El Mundo: reto para el laicado, reto para todos

Francisco Javier Fernández ChentoFormación CristianaLeave a Comment

CRÉDITOS
Autor: Gerardo Sánchez Gómez, C.M. · Año publicación original: 1997 · Fuente: Encuentro de la Familia VIcenciana.
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Chechenia, Ruanda, Bosnia, Liberia, Albania… Basta esta cita para sentirnos acosados por los fantasmas más espantosos del ser humano: egoís­mo, intolerancia, guerra, hambre, explotación, xeno­fobia, pobreza, desigualdad, represión… revolo­tean sobre nuestras cabezas sembrando semillas de desaliento e impotencia. Qué podemos hacer, nos preguntamos resignados mientras cambiamos de cadena mental intentando pensar en asuntos menos sangrantes.

Esta colaboración no será un análisis de la rea­lidad en sentido estricto ni un tratado teológico-pastoral sobre el laicado. Es una mirada sostenida al mundo que nos rodea y que creamos en cada instante para indagar la veracidad del encabeza­miento: ¿es 1998 un año en el que la Presencia Vivificadora de Jesús se está haciendo presente en el mundo? Como continuadores de Su obra, hemos recibido el encargo de hacer visible, pal­pable, a Jesucristo en el mundo. ¿Cómo podemos colaborar los cristianos, especialmente nuestra inmensa mayoría laical, responder, desde nuestra experiencia de fe, a los problemas del mundo y los desafíos que nos plantea la convivencia? La pregunta no es tanto si Jesús es creíble en nues­tro mundo, sino si el Jesús que los cristianos pre­sentamos con nuestra vida ofrece una palabra de Vida y Salvación a los hombres de hoy.

El Mundo como realidad humana. ¿De qué estamos hablando?

Básica y gráficamente expresado, el mundo es una pelota aislada que gravita en el vacío, habita­da por multitud de seres distintos, entre los que se encuentra, como el más adaptado de todos, el ser humano: unos cinco mil millones, para ser más precisos.

Hasta ahora, todo bien. El planeta tiene tama­ño y recursos suficientes como para permitir la vida y desarrollo de todos los seres que en él con­viven. El mundo, así entendido, no es ningún pro­blema: es lo que es.

El mundo del que hablamos es el mundo humano: la forma que tiene el hombre de relacio­narse con la naturaleza y consigo mismo, cómo entiende su historia, su naturaleza y su destino. Este mundo, a diferencia del primero es lo que el hombre piensa que es y planifica qué será.

Esto explica muchos problemas que hemos ido creando con el tiempo y nuestra libertad: no todas las formas de relacionarnos con la natura­leza y entre nosotros son iguales, ni es irrelevante el modo en que nos entendemos y explicamos o cómo proyectamos nuestro destino. Nuestra supervivencia puede depender de dar una res­puesta acertada a este enigma que llamamos «mundo».

Date cuenta: el modo de entender el mundo que ha dominado hasta ahora se ha convertido en un sueño. Creíamos estar despiertos, más despiertos que nunca, más que nadie en toda la historia de la Humanidad… y, sin embargo, dormía­mos… y soñábamos los sueños de la superabun­dancia del crecimiento ilimitado, de la inevitabili­dad de la miseria y el hambre, de la omnipotencia y asepsia ética de la ciencia, de las ideologías maniqueas, del predominio de lo económico sobre cualquier otra consideración humana, del industrialismo, del dominio/explotación de la natu­raleza, de la eficacia de la violencia como medio de solventar conflictos…

Dormíamos… hasta ahora. El despertador del Mundo está sonando y ha llegado el momento de despertar venciendo la pereza que ralentiza nues­tros cambios de mentalidad, la adquisición de nue­vos hábitos, criterios novedosos, recién asumidas, actitudes necesarias para vivir el nuevo día… Cuando suena el despertador y despertamos, es inútil cerrar con fuerza los ojos, esforzándonos por retomar los sueños: se han ido y nos han dejado una nueva conciencia, una nueva responsabilidad, aunque nos disguste la exigencia del despertador que nunca pregunta si queremos ser despertados o no. Es una alarma, imperativa, y aún siendo necesaria, nos sobresalta y obliga a cambiar.

