2º icono: La Virgen del Globo: Nuestra Señora de los cuidados humanos
Este icono corresponde a la 1ª fase de la 2ª aparición de María a Santa Catalina Labouré. Fue el día 27 de noviembre, sábado, víspera del primer domingo de Adviento, a las 17.30. En el camino hacia la Navidad, María es la Virgen de la vigilante espera, la aurora que precede al nacer del Sol de la Justicia, aquella que nos dispone para acoger el don de la salvación y hacerlo fructificar en nuestra vida. Escuchamos el relato: «Después de la meditación, en gran silencio, me pareció oír un ruido al lado de la tribuna. Mirando en esa dirección, percibí a la Santísima Virgen. Estaba de pie, vestida de blanco aurora (…). En las manos, elevadas a la altura del pecho, traía un globo, que representaba al mundo, sosteniéndolo en un gesto muy natural, con los ojos erguidos hacia el cielo. Su rostro era de tal belleza que jamás podría describir. De repente, percibía anillos en sus dedos, cubiertos de piedras preciosas, unas mayores y otras más pequeñas, que arrojaban rayos, unos más bellos que otros (…). Mientras yo me impresionaba en contemplarla, la Santa Virgen bajó los ojos, los fijó en mí y una voz interior me dijo: ‘Este globo que veis representa el mundo entero, especialmente Francia, y cada persona en particular’. Aquí, no sé expresar lo que sentí, ni como eran bellos, deslumbrantes los rayos que veía. Y la voz me dijo además: ‘Estos rayos son el símbolo de las gracias que derramo sobre las personas que las piden’”.
Inicialmente, la mirada de la Virgen está orientada hacia lo alto, hacia el Altísimo, fuente y origen de todas las gracias, de quien María recibe todo lo que tiene y distribuye. Señal evidente del primado de Dios en su vida robustecida por la fe. La belleza que resplandece en su semblante es irradiación de la belleza del Eterno, transparencia de su bondad sin límites, reflejo de su santidad. En las manos de la Virgo Potens, cerca de su corazón maternal, vemos el globo terrestre, el mundo entero tiernamente acogido, presentado y ofrecido al Creador y Padre. Poder entendido como cuidado, desvelo y protección. Es la Señora de los cuidados humanos, de la que habla Don Helder Cámara, aquella que nos da la verdadera dimensión de nuestros problemas, dramas y aflicciones. Todos ellos caben en las manos de la Virgen Madre, que los alberga en el corazón de Dios, de quienes esperamos gracia, fuerza y luz para asumir los desafíos de lo cotidiano y enfrentar las tribulaciones y adversidades con serenidad y determinación. En aquel globo, vemos la historia humana, con sus percances y contradicciones, embarazada de esperanza, aguardando ansiosa la irrupción del Reino de reconciliación y paz, don de Dios y responsabilidad nuestra (cf. Rm 8,22). En aquel globo, vemos sobre todo los anhelos de vida de los pobres, acogidos con maternal desvelo por aquella a quien reconocen e invocan sin cesar como madre y protectora. También en las apariciones de la rue du Bac, María de Nazaret actualiza el vigor profético de su Magníficat, suscitando y confirmando, en aquellos que de ella se acercan, sentimientos, actitudes e iniciativas de solidaridad, compasión y compartir. Así, la Virgen nos convoca a establecer relaciones humanas basadas en el amor fraterno y a instaurar un orden social basado en la justicia, denunciando todo «estilo de vida que excluye a los demás» y todo «ideal egoísta», a partir de los cuales se desarrolla la «globalización de la indiferencia», que impregna a la sociedad contemporánea, entorpeciendo la sensibilidad humana, avivando el individualismo y enfriando el dinamismo de la caridad cristiana. Con qué contundencia el Papa Francisco nos amonesta: “Casi sin advertirlo, nos volvemos incapaces de compadecernos ante los clamores de los otros, ya no lloramos ante el drama de los demás ni nos interesa cuidarlos, como si todo fuera una responsabilidad ajena que no nos incumbe. La cultura del bienestar nos anestesia y perdemos la calma si el mercado ofrece algo que todavía no hemos comprado, mientras todas esas vidas truncadas por falta de posibilidades nos parecen un mero espectáculo que de ninguna manera nos altera” (EG 54). Una genuina espiritualidad mariana nos orienta a remar en contra de una mentalidad consumista, competitiva y excluyente.
