El Padre Mariano Maller. Capítulo 3

Mitxel OlabuénagaBiografías de Misioneros PaúlesLeave a Comment

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Autor: Desconocido .
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Capítulo III: De cómo, huyendo  de una mitra, el P. Maller pasa del hemisferio norte al hemisferio sur.

La sombra de una mitra.

En 1851 el Obispo de Filadelfia era trasladado a la Sede primada y Metropolitana de Baltimore, y conociendo la necesidad que tenia la Sede que dejaba de un pastor vigilante y efectivo se echó a pasar y repasar la lista de los candidatos que reputaba más capaces. Fruto de sus meditaciones son estas líneas que Mons. Francisco Kanrik, escribía el 19 de septiembre de 1851 a su hermano Ricardo, Arzobispo de San Luis: «No se cuando iré a tomar posesión de la nueva Diócesis; pienso en la necesidad de elegir un sucesor aquí para esta de Filadelfia, que con dificultad puede dejarse sin pastor. He pensado pedir a la Santa Sede que traslade aquí a Mons. Juan Timón, C. M., Obispo de Búfalo, dando el segundo lugar en la elección al P. Santiago Bayley, y el tercero al P. Mariano Maller».1

Contaba entonces con treinta y cuatro años de edad. El Dr. Bayley era sobrino de la Madre Setón y muy amigo, por tanto, del P. Maller. Este pudo por entonces evitar el nublado y su amigo fue más tarde Arzobispo de Nueva York. Mons. Kanrik hubo de escoger en otra parte y presentar otra terna, de la que formaba parte el Provincial de los Redentoristas, P. Newmann. Sin embargo, el peligro seguía amenazándole, porque su nombre seguía sonando en las candidaturas, pues no sólo Mons. Kenrik sabía de sus eximias cualidades, sino los Obispos del noreste americano. Y tan de cerca lo vio que, para esquivarlo, no vio otro medio que escribir al P. General rogándole que le salvara enviándole aunque sea al Brasil. Precisamente el Brasil necesitaba un Director para las Hijas de la Caridad, pues el anterior había fallecido, y al P. Etienne le vino la petición como anillo al dedo, y por una carta del mes de marzo le autorizó para que allá se fuera, pero con el cargo de Director. El 5 de abril de 1853 el de Baltimore escribía al de San Luis: «Mariano Maller me escribió ayer diciéndome que se va al Brasil como Superior de las Hijas de la Caridad allí  existentes».2

El autor del «The Three Centuries of Vincentian Misionary Labor» escribe estas líneas «Este cambio consideramos todos como una pérdida irreparable para la Provincia de los Estados Unidos, ya que el P. Maller era un hombre de gran talento, sabio, de un juicio muy recto y de un genuino espíritu religioso. Su destino al Brasil se debió en parte a que al P. Etienne se le había insinuado «que el P. Maller iba a ser nombrado Obispo y el P. General consideraba este nombramiento como una gran pérdida para la Congregación. Parece que el P. Etienne no era tan desinteresado como Mons. de Andreis puesto al frente de la Congregación juzgó que su deber era mirar por los intereses de la misma por encima de todo lo demás». Nadie sintió la partida del P. Maller tanto como Mons. Kenrik. Lo conocía muy bien y tenia en él puesta toda su confianza. El buen señor Arzobispo decía años después, expresando el gran sentimiento que le había causado la marcha del P. Maller: «Si los Superiores me hubieran indicado solamente la causa de su salida, yo hubiera trabajado e impedido que el P. Maller fuera nombrado Obispo a trueque de no privarnos de su ayuda.

Drama íntimo.

No es fácil describir el drama que en su interior desencadenó el que pudiera verse alejado de la Compañía a causa de su elevación a la dignidad episcopal; sin embargo, podemos descubrir, a un tiempo, su amor a la Misión y su actitud con respecto al problema a través de una carta al P. Moral, puesto en trance parecido: «Para mayor tranquilidad de usted le digo que ninguna pena me causa esa casi resistencia que usted opone a lo que a otros les puede parecer voluntad de Dios; porque yo se, y perfectamente comprendo, la causa o el motivo de su determinación, que es bueno y laudable hasta tanto que Dios no le baga a usted conocer que es realmente su voluntad, porque, si aún después de eso, usted se resistiese, entonces «non laudo». Pero hasta entonces no me desagrada; antes. bien, me agrada. Sin embargo, no me parece ese un motivo justo de mudar de vocación y abandonar a nuestra buena y tierna madre la Congregación, porque en ninguna religión estaría usted más seguro de esos peligros de que tanto se alarma su corazón. Aún de aquellas Órdenes, en que se hace promesa o voto de no aceptar dignidades, he visto yo tomar sujetos y obligarles a aceptar cl episcopado. En nuestra Congregación los Superiores no han obligado jamás a eso; a lo más, lo han permitido y exhortado a que lo cumplan. Esto hecho, la responsabilidad de no aceptar recae sobre el súbdito y yo creo que eso también es responsabilidad. Lea usted la historia de Jonás y verá, y también considere lo de San Pablo: «¡Vae mihi si non evangelizavero! La voluntad de Dios se, debe cumplir en todo, y es peligroso fiarse de su propio juicio en cosa tan grande. Mire, Señor mío, que le hablo de lo que yo por mis pecados me he visto en todo eso que usted tanto teme y en evidente peligro de cosa aún peor», pero, por su misericordia, Dios me libró de todo sin que jamás se me haya ocurrido usar del medio que usted indica. Lo mejor y más acertado es ceder, cuando hay indicios suficientes de que es la voluntad de Dios. Nuestro Santo Padre se portó así. ¿Quién sabe lo que le costaría aceptar el cargo de Presidente del Consejo de Ana de Austria? Y sin embargo, lo aceptó. Pues ¿qué modelo mejor nos podemos proponer que nuestro Santo Padre? «Cuando yo me vi en semejante apuro, esta consideración me fue de gran consuelo y me animó muchísimo». Esta carta al P. Moral, escrita con un retraso de más de treinta años, nos puede servir de hilo conductor de su estado psicológico en los momentos en que abandonando los Estados Unidos se encaminaba al Brasil.