¿Qué nos ha despertado? Las consecuencias negativas de la manera dominante de entender el mundo han hecho que, a pesar de sus valores positivos, la Humanidad se encuentra en un calle­jón sin salida. Suenan las alarmas del mundo indi­cando algo simple: ya no vale el modo de enten­der el mundo mantenido desde la Modernidad: nos conduce a la deshumanización y destrucción de la vida del planeta. Debemos reconocer el error. Aún no sabiendo las nuevas respuestas, sí cons­tatamos que el modo de vida euro-norteamericano, la ideología dominante, no es el camino. ¡Ya es hora de despertar!

Los despertadores del Mundo

Estas llamadas urgentes, retos, problemas que padece el mundo son síntomas de un mal anterior. El mundo se comporta como un enorme y complejo sistema en el que todo está inter­relacionado: el crecimiento económico, las nue­vas tecnologías, las políticas, los medios de comunicación, la alimentación y la seguridad, los recursos naturales, el medio ambiente, la energía, el crecimiento demográfico, los problemas socia­les de migración, vivienda, salud y empleo, los valores y las religiones… no son elementos aisla­dos. Cuando uno entra en crisis todos se conta­gian. Aunque también funciona en positivo: cuando logramos cotas más humanas en uno de ellos, todos se benefician. Estos problemas sin imperativos: exigen una decisión a cada uno de noso­tros. ¿Queremos hacer algo para solucionarlo? La respuesta negativa implica pasar a formar parte del problema: ante los problemas del mundo nadie es neutral.

Sin ánimo de ser exhaustivo, debo indicar, a mi juicio, los principales retos que tiene pendientes la Humanidad:

La concepción economicista del mundo, el desarrollismo indiscriminado, el beneficio a cual­quier precio, la economía especulativa, el comer­cio transnacional… afectan decisivamente al resto del sistema y están en la base y explican muchos de los conflictos que asolan ininterrum­pidamente alguna zona del planeta desde hace años. Mientras el ser humano no sea más que mercancía, un factor económico al servicio del beneficio, los cambios serán sólo superficiales. Algunos problemas derivados de esta mentali­dad son el comercio internacional de armas y drogas, armamento nuclear, órganos…, la san­gría que supone el pago de la deuda externa de los países pobres, el aumento de la población cada vez más empobrecida y su desplazamiento a las ciudades, el paro, las condiciones inhuma­nas de trabajo: (la mentalidad del «tener tantos obreros como hacía falta, tanto tiempo como haga falta y sólo cuando haga falta»), la marginación y la exclusión social, la dualización de la socie­dad… son causa de muy probables desequili­brios futuros y, si no se actúa a tiempo, conflictos armados.

La unidad política mundial se está convirtiendo en una necesidad urgente. El principio «proble­mas globales requieren soluciones globales» se hace actual: los conflictos bélicos, excesos de las compañías transnacionales, comercios ilegales de drogas, armas… son los únicos beneficiarios de un mundo unido en lo económico y dividido en lo político. En la actualidad, sólo hay aduanas para las personas: las mercancías y el capital no conocen fronteras. Relacionado está el encuentro, o encontronazo, entre culturas y pueblos que han de evitar las formas pasadas y actuales de colo­nialismo, imperialismo, áreas de influencia… y sus reacciones: nacionalismos, xenofobia, racis­mo, fundamentalismo… Aprender a convivir es una tarea pendiente.

La contaminación medioambiental y la escasez de recursos. La crisis del petróleo de 1973 nos abrió los ojos al hecho de que no podemos seguir consumiendo a este ritmo. El crecimiento tiene unos límites que debemos respetar. El crecimiento económico como principal objetivo de la econo­mía es un callejón sin salida. Los efectos de hiper­contaminación del medio ambiente, esquilmación de tierra virgen, bosques, agua potable, aumento de la temperatura media del planeta, disminución de la capa de ozono, lluvia ácida, contaminación del aire…, son constatables en cualquier zona del mundo.

