OBLIGACIONES Y COMPROMISOS EN FAVOR DE LA PAZ
105. La paz no es simplemente la ausencia de la guerra o de la violencia. Más aún, la violencia surge de una manera o de otra si no existe el empeño generalizado de construir la paz positivamente como fruto de un tejido de relaciones justas y solidarias que vayan desde el nivel de las simples relaciones interpersonales hasta las mas complicadas construcciones jurídicas y políticas de orden nacional e internacional.
En los países democráticos las actitudes personales mayoritarias y la opinión pública influyen de manera importante en las decisiones de los políticos y de los gobernantes. Por eso es tan importante que las actitudes y criterios de los ciudadanos y la misma opinión pública se inspiren en sentimientos de respeto, de justicia y de fraternidad, una fraternidad abierta a todos los hombres, pueblos y naciones de la tierra.
1. ESPECIALES COMPROMISOS DE LA IGLESIA Y DE LOS CRISTIANOS
106. La promoción de la paz es para nosotros no sólo una preocupación ética y ciudadana, sino también una responsabilidad pastoral y cristiana. La paz, don de Dios y obra de los hombres tiene que ser de manera singular solicitud y responsabilidad de los discípulos de Jesucristo, Príncipe de la Paz. Antes de terminar esta instrucción queremos reseñar las que nos parecen más urgentes tareas de la Iglesia y de los cristianos en servicio de la paz.
107. La misión especifica de la Iglesia es la reconciliación de todos los hombres y de todos los pueblos, entendida en toda su plenitud: reconciliación completa y definitiva entre Dios y los hombres y de los hombres entre sí. Ser cristiano obliga a comprometerse en esa misión: Es urgente que todos los que nos decimos seguidores de Jesucristo mantengamos lúcidamente nuestra vocación y perseveremos en practicarla. Como obispos, queremos ser los primeros en comprometernos totalmente en la construcción de la paz y de la reconciliación, y pedimos también este empeño a todos los miembros de la Iglesia.
108. Reconocemos humildemente que también en nuestras iglesias aparecen muchas veces la injusticia, el egoísmo, las divisiones y los enfrentamientos y que, como consecuencia, estamos también necesitados de reconciliación. Miembros de una Iglesia caminante, siempre necesitada de purificación, invitamos a los demás cristianos a que nos acompañen en un renovado esfuerzo de conversión a la justicia, al amor y a la generosidad, a fin de que la paz del Señor se albergue en nuestros corazones y en nuestras comunidades. Solo siendo ejemplos vivientes de reconciliación y de paz en la justicia y en el amor, nuestra llamada a la reconciliación y a la paz será inteligible y significativa para los hombres y las naciones, y solamente así nuestras Iglesias serán «signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todas el género humano».1
109.Las divisiones entre los cristianos enturbian y debilitan la fuerza de nuestro testimonio en favor de la unidad y de la paz. La llamada de Dios a la paz nos obliga a intensificar los esfuerzos de comprensión y acercamiento entre los cristianos divididos y las diferentes Iglesias cristianas. La oración en común y la participación en obras comunes fortalecerá el valor de nuestros esfuerzos en favor de la justicia y de la paz.
110. Nuestra primera recomendación concreta se dirige a los sacerdotes, religiosos y responsables de comunidades, grupos o movimientos. El estudio, la predicación y la difusión de la doctrina moral cristiana, sobre estos asuntos de la vida social e internacional debe ser una preocupación creciente para todos nosotros. En los Seminarios y Centros de formación se debe conceder un lugar importante a la doctrina social de la Iglesia sobre la paz y las relaciones internacionales.
