pase, que le fue concedido inmediatamente.

Episodio únicamente señalado por L. Robineau.

339. Indiferencia a los honores del cardenalato.

El año 1648 fue donde el difunto Señor Gontier, Consejero de la Gran Cámara del Parlamento, y que era nuestro ponente en el proce­so, que hemos tenido contra el difunto Noel Bonhomme para poder volver a entrar en la casa del Nombre de Jesús. El Señor Gontier, al acercárseme, me dijo estas palabras más o menos: «¿Es cierto que el Señor Vicente es cardenal?». Le respondí que no sabía nada. Pero él me replicó: «Es el rumor que corre. Acabo de enterarme de eso en el Palacio del Parlamento». Así pues, al volver a San Lázaro, me pre­senté al Señor Vicente, como solía (él estaba aquella temporada en la habitación de San Benito), para darle cuenta de lo que había hecho en la ciudad y, entre otras cosas, le dije esto: «Señor, el Señor Gontier me ha preguntado si era cierto que usted era cardenal, y que lo había oído decir aquella mañana en palacio». Ciertamente no me acuerdo bien qué palabras me dijo el Señor Vicente entonces, pero me acuerdo que no hizo más caso de aquello que de una noticia indiferente y, de lo que me puedo acordar, me parece que me dijo estas palabras: «Cier­tamente, ¿usted se ríe, o cree en eso?. Harán falta unas personas muy distintas que yo».

Más adelante, oí decir a una persona (no recuerdo ni su nombre, ni su cualidad) que el Señor Vicente fue un día a visitar a la Reina, que por entonces llevaba la Regencia y el gobierno del Reino. Se arrodilló ante ella y le dijo, poco más o menos, estas palabras: «¿Cómo dicen, Señora, que Su Majestad me quiere promover al cardenalato?. ¡Ah, Señora!, ¿en quién piensa Su Majestad? ¿Sabe bien lo que va a ha­cer, si es que hace eso? ¡Cómo! ¿a un pobre mendigo, al hijo de un campesino, a un hombre que ha guardado vacas, a un porquero, lo quiere hacer cardenal?. En el nombre de Dios, Señora, por lo que más quiera Su Majestad, no piense en eso. ¡Ah!. Eso sería deshonrar a la Iglesia y al Sacro Colegio Cardenalicio»‘.

Al margen: (Ducournau?)

Notas del P. Dodin:

Indiferencia y oposición a propósito de los rumores sobre su nom­bramiento para el cardenalato.

Rasgo que solamente cita L. Robineau.

 

Carta del Sr. D’Ennemont a la Señorita Legras.

Viva Jesús

Señorita:

A propósito del informe que he recibido de Nantes de que prosiguen con más entusiasmo que nunca la fundación de una Comunidad de Religio­sas en el hospital, me he permitido el honor de escribir al Sr. Vicente para saber de su caridad lo que debo escribir sobre el caso al Señor Mariscal, que ha tenido la bondad de comunicarme la noticia. Le ruego que me co­munique su parecer por escrito, para que en un asunto que afecta íntima­mente a una Comunidad, cuya dirección Dios le ha confiado a Vd., actúe enteramente de acuerdo con el sentir de Vd. Le pido esa gracia y la de encomendarme en el santo y sagrado amor de Jesús.

Señorita, su muy humilde y muy obediente servidor.

SR. D’ENNEMONT.

París, 27 de Abril de 1650.

Al dorso: A la Señorita

Señorita Legras

Superiora de las Hijas de la Caridad.

(Archives de la Mission: Copia citada letra ordina­ria y no utilizada en Coste. IV 17/22; ng 1215)


Carta del Sr. D’Ennemont, desde Vannes, a Luisa de Marillac

Viva Jesús

Señorita:

