El señor Vicente visto por su secretario, Luis Robineau. Artículos 091 al 095

Francisco Javier Fernández ChentoEscritos de Luis RobineauLeave a Comment

CRÉDITOS
Autor: Luis Robineau, C.M. · Traductor: Martín Abaitua, C.M.. · Año publicación original: 1995 · Fuente: Asociación Feyda.
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091. Cumplimiento de la voluntad de Dios con perjuicio de los bienes temporales.

En lo que el Señor Vicente nos ha parecido muy prudente, y también a todo el mundo, es en que haya escogido en sus actos hacer la voluntad de Dios incluso a costa de los bienes temporales, que él despreciaba para vincularse a lo sobrenatural, y es ése precisamente el mayor de prudencia que se puede practicar.

092. El habla.

Su modo de hablar era un poco lento, y pensaba antes lo que iba a decir o a responder.

093. El asunto del jansenismo.

Su prudencia se manifestó muy grande en el asunto de las nuevas ideas de la doctrina de Jansenio, de quien había desconfiado, por muy hermosa apariencia que trató de darle, para hacérsela abrazar, como quiso hacer, por lo que parece, entre otros, el difunto Señor Abad de Saint-Cyran, que lo quiso atraer a ella. Pero como el Señor Vicente sólo buscaba agradar a Dios y seguir sus santas inspiraciones, por eso su Divina Majestad no lo abandonó en aquel camino peligroso, más bien le hizo atenerse a lo mejor, que es el que Nuestro Señor y sus Apóstoles han defendido, y detrás de ellos todos los Padres de la Iglesia. No solamente el Señor Vicente no se dejó llevar por la peli­grosa doctrina de las cinco proposiciones de Jansenio condenadas por la Santa Sede, sino que tampoco pudo sufrir nunca que se mantu­viera en su Compañía quien se hiciera adicto a ellas, de forma que debía de hacer una de dos cosas: o renunciar a sus opiniones, o bien salir de la Compañía. Testigo, un joven muy dotado intelectualmente, a quien, por lo que he sabido, estos años pasados, no pudiendo deci­dirse a abandonar aquellas opiniones, a pesar de todo lo que le pudo decir el Señor Vicente sobre ellas, finalmente el Señor Vicente man­dó que se le expulsara y pusiera fuera de la Compañía.

Al margen: Tenga en cuenta que esto también sucedió, lo mismo que la muerte del abad de Saint-Cyran, mucho antes de que el Papa Inocencio X, que es el de la primera conde­na de esta doctrina, promulgara el Breve sobre esta mate­ria.1

094. El asunto del jansenismo.

Y es que el Señor Vicente no sólo no podía sufrir que ninguno de los suyos estuviera imbuido en semejantes opiniones; sino que también sentía gran dolor al ver que tantas personas, y en especial del clero, se dejaran arrastrar por ellas.

Y como ya lo estaba previendo desde el comienzo, que si no le ponían a aquel desorden un pronto y enérgico remedio de la Iglesia, se seguiría mucho daño; por eso trabajó con todo su poder en reme­diar aquel mal de varias maneras, tanto por sí mismo como por otros, de forma que, incluso, cuando el primer Breve de Inocencio X, que condenó las cinco proposiciones, fue remitido a Francia y especial­mente aquí a París, el Señor Vicente recibió buena parte de las ala­banzas que se promovieron por ello. Esto lo he sabido del Señor Legros, sacerdote de la Compañía y procurador de esta Casa, quien, habien­do ido a visitar a algunos Señores Presidentes y Consejeros de la Gran Cámara del Parlamento de París, que no estaban infectados por aquellas ideas malsanas, le manifestaron su alegría hasta llegar a usar estas palabras, más o menos: «Se lo debemos al Señor Vicente».2

095. Anima al Señor Marandé a publicar un libro contra el jansenismo.

El miércoles, 29 de diciembre de 1665, el Señor Marandé envió a uno de sus hombres para preguntarle si le parecía bien que hiciera publicar un libro, que había preparado contra los jansenistas. Y el Señor Vicente le contestó que creía que cuanto antes sería lo mejor.

El Señor Marandé le escribió inmediatamente al Señor Vicente, cómo había visto al Señor Canciller, que le había escrito para hablar­le, y cómo había cambiado impresiones con él durante dos horas y que, en fin, todos los asuntos marchaban bien contra los jansenistas.