111. Hemos de recordar a las parroquias y comunidades cristianas su vocación a ser constructores de la paz, orientando y animando a la participación de los laicos en el tejido sociopolítico de nuestra sociedad, en un compromiso vivido desde la peculiaridad de nuestra fe. La Iglesia se define, entre otras imágenes, como instrumento de la unión íntima del hombre con Dios y de los hombres entre si; su catolicidad le permite ser una y plural, local y universal, creando cauces de comunicación y vínculos de unión entre los pueblos y comunidades humanas. Para secundar esta misión de la Iglesia no hemos de confundirla con la propia cultura o la determinada opción política, pero sí actualizar en todas las circunstancias esa misión y esa vocación de unidad y de paz, que «no esta ligada a ninguna forma particular de civilización humana ni a sistema político alguno, económico o social».2
112. Queremos destacar aquí la especial responsabilidad de los padres y educadores. Si queremos que la sociedad del mañana sea más justa y más pacífica que la actual, nuestra generación debe empeñarse en un decidido y sistemático esfuerzo por educar a los niños y los adolescentes en las ideas, los sentimientos, las propuestas y las experiencias de la paz. Será necesario, por tanto, que los padres de familia y cuantos trabajan en instituciones educativas comprendan y asuman generosamente el hermoso y difícil papel de ser verdaderos «educadores para la paz».
113. Pedimos a los padres y educadores que sepan ofrecer a sus hijos y a sus alumnos una visión íntegra de la fe en Dios y de la caridad fraterna, con sus mutuas y esenciales vinculaciones, ayudándoles a descubrir y practicar sus valores dentro de sus propias circunstancias: el diálogo, la paciencia, la verdad, la justicia, el perdón, el respeto, el amor, la solidaridad, la colaboración, el trabajo y la fiesta. Todo ello será, sin duda, anticipo, siembra y promesa de unas generaciones pacíficas y pacificadoras.
114. A los que trabajan en obras y movimientos juveniles les exhortamos a presentar ante los jóvenes el gran objetivo cristiano de la paz de manera realista y atrayente, iniciándoles en el conocimiento de las organizaciones católicas que trabajan por la paz y animándoles a participar personalmente en iniciativas concretas como congresos, marchas, prestaciones voluntarias de cooperación, etc.
115. La educación de la fe es hoy tarea prioritaria en nuestras comunidades cristianas. De la misma entraña de la fe brotan las exigencias de reconciliación y de fraternidad universal. Por ello, la paz debe ocupar un lugar importante en nuestra catequesis, en la que niños, jóvenes y adultos descubran el verdadero significado y las grandes exigencias de la paz.
116. La paz grande del mundo se apoya en los pequeños gestos de paz que cada uno podemos construir a la medida de nuestras fuerzas y nuestras responsabilidades, en la familia, en el grupo, en el trabajo, en la profesión, en el pueblo o en la ciudad, en lo cultural y en lo económico, en las relaciones interpersonales y en la política.
2. GRUPOS DE ESPECIAL RESPONSABILIDAD SOCIAL
117. Especial responsabilidad en el servicio a la paz tienen todos aquellos que dirigen de una u otra manera la vida de las naciones. Pedimos, en primer lugar, a nuestros políticos que en sus actuaciones y proyectos busquen sinceramente la paz y antepongan este objetivo a cualquier otro objetivo personal, partidista, ideológico, económico o político.
118. Los científicos son agentes cualificados en la construcción de la paz. El cambio cualitativo de la guerra moderna es fruto de la tecnología. La investigación y el trabajo científico tienen «el deber de solidaridad humana internacional»; su finalidad es «la generación de la vida, la dignidad de la vida, especialmente de la vida del pobre».3 Una investigación científica polarizada por el interés de la guerra, fácilmente queda prostituida en su auténtica finalidad y pierde su debida orientación ética, aunque los científicos que trabajan en ella no sean moralmente los únicos ni los principales responsables.