No se extrañe, si después de un silencio tan largo, la molesto con mis cartas, porque me parece que, como en el sentimiento de un padre, no debemos hablar sino cuando se trate de la gloria de Dios, de la edificación del prójimo, o cuando se trate de humillarnos a nosotros mismos, porque, si algo se calla en esas ocasiones, hay razón para decir algo en contra mía por haberme callado, o el silencio en todas las demás no puede romperse sino con palabras ociosas, de las que seremos responsables ante el trono de la Justicia de Dios. Por eso pienso que no se puede abusar de la corres­pondencia sino en esas tres circunstancias. Pues bien, como en esta oca­sión se hallan dos principales: la gloria de Dios y el interés del prójimo, creo que estoy absolutamente obligado a servirme de ellas para informarle y por medio de Usted al Señor Vicente sobre el estado de los asuntos de nues­tros Señores de la Caridad que sirven a los pobres en el hospital de Nantes. El Señor de Jonchlres ha escrito sobre ello varias veces, y he aquí mi tercera carta, sin que a pesar de todo, hayamos recibido ninguna orden concreta de lo que debemos hacer, aunque ello sea muy a propósito, para que lo supiéramos para así serenar los rumores y los espíritus de esta tierra, en la que el Señor Obispo de Nantes emplea toda clase de medios para instalar en su hospital unas Religiosas como las de Vannes, aunque estoy persuadido de que en un plan muy difícil y poco menos que imposi­ble. Mas como él persiste en esa determinación y habla acerca de eso a todas horas, pienso que no debemos de estar más tiempo sin conocer el punto de vista del Señor Vicente y el de Usted para saber a qué atenernos tanto en esta circunstancia como en otras que se puedan presentar. Aún ayer por la tarde Monseñor me dijo que no pretendía que le retiraran todas las Hermanas de Vd. y que había una entre otras (a quien yo la llamo sor Claudia, pero que es sor Enriqueta), que quería que se quedara allí, y para cuya permanencia pondría un cuidado especial. Le he contestado que ellas no podían marcharse sin órdenes de Usted, y que, por lo que parecía, había que esperarlas poco favorables sobre ese asunto hacia el cual manifiesta él tanta prevención, y que no creía que yo le iba a hablar así, porque había sido de los que habían contribuído a hacerlas venir a Nantes; por lo que a mí toca estoy tranquilo ante Dios, y por lo que toca a las Hermanas, nos las han solicitado para dos o tres lugares, donde las están deseando y donde serán apreciadas, cuando estén allí. Esto es cierto, porque estoy persuadi­do de que se las podrá fundar en Saint-Malo: el síndico de la ciudad, que se encuentra aquí en los Estados (Generales) nos ha hablado ya de eso en presencia del Señor Obispo de Saint-Malo, y me ha dicho que las quisiera para el hospital de Saint-Main, pero quiere saber de antemano cómo se entiende el artículo de la Constitución, que dice que ellas no reconocerán a otro Superior que el de la Misión,y si esta cláusula las arranca fuera de la juridiscción del Ordinario, y cómo son los votos que hacen. Es preciso que le confiese que me cuesta defender esta causa por no estar enterado de lo que se trata. Le envío el consentimiento de los habitantes de la ciudad de Hennebont, que reciben la propuesta de un buen sacerdote, que ha venido a vernos y que está dotado de una caridad singular. Ya le he escrito a Usted sobre el particular. Le ruego que podamos conocer cuanto antes su parecer y remitir sus cartas al Señor Obispo de Jonchéres, que siempre estará en Nantes o cerca del Señor Obispo de Saint-Malo; él se las procu­rará guardar. No sé si residiré mucho tiempo en esta provincia, estando como estoy obligado a seguir al Señor Mariscal, que dice que va a empren­der un viaje. El acta que le remito sólo es para informarle sobre la disposi­ción que existe en los espíritus en lo referente a la recepción de sus Her­manas en esta ciudad, donde serán muy útiles y donde las recibirán con mucha mayor amabilidad que lo que han hecho en Nantes, aunque ellas están trabajando muy bien a juzgar por lo que dicen los más críticos, que no están prevenidos (contra ellas). Es una persecución habitual contra los que quieren, como dice San Pablo, vivir piadosamente en Jesucristo. Por eso es tan fácil consolarse. En nombre de Dios, háganos conocer el modo de pensar del Señor Vicente y el de Usted, y créame que soy, Señorita, su muy humilde y muy obediente servidor.

D’ENNEMONT.

En Vannes, 14 de Julio de 1649.

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