¡Oh Salvador!
¡Oh Dios mío!
Lo que voy a decir debe llenarnos de espanto:
corremos tras la ciencia
como si la felicidad dependiera de ella.
Hay que estudiar, sí, y tener ciencia, sí, pero con sobriedad.
Algunos alardean de espabilados
y caminan a ciegas en el servicio de Dios.
¿A quién obsequia Dios con su sabiduría?
Al pueblo llano.
¡Qué abismo entre la fe del campesino y la nuestra!
La experiencia me dice
que la religión verdadera está entre los pobres
porque Dios los ha enriquecido con una fe tan viva
que creen, palpan, saborean el pan de vida.
No los veréis, casi nunca, a pesar de penurias y enfermedades,
ni murmurar, ni impacientarse.
¿Por qué todo esto?
Porque son tan sencillos de fe que Dios derrama en ellos
el tesoro que niega a sabios y ricos.
La gente ama al sencillo, aunque no entienda de etiquetas,
porque cuanto habla responde a lo que lleva en su corazón.