Sé también que el Señor Vicente hizo cuanto pudo para sacar de aquel cenagal a dos personas de mucha categoría en París, que esta­ban tan inficionados de aquella doctrina malsana, que no pudo conse­guir lo que se proponía. Ha hablado de esto en algunas de sus charlas, como ya lo veremos.3

  1. Una vez ingresado en la Congregación de la Misión en 1642 y en­cargado de la secretaría en 1647, Luis Robineau sólo fue testigo di­recto de la actividad del Señor Vicente desde 1647 a 1660. Pues bien, en 1647, Juan Duvergier de Hauranne había muerto hacía cuatro años (11 de octubre de 1643) y no vivía más que por sus discípulos y, sobre todo, por su sobrino Martín de Barcos, a quien le hizo adjudicar la abadía de Saint-Cyran en 1643 (Barcos, Défense, p.29). Pues bien, ese mismo año, 1647, el Papa Inocencio X condenaba dos obras de Martín de Barcos (Decreto del 24 de enero de 1647. Denzinger, 1999), a saber: Traité de l’autorité de Saint Pierre et de S. Paul qui réside dans le Pape, successeur des deux apótres. París, 1645, y La grandeur de l’Église romaine sur l’autorité de S. Pierre et Paul. París, 1646.
  2. En la pluma de L. Robineau la palabra JANSENISMO designa tanto las enseñanzas del Obispo de Ypres, como las Enseñanzas del Sr. Juan Duvergier de Hauranne y los puntos defendidos por Antonio Arnauld en su libro De la fréquente communion. París. 1643.

    La complejidad y los matices de la doctrina de C. Jansenio, nacido en Leerdam el 3 de noviembre de 1585 y muerto en Ypres el 6 de mayo de 1638 a las 3,45 de la mañana, había trabajado durante diez años en la elaboración del Augustinus, que no fue publicado hasta 1640 en Lovaina por los cuidados de sus dos discípulos Caleno y Froidmont (J. Orcibal, Jansenius d’Ypres, P. 1989, p.268).

    Durante dos años la obra estuvo sometida al examen de una comi­sión desde el mes de abril de 1651 hasta el mes de mayo de 1653. (Cf. Relatio S. Officii publicada por A. Schill, Katholik, 287-299; 472-494).

    Por otra parte circulaba con insistencia el rumor de una condena del molinismo preparada por Paulo V y que debía ser publicada en una Bula titulada Gregis Dominici. rumor revelado por el P. Jacinto Serry en su Historia Congregationum de Auxiliis divinae gratiae. (Edición de Lovaina, 1700, p.159-165, y edición de Amberes, 1709, p. 155-160).

    Antes de morir, C. Jansenio dio cuenta de su misión a la Santa Sede. Testimonio de los Dominicos y de los Carmelitas de Ypres, L’homologie de Sinnich, Juan Van den steen, (Callewaert-Nols, Jansenius, p.48,49,63); J.H. Quarré, Attestationes, s.l.n.f. Société de Port-Royal L.P. 1644, p.21, J. Boonen (L.Ceyssens, L’enquéte officielle faite en 1644, Archivium franciscanum Historicum, t.43 (1950), p. 117). Godofredo Hermant, Mémoires, t.I, p.105.

    Las verdaderas relaciones de Vicente de Paúl con Juan Duvergier de Hauranne eran prácticamente desconocidas en la Congregación de la Misión. Fue Pedro de Bérulle deseando ayudar a un sobrino de Juan Duvergier de Hauranne, que estaba prisionero en España, quien solicitó la mediación de Vicente de Paúl. Este último, capellán de la Señora de Gondi, podía intervenir ante la hermana de ésta Señora de Fargis, esposa del embajador del Rey en Madrid (Journaux del Sr. Deslyons, deán de Senlis. B.N. Ms. F.fr.24, 999, p.75). Vicente de Paúl y Juan Duvergier de Hauranne se entendieron tan bien que lle­garon a tener bolsa común. (Testimonio del Sr. Vicente de Pallu en Restrictus probationum circa zelum Servi Domini contra erro­res Sancyrani et Jansenii, Romae, 1727, p.10). «Cuando el Sr. Vi­cente vivía en el colegio de Bons-Enfants, —declara Duvergier el 14 de mayo de 1639— se veían con más frecuencia que cuando fue a vivir a San Lázaro, no llegándolo a ver después de ese tiempo (1632, 8 de enero), sino sólo de pasada; solía venir de vez en cuando a comer donde él, aún después de estar en San Lázaro». (XIII.94/X.113).

    Mucho antes de que metieran preso a Duvergier, Vicente de Paúl se ocupó de uno de sus criados, Silvano Pouvreau. Lo presentó al párroco de San Nicolás du Chardonnet, Jorge Froger, y después de su ordenación en 1640 o 1641, lo presentó a Mons. Fouquet, obispo de Bayona, quien lo nombró para el curato de Bidart. (Cf. Lancelot, Claudio, Mémoires touchant la vie de Monsieur de Saint-Cyran, Colonia 1738, t.II, p.190, Guichard Joseph; Silvain Pouvreau, valet de I’Abbé de Saint-Cyran protégé de Vincent de Paul, Revue internationale des études basques, 1910, p. 206; y Récrutement sa­cerdotal, 1935).

