Hace unos años, en un consultorio radiofónico, una persona requirió angustiada una receta para superar su estado anímico de depresión, de anemia espiritual y de desencanto existencial. La respuesta del conductor del programa fue la siguiente: «No te vuelvas neuróticamente sobre tus propios problemas, no te enrosques como un perro en su madriguera; sal a la calle, mira a tus hermanos, empieza a luchar por ellos; cuando les hayas amado lo suficiente, se habrá estirado tu corazón y estarás curado. Porque de cada cien de nuestras enfermedades, noventa tienen que ver con las dimensiones del corazón. Examina tu corazón y mira qué dimensión tiene ahora y que dimensión puede tener si lo abres de verdad a los demás».
Cuando el organizador de esta Semana de Estudios Vicencianos me propuso este tema: «El pobre, en el corazón de San Vicente», esa anécdota no ha cesado de venirme machaconamente a la cabeza. Porque, en definitiva, no sé si consciente o inconscientemente, se han unido en el título de esta conferencia dos protagonistas esenciales en la vida y en la experiencia de Vicente de Paúl: el pobre y el corazón. No se puede captar y entender toda la andadura de Vicente de Paúl sin dos presupuestos fundamentales: el pobre y el corazón.
Voy a asomarme al corazón de Vicente de Paúl desde el amplio significado y simbolismo que tiene: desde el centro neurálgico de la persona hasta el foco de donde salen los sentimientos, las emociones, las decisiones, las opciones, la vida misma…
Y desde este centro neurálgico que es el corazón, voy a recorrer la relación existencial de Vicente de Paúl con el pobre. Ya nos avisó Jesús de Nazaret que «de lo que abunda y rebosa el corazón, habla la boca». Es decir, el corazón es la fuente, la savia y el cimiento de la persona. Y en Vicente de Paúl se ve con toda claridad.
Sólo pido al oyente o al lector que se imagine, por un momento, a Vicente de Paúl ya anciano relatar las memorias de su corazón, como una especie de testamento indeleble. Porque, una vez más, nos abre su corazón como el padre «que va sacando de su arca lo nuevo y lo viejo».
LAS DIMENSIONES DEL CORAZÓN
Es muy posible que el locutor de aquel consultorio radiofónico no conociera la vida de Vicente de Paúl. Si, por casualidad, se hubiera aproximado a ella, hubiera encontrado un ejemplo fehaciente y concreto para dar más solidez a su sabio consejo. En Vicente de Paúl encontraría la prueba más palpable de cómo se va ensanchando el corazón hasta límites insospechados y cómo los pobres van apareciendo en su «experiencia y en su fe» según se va ensanchando el corazón.
- UN CORAZÓN DE PIEDRA
No sé si a Vicente de Paúl le gustaría esta expresión bíblica para describir la relación de su corazón con los pobres en su primera y larga andadura. Tampoco sé si es muy exacto catalogar esta etapa con una rotunda negatividad, es decir, sentenciando que el corazón de Vicente de Paúl estaba cerrado a cal y canto a todo lo que sonase a los pobres. Ha habido autores que han descrito a un Vicente de Paúl niño y joven con grandes sentimientos hacia los pobres, pero también eso pertenece a la leyenda hagiográfica.
La realidad nos la describe el mismo Vicente de Paúl con una expresión gráfica: «en las redes de la araña». Su corazón está atrapado en otros menesteres y su periferia se reduce a un mundo tan pequeño como centrado en sí mismo y en sus negocios. No es que su corazón no fuera sensible a los pobres, sino que los pobres quedaban relegados a objetos de piedad, de lástima o de repudio indiferente.
Porque, si la lengua expresa lo que el corazón se trae entre manos, el mismo Vicente de Paúl nos lo dice en una larga antología de expresiones que suenan a «corazón de piedra»: «inconstancia y capricho de fortuna», «asunto que mi temeridad no me permite nombrar», «negocios embrollados», «usted ni mis padres se habrán escandalizado de mí por mis acreedores», «ascenso», «retiro honroso», «decoroso beneficio», «copia de mis títulos», «honesto retiro para emplear el resto de mis días junto a usted», «mis infortunios», «suerte en el porvenir», «el poco servicio que hasta el presente he podido hacer a la casa»… Incluso, cuando Vicente recuerda esta época en algunas de sus cartas y se describe como «cargado de pecados» o «mi vida llena de abominaciones», podremos entenderlas como fórmulas de humildad, pero eso no impide que describan alguna realidad.
