IV. — CONFERENCIA SOBRE SUS VIRTUDES
Asisten, con la Comunidad barcelonesa, todos los señores Superiores y demás misioneros de otras Casa que estuvieron por la mañana en la Misa-Funeral.
Son llamados a hablar el H. Miguel Salas, el bueno del sacristán perpetuo de esta Casa, donde lleva ya 28 años de residencia, y el P. Rafael Socias Consejero Provincial desde 1922. El buen Hno. nos edifica hablándonos de las virtudes propias de nuestro espíritu que él vio brillar en el finado, de su gran amor a la Congregación y de su ejemplar observancia regular. Cita, en confirmación, algunos rasgos y recuerdos edificantes: por su sencillez y trato afable y cariñoso con todos, tenía entre los fieles que frecuentan nuestra iglesia, fama de Padre bondadoso ; un día que me recibió mal, vino después, humildemente, a pedirme que le dispensara aquel proceder desabrido; por las mañanas era puntualísimo en levantarse al toque de la campana, de modo que, al ir para el «Benedicamus Dno.», tenía ya, invariablemente, la luz encendida: su elevado cargo no le hacía entonado ni desdeñoso con los pequeños y humildes, como nosotros los HH. Coadjutores…
El P. Socias empieza visiblemente emocionado. No trata de ocultarlo y dice llanamente el por qué: Desde mis tiempos de estudiante, el buen P. Camelias tuvo gran influencia sobre mí, y creo que esta influencia me ha hecho mucho bien. Como creo igualmente que para la Congregación y para la Provincia ha sido un excelente misionero lleno de virtud, digno de la mayor veneración…
Después, sin dejar este tono de conmovida evocación, va refiriéndose el P. Socías a los siguientes puntos concretos:- Amor a la pequeña Compañía, votos y virtudes del misionero, amor a la Provincia.
El P. Comellas —dice— tenía un conocimiento extraordinario de San Vicente, N. P., de la Congregación y de todas sus cosas (Constituciones, Reglas, Decretos, Circulares, Personal, Tradiciones y costumbres…). Muchas veces le encontré yo en su habitación entregado a sus lecturas favoritas, que eran sobre estos temas nuestros. Visitador modelo en este aspecto, capacitándose más cada día para poder orientar la vida regular y los ministerios de la Provincia, según el espíritu, las máximas y los métodos vicencianos, a pesar de no haber ejercitado él, prácticamente, ministerio alguno de celo, excepción hecha del confesionario.
Amó la Congregación en su espíritu y en sus Reglas: alcanzó fama de observante en sus años de formación y la conservó toda la vida. Yo soy testigo de ello en las diversas Casas y épocas en que con él conviví. Visitador, ha logrado con su constante empeño y vigilancia, mantener este espíritu de regularidad en la Provincia.
Acerca de los santos Votos, hizo destacar cómo amó y enseñó prácticamente la pobreza y el espíritu de desprendimiento, a pesar de proceder de una familia acomodada. Estando ya en la Congregación, recibió con igualdad de ánimo la desagra-dable noticia de la bancarrota familiar… Con lo poco que le quedó, compró gran parte de la actual huerta de Bellpuig, que cedió más tarde a la Casa, reservándose solamente un módico interés.
Fue siempre sencillo y asequible a todos. Huía de toda afectación, de modos estudiados, de toda singularidad en el porte, vestido, etc., y si en el comer admitía distinción, fue debido a su crónica anemia y debilidad orgánica y al régimen a que vivía sujeto, sin que pueda negarse que tal vez hubo algo de exagerada aprensión en este particular (i).
Admiré su espíritu de obediencia y respetuosa sumisión a los Superiores Mayores en las varias veces que hubieron de contrariar sus planes. Jamás se permitía hablar desfavorablemente de ellos, y trató siempre de fortalecer en todas partes su autoridad y su prestigio.
Adictísimo a su Vocación y muy agradecido a Dios por ella, son notables las Conferencias que solía pronunciar sobre este punto, por lo sentidas y entusiastas.