119.Queremos hacer una mención especial de aquellos que han adoptado como profesión personal la profesión militar. Quienes ejercen el servicio armado pueden considerarse instrumentos de la seguridad y libertad de los pueblos, pues desempeñando bien esta función contribuyen realmente a la consolidación de la paz».4 Los cristianos que prestan un servicio armado en la construcción y defensa de la paz, deberán vivir también la vocación evangélica que se inspira en el amor, fructifica en perdón y busca positivamente la paz. Para que los militares cristianos perseveren firmes en esa vocación evangélica, la Iglesia les presta su asistencia pastoral mediante sacerdotes especializados a quienes dedicamos desde aquí una palabra de reconocimiento y aliento.
120. Esperamos de los intelectuales que ofrezcan a la sociedad valores éticos y nuevos horizontes que estimulen a salir del egoísmo insolidario y fomenten un mundo mas fraterno, más pacífico, más creativo, más sobrio y laborioso, más festivo y humano; de quienes dirigen y colaboran en los medios de comunicación social, que ejerzan su papel de mediadores entre el hombre y su mundo en un respeto absoluto a la verdad y a los valores morales del respeto y de la convivencia. De unos y de otros, que con sus conocimientos y sus medios traten de promover la responsabilidad, el mutuo respeto, el dialogo y la convivencia pacífica entre todos los ciudadanos.
121.Queremos dirigirnos también a los hombres y mujeres del mundo del trabajo, de los sindicatos y de las asociaciones profesionales y empresariales. Dentro de este vasto campo y en las relaciones mutuas que conlleva, se juega en gran parte la afirmación o la negación de la justicia. Será sólida garantía de la paz individual, social e internacional el que dentro de las relaciones laborales y económicas se observe siempre el sentido de la justicia en sus diversos aspectos, como la dignidad y el respeto a las personas, la justa distribución de los beneficios, la igualdad de oportunidades, la no discriminación por motivo alguno, el reconocimiento del trabajo, las cualidades y esfuerzos personales, el interés por el bien común, etc.
3. NO VIOLENCIA Y OBJECIÓN DE CONCIENCIA
122. La objeción de conciencia debe también inspirarse en el deseo de colaborar activamente en la construcción de una sociedad pacífica, sin rehuir el esfuerzo y los sacrificios necesarios para contribuir positivamente al desarrollo del bien común y el servicio de los más necesitados.
A aquellos que por razones morales se sientan movimos a adoptar actitudes positivas de no violencia activa o a presentar objeción de conciencia al servicio militar, les exhortamos a purificar sus motivaciones de toda manipulación política, ideológica y desleal que pudiera enturbiar la dignidad moral y el valor constructivo de tales actitudes. Semejante recomendación no carece de fundamento, pues con frecuencia tales decisiones, nacidas de sentimientos nobles y humanitarios, se ven solicitadas por ideologías o instituciones políticas que actúan en favor de sus propios objetivos no siempre coherentes con un servicio sincero a la construcción de la paz en la verdad ,la justicia y la libertad.
123.El Concilio Vaticano II alaba la conducta «a aquellos que, renunciando a la violencia en la exigencia de sus derechos, recurren a los medios de defensa que, por otra parte, están al alcance incluso de los más débiles, con tal que esto sea posible sin lesión de los derechos y obligaciones de otros o de la sociedad».5 La estrategia de la acción no violenta es conforme a la moral evangélica, que pide actuar con un corazón reconciliado para liberar al adversario de su propia violencia. El Concilio ha reconocido estos valores cristianos evocando la conducta de Jesús de Nazaret, quien «por medio de la Cruz ha dado muerte al odio en su propia carne».6
124.Es deseable que una legislación cuidadosa y adecuada regule de manera satisfactoria esta manera específica de entender y practicar el servicio a la sociedad y a la convivencia armonizando el derecho de los objetores y las comunes exigencias del servicio a la sociedad y al bien común.
125.El reconocimiento de estas formas no violentas de servir a la sociedad y a la paz no debe llevar a condenaciones maximalistas de la legítima defensa armada ni de aquellos que profesan el servicio de las armas en favor de la paz y de la justa defensa de los conciudadanos pacíficos e inocentes.
