Constructores de la Paz (Capítulo V)

Francisco Javier Fernández ChentoConferencia Episcopal EspañolaLeave a Comment

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Author: Comisión permanente del Episcopado español · Year of first publication: 1986.
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CAPÍTULO V

EXIGENCIAS ÉTICAS DE NUESTRA DEFENSA EN EL MARCO DE EUROPA

99. Los españoles formamos parte de Europa por nuestra historia y nuestra cultura. La reciente incorporación a las Comunidades Europeas ha fortalecido nuestras relaciones con Europa y aumentado nuestras obligaciones de solidaridad con los países europeos. A partir de esta condición europea, los españoles tienen (o han tenido) que decidir las características más generales de su organización defensiva. También aquí, dejando aparte las decisiones o preferencias políticas que no son incumbencia directa de la Iglesia, queremos ofrecer algunas consideraciones de naturaleza moral y ética que puedan ayudar a los católicos y a quienes quieran escuchar nuestra voz a formarse un juicio moralmente recto sobre estas complicadas cuestiones en las que todos tenemos alguna responsabilidad.

1. CONTRIBUCIÓN DE EUROPA A LA PAZ

100. Las circunstancias históricas de Europa hacen que las naciones europeas sientan fuertemente el deseo y la necesidad dela paz.

Todas las naciones europeas tienen en su historia y en sus mismos orígenes la savia de la tradición cristiana. De algunas de ellas han nacido doctrinas y experiencias políticas que han fomentado en el mundo entero el reconocimiento de los derechos humanos y de la democracia. Aunque también es cierto que de Europa han nacido ideologías totalitarias y expansionistas que provocaron guerras y revoluciones sangrientas.

La misma experiencia de las numerosas guerras que se han desarrollado en su territorio y muy especialmente las consecuencias terribles de la ultima guerra mundial han desarrollado paradójicamente entre los europeos un vivo anhelo de paz y la repulsa de la guerra. No se puede desconocer que Europa, la Europa real e histórica, sigue dividida por la fuerza, que en muchos países europeos no están reconocidos los derechos humanos, que las naciones europeas sufrieron los estragos de la guerra hasta la destrucción.

La integración y la solidaridad con Europa no puede ser únicamente una cuestión de mercados y de prestaciones económicas. Construir la paz de Europa y con Europa ha de ser un objetivo importante para nosotros. Ello supone apoyar decididamente las instituciones e iniciativas que trabajan en favor del reconocimiento de los derechos humanos, de la colaboración y la comunicación entre todos los pueblos de Europa, desde el Atlántico a los Urales.

101. Sería de desear que utilizáramos nuestra participación en las instituciones europeas para hacer presente las necesidades y las justas expectativas de los países subdesarrollados de una manera especial los países hispanoamericanos, agobiados por la pobreza, el endeudamiento exterior y las tensiones políticas, deben encontrar en nosotros un aliado leal y desinteresado.

2. ORGANIZAR NUESTRA DEFENSA EN UNA PERSPECTIVA DE PAZ

102. En el momento de colaborar directamente en la construcción de esa paz que tanto anhelan y desean los pueblos europeos, tenemos que plantearnos dos graves decisiones: nuestra actitud ante la carrera de armamentos y la forma de organizar nuestra defensa. Respetando el campo de responsabilidad de los gobernantes y políticos, queremos manifestar nuestra preocupación en este campo y ofrecer algunas orientaciones inspiradas en el Evangelio para colaborar desde nuestro punto de vista de cristianos y de pastores de la comunidad a la formación de la opinión publica sobre tan importantes decisiones.

Si queremos compartir el futuro con los demás pueblos de Europa se plantea la cuestión de si es ético o no integrarse en las alianzas militares de las que forman parte la mayoría de los países europeos y occidentales. En función de lo que llevamos dicho hemos de afirmar, lo que el criterio determinante para una tal decisión ha de ser la búsqueda leal y sincera de la paz nacional e internacional en estrecha colaboración con todos los esfuerzos y proyectos encaminados a construir la paz; que es una cuestión de índole directamente política la forma concreta de servir mejor a estos objetivos; que, por consiguiente, no se puede imponer ninguna de las soluciones posibles por razones estrictamente religiosas o morales; que cualquiera que sea la solución adoptada por las instituciones competentes nuestra organización defensiva debe estar decididamente ordenada a la supresión de la guerra y al servicio positivo de la paz nacional e internacional.

103. Organizar la defensa para el servicio de la paz requiere abstenerse de entrar en la lógica del armamentismo. De aquí que nos preocupe el fuerte incremento de los presupuestos militares durante los últimos años y el aumento espectacular de las ventas de armas a terceros países. Nos preguntamos hasta qué punto la fabricación y la venta de armas no están siendo promovidas como eje central de nuestro desarrollo industrial y económico. Sin rechazar los gastos necesarios para una justa y proporcionada organización de la defensa, no podemos menos de alertar contra el riesgo de un armamentismo que acabaría alterando profundamente la moralidad de nuestra vida social y el carácter pacífico de nuestras relaciones internacionales.1

104. Para ser compatible con una verdadera inspiración ética, la organización de la defensa tiene que ser proporcional a los recursos disponibles de manera que en situaciones normales no se sustraigan los recursos necesarios para la promoción económica y cultural de los más necesitados y de la sociedad entera. Dentro o fuera de la OTAN, es preciso promover decididamente todo aquello que nos acerque a la desaparición de los bloques, al desarme bilateral y total, la instauración de un nuevo orden internacional capaz de garantizar sólidamente la paz en el respeto a la libertad y los derechos de todos los pueblos de la tierra. Las naciones ricas, entre las cuales debemos contarnos a pesar de nuestras carencias y dificultades, no podemos organizar nuestra propia vida política y económica sin un espíritu de solidaridad con los pueblos más pobres de la tierra. En una época de conciencia planetaria como la nuestra, no puede haber política ni estrategia verdaderamente ética y humana si no se inspira en un sentimiento universal de solidaridad y responsabilidad.

  1. JUAN PABLO II, Homilía en Loyola, 6-XI-1982, 6.

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