Con su sencillez encantadora atraía y se ganaba fácilmente la confianza de propios y extraños. Aparecía externamente como uno cualquiera de la Comunidad, y afuera hizo nula ostentación de su alto cargo, procurando y consiguiendo más bien ocultarlo.
Tenía, por otro lado, aquel su carácter impetuoso y vehemente contra el cual hubo de luchar toda la vida, desquitándose de la prontitud de sus primeros ímpetus con otra laudable prontitud: la de reconocerse y pedir humildemente que se los perdonaran.
Como es notorio, el celo sólo pudo ejercitado públicamente en el confesionario. A él se dedicó con la mayor asiduidad, y las almas sabemos que gustaban de su dirección paternal, sencilla y segura. Muchos habrán llorado su pérdida.
El amor grande e ilustrado a la Congregación tenía en el P. Comellas una intensidad mayor, si cabe, en relación a su dilectísima Provincia de Barcelona. Ya se ha dicho antes cómo se esforzó por mantenerla en la observancia regular. Fomentó el desarrollo de sus obras y ministerios, particularmente las misiones. Salvó con tino y prudencia su economía, logrando, tras largas y laboriosas gestiones la reciente indemnización estatal de la antigua Casa de Barcelona… Practicó con impecable
regularidad las Visitas Canónicas. Prodigó especiales cuidados a los enfermos de cuerpo y a los de espíritu. Tuvo por máxima levantar a los misioneros caídos, ocultando en lo posible sus caídas aún a los mismos Consejeros. Sucedióme a mí varias veces que, al intentar aclarar particulares sospechas sobre algunos, hube de verme defraudado en mis preguntas. Murió, al fin, trabajando y sirviendo a la Provincia…
Dios quiera —termina el P. Socias— que la saludable influencia que tuvo siempre el buen Padre en mi vida, desde mi juventud, siga teniéndola en mí y en todos con su memoria y el recuerdo edificante de sus virtudes.
Cierra la Conferencia el señor Superior y Vicevisitador, P. Ramis. Agradece la asistencia de las otras Casas al Funeral y a la Conferencia. Comenta las frases de la Sagrada Escritura: «Curam babe de bono nómine», y «Ut videant opera vestra bona…». Como que —dice— aunque la muerte haga olvidar, algo perdura, hay obligación de procurar que este algo que queda, la estela, sea edificante. Siempre da gusto encontrar rasgos de edificación cuando recordamos la vida de antiguos misioneros.
Nuestro señor Visitador —prosigue— los deja ciertamente. Pero, yo no voy a repetir los conceptos ya vertidos y que en gran parte coinciden con mis pensamientos.
Insiste, no obstante, en ponderar su espíritu de pobreza y desprendimiento (t). Yo —añade— y muchos de nosotros, nada dejamos para seguir la Vocación; él, en cambio, con su posición, las fábricas y negocios de su padre, entonces bien acreditados, y sus 20 años, hubo de dejar y sacrificar no poco… Los «intuitu» que recibía solía destinarlos a la Provincia o a las EE. Apostólicas o a obras de caridad. En su testamento deja a la E. Apostólica de Bellpuig sus últimos ahorros (2.000 ptas. en valores municipales).
También se refiere brevemente a algunas virtudes, como la sencillez y llaneza de trato, característica sobresaliente del P. Comellas; a sus Visitas canónicas, tan paternales para todos; a su amor y entrega completa al cuidado de la Provincia. Los que recordamos cómo la recibió, en lo espiritual y en lo económico, en sus obras y en sus Casas, habremos de reconocer lo mucho que la deja mejorada a pesar de todas las circunstancias adversas.
No vamos a canonizarle —termina el P. Ramis—, pero podemos y debemos mirarle como modelo y estarle sinceramente agradecidos por todos sus servicios y sacrificios en favor de nuestra amada Provincia de Barcelona. Y pedirle al Señor que nos conceda un nuevo Visitador que sea según su divino Corazón y el de San Vicente para continuar la Obra del P. Comellas.