La amenaza nuclear persiste… y aumenta. Nos advierte que nuestro frágil mundo no es eterno, de que hoy más que nunca está en nuestras manos su desarrollo o su destrucción. Esta amenaza ha aumentado por el tráfico ilegal de armamento nuclear que sustrae su control a la Humanidad.

La desigual distribución de los recursos del planeta es el origen de infinidad de males que vapulean la dignidad y la misma vida humana. La pobreza y. en su forma más dramática, el hambre, no son efectos inevitables de una tierra que no puede alimentar a tantos, sino que hoy es una relación culpable. Hay para todos, pero la distri­bución hace que unos engorden mientras otros mueren. La famosa proporción 20%-80% (Huma­nidad-Recursos que utilizan) que va en aumento indica que este modo de acaparar bienes condu­cirá en el mejor de los casos a 25%-100%; entran escalofríos al pensar en el 75% restante de la población. El sistema de reparto ha llegado a esta locura: el bienestar de los países y personas ricas del mundo se basa, nutre y consolida en el ma­lestar y miseria de los países y personas pobres. Y aún no queremos darnos cuenta.

Efecto de la pobreza y la violencia es el fenó­meno de la guerra y el derivado de los desplaza­dos y refugiados (millones), los niños de la guerra con todos sus problemas de adaptación, los millo­nes de mutilados por las minas terrestres, las zonas arrasadas por las guerras y la semilla de odio que dejan siempre estos conflictos, fruto y germen de futuro sufrimiento. Hoy sabemos que el mejor modo de sobrevivir a una guerra es alistarse en alguno de los ejércitos contendientes. La población civil es la principal víctima de todos los conflictos.

La investigación científica incontrolada que puede llevar a esclavizar al hombre. La manipu­lación genética y la posibilidad real de patentar nuevas formas de vida es uno de los aspectos de la ciencia que recientemente más recelos está levantando. Tampoco olvidemos que la mayor parte de la investigación que se desarrolla en el mundo está orientada a fines militares.

No es nuevo decir que los Medios de Masas han cambiado el mundo. Sin embargo, los mono­polios de las agencias de noticias y medios de comunicación son un gran filtro que permite re­saltar u olvidar noticias, conflictos, tragedias… ¿Quién se acuerda de los kurdos? ¿Y de los saharauis? Incluso ha dejado de ser verdad que una imagen vale más que mil palabras: en los medios vemos sólo lo que sus dueños quieren que veamos. Sin embargo, en este mundo com­plejo las cosas son mucho más esperanzadoras: las redes de información pueden suponer la ver­dadera democratización del planeta. Todavía recordamos la rueda de prensa que el coman­dante Marcos sostuvo en su escondite mediante Internet con cualquier periodista o persona de a pie que quisiera saber de él. Es el contacto per­sonal sin más intermediario que un soporte mecánico: un mundo desconocido nos abre sus puertas y nos reta a aprovecharlo en pro de una Humanidad más humana, que en este caso no es en absoluto una redundancia.

Y nosotros, ¿qué?

A menudo me ha sucedido que, después de describir estos retos que se le plantean a la Huma­nidad, el auditorio destila un poso de impotencia y desaliento. Nada más lejos de mi intención. Esto es sólo una parte de la compleja realidad que lla­mamos mundo. Ni la ideología más dominante lo es en tan gran medida que aniquile a las demás. Ningún sistema ha sido tan opresor que haya impedido el que, junto a la voz principal, se hayan escuchado voces minoritarias. Juntos el trigo y la cizaña, son muchos los brotes de Humanidad que llaman a la esperanza. Pero hemos de decidir en qué lado queremos vivir: ¿Siendo parte de los pro­blemas, colaborando con nuestro trabajo, compli­cidad, silencio o desinterés? ¿Queremos ser parte de la solución con nuestro compromiso transfor­mador? Es nuestra decisión. Un mundo inquietan­te y fascinante se abre ante nuestros ojos. Todavía puede haber quien prefiera fingir que duerme, o enfadarse con quienes nos señalan los retos que plantea el Mundo: ¡estos ecologistas!… ¡estos anuncia-desastres!… ¡y dale con los derechos humanos!… son expresiones de un enojo mal diri­gido: nuestra protesta debe ir contra quien no nos despertó antes y ha colaborado en que las cosas lleguen al punto actual.