Los rayos que se desprenden de las manos de María hacen refulgir en el mundo el brillo de la gloria de Dios, que disipa nuestras tinieblas, aclara nuestros caminos, confirma la fe que profesamos, reavive nuestras legítimas esperanzas, señalando el rumbo del amor, fuente y meta de nuestra vida de peregrinos. Algunas de aquellas piedras no relucían, nos informa Catalina, señalando las gracias que no son pedidas. La Santísima Virgen nos invita a asumir nuestra dependencia del Señor, advierte del primado de Dios en la vida de todo aquel que cree, nos habla de la necesidad de estar con él, vivir en su cercanía, disfrutar de su presencia, suplicar su gracia y acogerla con gratitud. Finalmente, la mirada que se vuelve hacia Catalina es la misma que antes se había fijado en lo alto. El que contempla el misterio de Dios aprende a volver sus ojos hacia abajo, a ver con el corazón, a mirar a los demás y a los hechos con lucidez y benevolencia, captando lo dicho y lo no dicho, escrutando el alma y despertando lo mejor que hay en el interior de cada persona.
Contemplemos a la Virgen del Globo. Sintámonos una vez más tocados por su delicadeza, amparados por su mano, acogidos en su maternal regazo. Permitamos que ella oriente nuestra mirada hacia Dios y nos enseñe a vivir en referencia a él. Hablemos de las angustias que nos inquietan, de las decepciones que nos trastornan, de los sufrimientos que nos visitan, de los miedos que nos paralizan. Reconocemos que todas estas vicisitudes están en aquel pequeño globo que la Madre de Jesús sostiene en sus manos, cerca de su corazón contemplativo, que guardaba todo lo que veía y oía de su Hijo (cf. Lc 2,19.51) y que nos enseña a perseverar en la fe, aun cuando son desafiados y probados, sin ceder jamás a la tentación del desánimo, cultivando aquella “sensibilidad espiritual para leer en los acontecimientos el mensaje de Dios” y aquel “discernimiento evangélico, donde se intenta reconocer – a la luz del Espíritu – una llamada que Dios hace oír en una situación histórica determinada” (EG 154). Recordemos que la mirada iluminada por la fe adquiere el brillo de la caridad e irradia esperanza. Con acierto, nos exhorta el Papa Francisco: “Cada vez que miramos a María, volvemos a creer en lo revolucionario de la ternura y del cariño. En ella vemos que la humildad y la ternura no son virtudes de los débiles sino de los fuertes (…). María sabe reconocer las huellas del Espíritu de Dios en los grandes acontecimientos y también en aquellos que parecen imperceptibles. Es contemplativa del misterio de Dios en el mundo, en la historia y en la vida cotidiana de cada uno y de todos” (EG 288). Recemos con Dom Helder:
¡Madre, me alegra tanto ver el globo en tus manos!
Pero es un globo muy pequeño y temo que, dentro de él,
nuestros grandes problemas, nuestras grandes angustias
sufran mucha reducción.
Miro de nuevo y descubro: el globo pequeño
tiene justamente la virtud de reducir, al tamaño exacto,
los dramas que nos parecen inmensos
y, sin embargo, caben y sobran en la concha de tus manos.
¿Sabemos mantener la mirada hacia el Señor? ¿Hemos depositado en él nuestra confianza y de él esperamos todo lo que necesitamos para vivir y actuar? ¿Buscamos ser sensatos y clarividentes en el análisis de los dilemas y problemas que nos afectan? ¿O, desde el principio, ampliamos los dramas, dándonos por vencidos o acentuando los conflictos? ¿Estamos dispuestos a tocar de cerca las situaciones que hieren la dignidad y las esperanzas de los demás, especialmente de los que más lo necesitan? ¿Cultivamos la ternura y la humildad en nuestras palabras y acciones? ¿Nos esforzamos para ser contemplativos del misterio de Dios en los acontecimientos de la vida?
- Vinícius Augusto Teixeira, C.M.