Este «corazón de piedra» no es, ciertamente, el de un pervertido. Ni su nativa rectitud, ni su deseo de ascensos se lo permitían y los medios tampoco se lo facilitaban. Pero las leyes comunes de la psicología pueden empujarnos a pensar que su disipación fue algo más que un simple contagio mundano. Si «donde está tu tesoro, allí está también tu corazón», el corazón de Vicente de Paúl andaba tras otros tesoros muy lejos de los pobres.
- UN CORAZÓN DE CARNE
Pero Vicente de Paúl es un converso. Y la conversión empieza, como proclama el profeta Ezequiel por cambiar el corazón de piedra en un corazón de carne. Vicente, en todo caso, ha empezado a probar la tierra de Egipto, es decir, la tierra de la esclavitud. Tiene experiencia de ella. A un hombre reflexivo le bastan algunos datos para descubrir todo lo que esta tierra encubre. Y Vicente es reflexivo y sacará las consecuencias. Las últimas experiencias de esta época (acusación falsa de robo, entrada en el mundo frívolo y banal de la ex-reina, la tentación del doctor ocioso, las apariencias engañosas de la Abadía de San Leonardo, etc.) son acontecimientos de esta tierra de Egipto.
Estas experiencias le van revelando su propio corazón de egoísmo y frivolidad, y le empujan a salir de él. Y mientras contempla el mundo de sombras y marionetas vanidosas, también contempla a los pobres del Hospital de la Caridad y a quienes trabajan en él. Es decir, contempla a los pobres que se debaten entre la vida y la muerte y a las personas que dedican su vida a trabajar para que los que están en la no-vida tengan una existencia mínimamente digna.
El corazón de Vicente de Paúl empieza a salir de su pequeña periferia, empieza a ensancharse, empieza a asomarse decididamente a ese camino de la vida que baja de Jerusalén a Jericó, donde van quedando los expoliados, los heridos, los masacrados, los marginados, los excluidos, las víctimas del sistema, en suma. Y, consecuentemente, llega a la conclusión de que los pobres no son un pasatiempo piadoso o benéfico, o una estadística molesta para la buena sociedad, sino una pasión dolorosa, una terrible pregunta de Dios a la que hay que responder con urgencia y audacia.
En la famosa novela de Antoine de Saint-Exupery, «El principito», éste le dice al zorro: «Las cosas verdaderamente importantes sólo se ven con los ojos del corazón». El corazón de Vicente de Paúl ya es un corazón que empieza a ver, a sentir, a buscar, a interrogarse, a plantearse la verdad de la vida. Se convierte en un corazón ancho, amplio, profundo… Se transforma en un hogar entrañable, caluroso, acogedor, misericordioso, donde los pobres pueden entrar como a su propia casa. Como dice un autor, «para dedicarles su vida tuvo, primero, que descubrir la existencia de los pobres, pues no era nada difícil en su tiempo adoptar un estilo de vida y unos ideales que le protejan a uno de la presencia molesta de los pobres».
Su experiencia más íntima tiene un telón de fondo plasmado con un realismo incontrovertible: «El pobre pueblo se muere de hambre y se condena de desesperación». Y esta constatación de miseria material y abandono espiritual van a ser las dos coordenadas por donde transcurra la savia de su corazón.
A partir de aquí, Vicente de Paúl vive la cruda realidad al ritmo de su propio corazón de carne: «Los pobres, que no saben a dónde ir, ni qué hacer, que sufren y que se multiplican todos los días, constituyen mi peso y mi dolor»; «Es poca cosa oír y leer estas cosas; sería menester verlas y comprobarlas con los propios ojos»; «Yo he visto a esas pobres gentes tratados como bestias»…
En definitiva, el corazón de Vicente se ensancha hasta los márgenes de la civilizada y falsamente cristiana sociedad de aquel «siglo de los pobres». Es más, habita entre aquel ingente e incontable ejército de «desgraciados que no poseen otras propiedades que sus almas, porque no han podido ser vendidas en almoneda», como los describía Talon, abogado general del Parlamento, delante de la reina Ana de Austria. Y, sobre todo, se adentra en las sutiles estructuras que generan y fabrican marginación y abandono.
Y las medidas de este corazón son tan inabarcables que llegan a todos los pobres: a los que rodean San Lázaro y a los que se encuentran en las lejanas provincias fronterizas. Y aún más allá, por encima de las fronteras de Francia. Se podría decir con humor lo que el Canciller Seguier grita, con cólera desatada, en la película Monsieur Vincent al mismo Vicente de Paúl: «Antes de usted también había pobres. Pero eso no impedía dormir a las personas de bien. Ahora hay pobres por todas partes. Se diría que usted los inventa».
CEME
Celestino Fernández