Además, debemos ser conscientes de que el problema no son principalmente las instituciones, los mecanismos sociales, los avances tecnológi­cos ni los sistemas de producción, distribución o consumo. Si no existiesen, tendríamos que inven­tarlos. El principal problema está en el interior de las personas que los crean, alimentan, los sostie­nen, utilizan y financian. Son sus motivaciones, sus conceptos del hombre, sociedad y mundo, el sentido que le dan a su vida, sus creencias… quie­nes animan las estructuras. Aquí es el lugar donde la experiencia cristiana tiene verdadera carta de naturaleza como palabra y acción humanizadoras y vivificadoras del Mundo. Los creyentes en Jesús colaboramos en la construcción del mundo aportando nuestra experiencia: seguir a Jesús de Nazaret es un camino que conduce a todos y a cada uno de los seres humanos y a la Creación entera a su Plenitud.

Los laicos, testigos de Jesús hoy y ahora: pistas para una respuesta laical al mundo.

Delante del Misterio de la Vida-Muerte-Resu­rrección de Jesús, ¿cómo nos situamos los cris­tianos ante esta situación? Podemos sospechar que en nuestra Iglesia, santa y pecadora, sus hijos hemos adoptado casi todas las opciones posibles. Sin embargo, la respuesta no es la misma si nos preguntamos dónde deberíamos estar, dónde debe situarse la Buena Noticia, cuá­les son las consecuencias de seguir a Jesús viviendo en nuestro mundo, cómo la persona de Jesucristo ilumina nuestro mundo, lo plenifica y llena de Vida.

Porque, como seres humanos, todos somos responsables de conservar y administrar el mundo tal y como lo hemos recibido de las generaciones pasadas y transmitirlo, mejorado, a las generacio­nes futuras. Pero es que, además, la vocación cristiana nos concede una visión más profunda del mundo y del hombre. Para los creyentes en el Dios de Jesús de Nazaret el mundo no es sólo esto que vemos, medimos, palpamos y sufrimos. En él descubrimos, misteriosa y sorprendente­mente, la presencia de Dios potenciando y plenifi­cando los propios dinamismos de la vida, dando consistencia a nuestra existencia.

Merece la pena retomar el inicio de esta cola­boración: «Año del Señor…». Así comencé por­que esta expresión ya algo arcaica nos sitúa a los cristianos en la Historia. El mundo, el tiempo y el espacio es donde se manifiesta la Gracia, la presencia salvadora de Jesucristo. Los cristia­nos somos depositarios y testigos de la Noticia Buena que la Humanidad esperaba. Nos corres­ponde hacer visible esta Presencia en el Mundo, dar frutos del Espíritu, como nos anima san Pablo.

Describir todas las consecuencias prácticas de la experiencia cristiana es excesivo. La preo­cupación de la Iglesia es cómo hacer creíble que la experiencia de Jesús es, sigue siendo hoy, una Buena Noticia para este mundo. La llamada de Juan Pablo II a la Nueva Evangelización no pare­ce ajena a esta preocupación. ¿Cómo debemos actuar en este mundo tan convulsionado, complejo y fecundo para que nuestros hermanos reciban a Jesucristo como Buena Noticia para su vida?