4. CELEBRAR, PEDIR Y DIFUNDIR LA PAZ
126. La fe y la comunión con Jesucristo comunica ya a los cristianos el don de la paz, la paz profunda y completa que es paz con Dios, consigo mismo, con los hermanos y con la creación entera. Esta paz de Dios no es sólo la paz del corazón es también la paz de unos con otros, la paz con los que están cerca y con los que están lejos, un inicio real de la gran paz mesiánica con la que Dios quiere bendecir a todos sus hijos para siempre.
127.La celebración de los sacramentos son momentos especialmente intensos de esta posesión y experiencia de la paz. El sacramento de la reconciliación nos devuelve la paz con Dios y con los hermanos y nos libera del pecado que es la raíz de todas las divisiones y conflictos. Celebrar sinceramente el sacramento de la conversión y de la reconciliación contribuye de manera importante a poner los fundamentos profundos de la paz.
128.En la Eucaristía los cristianos celebramos la muerte y resurrección de Jesucristo y participamos en estos misterios de salvación por los que de una vez para siempre nos fue concedida la paz con Dios y el espíritu de amor y fraternidad. En la celebración eucarística Jesucristo hace presente su obra de reconciliación y de paz en medio de nosotros, en las oraciones expresamos ante la presencia de Dios nuestras deficiencias y anhelos, nos damos unos a otros el abrazo de paz y nos alimentamos con el Cuerpo y la Sangre de Jesucristo hecho pan de reconciliación y fraternidad.
129. Entre la celebración eucarística y la plenitud final del Reino de Dios vive la Iglesia y vivimos nosotros como puentes entre un mundo que camina hacia su plenitud y un Reino de Dios ya dado e iniciado por Cristo y por la lglesia en este mundo.
La Iglesia se hace signo y fermento de paz cuando cristianos de distintas razas y lenguas, de distintos países y estados, de diversos bloques y continentes celebran y viven juntos el misterio de la salvación y de la paz.
130. Por esto mismo recomendamos la participación de los fieles en todas aquellas iniciativas que favorezcan el conocimiento y la colaboración con cristianos y ciudadanos de otros países como son los congresos, las peregrinaciones, los intercambios, toda clase de gestos de apoyo y comunicación. De manera especial estas iniciativas son recomendables y necesarias con aquellos hermanos nuestros que viven privados de libertad religiosa y política.
131.La participación intensa en la vida de la Iglesia, en las celebraciones litúrgicas, en la oración personal, en el esfuerzo continuado de penitencia y reconciliación nos llevará a experimentar con gozo dentro de nosotros el gran don mesiánico de la paz . De esta manera nos sentiremos impulsados a anunciar el evangelio de la paz y construir en torno nuestro la paz pequeña de cada día y la paz grande de la sociedad y de las naciones. Lo que Dios nos da debe ser ofrecido y transmitido a todos los hombres.
132. Hay mil formas posibles de construir la paz. Todos podemos y debemos participar en aquellas que estén a nuestro alcance: formarse e informarse sobre los problemas de la convivencia nacional e internacional; participar en asociaciones y movimientos que trabajan por la paz; fomentar el conocimiento y el intercambio entre los pueblos de España, entre las naciones de Europa y del mundo entero; apoyar las iniciativas sociales o políticas en favor de la justicia, de la libertad y de la paz en España, en Europa y en el mundo; ofrecer nuestro tiempo y nuestro dinero para obras de ayuda a los países subdesarrollados; participar personalmente en obras de promoción mediante la prestación de servicios voluntarios dentro o fuera de España; luchar pacíficamente contra todas las causas de la desconfianza, de la división y de los enfrentamientos entre los hombres y las familias, los pueblos y las naciones. Todo en el nombre del Dios de la paz y con la fuerza de su amor.