«Unos con otros sed agradables y de buen corazón, perdonándoos mutuamente como Dios os perdonó por Cristo». (Ef 5,32).
«Practiquemos, en fin, con delicadeza, la corrección fraterna, otorgándonos mutuamente el perdón». (C 24,3). La corrección fraterna y el perdón mutuo, enseñados por Jesucristo en el Evangelio, contribuyen a reforzar los lazos de la unión comunitaria. Nada extraña que en la convivencia diaria surjan desavenencias y contrariedades entre los Misioneros. Tal situación puede llevarnos a la corrección unas veces y al perdón otras. Esta ha sido la práctica seguida en la Congregación desde los tiempos del Fundador.
1. «Nadie quiere ser corregido con cólera».
Aunque corresponde a todos, según el Evangelio, corregir fraternalmente al que ha obrado mal, sin embargo se deja este cometido con harta frecuencia al superior de la casa. San Vicente daba estos consejos a los que tenían la obligación de corregir:
«Las correcciones, si imitan el ejemplo del Señor, estarán hechas siguiendo la razón y no el humor; cuando reprendiese con energía, no sería nunca con arrebato, sino por el bien de la persona amonestada. Como nuestro Señor tiene que ser nuestro modelo en cualquier condición que sea la nuestra, los superiores tienen que fijarse en cómo gobernó El y regirse por El. El gobernaba por amor; y a veces prometía la recompensa, otras proponía el castigo. Lo mismo hay que hacer, pero siempre por este principio del amor; se está entonces en el estado en el que el profeta quería que Dios estuviese, cuando decía: «Domine, ne in furore tito arguas me» (Sal 6,2) (Señor, no me corrijas con ira). Aquel pobre rey creía que Dios estaba enfadado con él, y por eso le pedía que no le castigase en su furor. Todos los hombres están en la misma situación; nadie quiere ser corregido con cólera; por eso han de dominar la cólera y los deseos de venganza, de forma que no proceda de ellos nada que no sea amor. Pocos son los que no sienten los primeros movimientos, pero el hombre manso enseguida logra dominarse». (XI 476-477).
2. «Hacerlo mansamente, pocas veces y en particular».
La corrección fraterna es un arte que requiere gracia de Dios. Al padre Ozenne le escribía San Vicente, rogándole que soportase a un compañero:
«No quiero decir que no le haga usted las debidas advertencias; pero tiene que hacerlo mansamente, pocas veces y en particular, después de haber pensado delante de Dios si debe hacerlo y de qué manera. He oído decir que los polacos se ganan más por la vía del corazón y de la Caridad que por la del rigor, y naturalmente todo el mundo se irrita con las correcciones secas lo mismo que con las reprimiendas más amables, cuando son frecuentes o están hechas fuera de propósito». (V 153).
3. «Saber pedirse perdón mutuamente».
Pocos medios contribuyen tan poderosamente a la unión de los hermanos como pedir perdón cuando se ha faltado u otorgar perdón al arrepentido. San Vicente escribe estas hermosas palabras al padre Pesnelle:
«Le diré solamente que, para conservar la paz y la caridad entre los suyos, hay que acostumbrarlos a que se pidan perdón mutuamente de rodillas siempre que se les haya ocurrido hacer o decir algo que altere en lo más mínimo esa caridad. Un día una superiora de religiosas me decía que en su comunidad reinaba una gran unión; yo le pregunté a qué atribuía la causa de ello; me respondió que, después de Dios, se debía a la práctica que tenían las hermanas de pedirse mutuamente perdón por las palabras ásperas o contrarias al respeto que hubieran podido dirigirse; y, efectivamente, observé que también era muy útil entre nosotros ese remedio, ya que procuré introducir esta práctica y recurrir yo también a ella cuando caigo en algunos de esos defectos. Ya verá, padre, cómo esa práctica de humildad, si la introduce usted en su casa, será como un bálsamo precioso que suavizará las picaduras de la lengua y los resentimientos de los corazones». (VII 213).
- Si alguien me ofende, ¿sé perdonar de corazón como Cristo perdonó a los que le ultrajaron?
- Tanto si me corrigen como si corrijo yo a otras, ¿practico estos actos con humildad y caridad?
Oración:
«Quiera nuestro Señor iluminarnos con su espíritu para que veamos las tinieblas del nuestro y someterlo a los que El ha puesto para dirigirnos. Que El nos anime con su mansedumbre infinita, a fin de que se derrame en nuestras palabras y en nuestras acciones para que seamos agradables y útiles al prójimo». (VI, 365).