Sea cual sea la actuación de la Iglesia en la humanización del mundo son los laicos quienes harán posible o no la transmisión del mensaje de Jesús de forma creíble. Y esto no por la escasez de vocaciones consagradas o sacerdotales, sino por dos motivos, entre otros, porque los laicos son quienes en la Iglesia han recibido el encargo de seguir a Jesucristo transformando el mundo y por­que constituyen la inmensa mayoría del Pueblo de Dios.

¿Qué hacer para que la Buena Noticia de Jesús llegue al corazón de las mujeres y varones de nuestro tiempo?

Hacer creíble a Jesús ahora es dar respuestas tales a los problemas del mundo que conduzcan a la Creación a cotas más altas de Humanidad, que posibiliten que todos puedan desarrollar sus ca­pacidades, desplegar su Vida en libertad y res­ponsabilidad, poniendo siempre al ser humano y su dignificación como objetivo primero de nues­tras opciones concretas.

Sorprendentemente, la fuente donde acudir para inspirar respuestas es antigua, pertenece a la raíz de nuestra experiencia de fe. El cristiano, para transformarse y transformar el mundo, ha de seguir a Jesucristo, llenándose de Él y dando, per­sonal y comunitallamente, los frutos del Espíritu de Jesús. Se trata de creernos las consecuencias de empeñarse en eso que llamamos «Civilización del Amor»‘: construir nuestro mundo desde el amor como valor central. Seguramente, alguno al leer esto esboce una sonrisa: «para este viaje…». Una vez más se afirma la experiencia de Jesús: lo bueno y lo malo sale del corazón del hombre. El primer paso, fundamental, es avanzar en la con­versión.

Convertirse a Dios, tener experiencia personal de Él.

La segunda línea de actuación es darnos cuenta de que la conversión a Dios incluye la conversión al mundo. Nadie tomará en serio a nuestro Dios si no nos ven tomarnos en serio el mundo: nadie creerá que Dios es Amor si no nos ven construir nuestra vida poniendo al Amor como eje fundamental. Tampoco hablar de opción por los pobres, misericordia, compasión… tendrá sentido si no aportamos a la construcción del mundo nuestras vidas y relaciones sociales, construidas desde estos valores. El mundo nece­sita signos claros de que el amor es todavía una opción desde la que construir la sociedad, mejor que la construida desde el propio interés egoísta, que la Historia no ha terminado aún, que el neo­liberalismo no es la última palabra. Mientras con­sintamos que un barril de petróleo sea más valio­so que un ser humano, nuestra fe no será Buena Noticia para nadie. Y si a alguien le parece una exageración, que se lo pregunten a los kuwaitíes y ruandeses.

Si ser cristiano es dar frutos del Espíritu, estos ya los conocemos. Amor mutuo y Unidad son los únicos encargos que Jesucristo hizo a su Iglesia: El cristiano debe distinguirse por ser punto de unión entre todos los hombres. Si la unidad mun­dial es difícil, que los cristianos no dejemos de dar testimonio de Fraternidad Universal. Y esto, que leemos tan fácilmente, se ve más costoso cuando se trata de acoger a minorías cercanas y personas con nombres y apellidos: gitanos, ciertos enfermos, inmigrantes pobres y de razas más oscuras, personas de otras confesiones religiosas.

La mentalidad economicista exige un testimo­nio claro de los cristianos laicos: una vida austera con los recursos disponibles, solidaria con quie­nes pierden en la sociedad y son excluidos, exi­gente con los gobernantes y los poderosos, cui­dadosa con el medio ambiente aunque nos cueste rascarnos más el bolsillo.

Se trata, no de parchear o adornar nuestra vida, sino cambiar la forma de vivir. Reconocer que el mundo es nuestra casa, que la naturaleza es algo que debemos respetar, pues de ella nos alimenta­mos, asumir que hemos de cambiar nuestro modo de producir y consumir: supone olvidarnos del «yo con lo mío hago lo que quiero» y recordar que los bienes de la tierra fueron creados para ser disfrutados por todos. Ya no se trata sólo de paliar las necesidades del pobre: se trata de acompañar a las personas empobrecidas en su lucha por la dignidad. Ahora se trata de denunciar su situación, de preocuparse y controlar lo que las autori­dades hacen en nuestro derredor, de ejercer nuestros derechos como ciudadanos exigiendo leyes más justas y solidarias con todos y consin­tiendo que los problemas de «los otros» no nos resulten ajenos. El testimonio que puede conven­cer a los pobres de que Dios no los ha abandona­do o castigado, es el saber que otros hombres, en nombre de Jesucristo, permanecen junto a ellos, co-sufriendo y co-operando en la búsqueda de soluciones a su pobreza. Si no nos ven a los cris­tianos, ¿cómo creerán en Cristo?

