Corrección fraterna y perdón mutuo

Francisco Javier Fernández ChentoEspiritualidad vicencianaLeave a Comment

CRÉDITOS
Autor: Flores-Orcajo · Año publicación original: 1983 · Fuente: CEME.
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«Unos con otros sed agradables y de buen corazón, per­donándoos mutuamente como Dios os perdonó por Cristo». (Ef 5,32).

«Practiquemos, en fin, con delicadeza, la corrección fraterna, otorgándonos mutuamente el perdón». (C 24,3). La corrección fraterna y el perdón mutuo, enseñados por Jesucristo en el Evangelio, contribuyen a reforzar los lazos de la unión comunitaria. Nada extraña que en la convivencia diaria surjan desavenencias y contrarie­dades entre los Misioneros. Tal situación puede llevar­nos a la corrección unas veces y al perdón otras. Esta ha sido la práctica seguida en la Congregación desde los tiempos del Fundador.

1. «Nadie quiere ser corregido con cólera».

correccion fraternaAunque corresponde a todos, según el Evangelio, corregir fraternalmente al que ha obrado mal, sin em­bargo se deja este cometido con harta frecuencia al su­perior de la casa. San Vicente daba estos consejos a los que tenían la obligación de corregir:

«Las correcciones, si imitan el ejemplo del Señor, estarán hechas siguiendo la razón y no el humor; cuan­do reprendiese con energía, no sería nunca con arrebato, sino por el bien de la persona amonestada. Como nues­tro Señor tiene que ser nuestro modelo en cualquier condición que sea la nuestra, los superiores tienen que fijarse en cómo gobernó El y regirse por El. El gober­naba por amor; y a veces prometía la recompensa, otras proponía el castigo. Lo mismo hay que hacer, pero siem­pre por este principio del amor; se está entonces en el estado en el que el profeta quería que Dios estuviese, cuando decía: «Domine, ne in furore tito arguas me» (Sal 6,2) (Señor, no me corrijas con ira). Aquel pobre rey creía que Dios estaba enfadado con él, y por eso le pedía que no le castigase en su furor. Todos los hom­bres están en la misma situación; nadie quiere ser corre­gido con cólera; por eso han de dominar la cólera y los deseos de venganza, de forma que no proceda de ellos nada que no sea amor. Pocos son los que no sienten los primeros movimientos, pero el hombre manso en­seguida logra dominarse». (XI 476-477).

2. «Hacerlo mansamente, pocas veces y en particular».

La corrección fraterna es un arte que requiere gra­cia de Dios. Al padre Ozenne le escribía San Vicente, rogándole que soportase a un compañero:

«No quiero decir que no le haga usted las debidas advertencias; pero tiene que hacerlo mansamente, pocas veces y en particular, después de haber pensado delante de Dios si debe hacerlo y de qué manera. He oído decir que los polacos se ganan más por la vía del corazón y de la Caridad que por la del rigor, y naturalmente todo el mundo se irrita con las correcciones secas lo mismo que con las reprimiendas más amables, cuando son fre­cuentes o están hechas fuera de propósito». (V 153).

3. «Saber pedirse perdón mutuamente».

Pocos medios contribuyen tan poderosamente a la unión de los hermanos como pedir perdón cuando se ha faltado u otorgar perdón al arrepentido. San Vicente es­cribe estas hermosas palabras al padre Pesnelle:

«Le diré solamente que, para conservar la paz y la caridad entre los suyos, hay que acostumbrarlos a que se pidan perdón mutuamente de rodillas siempre que se les haya ocurrido hacer o decir algo que altere en lo más mínimo esa caridad. Un día una superiora de reli­giosas me decía que en su comunidad reinaba una gran unión; yo le pregunté a qué atribuía la causa de ello; me respondió que, después de Dios, se debía a la prác­tica que tenían las hermanas de pedirse mutuamente perdón por las palabras ásperas o contrarias al respeto que hubieran podido dirigirse; y, efectivamente, obser­vé que también era muy útil entre nosotros ese remedio, ya que procuré introducir esta práctica y recurrir yo también a ella cuando caigo en algunos de esos defectos. Ya verá, padre, cómo esa práctica de humildad, si la introduce usted en su casa, será como un bálsamo pre­cioso que suavizará las picaduras de la lengua y los re­sentimientos de los corazones». (VII 213).

  • Si alguien me ofende, ¿sé perdonar de corazón como Cristo perdonó a los que le ultrajaron?
  • Tanto si me corrigen como si corrijo yo a otras, ¿practico estos actos con humildad y caridad?

Oración:

«Quiera nuestro Señor iluminarnos con su espíritu para que veamos las tinieblas del nuestro y someterlo a los que El ha puesto para dirigirnos. Que El nos anime con su mansedumbre infinita, a fin de que se derrame en nuestras palabras y en nuestras acciones para que seamos agrada­bles y útiles al prójimo». (VI, 365).

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