    El Señor Duvergier de Hauranne multiplicó sus servicios. Sacó de una situación apurada a la familia de Vicente de Paúl (Cf. Barcos, Défense, p.13). Ayudó a Vicente de Paúl a adquirir el colegio de Bons-Enfants (Cf. Défense, p.11); facilitó la obtención de las Bulas aprobando la Congregación de la Misión (cf. Barcos, Défense, p.13).Hasta propuso, con el fin de acelerar las aprobaciones, enviar a Roma a Martín de Barcos (Cf. Juan Duvergier de Hauranne, Lettres chrétiennes et spirituelles de Messire Jean Duvergier de Hauranne, abbé de Saint-Cyran qui niont point encore été imprimés jusqu’ á présent, S.L. Balin, 1744, t.II, p.553).

    Fue gracias a la intervención de Juan Duvergier de Hauranne que el abogado general de Bignon y el primer presidente Le Jay dieron un parecer favorable para la Congregación de la Misión (Barcos, Défense, p. 11 y Duvergier, Interrogatoire, quest. 9 (XIII.115; XIII.116/X,131).

    El Abad ofreció también a Vicente de Paúl el Priorato de Bonneville, pero Vicente, aconsejado por su Director, Andrés Duval, declinó el ofrecimiento. (Interrogatoire, quest. 38 et 117 (XIII.105,117/ X.122,132).

    El Señor Vicnete no dudó en enviar a dos de sus misioneros a dar una misión en los territorios de la abadía de Saint-Cyran. (Barcos, Défense, p. 19; Interrogatoire, quest. 115; XIII.116/X.131).

    Fue probablemente al final de esa misión cuando el abad dirigió al Sr. Vicente un elogio muy sincero de la Congregación de la Misión. (Diciembre de 1627, 1.35-36/105).

    Durante el año de 1637 las relaciones de los dos amigos se ensombrecieron. Vicente se dio cuenta de sus divergencias y no dudó en presentarse donde el abad. (Octubre de 1637, X111.87/X.107). Este no le pudo responder inmediatamente y le escribió desde Dissay (el 20 de noviembre de 1637; 1.402/415), quejándose de haber sido mal entendido. Vicente no contestó a esa carta, pero, cuando volvió Duvergier, fue a visitarlo y darle gracias (después del 10 de diciem­bre de 1637). El 2 de mayo de 1638, el consejo del Rey decidió el arresto de Saint-Cyran, el 10 de mayo se firmó la «lettre de cachet» y el 14 de mayo por la mañana, el caballero de Guest condujo a Duvergier de Hauranne a la torre del homenaje de Vincennes.

    El Sr. Vicente fue a visitar al sobrino de Duvergier y fue citado por Laubardemont. Hace notar que un clérigo no puede ser sometido a una jurisdicción civil. El Cardenal de Richelieu quiso interpelar por sí mismo a Vicente, pero no pudo sacarle la menor declaración que pudiera comprometer al Abad de Saint-Cyran. Le dio muestras de frialdad y le despidió rascándose la cabeza (Barcos, Défense, c.20). A partir de ese hecho los trabajos para la casa de la Misión de Richelieu se hicieron más lentos (Jerónimo Bésoigne, Histoire de l’abbaye de Port-Royal, Colonia, 1752, t.I: 111.498).

    El 31 de marzo, 1 y 2 de abril Vicente de Paúl compareció ante Santiago Lescot, confesor de Richelieu. Para evitar en absoluto el carácter tendencioso, Vicente escribió de su puño y letra el resumen de su deposición, la firmó, la rubricó y entregó en manos del juez.

    A pesar de que fue publicada en 1740 en las obras de J.B.Colbert, obispo de Montpellier (Colonia, 1740, p.502) la deposición de Vicente de Paúl quedó sepultada durante más de tres siglos. Sin embargo, la hemos hallado en las Mémoíres et Controverses, (fondo angevino, t.36, pieza 11218, pp. 34-48).

    P. Collet en la Vie de Saint Vincent de Paul publicada sin nombre de autor en Nancy en 1748 escribía que creer las aserciones propor­cionadas por la deposición de Vicente de Paúl sería «suponer que el Universo estaba delirando y que no cuesta más creer una fábula que crearla» (T.I, p.267).