En el Brasil encontró, efectivamente, un refugió: que, si le amparaba contra los honores de la mitra, no le amparaba ni defendía del cargo ni del honor de la superioridad, pues venía con el oficio de Director de las Hijas de la Caridad, que ya empezaban a tener en el inmenso país un extraordinario desarrollo, como lo prueba la estadística de las obras confeccionadas por el mismo Padre Maller y que obra en nuestro archivo. De esta estadística resulta que solamente en la provincia o estado de Río Janeiro había diecisiete Casas de Hermanas, con un total de 40; de las cuales solamente seis Casas estaban atendidas por los misioneros que, en número de ocho, se ocupaban de levantar las cargas de estas capellanías y de confesar a las Hermanas, a los 2.000 enfermos que había en sus Hospitales y a los 2.000 niños que había en sus Asilos y Orfanatorios.

En el Estado de Minas-Geraes había seis Casas, de las que sólo las de Mariana y Diamatina recibían los cuidados y atenciones de Los misioneros, que regían los Seminarios de estas Diócesis, en los tiempos que les dejaban libres las clases y la dirección de los seminaristas. Otro tanto ocurría con las dos Casas del Estado de Ceara. En el Estado de Bahía había cinco casas, de Las que dos estaban atendidas por capellanes del clero secular y tres por misioneros de la Casa Misión, que además habían de confesar a los 700 niños y a los 240 enfermos que llenaban estas Casas. En Pernambuco había cuatro Casas: el Hospital, los Niños Expósitos, un Orfelinato y un Pensionado, con un total de 600 enfermos y 700 niños, atendidos por dos misioneros y dos sacerdotes seculares. En total las Hijas de la Caridad del Brasil eran 460 en treinta y cuatro Casas con 4.000 enfermos, y unos de 5.000 entre huérfanos y pensionistas. Todo este mundo estuvo confiado a la alta dirección del Padre Maller desde 1853 a 1858. En 1855, por renuncia del P. Moráis, uno de los pioneros de la Misión brasileña, hubo de cargar con el Visitadorato de la Provincia; cargo que conservó hasta 1858, en que logró echarlo sobre los hombros del P. Lemant, quedándose él únicamente con el superiorato del gran. Colegio-Seminario de Carassa.

Otros datos sobre la estancia del P. Maller en Brasil

Están tomados del «O Centenario do Caraca, 18120-1920, por un Padre da Congregacaó da Missao», que no es otro sino el P. Antonio Cruz, portugués, es un compendio o recopilación de lo escrito por el P. Silva, C. M., Obispo que fue de Maranao (I, 1907-19181).

Según estos apuntes, el P. Maller llegó a Río de Janeiro, procedente de Estados Unidos de América, el 1.9 de marzo de 1853 y fue nombrado Superior de la Santa Casa de Misericordia y Director de las Hijas de la Caridad; puesto que había desempeñado el P. Monteil, fallecido en 27 de noviembre de 1852.

En octubre de 1853 va a Francia. El 21 de mayo de 1854 vuelve de Europa. En noviembre de 1855, por renuncia del P. Moraes, es nombrado Visitador del Brasil. En 1866 hizo la santa visita en Caraca. En julio de 1858 pasa de nuevo visita a Caraca y queda como Superior de esta Casa; siendo sustituido en el cargo de Visitador por el P. Lemant.

El autor de los «Apuntamentos» calificaba al P. Maller como hombre de virtud muy austera. Parece que uno de los mayores males de la Fundación de Caraca al llegar el P. Maller como visitador era el afán de hacer nuevas construcciones en la casa. Tal vez eso explica por qué el P. Maller fue tan parco en dejar recuerdos arquitectónicos y lo poco que dejó no brilla precisamente por su buen gusto artístico.

Otro abuso que también trató de remediar era el gran número de entradas y salidas que tenía la casa. Durante su estancia en el Brasil tuvo el P. Maller frecuente correspondencia con D. Antonio Ferreira Vicoso, C. M., Obispo de Mariana, sobre mil asuntos diversos. El Obispo le encomendaba la confección de la «Epacta» y la redacción de cartas latinas que reexpedía sin más enmienda.

«El P. Maller durante el cuatrienio de su superiorato, dice el Padre Silva, fue siempre querido y venerado de todos y principalmente de los que aman esta casa, probándose una vez más que Dios la bendecía siempre que una administración sensata regía sus destinos. El nombre del venerado Hijo de San Vicente, que murió siendo Visitador en su tierra natal, nunca será olvidado en Caraca». (Rec. do Arch. Públ. mineiro.)

Aquellos que por su antigüedad más de cerca pudieron aspirar el precioso perfume que le legó la fama de sus virtudes, de su saber y de su admirable prudencia hablan, del P. Maller con la misma veneración que cuantos le conocieron en París y en España y antes en los Estados Unidos de Norteamérica, y reconocen en él a uno de los más valiosos elementos de que se sirvió el P. Etienne para reconstruir la casi extinta Provincia del Brasil.

  1. O. c. p. 35
  2. O. c. p. 355.

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