Ser laico hoy significa ser crítico con las aso­ciaciones que intentan mejorar las cosas, pero desde la solidaridad, implicándonos con ellas en la búsqueda de soluciones. Es crear conciencia de que lo que es de todos es también mío… para cuidarlo, no sólo para aprovecharme de él.

Pero para vivir laicalmente es necesario perder el miedo: transformar el mundo implica meterse a fondo en él, amarlo… y mancharse las manos con él. No podemos tomar decisiones absolutamente blancas o negras, sino que el Reino se abre paso a través de opciones con muchos matices de gris, asumiendo como laicos el riesgo de man­charnos las manos tomando decisiones con pros y contras. Esta ha sido la actuación de Dios a lo largo de toda la Historia, la lógica de la Encarna­ción. A nosotros nos toca asumir que el Reino no es obra nuestra, sino de Dios a través de nuestras acciones, aciertos y fracasos. Pero somos, insisto una vez más, los ojos, manos, pies y boca de Jesús y a través de nuestra vida los hombres podrán descubrir la Nueva Noticia que nos llena de sentido y felicidad.

Alguien me hizo esta reflexión: si los cristianos viviéramos nuestra vocación, ¿habría huérfanos entre nosotros? ¿habría ancianos abandonados? ¿parados? ¿mendigos? ¿permitiríamos que 40.000 niños y varios millones al año murieran de HAM­BRE? ¿Dejaríamos que un hermano nuestro dur­miera en la calle abandonado? ¿Oiríamos hablar de los excluidos y nos quedaríamos tan tranqui­los? ¿No será este el reto final que el Mundo nos lanza a los cristianos? Redescubrid vuestra voca­ción, actualizad aquellas palabras: «me ha ungido para que dé la buena noticia a los Pobres». ¿No es éste el signo profético que anuncia la presencia de Dios en el Mundo y que la Humanidad sigue esperando?

El mundo necesita saber que no somos incon­sistentes, sino que Dios nos ama apasionadamen­te, que todos estamos llamados a la Plenitud de la Vida y que, al fin, yo sí soy el guardián de mi her­mano. Pero Jesús no puede acercarse a nuestros vecinos: Él sólo nos tiene a nosotros, especial­mente a los laicos para dar a conocer lo mucho que valemos por lo mucho que Él nos Ama.

No podemos seguir dormidos, sino más des­piertos que nunca, como insistía san Pablo. Hemos de prepararnos para afrontar el nuevo mundo que se abre, aquilatando lo bueno del pasado y siendo creativos  en las soluciones. Si los desafíos del mundo nos exigen a todos los hombres cambiar de vida, a los cristianos nos impelen a profundizar en el seguimiento de Jesús: la con­versión. Ser conscientes de la vocación laical y comprometerse en la humanización del mundo son los primeros pasos en la construcción del Reino de Dios que es obra sólo del Padre. De nosotros depende que 1998 sea realmente un año del Señor.

Bibliografía básica

  • KING, A. y SCHNEIDER, B.: La primera revolución Mundial. Informe del Consejo al Club de Roma, Plaza y Janés, Barcelona, 1991.
  • AA.VV.: El Estado del Mundo 1997: Ed. AKAL, Madrid, 1996.
  • DE SEBASTIÁN, L.: Mundo rico, mundo pobre. Po­breza y solidaridad en el mundo de hoy: Sal Terrae, Santander, 1992.

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