    En 1874, el canónigo Maynard declaraba que la deposición del Sr. Vicente ante Santiago Lescot era un escrito carente de seriedad y no merecía más atención que una hoja apócrifa. (Maynard, Ulysses, Saint Vincent de Paul, sa vie, son temps, ses oeuvres, son influence. París, 1874, t.II, pp. 517-524). Por fin, fue en 1914, cuando Pedro Coste estableció la autenticidad de la deposición, una de cuya copia la conservan la Société de Port-Royal y la Bibliothéque Mazarino (Mazarino, Ms.2481, f2287-291)

    En cuanto Juan Duvergier de Hauranne fue puesto en libertad (6 de febrero de 1643), Vicente acudió a visitarle y a felicitarse. Y hasta fue varias veces a Port-Royal para conversar con su amigo. El abad no pudo disfrutar mucho tiempo de su libertad. Debido a un ataque de apoplejía, recibidos los últimos sacramentos la noche del 10 ó 11 de octubre, se extinguió el domingo 11 de octubre a las 11 de la mañana.

    El lunes, 12 de octubre, el cuerpo del abad fue abierto. El Sr. de Andilly recibió el corazón que le había legado en el testamento (Lancelot, 1.256). La Madre Angélica Arnaud obtuvo la camisa del difunto y Claudio Lancelot, las dos manos (Lancelot, 1.252,256).

    Las exequias, en Santiago du Haut-Pas, reunieron a cinco obispos y a la futura Reina de Polonia, Luisa María de Gonzaga. La misa de cuerpo presente fue celebrada por Francisco Lefévre de Caumartin, obispo de Amiens (1592-1652, 27 de noviembre).

    El epitafio colocado sobre su tumba declaraba: «Estuvo unido sola­mente a la Iglesia Católica… verdad, caridad, humildad». Los Jesuitas sustituyeron ese elogio por una lápida sepulcral que sencillamente mencionaba: «Aquí reposa Juan Duvergier de Hauranne, muerto el 11 de octubre de 1643, célebre por su ciencia y sus virtudes». En cuanto al epitafio que figuraba sobre los restos de Saint-Cyran en Port-Royal fue también retirado, cuando por orden del Sr. Chamillard fueron expulsadas las religiosas. (La urna sepulcral) sirvió de frega­dero a las religiosas que sucedieron a las cistercienses (Jaccard, Saint­Cyran, p.234).

    Después de la muerte del abad de Saint-Cyran, la actitud de Vicen­te de Paúl cambió. Observaba con inquietud la formación en torno a Arnauld, de Barcos, de un movimiento ideológico capaz de sembrar la confusión en las conciencias. Miembro del Consejo de Conciencia desde mediados de junio de 1643, cualesquiera que fueran sus senti­mientos, no podía mantenerse en la política de Bérulle y de Saint­Cyran oponiéndose a la de Richelieu y de Mazarino, aliándose con los protestantes alemanes contra la católica España. Declaró abierta­mente su solidaridad con los otros miembros del Consejo en su carta del 25 de junio de 1648 al Sr. Dehogny: «En el Consejo de los Asuntos eclesiásticos, en el que todos se han declarado contrarios: la Reina, Mons. el Cardenal —Mazarino—, el Sr. Canciller —Pedro Séguier— y el Sr. Penitenciario —Santiago Charton—, juzgue usted mismo si podía permanecer neutral». (111.319/296).

  3. La actuación de Leonardo de Marandé ha sido omitida por L. Abelly.

    Leonardo Marandé era consejero y capellán de Luis XIII y de Luis XIV.

    Hizo imprimir en 1653 Inconvénients du jansénisme adressés á M. Arnaud. París, 1653, in-12, 330 pp. El año siguiente hacía edi­tar Inconvénients d’Estat procédans du jansénisme avec la réffutation du Mars Franlois de M. Jansénius. París , in-4, pp. 434. A. Gazier editor de la Memorias de Godefroid Hermant hace notar, (t.I, p.590) «que es allí donde se hallan, (p.381), los pretendidos Monita secreta de los jansenistas. Pascal alude a ello en la Provin­cial XXV. Esos Monita fueron entregados como inéditos en 1753 por el obispo de Montpellier, Charancy, y también en nuestros días por el editor de Rapin (Léon Aubineau: Mémoíres du P.Rapin, Paris, Lyon, E.Vitte, s.f., 3 vols.). Godofredo Hermant en sus Mémoíres (1.635) afirma: «Se había supuesto otro escrito titulado Lettre circulaire de MM. les disciples de Saint Augustin. El Sr. Marandé que lo atribuía a los Señores de Port-Royal por una falsedad horrible, la hizo imprimir dos años más tarde, diciendo que circulaba por Bre­taña, Anjou, Touraine, Normandía, Roma».

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